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INTRODUCCIÓN GENERAL

Hay figuras en la Historia cuya existencia está sometida, desde el momento de su propia época y a todo lo largo del paso de su memoria por los siglos posteriores, a la eterna contraposición con otro personaje igualmente de relieve; y tal coyuntura da lugar a que su valoración histórica última dependa no tanto de sus propios méritos cuanto del aprecio previo suscitado por su antagonista. Éste es el caso de Esquines. La opinión que de él ha ido teniendo la Historia, siempre ha estado en función de la ciega estima que suscitaba la figura de Demóstenes, su eterno rival. Esquines versus Demóstenes ha sido siempre un combate desigual debido a prejuicios y apriorismos, a veces sin fundamento pero con frecuencia inclinados a favor del lado demosténico. Y no es menos cierto que en ocasiones ha habido reacciones a su favor, determinadas también por presupuestos coyunturales. Pero en los últimos tiempos algunos sectores de la crítica se esfuerzan por hacer un análisis mucho más cuidadoso de las fuentes, en un intento de llegar a una mayor objetividad en la valoración de aquel período, tan delicado como importante, del paso del final de la llamada época clásica al helenismo, en la segunda parte del s. IV a. C., etapa ésa que, en no pequeña medida, está simbolizada por el enfrentamiento Demóstenes/Esquines en lo que atañe a la praxis política.

I. EL S. IV A. C.: ESBOZO DE UNA CARACTERIZACIÓN GENERAL

Con frecuencia se piensa que el s. IV a. C. fue simplemente la continuación de su precedente el v, formando ambas centurias lo que suele llamarse la Época Clásica de la Grecia antigua. Y dentro de esta indiscutible continuación cronológica se incluye la progresión de los postulados culturales surgidos en el s. V , lo que equivale a decir que el IV es la culminación de los brotes aparecidos en el siglo precedente. Y si esta consideración es positiva en las diversas áreas de la actividad intelectual, literaria, artística, etc., por el contrario, en el terreno de la política práctica se piensa que estamos asistiendo a un momento de profunda crisis, por cuanto que la prometedora realidad de la pólis se vendrá abajo ahora: podría resumirse diciendo que, de alguna manera, la derrota de Queronea (338) supuso el final de la Grecia Clásica.

Pero la revalorización del Helenismo como un período prolífico en múltiples campos de la actividad humana, y no como una etapa amorfa y confusa, supuso que de rechazo el s. IV , y de manera especial su segunda parte, adquiriera una relevancia especial, puesto que se convertía en el pórtico de entrada de una nueva andadura multiforme y distinta, pero en modo alguno negativa.

Esta reconsideración del Helenismo dio paso a una visión ya más precisa del s. IV como un siglo de transición, pero no en el sentido trivial de que toda etapa histórica es una transición entre la anterior y la siguiente, sino en la más meditada de que en esta ocasión muchos de los ideales nacidos en la centuria precedente ahora llegaban a su máximo esplendor o tomaban derroteros innovadores, al tiempo que aparecían nuevos planteamientos que iban a ser el punto de partida de la etapa siguiente. Y, concretamente en el campo de la política, el declive de un sistema político que en ese momento no encajaba ya con la nueva situación del individuo y de la sociedad, coincidió con la aparición de nuevos proyectos que parecían más realistas al tiempo que auguraban nuevos horizontes sociales y culturales.

El paso del s. V al IV está marcado por una derrota bélica que se convertirá para Atenas en algo de mucho mayor alcance que un simple fracaso más en el terreno militar. El negativo desenlace de la Guerra del Peloponeso va a tener una incidencia más terrible de lo normal, y ello por diversas razones. En primer lugar, quedaba en evidencia la incongruencia interna que yacía en el fondo de esa política democrática optimista que nació tras las Guerras Médicas y que, sobre todo, llegó a su apogeo con Pericles y sus sucesores: la isonomía interna de Atenas con sus ideales de igualitarismo entre los ciudadanos atenienses, se avenía mal con los planteamientos imperialistas, cada vez más radicales, aplicados a las ciudades miembros de la Liga marítima, cuya hegemonía Atenas se esforzaba en mantener de forma incluso tiránica. De otro lado, los extremos a que llegó en diversos campos durante la propia Guerra del Peloponeso coadyuvaron a que, junto a la pérdida de la hegemonía militar, fuera surgiendo en Atenas una postura crítica ante los postulados democráticos de la etapa anterior: ahora, aunque se reinstaure con rapidez la democracia tras el breve paréntesis de los Treinta, el optimismo democrático del s. V va a verse profundamente tamizado, al tiempo que comienza a plantearse la oportunidad de otras formas políticas no estrictamente democráticas, o bien con la vista puesta en sistemas políticos contemporáneos como el de Esparta o bien, incluso, con la construcción de estructuras políticas teóricas totalmente innovadoras, esto último por parte sobre todo de los filósofos.

Tal vez una característica importante del s. IV y que explica buena parte de la vida privada y comunitaria, sea el desinterés por la vida política y, en general, por la participación ciudadana, frente al activismo característico del siglo anterior. Esta nueva actitud incidirá en diversos planos, que podrán luego servimos de punto de apoyo para explicar con mayor fundamento y seguridad las actuaciones políticas más externas de los líderes políticos de Atenas en esos momentos, difíciles a veces de interpretar.

Un rasgo claramente diferenciador es el creciente individualismo, que se refleja en múltiples áreas de la vida humana. Hay una clara tendencia a desarrollar la vida interior. Diversas obras literarias nos lo ponen de manifiesto: la Comedia Nueva centra sus tramas argumentales en la vida privada de sus personajes, huyendo del planteamiento ciudadano que caracterizaba a Aristófanes. Una obra tan específica como los Caracteres de Teofrasto pone igualmente de manifiesto este recién estrenado lado intimista del nuevo ciudadano. Otro reflejo, entre otros muchos, podría ser el nacimiento del retrato realista, que llegará a su máximo exponente en época helenística y romana. Y en plano de la unidad familiar, el matrimonio ahora ya no es concebido con una proyección eminentemente externa para con la ciudad y los dioses, sino como una unión íntima y personal entre dos personas que van a constituir una familia con unos intereses privados concretos.

Otro postulado que coadyuvará a hacer explotar el esquema de la polis heredado del siglo V , es la progresiva aceptación del universalismo, de la igualdad entre todos los hombres, de la eliminación de diferencias entre griegos y bárbaros. El estrecho y hermético ámbito de la polis comienza a verse amenazado de muerte. Realmente este planteamiento universalista había surgido ya en el entorno de la Sofística en el siglo anterior, pero ahora va a alcanzar una aceptación mayor hasta su triunfo definitivo con la figura de Alejandro, y será la característica central de la época helenística. Tal vez podría afirmarse que el binomio individualismo/universalismo, a pesar de su sola aparente contradicción, está en la base del gran cambio que va suponer el siglo IV frente al contexto social característico de la polis del siglo precedente

También es de particular importancia la sensación de desidia ciudadana que parece dominar al ciudadano ateniense del s. IV . Frente al indiscutible espíritu participativo característico de la etapa anterior, que testimoniaba una voluntad firme de ejercer y mantener sus derechos políticos, ahora es clara una actitud de dejación de tales prerrogativas en manos de otros, que se irán encargando de las diferentes tareas de la actividad ciudadana así como adueñando, consiguientemente, de los recursos del poder. Y es en este sentido como adquiere su explicación más oportuna la gradual sustitución del ejército ciudadano por tropas mercenarias, que serán quienes ahora hagan frente a las necesidades bélicas de cada momento. Y de esta situación se pasa fácilmente a que los generales comiencen a ser personas con cierto profesionalismo y carácter autoritario, frente al perfil eminentemente ciudadano de los jefes militares de décadas anteriores. Esta pereza por preocuparse de los asuntos públicos será un permanente lamento de Demóstenes, cuya febril actividad política choca frontalmente con la actitud vital de su época.

Otra manifestación de este desinterés por la vida política es la progresiva generalización del modelo que podríamos llamar «vida contemplativa», y de la que la reflexión intelectual y filosófica del s. IV es tal vez su principal testimonio. Comienza a valorarse como algo positivo el apartarse de los afanes y desvelos de la vida pública, el minusvalorar el ansia de poder, para dedicarse por el contrario a la reflexión interior; y, en consonancia, el anterior ideal de vida activa, volcado en la entrega total a las tareas públicas, va convirtiéndose en un valor negativo. No en vano el siglo IV es el siglo de la explosión de las diversas escuelas filosóficas, que en más de un aspecto llegarán a romper los lazos con la realidad contemporánea, como sucede con las dos grandes figuras del siglo, Platón y Aristóteles 1 . Y en el campo de la teoría política, tal vez más que en ningún otro, la especulación filosófica fue mucho más teórica e idealista que práctica y realista en su posible aplicación a la sociedad del momento, aunque pudieran partir de la realidad que tenían delante: el experimento de Platón en Sicilia podría ser un buen ejemplo de un planteamiento carente de realismo 2 .

A este fenómeno sociológico de un creciente desinterés por la participación en la vida política se añaden otras circunstancias que actuarán en la misma dirección. Por ejemplo, las constituciones democráticas van adquiriendo un grado importante de complejidad, lo que termina imponiendo el abandono del prototipo de ciudadano particular-político y la progresiva generalización del político profesional. En Atenas a lo largo del s. IV se va configurando un grupo social claramente delimitado, compuesto por personas dedicadas enteramente a la vida política 3 . Su campo de actuación preferente es tanto la Asamblea como el Consejo, donde desempeñan primordialmente una tarea deliberativa, pero al tiempo forman parte de los diferentes órganos oficiales de gestión política. También es intensa su intervención en el terreno judicial como logógrafos, lo que ayudaba notablemente a su aceptación como hombres públicos. Y, claro está, dentro de este nuevo grupo social no todos llegaban al mismo nivel de notoriedad y profesionalidad: al lado de los grandes líderes estaba toda una multitud de figuras de segundo orden, que solían agruparse en facciones políticas más o menos estables, fruto de su intervención y contacto frecuentes en los asuntos del estado.

Y al lado de la necesidad de esta nueva clase social de la vida política, surge igualmente la esperanza popular de encontrar grandes personalidades que hagan viable la existencia política dentro de cada ciudad y, sobre todo, en al ambiente inestable y proclive a la confrontación bélica que caracteriza las relaciones internacionales entre las ciudades griegas en este período. Así se entiende la presencia notable de algunos personajes, entre los que Filipo y Demóstenes ocupan un lugar destacado en la segunda mitad del siglo 4 . Y en esta búsqueda coinciden tanto la voluntad popular ateniense, o los diversos grupos políticos, como diferentes intelectuales de la época, p. e. Jenofonte o Isócrates, quienes dentro de las particularidades ideológicas de cada uno ponen sus miras en alguna de las figuras señeras contemporáneas como solución a la difícil situación presente.

Todas estas circunstancias tendrán su incidencia en el terreno concreto de las formas políticas. Ahora van aflorando una serie de ideas generales de ámbito político más amplio, que serán el fundamento y punto de arranque de propuestas de nuevos sistemas políticos que, en ocasiones, se harán realidad y, en otros casos, no pasarán de ser meros programas teóricos. Pero que, en cualquier caso, tenderán a ir arrumbando el ya caduco esquema de la polis autárquica del siglo V .

En primer lugar está la idea de una «paz común» (koinḕ eirḗnē) . Las múltiples guerras entre las ciudades griegas a lo largo de este siglo fueron haciendo aflorar la necesidad apremiante de instalar la paz de una forma sólida, para lo que se hacía necesario el establecimiento de lazos de relación entre ellas, aunque con la premisa de seguir conservando su autonomía previa. Y hubo diversos intentos en ese sentido, aunque el carácter en cierto modo contradictorio de esa doble circunstancia de coalición y autonomía suponía un inconveniente grave. Tal vez la tentativa más importante de este tipo fue la Paz Común y la consiguiente Liga de Corinto que Filipo, en el invierno del 338/337, organizó para dar salida a la situación creada tras la batalla de Queronea. Allí el monarca macedonio consiguió el acuerdo de que cada ciudad mantendría su libertad y autonomía, pero al tiempo se comprometería a abstenerse de interferir en los asuntos de las otras ciudades, o bien de forma directa tratando de derrocar su gobierno establecido, o bien de manera indirecta siendo base de operaciones de grupos de exiliados. Para ello estableció un Consejo (synédrion) comunitario, formado por representantes de las diversas ciudades miembro, cuyo número dependía de la mayor o menor aportación militar con que cada ciudad hubiese contribuido al ejército de la Liga. Y, sobre todo, era este Consejo —y no Filipo— el que se convertía en juez de las posibles trasgresiones.

También es especialmente característico del s. IV el llamado «panhelenismo», del que Isócrates fue su principal mentor teórico. Realmente, la idea de una unión de los griegos frente al mundo bárbaro es muy antigua en el ámbito heleno, y manifestaciones indiscutibles de tal sentimiento son los diferentes juegos deportivos que desde antiguo se organizaron por diversos puntos de la geografía griega, o determinadas festividades religiosas de ámbito igualmente general. Pero ese espíritu colectivo no había llegado tal vez mucho más lejos. Y es bien conocido que en el s. IV hubo una reactivación de esa propuesta de que todas ciudades griegas abandonaran sus diferencias y tendieran a una comunidad global. Ahora bien, no es menos cierto que un planteamiento político tal nunca fue concebido como una forma política interna propia del mundo griego, sino como la necesaria rampa de lanzamiento para hacer frente al permanente peligro persa. De cualquier forma, en ocasiones asistimos ahora a actuaciones políticas próximas a los ideales utópicos isocráticos. Y nuevamente Filipo tal vez sea el mejor ejemplo al respecto: su intento de apaciguar y poner orden en el caos de la Grecia que le tocó vivir, está determinado en no pequeña medida por su imparable anhelo de llevar la guerra a suelo asiático, aunque esta tarea le habría de corresponder históricamente a su hijo Alejandro.

