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A. CLÍNICA Del “no puedo parar” a una clínica del acto

1. La vulnerabilidad de las acciones humanas

La condición humana es vulnerable. Sus acciones, la eficacia de las mismas, no puede anticiparse, es decir que las acciones humanas carecen de una garantía previa a su realización; ellas no tienen ni el abrigo ni la previsibilidad que ofrece el instinto animal al resto de las especies. ¿Las razones? La acción humana nunca ha sido armoniosa, ya que está determinada por el desgarro estructural que introduce el lenguaje en nuestra especie. Estamos acostumbrados a considerar que la palabra es fuente de información y causa misma del saber acumulado, pero la clínica psicoanalítica destaca que existe otro aspecto no menos relevante del habla: la dimensión equívoca que transporta es la responsable de que la comunicación humana penda siempre del hilo del malentendido, dejando invariablemente cierta indeterminación entre el emisor del mensaje y su receptor. Aquellos a los que los psicoanalistas llamamos neuróticos obsesivos –u obsesivos, lisa y llanamente– padecen especialmente esta dificultad que da cuenta de la condición de los hablantes.

Y como si ello fuera poco –a diferencia de las acciones instintivas que determinan en cada individuo el objeto sexual al cual dirigirse, por transportar en sus códigos la información necesaria que permite de un modo inequívoco identificar al partenaire complementario– la especie humana siempre falla en lo que al sexo se refiere.

Sigmund Freud y Jacques Lacan fueron quienes mejor entendieron la complejidad de los individuos, ya que ambos en su teorización indicaron que la facilitación biológica no alcanza para designar lo esencial de lo humano; desde el concepto freudiano de pulsión, que reemplazó al de instinto (con el que se cifró en la teoría la consecuencia mayor del agujero que el lenguaje produjo en la trama de la sexualidad), hasta el provocativo eslogan “no hay relación sexual”, con el que Lacan agravió a la soberbia narcisista de una generación de intelectuales perturbando creencias seculares, al destacar y demostrar dos rasgos determinantes de lo humano: 1) que hombres y mujeres no participan del mismo goce sexual, y –lo que es aún más subversivo– 2) que ese goce sexual no necesariamente está repartido según el sexo biológico por el que han sido nombrados hombres y mujeres (condición que los tiempos actuales muestran de un modo harto suficiente). Aquellos a quienes denominamos histéricos –o como el saber popular las nombra: histéricas– han mostrado a lo largo de los tiempos esta vulnerabilidad de la identidad, la falta de garantías en la elección del sexo, la fragilidad de las identificaciones, la insatisfacción que encuentran en el goce sexual… Nuestras histéricas han estigmatizado con el sufrimiento marcado en sus cuerpos, haciendo síntoma de la falta de complementariedad sexual, de la ausencia de relación entre los goces.

Ellas añoran lo que nunca tuvieron: una garantía que les ofrezca la certeza de que sus acciones estén orientadas en la vía de su deseo; y es el padre el significante que ellas demandan para obtenerla, pero también –como ellas no dejan de comprobarlo– él no puede sino fallar en ese cometido.

En esa vía de identificar a la histeria con el problema mismo del accionar humano, Jacques Lacan ha elegido la escritura: para cifrar el matema que caracteriza al sujeto, dividido este en su intimidad por el significante, marca de la inadecuación del individuo a la especie. Por ello la teoría del sujeto en Jacques Lacan ha sido solidaria de su teoría del significante. La función de representación del sujeto por un significante para otro ha sido el eje de la misma. El sujeto, efecto de esta operación, quedó así constituido como vacío: falto de atributos que le ofrecieran una substancia que lo definiera.


Este matema es preciso leerlo haciendo pareja con otro concepto: lalengua, neologismo con el que Lacan escribe –en una sola palabra– la determinación inconsciente del lenguaje para cada uno y con el que cifra la particularidad de los humanos como seres sexuados. (1)

En suma, las acciones humanas están determinadas por una vulnerabilidad tal que es preciso elaborar una teoría del acto para dar cuenta de los tropiezos de los hablantes en la realización de sus deseos.

