Читать книгу Un gin-tonic, por favor - Estrella Correa - Страница 5
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IMÁGENES SIN SENTIDO
Me duele la cabeza. Es insoportable. Creo que anoche bebí demasiado. En realidad no lo creo, el zumbido en mis oídos lo confirma ¡Dios mío! Necesito un paracetamol o un ibuprofeno o, mejor, un hacha para poder cortarme la cabeza de un golpe seco. Eso estaría bien.
No me lo puedo creer. Sara con ganas de fiesta. No me gusta este piso. Odio que su cabecero colinde con el mío y que las paredes parezcan de papel cebolla. Creo que practico sexo siempre que lo hace ella o, al menos, estoy presente cada vez. Y ocurre muy a menudo. No debería quejarme, si no fuera por ella, se follaría muy poco en esta casa. La estoy oyendo gemir. ¡Oh, no! Me tapo los oídos. Ni siquiera recuerdo a quién trajo anoche. En realidad, ni siquiera recuerdo cómo llegamos a casa. Levanto las sábanas y me recorro el cuerpo con la mirada. Al menos lo hicimos sanas y salvas.
Me tapo la cabeza con la almohada e intento volver a dormir… ¡Imposible!. El reloj digital marca sobre la pantalla del móvil las diez de la mañana y no debimos llegar antes de las siete. Estoy segura de esto porque encendieron las luces y nos echaron de la discoteca. Es de las pocas cosas que recuerdo. Eso y que alguien con cara de enfado me llevaba casi en brazos. Debió tocarme el portero más antipático.
—Nena, nena..., despierta —susurra en mi oído. Sonrío y siento cómo un reguero de besos baja desde mi garganta hasta el centro de mi estómago—. Vamos..., llegamos tarde.
—No quiero —me quejo—. Es muy temprano.
—Son más de las nueve —vuelve a subir y roza con sus labios los míos.
—Pues eso..., muy temprano.
Noto cómo sonríe sin parar de besarme. Introduce la lengua en mi boca y rodeo su cintura con mis piernas. Se incorpora un poco quedándose de rodillas frente a mí. Se quita la camiseta y me deleito observando su perfecto torso desnudo. Se desabrocha los pantalones y baja mis bragas hasta deshacerse de ellas dejándome completamente desnuda.
—Si vamos a llegar tarde, que sea por una buena razón —y se introduce lento en mí.
Vuelvo a despertarme, esta vez con la ropa empapada en sudor. Los sueños que me acompañan a veces me afectan demasiado. Miro el reloj de nuevo y decido que esta sí es una hora decente para abandonar la cama un sábado de resaca. Las doce y media de la mañana.
Arrastrando los pies, cojo unas braguitas, una camiseta y me dirijo al único cuarto de baño que tiene el apartamento. Es pequeño, todo blanco con un inmenso espejo con el borde morado a juego con las toallas compradas en Ikea. ¡Mierda! Casi desnuda, me doy cuenta de que no estoy sola. Un culo, digno de premios internacionales, me mira con un solo ojo.
—Pero, ¿qué coño…? —me dice el dueño del culo medalla de oro.
—¡Hostias! —respondo tapándome lo que puedo—. ¡Sara! —grito.
En menos de dos segundos mi querida amiga nos deleita con su presencia y tira del dueño de ese trasero para llevárselo gritándome que lo siente. El tío se gira y tiene la cara de decirme que él estaba ahí primero. ¿Perdona? Cierro de un portazo, me siento sobre la taza del inodoro y respiro profundamente. Por favor, vivo en una casa de locos.
Me ducho, termino de vestirme y me voy a la cocina a hacerme una taza de café. O dos. Lo decido sobre la marcha. No debí dejar las clases de yoga, aunque hubiera una razón de peso para no volver a aparecer por allí jamás.
Nota mental, volver el lunes próximo. Y, por supuesto, ignorar la razón de peso.
Entro en nuestra cocina. El piso no es gran cosa: dos habitaciones y un baño, pero la cocina no está nada mal. Incluso tiene una mesita con unas sillas muy coquetas. Los muebles de color celeste y lila deben tener por lo menos 20 años, es muy... vintage. Vieja, pero con estilo. A mí me encanta.
