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Opus Dei in memoriam

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BARCELONA, 2 DEL MEDIODÍA

EN EL DESPACHO

31 de agosto de 2010

El primer recuerdo que tengo es este:

Estuve sin poder dormir bien desde los ocho años hasta los catorce. Cuenta. Y antes de eso no recuerdo nada. A los ocho me llevaron a un colegio de monjas, un colegio de clase media donde había dos especies: las del pueblo y las otras. Yo era de las del pueblo, y de repente surgió una especie de preparación de festival y había que hacer Blancanieves, y por supuesto había una profesora que hacía el casting y todas venían con sus disfraces y ensayaban y, claro, iban seleccionando a las más monas. Lo que ocurrió es que a la que escogieron para hacer de Blancanieves lo hacía de pena y no le salía llorar cuando había que llorar, y yo alcé así el brazo y dije: «Yo, yo». Me escogieron. Ahí cambió todo y me convertí en la prota, en la líder, conseguí hacerlas reír a todas, creé el grupo llamado Mano negra; si alguien quería entrar, tenía que darme lo que yo le pedía, si no, nada. Mira lo que pedía: chuches. La prota, la líder. No pisaba el suelo, me llevaban siempre a caballo y, claro, empecé a tener problemas con las monjas, no me interesaban los estudios y suspendía. Me volqué en la gimnasia, esa era mi pasión. Por lo demás, tenía de todo. Solo tenía que pedir. Yo les gustaba mucho, les encantaba que contara historias: «¿Dónde has estado?», «En la China», y me lo inventaba todo, se divertían mucho, hasta sus madres querían que fuera a merendar a sus casas. Las monjas llamaron a mis padres. Lo que más solía suspender eran las matemáticas, es curioso, ¿no te parece?

Yo soy matemática.

Mi padre no soportó que suspendiera y me hacía la croqueta y el zumo del zueco. «Vols probar el suc?». La croqueta eran patadas por todo el pasillo y el zumo, imagínate. Cuando me daba en los pechos pensaba: «Me quedaré sin pechos»; cuando me daba en la cabeza pensaba: «Me quedaré tonta».

Hoy es su cumpleaños. Lo llamo: «Felicidades», y ya está. Hace seis años que no lo voy a ver.

Fíjate, mis hermanos también suspendían, pero él solo me pegaba a mí; luego: «Perdón, perdón». Decía que yo lo sacaba de quicio, pero que yo era su preferida y «perdón, perdón». ¿Sabes qué hacía mi madre? Se quejaba de mí sin parar hasta que él se ponía hecho una bestia. A los otros no los pegaba, pero cada uno recibió su ración: «Tonto, tonto», «inútil, inútil». Ella, todo verbal. Yo, si me tocan, hago así. Siempre. Tengo esa alerta. Uno de mis hermanos fue durante años al psiquiatra y cuando tenía que hablar de mis padres empezaba a temblar y se ponía muy rojo. Estuvo muchos años enganchado a la coca.

Mis padres son del Opus Dei. Ellos se adoran.

La definición que dan los del Opus es que es una prelatura. En la Iglesia no había un formato en el que los laicos pudieran tener votos y en ese sentido el Opus fue una revolución, una modernidad. Hacen votos y están en medio del mundo, eso dicen. Aquí en Barcelona hay cinco o seis colegios del Opus Dei: Canigó, Lavall, Pineda. En el Opus no se mezclan las clases sociales; hay de todo, gente muy humilde y gente muy adinerada. Atacan todos los frentes. La sumisión es doble: apostolado y proselitismo. Los ricos dan dinero al Opus voluntariamente, lo voluntario es el sistema de la empresa. La empresa más rentable del mundo.

Conseguí aprobar y justo ese año va y abren un colegio del Opus en Tarragona y nos meten a todos. Yo me había volcado en la gimnasia deportiva y ahí no había gimnasio, no sabes lo que lloré. A saco. Me entró una rebeldía, me volví muy mala, contestaba, suspendía, no quería estar allí. Nosotros ya habíamos ido a un centro del Opus donde a las chicas nos enseñaban a cocinar, a bordar, pero ir al cole era otra cosa. Un día me cogió una del Opus y me dijo que yo en realidad no tenía ni una sola amiga, que solo eran mis perritos falderos, y me lo creí tanto que empecé a cambiar. Eso era una manera de captar. Me discipliné y buenas notas. Entonces mi padre empezó a pegarme por cualquier cosa, algo con la cuchara y ¡zas!, el pie y ¡zas!, ¡zas! Yo siempre estaba así con las manos y él insistía en que era su favorita. Un clásico eso de que quien te quiere te hará llorar. Esa frase es la que más se oía en mi casa.