2. El acto no es la acción

¿Qué decir de ciertas acciones impulsivas, extrañas, que los individuos realizan de un modo enigmático no sólo para los demás sino sobre todo para ellos mismos? Estas chifladuras no pueden ser adjudicadas simplemente a los enfermos mentales, ya que nadie está exento de atravesar estados de angustia que lo empujen a una acción pasional, con consecuencias imprevisibles.

En diferentes momentos de su enseñanza Lacan precisó la particularidad de la acción humana, pero la vía de acceso principal al problema del acto ha sido la interrogación acerca de la intervención que se espera de un analista, es decir, el acto psicoanalítico.

En ese punto, para designarlo, Lacan se refiere al “acto sintomático, tan particularmente caracterizado por el lapsus de la palabra”; (2) es decir, que se dedica a desentrañar la especificidad del acto a partir de un tropiezo con el lenguaje –de lo que testimonia en la escena analítica el acto fallido– para situar entonces la dimensión significante como constitutiva de todo acto. (3)

Primera curiosidad: lo que define a un acto no es del orden de la acción sino del orden del lenguaje, (4) y a continuación extrema su conceptualización al indicar que la acción motriz no es necesariamente garantía de un acto. ¿Cómo entenderlo?

Cuando Lacan resalta la dimensión significante de un acto, al mismo tiempo rechaza que sea la condición motriz la que lo determine: una acción motriz en sí no indica un acto, pues para que una acción se conciba como acto será necesaria una determinación significante correspondiente con un valor inconsciente, el que sólo podrá ser determinado après-coup, es decir, en la retroacción. Por ello da el ejemplo del acto fallido, en el cual algo pierde su sentido al abrigo de la torpeza. (5) La intervención analítica permitirá destacar el valor inconsciente de la acción realizada en el sentido contrario al pretendido por el sujeto.

Siguiendo esta orientación, la teorización del acto por parte de Jacques Lacan lo llevó a diferenciarse de postulados de otras disciplinas, como –por ejemplo– lo alejó de los “actos inmotivados” de la psiquiatría. Los “actos inmotivados” se sustentan en la idea de que una acción es “por naturaleza” algo calculado, en continuidad con el pensamiento, lo que supone que lo que está en juego se hace sin equívoco alguno, que la motivación siempre es racional; por eso “inmotivado” adjetiva que existe una falla en el principio natural de que siempre se sabe lo que se va a realizar. Por el contrario, como veremos en el siguiente apartado, Lacan emplaza el acto desde la clínica analítica con la referencia al pasaje al acto: precipitación temporal bajo el modo de la urgencia, y no desde una supuesta e ideal racionalidad producto de una continuidad entre pensamiento y acción. (6)

En su Seminario anterior, y apelando a consideraciones topológicas, Lacan intentaba aproximarse a la definición del acto. (7) Indicaba allí que “el acto es fundador del sujeto”, (8) y que para fundarlo es necesario “el fundamento del doble bucle (del significante), es decir, de la repetición”.

Para precisar esta –en apariencia– críptica definición, pasemos a considerar un ejemplo que, en otro lugar, da el mismo Jacques Lacan: el cruce de Julio César del Rubicón, un río cuyas dos orillas estaban separadas por un estrecho caudal muy fácil de cruzar: El río tenía especial importancia en el Derecho romano por la prohibición a cualquier general de cruzarlo con un ejército en armas. (9) La historia relata que la noche del 11 de enero del año 49 a. C. Julio César se detuvo un instante ante el Rubicón atormentado por las dudas, ya que cruzarlo significaba no sólo cometer una ilegalidad, sino convertirse en enemigo de la República e iniciar la guerra civil. Julio César resolvió su incertidumbre al dar la orden a sus tropas de cruzar el río, pronunciando la ya legendaria frase alea iacta est (la suerte está echada). De este acontecimiento proviene la expresión “cruzar el Rubicón”, que da cuenta del hecho de lanzarse decididamente a una acción de arriesgadas consecuencias. Se aprecia la paradoja: hasta qué punto cruzar el Rubicón –en sí mismo una acción motriz irrelevante– adquiere para Julio César un valor de acto.

