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En los jardines, con Pablo
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INTERIOR
7 de abril de 2003
Creo que nací en el Hospital del Mar, en la Barceloneta, creo; nací largo, muy rojo, y me tuvieron que dar muchas hostias para respirar, se ve que no reaccionaba, se ve que la comadrona me dio pero bien, no sé, me lo contaron. ¿Quién?, los fantasmas de mi abuela, me refiero a los recuerdos que para mí son como fantasmas, ¿o fueron los fantasmas de mi madre? De joven esto no lo pensé, pero lo intuyo ahora, creo que yo no tenía ningún tipo de deseo de estar aquí.
Mis padres eran un matrimonio pues como de aquella época, la mujer era mujer y el hombre era hombre, como ahora, pero con menos hipocresía. Soy hijo único. Vivíamos hacinados. Este era el recuerdo: mis tíos, mis padres, mis abuelos y yo en un espacio de cincuenta metros cuadrados. Vivimos ahí hasta que pudimos irnos a un barrio prefabricado, un edificio del movimiento franquista, pisos nuevos para emigrantes, construidos por emigrantes. Ese barrio era el futuro. La gente prefería ir a ese barrio porque era el futuro, huían de su pasado. Del paso negro de emigrar. Ahorraban durante años para llegar a un piso nuevo, era su sueño, un piso con luz, con baño, con habitaciones individuales. Ahí fuimos. Recordar todo esto ahora, pero sigo, sigo.
El recuerdo que tengo de mi madre es que era atenta, era el prototipo de mujer de aquella época, muy ama de casa. Se murió cuando yo tenía quince años, se murió de cáncer de ovarios, hizo metástasis en el hígado y en los riñones. No la recuerdo, hice clic y cerré. Tengo que concentrarme mucho, veo pequeñas imágenes oscuras y cortas. En aquella época yo dibujaba, dibujaba mucho, me dibujaba a mí mismo, era yo pero muy bien, sentado en un parque disfrutando de la vida, paseando por el parque con una bufanda blanca, con mi flequillo de los setenta, ¿te acuerdas? No tengo los dibujos. Lo recuerdo porque se los regalé a una amiga, un día me la encontré y me lo dijo, los volví a mirar, ¡dibujaba fatal!, pero era yo intentando verme en otro sitio. No creo que los pueda recuperar, he cortado con muchas cosas.
A mi madre la enfermedad le duró cinco años. Hubo una decadencia física muy importante, pues hubo una vez, ¿cómo fue la cosa?, cuando estaba bastante enferma vino mi abuela, yo dormía al lado de la habitación de mis padres, y una noche, ¿cómo fue?, oí gemidos, luego llorar, no logro saber ahora de quién eran las lágrimas, tengo una laguna, entonces me levanté y vi pasar a mi madre a cuatro patas por el pasillo y mi padre detrás, llorando, sí, era mi padre, y mi abuela paralizada en el pasillo. No sé qué impacto real hay de esto en mí. No sé qué daño me ha producido eso, qué alcance ha dado en mí, otra laguna.
Tampoco lo he contado, apenas, esta es la tercera vez. No sirve contar lo mal que lo has pasado, tampoco sé si libera.
No, no estoy seguro. Ahora me viene otro recuerdo: tenía que ir a buscar morfina para mi madre, no era fácil encontrarla, tuve que ir a montones de farmacias, llegué hasta Fontana y ahí me la dieron, era inyectable, cogí un taxi, llegué a casa, se la inyectaron y ese día murió, ahí; hizo unos botes en la cama, no sé, tengo una laguna, pero fue ese día, me acuerdo que compré una caja de seis y que sobraron cuatro.
¿Puedo fumar?
Ella no molestaba ni daba sufrimiento, no, siempre con una sonrisa; luego, con la quimio, perdió el pelo, eso le impactó mucho, a mí también. No sé de qué forma, tampoco. El médico le dijo a mi padre que ella iba a vivir tan solo cinco años, se lo dijo el día 12 de diciembre y murió cinco años después, el 14 de diciembre. Tú imagínate mi padre lo que tuvo que sentir.
Él y yo casi no hablábamos, es que no lo veía, trabajaba quince horas diarias, era joyero, era un manitas pero se ve que no nos llegaba, era un manitas pero no bien situado. Los fines de semana sí lo veía, pero no me acuerdo. Con él siempre ha sido, casi siempre, fricción; sí, mi madre era la que suavizaba, tengo lagunas. Recuerdo algún paseo; ellos no sé, se debían de ver de noche, no sé si se llevaban bien o mal.
En aquella época yo quería ser batería, de eso sí me acuerdo bien, lo tenía clarísimo, estaba loco por una batería y se lo dije a mi padre; parece ser, no recuerdo el proceso, que hubo una discusión, me cogió del cuello, me tiró contra la pared y me dijo: «Cabrón, a tu madre le quedan unos meses de vida y tú me vienes con la mariconada de querer una batería». Me tiró al suelo y me dio puñetazos y patadas. Pero él no era violento, ¿eh?, estalló. Yo lo hice estallar. ¿Qué? Bueno, sí, ahí sí era violento, pero, somos violentos.
Ahora sé que he heredado muchas cosas de él. Cuando mi padre decía las cosas, eran como puñetazos, no lo que decía, sino la manera, la mirada, el gesto. Eso, de alguna forma, yo tengo problemas con eso. Todo esto me afecta mucho. Voy a levantarme.
Yo a veces soy violento.
Ya está. Puedo continuar. Mira, no recuerdo que mi padre me pidiera perdón nunca, no te lo podría decir, no recuerdo. Yo tampoco se lo eché nunca en cara. Supongo que eso lo llevo, ahora me doy cuenta de cosas. Eso con más cosas.
Eso que te he contado ocurrió en su taller. Empecé a llorar, pero no sé qué hice luego, no lo sé. Por esto y por millones de cosas me pondría a llorar ahora mismo, pero no lloro.
Sigo con lo de mi madre, estábamos ahí, ¿no? Yo qué me iba a imaginar. Todos me decían que mi madre se pondría bien, y cuando oí eso, la palabra morir, ni había asimilado ese concepto, esa palabra.
Me quedé solo con mi padre. Entonces lo veía un poco más. Yo vivía en su casa, claro. ¿Qué? Bueno, en nuestra casa. Entonces, claro, las posturas se hicieron más marcadas. Él se volvió más padre, más mandón, más férreo, creía que así yo sería mejor, no sé, pero yo cada vez era más rebelde, más transgresor.
Al cabo de ocho meses de la muerte de mi madre, él estaba muy mal y yo me había encerrado en mí mismo, estaba en plena adolescencia, yo también lo estaba pasando mal, y me fui de casa.