Empiezo primero de BUP en el Opus y en Semana Santa me voy de convivencias a una casa estupenda. Una noche nos llaman la atención por poner la música alta y bailar, nada más. Nos dijeron que o cambiábamos o nos echaban. Tú imagínate, eso era peor que suspender las matemáticas, llego a casa y me matan, así que decido estar atenta a las actividades y ahí pasó algo, hubo una charla de un cura, que por cierto estaba bastante bueno, que dijo que éramos solo unos pocos los elegidos por Dios; que había tres señales: ser inteligente, tener independencia económica y que tuvieras un carácter normal. Estas son las características de la gente que escoge Dios. Lo de que seas independiente es para que no te necesiten en casa y lo del carácter es para que seas sociable y puedas captar a otras personas y si además tienes a tu familia en «la obra», así es como ellos lo llaman, es por algo y que no tienes que tener miedo a decir que sí. Pensé: «Quizá yo sea una de las elegidas de Dios». Yo me consideraba inteligente. Soy inteligente. Cuando suspendía era porque no estaba atenta, no miraba ni un libro. Mira mi trabajo, resuelvo retos empresariales, estrategias, no es fácil. Hubo un momento, ellos cuidan mucho la liturgia, mucho, gregorianos, incienso, misas en latín, yo soy una esteta y toda esa estética me encantaba, los misales, los cantos en latín, era todo de una belleza impresionante y, cuando Dios muere, toda la iglesia queda desnuda porque Dios ha muerto y ponen una hostia consagrada sujetada por un instrumento bellísimo, La Custodia, y en medio está la hostia. Deja que me conecte un momento, ¿lo ves?, mira y este es muy sencillo. Mira cómo van vestidos, preciosos, ideales, toda la liturgia en general es así, me gustaba mucho, es un momento, Dios ha muerto por ti y hacen turnos para no dejarlo solo. A mí me tocó de dos a tres de la madrugada; me levanté a rezar y entonces le dije a Dios que si él me quería, pues que allí estaba yo y al día siguiente le dije a la que nos había dicho que o cambiábamos o nos echaba, por cierto, era una mujer muy guapa, bastante carismática, le dije que creía que tenía vocación y se puso muy contenta. Al día siguiente ya escribí la carta. Hacerte del Opus lo llaman «pitar»; has pitado, no sé por qué, es un argot, hay mucho argot, en todo tipo de sectas es importante tener argot y un lenguaje así un poco secreto. La carta la escribes con pluma.

Escribes: «Querido padre».

En ese momento se había muerto el fundador, monseñor Escrivá de Balaguer, y el siguiente era Álvaro del Portillo, ahora es Javier Echevarría. Escribí «Querido padre» en una octavilla, hay todo un estilo, dices quién eres y que deseas pedir la admisión. Es un acto voluntario y es un momento emotivo. Solo te rechazan si eres raro. Ser raro es ser homosexual o lesbiana o asocial, yo conocí a una que acabó anoréxica, hay varias anoréxicas, es que si no es lo tuyo explotas, no lo aguantas, es demasiado.

En el Opus hay varias categorías, está todo muy bien pensado, hay numerarios que hacen todos los votos: obediencia, castidad, dinero y entrega de todo, a algunos el prelado les pide que se hagan curas; y luego están los supernumerarios, que están dentro pero se pueden casar y tener hijos; y luego están los numerarios auxiliares, que son muy, muy humildes, lo entregan todo y trabajan en las casas limpiando; y luego, los agregados, que suelen ser también gente muy humilde y lo entregan todo, pero siguen en casa de sus padres, ya sea por problemas de salud, dependencia, introvertidos, pero igualmente siguen unas normas muy estrictas.

El Opus fue moderno en el sentido de que estabas en el medio del mundo y podías tener familia. Nunca cogían a curas de fuera para que todo estuviera en sintonía. No se niegan. Nadie se niega a nada. Lo entregas todo. Y hay un protocolo. ¿Sabes cuál es el protocolo del Opus?

Es este:

Cada semana, charla individual; te explican diferentes temas de la obra que tienes que cumplir a rajatabla: no usar pantalones, no fumar y no ir con chicos. Cuando entré tenía catorce años. No me habían dado ni un beso.

Mis padres, imagina, felices. Hay un saludo secreto que tú dices: «Pax», y te responden: «In aeternum». Llego a casa después de las convivencias y miro a mi madre, que estaba doblando sábanas, y digo: «Pax». Se echa a llorar. Todos emocionados, de repente me querían, me aceptaban. De repente era buena.

Me fui a vivir al centro del Opus. Salí del infierno de mi casa y me metí en un sitio en el que todo el mundo era amable. ¿Sabes?, una de las normas es estar siempre alegre y contenta para hacer felices a los demás. Te hablaré de las normas, tienen cosas muy chulas, claro, para mí fue la gloria, todos contentos, deja que me ría porque ahora me hace gracia. Vivía mejor en el Opus que en casa de mis padres. Dejé de tener miedo y empecé a dormir por las noches.