La hora de la verdad fue dar ese paso, el primero, el que cortó (es decir: expulsó) a Julio César de las dudas –las que repetían el circuito significante de la indeterminación, cavilando en su pensamiento una vez y otra vez y otra…–, transformando su vacilación en acto. También es preciso aclarar que solo después de haber cruzado el río, en la retroacción, desde la otra orilla se inscribió el acto como tal. Se trata de que sólo hay acto si existe atravesamiento de un umbral significante, ya que es necesario que haya un decir que encuadre ese acto. (10)

La historia destaca este acontecimiento como un salto decisivo en la consolidación del Imperio romano; ese acto es la marca del sujeto (Julio César) que se inscribe en el significante (Rubicón) identificándose con él. Podríamos decirlo de esta manera: “Julio César, el Rubicón”, inscribiendo así la paradoja de una repetición en un solo acto, situando el nombre del sujeto identificado a lo que el acto ha permitido que se nombre a partir de allí, su nombre de sinthome. (11)

Se entiende así que en su Seminario, apelando Lacan al fundamento del doble bucle de la repetición, definiera el acto en su función de fundador del sujeto. Se podría decir que la división del sujeto, su incertidumbre, encuentra en la escansión temporal del acto su solución. En un acto, se acabaron las dudas. “Julio César, el Rubicón”, así lo atestigua. Pero, al igual que en el Witz (el chiste), inmediatamente después de producido el acto, la división se reinstala. No hay ningún hablante-ser que no esté afectado por la división que impone el lenguaje, es decir, por el inconsciente.

Es necesario deducir que hay en todo acto “verdadero” un sesgo de transgresión, (12) de salto al límite; es en este punto que el acto encuentra para Jacques Lacan su modelo en el pasaje al acto y sus diferencias con el acting out.

3. Acto => decisión

Una clínica del acto cuestiona que el sujeto del pensamiento quiera, necesariamente, su bien. El psicoanálisis ha demostrado la paradoja del bien: el bien al que alguien apunta no coincide necesariamente con su bienestar. Es decir que uno puede buscar su bien eligiendo el malestar más extremo; esta paradoja Freud la nombró con un oxímoron: pulsión de muerte, concepto que tuvo (y tiene) decididos detractores, pues arroja por la borda el optimismo aplicado al porvenir de la civilización; que el hombre quiera su mal como el bien más preciado no cabe en ninguna racionalidad.

Ha sido desde esta premisa como Jacques-Alain Miller –siguiendo a J. Lacan a la letra– demostró que Lacan “piensa el acto a partir del suicidio y llega a hacer de eso el paradigma del acto propiamente dicho”, (13) en tanto hay algo en el sujeto susceptible de no trabajar para su bien, para lo útil, sino para su propia destrucción.

Dado que un acto implica un franqueamiento, una decisión íntima del hablante-ser (por tanto un movimiento que tiene estructura de borde y que se resuelve en una temporalidad de corte), el modelo que Lacan emplea para dar cuenta de su estructura es el suicidio. A partir de ello una clínica del acto se instala centrada en las urgencias subjetivas, pues es sabido hasta qué punto es decisiva la precisión de una intervención analítica en situaciones de urgencia para disuadir a alguien de llevar adelante una acción contraria a su vida; hasta qué punto es necesaria una respuesta puntual del analista frente a las situaciones límites que atraviesa un sujeto, dividido por una angustia que lo empuja a resolver una indeterminación con una acción pasional, la que puede costarle la vida o interferir en la de terceros. La imposición de un pensamiento o de una imagen fija y repetida, puede conducir a un intento de suicidio a una persona que no soporta más el sufrimiento. La frase “algo tengo que hacer y ahora…” suele imponerse en esos momentos y conducir a lo peor.

La urgencia muestra en esos instantes la fragilidad de la temporalidad: el presente amenaza con disolver la diacronía anulando el futuro desde el pasado, precipitando la fusión del sujeto con el objeto (el que lo lleva de las narices hacia su finalidad: es decir, en esas ocasiones, hacia el fin, hacia la muerte). El objeto en cuestión –ese que causa la decisión del acto suicida– llama al sujeto desde un recuerdo o desde una imagen congelada; pero ya no se trata de una persona que pueda ser identificada con el partenaire que se ha perdido (o que se está en trance de perder) la que empuja. Ese objeto de amor, el que hasta ayer mismo pudo haber sido la causa de un deseo que impulsó la vida de alguien, ha devenido otra cosa: una mirada o una voz que reclama una acción para apaciguar el dolor inextinguible de una pérdida, que no ha terminado de producirse.