Por las mismas épocas, aunque en unos contextos muy determinados, aparece una nueva situación constitucional, que rompe igualmente los muros de la cerrada polis del s. V . Es la «federación» de ciudades. No se trata ya de alianzas militares por imperativo de una guerra común, o de imposiciones de una potencia hegemónica, como fueron las Ligas atenienses correspondientes. Ahora surge una auténtica federación política, caracterizada básicamente por dos componentes: la igualdad entre sus miembros y el sistema representativo en el Consejo federal. El primer rasgo diferencia claramente a la federación de las alianzas hegemónicas conocidas; el segundo está en radical contraposición al sistema de las democracias directas del tipo de la de la Atenas contemporánea.

Finalmente, también en este siglo IV —al menos entre los grupos más intelectualizados— aparece la idea de una comunidad política universal, en la que tendría cabida la humanidad entera sin distinción de razas o de clases sociales. Sería el plano constitucional de ese universalismo sociológico mencionado más arriba. El proceso unificador de una realidad tal sería la helenización del mundo bárbaro. Tales postulados no pasaron de utopías teóricas, pero ponen de manifiesto una vez más esa tendencia inequívoca en el s. IV de trascender los límites ya estrechos de la vieja polis. Había, pues, una conciencia clara de la necesidad de abrir nuevos caminos constitucionales, y es en este contexto donde hay que plantearse la dicotomía Esquines/Demóstenes.

Ahora bien, esto no significa que no siguiera vigente el viejo esquema político de la polis democrática autárquica. Pero incluso dentro de ese mismo contexto político es fácil percibir dos sectores claramente enfrentados: de un lado, los defensores de una democracia radical e inflexible, al viejo estilo; del otro, los que podríamos calificar de demócratas realistas, para los que la defensa de la polis democrática no iba en contra de la necesidad de dar entrada a formas y actitudes políticas más abiertas y menos rígidas, lo cual no significaba traición a los postulados básicos sino postura pragmática y en consonancia con los nuevos límites de la praxis política.

En conclusión, este repaso a algunos de los elementos que caracterizan el siglo IV , nos proporciona tal vez una perspectiva más precisa sobre la que proyectar las figuras enfrentadas de Esquines y Demóstenes. A la luz de la situación psicológica, social y política del mundo griego en general y de Atenas en particular en esta época, parece evidente que la política propugnada por Demóstenes estaba, en no pequeña medida, al margen de la realidad del momento. Su utópica pretensión de una Atenas hegemónica ya no tenía cabida en el contexto del s. IV . Las guerras, los problemas económicos, la aparición de nuevas hegemonías y potencias habían llevado a un replanteamiento del viejo esquema de la ciudad-estado autárquica. Las nuevas circunstancias imponían nuevas formas de praxis política, caracterizadas todas ellas por una pérdida de poder de cada ciudad en particular en aras de una actuación más comunitaria. Y este nuevo panorama unos lo aceptaron si no con gusto al menos con realismo, pero otros optaron por un enfrentamiento frontal que, desde el principio, estaba condenado al fracaso.

II. ESQUINES VERSUS DEMÓSTENES

1.

Las fuentes. Método de análisis

Para estudiar el período histórico que abarca la actuación política de ambos oradores disponemos de un amplio número de fuentes. Algunas de ellas son fragmentarias y, por ello, con limitaciones de información y problemas de interpretación: son los restos de las Historias de diversos autores como Anaxímenes de Lámpsaco, Demetrio de Falero, Duris de Samos, Idomeneo, Teopompo y otros. Otras, por el contrario, nos han llegado íntegras, entre las que habría que destacar la Biblioteca de Diodoro Sículo, las Historias Filípicas de Pompeyo Trogo a través de los resúmenes de Justino y, de forma especial, algunas de las Vidas de Plutarco. Pero la mayoría de ellas no nos aporta una información relevante sobre Esquines en particular.

La fuente más importante son los tres discursos que conservamos del propio Esquines, así como los dos enfrentados de Demóstenes (el 18, Acerca de la corona, con el que responde al Contra Ctesifonte esquíneo; y el 19, Sobre la embajada fraudulenta, en el que acusa a su enemigo, que a su vez se defiende en el discurso homónimo conservado). Las cinco piezas oratorias fueron pronunciadas dentro de un contexto judicial, pero el trasfondo era mucho más amplio: allí se enfrentaban dos maneras de entender la posible actuación política de Atenas. Y todas estas circunstancias hacen que la información recogida en esos cinco discursos tenga que ser objeto de un análisis riguroso, porque su fiabilidad es menor. Y ello, en primer lugar, por razones de técnica legal. El procedimiento jurídico ateniense difería mucho de nuestros sistemas actuales, donde el juez desempeña un papel de control rígido de los posibles recursos a disposición de las partes. En la Atenas de Esquines el jurado simplemente escuchaba y emitía su voto en función de la verosimilitud de los hechos y la capacidad suasoria de los contendientes en el juicio. En consecuencia, tanto la acusación como la defensa podía acudir a todo tipo de recursos y argumentaciones, conscientes de la ausencia de control de la idoneidad de las estrategias planeadas. Y el mejor testimonio de este estado de cosas es que, en el caso que nos ocupa, observamos que los dos oradores casi nunca coinciden en la mera exposición de los hechos, no ya en su interpretación. Y a esto se añade que asistimos realmente a una reñida batalla política, y no debemos olvidar que los tribunales de justicia eran un escaparate y trampolín para la actividad política, por lo que había que asegurar a cualquier precio el voto favorable de los jueces.

En este punto del análisis de los datos contradictorios, la crítica moderna ha operado de diversas maneras, pero casi siempre se ha dejado llevar de un apriorismo favorable a Demóstenes, incurriendo así en constantes trasgresiones de la objetividad. Un ejemplo clásico es la postura sistemática adoptada por Schäfer 5 en su famosa obra sobre Demóstenes, en la que postula el criterio metodológico de la «consistencia», según la cual el orador que da dos versiones distintas de un mismo hecho en dos pasajes, no debe ser fiable no sólo ya en el punto en cuestión sino en cualquier otro en que disienta de otro orador. Y este postulado, que él aplica rigurosamente a Esquines, olvida luego tenerlo en cuenta para con Demóstenes cuando éste comete contradicciones semejantes, de cuyo lado se inclina indiscriminadamente.

Últimamente, Harris 6 , a quien sigo en este punto, propugna un método riguroso basándose primordialmente en el criterio de que hay que acudir a elementos objetivos y externos, en concreto los testigos presentados y los documentos esgrimidos, y sobre ambos proceder a una valoración detenida de fiabilidad en cada caso concreto. Y así, tras sopesar cuidadosamente ambos componentes, establece seis premisas metodológicas que aseguran una objetividad mayor, y que posteriormente va aplicando a los datos que aportan los cinco discursos aludidos.

2.

La entrada de Esquines en la escena política: la caída de Olinto (348)

La primera mitad del s. IV había sido para Atenas una sucesión de fracasos en su permanente intento de restablecer la supremacía que había disfrutado en la centuria precedente. Los decenios iniciales van a contemplar cómo otras ciudades (Esparta, Tebas) se adueñan de la hegemonía política y militar en todo el mundo griego. De igual forma, el intento de la Segunda Liga marítima, que buscaba de alguna manera recuperar la antigua posición basada en el poderío naval ateniense, también terminará en fracaso cuando las ciudades aliadas, que se habían unido a la causa ateniense principalmente por el temor a Esparta, ahora, tras la derrota de Leuctra y la ascensión de Tebas, verán innecesaria su obediencia al liderazgo ateniense. A todo lo cual hay que añadir la derrota en la Guerra Social durante los años cincuenta (357-355), que supuso el desgajamiento irrecuperable de Quíos, Rodas, Bizancio y Cos en una Liga separada. Y en la base de este continuo fracaso estaba la penuria económica de las arcas públicas atenienses, que impedía adoptar las medidas necesarias en cada ocasión o, al menos, con la rapidez y envergadura debidas. Por todo ello es comprensible que una y otra vez sonaran voces moderadas que propugnaban una política realista en consonancia con la verdadera situación de Atenas y rechazaban por inútiles los sueños nostálgicos de la grandeza alcanzada en el s. V 7 : Jenofonte, Isócrates, Foción o Esquines, a pesar de sus diferencias de edad, de formación y de planteamientos políticos en otros muchos puntos, sin embargo comparten una serie de postulados tanto en política interior como exterior, entre los que destaca su propuesta de disminuir los gastos públicos, en especial los militares, y, sobre todo, ponen como meta última la paz.

El segundo elemento determinante en este momento es la aparición de Filipo II en el trono de Macedonia. Su actuación política y militar afectará casi desde los primeros momentos a un punto de gran sensibilidad en Atenas: Anfípolis. Ésta era una colonia fundada por Atenas a mediados del s. V a orillas del río Estrimón en Tracia, y que a los pocos años había perdido sin lograr recuperarla posteriormente, aunque siempre mantuvo clara y firme su voluntad de recuperarla por su riqueza en madera y minas de metales preciosos, lo que suponía una fuente importante de ingresos en el erario público. En el año 357 Filipo, una vez clarificada la situación militar y política en su entorno geográfico más próximo, encaminó sus pasos a la conquista de Anfípolis, lo que acarreó la preocupación de Olinto, que poseía la hegemonía entre las ciudades de la Calcídica y veía con temor la presencia del macedonio en aquella región. Los olintios buscan la colaboración de Atenas, ante lo que Filipo va a actuar con la estrategia política que le caracterizará en toda su andadura histórica: privar a sus enemigos de los aliados de que previamente dispusiesen, para así atacarlos sin el apoyo en que confiaban. Así, ahora Filipo se acerca a Atenas, a quien le promete que le entregará Anfípolis si rompe sus conversaciones con Olinto. Los atenienses, escasos de recursos, aceptaron y Filipo se apoderó de Anfípolis, aunque luego no cumplió su compromiso previo sino que mantuvo en su poder la plaza y, más aún, se apoderó también de Pidna, otro enclave ateniense al sur de Macedonia.

Ante tales éxitos de armas por parte de Filipo, Atenas y Olinto vuelven a sentir la necesidad de llegar a algún tipo de acuerdo frente al monarca macedonio, pero éste, una vez más, practica la estrategia de separar a sus posibles enemigos, y ahora solicita a Olinto autorización para atravesar por su territorio camino de Potidea y, a cambio, promete entregársela, plan que lleva a cabo con éxito el año 356 y, en efecto, la cede a Olinto.

En los años sucesivos Filipo centra su estrategia político-militar en Tracia con idénticos resultados, y nuevamente en Atenas y Olinto resurge la preocupación por la carrera triunfal de aquél. En 349 Filipo solicita a los olintios que le entreguen a Arrideo y Menelao, hermanastros suyos y pretendientes al trono macedonio, que gozaban de asilo en la ciudad. Los olintios le deniegan la petición y solicitan una alianza con Atenas que, en esta ocasión sí, envía refuerzos militares en la primavera del 348. Pero aquél rompe de nuevo la incipiente colaboración solicitando la paz con Atenas. El primer intento lo hace a través de los embajadores de Eubea que, además de tratar de la paz entre Eubea y Atenas, a continuación hicieron saber a la Asamblea que «Filipo les había exhortado a que os comunicaran que quería reconciliarse con vosotros y mantener una situación de paz», como nos dice el propio Esquines 8 . Y hubo un segundo intento, ahora con ocasión de la captura del ateniense Frinón por unos piratas, episodio que también nos refiere Esquines en el mismo pasaje. Así nos enteramos de que Filipo quería hacer saber a la Asamblea ateniense «que estaba en guerra contra su voluntad y que quería también ahora poner fin a la guerra». En tal estado de cosas los atenienses comprenden las ventajas de una paz con Filipo, y Filócrates en concreto presenta una propuesta de decreto en ese sentido. La moción fue aprobada de inmediato, pero quedó bloqueada por el recurso inmediato de ilegalidad interpuesto por un tal Licino. Demóstenes defendió a Filócrates ante el tribunal de justicia, y Licinio no obtuvo ni siquiera la quinta parte de los votos que exigía la ley.

En Atenas, pues, se acordó que Filipo podía enviar a la ciudad un heraldo y embajadores para tratar de la paz. Pero éste, por alguna razón 9 , decidió atacar Olinto 10 y, tras la victoria, infligió un tratamiento duro: la ciudad fue saqueada y los habitantes hechos esclavos. Lógicamente, Atenas estalló en cólera, al tiempo que paralizaba todas las gestiones que se llevaban a cabo en torno a la paz. Y, sobre todo, a los anhelos de un beneficiosa paz siguió un entusiasmo bélico. Por primera vez Atenas comprendía la envergadura del fenómeno Filipo, y era consciente de que necesitaba la ayuda de otras ciudades. Así, Eubulo, que desde unos años antes desempeñaba un papel central en la política tanto interna como externa ateniense, presentó una propuesta de decreto en la que hacía ver la necesidad de que se enviasen de inmediato a todas las ciudades griegas delegados con la invitación de reunirse en Atenas para discutir las medidas a tomar contra Macedonia.

En la defensa de esta moción de Eubulo ante el Consejo y la Asamblea intervino un nuevo personaje político, salido ahora del anonimato; y lo hizo con tal brillantez que consiguió la aprobación entusiasta de todos y, además, que él mismo fuera comisionado para dirigirse a las ciudades de Peloponeso en busca de apoyo para hacer frente a la amenaza que representaba Filipo. Este nuevo protagonista de la vida política ateniense era Esquines, hijo de Atrometo, del demo de Cotócidas 11 .

En el invierno del 348/347 Esquines viajó a Megalópolis, en Arcadia, para hablar ante la Asamblea arcadia, donde propuso la formación de una coalición panhelénica frente a Filipo. Pero el resultado de la propuesta de Eubulo cayó en saco roto: las ciudades estaban muy distanciadas una de otras; el egoísmo e individualismo eran imperantes por doquier; y la hábil diplomacia macedonia coadyuvaba a la desunión general.

De otro lado, Demóstenes, en su discurso enfrentado del 343 12 , le acusa de incoherencia política y de traidor, puesto que en un primer momento había comprendido el peligro que suponía Filipo y, con lógica política, había tratado de arbitrar las medidas necesarias para hacerle frente; mientras que luego prefirió entregarse sin miramientos a la causa macedonia. Y en su defensa Esquines le contestará 13 : «¿Y el buen consejero qué es preciso que haga? ¿No es acaso que aporte los mejores consejos a la ciudad de acuerdo con la situación?». Con estas palabras Esquines ponía de manifiesto el talante realista que iba a mantener en toda su actuación política, lo que equivalía a dejar siempre de lado cualquier planteamiento utópico y fuera de tiempo.