Tengo otro recuerdo:

Cuando era pequeña, cuando levantaban la hostia, rezaba: «Dios, haz que sea buena, hazme buena como Ana Bonet», que era una niña ni gorda ni flaca, ni guapa ni fea, ni lista ni tonta, normal, yo quería ser así.

En el Opus empecé a sentirme buena, allí me querían como era, dejé de ser rebelde; bueno, una vez me rebelé porque en la clase de filosofía, hablando de Descartes, nos empezaron a hablar de sinceridad y que si la obra esto y lo otro, y yo quería que hablaran de Descartes, ¡coño! Me volví intelectual. Me hace gracia, ahora me hago gracia, déjame que me ría. En el Opus sacaba muy buenas notas.

Estaba todo muy bien pensado. En las convivencias, no te lo he dicho, pitamos tres, las tres nos fuimos a vivir al Opus. Todo muy bien pensado. Dormíamos en una tabla de madera, con una sábana y una manta. Se come bien, pero tienes que comer más de lo que no te gusta y menos de lo que te gusta. Ahí no hay ningún gordo.

Te cuento un día normal:

A las seis y media suena el timbre y saltas al suelo, te arrodillas, lo besas y dices: «Serviam». Y te ofreces a Dios. Te pones una bata blanca y limpias una parte de la casa durante media hora; eh, pero los hombres no lo hacen, y solo duermen en la tabla una vez por semana, los demás días duermen en un colchón, después de limpiar, ducha fría, yo nunca pude, y luego media hora de oración y luego misa y luego desayuno y luego a currar o a la escuela. Yo iba al Canigó, no era mixto. Ningún colegio del Opus es mixto. Y, a la vuelta, otra vez el trajín, misa, oraciones, confesión. Así siempre, todos los días, sábados, domingos, eso es una rutina, ¿Qué hora es? ¡Vaya! Tengo que empezar a trabajar.

Seguimos en mi casa.

BARCELONA, 9 DE LA NOCHE

CASA

9 de septiembre de 2010

¿En qué estábamos? ¿Quieres tomar algo? ¿Sabes cuántos años estuve sin probar un refresco? Cuenta. Todo muy sobrio. Muy edificante. Media hora reunidas para contar cosas edificantes. Hablábamos así: «genial», «fenomenal», «ideal». Piensa que teníamos que ser encantadoras. Y acabas siendo encantadora. Feliz.

Esto es lo que hacíamos:

Planchar todas las cosas de la iglesia y siempre con una sonrisa, siempre contenta. En la tertulia cantábamos canciones que se componían allí, ya puedes imaginar la letra: «Somos burritos y patitos», «Un huerto lleno de corazones». Todas las sectas tienen sus rituales, Hitler tenía la esvástica, su forma de comunicarse, los métodos para lavar el cerebro, todo muy bien pensado. Después de la tertulia y las labores y el estudio, hacíamos dos horas de mortificación corporal con el cilicio. ¿Sabes lo que es? Es una malla de hierro con unos pinchos que salen así, afilados, y dos cintas para atar, los pinchos hacia dentro de la carne; te lo ponías en la pierna para que no se viera, aunque tú no salías nunca del centro, pero por si acaso. Eso es una práctica de la Edad Media. Los sábados teníamos otro instrumento, unas cuerdas de macramé muy duras con las que nos fustigábamos en las nalgas un buen rato, de rodillas, a eso lo llamaban «disciplinas». Hay algunas anécdotas que cuentan que Escrivá se ponía cuchillos y cristales y sangraba, vete a saber si es verdad. Cuando murió, los de la obra escribieron su historia y, dado el carácter positivo que había que tener, estoy segura de que censuraron la mitad, seguro, porque el señor Escrivá tenía bastante mala leche.

Tú no conoces nada de todo esto, ¿no?

No.

¡Qué extraño! Lástima que mi madre me tirase los cilicios y esas cosas, ahora me gustaría enseñártelos. Estudiábamos así, mira, con el crucifijo delante y el cilicio bien ajustado, aquí. La mortificación solo duele al principio, después te acostumbras. Nos hacíamos sangre a menudo. Un día tuve que ir al médico a ponerme la antitetánica, me había clavado el cilicio; me vio las manchas, las ronchas: «¡Pero ¿esto qué es?!», le contesté que era una alergia, no creo que me creyera, yo qué sé.

El problema lo tengo ahora, tengo el umbral del dolor súper alto.

Cuanto más maltratas a tu cuerpo, más se separa de tu mente y así ya no te oyes más a ti misma. Así no oyes ni a tus instintos sexuales, ni a tu amor, ni a tu vacío; así, cualquier mensaje del cuerpo se vuelve irrelevante. Y fíjate, es el cuerpo el que nos manda tantos mensajes, Me acuerdo de que uno de mis hermanos, a los cuarenta, entró en crisis y me dijo: «Mi corazón me engaña». ¡Fíjate! Él aún está ahí. Mi hermana también, la diferencia es que ella es feliz en el Opus. Él no para de escalar montañas, se muere. Se queda ahí porque dice que ya tiene cuarenta años, que trabaja en la empresa de mi padre y que está muy condicionado.