Conseguí una batería y me fui a tocar con un grupo. Ahora es un grupo mítico dentro del punk. Ensayábamos en Sant Boi, éramos unos niñatos, imagínate. Entonces ya tocaba la batería, sí, sí, sí. Me escapé y me fui a vivir al local donde ensayábamos, dormía en un saco, cualquier cosa me parecía bien. A él le fue fácil encontrarme, me buscó con mi tío. Cuando me encontró se echó a llorar. Yo no, yo ya estaba colapsado, ¿sabes?, fosilizado, así que no reaccioné. Mi tío me dijo: «¿Por qué lo has hecho?». No dije nada. No podía decir nada. Antes de irme de casa había empezado a fumar porros y en el grupo probé por primera vez las anfetas y el LSD; podíamos comprar porque nos salían baratas: la cantante del grupo tenía dieciocho años, trabajaba en un centro médico, cogía recetas, era fácil, y en Sant Boi siempre había alguien que traía de Ámsterdam, era casi regalado. El peligro de que nos pillaran formaba parte del show. Nos gustaba colocarnos, pero lo que más nos gustaba era ir en contra. ¿En contra de qué? Pues del sistema. Volví a casa. Hubo un período en que la relación fue mucho mejor, pero yo seguía viviendo una lucha interna conmigo. No sé si ahí tuve un desamor o fue esa especie de depresión que creo que sentí durante toda mi adolescencia, no sé, no recuerdo la razón, pero ahí hice mi primer intento de suicidio. Tenía diecisiete años. Me tomé una caja de Valium, entera. Me encontró mi padre, me pegó unas tortas hasta que me espabilé. Hablamos, no me acuerdo de qué, pero pobre hombre, imagínate, más gastado que la hostia y lo que le había caído conmigo, ¡lo que le faltaba! En esa época seguí con el mismo grupo, ¿o no? No, no, me metí con otro grupo, un grupo que fue muy importante en mi vida porque eran mayores que yo y me mostraron cosas nuevas. Ahí apareció mi amigo Kyran, él me enseñó que en la vida también había poesía.
Yo seguí tomando anfetas, y empecé con el alcohol, pero era muy inocente. Lo hacía todo en grupo, lo hacíamos porque todo era nuevo, yo lo que quería era conocer cosas nuevas. Y ahí estaban las cosas nuevas. Empecé a pasar del cole. Sí, pero yo en el cole, fatal, lo recuerdo como una condena, a los chavales más difíciles, o sea yo, pues éramos los tontos, y entonces asumí que era tonto . Yo tenía un problema de abstracción, podía ir mirando la ventana, con cualquier cosa me iba. El cole no me estimulaba nada; una vez a mí me interesaba mucho la asignatura de Lengua, ¿sabes?, y un día el profe se puso enfermo y vino un sustituto que no tenía datos sobre nosotros, y mandó hacer una redacción y la mía le gustó tanto que empezó a alabarme como si yo fuera una lumbrera, y para los niños, que yo era el hazmerreír, ver que alguien, un profe, me destacaba como inteligente pues fue un shock; ese creyó en mí, pero duró quince días. Durante quince días me sentí bien. Volvió el otro y todo otra vez en su sitio, volví a ser el tonto. Me dolía. Ese dolor aún está igual. Sí. Todos mis pensamientos están en tierra de nadie. Sí, están por ahí, como un gas.
Poco a poco dejé de ir. Hacía muchas campanas, hasta que dejé de ir. Estaba siempre con mis grupos, tocando la batería. Mi padre se enteró de que hacía seis meses que no iba al cole, otra vez follón. Yo vivía con él mintiendo.
En esa época apareció mi primer amor. Fue la primera vez que llegué al otro planeta. A vosotras. Era preciosa. Llegar a ella, poder tocarla, fue, bueno, llegar al otro lado y que fuera tuyo, eso sí que era nuevo, ¿sabes?, ¡el mundo femenino! Duró poco, había atracción, pero éramos muy jóvenes, solo hubo un acercamiento de sentir los labios, el calor, tocamientos, nada más. Cuando se acabó sentí un vacío, pero no fue catastrófico, ahí no. Ah, cuando mi padre descubrió que no iba al cole, me dijo: «Si no estudias, pues a trabajar». Empecé con él, no lo aguantaba, no aguantaba nada, ni los horarios, ni a él, ni lo que tenía que hacer. Sus miradas seguían siendo como golpes; si le confrontaba, me hacía callar, me levantaba la voz. Estuve trabajando con él durante tres años, un suplicio. Después de trabajar me iba a tocar, todas las tardes; si podía también me iba por la noche, los fines de semana, me lo combinaba como podía. Él me lo prohibía, pero al final acababa diciéndome que hiciera lo que quisiera con mi vida. Él quería que tuviese un buen futuro, algo seguro, y yo para él hacía todo lo contrario. Pocas veces me hablaba de mi madre.
Yo no. Nunca le hablé de ella. No sé si alguna vez estuvo con otra mujer, yo no la vi. A veces, de repente, surgía un acercamiento y hablábamos. El intentaba acercarse y yo me dejaba, pero en cuanto me decía algo que me molestaba, yo me iba. Casi siempre huía de él. Yo estaba en una fiebre total de adolescente, sufría mucho, pero también me lo pasaba bien, me lo pasaba bien con el nuevo grupo, me lo pasaba bien tocando la batería, para mí tocar era la posibilidad de conocer gente, de pertenecer a otro engranaje, de ser alguien, de tener poder; además, el grupo iba bien, teníamos éxito.
Tocar era lo que más me gustaba. ¿Por dónde iba? Sí, dejé de trabajar con mi padre y empecé a irme de casa. Siempre volvía. En esos intervalos en que desaparecía y volvía a casa, yo me sentía humillado, rendido. La segunda vez me fui con una chica. Con ella estuvimos en cuatro mil casas, no había un trabajo, no había estabilidad y, a la mínima, tenía que volver, no tenía sitio para dormir, sí, a veces en casa de los amigos, pero acababa volviendo. Mi padre siempre me abría la puerta. Entonces, para ganar algo de dinero, empecé a pintar pisos porque era un trabajo libre. Antes, ¿eh?, ahora no, antes era fácil, hacías una capa de pintura y te ibas a ensayar, y si había actuaciones, podías estar tres días sin ir a pintar. Pero, aun así, me iba de casa y volvía. Sí. No sé, no sé cuántos años he estado así, creo que hasta el año 85. Siempre me iba por chicas, cuando acababa la relación con ellas volvía a casa de mi padre. Me acogía bien, me decía: «¿Ya la has cagado otra vez?». Pero me dejaba vivir ahí. Éramos dos extraños, padre e hijo.
Yo volvía con una tremenda sensación de derrota, o sea: «A mí me ha ido mal en mis ideas y entonces tenía razón papá». Intuyo que siempre he sido muy paranoico, creo que yo veía cosas que solo estaban en mi cabeza, digamos que mi olfato es, no sé cómo decirlo, a veces lo tengo muy afinado y a veces no doy pie con bola. Ya sé que él no quería que yo fuera músico ni nada que se saliera de ser un hombre de familia y con una raya al lado, como Aznar, pero es que yo tenía una fiebre, ¿sabes?, era joven.