3.

En busca de la paz: primera embajada (346)

Atenas seguía convencida de la necesidad de establecer algún tipo de relación amistosa, o al menos pacífica, con Filipo. Frente a la postura de Eubulo o Esquines, que probablemente pensaban en intentar llegar a un entendimiento duradero con Macedonia, Demóstenes aceptaba al menos la necesidad de alcanzar una tregua que permitiese a Atenas prepararse mejor para posibles enfrentamientos futuros, en los que poder alcanzar el triunfo a la altura de su prestigio histórico.

La nueva ocasión se la brindó un episodio particular: dos ciudadanos atenienses, Yatrocles y Evérato, habían caído prisioneros en la toma de Olinto, y su familia solicitó a la Asamblea un embajador ante Filipo para pedir su liberación. Se escogió al actor Aristodemo, por el que el monarca macedonio sentía una admiración especial, como en general por todos los artistas teatrales. A su vuelta Aristodemo, en su informe ante el Consejo y la Asamblea, hizo saber la buena disposición de Filipo para con Atenas e, incluso, su deseo de llegar a ser su aliado 14 . Ante tal exitosa y esperanzadora gestión, el propio Demóstenes presentó una propuesta de decreto para conceder una corona a Aristodemo. Además, Filócrates propuso otro decreto para elegir diez embajadores que negociasen con Filipo la paz y una alianza —Esquines añade, tal vez tendenciosamente, que Demóstenes fue incluido en la lista de embajadores a propuesta del propio Filócrates 15 —.

El número de diez componentes de la embajada pone de manifiesto, de un lado, la importancia que en Atenas se le daba a este intento de conseguir la paz con Macedonia; de otro, se posibilitaba que intervinieran representantes de las diversas tendencias políticas del momento 16 : Esquines, curiosamente, representaría el sector más crítico de este acercamiento a Filipo, porque no debemos olvidar que poco antes, siguiendo la línea política de Eubulo, había defendido la opción de formar un bloque panhelénico frente al rey macedonio. Demóstenes, por el contrario, estaría más en la línea de los promotores de la idea, dada su proximidad a Filócrates.

Tal vez el punto más importante sea el determinar la causa concreta que llevó a los atenienses a entablar estas conversaciones de paz, lo que en buena medida suponía un cambio importante en los planteamientos y directrices de Atenas en política exterior. El criterio más extendido piensa que los acontecimientos habidos en la Fócide a principios del 346, o sea prácticamente simultáneos, habrían llevado a buscar una tregua con Filipo, dado que la situación se iba volviendo más intrincada por momentos. Harris 17 va rechazando los diversos argumentos postulados por la crítica, y concluye que, a la luz de los testimonios a nuestra disposición entre los que los discursos de Esquines y Demóstenes ocupan un lugar preferente, hubo dos motivos primordiales: de un lado, la apremiante preocupación de Atenas por la situación en la Grecia septentrional, de donde la ciudad recibía un importante aporte económico y donde Filipo iba progresivamente cambiando el status quo; de otro, su fracaso en coaligar a los griegos contra Filipo.

Ahora bien, para entender en toda su complejidad este momento histórico así como la participación política de Esquines y Demóstenes en él, es preciso no pasar por alto, como a veces se hace, el hecho de que, mientras nuestros diez elegidos encaminaban sus pasos a la corte de Pela, al mismo tiempo Atenas enviaba un segundo grupo de emisarios 18 por toda Grecia convocando a una nueva reunión en Atenas, pero esta vez con una intención bastante distinta: ofrecer a las restantes ciudades la posibilidad de que se unieran al posible acuerdo futuro de paz con Macedonia. De esta forma —pensaba Esquines, en consonancia posiblemente con ciertos planteamientos teóricos panhelénicos o, al menos, realistas— no se trataría de una paz únicamente bilateral, que podría romperse más fácilmente que si se incorporaba a ella buena parte de toda Grecia.

Los embajadores se ponen en camino hacia Pela en algún momento de febrero del 346. Las conversaciones con Filipo se desarrollaron en dos sesiones: en la primera, los emisarios atenienses expusieron los pormenores de su propuesta; en la segunda, Filipo les hizo saber la contestación que habrían de llevar de vuelta a Atenas.

La principal fuente de información es el discurso II de Esquines 19 , puesto que Demóstenes quiso luego difuminar lo más posible su participación en las gestiones diplomáticas que condujeron a la Paz de Filócrates y, en consecuencia, no se extendió mucho en describir los hechos de este período. El primer día hablaron los representantes atenienses por orden de edad, de forma que a Esquines le correspondió intervenir hacia la mitad, y Demóstenes el último, por ser el más joven. Esquines nos informa de que él se extendió ampliamente en el punto de la reivindicación de Anfípolis por parte de Atenas, lo que pone de manifiesto que nuestro orador conocía bien las principales inquietudes y preferentes objetivos de su ciudad. Al llegarle el turno a Demóstenes, y a pesar de las previas manifestaciones de petulancia de éste sobre cómo iba a doblegar la voluntad de Filipo, al final se bloqueó y escasamente logró balbucear algunas palabras. La crítica prodemosténica habla aquí de tendenciosidad y falsedad por parte de Esquines; pero parece indudable la veracidad del relato esquíneo puesto que, de no haber sido así, el testimonio en contra de los otros embajadores presentes habría echado por tierra tal pretensión ridiculizadora.

Tras una interrupción, los embajadores fueron llamados a presencia de Filipo, que intentaba responder a los diferentes puntos tocados y, en especial, a la intervención de Esquines. Su contrapuesta en general fue bastante vaga, concretándose en que cada una de las partes mantendría las posesiones que en ese momento ocupaban, lo que equivalía a decir que Atenas debía abandonar sus pretensiones sobre Anfípolis. Y en términos parecidos de imprecisión estaba redactada la carta que Filipo les entregó para ser leída a la Asamblea ateniense, aunque en ella Filipo manifestaba su intención de proporcionar una serie de beneficios a Atenas, en caso de que se concluyese la paz 20 . De otro lado, se acordó igualmente que el macedonio enviaría a dos embajadores suyos (Antípatro y Parmenión) para que debatiesen ante la Asamblea ateniense las propuestas ahora formuladas.

En resumen, no eran muchas e importantes las ventajas que podrían obtenerse del posible tratado de paz, pero al menos se conseguía el final de la guerra, un cierto equilibrio político en el Quersoneso, y daba la impresión de que Filipo tenía una auténtica buena voluntad de estar en armonía con Atenas. Y respecto a Esquines en particular, podemos suponer con verosimilitud que, aunque en desacuerdo con lo conseguido, pensaba que al menos la posible unión del resto de Grecia a estos acuerdos redundaría en una mayor contención de la progresión política de Macedonia.

La embajada regresó a Atenas a finales de Febrero. Su primera actuación, de acuerdo con la ley, fue presentar un informe ante el Consejo y, luego, ante la Asamblea. Del primero, Esquines nos informa 21 de que Demóstenes hizo un elogio de la embajada e incluso propuso un decreto para que les fuera concedida una corona de olivo y una invitación a comer en el Pritaneo a todos los componentes de la embajada; igualmente 22 , presentó la propuesta de que se concluyera una tregua con el heraldo macedonio, de forma que los emisarios de Filipo pudieran venir a Atenas, puesto que no hay que olvidar que en estos momentos ambas ciudades estaban en situación legal de guerra declarada.

Así mismo, no hay que olvidar que el Consejo, en tal situación y por imperativo constitucional, tuvo que comunicar al synédrion de la Confederación de los aliados la propuesta de Filipo y solicitar de ellos algún tipo de resolución 23 al respecto. Y éstos propusieron que los prítanos no convocaran a la Asamblea para tratar de este asunto hasta que no estuvieran de vuelta las embajadas enviadas a las ciudades griegas 24 .

En los días siguientes tuvo lugar el informe ante la Asamblea, probablemente en torno al día 30 del mes de Antesterión. Una vez más nuestra fuente más explícita —y veraz— es Esquines 25 , que nos informa de que en esta ocasión Demóstenes se mostró más molesto y agresivo, y de que propuso también ahora la tregua con el heraldo macedonio así como la corona honorífica a los embajadores, pero que añadió que la Asamblea fuese convocada a una doble sesión para tratar de la paz y también de una posible alianza con Filipo.

En este punto de los acontecimientos Harris 26 nos da un buen ejemplo de su rigor filológico haciéndonos caer en la cuenta de lo que probablemente Esquines se calla y que, de ser cierto, aclararía mucho mejor la situación: la razón de este cierto cambio de postura de Demóstenes respecto a su intervención anterior ante el Consejo y, sobre todo, su añadido de esa convocatoria de la Asamblea para discutir ya en concreto la paz, todo esto se explicaría más fácilmente si supusiéramos que, aunque Esquines no lo mencione, en esa sesión se discutió la conveniencia o no de aceptar la resolución de los aliados, punto en el que Demóstenes saldría vencedor, lo que llevaría a la mencionada propuesta de convocar inmediatamente las dos sesiones de la Asamblea aludidas. Por el propio Esquines 27 sabemos que él apoyaba la pretensión de los aliados de demorar cualquier tipo de tratamiento del problema hasta el regreso de los embajadores atenienses a las restantes ciudades griegas, lo que es lógico dentro de su planteamiento político de que una posible unión más o menos panhelénica supondría un sólido muro de defensa frente al aparentemente imparable avance de Macedonia. Por el contrario, Demóstenes, convencido de la superioridad de Atenas, pensaba que el estado de cosas necesitaba sobre todo urgencia en la toma de decisiones. Y, una vez más, los atenienses se inclinaron del lado de este último, seducidos por su personalidad más brillante, pero sobre todo porque el desánimo y la desunión entre las ciudades griegas eran grandes, y la falta de noticias hacía suponer que el resultado sería semejante al que había tenido lugar poco antes con ocasión de la caída de Olinto. De nuevo volvemos a encontrarnos con dos visiones de la praxis política claramente contrapuestas: de un lado estaba la postura sabedora de la debilidad de Atenas y de la necesidad de tener que contar con la ayuda de otros para hacer frente a los posibles problemas de ámbito internacional, puesto que quedaba ya muy lejos el esplendor del s. V , lo que podríamos calificar de realismo y moderación; y frente a este planteamiento se levantaba el bloque de quienes seguían pensando que Atenas era la potencia hegemónica de Grecia, aunque en esa época no pasara por sus mejores momentos, y que por lo tanto no debía rehuir las situaciones por complicadas que fuesen, sino intervenir de forma directa e inmediata. Y en este estado de cosas es comprensible la defensa a ultranza de Esquines frente a la acusación confundidora —y falsa— de Demóstenes sobre que estaban ya presentes en Atenas los embajadores enviados poco antes a las ciudades griegas.

También es confuso el relato de Esquines en relación con las fechas de convocatoria de las sesiones de la Asamblea 28 . Primero nos dice que Demóstenes propuso simplemente que la Cámara acordase que los prítanes convocaran dos sesiones para deliberar sobre la paz y la alianza, y más tarde menciona explícitamente los días 18 y 19 del mes de Elafebolión. La forma más sencilla de interpretar esta discordancia es suponer que hubo una nueva reunión de la Asamblea, en la que Demóstenes concretó ya las fechas mencionadas. Y tal vez también a ésta habría que adscribir la propuesta de decreto de Demóstenes 29 sobre que se asignase un puesto en las Dionisias a los embajadores de Filipo, lo que supondría que la fecha de esta otra sesión sería ya con la embajada macedonia en Atenas.

Así las cosas, se llega a la doble sesión de la Asamblea los días 18 y 19 de Elafebolión. Filócrates redacta una propuesta de decreto en la que se recogían las condiciones ya más concretas traídas a Atenas por Antípatro y Parmenión: se proponía una paz y una alianza entre, de un lado, Atenas y sus aliados y, de otro, Macedonia y los suyos, pero con la aceptación de la situación territorial actual, a excepción de la Fócide y la ciudad tesalia de Halos. Era, pues, un acuerdo duro para Atenas, que perdía así todas sus posibilidades sobre Anfípolis, Pidna y Potidea, así como últimamente la Fócide.

Curiosamente tanto Esquines como Demóstenes estaban de acuerdo en la dureza de las condiciones macedonias, pero también en su inevitabilidad. Y así, aunque en un primer momento se mostraron reluctantes, al final acabaron apoyando la necesidad de llegar al acuerdo con Filipo. Por ello, las acusaciones que posteriormente Demóstenes habrá de lanzar contra su enemigo, carecen de fundamento. Finalmente, la Asamblea ateniense terminó por aceptar la propuesta de decreto presentada por Filócrates, a condición de que se eliminase la restricción de Fócide y Halos y en contra de la opinión de los emisarios macedonios.

Luego está la cuestión de Cersobleptes. Éste no era miembro de la Confederación de aliados; sin embargo, dado el peligro que corría ante el inminente ataque de Filipo, intentaba unirse al juramento del tratado de paz con Macedonia. Su emisario Critobulo lo hizo saber en la Asamblea del 25 de Elafebolión, en la que también los aliados aceptaron oficialmente los términos del tratado. A favor de la causa de Cersobleptes, Alexímaco de Peleces presentó una propuesta de decreto. En los discursos enfrentados del año 343 vemos de nuevo enfrentados a Esquines y Demóstenes también este punto. Lógicamente Esquines estaba a favor del soberano tracio, dada su predisposición a hacer tomar parte en la alianza al mayor número posible de ciudades griegas. Demóstenes, por contrario, pensaba —en esta ocasión con acierto— que esta circunstancia dificultaría las negociaciones con Filipo, y para ello se basaba en que Cersobleptes no pertenecía al bloque de los aliados de Atenas. Por su parte la Asamblea ateniense del 25 de Elafebolión debió de estar del lado de Demóstenes, puesto que parece claro que la propuesta de Alexímaco fue rechazada 30 . Ahora bien, lo sorprendente es que en los discursos del 343 Demóstenes intenta culpar a Esquines de no haber prestado el apoyo debido a Cersobleptes, cuando las cosas fueron exactamente al revés. Esquines en su discurso del 343 intenta probar que el que en el año 346 defendía a ultranza la alianza con Filipo era Demóstenes, puesto que de éste vino la oposición a que el soberano tracio se uniese a la paz, lo que habría sido un impedimento insalvable ante Filipo. Demóstenes en 343, en su línea de enfrentamiento ya total con el macedonio, trastoca los hechos y censura a Esquines por una medida de la que él había sido el principal animador.