Es difícil irse. Eres un Judas Iscariote. Hay mucha preparación.

Y luego cenas a las nueve y luego otra tertulia. Todo el rato estás ocupada, siempre con el rosario en mano, y cada vez que ves a la Virgen tienes que echarle un piropo, «¡guapa, guapa!».

Y luego están los extras: confesiones una vez a la semana, más tertulias, si te olvidas de alguna jaculatoria a la virgen, la tienes que confesar. A mí me parecía odioso tener que contarlo todo, porque todo es todo, lo que me pasaba por la cabeza, las perezas, los malos pensamientos, toda la intimidad. Nos abrían las cartas y si te enviaban regalos los tenías que entregar y con el dinero que te daban los padres solo te podías quedar algo si tenías que invitar a alguien a un refresco o algo para el autobús.

Luego había una cosa muy interesante: la corrección fraterna. Te chivabas si alguien hacía algo, cualquier descuido, como la cama mal hecha; piensa que la cama era difícil de hacer y había que hacerla perfecta, además venían invitados a ver la casa; ah, y no te he dicho que la madera la ponían alta para que nadie se diera cuenta de que dormíamos sin colchón. Te daban la charla y tú escuchabas en un silencio absoluto y luego dabas las gracias.

A mí todo me gustaba, todo, estudiaba filosofía, teología, piensa que ahí hay gente muy inteligente y convencida de lo que hace. Conscientemente no hacen daño, te anulan como individuo, es cierto, pero es porque están muy convencidos. Allí las palabras «quiero» o «necesito» o «deseo» o «me apetece» no se pronuncian, no se usan. Así hasta que llegas a no saber qué quieres ni qué necesitas. No decides nada, no escoges nada.

Me encantaba estar en el Opus porque allí estaba tranquila y todos me querían.

Todos eran muy amables, pero no te confundas, no puedes tener ni una sola amistad, no puedes hacer confidencias ni tener cómplices. Tu corazón no puede estar apegado a nadie excepto a Dios. Tenía una compañera que a veces me ordenaba el armario y eso no se podía hacer; le hicieron muchas correcciones, se chivaban, se sabía todo.

¿Has visto la peli Camino? Está muy bien, mi madre es igual que esa madre, igual, lo único que falla en la película son los iconos, las vírgenes del Opus son todas muy guapas, románicas. Lo demás es clavado, el director se documentó muy bien. Ahora hay un grupo de terapia en Madrid para gente que quiere salir del Opus. Eso es imprescindible, yo no lo hice y fue muy duro. Ahí solo hay una verdad y todo lo otro y todos los demás son unos pobres desgraciados. Un gay es un monstruo, un divorciado también. Si estás que te matas con tu marido, tú aguantas hasta el final, el matrimonio es solo para tener hijos, ¿eh?, olvídate del placer. Por eso tienen once hijos o más. El otro día fui a una merienda con las del colegio y para beber solo refrescos y para comer medias lunas, eran del colegio, no del centro, pero ya salen con esa filosofía. Todas casadas, amas de casa y con mogollón de hijos y ni hablaban del marido. Las vi como siempre, sin nada que contar. Hay becas para familias numerosas. Me sentí un bicho verde, yo no me he casado, no tengo hijos y me miraban con una cara, yo que he sido numeraria, pero no me criticaron, piensa que son muy buena gente y no critican nada. «¿Qué has hecho?» y yo les contaba mis historias, mis viajes, pero esta vez eran de verdad. Todos esos viajes que inventé de niña y que fascinaban a mis amigas y a sus madres, ahora eran de verdad. He viajado mucho todos estos años.

Yo estuve ahí bien, te diría que unos cinco o seis años. Había cambios, cada año te cambiabas de centro, pasaban cosas, no era nada monótono. A los dieciocho años tuve que ir al Centro de Estudios, que es un colegio mayor, una residencia universitaria; es como la mili, te forman, te aleccionan, todos son del Opus y viene gente de fuera a visitarte y la invitas a las actividades, la merienda, tu misión es convertir a la gente. Los que venían no sabían nada. Convertí a una chica que era totalmente atea. Yo tenía gancho, todas teníamos gancho, siempre contentas, alegres, divertidas, y además sacábamos buenas notas. Llamábamos la atención: «¿Por qué estáis siempre tan contentas?», preguntaban.