Quiero hablarte de Kyran, fue una de las primeras personas que me hizo cambiar. Entonces se hacía llamar Charli, porque Kyran, en aquella época, era un nombre muy hippy y nosotros éramos punks; sus padres eran hippies, habían ido a la India y esas cosas, él también les hacía la contra. En esa época, nos drogábamos, vamos a ver, tomábamos anfetaminas y alcohol, pero nunca caballo, no estábamos interesados; la coca era inalcanzable por el precio, y el caballo, pues no, porque no surgió, no estaba en aquel ambiente, si no yo creo que hubiese caído, no sé, además el caballo requiere una jeringuilla y eso me da mal rollo; la anfetamina es acción mental, no paras, y el caballo es ralentí, te quedas paralizado, a mí eso no me interesaba. Bebíamos cerveza con menta, con grosella, cócteles, martinis, pero sin remover, como James Bond.
Te estaba hablando de Kyran. Kyran es básico. Te pongo al corriente de cómo apareció Kyran en mi vida y yo en la suya: yo hacía campana y me iba al local de ensayo que había en mi barrio. Eran un desastre esos locales, pero, hija mía, ahí empezó todo, iba a ensayar allí, yo entonces no era punk ni nada, yo quería ser músico, batería, y ser como mis estrellas: Sweet, los reyes del Glam, ¿no?, un tipo de sonido de los setenta, por eso toqué la batería. Aquí empieza el querer ser otro, mi héroe era Mick Tucker. Alquilé el local yo solo. Estaba ahí cada tarde, solo, tocaba como un loco, me costaba quinientas pesetas al mes, de las pagas y lo que pillaba de mis astucias: ve a comprar un bistec y la leche. Y volvía con cinco duros y me los quedaba. Me pasaba toda la tarde ahí, y entonces apareció un grupo y alquiló el local de al lado. La estética de ese grupo no tenía nada que ver conmigo ni con la estética nuestra, digamos que era más punk, iban de cuero negro, botines, americana de cuero, camisa de tigre, y, claro, él, Kyran, como era diferente y yo era muy corto, mal rollo con Kyran; un día me hizo una broma, te cuento: en las puertas del local había un candado abierto, éramos así, y él lo cerró, me quedé dentro, me puse muy rabioso, no recuerdo cómo fue; al final salí y, con toda mi rabia, arranqué la puerta o me abrió alguien, no sé. Fui a su local y fui a por él, nos empezamos a pegar y nos paramos, nos mirábamos a los ojos, paramos, me miró y sonreímos, nos levantamos del suelo y nos fuimos a un bar a hablar, sí, y nos pasamos cuatro o cinco horas bebiendo Voll-Damm y hablando; y lo que él despertó en mí fue una pasada, me empezó a hablar de nuevas músicas, de poesía, de Baudelaire, de Rimbaud, de David Bowie, Iggy Pop. ¿Has visto mi tatuaje? Mira, es de esa época. ¿Te gusta? Kyran me habló de los misterios de la noche, yo estaba hipnotizado, él sabía hablar, contar, era un dandi; cambié, tuve discos nuevos, me dejó ropa e hicimos un grupo, nos volvimos inseparables, sí, hacíamos música, escribíamos juntos, las noches eran verdaderos rituales, leíamos La voz, El albatros, Elevación, escuchábamos a David Bowie o Iggy Pop en su casa o en la mía, tomábamos anfetas, cervezas, bailábamos, nos inundábamos de sonido, de luz, de poesía, y a veces de sexo. Había, supongo, un trasfondo homosexual, pero lo importante era la comunión; a nuestra manera, digamos, éramos dos dandis. Todo era pura magia. Lo pasamos bien hasta que un día se fue a Alemania y nos separamos. Pero durante ocho años mantuvimos correspondencia, una correspondencia que era pura poesía, y luego yo ya había desarrollado una forma de ser, había cambiado mi percepción y mi recepción, las dos cosas. Leía poesía en voz alta. Fue mi mejor época.
Mi padre me tiró todas las cartas de Kyran a la basura en un ataque de ira. Seguía detestando todo lo mío y, en un momento, cogió un paquete con mis cosas sagradas y me las tiró todas. Sí.
Apareció otro grupo, pero no pongas el nombre, eran gente mucho mayor, me daban mucha información, con ellos cada día se convertía en una fiesta. Yo, en aquella época, empecé a jugar con la ambigüedad, tenía diecinueve años, no sé, me daba apertura, podía acercarme a los hombres igual que a las mujeres y, de repente, en esa época, me entraron muchas ganas de saber.
¿De saber qué?
Aún no lo sé, chica. No lo sé aún.
Se nos acabó la hora, Pablo.
Sí.
VALLCARCA, 10 DE LA MAÑANA
INTERIOR
8 de abril de 2003
¿Dónde me quedé? Ah, sí. Sí, sí, déjame un minuto. ¿Dónde? Ya. Seguía con gente que era pura dinamita, gente con poder, gente que jugaba con todo, que se metía de todo y que también escribían buenas canciones, como… no pongas el nombre. Pon «X». Sí, porque, bueno, X vino un día a mi casa, yo entonces vivía en la calle Darai, con una chica, y él vino a decirme que él ya había hecho todo en la vida, había hecho buena música, había amado a su chica, chupado pollas, robado y que estaba cansado, que había perdido el rumbo; yo no entendí el trasfondo, sí, me quedé embobado y no entendí que se estaba despidiendo, sí, se suicidó al día siguiente. Me quedé hecho polvo, yo entonces estaba viviendo una fuerte confrontación con mi padre. A todo esto, yo había editado ya dos discos nuevos con un grupo y tenía cierta fama en el ambiente. Yo ya era más o menos como el hombre de mis sueños, pero pobre, pobre en el sentido de que aún no era una estrella. Actuábamos mucho en vivo, para mi ego eso era como sumergirme en el poder, estaba borracho de esa potencia, de estar en un grupo que sobresalía, que era especial, estaba embriagado por las actuaciones en directo. Tomábamos anfetas a tope. Creo que había algo de autodestrucción; no lo creo, lo había; y de rabia, pero toda esa intensidad me daba mucha fuerza, una gran fuerza que nunca supe hacia dónde dirigir. Las anfetas no crean dependencia, no te hacen sentir yonqui, pero en aquella época que quería más y más y más, la anfeta te lo proporcionaba. Yo siempre tenía dudas, dudas de todo, y eso me producía mucha melancolía. Tenía depresiones cada lunes, la bajada era tremenda. Ya no iba al cole. Lo dejé a los quince años. Ya era músico. Cuando me quedaba sin dinero pintaba pisos. Aún iba a casa de mi padre. Cuando estaba derrotado me dejaba caer ahí. ¿Ya la has cagado otra vez? Sí.
¿Sabes de qué me doy cuenta ahora?, de que me hubiera gustado mucho estudiar, pero no sé qué. Ahora me interesan muchas cosas, pero ahora estoy roto, fermentado. Aunque estoy abierto, aún hay una parte de mí que quiere cosas nuevas. Me gustaría, cómo escoger unas palabras para decirte, digamos que necesito cambiar, estoy dejando cosas atrás sin tener nada delante. Lo del pasado no funciona ya. ¿Crees que estoy a tiempo?