¡Mierda! El del culo prieto me mira con una sonrisa. Tiene el pelo rubio y unos grandes ojos color miel que enmarcan su cara en una tez morena y cuidada. Cuerpo musculado sin llegar a ser obsesivo. Es carne de gimnasio, por supuesto, pero no le va la vida en ello.
—Hola —dice descaradamente.
—Hola —le respondo apartando la mirada.
Abro el frigorífico y decido que lo voy a ignorar. Si tuviera que hacerme amiga de todos los amantes que trae mi compañera de correrías a nuestra posada, no me cabrían en la agenda del móvil.
Leche,
leche,
necesito leche.
—¿Estás buscando esto? —agita la botella con una mano. Cierro el frigorífico y le quito el bote de un tirón.
—Me llamo Mike —sonríe.
Ya, y a mí, ¿qué coño me importa?
Me preparo el café todo lo rápido que puedo y me voy al salón a tomármelo tranquila. ¿Tranquilidad en esta puta casa? Imposible. Sara se da el lote con una tía sin miramientos en nuestro sofá. Pero, ¿no ha tenido ya bastante? Giro el cuello para intentar dilucidar la postura sexual, pero no llego a descubrirla. No es que me interese, es que me parece curioso que tengan tanta flexibilidad.
Carraspeo... Vuelvo a carraspear... Nada. Ni caso. Ellas a lo suyo.
En ese momento aparece mi nuevo amigo Mike que sin tocarme, pero demasiado cerca, me pregunta si me apetece unirme a ellos.
No, gracias. No es mi estilo. Con la mirada ha entendido lo que le he querido decir. Sonríe, levanta las manos en señal de rendición y se acerca al sofá para unirse a la fiesta.
Vuelvo a mi habitación. Afortunadamente me tocó el dormitorio grande con terraza al que he podido ponerle una mesita con dos sillas, algo práctico y muy cómodo. Le da la luz todo el día. Esto es lo que necesito. Tumbarme al sol como los camaleones.
Vivimos en la que muchos denominan capital europea de la noche y somos de las que aprovechan las oportunidades, así que nos gusta salir y divertirnos. Pero debemos empezar a tomar medidas, no muy dramáticas. Ningún cambio fatal que pueda reemplazar los momentos que nos regala la noche madrileña, pero no estaría nada mal empezar a controlar un poco lo que hacemos durante esos lapsos de tiempo.
Tomo el café a sorbos que saben a cielo con los ojos cerrados, casi en trance. No habrá maldito mejor momento para escuchar la musiquilla de mi teléfono, allá, muy pero que muy lejos. Dónde demonios estará.
Dejo la taza sobre la mesa de hierro de la terraza y entro en la habitación completamente encandilada. Parpadeo un par de veces acelerando el proceso de adaptación de mis pupilas a la oscuridad. No consigo ver con claridad.
Busco debajo de la cama, entre la pila de ropa, dentro del armario... Nada. Pensaría que lo perdí anoche si no lo estuviera escuchando ahora mismo.
Espera. Anoche.
Estará en el clutch dorado donde sólo cabe eso, el móvil. Cuando lo encuentro, ya han colgado. Pero maldita suerte, vuelven a llamar.
Qué querrá éste ahora. No lo cojo. No tengo ganas de que me chillen cuando estoy de resaca.
Al cabo de un momento, recibo un mensaje de WhatsApp: "Te estoy llamando. No te hagas la loca y coge el teléfono".
«Lo que tú digas». Le hablo al dichoso aparato como si fuera a entenderme.
No sé qué pasó anoche, pero debió de ser gorda para que Jose me llame. Le he dejado las cosas claras. No quiero volver a verlo. No teníamos nada y así seguirá siendo. No lo recuerdo en la discoteca y no lo vi en el restaurante. De esto último seguro que me acordaría, de la discoteca no tanto. Es muy pesado, pero lo que mejor lo define es cabrón de mierda.
Al cerrar la aplicación, me doy cuenta que tengo un mensaje de texto.
De Alex.
Hoy a las 10:31 a.m.:
"Espero que estés mejor que la última vez que te vi. Da las gracias a Sara por no cortarme los huevos. Un beso".