No teníamos tele, no la podíamos ver, tampoco cine y gran parte de la literatura estaba vedada. Había lo que se llamaba «el índice papal», que ya se suspendió en la Iglesia en el sesenta y algo, pero el Opus mantuvo la lista. Estaba prohibido leer a Nietzsche y el Ulises, no recuerdo los otros, pero hay una larga lista. ¿Sabes cuál fue el primer libro prohibido que leí en el Opus? La espuma de los días. Yo no entendí nada; decía, por ejemplo: «Una palmada en las nalgas» y yo pensaba: «¡Qué asco!». No sé qué me hubiera pasado si me hubieran pillado. Esto es terrorismo intelectual. El Opus tenía censores que hacían la sinopsis, nosotras leíamos la sinopsis; siempre que cogías un libro, tú preguntabas: «¿Este libro se puede leer?». Este fue para mí un factor importante, no poder leer. Tú ves a los jesuitas, que no están tan en medio del mundo y, sin embargo, están más abiertos a otras religiones y a poder leer libros, cuando los del Opus te censuran casi todo. Se podía leer El Principito, me acuerdo, y todos los libros del fundador, él escribía mucho. Y de pelis podíamos ver Siete novias para siete hermanos. Ahora no lo sé, estoy desactualizada, tendría que preguntar, pero si alguien folla, ya no se puede ver. De todas formas, no tienes tiempo de ver películas, solo una cada dos meses y siempre en grupo, todo muy organizado y alguna vez podías ver las noticias. Ellos están enterados, leen la prensa y se habla mucho del mundo, piensa que en el Opus hay gente de todo el mundo. Hay gente de mucho dinero y gente muy humilde, nunca se mezclan. Se ayudan pero no se mezclan, esto lo hacen bien, es que si no fuera así habría mucho trepa. Yo convertí a una chica, me preguntó por qué estaba tan contenta, «porque creo en Dios», le dije, y ella tuvo mucha curiosidad; se lo empecé a explicar y me pidió más información. Le gustó, el entorno es agradable, la gente es muy simpática, fue a las clases y le entró una euforia, se convirtió, fue la directora quien me dijo: «Esta tiene que pitar». Y pitó, la hicieron pitar, sentí que la forzaron y, a los tres años, acabó en un centro psiquiátrico, ya debía de tener algo latente y ahí petó, ya te dije que había gente anoréxica, gente que no lo soporta. Mi hermana, por ejemplo, ahora vive en un centro de estos y lo administra, ahí se dedican solo a hacer apostolado con las chicas de servicio y ahí van las que están muy mal a ver si pueden recuperarse. Hay gente ahí que, es que ahí lo que tengas te sale, no aguantas, puedes caer en una depresión. Me supo muy mal lo de esta chica; cuando me enteré, yo ya estaba fuera.

Estuve bien en el Opus hasta los veintiún años. A los veintiuno decidí estudiar la carrera más difícil, pero era la que más me gustaba: Matemáticas. Me encantaban. Me apasioné. Lo primero que empecé a hacer mal fue que, en la hora de la oración, en vez de rezar empecé a resolver problemas. Pero yo lo iba llevando bien, hasta que la directora del centro me empezó a machacar con la puta humildad; entonces tenía el pelo muy largo y rubio, empecé a destacar y ella entonces me puso a limpiar váteres. En esa misma época decidí estudiar dos carreras a la vez, Matemáticas y Física, y la directora me cortó las alas, me puso a abrir la portería, decía que llegaba mucha gente al centro y que me necesitaban ahí y si estaba ahí, no podía estudiar, no podía concentrarme y empecé a estudiar por la noche; como estaba prohibido, puse un cojín debajo de la puerta para tapar la luz. Me volqué a lo bestia con las mates y la física. Y un día, a uno de mis profesores universitarios que vi que era muy religioso, mucho, le empecé a hablar, yo a nadie le decía que era del Opus pero a este se lo dije y me dijo: «Dos cosas, ¿por qué la gente del Opus sale tan mal cuando sale? Plantéate eso y observa si utilizan métodos sectarios. Y la segunda, ¿por qué hacen terrorismo intelectual?». Me insertó ese pensamiento. Yo no lo habría articulado. «¿Por qué no podéis leer?, plantéatelo». Si escogías una carrera como Filología y eras del Opus, pues lees solo los sinópticos, que estaban muy bien hechos, tenían su crítica y comentario, todo, pero no lees los libros a no ser que hayas escogido Filología Clásica, que ahí sí que puedes leer, claro.

Los profesores de la universidad no eran del Opus, claro, íbamos a una universidad normal y corriente. Los del Opus siempre te dicen que eres normal y corriente. Esto es muy interesante porque de normal no tienes nada, ¿eh?, ni de corriente tampoco. ¡Que eres normal! Es de lo más normal estudiar dos horas con un cilicio, darte latigazos cada día, no escuchar a tu cuerpo, dormir en el suelo, comer lo que no te gusta, no tener intimidad con nadie, todo eso es de lo más normal. Este profe fue un detonante, y otro detonante fue un chico. Un flechazo. Subía la escalera de la biblioteca de la Central y choqué de frente, era una escalera estrecha, choqué, tenía unos ojos así de grandes, de ángel. Y yo sentí mi corazón. Y ahí empezó todo. El chico era mexicano y era muy bonito cómo sonaba. Empecé a tener ganas de vivir en el mundo, de ir a conciertos, de tener temas de que hablar, de estar alegre de verdad.