Ahora no me drogo nada. Pero bebo, no mucho, o sea, a veces bebo para apagar un poco el fuego, porque el fuego es el mismo que cuando tenía ocho años, de una forma u otra siempre he tenido este mismo fuego. Hay cosas que no cambian. Tengo ganas de apagar este fuego. O de tener una dirección. Siempre voy a tientas. Como dice Krishnamurti: «En fragmentos».
Pero, dime, ¿crees que aún estoy a tiempo?
Sí, claro que sí.
Gracias.
Sigo con mi padre. En vez de mi historia parece la historia de mi padre. Claro, es nuestra historia. Nuestra guerra. Entre mi padre y yo siempre ha habido guerras. Siempre tenía ganas de acercarme a él, pero me era imposible, él hacía lo que podía, no se lo puse nunca fácil, yo estaba siempre tenso. Me autoculpaba, pero no sabía cómo remediarlo, siempre conflictivo. Un día, lo recuerdo muy bien, hubo un acercamiento, casi imperceptible, yo tenía treinta y un años, empecé a acercarme, déjame pensar, él trabajaba en la General Óptica, de portero, había dejado su joyería por una crisis que hubo, él trabajaba por libre, y de pronto se encontró, ya mayor, con cincuenta y seis años y que el negocio le empieza a ir fatal, sin un duro; recuerdo que el pobre hombre empezó a tener deudas, y así pasó de joyero a portero; él era un manitas, un manos de oro. Durante esa época yo lo iba a ver a la portería, comíamos juntos, intentábamos no provocarnos. Cuando maduré más, ya dejé de odiarlo, de verlo como un enemigo, me daba cuenta de que los dos habíamos vivido un calvario en el mismo infierno. Siempre he tenido una visión triste de esta vida. Él supongo que también, aunque no lo sé. Desde que mi madre se puso enferma, todo fue un calvario. No recuerdo haber hablado de eso con él. Sí, ahora recuerdo, una vez, yo había tomado anfetas y estaba muy lúcido, muy mental, y jugaba, recuerdo que jugaba hasta con la depresión, la transformaba en algo muy poético, y ese día empecé a imaginar cosas muy bellas, me dio un ataque de amor y lo fui a ver, pero no me acuerdo de qué pasó, me parece que todo fue algo interno. Sí.
Solo te he hablado de un suicidio, pero hay otros.
Mi padre, del tercero, ni se enteró. El último intento lo hice a los veintiocho años, creo. No te lo puedo decir exacto porque en ese intento nunca sabré lo que ocurrió ni lo que pasó más tarde, pero cambiaron muchas cosas. Ahora tengo un lapsus. Sí. Una laguna. Clic.
Mi padre se creía que yo vivía de la sopa boba y un día me vino a visitar al trabajo. Me vio trabajando, estaba pintando una escalera y él, mira, fue a verme y se dio cuenta de que yo trabajaba mucho, y vi cómo me miraba. Creo que éramos como dos buscadores, sí, dos buscadores que se agarran el uno al otro y se van ahogando. Desde entonces ya discutíamos menos. Mi sensación con mi padre siempre era de derrotado, ya te lo he dicho, no de perdedor, ¿eh?, cuidado, no. Ahora viene una fecha clave, voy a llorar, mira, fue un día antes de que se jubilara, antes, bueno, dos semanas antes de que se jubilara, él iba a cazar, le gustaba mucho, ahí vivía con él, pues yo ese día me fui de marcha y cuando volví me lo encontré retorcido de dolor con la ropa de cazador, y eran las doce del mediodía, él debía de llevar así unas seis horas, se iba solo a la montaña y volvió solo, con el puto dolor; nada más verme empezó a insultarme: «¿Dónde coño estabas, cabrón?». Parece que se cayó y se clavó algo. No sé por qué no llamó a nadie, no sé. Pues ese día, el día antes de jubilarse, yo estaba muy contento porque se jubilaba mi padre, había ahorrado dinero y pedí un adelanto a la empresa para celebrar con mi padre su jubilación, compré pizzas, coca-colas, helados, y llego a casa y me lo encuentro otra vez retorcido en el suelo con unos dolores, quizá fue a partir de la caída en la montaña, no sé; lancé las pizzas, lo cogí, busqué un taxi y al hospital, y allí, imagínate, un día antes de su jubilación. Se recuperó, pero a partir de entonces algo ya no funcionaba, él se acojonó, una hernia, nunca acabó de encontrarse bien. Voy de un lado a otro, ¿no? Así es la memoria. Al cabo de un año me pidió que lo llevara al hospital. Le encontraron un tumor en el hígado. No parecía importante, por lo que dijeron. Aquí pon el capítulo: «El mundo de los médicos». Se operó, todo fue bien, pero tenía que hacer siempre régimen y medicarse, él tenía miedo. Me pedía que volviera con él y yo no podía porque, ¡puf!, como siempre, el mundo de ahí fuera y el mundo de casa de mi padre, no sé, ir ahí de nuevo era como tirar la toalla.
Él estaba totalmente solo. Siempre hemos sido solitarios, sin quererlo, sin quererlo nos hemos hecho así. Sin quererlo. Es inconsciencia. Por inercia. Yo, a partir de entonces, iba más a menudo a verlo. Se volvió a encontrar mal enseguida, muy mal. Lo ingresaron de nuevo. Los médicos no me decían nada, hasta que me lo dijeron: «Tu padre tiene una cirrosis bastante avanzada». Yo me quedé parado. No me lo podía creer. Un amigo suyo me dijo: «Tu padre, de joven, bebía mucho, y todo se paga». Pero mi padre no bebía desde el año 67, ni fumaba, no podía beber ni una copa porque el alcohol le producía manchas en la piel; aquí ahora me confundo, ah, sí, sí, me dijeron que le tenían que hacer un trasplante, yo le dije: «Papá, saldremos de esta». ¡Cómo me miró! Lo operaron, salió, y una nueva vida. Una nueva vida que duró cinco meses. Hubo un rechazo y lo llevaron a Sant Gervasi, a la Rotonda, que es donde van los enfermos terminales, y allí estuvo ocho meses. Y yo, cada día, allí, durante ocho meses, ¡joder!