Tal vez quedaba en evidencia una vez más que Demóstenes buscaba una tregua temporal con Macedonia, que permitiría mantener a salvo el Quersoneso y dar tiempo para una recuperación de Atenas. Y frente a esto Esquines veía que la situación era mucho más compleja y necesitada de la colaboración del mayor número posible de ciudades griegas.

4.

En busca de la paz: segunda embajada (346)

Una vez que Atenas y sus aliados aprobaron y juraron los términos de la Paz de Filócrates, era necesario que una nueva embajada ateniense se encaminase a Pela para que Macedonia y sus aliados prestasen juramento a su vez de aceptación del acuerdo. Este momento es conocido como la segunda embajada.

Lógicamente parece que fueron elegidos como embajadores ahora los mismos que habían ido en la vez anterior, y la Asamblea les encargó tres misiones: recibir los juramentos de Filipo, intentar obtener la liberación de los prisioneros atenienses en Macedonia y «que los embajadores hagan también cualquier otra cosa ventajosa que puedan» 31 .

La partida tuvo lugar poco después del 3 del mes de Muniquión a instancias de Demóstenes, que deseaba gran celeridad en la conclusión del tratado. Pero por razones que desconocemos, la marcha no fue tan rápida y tardaron en llegar a Pela veintidós días. Esta demora fue el primer motivo de enfrentamiento en esta segunda embajada entre nuestros dos oradores. Durante todo ese tiempo Filipo se ausentó de Macedonia y realizó diversas conquistas en Tracia, hechos de los que luego Demóstenes culpará a Esquines, quien, a juicio de su antagonista, habría estado en connivencia con el macedonio. Aparte de otras razones, es claro que Tracia no estaba incluida en las cláusulas de la alianza, de forma que una más temprana firma de la paz no habría sido un obstáculo para la política expansionista de Filipo en esa región.

Tras su llegada a Pela y en la reunión de los emisarios atenienses previa a la cita con Filipo, quedó ya de manifiesto la amplia divergencia entre ambos políticos, hasta el punto de que acordaron que cada uno dijese lo que le pareciese conveniente 32 . Demóstenes, que habló el primero, no se centró en ningún punto importante sino que se limitó a un panegírico de sí mismo y de Filipo, lo que produjo la risa entre los asistentes 33 . Esquines por su parte, además de otros considerandos, se centró en dos puntos capitales en ese momento, y lo hizo desde la óptica de la realidad. Dada la inminencia inevitable de Filipo en la Grecia Central con motivo de la revuelta de la Fócide, abogó porque el conflicto se resolviese por vía de los tribunales de justicia o, en su defecto —Esquines sabía que eso era impensable en las circunstancias actuales—, que el trato con los focenses fue indulgente y sólo se castigase con dureza de forma individual a los directamente responsables. De otro lado, sugirió la conveniencia de detener el poder de Tebas apoyando a las ciudades beocias. Y en ambos puntos se iba a producir una separación radical y definitiva entre uno y otro. Demóstenes echará la culpa a Esquines del aniquilamiento de los focenses, aunque en este momento era ya una realidad inevitable. Y respecto a Tebas, la posterior política demosténica a favor de una alianza con la ciudad cadmea carecía de sentido en el año 346 y, además, en ese año él se sentía cómodo al lado de los sentimientos antitebanos que una y otra vez hacía su aparición en Atenas. Esquines, por su parte, se acomodaba más a los planes de Filipo —o al menos a los que luego habrían de venir—, y ello no por colaboracionismo con el macedonio sino porque era lo más práctico y realista para Atenas en ese momento 34 .

Filipo, pues, prestó el debido juramento a la alianza con Atenas, y ello en los términos que Filócrates había propuesto en Atenas, o sea, con las restricciones de Fócide y Halos. A continuación todos se pusieron en camino hacia Tesalia, donde la embajada ateniense recibió a su vez el juramento de los aliados del macedonio.

La embajada retornó a Atenas, y en concreto Esquines llegaba con la esperanza de que la inevitable intervención de Filipo en la Grecia Central no estaría muy en contra de los intereses de Atenas, puesto que el contacto personal con el monarca macedonio le había causado la impresión de que éste sentía una admiración especial por Atenas y que, consiguientemente, tenía una buena predisposición como para no dar lugar a un enfrentamiento directo con la ciudad.

A los dos días de su llegada a Atenas los embajadores rindieron el debido informe ante el Consejo 35 y, al día siguiente, ante la Asamblea. Ahora ya Demóstenes procedió en ambas ocasiones a un ataque frontal contra sus compañeros de embajada y contra la actuación de éstos en su tarea de representar los intereses de la ciudad. Pero en esta ocasión la Asamblea se dejó seducir por la visión más positiva de Esquines 36 , y la facción macedonia se vio apoyada hasta el punto de que Filócrates hizo una propuesta de decreto para que la alianza ahora suscrita se extendiera a los descendientes de Filipo, así como que la Fócide traspasara a los Anfictiones el control del templo de Apolo en Delfos.

Los atenienses votaron de grado la sugerencia de Filócrates, y dispusieron el envío de una tercera embajada a Macedonia para ampliar la alianza en los términos indicados. En esta ocasión Demóstenes se abstuvo de participar, puesto que cada vez veía con más desconfianza la actuación de Filipo. Tampoco Esquines tomó parte porque, aunque en un primer momento había aceptado la nominación, luego adujo que estaba enfermo y que, temporalmente, se ausentaba 37 . La embajada, pues, se puso en camino y en Calcis, el 24 del mes de Esciroforión, se enteraron de la rendición de Faleco y de que Filipo había atravesado el paso de las Termópilas. Llenos de vacilación los emisarios regresaron a Atenas para consultar sobre la nueva situación. En la sesión de la Asamblea del día 27 la corriente antimacedonia recuperó el terreno perdido al lograr infundir en el ánimo de los atenienses el temor de que el siguiente paso del macedonio sería atacar a la propia Atenas. No obstante, se acordó enviar esta tercera embajada a Delfos, donde Filipo había convocado una reunión de la Anfictionía. Ahora sí se unió Esquines y allí, ante Filipo, habló a favor de los focenses, logrando que el castigo final impuesto a éstos fuese menos duro de lo que otras ciudades pretendían. A su vuelta a Atenas la tempestad antimacedonia amainó en cierta medida, al comprobarse que el peligro macedonio había desaparecido, aunque se mantenía cierto malestar contra Esquines, que les había asegurado que la sanción a los focenses sería mucho más suave. Pero duró poco la calma: Filipo, con el apoyo de los tesalios y tebanos, se dispuso a presidir los juegos píticos, que tuvieron lugar en el otoño de este mismo año 346, lo que suponía, en no pequeña medida, el reconocimiento de la hegemonía del macedonio en la Grecia central; en respuesta, los atenienses, irritados, rehusaron enviar su delegación, lo que equivalía a no reconocer la recién estrenada categoría de miembro de la Anfictionía délfica que Filipo había conseguido de resultas de la rendición de la Fócide. Y la indignación fue a más cuando una delegación de tesalios, en representación del Consejo anfictiónico, se presentó en Atenas para que la ciudad reconociese oficialmente la entrada de Filipo en dicho Consejo 38 . En tal situación Esquines —y con él el bloque promacedonio— apoyó abiertamente la aceptación, mientras que Demóstenes a continuación le censurará una vez más su entrega a la causa macedonia sin reparar en las consecuencias. Pero la verdad es que en el discurso conservado Sobre la paz, que Demóstenes pronuncia para esta ocasión, termina aconsejando a los atenienses la misma propuesta que Esquines: la aceptación de la nueva situación, por razones de mero sentido común y a la espera de mejores coyunturas para recuperar el perdido prestigio de Atenas.

5.

Guerra y paz: la Paz de Filócrates (346-340)

La segunda mitad de la década de los cuarenta transcurre teóricamente en medio de la paz firmada tras los laboriosos afanes vistos más arriba, y que denominamos Paz de Filócrates por el nombre del ponente de la propuesta legal. Pero, a decir verdad, se mantiene en Atenas un cierto ambiente al menos psicológico de guerra, promovido por los grupos antimacedonios con Demóstenes a la cabeza, que no dejan pasar ocasión de poner en evidencia el peligro de un inminente ataque del macedonio, a pesar de que éste una y otra vez deja patente su interés por profundizar en la relación pacífica actual con Atenas. Y frente a ellos la corriente filomacedonia mantendrá igualmente firme su postura de que la alianza con Filipo sólo traerá beneficios a la ciudad, planteamiento éste que, desde un plano más teórico, se verá apoyado por los diversos panfletos que por estos mismos años escribe Isócrates a favor de la unificación de las fuerzas griegas bajo el mando de Filipo, de forma que Grecia pueda hacer frente de una vez con éxito al poder persa.

Pues bien, en este contexto político la figura de Demóstenes y su línea política iban adquiriendo un mayor protagonismo, consolidado por la marcha de los acontecimientos y por el apoyo de la opinión pública, fácilmente influenciable por la brillantez oratoria y temperamental de Demóstenes así como por el hecho de que las buenas palabras de Filipo no acababan de materializarse en nada concreto. De otro lado, durante este período Esquines llevará una existencia más retirada —sólo alterada de forma importante por el proceso que contra él abre Demóstenes en el año 343, acusándolo de actuación fraudulenta en las embajadas enviadas a concertar la paz con Macedonia—. La corriente filomacedonia que lidera tratará simplemente de apagar los fuegos que una y otra vez van a prender demagógicamente los enemigos de Filipo, en un intento de sostener la situación de paz y con la esperanza de que el paso del tiempo irá poniendo de manifiesto el acierto de su confianza en el macedonio. En resumen, podría decirse que en estos años hay en Atenas una situación implícita de guerra, tanto con el exterior como dentro de ella misma, aunque formalmente se trate de un período de paz.

Me limitaré aquí a detallar algunos de esos hechos que dejan traslucir la tensión política del momento. Para empezar, habría que tener bien claro que Filipo, tras la firma de la Paz de Filócrates, dedicó su principal actuación militar y política a la Grecia septentrional (Iliria, Tracia), y, si lo vemos intervenir en la Grecia central o en el Peloponeso, se debe a motivos de ayuda a situaciones concretas, pero nunca a una política de mayor calado. Demóstenes, por el contrario, una y otra vez interpretará las cosas de forma muy distinta, llevado de su obsesión de que en la mente de Filipo lo que subyacía era el empeño de subyugar a toda Grecia y, de forma especial, a Atenas. Y, claro está, en todo momento se topará con la oposición de Esquines. Tal vez sea así como haya que interpretar la marcha de Demóstenes al Peloponeso del año 344, en busca de apoyos para hacer frente al —en su opinión— inminente avance macedonio. En este contexto Filipo hace un gesto de buena voluntad para con Atenas y envía, a principios del 343, a Pitón de Bizancio proponiendo una revisión de los términos de la paz, de forma que los atenienses, en vez de criticar el acuerdo, sugirieran qué puntos les resultaban menos agradables, aunque, claro está, ello no implicaba una aceptación automática, sino que sería necesaria una negociación al respecto. Lógicamente, Esquines apoyó abiertamente la propuesta que Pitón trajo a Atenas, pero los grupos antimacedonios se hicieron con la situación e impusieron unas propuestas que de antemano eran inviables. Hegesipo, un violento antimacedonio, encabezó una embajada a Pela con la petición de que cada parte volviera a ser dueña de las posesiones que les pertenecían, así como que Filipo les devolviera la isla de Haloneso y que se comprometiera a defender la libertad de los griegos. Lógicamente, el soberano macedonio rechazó las dos primeras, mientras que aceptó la tercera, tal vez como prueba de su disposición a respetar la situación actual frente a los temores desmedidos de Demóstenes. Y añadía por su parte algunas otras sugerencias conciliatorias nuevas, entre las que repetía su promesa de aportar diversos beneficios a Atenas, así como su determinación a mantener la amistad con Atenas por encima de las restantes ciudades griegas. Pero, como era esperable, los embajadores macedonios fracasaron en su gestión ante la Asamblea ateniense, dominada por el violento rechazo de Hegesipo a las contrapropuestas de Filipo.

Es igualmente sintomático del enfrentamiento subyacente el proceso contra Filócrates, el autor de la propuesta de paz, y que ahora era llevado ante los tribunales de justicia acusado de corrupción, por haberse vendido al rey de Macedonia en la gestión de la paz. Hiperides será el acusador formal, pero detrás estaba Demóstenes y todo el grupo antimacedonio. Filócrates prefirió huir y, así, fue condenado a muerte in absentia . Pero realmente la crítica histórica ha terminado por aceptar que no hubo fundamento para esta condena, aunque Demóstenes se esforzara con todo su empeño por demostrarlo. Y la huida se debió más a motivos de seguridad, dado el ambiente existente y la posibilidad real de una condena injusta, que a un auténtico sentido de culpabilidad. Fue, pues, una víctima más de la tensión política a que se había llegado en Atenas, por obra, entre otros, de Demóstenes.

Una nueva afrenta al prestigio de Esquines le vino a éste del episodio de Antifonte. Este Antifonte era un individuo que había sido expulsado unos años antes de las listas de ciudadanos, y al que ahora Demóstenes llevó ante la Asamblea acusándolo de haber sido comprado por Filipo para incendiar los arsenales de la flota, tras sacarlo de una casa en el Pireo donde estaba escondido 39 . Esquines se le enfrenta y convence a la Asamblea de que Demóstenes había actuado contra justicia al sacar a Antifonte de una casa sin el premiso legal pertinente. Pero Demóstenes no desiste y lleva el caso al tribunal del Areópago, que lo somete a tortura y termina encontrándolo culpable y condenándolo a muerte. No tenemos certeza de la oportunidad de la condena, puesto que nuestra fuente principal es el propio Demóstenes y esta circunstancia rebaja los límites de seguridad. Tampoco la sentencia de muerte es apoyo definitivo dado el ambiente tenso y cada vez más antimacedonio de Atenas. De otro lado, no tenemos la más mínima prueba de una posible colaboración de Esquines. Pero lo que es indiscutible es que este episodio jugó en contra del cada vez más maltrecho prestigio de nuestro orador, y a favor del incremento de una postura de sospecha hacia Filipo.