Lo dejamos aquí, que ahora viene lo más interesante.

BARCELONA, 2 DEL MEDIODÍA

EN EL DESPACHO

16 de septiembre de 2010

Hay algo que no te he dicho. No es verdad que estuve bien hasta los veintiuno, en esa época empecé a levantarme por la noche y bajaba a la cocina y me comía pasteles enteros. No decía nada. Luego vomitaba. Cuando vives situaciones límite empiezas a tener manifestaciones psíquicas; la bulimia es una cosa, anorexia es otra, las dos están ligadas al vacío, a la baja autoestima, a la falta de amor. Tenía una ansiedad muy fuerte. Cuando estás en un sitio que no es tu sitio, en un lugar, te leen las cartas, ¡tanto control es brutal!

La contradicción es que eran cariñosos, buenos, inteligentes, por eso era tan difícil entender qué me pasaba. El prelado, Álvaro del Portillo, era un hombre muy carismático, era un crack, fue él quien consiguió que el Opus tuviera forma jurídica: fue a Roma a negociar y lo consiguió. Pero entré en crisis y yo tenía inculcado desde mi infancia que si hacía algo malo me daban hostias hasta sacarme suc . Aunque yo no veía mal lo que me pasaba, antes no se hablaba ni de anorexia ni de bulimia, ni se sabía qué era. Lo que hacía no lo podía evitar, no lo veía como un pecado, no sé, no lo entendía, no pensaba, me ocurría y lo hacía.

Todo empezó con lo del choque de la escalera, con el mexicano. Me enamoré y él también se enamoró, pero eso no tiene mucha importancia, ese encuentro fue necesario para que algo en mí empezara a cambiar. Yo creía que nadie sabía que era del Opus, pero se ve que lo sabían todos, se te nota, eres un perro verde. Me enamoré y empecé a soñar y yo tenía una amiga muy heavy que no era del Opus, la única que no se convirtió, era música, las del Opus son todas muy monas pero muy simples, apenas tienen conversación, ¿de qué van a hablar? pues con esta me encantaba hablar, podía discutir con ella del Apocalipsis, del Antiguo Testamento, hablar de música, me estimulaba, empecé a tener ganas de aprender a tocar el saxo y entre esta, el profe y el mexicano empecé a soñar. Me incentivaron, me sentía a gusto hablando. Soñaba que me iba a México, que viajaba, que conocía a gente. Y ahí, cada vez más, me coloqué otras gafas. Si te pones las gafas críticas, ya estás. Dejé de fustigarme y de ponerme el cilicio, si no lo decía no se enteraban. Empecé a pasar. Empecé a salir. Creo que influyó lo de la directora, que era medio envidiosa, sí, la que me cortó las alas para estudiar. Recuerdo que un día le dije a Dios: «Gracias por todo, te quiero mucho, pero creo que esta relación ya ha acabado. Creo que me has tenido un tiempo porque yo era rebelde, pero ya se ha acabado». Se lo dije así, como si fuera una pareja. Después se lo fui a decir a esta directora, le dije que yo ya no tenía vocación y que me quería ir. Después se lo dije a mis padres, «no queremos saber nada de ti, desgraciada, más que desgraciada». Y de ahí pasé a hablar con la delegación, todo eran jerarquías, le dije lo de la directora, que me había impedido estudiar, que me cortaba las alas y que estaba hasta los cojones, que me aburría como una ostra y que ya no me interesaba estar ahí. Se quedó muy sorprendida. Me dijo: «Tú eres la que más ha captado el espíritu de la Obra». Me pidieron un favor, que fuera todo el verano a unas convivencias fuera de Barcelona. Me convencieron, fui y ahí había otra directora, muy amorosa, mayor, y también había un cura. Todas las meditaciones de la mañana y todos los sermones iban enfocados a Judas Iscariote, a mí, vaya, muy enfocado. El cura y la directora hablaban entre ellos, estoy segura. Yo cada día tenía que hablar con la directora. Le dije la verdad, que estaba enamorada y eso que solo había hablado dos veces con el mexicano en la cafetería, todo en mi cabeza. Y le dije que yo estaba muy convencida de que no quería seguir ahí. En ese momento empecé a leer el primer libro prohibido, ya te lo he dicho, ¿no?, La espuma de los días, leía por las noches; yo ya estaba en otra y, fíjate, aun así me convencieron: «Possumus. Possumus». Le escribí al fundador otra carta, que se me había ido la olla, que quería volver, que era consciente de que había sido infiel: «Perdóneme, padre».