Mi padre se convirtió en una cosa pequeñita y delgada, pero con el mismo furor que siempre. A veces aún me insultaba, pero ahí ya era otra cosa, me daba cuenta de que él hacía lo que podía. Nos acercamos mucho, se rompió la frontera entre padre e hijo. Un día vinieron los médicos a decirme que el deterioro iba a ir a más, y que, si prefería adelantar la muerte o mantener la vida, una vida cada vez peor. Yo, solo, tuve que decidir eso. Y yo creí que, si le adelantaban la muerte, iba a durar aún unos días, no sé, unas semanas, pero no, fue de un día para el otro, ¿o fue el mismo día? A todo eso, él, en la habitación, debió de intuir algo, porque yo salí a llamar a varias personas amigas, yo estaba temblando, apareció un amigo, me caí de rodillas, me abracé a él y me puse a llorar, ¡joder!; mi amigo me cogió, me levantó y me llevó a un bar, y cuando volví, él estaba consciente: «Hijo de puta, cabrón, ¿dónde estabas?, te quiero aquí, a mi lado». Mi padre pasó de la rabia a un estado de agitación, y yo diciéndole: «No pasa nada, no pasa nada»; y lo abracé y vi su mirada, y miró hacia arriba, hacia el techo, y desde esa agitación le cambió la cara, como si hubiera visto algo que no se esperaba, y ahí murió, en mis brazos. Nunca había sentido la soledad como en aquel momento. Me puse a llorar como un loco con mi padre en los brazos. Llegaron las enfermeras y se lo llevaron. Eran las dos de la madrugada. Totalmente ido y sumiso, cojo un taxi; llorando, le digo la dirección, llego a su casa, cojo ropa limpia, de mi padre, y me voy a pompas fúnebres y me dicen en la oficina: «¿Su padre tenía un seguro?», y pagué una locura por todo, como estaba tan ido.
Ahí acabó todo. Sí.
Luego vino otra época para mí. Yo no lo sabía, ni me lo esperaba, pues resulta que mi padre había ahorrado un dinero y me sirvió para dejar de trabajar durante un año. No cogí la brocha en un año. ¿Qué hice? Me sumergí en las drogas: aspit, ¿qué? A ver. No, así no se escribe esp, no, así no. Déjame. Speed. Así. No das ni una, lo escribes todo mal lo de las drogas, ¿no? Speed. Eso es. Mírame. Hoy estoy cansado, y lo que viene ahora creo que merece tener ganas de contarlo. Pero no me mires así. Así, como…
¿Cómo?
No sé. Con esa intensidad.
Disculpa. ¿Salimos a dar un paseo?
Sí.
VALLCARCA, 5 DE LA TARDE
INTERIOR
12 de abril de 2003
¿Te apetece un café, Pablo?
No, llevo ya seis mil.
¿Sabes qué he estado pensando estos días?, que ser drogadicto es como ser facha. Sí. La droga hace, te incita a ser reaccionario, vives en un mundo interior artificial, fuera de la realidad. Según qué droga tomes exagera las emociones, deteriora bastante tu alrededor, estás mucho más sensible, nervioso, totalmente arriba-abajo, y para poder enfrentarte a eso tienes que hacerte reaccionario, te montas unos escudos. A los soldados americanos se les suministraban anfetas, así sus actos podían ser pasadísimos. Hitler, en sus últimos años, tomaba mucha anfeta, eso exageró mucho más su enfermedad.
Sí, lo sé seguro. Yo nunca he parado. Ahora no tomo nada, nada. Pero desde los quince hasta los treinta y cinco, igual bajaba la dosis, me metía poca, pero cuando murió mi padre me volqué de lleno inconsciente y conscientemente, lo hice para huir de todo lo que había pasado. También para autodestruirme. ¿Culpable? Sí. Hombre, culpable de todo. ¡Hostia! Es que esto me lo he preguntado cuarenta mil veces. Es una especie de tortura. ¿De qué? Yo podía haber evitado muchas cosas. Desde la relación con mi padre, con la gente, haber cogido otra dirección en mi vida, pero por otra parte me he dejado llevar, que no es excusa, ¿eh?, ¡para nada! Me he dejado llevar por una inconsciencia que, chica, se me escapa de las manos. Esa inconsciencia gira como un viento, que no es excusa, ¿eh? No es excusa. No sé si me explico bien. Culpable de mi inconsciencia. Lo que yo pienso de mí no me deja ver las otras posibilidades. Justo estaba pensando: «Que no me pregunte eso, que no me lo pregunte». Que no sé lo que pienso de mí, ¡joder! No lo sé. Ni idea. Si me acuerdo de alguna, te llamo por teléfono. Sí. Ah, sí. Va. Dime tú algo. Dime algo que tú pienses de mí. Para eso estás aquí, ¿no? Te escucho. Es cómodo estar ahí, ¿no? Disculpa. La droga me ha dado mucha castaña, bueno, me he dado mucha castaña a mí mismo. Solo quería que dijeras algo bueno de mí.
Te escucho.
Eres todo corazón. Y delicado. Como los poemas que leías con tu amigo.
¿Cuáles?
«El albatros», por ejemplo. Y eres tierno, mucho.
Bueno, para. Ya.
Podría decir muchas más cosas, las voy a decir. He visto los dibujos que me dejaste y he escuchado los discos. Eres muy bueno.
Gracias. Ya está por hoy. Me he quedado, estoy osito de peluche. Y te lo vuelvo a decir, muchas gracias. Para mí es muy importante lo que dices de mí, es como un bálsamo. Sí. Sí, claro que me lo creo, pero, no, no sé si me lo creo, ¡hostia!, ¡cojonudo!, pero, bueno, no voy a rizar el rizo, no quiero darle a la olla de si te equivocas o no, esto es lo que, sin bucles, está bien así. Las otras me las dices luego, en el jardín. Sí. Que yo recuerde, muchas personas me han demostrado amor. Sí. Yo no tengo dificultad de dar, pero no sé recibir. Cuando me dan me quedo parapléjico. Cuando me dan regalos me bloqueo, me incomoda, lo agradezco mucho pero según cómo me dan muchas ganas de llorar. Me emociono. Y no quiero. No quiero. No es que sea un reprimido, amputado, eso sí. Sí, emocionalmente y además de raíz. Hay muchas barreras insalvables hasta llegar a las emociones. Sí. Insalvables. ¿Sabes por qué?, pues porque, aunque tengas muy buena fe, tus padres, hermanos, familia, no te hacen natural. No es que te hagan impuro, pero es muy difícil. Nadie es libre de sí mismo. ¿No crees? Yo sí lo creo. La pregunta es: ¿qué esperar hacer de mí? No tengo ni idea, guapa, de los planes que tengo. He pensado mucho, pero no sé. Estoy aún empezando a crecer. Ahora tengo un entorno que ayuda. Aquí estaré solo unos días. Como mucho un mes. Aunque estoy bien, ¿eh? Pero, cuando pienso en irme me viene mi casa actual. No te lo he dicho, pero estoy solo por primera vez, estoy pintando mi casa y flipo de cómo la estoy dejando, me falta nada, en cuanto salga de aquí. Eso es muy importante para mí. Yo, tengo un trabajo tan bestia conmigo que se me quitan las ganas, pero aquí vamos a la pregunta de antes, la del principio, ¿me siento culpable? Sí, pero no siempre, porque tengo fe y la pregunta es: ¿fe en qué? No sé, pero aquí estoy. Cuando tengo fe se me pasa el miedo y no se me aparecen los otros Pablos. Cuando tengo fe pienso en que en una semana acabo con esto y acabo de pintar mi casa y empiezo una nueva vida. Sí. Cuando los otros Pablos se quedan tranquilitos, todo va bien. Nunca se sabe cuándo va a aparecer el Pablo ansioso, el Pablo enfermo, el Pablo cobarde, el orgulloso, el pasota, el noble (me cuesta reconocerlo, pero también está), el trabajador. Estoy demasiado en mí. Desde que me levanto hasta que me voy a dormir estoy totalmente dependiente de mí, y mi relación conmigo mismo es fatal. Muto. Muto según lo que venga. No cambio. Muto. Me gustaría estar tranquilo. A gusto. Necesito parar. Estoy esperando que el mundo de afuera me haga parar, y eso hace cuarenta y dos años que lo espero. Sí. Ahora me doy cuenta de que no es el mundo de afuera.