Es el problema del duelo no realizado, cuando la sombra del objeto que ha caído sobre el yo –como indicó Freud en “Duelo y melancolía”– es el que produce el empobrecimiento del sujeto, aplastado por la densidad insoportable del objeto ausente.

Se trata entonces de un problema clínico: ¿cómo interponer algo que medie entre la desesperación (que produce una situación vivida sin salida; ya sea en la realidad, ya sea en el pensamiento) y la certeza que empuja al acto suicida?

Acudiendo a la temporalidad, contando con la señal de la angustia, se trata de intentar reinsertar entre el instante de ver –ese que empuja al pasaje al acto– y el momento de concluir –la salida del marco de la realidad– un tiempo de comprender, (14) para que el acto analítico le ofrezca al sujeto la posibilidad de elucidar lo que lo aqueja, y encontrar otra solución que la del pasaje al acto suicida.

4. El pasaje al acto o dejarse caer

“Ese dejar caer es el correlato esencial del pasaje al acto. Aún es necesario precisar desde qué lado es visto, este dejar caer. Es visto, precisamente, del lado del sujeto. Si ustedes quieren referirse a la fórmula del fantasma, el pasaje al acto está del lado del sujeto, en tanto que este aparece borrado al máximo por la barra. El momento del pasaje al acto es el del mayor embarazo del sujeto, con el añadido comportamental de la emoción como desorden del movimiento. Es entonces cuando, desde allí donde se encuentra –a saber, desde el lugar de la escena en la que como sujeto fundamentalmente historizado, puede únicamente mantenerse en su estatuto de sujeto– se precipita y bascula fuera de la escena. Esta es la estructura misma del pasaje al acto”. (15)

El acting out y el pasaje al acto son dos conceptos que Jacques Lacan ha empleado desde el comienzo de su enseñanza para designar los tropiezos del deseo humano y de la demanda dirigidos al otro de la especie, en la realización de sus fines inconscientes.

El pasaje al acto –arrebatado a la psiquiatría, en una torsión de sentido– indica siempre una tentativa del sujeto de salir de la escena, de arrojarse fuera de la situación en la que se desarrolla su drama personal; y si bien el suicidio es el modelo al que se recurre para identificarlo, no necesariamente ese objetivo es alcanzado. Es decir, no todo pasaje al acto es necesariamente suicida, aunque sí cumple con ciertas condiciones que vamos a puntualizar, siguiendo los desarrollos exhaustivos que realiza Lacan para dar cuenta de la estructura del pasaje al acto en su Seminario.

El correlato esencial del momento del pasaje al acto es el dejar caer, (16) es el sujeto el que queda reducido al objeto y degradado en la función de desecho, de resto –el sujeto cae identificado con el objeto a)– capturado en una escena embarazosa, de máxima angustia, turbado por la emoción que pone en marcha la agitación del cuerpo, poseído por un empuje que lo pone en movimiento y lo precipita fuera de la escena.

Vale para el caso el ejemplo freudiano –retomado por Lacan– de la homosexual femenina quien, al ser descubierta con su partenaire por la mirada furiosa del padre, se arroja desde un puente. Lo dice de este modo: “El sujeto se mueve en dirección a evadirse de la escena”. (17) Lacan sitúa allí dos condiciones del pasaje al acto: la primera es una identificación del sujeto con el objeto considerado en su función de resto, de desecho (ella se arroja, identificada, reducida al objeto degradado, excluida); la segunda –lo que denomina a esa altura de su enseñanza– la confrontación del deseo y la ley, con lo que da cuenta de eso que produce el pasaje al acto: el encuentro de una mirada que la sanciona culpabilizándola, desconociendo su deseo.