Esto es lo último. Vale que no recuerde a Jose, pero estoy segura de que no conozco a ningún Alex y parece que tengo su número de teléfono grabado en la memoria de mi móvil. Anoche pude vestirme de tirolesa, cantar jotas en la Plaza Mayor, o robar un banco que no me acordaría de nada. Ahora mismo puede estar buscándome la Interpol porque anoche me transformé en asesina en serie y yo mientras, aquí, tranquila, pensando en cuánto tiempo le queda al trío sexual del salón para poder salir a comer algo.
Nota mental: preguntarle a Sara quién es el tal Alex. Y... pasar de Jose.
A las tres de la tarde decido que ya es hora de comer. Mi estómago ruge pidiendo auxilio. Y doy por supuesto que la orgía sexual ha llegado a su fin. Ninguna persona normal aguanta tres horas en esas posturas.
Salgo de la habitación y reina la paz. Todo recogido y limpio. Parece que allí no ha pasado nada. El olor a comida penetra en mis fosas nasales y lo sigo hasta la cocina. Sara hace unos ricos macarrones con tomate y queso. Aquí no somos muy exquisitas con la comida. Nos conformamos con poco, aún así la muy perra cocina maravillosamente bien. Y esta es su manera de disculparse.
—Lo siento —me mira con ojos de cordero degollado.
Como si lo sintiera de verdad. Esta noche lo volverá a hacer si tiene la oportunidad. Y siempre la tiene. Además de saber cocinar, la hijaputa está muy buena. Alta, morena y la tez con el tono blanquecino justo para transformar sus ojos color miel en faros que te atrapan. Si fuera lesbiana, me enamoraría de ella.
—No lo sientes, pero no importa. Hacía tiempo que no veía un culo de esas características... —gesticulo.
—No lo ves porque no quieres... Oportunidades... —llena un plato.
—Oye —la corto—, no te pongas melodramática a estas horas. Dame de comer. Lo necesito. Y, hablando de oportunidades, ¿quién coño es Alex? Me ha mandado un mensaje preguntándome cómo estoy y a ti te da las gracias por no cortarle los huevos.
—Ni idea —se encoge de hombros—. No me suena de nada. Creo que no me he tirado a ningún Alex... —pone los macarrones ante mí— que recuerde.
—Pues tengo su número grabado en la agenda de mi móvil —levanto el aparato y lo dejo sobre la mesa—, así que alguien debe ser. —Pincho con el tenedor y meto la comida en mi boca. Me quedo pensando mientras mastico—. Creo que deberíamos controlar más por la noche. Esto se nos está yendo de las manos. Un día va a aparecer alguien en la puerta con un crío diciendo que es nuestro. Bueno, tuyo. No recuerdo la última vez que me tiré a alguien.
Las dos nos miramos y rompemos en carcajadas.
—Loca —me dice—, eso les pasa a los hombres, no a las mujeres —seguimos riendo—. Si hubiera parido, lo recordaría. Y no hace tanto que no te acuestas con nadie. Fue hace tres semanas. Con Jose, ese tío bueno que te tirabas últimamente.
—Hace días que no me llama —miento. Paso por alto la llamada de esta mañana y, por supuesto, paso de él.
Sigo con los macarrones y casi tengo un orgasmo de lo buenos que están. Hablamos de cosas nuestras, triviales, intrascendentes. Nos reímos e intentamos acordarnos de qué pasó ayer por la noche como, por ejemplo, quién nos trajo a casa. No acabamos de dilucidarlo. Su teoría es que volvimos en taxi, yo no lo tengo tan claro. Estoy segura de que alguien nos acompañó y se ocupó de nosotras. No pudo haber ocurrido de otra manera. No estábamos en condiciones ni para salir por nuestro propio pie de la discoteca, imposible llegar hasta aquí, subir las escaleras, meter la llave en la cerradura y hacerla girar. Sin contar con parar un taxi y pagarle.
—Esta noche salimos con Roberto y Sofía —deja caer—. No me pongas excusas que te conozco —se mete el tenedor en la boca.
—Te dije que el sábado me vendría mal, imposible. Tengo la inauguración de la exposición el jueves por la noche y muchísimo trabajo esta semana. El lunes necesito encontrarme en condiciones de rendir a tope.