¿Dónde nos quedamos? Nos quedamos en la época, ¿te acuerdas? Bueno, yo no quería hacer nada. Quería disfrutar de ese dinero que me cayó como del cielo, y me creé una ficción conmigo mismo. La del dandi decadente. Buscaba en la oscuridad. Me gasté dos kilos y medio en nueve meses. Todos los ahorros de mi padre, y, como fue de esa forma, pues me pareció hasta largo. Salía cada noche, me drogaba, flotaba continuamente, diferentes vicios sexuales, bueno, no eran vicios, digamos diferentes formas, ropa nueva, no hacer nada, siempre comía en restaurantes, disfrutaba del tiempo de una manera melancólica y lánguida. ¿Me gustó? Sí. Sí. Lo repetiría y me lo pasaría mejor. Sí. Ahora soy más práctico. En ese momento huía de la muerte de mi padre, de la relación que tuvimos, y, además, era su dinero, y eso, cada peseta que gastaba, había en ello una culpabilidad. Ah, ahora no haría eso, haría otras cosas. Gastaría lo imprescindible, trabajaría igual, pero mucho más tranquilo. ¿Algo que no haría? Pues, no volvería a gastar en prostitución, no, ni en drogas. Más práctico. Así es como viví el duelo. ¡Vivir! Vivir sin vivir en mí. Sí. Huía, pero no siempre. A veces lo afrontaba de cara.
Cada día de mi vida me acuerdo de él. Cuando tengo un buen momento, en el que hilo fino, lo veo bien, tengo buen recuerdo, pero la verdad es que esta relación me ha dejado un poco tocado. El otro día lo pensaba, sí, y creo que más que la droga fue la relación con mi padre lo que me ha dejado tocado. Ayer, ayer pensaba en ello. Me ha tocado. Por eso, para empezar de nuevo, me tengo que liberar de eso. Para ser yo. Necesito bastante infraestructura.
Cuando se me acabó el dinero volví a trabajar. Me costó empezar, bajar del globo, de la película que me había montado. Seguía yendo de prostitución de vez en cuando, a veces pagaba solo para ver el cuerpo de una mujer y tocarla, no para echar un polvo. Era incapaz de tener relaciones sin ir de prostitución. Me era imposible acceder a tener relación con chicas. Me costaba. Estaba ido por la droga. También estaba harto de esa época, por eso me gasté el dinero de esa forma. Tengo una laguna. Ahora no sé cuánto hace de todo esto. He perdido la cuenta. Llevo un follón con el tiempo, no sé, la verdad, ni me preocupa. Lo bueno de todo ¿sabes qué es?, mira, estoy limpio de droga. Después de ese mogollón dejé de tomar anfetas. Sí, gracias a que nunca me metí coca ni caballo, si no yo no podría estar aquí ahora hablando, tendría la cabeza como un queso gruyer. Aunque el speed, si yo ya estaba desequilibrado, me desequilibró aún más. Me fue fácil cambiar. Nunca he tenido problemas para dejar las anfetaminas. La última vez que tomé fue en julio y no tengo ningunas ganas de tomar. Mira que he tenido ocasión, pero no. No. Eso ya está. He tomado, ¡puf! El camello venía a mi casa cada jueves y me traía, no pongas la cantidad, por favor, casi la mitad era para invitar, ¿eh? Podía estar cuatro días o más sin dormir y sin comer, solo café y tabaco. Ahora lo pienso y, ¡qué pereza eso otra vez! Durante mucho tiempo fue mi compañera, para lo bueno y para lo malo. A todo eso yo continuaba con la música, pero con ordenador. Solo. También leía, dibujaba, estaba en plena creatividad, bueno, buscando. Lo que ganaba durante la semana, me lo gastaba el fin de semana. Seguía leyendo a Baudelaire, Oscar Wilde, que, por cierto, tiene cuentos para niños preciosos, te los regalaré para que le cuentes a tu niña, también leía a Huysmans, este también te lo regalaré, Camus, es imprescindible leerlo, Guy de Maupassant, también te lo regalaré, te voy a traer así de libros, Bécquer, también leía metafísica. Y sin quererlo, todo me metía en lo mismo: la mujer, la música, la poesía, todo era para mí la misma búsqueda. Yo no iba mal encaminado, pero sí equivocado. Sí. Parece contradictorio, pero, la vida es contradictoria. Lo que quiero decir es que no iba mal encaminado, pero la forma era equivocada, sí, porque me metía mucha química. Transgredía constantemente, como un cobarde, de ahí mi culpa. Las formas. Y mi relación con la prostitución. Como no tenía relación con chicas y me volvía loco por acceder, y eso era vital para mí, entonces tenía que pagar. Con la broma de las drogas estuve cuatro años sin relaciones. Sí. A veces iba solamente para que me tocaran en el hombro, para oler, para sentir, y luego me ponía a dibujar como un loco. Podía estar cuatro días sin dormir y dibujando. No me gustaba el sexo con ellas, iba por otras cosas. A veces para hablar, curiosidad por sus formas. Encontré de todo. Había de todo. Al final iba siempre a la misma y nos hicimos amigos, ella sabía lo que yo quería. A veces quería llorar. Solo eso, pero no podía. Lloraba después, en casa. Ahora no lo sé. Tenía ganas. Durante mucho tiempo, el deseo de una relación se enquistaba y se hacía enorme. La pregunta es si he llorado. No. No lloraba, en aquella época. Bueno, ahora tampoco. Lloro por dentro, sin echar lágrimas. En general, las prostitutas eran frías, no se comprometían, era su trabajo y ya era bastante duro, mantienen la distancia, te dan una forma de relación artificial. Ahora me gustaría dar un paseo. Sí, contigo, claro. Vale, cuando acabemos. ¿Sabes por qué te dije que sí? Sí, claro, tenía ganas de hablar, eso también, pero, porque eras una chica.