Previamente Lacan hacía referencia al sujeto melancólico, (18) destacando uno de los rasgos que lo caracterizan: su impulso irrefrenable de tirarse por la ventana. El pasaje al acto es aquí una suerte de realización simbólica (para decirlo de un modo aproximado); atraviesa así el límite entre la escena y el mundo, expulsándose como objeto rechazado. El sujeto pasa del lado del objeto y se arroja fuera de la escena, atravesando el marco del fantasma con el que organizaba su realidad cotidiana. Aquí el pasaje al acto es un salto al vacío.

En la clínica del acto es notable la dificultad del trabajo con sujetos melancólicos, el esfuerzo constante del analista para intentar –en determinados momentos de extrema angustia, los que suelen repetirse con frecuencia– que decidan aferrarse a un deseo de vivir. Refiriéndose a esos impasses del acto analítico en los que el analista es confrontado con los límites de la transferencia, Lacan lo formula de este modo:

“De entrada, la sensación que tiene Freud es de que, por espectacular que sea el avance que la paciente haga en su análisis, todo le pasa, por así decir, como el agua sobre las plumas de un pato”. (19)

La inminencia del pasaje al acto en la melancolía es una preocupación central en la dirección de la cura, tanto como que constituye un desafío a la neutralidad analítica. La frecuencia de estos estados de angustia que amenazan con un salto al vacío se actualizan bajo transferencia de un modo inquietante. En ocasiones, el analista –sin saber qué hacer– puede dejar caer al sujeto del dispositivo, preso de la impotencia. ¿Cómo intervenir en esos casos para reinstalar el dispositivo de palabra, cómo interponer algo que permita evitar que el sujeto vuelva a intentar dejarse caer?

Pondré un ejemplo que ilustrará este punto.

Lucía llegó a mi consulta en estado de perplejidad. Recién salida de un ingreso tras un episodio suicida, su máxima desesperación fue comprobar que las pesadillas y alucinaciones tóxicas que la atormentaban eran índices de que “estaba viva en una sala de terapia intensiva” y no de su “descenso al infierno, como merecía”.

Transcurridos varios meses de entrevistas su posición era invariable: sólo respondía a mis preguntas y describía mecánicamente los hechos, siempre ausente de sus dichos. Con una particularidad: a una frase extensa le proseguía un mutismo que se prolongaba durante varios minutos. Tras varios intentos fallidos de hacerla salir, comprobé que no se trataba de un silencio cualquiera, sino que era un rasgo de su más profunda intimidad y que debía respetar –aun sin entender–. Hasta que un día interrumpió la monotonía y confesó un secreto. Se me acercó y –con firmeza– dijo que debajo de su cama guardaba un arsenal de pastillas que constituían su tesoro: cada noche tocaba la caja de zapatos para estar segura de que seguían allí: sólo esperaba el momento propicio para tomarlas.

Comprendí que ese –y no otro– era su partenaire real. Ergo, era impracticable sugerirle u ordenarle que lo abandonara; debía inventar otra cosa. Cuando salió, gentilmente la acompañé hasta la puerta mientras le musité mi propuesta al oído: yo guardaría sus pastillas, pero le seguirían perteneciendo a ella, y podría solicitármelas cuando quisiera. Se sorprendió, me agradeció el gesto y se retiró. Si bien nunca llegó a entregármelas, a partir de ese momento las entrevistas fueron diferentes.

Se produjo así el inicio de un emplazamiento bajo transferencia, en un tratamiento que ha durado ya más de veinte años. Análisis siempre al borde del pasaje al acto, aunque para Lucía tramitado con la dignidad que caracteriza la apuesta que encausa con el –aunque tenue– deseo de vivir que reinventa cada día.

5. El acting out o subir a la escena

“El acting out es, esencialmente, algo, en la conducta del sujeto, que se muestra. El acento demostrativo de todo acting out, su orientación hacia el Otro debe ser destacado”. (20)

El concepto de acting out es solidario del teatro; su producción implica un subir a escena (21), al contrario que su contrapartida –el pasaje al acto–, que indica un dejarse caer. Desde el inicio de su Seminario esta figura del acting out ocupa para Lacan un lugar protagónico, para situar lo que se muestra y no puede decirse. El acting out es un mensaje dirigido al Otro, un acto paradójico, (22) que alude a una situación que el sujeto no puede resolver, un impasse con el que se tropieza, y que encuentra como resolución una acción pasional incomprensible, aún para el mismo sujeto.