Igualmente negativo para la carrera política de Esquines fue el episodio del santuario de Delos. Los habitantes de la isla no reconocían los derechos de Atenas sobre el templo de Apolo, al que creían de su total propiedad. El pleito debía resolverse ante el Consejo anfictiónico, y la Asamblea ateniense eligió a Esquines como su representante. La razón principal residía probablemente en la buena impresión que había dejado nuestro orador cuando, pocos años antes, había hablado a favor de suavizar el castigo a los focenses, y en que Filipo, presidente del Consejo, vería con buenos ojos la intervención de un filomacedonio convencido como Esquines. Pero la Asamblea en un momento dado pasó la decisión última al Areópago con la posibilidad de que eligiera a otra representante, dado que se trataba de un asunto religioso. Éste anuló la nominación de Esquines y, en su lugar, designó a Hiperides, un conocido antimacedonio. Demóstenes 40 justifica este rechazo en el hecho de que Esquines era un traidor a la ciudad, pero una vez más su apreciación es tendenciosa y exagerada. El Areópago, dada la naturaleza de sus componentes y de sus cometidos, veía con mayor sospecha la línea política de Filipo y, en consecuencia, prefirió inclinarse por un antimacedonio que, además, había protagonizado el proceso contra Filócrates poco antes. Al final, Hiperides hizo una brillante defensa de la causa ateniense, y Filipo, inclinado de su lado, trató de persuadir a los delios de que renunciaran a sus pretensiones. En cualquier caso, es evidente, de un lado, que la figura de Esquines debió resentirse de tal postergación; pero, de otro, no es menos cierto que volvemos a encontramos con un Filipo sensible a los intereses de Atenas y, por lo tanto, muy alejado de los frenéticos temores que Demóstenes una y otra vez trataba de infundir en sus conciudadanos.

6.

De nuevo la guerra: Queronea (338)

La tensión que se había ido acumulando en Atenas, sólo tenía un final: la ruptura de la paz y la declaración de guerra a Macedonia. Y esto sucedió en el otoño del año 340.

La declaración formal de guerra se debió a un suceso menor. En los años 342-341 Demóstenes había vuelto a sus esfuerzos por conseguir una alianza de las ciudades griegas frente a Macedonia. Ahora las circunstancias le favorecían y, en consecuencia, fue consiguiendo un número no pequeño de adhesiones, aunque le seguía fallando Tebas, el aliado por excelencia para Demóstenes. En tales circunstancias llegó el pretexto bélico en un sitio tan apartado como el Helesponto. Perinto y Bizancio, hasta hace poco bajo la protección de Filipo, comenzaron a sentir temor de las conquistas del macedonio por esa parte de la Grecia septentrional, y solicitaron ayuda de Atenas. Filipo vio con malos ojos esta falta de lealtad y puso sitio a Perinto y, a continuación, a Bizancio. Entretanto, además, se adueñó de una flota ateniense que trasportaba trigo del Mar Negro, aunque, a juicio de Filipo, realmente se trataba de suministros para su enemiga Selembria. La Asamblea votó romper la estela en que habían sido recogidas las cláusulas del tratado de paz, lo que equivalía a la declaración formal de la guerra contra Macedonia 41 .

Pero el motivo para el enfrentamiento frontal tuvo lugar, como no podía ser menos, en la Grecia central, donde Atenas podía correr el peligro de un ataque directo contra sus propios muros. Y el contexto político-geográfico fue una vez más el de la Anfictionía délfica 42 . La presencia ateniense en el Consejo anfictiónico estaba compuesta por el hieromnḗmōn 43 , que en este momento era Diogneto de Anaflisto, y tres «pilágoros» 44 (Trasicles, Midias y Esquines). A su llegada a Delfos fueron sorprendidos por una acusación de los locrios de Anfisa, amigos de los tebanos, en la que se les acusaba de haber ofrecido al templo unos escudos con inscripciones relativas a la alianza de Tebas con Persia al final de las Guerras Médicas. Por motivos de salud Esquines sustituyó a Diogneto en su cometido de hieromnḗmōn y, llevado de su indiscutible pasión por Atenas 45 , intervino con tal vehemencia en su discurso que dio lugar a la cuarta guerra sagrada, ahora contra Anfisa 46 . En un primer momento se pusieron al frente de la contienda los tesalios con su jefe Cótifo como jefe de todas las fuerzas. Posteriormente, cuando Filipo regresó de sus campañas en el Norte, se le entregó la dirección de las operaciones militares. El macedonio penetró en Grecia central en dirección Sur, camino de Anfisa, pero de repente cambió su previsible ruta y dirigió sus pasos hacia el Este, hasta Elatea de la Fócide, que estaba ya en el límite con Beocia, lo que en alguna medida permitía suponer una posible marcha contra Atenas.

El pánico se apoderó de los atenienses al enterarse de la presencia de Filipo en Elatea 47 , sentimiento exacerbado por la inteligente intervención de Demóstenes en la Asamblea extraordinaria convocada a tal efecto al día siguiente de la famosa tarde: Atenas en un momento tan crítico necesitaba un hombre especial, y ese hombre era él; además había que ponerse en pie de guerra y hacer manifestación ostensible de ello, para que los posibles amigos tebanos, atemorizados ante el peligro para ellos más inminente, se animaran al ver la voluntad decidida de los atenienses; finalmente, era preciso enviar a Tebas una embajada de diez miembros, que ofrecieran a los tebanos la ayuda necesaria.

En este momento de la historia la disensión entre Demóstenes y Esquines estaba en la aproximación o no a Tebas. Demóstenes siempre buscó la alianza con Tebas como bastión necesario para hacer frente a Filipo con la debida seguridad. Esquines, por el contrario, nunca vio con buenos ojos esa alianza, y se inclinó siempre del lado de las restantes ciudades beocias. Así, el primero estará ahora dispuesto a ceder hasta extremos impensables con tal de tener a Tebas de su lado y, por ello, no nos cuenta las concesiones hechas por Atenas. Esquines, lógicamente, describe con pormenor 48 el vergonzoso acuerdo. Y tampoco entenderá 49 la ayuda enviada a Anfisa, cuando por causa de esta ciudad había surgido esta nueva guerra sagrada y Atenas debería estar siempre del lado del Consejo Anfictiónico y, además, ponía en peligro la ciudad al privarla de ese bloque de fuerzas. Pero Demóstenes era plenamente consciente de que la alianza con Tebas era imprescindible en un enfrentamiento definitivo con Filipo, y que no había que escatimar sacrificios para conseguirla.

Así las cosas, a Filipo le quedaban pocas opciones. Tenía la obligación de atacar Anfisa, pero ello suponía enfrentarse a Tebas, que ahora se había aliado con Atenas. No obstante, el macedonio intentará un nuevo acercamiento conciliatorio hacia Atenas y las ciudades beocias 50 , pero Demóstenes, sabedor de ello, bloqueará tal iniciativa por todos los medios a su alcance, convencido como estaba de que era la oportunidad tan esperada para acabar con la hegemonía macedonia de forma definitiva.

La única salida posible era la confrontación armada ente los dos bloques, y una vez más la victoria estuvo del lado de Filipo. En Queronea, el día 9 de mes de Metagitnión 51 del año 338, Atenas perdió la ocasión en que Demóstenes tanto confiaba, para devolver a la ciudad una gloria y un poder que tal vez ya eran irrecuperables.

Tras la derrota Atenas se preparó para resistir la reacción, lógicamente dura, del vencedor; pero una vez más Filipo dio prueba inequívoca de su aprecio por Atenas: dejó en libertad sin rescate a todos los prisioneros atenienses, y envió a su hijo Alejandro a Atenas para concertar un tratado de paz y de alianza entre ambas ciudades. Esquines, Foción y la nueva figura política ahora aparecida, Demades, formarán la embajada enviada para negociar los términos del tratado. En contraste, Tebas recibió un trato mucho más duro, en lo cual Filipo venía al final a coincidir con la petición que Esquines le venía haciendo desde los acuerdos del 346.

Realmente Filipo sólo exigió a Atenas que disolviera su famosa Liga marítima, creada en 378 y cuyo poder era ahora prácticamente nulo. Y tal vez impuso esta medida porque planeaba una nueva confederación panhelénica. En el invierno del 338/337 convocó una conferencia de ciudades griegas en Corinto y allí propuso una nueva koinḕ eirḗnē, que desembocaría en la llamada Liga de Corinto, en la que Filipo acepta que cada ciudad conserve su libertad, pero exige que todas ellas juntas se opongan a aquélla que intente alterar la situación política del momento presente 52 .

7.

El final de la carrera: el proceso por la corona (330)

Con la derrota de Queronea podría pensarse que había llegado la hora del triunfo definitivo de los grupos filomacedonios en Atenas, pero los acontecimientos no siguieron semejante derrotero. Verdad es que en los primeros momentos se abrieron numerosos procesos de todo tipo, y sobre todo contra Demóstenes 53 ; pero no es menos cierto que de todos ellos se fue viendo libre gracias al apoyo y admiración del pueblo ateniense. Y disponemos de algunas pruebas irrefutables de esta confianza. En primer lugar, al poco de la derrota Demóstenes es elegido por la Asamblea para pronunciar el discurso fúnebre en la ceremonia celebrada en honor de los caídos en el campo de batalla. Y tal vez haya que interpretar en el mismo sentido el que la culpabilidad de la derrota se hará recaer únicamente sobre el estamento militar —con la condena a muerte del general Lisicles—, sin tener en cuenta en modo alguno el lado político, del que evidentemente Demóstenes era el principal responsable.

En los años siguientes Demóstenes mantuvo un cierto protagonismo, casi siempre positivo. Esquines, por el contrario, irá desapareciendo de la escena política y sólo lo vemos reaparecer con ocasión del proceso contra Ctesifonte, que en la primavera del 336, y antes de que Demóstenes hubiera concluido su cargo público, propuso la concesión de una corona de oro a Demóstenes en el teatro de Dioniso y en presencia de todos los griegos llegados a Atenas para asistir a las Grandes Dionisias, en reconocimiento a sus muchos méritos políticos en defensa de Atenas. Esquines, que en estos últimos años había preferido pasar a una segunda línea en la vida política ateniense, ve ahora llegada la ocasión de someter a juicio público la trayectoria política de su rival y toma como pretexto la posible infracción legal de Ctesifonte, aunque aplazará seis años (330) su presentación formal ante el tribunal. Y, claro está, al lado de este intento de atacar a su rival —con lo que ello suponía de reacción de venganza— estaba su pretensión honrosa de justificar y enaltecer su propia actuación política. Ya anteriormente habíamos asistido a dos enfrentamientos legales entre ambos: en el proceso contra Timarco Esquines había salido claramente victorioso; más tarde, en la acusación del propio Demóstenes por la actuación fraudulenta de su rival en la embajada ante Filipo, Esquines nuevamente había escapado a la derrota, aunque esta vez por un margen de votos mucho menor. Pero en esta tercera ocasión las cosas se le torcieron y su acusación fue desestimada, incluso sin poder alcanzar la quinta parte de los votos, lo que le acarreó la pérdida de los derechos civiles 54 . Era el comienzo del fin. Con esto se cerraba una carrera política que había trascurrido en medio de un constante enfrentamiento con Demóstenes, promotor de una actuación política claramente contraria, aunque a ambos les unía —a pesar de las acusaciones recíprocas— un mismo objetivo, conseguir lo que pudiera ser mejor para Atenas.

Sus contemporáneos —y buena parte de la opinión posterior— se inclinaron del lado de la brillantez oratoria y política de Demóstenes, que siempre supo mantener viva la ilusión —tal vez utópica— de los atenienses por la gloria pasada de su ciudad, aunque para ello tuviese que caer en la exageración e, incluso, en el pánico político. Pero la historia real le dio la razón a Esquines. Su propia evolución política, su valoración pragmática de las diversas situaciones por las que pasó la historia de Grecia en esos años, su confianza en la buena disposición de Filipo para con Atenas —aunque nunca comprendiese que el macedonio pretendía la amistad con Atenas siempre y cuando no se alterase el nuevo estado de fuerzas que él iba creando—, todo esto fue configurando una actuación política que, en el día a día de la vida de Atenas, no granjeó a Esquines el aprecio de sus conciudadanos pero que, al final, se revelaría la más realista y cercana a la marcha de la historia. La trayectoria, pues, de ambos políticos está teñida de una constante y densa ambigüedad, y en ese dilema de difícil solución seguimos hoy en día.

III. VIDA

Las fuentes relativas a la vida de Esquines presentan dificultades especiales. En primer lugar, disponemos de diversas biografías y noticias de la propia Antigüedad sobre nuestro orador 55 , que son adaptaciones de una posible biografía de época romana, tal vez debida a la pluma de Cecilio de Caleacte. La información ahí recogida no tiene, sin embargo, excesivo valor por cuanto que, en buena media, los datos están tomados de los discursos del propio Esquines o de los de Demóstenes, en especial de los cuatro contrapuestos 56 . Y, así, nuestro segundo bloque de testimonios nos viene de tales discursos, aunque estos textos presentan problemas de solución a veces difícil. Y la razón estriba en que constantemente ambos oradores se contradicen, y es preciso una análisis detenido y contrastador para poder sacar al final alguna conclusión segura. Es importante, por ejemplo, el orden de intervención ante el tribunal, el sentido de que los datos recogidos en un discurso pronunciado en primer lugar, nos ofrecen una mayor seguridad por cuanto que al que hablaba en segundo lugar le quedaba la oportunidad de refutar lo dicho por su oponente; y, por el contrario, la información dada en un discurso de réplica es de certeza menos segura, dado que nadie iba a contradecirle a continuación. No obstante, en el caso de Esquines podemos llegar a un nivel de información adecuado, como ya hemos ido viendo a lo largo del punto anterior.