Luego, las formas cambiaron. ¿Cuándo fue? En el 85 u 86, me quedé sin trabajo, y tenía un amigo, un dibujante de cómics transgresores, digamos, y yo le dije: «Si te enteras de algo, dame un toque, que estoy parado». Un día me llama y me dice: «Tengo un trabajo para ti, pero no es de pintura». Resulta que tenía unos amigos-socios que hacían sadomaso, películas. En dos fines de semana hacían media docena de pelis sadomaso y las vendían por correo. En aquella época, ese era un mundo cerrado, difícil de acceder, no como ahora. Y se sabía que, si se vendían a diferentes puntos muy concretos de España, había rendimiento. Era ilegal, por supuesto. Me lo propuso, faltaban amos y que, si quería, me pagaban cuarenta mil pesetas cada fin de semana, estaba muy bien. Mentí, dije que tenía experiencia y me metí. Ni me lo pensé. Me gustó la idea. Acceder a algo que no conocía y además había sexo, que era mi gran pasión, y buscar nuevas cosas y encima cobrando. Quedamos en una casa de prostitutas, céntrica, habían alquilado una habitación a la madama y allí era el plató. Éramos ocho personas: tres mujeres, un hombre, un ayudante, dos cámaras, yo y los productores. Eran gente normal, tranquila, nunca te los hubieras imaginado así. Yo ese día me había metido speed por un tubo. Me dijeron lo que tenía que hacer. Había un pequeño boceto, y ahí improvisar, todo muy normal, lo que se buscaba era naturalidad, como si estuvieses en el comedor de tu casa. Cámara fija. Yo era amo, había otra ama, profesional, y entre los dos nos repartíamos las películas. Ella me ayudó mucho. A mí me dio ahí un ataque de creatividad, proponía cosas, me gustaba, y me propusieron si quería escribir yo los guiones. Lo hice. Me metí de lleno. El speed, sus efectos, me daba muchísima claridad.
Un día me entero de que una de las chicas, que era la sumisa, o sea la que recibe, pues, que no cobraba, pues fíjate, sí, lo hacía por amor al arte. Ni le interesaba cobrar. Ella ya tenía su trabajo. Le gustaba, sí. Todo era de verdad. Sí. De verdad. Las hostias eran de verdad, las hostias y más allá. No había actuación. Eran películas de verdad. Entre ella y yo hubo un enamoramiento. Ella se dejaba hacer casi todo y yo tenía curiosidad. ¿Cómo podía aguantar? ¿Y por qué tanto dolor? No lo sé. Se dejaba golpear con látigos, palos, de todo. Tenía en los labios vaginales dos aros y allí le colocaban unas pesas pequeñas y unas pinzas metálicas con cadenas, y ella lo aguantaba todo. Yo estaba en catarsis, estaba totalmente ido. Estaba dentro de esa fiebre que tenía cuando era pequeño. No sé explicarlo, sí, me recuerdo como si siempre hubiera estado con fiebre. Al parar las sesiones, cuando acabábamos, el equipo se quedaba en la casa de citas hasta el día siguiente y yo me quedaba vigilando, con ella, y ahí nos enrollamos. Hubo de todo. También mucho amor. No es vicio, el sado, ¿eh? Es una forma muy intensa, pero no tiene por qué ser malo, según cómo lo hagas. Al cabo de un mes me fui a vivir con ella y con su hijo pequeño. Vivían en un lugar precioso, en medio de la montaña, en un pueblo. Estuvimos juntos casi un año. Nuestras actividades sexuales estaban dentro del mundo del sado. Nos gustaba. Ella quería ya romper con eso porque llevaba muchos años, lo hacía por amor al arte. Recibía unos castigos increíbles, acababa con el cuerpo morado. Mi amor por ella era por saber por qué hacía esto. No lo descubrí. Quizá mi amor por ella, mi amor, suena raro, ¿no? quizá, nos unimos por otras razones, ¿no? Sí. Ahora me doy cuenta, sí. Ella buscaba unas cosas y yo otras. Pero no sé. Tendría que pensar. Seguro que cuando te vayas me quedaré pensando. Mi dolor y el suyo. No sé, chica. Ella tenía un hermano yonqui que vivía del cuento, cuando él estaba ahí, ella me cogía dinero y no me lo decía, me daba cuenta después o al día siguiente, se lo daba a él, eso, yo me estaba hartando. No sé por qué lo hacía, ella tenía su dinero, tenía un puesto de trabajo importante, no estaba necesitada, lo del sado lo hacía porque quería. Pero mira, eso también lo pensaré después, el dinero para su hermano tenía que salir de mi bolsillo porque ella, consciente o no, lo decidía así. Y yo nunca se lo pregunté, nosotros no hablábamos mucho. No teníamos mucha comunicación. El niño no se enteraba de nada, de nada. Bueno, ahora que lo pienso, se enteraría de otra manera, ¿no? Yo qué sé. A ella le costaba expresarse, se expresaba mal. Cuando hablábamos del sado no sabía por qué lo hacía, decía que la sobrepasaba y era, creo recordar, que entraba en un estado que iba mucho más allá del placer. Y yo, yo sí sabía. A mí no me gustaba. Sí. No me gustaba. Lo hacía porque ella me lo pedía, pero, al golpearla, yo entraba en un estado, bueno, me excitaba, me excitaba lo nuevo, lo desconocido. Era como ir en un tobogán y no poder parar. Yo la ataba, se llama bondage, esa era la técnica: inmovilizar. Hubiese preferido otra forma de relación, pero ella me gustaba y me lo pedía y, aunque al principio no quería, yo entraba en ese estado de no poder parar. Ese estado de fiebre. Esa fiebre de la que ya te he hablado.
Es curioso porque yo esto lo había dejado, bueno lo hice alguna otra vez, pero lo había dejado, y ahora lo vuelvo a hacer. Esto no te lo he contado. Desde hace poco, con mi relación actual. Ella me lo pide. Se enteró y me pidió que quería probar, no sé si quiero seguir hablando. Me gustaría salir a pasear contigo. Ya continuaremos otro día.
VALLCARCA, 10 DE LA MAÑANA
EXTERIOR. EN LOS JARDINES, CON PABLO
25 de abril de 2003
Tenía muchas ganas de que vinieras. He tenido fiebre. El otro Pablo, ya te dije, el Pablo de la fiebre. Era una fiebre de verdad. ¿Sabes que aquí hay cámaras? Claro, claro que lo sabes. Unas pequeñas cámaras en todas las habitaciones. Si llamo por móvil también lo ve la cámara. Esta es otra película. Tú escribes el guion. Si quieres puedes cambiarlo. Puedes decir que estamos en mi casa, en la terraza, y que yo voy a preparar un café mientras tú te sientas en mi sillón verde. ¿Qué te parece?
