Читать книгу Bailaderos - Ernesto Rodríguez Abad - Страница 9

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Cuando se repuso de la sorpresa que le habían ocasionado mis palabras, se acercó, envalentonado.

–Eres demasiado guapa para estar por ahí a estas horas… Seguro que…

–¡¿Seguro que qué?!

Andrés se acercó aún más y me agarró fuerte por un brazo. Una lechuza se posó, en ese momento, sobre la Piedra Negra. La luna llena, que hasta entonces había permanecido oculta tras una nube, nos iluminó por completo.

Andrés dio un grito de dolor y me soltó. Sus manos estaban sangrando.

Entonces, ante la expresión de terror de Andrés, antes de caer al suelo desmayado, sentí que me elevaba por encima de la roca y remontaba La Atalaya envuelta en una bola de fuego. Y así surqué el cielo de Femés, y recorrí la isla, mientras la Montaña del Fuego se llenaba de resplandores rojizos.

Eso me salvó de ser descubierta, pues los que despertaron ante aquellas luces pensaron que era una tormenta sobre Timanfaya y, llenos de miedo, fecharon todos los postigos y pusieron trancas a las puertas de sus casas. Algunos, los más creyentes, llenos de temor, se reunieron para rezar el rosario.

No recuerdo cómo regresé. Solo que desperté con el primer canto del gallo.

Poco después oí el griterío de algunos vecinos que habían encontrado el cuerpo inconsciente de Andrés.

Lo llevaron a su casa y allí despertó.

Tenía la mirada perdida, en no se sabe qué lugar, y sus labios solo podía articular mi nombre: Mararía, Mararía…

NOTA: La descripción de Mararía está tomada del romance María la de Femés, de Rafael Arozarena.

Bailaderos

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