Lacan se refirió al acting out en sus Escritos de una manera tan poética como precisa: un “salto impulsivo a lo real a través del aro de papel de la fantasía”. (23) Al igual que en las fobias infantiles, en las que el objeto que las causa tiene una estructura de semblante (v.gr. el tigre de papel que asusta al niño, pero que el niño puede muy bien finalmente dominar, controlando sus desplazamientos), el “aro de papel” que se atraviesa en el acting out está enmarcado por un fantasma, el que –hasta hace sólo unos momentos– regulaba la conducta del sujeto.

Es decir, es el fantasma el que ofrece su argumento (24) al acting out para el montaje en escena de la acción pasional; escena en la que el objeto pulsional (a) muestra siempre un valor protagónico. Y cuando eso que pasa a la realidad cotidiana –es decir, que se realiza en el plano imaginario– (25) atañe a un analizante, la interpretación de Lacan es que hay algo de “la clarificación del sujeto con la demanda”, (26) que exige ser contemplado por el analista para rectificar la dirección del análisis. Se trata de precisar ahora la relación del acting out y el acto analítico:

“En un campo tan difícil, tenemos que avanzar como rinoceronte en la porcelana, suavemente; hay algo en el acting out, para llamar la atención de aquellos que tienen experiencia analítica, que promete acuerdo, se sabe que se llama acting out y que tiene relación con la intervención del analista”. (27)

En el acting out se trata de que la perturbadora presencia del objeto a en la escena muestra lo que no ha sido simbolizado o lo que ha sido insuficientemente articulado. (28) El acting out es situado como el acto de mostración en el eje imaginario, como el mensaje dirigido al analista para hacerle saber que él no está completamente en su lugar. Desde el punto de vista de la normalidad, el acting out es un acto enigmático e inmotivado; pero considerado desde la perspectiva de un análisis se trata de una manifestación del deseo inconsciente articulado con una precisa fantasía que el analista debe coadyuvar a extraer en el análisis, y que ha encontrado en la vía de su realización en la realidad una expresión extraña.

Es por ello que Lacan afirmó que el acting out es “transferencia salvaje, transferencia sin análisis” y que el problema en el análisis “es cómo domesticarla, cómo hacer entrar al elefante salvaje en el cercado”. (29) Se trata de un problema crucial del psicoanálisis: cómo ayudar a que el individuo del acting out pueda interrogar la acción pasional, para elucidar la satisfacción fantasmática que a ella se halla adherida.

Lacan criticó a sus colegas de la IPA por “degradar el mensaje de la transferencia”, al interpretar el acting out sin considerar el lugar del analista en su producción. (30) El “hombre de los sesos frescos” es el ejemplo más conocido que emplea Lacan para referirse al acting out en las manifestaciones de la transferencia. (31) Allí se refiere a un caso de Ernst Kris –analista de la ego psychology– quien intentaba demostrar la eficacia de un tipo de intervenciones que denominaba “de superficie”, a partir de confiar en la existencia de un “área libre de conflictos del yo”, lo que posibilitaría al analista una alianza terapéutica con su paciente. Es lo que sucede en este caso: un hombre no deja de insistir en su análisis con que él es un “plagiario”, que no puede sino copiar los trabajos de otros. La “intervención en superficie” –supuesta condición previa para luego intervenir sobre “el material inconsciente”– consiste en que Kris se apodera del documento para probarle a su paciente (luego de leerlo exhaustivamente) que él no es plagiario. La respuesta del paciente a la sesión siguiente es leída por Lacan como un acting out:

“Lo que sucede después de esta intervención, Kris mismo nos lo comunica. Después de un pequeño tiempo de silencio, el sujeto, para que Kris acuse el golpe, anuncia este menudo hecho: cada vez que sale del consultorio va a masticar un buen platillo de sesos frescos. ¿Qué es esto? Yo tenía que decirlo, puesto que desde un principio remarqué el hecho de que sea un acting out. ¿En qué? En lo que no era articulable en ese momento como puedo hacerlo ahora, que el objeto a oral está presentificado, llevado en bandeja por el paciente con relación a esta intervención. ¿Y después? Tiene interés para nosotros ahora (aunque es siempre así para los analistas) sólo si nos permite avanzar un poco en reconocer la estructura”. (32)

