Читать книгу la tinta oscura y otros relatos de terror - Ernesto Rodríguez Abad - Страница 8

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Cuando abrió la puerta de la habitación, aun con la luz apagada vio brillar los folios blancos sobre el escritorio. Alargó la mano temblorosa y tocó el interruptor con los dedos. El vértigo subió desde el estómago. Encendió la luz. Avanzó hacia la mesa. Se apoyó en el espaldar de la silla. Se sentó. Tenía una gran idea. Pero lo que más aterra a un escritor es sentirse paralizado frente a una hoja vacía. Tenía la pluma estilográfica en la mano. Temblaba. Fijó los ojos irritados en el papel, hasta sentir dolor. Sudaba. La mirada se le perdía por caminos confusos. Quería gritar, romper los folios, salir corriendo. Las palabras no venían.

No podía escribir.

Lo incapacitaba su propia idea. Estaba seguro de que sería su mejor libro si lograba redactarlo. Temblaba emocionado y asombrado de sí mismo cuando conseguía imaginar la historia. Sería el más terrible cuento jamás escrito, si en algún momento lograba hacerlo. Sabía que todos los que lo leyesen quedarían atrapados en su escabrosa y oscura trama. Nadie quedaría indiferente después de abrir su libro. Algunos enloquecerían, otros no podrían volver a conciliar el sueño, otros no volverían a tener confianza en los seres humanos…

Solo faltaba algo: escribirlo.

Tomó la pluma y no pasó nada.

Algunas gotas de tinta mancharon el folio.

No pudo trazar ni una letra durante las horas que quedaban de sol. No comió. Paseó con ansiedad por la habitación, como un águila atrapada en una red. No cenó. Ni siquiera bebió agua. Durmió solo unos minutos, lo suficiente para tener un extraño sueño. Caminaba por una calle interminable. Su sombra se proyectaba hasta perderse en una densa niebla. Al final había un edificio de altos muros; en el piso bajo había una tienda sombría, solitaria, tenebrosa. Oía sus propios pasos retumbar. Tocó en la madera oscura. Unos instantes de silencio. Se abrió la puerta con un chirrido desagradable. Entró. Lo atendió un inquietante ser de gran nariz y huesudas manos. Abrió la boca, que parecía una cueva oscura, y pronunció una enigmática frase: «En las estanterías de mi tienda hay tintas capaces de escribir palabras que harán temblar a quienes las lean». El hombre extendió la mano hacia él. Le ofrecía un frasco oscuro. Salió a la calle con la tinta en la mano. Miró alrededor. Todo era blanco, inmenso. Había perdido su sombra.

Despertó agitado, asfixiándose. Se levantó, se vistió desaliñado y salió de la casa.

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