La opinión más extendida 57 hace nacer a Esquines en el año 390/389 a. C., basándose en su propio testimonio en el discurso primero 58 , donde el propio Esquines nos dice que, en ese momento del proceso contra Timarco, él tenía cuarenta y cinco años. En alguna ocasión se ha propuesto la fecha del 399/398 59 , basándose en una conjetura textual al pasaje, donde se prefiere corregir el texto por «cincuenta y cuatro», y se aduce además el apoyo de la biografía de Apolonio 60 , en la que se afirma que Esquines murió a la edad de setenta y cinco años asesinado por Antípatro al ser derrocada la democracia 61 , lo que sugeriría la fecha del 398/397 ó 397/396, que estaría más cercana a la del 399/398 de la conjetura textual.

En los discursos enfrentados Esquines nos presenta, lógicamente, un entorno familiar acomodado, a veces incluso brillante, pero siempre entregado al servicio de Atenas. Por el contrario, Demóstenes trata una y otra vez de desprestigiar socialmente a su rival, y nos trasmite una descripción bastante irónica de sus padres y del resto de la familia. Probablemente la verdad no está del lado de ninguno de los dos, sino que a partir de los datos objetivos debemos llegar a una visión menos tendenciosa en uno y otro sentido.

Esquines era del demo de Cotócidas, y él se esfuerza en destacar su relación con la importante familia de los Eteobútadas 62 , cuya fratría era la misma que la de su padre Atrometo; pero, a decir verdad, esto no suponía mucho, puesto que esa institución era muy amplia y entraba todo tipo de atenienses. En cualquier caso, lo que sí parece cierto es que la familia de Esquines no tenía antepasados notables, porque en ese caso él lo habría remarcado con énfasis.

Su padre Atrometo habría nacido en el 437/436 ó 436/435 y muerto en el 442 a la edad de noventa y cinco años 63 . Nuestro orador busca darnos una biografía paterna destacada. La juventud la pasó interviniendo en certámenes deportivos, hasta que la Guerra del Peloponeso le privó de sus bienes —pertenecería, pues, a la clase social desahogada que no necesitaba trabajar para vivir—. Luego, fue expulsado por el gobierno tiránico de los Treinta (404), al año siguiente (403) participó de forma destacada en el retorno de la democracia y, entre medias, huyó a Corinto con su mujer, de donde pasó a Asia para servir como mercenario a un sátrapa persa 64 , interviniendo en varias batallas. Buena parte de todo esto probablemente sea falso, en especial lo relativo al año que duró el gobierno de los Treinta. Demóstenes, por su parte, nos da un retrato hiriente e igualmente tendencioso. Tal vez lo más probable es que Atrometo fuera un maestro de escuela que enseñaba las letras —según nos dice Demóstenes 65 —, lo que significa que necesitaba trabajar para subsistir y que, en algún momento de finales del s. V y durante los años noventa, estuvo en Asia como mercenario. Esta profesión paterna socialmente era más sobresaliente que otros oficios manuales, y encaja bien con la cultura literaria que encontramos en Esquines. Su posición económica debía ser un tanto desahogada, puesto que vemos a Esquines disponer del equipo de hoplita, lo que suponía un cierto nivel económico. En cualquier caso, no pertenecía al mismo rango económico y social que Demóstenes, por lo que éste se ensaña con su rival al preguntarle por sus posibles prestaciones económicas al erario público, como hacía Demóstenes dada su floreciente situación financiera. Esquines no contesta porque no tenía nada que contestar.

De su madre, Glaucótea, Esquines no cuenta mucho: la menciona como hermana de su tío Cleobulo, hijo de Glauco de Acarnas, que había servido en la flota ateniense al lado de Deméneto, perteneciente a la familia de los Búciges —nuevamente vemos a nuestro orador tratando de enlazar, de la forma que sea, con personas de relieve social en Atenas—. También aquí Demóstenes llega hasta el insulto y la calumnia 66 : era prostituta y sacerdotisa en ritos de dudosa honestidad. Efectivamente, debió de ser sacerdotisa de algún tipo de culto no importante, en el que las prácticas iniciáticas y purificadoras ocupaban un lugar destacado 67 . Y esta ocupación encaja bien con la que ejercía su tío materno Cleobulo mencionado más arriba, sobre el que conservamos una estela funeraria 68 en la que se le califica de «adivino».

Esquines tuvo dos hermanos, Filócares y Afobeto, y también aquí intenta presentárnoslos como grandes figuras de la vida pública ateniense 69 . Filócares frecuentaba los gimnasios, fue compañero de Ifícrates en diversas campañas militares y el año 343 era el tercero que desempeñaba el puesto de general por tercera vez consecutiva. Afobeto, por su parte, había intervenido en una embajada ante el rey persa y ocupado cargos públicos en la administración de finanzas. Demóstenes dirá que ni el uno ni el otro merecieron los puestos que ocuparon 70 , siendo como eran realmente pintores y escribientes. En cualquier caso, es claro que el entorno familiar de Esquines pertenecía originalmente a un nivel a lo sumo de clase media, aunque luego todos ellos fueron subiendo de categoría, pero sin llegar nunca a la posición económica y social de Demóstenes 71 , lo que le permitirá a éste en ocasiones hacer importantes donaciones al erario público y jactarse de ello, al tiempo que abusa de tal situación ironizando con cierta crueldad sobre la precariedad de Esquines y de su familia.

Esquines nos informa poco de su etapa de juventud, y tenemos que deducir los datos del alud de calumnias de Demóstenes, reparando especialmente en aquellos puntos en los que el primero no replica a su rival, así como en aquellos elementos que parezcan verosímiles.

Nuestro orador se extiende casi únicamente en destacar su intensa participación en las actividades militares de Atenas 72 , como prueba de su patriotismo, tan denostado por Demóstenes. Y en este aspecto podemos tener certeza plena, puesto que su antagonista ironiza sobre esta buena fama de Esquines llamándolo «admirable soldado» 73 . Para contestar a esa puya Esquines nos informa de que tomó parte en diversas campañas: tras su servicio militar a los 18 años, formó parte de las patrullas de fronteras durante el período 372-70; en el 366 era uno de los componentes de la escolta del convoy enviado a Fliunte, y sobresalió en la batalla habida en las inmediaciones del torrente de Nemea; en el 362 estuvo en la batalla de Mantinea; y en 357 y 348 tomó parte en las dos expediciones militares contra Eubea, obteniendo dos coronas, una en el propio campo de batalla y otra en Atenas concedida por la Asamblea.

Por Demóstenes sabemos que en un primer momento desempeñó diversos puestos menores en la administración de la ciudad, lo que confirma la necesidad que tenía Esquines de trabajar para ganarse la vida, punto en el que su antagonista parecer ser fiable. Así, primero debió de ser ayudante de secretario (hypogrammateús) 74 de diversos magistrados, puesto que no se podía ocupar más de dos años. Luego ascendió a secretario-lector de documentos tanto en el Consejo como en la Asamblea, y el carácter electivo de este nuevo destino administrativo realza en alguna medida la importancia del cargo 75 . En cualquier caso, lo cierto es que el paso por estas tareas le proporcionó el manejo de todo tipo de documentación legal (leyes, decretos, actas de sesiones, etc.), lo que le habría de venir muy bien en su etapa como político, como vemos sobre todo en sus discursos I y III, en los que interviene como acusador. Pero también le proporcionó la ocasión de entrar en contacto directo con los políticos influyentes del momento, en especial con Eubulo.

Después de empleado público sabemos, también por Demóstenes, que Esquines actuó de actor de tragedias. La razón técnica tal vez esté en la calidad de su voz 76 , que probablemente le habría ayudado también en su ocupación anterior. Sabemos que, al menos, representó el papel de Creonte en la Antígona de Sófocles, así como los de Tiestes, Cresfonte, Enómao 77 , y Polidoro en la Hécuba de Eurípides 78 . También sabemos que intervino al lado de grandes actores protagonistas, como Teodoro y Aristodemo 79 . Pero, claro está, su eterno rival también en este punto buscará el descrédito. Así, le censura que siempre hacía papeles de secundario último, lo que en el mundo escénico ateniense era conocido como tritagonista 80 , actor al que se le encomendaba también el personaje del tirano, y esta es la razón de que representara al Creonte sofocleo. También se burla de su torpeza dramática, y a ella atribuye el que terminase abandonando los escenarios. En concreto, Demóstenes cuenta 81 que en una representación en Colito destrozó el papel de Enómao y, en relación con este mismo percance escénico, un biógrafo tardío 82 nos hace llegar una anécdota tomada, según dice, de Demócares, el sobrino de Demóstenes: «Esquines llegó a ser tritagonista del actor trágico Iscandro y, representando a Enómao persiguiendo a Pélope, se cayó torpemente y fue substituido por Sanión el maestro de coro» 83 . De todos estos datos podemos concluir que, efectivamente, Esquines, en una etapa de su juventud, se ganaba la vida como actor secundario de tragedia. A favor de su valía escénica tal vez hable el hecho de pertenecer a la compañía de grandes figuras de la escena contemporánea, así como el que efectivamente disponía de una notable voz.

En un momento dado Esquines contrajo matrimonio. La fecha suele situarse en torno al 348, puesto que en 343, con motivo del proceso de Demóstenes contra él, lo vemos presentarse ante el tribunal con su mujer y sus tres hijos de corta edad 84 . Ella era hija de Filodemo de Peania, un hombre influyente y rico, circunstancias ambas que van a suponer un giro radical en la vida de nuestro orador.

Tras esta sacrificada juventud Esquines llegó a la política. En la Atenas de esos momentos había diversas maneras de introducirse en el mundo de la política 85 . Demóstenes seguirá un camino y Esquines otro distinto, dadas las diferencias económicas ya comentadas, pero al final se encontrarán en el mismo sitio, la Asamblea de Atenas.

Una vía de acceso era la capacidad económica: si uno voluntariamente se hacía cargo de importantes y repetidas cargas públicas o de contribuciones sociales, se atraía inmediatamente el aprecio de la gente que, en las sesiones de la Asamblea, iba a escucharlo: es fácilmente comprensible que las propuestas de un benefactor fueran acogidas siempre con buenos ojos. Y éste es el caso claro de Demóstenes: antes de los treinta años había desempeñado cuatro trierarquías 86 ; con treinta y seis había financiado una coregía 87 en las Panateneas y una representación ditirámbica en las Dionisias. Esquines, por el contrario, con esfuerzo conseguía ganarse la vida.

Pero también existía el recurso de aparecer frecuentemente en los tribunales de justicia denunciando a otros políticos, o particulares, cuyas propuestas contuvieran elementos de ilegalidad: de esa manera uno podía aparecer como celoso defensor de la constitución política. También por esta vía transitó con alguna frecuencia Demóstenes, pues lo encontramos a veces directamente en los tribunales, o indirectamente redactando discursos para terceras personas, cosa que era del dominio público. Esquines, por el contrario, nos dice —y ningún dato hay que lo contradiga— que siempre sintió reluctancia por llevar a alguien ante los tribunales; y, efectivamente, sólo lo hizo realmente en una ocasión 88 , con motivo de la acusación que presentó contra Ctesifonte por la concesión de una corona de agradecimiento a Demóstenes —y en ese momento Esquines ya era muy mayor—.

Finalmente, estaba la posibilidad de buscar la amistad y el apoyo de políticos relevantes, a los que uno se unía como colaborador para después ir adquiriendo un mayor protagonismo. Éste el caso de Esquines. A lo largo de su andadura política lo vemos disfrutar de una relación estrecha con figuras destacadas en los diversos terrenos de la actividad política. Y entre ellos habrá dos que en los momentos difíciles sabrán estar a su lado, prueba de que previamente Esquines habría mantenido una colaboración estrecha y leal con ellos. Me estoy refiriendo sobre todo a Foción y a Eubulo. El primero fue un destacado general, elegido cuarenta y cinco veces para esa magistratura, y debió entrar en contacto con Esquines en alguna o varias de las veces que nuestro orador participó en campañas militares, como queda dicho. Pero sobre todo Eubulo determinó en una medida importante la vida política de Esquines. Eubulo desempeñó un papel determinante en la actividad política de Atenas desde su cargo de administrador del fondo de espectáculos, y se irá rodeando de la gente a su juicio con valía para encauzar el futuro de Atenas en consonancia con la realidad del momento. Será el líder de los que la crítica ha dado en llamar «los moderados atenienses». Entre sus filas estaba al principio el propio Demóstenes, aunque pronto abandonaría esos derroteros para adoptar una línea política más personal. Poco después ingresa en el grupo Esquines, que se mantendrá hasta el final de su carrera, en parte probablemente por auténtico convencimiento y en parte tal vez por carecer de la personalidad y originalidad arrolladoras de su rival.

Toda la crítica suele coincidir en que el mérito principal de Esquines en estos primeros momento fue su habilidad para hablar, terreno ése en el que tanto Foción como Eubulo carecían de los niveles mínimos. Pero a esta característica tendríamos que añadir su formación cultural —derivada de la educación paterna—, su excelente voz —ejercitada y educada en sus años de actor de tragedias—, y su dominio del mundo institucional —adquirido en su etapa de secretario de ambas Cámaras—.

De la mano, pues, de Eubulo entra nuestro orador en la escena política. Realmente lo hace ya a una edad avanzada —los cuarenta y tantos años— para los usos y costumbres de la época 89 ; pero su progresión será rápida y, así, al poco tiempo lo encontramos inmerso en el conflicto de Olinto (348) con rango ya de protagonista. De todo esto y del resto de su existencia como hombre público hasta su fracaso judicial y político el año 330, me he ocupado en el punto anterior de esta Introducción.

Su derrota en el proceso sobre la corona en el año 330, a resultas de la cual perdió sus derechos civiles al no conseguir al menos una quinta parte de los votos, significó igualmente su final en la política. En este punto de su vida no disponemos de datos fehacientes, como hasta ahora, sino sólo noticias de biógrafos tardíos. Podríamos considerar como seguro que encaminó sus pasos al exilio, pero el resto es más incierto: la tradición repite una y otra vez que primero se dirigió a Éfeso, a la espera del éxito de Alejandro en su campaña de Asia, para luego, tras la muerte del macedonio, pasar a Rodas y de ahí a Samos, donde moriría a la edad de setenta y cinco años.

IV. ESQUINES COMO AUTOR LITERARIO

Es importante precisar el tipo y nivel de formación literaria de Esquines, porque ello nos ayudará en gran medida a la hora de valorar tanto su producción literaria como el posible influjo que ejerció en la historia literaria.