Es el propio Kris quien cuenta que tras la intervención “de superficie” (y sin leer en ello ninguna réplica al analista, sin ningún tipo de lectura transferencial) el paciente salió de la sesión, fue a un restaurante de la zona y se manducó un buen plato de “sesos frescos” –su plato favorito, por otra parte–. O para decirlo mejor, se tragó eso con lo que insistía su fantasma oral: el cerebro del otro para consumirlo, para robarle su producto.

Es por ello que en esta misma clase Lacan vuelve sobre el verbo to act out para leerlo, ahora, de este modo: “Yo act out algo, porque me ha sido articulado, significado insuficientemente o de costado”. (33) Es decir, para indicar el retorno de lo que no ha sido elucidado en el tratamiento: la transferencia salvaje. (34)

6. Pasaje al acto vs. acting out

Para finalizar, realizaremos algunas puntuaciones en la tensión de la pareja acting out/pasaje al acto:

• En el pasaje al acto se produce un movimiento en el que el sujeto se deja caer, sale de la escena, arrojándose por fuera del teatro de la vida. En el acting out –por el contrario– el sujeto sube a escena y le dirige al Otro su performance, su demanda, su queja.

• El sujeto atraviesa en el pasaje al acto el marco de la ventana, el de la escena –cuando el fantasma en el que se hallaba fijado ya no regula la realidad de un modo adecuado. En el acting out el sujeto muestra en la escena su incomodidad en el teatro del Otro, cuando sus vestimentas ya no le sirven para darse cuenta del rol que en él representa.

• En el pasaje al acto el sujeto está solo, cuenta como uno –y se desprende del Otro, de cualquier otro. En el acting out el sujeto se dirige al Otro para enviarle el mensaje que no ha entendido (ni él, ni el Otro, ni el otro).

• En el pasaje al acto el sujeto se arroja fuera de la escena junto con el objeto con el que se identifica. En el acting out, el sujeto queda identificado con la barra misma de la división subjetiva (), atravesado por una situación embarazosa y presentando el objeto que muestra al Otro en la escena que ha montado (a).

Jacques Lacan precisó que la relación de la joven homosexual con su partenaire (la ya célebre cocota) daba cuenta de un acting out, mientras que al dejarse caer por el puente situaba un pasaje al acto. También respecto del caso Dora despejó las dos modalidades de la acción pasional: el acting out de su relación con la pareja de los K; el pasaje al acto en la bofetada al señor K.

7. Hacia una clínica del acto

Podemos extraer una consideración de epistemología clínica: el modo en el que Jacques Lacan desarrolla su enseñanza demuestra que no se trata de fijar los conceptos –en un caso, por ejemplo, de forma inamovible– sino de des-ontologizarlos (es decir, extraerles la substancia que les daría un ser permanente). Pues, más allá de las consideraciones teóricas, siempre es preciso remarcar que desde una clínica del acto se espera que el analista intervenga antes de que la acción pasional arrase al sujeto, más acá de intentar esclarecer si se trata de una u otra de las modalidades de acción pasional. Seguramente puede ser útil determinar en un coloquio si tal suicidio fue debido a un acting out o a un pasaje al acto, pero si se trata de un paciente en análisis, lo más conveniente es estar advertidos de las consecuencias subjetivas en la dirección de la cura.

Y es exactamente esta orientación con la que nos proponemos abordar, en estas páginas, la urgencia que nos presentan las toxicomanías y adixiones contemporáneas. Los invitamos a recorrerlas.

1- Lacan, J., El Seminario, Libro 20, Aún, Paidós, Barcelona, 1981, p. 166: “Lalengua sirve para otras cosas muy diferentes de la comunicación. Nos lo ha mostrado la experiencia del inconsciente, en cuanto está hecho de lalengua, esta lalengua que escribo en una sola palabra, como saben, para designar lo que es el asunto de cada quien, lalengua llamada, y no en balde, materna. Si la comunicación se aproxima a lo que efectivamente se ejerce en el goce de lalengua, es porque implica la réplica, dicho de otra manera, el diálogo. Pero, ¿lalengua sirve primero para el diálogo? Como lo articulé en otros tiempos, nada es menos seguro”.