Fue entonces cuando me pidieron que no me matriculara en la universidad, que viviera en una administración, que es un centro en el que se dedican a limpiar, cocinar, llevar la casa, es un IEASE, ahí trabajas como una bestia. Y va y a finales de agosto me da una hepatitis superfuerte. Me tuve que quedar unos meses en la cama y entonces me dijeron que me podía matricular y estudiar desde la cama. Me fue muy bien. Empecé a pensar, porque cuando estás todo el rato haciendo cosas no piensas, no tienes tiempo. Entonces me tocó hacer el voto de fidelidad, me tocaba el definitivo. Hay votos de siete años, yo ya los había hecho y este era para siempre, te ponen un anillo y te casas con Dios. Los primeros siete años es un noviazgo. La hepatitis me dejó pensar. Hablé otra vez con la directora de verano, le dije que no, que yo ahí no era feliz y me dijo: «Realmente lo has intentado y, aunque me duele en el alma que te vayas, respeto tu decisión. Pero vas a pasarlo muy mal con tu familia». Sí, mi familia era radical. Esto fue en Navidad. Mis padres me recibieron llorando: «¡Qué nos haces! ¡Qué vergüenza! ¡Cómo se lo digo a mis amigos!». Me hicieron un verdadero drama. Me prohibieron hablar con mis hermanos, me obligaron a ir a misa, a rezar el rosario, yo estaba ya que no podía más de tanta norma. No perdí la fe, pero ya no creía en ese Dios meticuloso que está pendiente a cada segundo de lo que haces. Quería un Dios con más amor. Dios no podía ser un contable, un auditor, un revisor de cuentas. Quería otro tipo de Dios. Un Dios de fondo. En mi casa empezó lo más duro, no me pegaban, pero era mucho peor; el primer día que me puse unos pantalones, mi padre me llamó puta. Puta. Ahora las numerarias llevan pantalones. Yo le parecía una puta. Tenía que enfrentarme a un mundo nuevo. No sabía cómo relacionarme. No sabía qué hacer y no quería contarle a nadie que había estado ahí, quería ser una persona normal. Me metieron en una residencia de monjas en Barcelona, iba a la universidad y vivía en la residencia. Ahí me encontré a una amiga de Tarragona que vivía en Pedralbes con sus hermanos; sus padres le habían puesto un piso ahí para que encontrara un novio rico. Su padre se endeudó y se suicidó, pero eso es otra historia. Bueno, ella era muy ligona, salía todas las noches, para mí era todo nuevo, no sabía nada. La primera vez que me comí unas patatas fritas y una Coca-Cola y me senté así, cómoda, en una silla, en el Opus siempre tenías que estar muy recta, ese día, ah, y además viendo Miami Vice, relajada, ¡imagínate! Mi amiga me dijo si quería estar ahí con ella, en Pedralbes, le dije que sí. Mentí a mis padres; bueno, no decía nada y las monjas no controlaban, éramos adultas. Yo iba muy pillada de pasta y empecé a dar clases de matemáticas y física. Cada vez iba menos a la residencia de monjas, me horrorizaba. Mi amiga era muy divertida. Ella luego me ha confesado que no sabía qué hacer conmigo, no sabía qué contarme, qué decirme. Yo creía que toda la gente era virgen, que estudiaba, no entendía nada. Me veían muy rara, claro, nunca sabía qué quería:

«¿Qué quieres tomar?». Yo: «Da igual». «Pero ¿cómo que da igual?» ¡Es que no lo sabía! No sabía si prefería comer queso o jamón, si prefería un té o un café. Todo me daba igual, no tenía ni apetencias ni preferencias. La gente me preguntaba: «¿Dónde veraneas?». Yo: «En México». Otra vez la fantasía. Me subí a una nube. Yo me lo había empollado todo sobre México y como la gente tampoco sabía mucho, «¿Dónde esquías?». «En Suiza». Eran todos muy pijos. Me fui al extremo opuesto, pero me quedé ahí porque no tenía nada más, no tenía a nadie más. El problema de mi vida fue encontrar el cuadro en el que encajaba. Ahí tampoco encajaba, me parecía todo muy superficial, tenía que adaptarme. ¡No les iba a hablar de teología! Estaba muy acomplejada y casi no hablaba. Mis padres no sabían nada de dónde estaba ni de lo que hacía. Era adulta, tenía veinticinco años, nadie me controlaba, las monjas no miraban quién dormía y quién no. Yo era tan naíf que pensaba que todas eran vírgenes. El primer beso, yo tenía un chicle y no sabía qué hacer; no sabía nada y él me llevó a su piso, me tiró en la cama, «¡¿qué haces?!». Ahí me dijo que mis amigas no eran vírgenes y yo pensé que me tenía que adaptar y me dejé. Me taladró. Me hizo tanto daño. Menos mal que no me quedé embarazada, no tuve ningún cuidado, es que ni pensé, ni caí. Se lo expliqué a mi amiga y acabamos riéndonos. Yo tenía que moverme, irme a otro piso, ahí estaban sus hermanos, no era plan y me fui a casa de otra que también era de Tarragona y estaba en una habitación; quedaba una libre y fui con ella. Esta empezó a tener envidia de mis notas y envidia de todo y me hizo una putada. Dijo que había desaparecido dinero y me acusó a mí, empezó a decir a todo el mundo que, como yo acababa de salir del Opus, pues tenía muchos problemas psicológicos y por eso robaba. Y espérate, que no he acabado. Esta tía también era de Tarragona y la noticia llegó a mis padres: que yo era una ladrona y que salía por la noche con plumas en la cabeza. Mis padres me llaman: «Robar sabemos que no lo has hecho, pero eres una puta, te estás perdiendo, que sales todas las noches con plumas en la cabeza, puta, más que puta». ¡Con plumas en la cabeza! ¡Surrealista! Esa tía me hizo de putadas y yo era tan inocente. Yo no sabía el tamaño del mundo. Pensaba que el mundo real era lo que yo conocí y salgo de ahí y con lo que me voy encontrando es que la gente me repudia, fue muy fuerte. Se apartaban, creían de verdad que yo tenía problemas y por eso robaba. La primera vez que sentí un acto de bondad hacia mí fue que una chica le dijo a esta, a la que me acusaba, que, si era mi amiga y yo tenía problemas, por qué no me ayudaba en vez de estar criticándome sin parar. Yo estaba con taquicardias; pensaba: «¡Qué horror de mundo! Me voy de un infierno a otro».