La profesión de maestro de escuela de su padre le ofrecerá la posibilidad de conseguir una formación básica sólida, frente a lo que era normal en otro tipo de familias de su mismo nivel social. Atrometo no va a proporcionar a sus hijos un patrimonio económico notable, con el que puedan codearse con miembros de las familias ricas; pero, al menos, les proveerá de una sólida formación cultural, de la que Esquines hará gala constantemente: toda la crítica repite el hecho de que, a juzgar por lo conservado, nuestro orador es el que más usaba las citas poéticas en sus discursos, prueba evidente de su obsesión por dejar patente su sólida educación y su calidad de hombre culto 90 , al tiempo que denigra a los carentes de tal refinamiento, entre los que está de forma especial, lógicamente, Demóstenes, al que Esquines tampoco se abstiene incluso de calumniar permanentemente 91 . De otro lado, no habrá que pasar por alto la incidencia directa y positiva de esta formación en su juvenil carrera de actor de tragedias, donde la familiaridad con los textos poéticos le supondría una ayuda no pequeña.

Pasados el tiempo y el nivel de los estudios básicos, y dada la dirección profesional que en un momento dado tomó la vida de Esquines como orador y hombre político, se nos plantea la pregunta por su formación ya específicamente retórica. Este punto fue ya motivo de debate en la Antigüedad 92 . La tradición biográfica y retórica de época tardía nos ofrece diversas sugerencias 93 .

Una mayoría creía que nuestro orador había tenido por maestros a Isócrates y a Platón, pero en este punto nos encontramos con un tópico bien conocido: de todo orador del s. IV se pensaba que había sido alumno de Isócrates, dado el prestigio de éste, circunstancia que en el caso de Esquines se acentuaba por su posible proximidad política: panhelenismo y, sobre todo, estimación positiva de Filipo. Y respecto a Platón, la razón podría estar en su aparición frecuente al lado de Isócrates en los escritos retóricos tardíos, así como en algunas coincidencias estilísticas o de contenido 94 ; pero que realmente no son suficientes para poder afirmar con cierta probabilidad que Esquines estuviera cerca de Platón.

Otro grupo de opinión 95 pensó en Leodamante, pero en este caso el motivo de un emparejamiento tal residiría en que Esquines lo menciona elogiosamente 96 y, dentro de los mecanismos de la biografía antigua, solía establecerse una relación estrecha entre el autor y la persona encomiada.

Finalmente, hubo también quien supuso que Esquines no tuvo maestro alguno de retórica 97 , sino que habría ascendido de categoría desde su puesto de ayudante de secretario.

La crítica moderna sabe bien, por el ejemplo de Isócrates y de toda una pléyade de maestros de retórica, que en la Atenas de esta época había una intensa actividad de enseñanza retórica, en la que primaba no el interés por su uso forense sino el anhelo de preparar hombres de estado, escritores y, en general, personas cultas 98 . Pues bien, éste no era el caso de Esquines. La situación económica de su padre no le permitiría asistir a esas clases que sólo podían pagar las familias acomodadas. Y así, lo más probable es que, efectivamente, Esquines no hubiese podido dedicar ni tiempo ni medios al aprendizaje escolar de la retórica al uso, sino que debió ser autodidacta y dotado de una habilidad natural, que se trasluce en sus discursos y de la que él mismo hace gala. En su caso serían una ayuda, efectivamente, sus trabajos anteriores tanto en la administración pública como en el escenario.

Otro punto importante en la vida literaria de nuestro orador es su posible relación retórica con Rodas. Las fuentes tardías coinciden en que, tras abandonar Atenas por su fracaso político, terminó recalando en Rodas, donde se dedicó a la enseñanza de la retórica. Pero la situación se complica por la existencia de la llamada escuela rodia de retórica, que se sitúa en una posición intermedia entre el aticismo y el asianismo, aunque más próxima al primero. Pues bien, tras un cauto análisis de los datos, podrían ser aceptadas algunas conclusiones como bastante probables 99 . La insistencia de las fuentes parece hacer innegable que Esquines efectivamente se exilió en Rodas 100 . Allí, dado su retiro de la política, es igualmente verosímil que se dedicase a la enseñanza de la retórica. Y en esta nueva ocupación de maestro es claro que su magisterio no se centraría en explicar a los radios los fundamentos teóricos de la retórica —tampoco él había recibido en Atenas una formación tal—, sino que se trataría más bien de una enseñanza básicamente práctica, que era lo que él había hecho toda su vida, y en lo que había llegado a alcanzar reconocimiento. Y en esta línea de enseñanza dedicaría una atención especial a la declamatio, es decir, a la manera de cómo debe uno pronunciar el discurso, parte ésta en la que la crítica antigua le reconoció siempre un mérito destacado. Igualmente, no sería en exceso audaz suponer que a través de estas circunstancias Esquines influyó de alguna manera en la tradición retórica de la isla, de cuya existencia tenemos algunos testimonios ya desde los primeros tiempos del helenismo 101 , bastantes años antes, pues, de su momento de mayor apogeo a finales del s. II a. C. y principios del I con figuras como Apolonio Molón. Y a la luz de estos datos podríamos tal vez aceptar que la influencia de Esquines llegó incluso hasta esta etapa más tardía en torno al año 100 a. C., en la que sabemos que el acercamiento práctico a la retórica era importante, programa didáctico éste en el que el talento natural y la declamatio eran puntos de relieve, en los cuales precisamente destacó sobremanera.

Hay, finalmente, otro punto que no puede ser descuidado en la faceta literaria de Esquines: su fama de fundador de la Segunda Sofística. En el Testimonio 9 recojo el capítulo 18 del libro primero de las Vidas de los Sofistas de Filóstrato, el conocido sofista que vivió a caballo entre los siglos II y III d. C. En ese pasaje se hace una semblanza de nuestro orador, y comienza calificándolo de «iniciador de la Segunda Sofística» 102 . La crítica filológica moderna con frecuencia ha considerado esta afirmación exagerada e insostenible, dada la separación en el tiempo entre ambas partes; pero no es menos cierto que psicológicamente para Filóstrato y demás miembros de ese movimiento los siglos de en medio —o sea, la época helenística— son como un espacio en blanco, de forma que el aticismo de la Segunda Sofística es simplemente una continuación de la época clásica. Pero tal vez la primera razón de Filóstrato para fijar esta paternidad radique en la estancia de Esquines en Rodas, o sea el mundo asiático, lugar donde va a surgir este nuevo movimiento intelectual griego de época tardía: en Esquines coincidían el clasicismo con el contexto geográfico asiático, y por ello era la figura idónea para establecer el contacto con el clasicismo. Pero al lado de esta circunstancia se intentan encontrar rasgos de estilo y motivos de fondo en nuestro orador que coincidan con postulados de la nueva época. Así, se pone énfasis en la práctica de la improvisación, rasgo éste del que la tradición hacía a Esquines su mejor modelo. Pero tampoco se pasó por alto su faceta de actor de tragedias y el consiguientemente lógico carácter teatral de su oratoria, todo lo cual encajaría bien con la teatralidad que caracteriza de forma general a todo el movimiento. O el uso de citas poéticas, que redundaría en el empleo de recursos retóricos característicos de la poesía, rasgo éste igualmente central en el ideario literario de la época, cuando se pretende, más que nunca, una prosa poética y se vuelve una y otra vez al uso de citas poéticas de época arcaica o clásica 103 .

Conservamos de él tres discursos. Cronológicamente, el primero, el Contra Timarco, debió de ser pronunciado a finales del año 346, y en él acusaba a este personaje, amigo de Demóstenes, de inadecuación moral y, consiguientemente, legal para hablar ante la Asamblea: realmente Esquines se estaba anticipando al proceso que a su vez Demóstenes, con la colaboración de Timarco como hombre de paja, estaba maquinando contra él 104 .

El segundo discurso, el Acerca de la embajada fraudulenta, lo compuso como escrito de defensa en el proceso que finalmente Demóstenes abrió contra él en el año 343: el motivo era que nuestro orador no había participado en las embajadas enviadas a Filipo en el año 346 de acuerdo con las directrices políticas marcadas por la Asamblea ateniense. Es, pues, la réplica al discurso homónimo de Demóstenes, número XIX de la ordenación canónica 105 .

El tercer discurso, el Contra Ctesifonte, es nuevamente un texto de acusación: Ctesifonte, amigo de Demóstenes, había presentado oficialmente la propuesta que se concediera a éste una corona de oro en el teatro de Dioniso en presencia de todos los griegos venidos a la fiesta de las Grandes Dionisias; y contra esta medida presenta ahora Esquines una acusación por ilegalidad, aunque lo que realmente buscaba era abrir un proceso público sobre la idoneidad de toda la carrera política de su antagonista. La denuncia fue presentada el año 336, pero luego su vista ante el tribunal sufrió un aplazamiento hasta el 330. Para responder a ese discurso Demóstenes compuso, en apoyo legal de su amigo Ctesifonte, el famoso discurso Sobre de la corona, número XVIII de la colección demosténica 106 .

Diversas fuentes nos hablan de la existencia de un cuarto discurso esquíneo, el Delíaco, cuyo título nos orienta en el sentido de que debería tratarse de su intervención ante el Consejo Anfictiónico con motivo del pleito presentado por la isla de Delos contra Atenas por ciertos derechos de ésta sobre el santuario de Apolo. Ya he aludido más arriba a ese episodio de la carrera política de Esquines: designado en un primer momento por la Asamblea para representar los intereses de la ciudad en la causa, más tarde fue apartado y sustituido por Hiperides a propuesta del Areópago. Este discurso no se ha conservado y, más aún, ya una parte de la crítica antigua lo consideraba espurio 107 .

También tenemos noticias de cierta inclinación suya a escribir poesía. Él mismo nos informa 108 de que efectivamente ha escrito esporádicamente poesía amorosa, concretamente de corte homosexual. Más aún, del pasaje podemos deducir que estas composiciones eran conocidas al menos en un cierto ámbito, y que teme que se le atribuyan algunas que no son suyas con pretensión de escarnio.

Probablemente conservamos algunos restos, aunque no del tipo amoroso al que él se refiere en el discurso primero aludido. En primer lugar, nos ha llegado un epigrama de cuatro versos como exvoto al Asclepio de Epidauro, en agradecimiento por la curación de una úlcera en la cabeza 109 . Conocíamos este texto por la Antología Griega 110 , donde era atribuido al «orador Esquines». La crítica filológica pensó que se trataba de una ficción literaria más de ese repertorio de poesía normalmente tardía, pero en este caso la arqueología y la epigrafía han venido en ayuda de la literatura: las excavaciones en Epidauro ha sacado a la luz una estela votiva con un texto en estado fragmentario pero que se lee lo suficiente para identificarlo con el epigrama llegado por la trasmisión manuscrita, y en el que ahora se precisa que la ofrenda era de «Esquines, hijo de Atrometo, ateniense».

Igualmente, ha aparecido una estela funeraria con cuatro hexámetros dactílicos en memoria de Cleobulo 111 , el ya mencionado tío materno de Esquines, donde se celebra su valor guerrero junto con, sobre todo, sus dotes de adivino. La fecha la sitúa entre 375-350, lo que no iría en contra de la cronología de su sobrino. La crítica, en este caso de forma menos fundamentada, propone la autoría a nuestro orador, dada su inclinación reconocida por la composición poética.

La tradición manuscrita nos ha hecho llegar un bloque de doce cartas bajo el nombre de Esquines, que son consideradas generalmente apócrifas 112 . Suelen ser datadas en el s. II d. C., sobre la base de rasgos estilísticos y motivos de contenido, y atribuidas a una sola mano 113 .

Goldstein 114 , al confrontarlas con las de Demóstenes, las califica de panfletos políticos apologéticos, pero realmente son algo más complejo. Podríamos agruparlas en tres apartados temáticamente. Las cartas 1-9, que son las únicas que conoció Focio 115 , son textos más intimistas, en las que se persigue presentarnos a un Esquines más personal, humano, cordial, ocupado en los quehaceres de la vida cotidiana, aunque siempre con una escapada a la nostalgia. La carta 10 es un juego literario entre lo erótico y lo burlesco, bastante próximo a un posible esquema de historia milesia, y que tendrá sus ecos en la literatura posterior, como Boccaccio 116 . Las dos últimas tienen un perfil claramente distinto y están en paralelo contrastante con las cartas 1 y 2 de Demóstenes: son una vuelta al enfrentamiento político que traspasó las vidas de ambos rivales.

V. EL TEXTO

La historia del texto de Esquines ha sido un constante problema, tanto en el terreno del estudio de la tradición manuscrita como en la consecuente tarea de fijar una edición moderna. Conservamos un número importante de manuscritos, que en buena medida ha estado sin clasificar ni eliminar hasta fecha bastante reciente, lo que ha llevado a que no se haya establecido un criterio más o menos uniforme en su relación interna. Junto a esto nos ha llegado un amplio número de citas en la tradición indirecta y los escolios, lo que complica la situación. Y además están los papiros: durante bastante años no se conocía un número muy amplio —en el conocido repertorio de Puck de 1965, sólo se recogían 14 números—, luego se ha ampliado con cuatro más en los años setenta y ochenta, hasta que en el volumen 60 de los Papiros de Oxirrinco, aparecido en 1994, se incrementó la cifra a 47. Todas estas circunstancias, lógicamente, han dado lugar a que el establecimiento de un texto más o menos definitivo haya sido tarea difícil de alcanzar —al tiempo que nos pone de manifiesto que Esquines fue un autor muy leído en la antigüedad tardía—. En los trabajos de Roncali 117 , Leone 118 y Diller 119 pueden consultarse los intentos más recientes en el análisis de la tradición manuscrita esquínea 120 hasta la edición de Dilts, de 1997, que dispone ya de todos los materiales hasta ahora conocidos.