2- Lacan, J., Seminario 15, “El acto psicoanalítico”, clase del 2/11/67. Inédito.

3- Ibíd.

4- Nosotros diremos, más específicamente, de lalengua según lo ya indicado, tomando en cuenta que la dimensión inconsciente del lenguaje tiene aquí un lugar protagónico.

5- Lacan, J., Seminario 15, “El acto psicoanalítico”, clase del 2/11/67, op. cit.

6- Miller, J.-A., “Jacques Lacan: observaciones sobre su concepto de pasaje al acto”, en Infortunios del acto analítico, Atuel, Buenos Aires, 1993, p. 42.

7- Lacan, J., Seminario 14, “La lógica del fantasma”, clase del 15/2/1967. Inédito. “¿Cómo definir qué es un acto? Es imposible definirlo de otra manera más que sobre el fundamento del doble bucle, es decir, de la repetición. Es precisamente en esto que el acto es fundador de sujeto. Es el equivalente de la repetición en su único rasgo, que he designado siempre por este corte que es posible hacer en el centro de la banda de Moebius, es en sí mismo el doble bucle del significante”.

8- Ibíd.

9- Suetonio Tranquilo, C., Vida de los doce césares (estuche 4 vols.), Gredos, Madrid, 1992.

10- Miller, J.-A., “Jacques Lacan: observaciones sobre su concepto de pasaje al acto”, op. cit., p. 51.

11- Sinthome: neologismo de Jacques Lacan que escribe el destino final de un síntoma con el que se identifica el hablante, cuando se han centrifugado sus múltiples sentidos; solo queda esa inscripción fija que ofrece satisfacción, pero ya no sufrimiento.

12- Miller, J.-A., “Jacques Lacan: observaciones sobre su concepto de pasaje al acto”, op. cit., p. 45.

13- Ibíd., p. 44.

14- Léguil, F., “Reflexiones sobre la urgencia”, en La Urgencia: el psicoanalista en la práctica hospitalaria argentina, R. Vergara, Buenos Aires, 1988, p. 28.

15- Lacan, J., El Seminario, Libro 10, La angustia, Paidós, Buenos Aires, 2006, p. 128.

16- Lacan, J., El Seminario, Libro 10, La angustia, op. cit., p. 128.

17- Ibíd., p. 129.

18- Ibíd., p. 123.

19- Lacan, J., El Seminario, Libro 10, La angustia, op. cit., p. 125.

20- Ibíd, p. 136.

21- Lacan, J., “Pasaje al acto y acting out. Dejarse caer y subir a escena” (N. del A. es Jacques-Alain Miller quien nombra de este modo la clase IX), op. cit., p. 127.

22- Lacan, J., Seminario 15, “El acto psicoanalítico”, clase del 6/12/1967, inédito.

23- Lacan, J., “La cosa freudiana, o sentido del retorno a Freud en psicoanálisis”, en Escritos I, Siglo XXI editores, México, 1997, pp. 411-412.

24- Lacan, J., Seminario 15, “El acto psicoanalítico”, clase del 11/12/67, inédito.

25- Lacan, J., El Seminario, Libro 4, La relación de objeto, Paidós, Barcelona, 2007, p. 165.

26- Lacan, J., Seminario 15, “El acto psicoanalítico”, clase del 21/5/1968, inédito.

27- Lacan, J., Seminario 14, “La lógica del fantasma”, clase del 8/3/1967, inédito.

28- Ibíd.

29- Lacan, J., El Seminario, Libro 10, La angustia, op. cit., p. 139.

30- Lacan, J., “La dirección de la cura y los principios de su poder”, en Escritos I, Siglo XXI editores, México, 1997, p. 619.

31- Lacan, J., Seminario 14, “La lógica del fantasma”, clase del 8/3/1967, inédito.

32- Ibíd.

33- Ibíd.

34- Lacan, J., El Seminario, Libro 10, La angustia, op. cit., p. 139.

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