No encontré mi sitio hasta seis años después. Hasta que me fui a Chile, a los treinta y ahí, por fin, me empecé a sentir cómoda. Ahí me dije que yo construiría mi propio cuadro en vez de adaptarme al cuadro de los demás. Acabé la carrera de Matemáticas con matrículas y notables; de Física me quedó un año y pasé. Solo acabamos tres la carrera. Me vinieron a buscar a la universidad. Una consultoría de negocios buscaba a gente cualificada y me escogieron a mí. A la empresa les dije que estaba dispuesta a viajar. En mi casa empecé a mentir, no quería más insultos y la única manera era mentir, a mi padre le mentía siempre. Me fui a vivir a Grecia, luego a Turquía y luego me encontré en Chile. Viajar va muy bien porque viajas hacia dentro de ti misma.

Durante ese tiempo, todo el tema de las mentiras se me disparó. Mentía siempre. Se me iba la olla, mentía compulsivamente. No sé, lo hacía para adaptarme, me salía, no lo podía evitar. Se me disparó la bulimia y las mentiras. Todo esto continuó hasta que llegué a Chile. Sabes cómo son los chilenos, ¿no? Hospitalarios, amables, generosos. Me calmé. Me di cuenta de que sufría mucho, tenía megalomanía, no podía controlarla. ¿Sabes lo que dice Freud?, dice que es un mecanismo de defensa de infancias con abusos físicos. Yo tenía un gran complejo de inferioridad, no sabía moverme en el mundo. Son manifestaciones.

Ahora ya no miento.

Tardé cinco años o más en adaptarme. Lo recuerdo como muy duro. No hice terapia ni nada de eso, nunca he ido a un psicólogo, hubiera estado bien pero no lo hice. Ahora los que salen se van directos a una terapia. Sales con un grave problema de identidad. No sabes nada de ti. El Opus me ha dado una cosa muy buena: disciplina. Soy muy disciplinada. Todo lo demás que me ha dado me ha hecho daño. Lo demás me parece bastante malo. Después de salir de ahí, me lo leí todo. Descubrí el mundo, tuve todas las experiencias vitales que quería, buenas y malas. Descubrí el amor, el sexo, estuve con el mexicano, nos enamoramos, duró lo que duró, seis meses. Estuve con un poeta que me tuvo en la cama, no sé la de horas, a mí el sexo nunca me ha importado mucho, no es un gran valor para mí, me gusta, es agradable, pero hay cosas del mismo nivel. Podría prescindir perfectamente. Con ese novio tan intenso, me adapté. Yo me adapto. No es un problema para mí. Parte de mi manera de entender la vida consiste en adaptarme. Yo me adapto continuamente. Me dedico a la innovación y es un cambio continuo.

¿Soy religiosa? No. Soy espiritual. Religiosa viene de religare, «ligar», «atar». Soy espiritual. Ahora me han invitado a ir a un retiro zen durante una semana; me apetece, nunca he ido. Me interesa todo lo que sea trascender la materia. Religiosa no, espiritual.

Y con mis padres ya lo sabes. Corté en seco. El otro día fue su cumpleaños. «Felicidades» y ya está. Hace seis años que no voy a verlos. Silencio. No tengo más opción. Me ha costado, pero no me dejaron más opción. Ahora soy una mujer feliz, hace unos años encontré al hombre de mi vida, es mi amor, mi padre, mi hermano, mi compañero, es todo. Es un amor que me da paz, él es más mayor que yo, nos llevamos veinte años, es muy tranquilo, me quiere, me quiere tal como soy.

Esto es todo lo que te quería contar.

A veces la vida

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