La editio princeps aparece en 1513 en Venecia de la mano de Aldo Manucio, en la que parece que se utilizaron dos códices (m, S) . En 1757 Taylor publica una edición completa, basándose ya en un número mayor, que él engloba en tres familias. De esta forma llegamos al siglo XIX , donde van aparecer ya las grandes ediciones de Schulz (1865) y Blass (1896), esta última especialmente inclinada a las correcciones y seclusiones. En el siglo XX la pauta está marcada por la llegada de Esquines a la colección francesa de Les Belles Lettres, donde entre 1927 y 1928 V. Martín y G. de Budé editan los tres discursos con las cartas; pero esta edición va a tener enseguida un fuerte rechazo de la crítica por su postura en exceso conservadora 121 : efectivamente, los editores franceses nos dan un texto muy divergente de la edición alemana de Blass para la colección Teubner. Pero no hay nuevos intentos hasta los años setenta, en que Leone (1977) edita un nuevo Esquines en la colección italiana Classici U.T.E.T., dentro del volumen colectivo Oratori attici minori, vol. I, donde adopta una posición intermedia entre Blass y Martín-Budé 122 . Finalmente, el estado de desánimo general en torno al texto esquíneo y su edición ha desaparecido con la publicación de la nueva edición para Teubner a cargo de Dilts, en 1997, que sigue, aunque de lejos, la línea de Blass.

La preparación de este volumen ha sido laboriosa y en exceso dilatada. Mi agradecimiento intenta equipararse a la paciencia que la Biblioteca Clásica Gredos ha tenido conmigo. Pero, de forma especial, querría dejar constancia de la presencia de Conchita Serrano en cada línea de este libro.


1 EHRENBERG (1965), pág. 33

2 EHRENBERG (1960), pág. 29.

3 PERLMAN (1963).

4 BENGTSON (1965), pág. 187.

5 A. SCHÄFER (1885-87), vol. II, págs. 197-199.

6 HARRIS (1995), págs. 7-16.

7 ROMILLY (1954).

8 ESQUINES , II 12.

9 No tenemos datos de relevancia que puedan explicar este cambio en la marcha de los acontecimientos. HARRIS (1995), pág. 49, sugiere dos posibilidades: tal vez Filipo no era realmente sincero en su proposición de poner fin al enfrentamiento con Atenas; pero también la causa puede estar en la lentitud en la contestación de Atenas, dado el aplazamiento producido por el proceso de Licino, lo que produjo que el macedonio decidiese no esperar más, o que interpretase el silencio como un rechazo. Los repetidos intentos posteriores de Filipo de estar en cierta armonía con Atenas, apoyarían la segunda hipótesis.

10 Agosto del 348. Cf. ESQUINES , II 15.

11 El propio ESQUINES sólo alude de pasada a este momento (II 79). Nuestra información más valiosa nos la proporciona DEMÓSTENES , XIX 10-11 y, en especial, 302-306, donde hace una descripción un tanto tremendista, y ridícula, de la intervención de Esquines. El hecho de que éste no respondiera en su discurso de defensa prueba que Demóstenes en este caso estaba siendo veraz.

12 DEMÓSTENES , XIX 302.

13 II 164 s.

14 ESQUINES , II 17.

15 ESQUINES , II 18. HARRIS (1995), pág. 53, analiza con meticulosidad los decretos mencionados en la versión de Esquines y concluye que todos ellos son legalmente correctos y verosímiles. Sólo destaca la imposibilidad de confirmar este punto de que fuese Filócrates el autor de la propuesta de la candidatura de Demóstenes: en el texto del decreto ese dato no pudo ir, porque en nuestra documentación de otras situaciones semejantes se recoge sólo el dato del autor de la propuesta general del decreto, pero no se incluía los nombres de los que habían propuesto a las personas designadas para la embajada. Aquí Esquines busca lógicamente relacionar lo más posible a Demóstenes con Filócrates, puesto que no olvidemos que este segundo discurso tuvo lugar (343) poco después de que Filócrates hubiese sido condenado a muerte, in absentia, por haber sido sobornado para proponer, en otros, este decreto.

16 Desde MOSLEY (1965), aunque con variantes de matices, es el criterio generalmente aceptado.

17 HARRIS (1995), págs. 53 ss.

18 La existencia o no de este segundo bloque de embajadas ha sido un punto bastante discutido por la crítica, puesto que hay cierta imprecisión en las fuentes. HARRIS (1995), págs. 158-61 lo analiza con gran meticulosidad y concluye que está fuera de duda que hubo dos envíos de embajadores a Grecia: uno tras la caída de Olinto y otro no mucho antes del mes de Elafebolión del año 346.

19 ESQUINES , II 22-35.

20 Estas promesas imprecisas de una actuación ventajosa para con Atenas será un elemento clave para entender la posición futura de Esquines: siempre confió en que esa buena disposición de Filipo se haría realidad en algún momento, mientras que Demóstenes siempre la rechazó categóricamente. La verdad es que nunca se materializó de forma específica y notoria, pero no es menos cierto que la conducta posterior del macedonio nunca tuvo una dirección claramente antiateniense, sino que siempre conservó una postura respetuosa para con Atenas, frente a las suposiciones terroríficas y demagógicas de Demóstenes, que abusó una y otra vez de la credulidad del pueblo ateniense con su brillantez oratoria y su prestigio político.

21 ESQUINES , II 45-46.

22 ESQUINES , III 63.

23 Cf. nota pertinente en II 60.

24 Claro está, se trata del segundo envío de los dos mencionados más arriba; el que debió de tener lugar a comienzos del 346.

25 II 47-54.

26 HARRIS (1995), págs. 66 ss.

27 II 61: «Y la resolución de los aliados, con la que también yo convengo en estar de acuerdo...»

28 II 53 frente a II 61.

29 ESQUINES , II 55.

30 ESQUINES , II 81-86, en ningún momento dice que esta propuesta de Alexímaco fuese aprobada, aunque presenta un amplío número de testigos, pero no de su aprobación sino de su presentación. Es claro, pues, que Esquines buscar confundir las cosas con esa multitud de testimonios, para ocultar el auténtico resultado, que no fue otro que el rechazo de la moción de apoyo a Cersobleptes.

31 ESQUINES , II 104.

32 ESQUINES , II 107.

33 ESQUINES , II 108-112. En la exposición de estos hechos no debemos olvidar que la información nos viene en su mayor parte de Esquines, que no se refrena en darnos una narración irónica y tendenciosa de la figura de su enemigo, lo que no está en contra de la veracidad de los datos de fondo.

34 Más tarde Demóstenes dirá que Esquines y el resto de los embajadores, excepto él, fueron sobornados en Pela por el oro de Filipo. Pero una vez Demóstenes estaba incurriendo en una flagrante y consciente falsedad.

35 Los embajadores llegaron el 13 de Esciroforión y la sesión del Consejo tuvo lugar el 15.

36 Demóstenes en su discurso enfrentado del año 343 pretenderá que aquí Esquines engañaba a los atenienses al asegurarles que Filipo defendería a los focenses y liberaría a las ciudades beocias. Pero la verdad es que nuestro orador nunca se olvidó de precisar que esos planes no fueron promesas formales de Filipo, sino suposiciones del propio Esquines a la luz de los comentarios oídos en el entorno del macedonio. Cf. ESQUINES , II 137.

37 Para un análisis de este punto de la enfermedad alegada por Esquines, respecto a la que Demóstenes lo acusó de falsedad: Esquines se habría quedado atrás para poder controlar mejor a Demóstenes, pero probablemente también en este punto se equivocaba (cf. el apéndice específico de HARRIS [1995], págs. 167 s.).

38 DEMÓSTENES , XIX 111.

39 DEMÓSTENES , XVIII 132-135; DINARCO , I 63; PLUTARCO , Demóstenes 14. Demóstenes era en aquel momento «encargado de la flota».

40 DEMÓSTENES , XVIII 134-135.

41 HARRIS (1995), pág. 125, demuestra el patriotismo de Esquines, Eubulo y su grupo en este momento de guerra contra Filipo: su intervención en la reforma naval ayudó a salvar Bizancio de la armada macedonia.

42 ESQUINES , III 106 ss., nos cuenta detenidamente el episodio.

43 Sobre esta figura, cf. nota pertinente en ESQUINES , III 115.

44 Cf. nota en III 113.

45 DEMÓSTENES , XVIII 148-149, dirá después que su rival estaba comprado por Filipo, cuyos intereses buscaba favorecer.

46 ESQUINES , III 115-123, nos ofrece una descripción pormenorizada de su intervención, así como de los sucesos habidos al día siguiente en Delfos y en la llanura de Cirra.

47 Es el célebre pasaje de DEMÓSTENES , XVIII 169 ss.

48 ESQUINES , III 142 ss.

49 ESQUINES , III 146.

50 ESQUINES , III 148 ss.

51 Principios de agosto.

52 Una vez asentadas las cosas en Grecia, Filipo buscaba tal vez encarar el asalto al mundo persa, para lo que necesitaba una situación armónica a sus espaldas. Y en este nuevo horizonte el papel culturizador de Atenas desempeñaría un papel importante, razón por la cual tal vez el macedonio se esforzó en tener un tacto especial con Atenas.

53 DEMÓSTENES , XVIII 249.

54 Era la sanción de la atimía (cf. nota pertinente en I 134).

55 La documentación más importante está recogida en el apartado posterior de Testimonios .

56 O sea: DEMÓSTENES , XIX / ESQUINES II, y ESQUINES III / DEMÓSTENES , XVIII.

57 HARRIS (1988).

58 I 49.

59 LEWIS (1958).

60 Cf. Testimonios 3, 12.

61 O sea, en el año 322 a. C.

62 Cf. ESQUINES , II 147 y nota pertinente.

63 II 147, III 191.

64 Esta dato nos lo proporciona un escolio a II 147.

65 DEMÓSTENES , XIX 249, 281. Esquines, que en esta ocasión intervenía en segundo lugar, no le contradice, lo que habla a favor de la certeza del dato.

66 Habla de la madre de Esquines sobre todo en el discurso Sobre la corona (DEMÓSTENES , XVIII 129-130 y 258-260), donde intervenía el último y nadie le iba a contradecir.

67 La crítica ha sugeridos diversas posibilidades. PARKER (1983), pág. 303, propone algún tipo de práctica órfica, dada la lectura de textos sagrados y la mención de ceremonias de purificación. Curiosamente, además, Demóstenes ridiculiza a Esquines al afirmar que era nuestro orador quien de joven ayudaba a su madre con la lectura de tales libros rituales (DEMÓSTENES , XIX 199; XVIII 259).

68 Testimonio 11.

69 II 149.

70 DEMÓSTENES , XIX 237.

71 La fortuna del padre de Demóstenes rondaba los catorce talentos, lo que lo convertía en uno de los hombres más ricos de Atenas.

72 II 167-170.

73 DEMÓSTENES , XIX 113.

74 DEMÓSTENES , XIX 237.

75 DEMÓSTENES , XVIII 261. Tal vez para rebajar la cierta subida Demóstenes añade que era también ayudante de magistraturas de poca monta.

76 El propio Demóstenes lo reconoce, sobre todo en XIX 337-40.

77 DEMÓSTENES , XIX 246-7, 337; XVIII 180.

78 DEMÓSTENES , XVIII 267.

79 DEMÓSTENES , XIX 246.

80 El menos importante de los tres actores que representaban una tragedia en la época de Esquines. Cf. nota a los Testimonios 1, 1, y 2, 7.

81 DEMÓSTENES , XVIII 180.

82 Testimonios 2, 7.

83 Cf. notas al mencionado Testimonio, así como LUCAS (1983), págs. 239-244. DORJAHN (1929/30) considera la anécdota no auténtica.

84 II 152, 179.

85 HARRIS (1995), págs. 34 s.

86 Equipamiento de una trirreme.

87 Financiación de un coro teatral.

88 El proceso contra Timarco realmente fue una medida de autodefensa.

89 La precocidad de la carrera de Demóstenes es un ejemplo de claro contraste.

90 Utiliza citas poéticas sobre todo en el discurso Contra Timarco, el primero de los que compuso y cuando su habilidad retórica estaba menos desarrollada.

91 En I 166 lo califica de «dejado de las Musas y persona sin educación».

92 KINDSTRAND (1982), págs. 68-75.

93 En los Testimonios de este mismo volumen pueden verse las diferentes propuestas formuladas por esta tradición retórica de época tardía.

94 P. ej„ HUG (1874) y WEIL (1955).

95 P. ej., Cecilio de Caleacte (cf. Testimonios 1, 4).

96 III 139.

97 Cf. Testimonios 1, 15.

98 WILCOX (1945).

99 Cf. KINDSTRAND (1982), págs. 75-84.

100 El primer testimonio es CICERÓN , Sobre el orador III 56, 213.

101 DIÓGENES LAERCIO , IV 49, en su biografía de Bión de Borístenes, filósofo del s. IV /III a. C., comenta: «En Rodas enseñaba filosofía a atenienses que practicaban allí retórica. Y al que se lo censuraba le decía: ‘¿Traje trigo y voy a vender cebada?’».

102 Ya lo había dejado dicho en el Prefacio: «Fue iniciador de la más antigua [Sofística] Gorgias de Leontinos, en Tesalia, y de la segunda, Esquines, hijo de Atrometo, cuando se apartó de la actividad política ateniense y se estableció en Caria y Rodas» (trad. de CONCHITA GINER ).

103 KINDSTRAND (1982), págs. 90-5.

104 Cf. Introducción al discurso I.

105 Cf. Introducción al discurso II.

106 Cf. Introducción al discurso III.

107 P. ej., PSEUDO PLUTARCO , Vidas de los diez oradores 840 E (= Testimonios 1, 12). FOCIO , Biblioteca 61, 3 (= Testimonios 6, 3 y 264) nos informa de que, según Cecilio de Caleacte, este discurso lo escribió otro Esquines, contemporáneo de nuestro orador, pero la sugerencia parece bastante banal. Cf. también la vida esquínea de APOLONIO (= Testimonios 3, 13).

108 I 135-136.

109 Testimonios 10.

110 Antología Griega VI 330.

111 Testimonios 11.

112 Cf. DRERUP (1904), SCHWEGLER (1913).

113 SALOMONE (1985), pág. 235, n. 13.

114 GLODSTEIN (1968), pág. 128.

115 Test . 6 (FOCIO , Biblioteca 264).

116 Cf. nota introductoria a la carta.

117 RONCALI (1969).

118 LEONE (1972/73).

119 DILLER (1979).

120 Una clara y buena puesta al día puede consultarse en MARTÍN VELASCO (1993).

121 Cf. la reseña de GOLDSCHMITT (1928).

122 Al año siguiente, la colección alemana Teubner decide reeditar el viejo texto de BLASS , sólo que con un amplio preámbulo de SCHINDEL , que intenta hacer una provechosa puesta al día.

Discursos. Testimonios y cartas.

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