Aunque hoy te pida que salgamos a pasear, no te preocupes, es mejor que, sí, tengo ganas de hablar. Es como si estuviera escribiendo algo y me hubiese quedado a medias. Necesito continuar, ya te he dicho que tenía muchas ganas de que vinieras. Estábamos en el bondage. Sí, por ahí estábamos. Ya he hablado con mi novia, no le importa que te lo cuente. ¿Sabes cómo la inmovilizo? Con lazos, con cinturones y con esposas. Los nudos de los lazos tienen que ser bonitos, delicados, no se ata de cualquier manera, no, todo tiene un porqué, es todo un mundo, un arte. La persona inmovilizada es un objeto. Un objeto del otro. El sado también es una metáfora. Hay dos roles: uno, el que ejerce libre albedrío con el cuerpo atado, y dos, el que está a tu merced. ¿Te suena? Uno manda sobre el otro y el otro no solo está de acuerdo, sino que le gusta. Es una transgresión muy intensa del placer. Aquí yo hago lo que me da la gana y ella no sabe nunca lo que le va a ocurrir. Lo que le va a ocurrir es una sorpresa. Y los dos roles se llevan al extremo. No hay límites. Si se te va la mano, la matas. Ha habido muertos, sí. El que hace de amo, si eres muy buen amo, sabe cómo subir el tono hasta delirar y que el placer y el dolor sea una misma cosa sin que te pases. Yo he ido aprendiendo poco a poco. ¿Estás incómoda? A mí me gusta contarte esto. Me excita. Me gusta. Ahora no me malinterpretes. Yo no soy un sadista, no, yo soy un curioso. No tengo necesidad. Nunca he tenido necesidad. Es la curiosidad. Y mi novia también es curiosa. Eso es todo. Un día me vio, encontró una peli y le gustó, le conté y enseguida me lo pidió, también por curiosidad, sí. Yo sé pegar. Yo no saco mi rabia en esas actividades, para mí es una forma preciosa de amor. Lo vivo muy natural. Y tengo mucho cuidado. Es muy bestia transgredir la relación normal y corriente. Yo he visto cosas muy bestias y no es así la forma en que yo lo hago, para mí es una forma más, me divierte, es muy excitante. ¿Sabes por qué te lo cuento? Porque tengo ganas de que esto se sepa, porque el sado no es lo que la gente cree. El sado es un juego. Además, hay grados. Sí, puede haber un poco de peligro, pero yo soy un osito. Es un juego permitido entre los dos, acordado. El rol puede cambiar, ¿ves? En la vida no es fácil cambiar los roles porque no son acuerdos. Esto es un juego, yo puedo cambiar el rol, ser el que recibe. Me gusta, es excitante, es nuevo. Siempre todo dentro de ese ritual, de ese contexto. Fuera de ahí, no. Me gustan los elementos del sado. Yo no uso látigos, eso no. Uso una pala de madera o de cocina y pego suave, pico. Hay formas. Depende de lo que te pidan. Mi novia está empezando, le va. Todo esto no influye en su vida privada. Ella está separada y tiene dos hijas adolescentes. Es una buena madre. No nos sentimos monstruos.
Son formas. Nada más. Formas adictivas, si quieres. Pero la vida es una adicción, ¿no? Yo creo que sí. Más, más, más.
Estos días he estado pensando algunas cosas. Me gustaría, en cuanto salga de aquí, yo creo que salgo ya, pues hacer meditación, ¿qué te parece? Y también me gustaría hacerme vegetariano. Uno de mis compañeros de grupo es vegetariano y me estuvo hablando, dice que eso te da más calma, él cultiva sus propias verduras, se va el martes. Vive en las afueras de Madrid y me ha invitado a su casa. Se hizo vegetariano porque, bueno, esto es otra historia, mejor te la cuenta él si quiere. ¿A ti qué te parece?
También he estado pensando en la felicidad. Hay dos cosas que para mí son muy importantes ahora: mi casa y la relación con mi novia. Tengo que centrarme en eso y olvidarme un poco de sacar de mí esos otros Pablos. Es que son muchas cosas, guapa. Dime tú. Muchas cosas, pero en el fondo todo es lo mismo. En el fondo siempre estoy pensando que me equivoco. Tengo una cosa clara, la explico, sí, y en el fondo sigo pensando que me equivoco. Cuando empecé la película del sadomaso, era casi el mismo punto de otras cosas que hago. ¿Qué mismo punto? Ah, en eso estoy. De una forma abstracta. La búsqueda de una cosa y todo lo que me lleva a esa búsqueda forma parte de lo mismo. Cualquier instrumento me sirve para buscar, para saber quién soy. Ahora empiezo a pedir cosas sencillas, no tan transgresoras, como el cambio de alimentación, aunque ser vegetariano es muy transgresor, quisiera dejar de fumar, de tomar café. ¿Qué? ¿Dejar el sado? No, ya te he dicho que eso son juegos. Lo pensaré.
En el sado yo casi siempre soy el que manda, a veces recibo, pero no aguanto tanto el dolor. Mi novia, sí. Aguanta y aguantaría mucho más. A veces me pide cosas que no puedo. No me gusta infligir dolor. Lo hago porque ella me lo pide. Porque el amo, de alguna forma, también es un sumiso. A veces le pido perdón. Y no sé por qué. Siempre estoy pidiendo perdón. Lo hago y pido perdón y lo siento, no sé por qué. Bueno, es que cuando no hago lo que me piden, cuando dejo de hacerlo, hay mal rollo, igual es por mi forma de decir no, igual es que no lo digo bien. Ahora mismo me he quedado en blanco. ¿Qué me decías? Ah, no sé, pero estoy ya harto. Estoy cansado, pero no sé por dónde tirar. Me dejo llevar, ahora por la nueva corriente vía , ella, no sé, guapa, y tampoco me gusta cómo me lo estoy haciendo. Estoy pidiendo a gritos un cambio, ¿no crees? Ahora es un buen momento para ponerme las pilas. En vez de gastar dinero en cosas de ansioso, podría hacer caja y meterme en terapia, dejar el tabaco, ir al gimnasio, no pesas, ¿eh? Tener una disciplina. Creo que nunca he hecho nada por mí. Bueno, aquí estoy, ¿no? He entrado por mi propio pie, más o menos, pero podía no haber venido. No es obligatorio que esté aquí. Y voy a irme cuando me lo digan, cuando me digan: «Usted, Pablo, ya puede irse. Ya puede irse a pintar su casa». Y yo llamo a mi novia y me viene a buscar, y luego te llamo a ti porque tengo un montón de libros que regalarte y uno para tu hija. Y luego voy a buscar un lugar para quedarme quieto. Eso es. Lo que pasa es que, en cuanto salga de aquí, lo primero es buscar un buen trabajo, ¿tú sabes cuánto cuesta estar aquí? Pues sí. Me gustaría contarte más cosas, pero ahora empiezo a estar un poco espeso para seguir. Esta es mi historia. Quedan muchas cosas, pero para mí está bien así. Mañana no puedo verte porque tengo grupo y luego ya está, luego creo que ya salgo de aquí y te llamo porque tienes que leer, sin falta, a Huysmans. Ahora si te quiero pedir que demos un paseo; aunque antes te he dicho que no, ahora sí, aunque sea un paseo corto, por el jardín. ¿Te puedo pedir otro favor? Me gustaría que hoy pusieras que hemos estado paseando en los jardines. Como en una película.
Así: «Exterior. En los jardines, con Pablo».