—No me vengas con esas, Dani —me apunta con el tenedor—. Dispones de todo el domingo para recuperarte. Podemos olvidar el plan de ir a la inauguración del after-hours de la Cuesta Santo Domingo y prometo no traerme a nadie hoy para que puedas dormir hasta tarde con tranquilidad —hace un puchero—. No me digas que no soy buena amiga. Prefiero estar contigo a echar un buen polvo mañanero de domingo.
Qué perra es. Cómo sabe ganarme.
—Está bien. Trato hecho. Pero... oye, dime una cosa, ¿qué te gustan más? ¿los tíos o las tías? —le pregunto muerta de risa porque ya sé la respuesta.
—Imbécil —me tira el trapo que había dejado sobre la mesa—. Ya lo sabes —ríe—, no vivo sin una polla. Me gustan grandes y hermosas —gesticula—, pero el placer que consigue darme una mujer es distinto. Nadie en mi vida me ha hecho el cunnilingus tan bien como...
—¡Nadia! —decimos las dos al unísono porque ya conozco esa historia.
Volvemos a troncharnos de risa y nos vamos al sofá donde decidimos ver una película romántica para pasar la tarde. Optamos por el 'El diario de Noah', sólo es la doceava vez que la vemos. Terminamos las dos llorando. Qué nos gusta una tragedia. No hay mejor manera de pasar la tarde del sábado que llorando con mi amiga loca, bisexual, dramática y pirada. Mi alma gemela, salvo en lo de bisexual, no me va ese rollo. Y lo digo con conocimiento de causa. Una vez me lié con una amiga suya, no pasamos de la segunda fase y, aunque consiguió llevarme al orgasmo, yo no fui capaz de tocarla, salvo por los besos. Claro que con sinceridad tengo que reconocer que fueron dulces y cálidos. Besaba bastante bien, mejor que muchos hombres, que lo único que pretenden es ahogarte metiéndote la lengua hasta el fondo de la garganta. En fin..., una experiencia más. La guardo en el baúl de los errores que se cometen una única vez en la vida. Tengo otro baúl, éste cerrado con llave, cien candados y cinta americana. En él guardo el mayor error de toda mi existencia, en el que intento no pensar demasiado, pero no siempre lo consigo.
«No, no siempre lo consigues».
Me despierto abotargada, con la pierna entumecida, aplastada por el redondo trasero de Sara. Intento levantarme para coger el móvil que vuelve a sonar, pero la pierna me juega una mala pasada y caigo de bruces al suelo.
—¡Mierda!
Despierto a mi amiga. Con el estruendo que ha hecho mi cuerpo al caer, ha debido asustarse.
—¿Qué haces ahí tirada? —me mira con cara de extrañeza y los pelos en la cara.
—Nada, ¿a ti qué te parece? Ayúdame —alzo las manos.
Me voy a mi habitación y con las prisas descuelgo el teléfono sin mirar quién llama. Error de cálculo. Es mi hermano.
—Dani, ¿qué cojones pasó anoche? —me espeta.
—¡Qué bien! —susurro con ironía—. ¡El que faltaba!
Vale, estoy empezando a preocuparme. Ahora mismo no me extrañaría nada que apareciera la policía por la puerta y nos detuviera. La de anoche fue de órdago.
—Me ha llamado Jose diciéndome que no le coges el teléfono y necesita saber que no te fuiste con un violador a casa. ¿Quién te acompañó al apartamento?
Mi teoría de asesina-en-serie cada vez cobra más fuerza. A ver qué le contesto... Hace tiempo que decidí andar siempre con la verdad por delante. Desde que una mentira casi acaba con mi existencia.
—Pues no estoy segura... eeehhh —me quedo pillada—, pero vine con Sara. Eso lo tengo claro.
—Daniel...
Mal vamos. Sólo me llama por mi nombre completo cuando me va a echar el rapapolvo. No sé si lo hace porque verdaderamente le importo, o porque cree que es su deber de hermano mayor de una tarada como yo.
—Debes cuidarte más. Un día de estos me va a llamar la policía diciendo que te ha encontrado en un cubo de basura.
—No seas exagerado. Parece que lo único que hago es salir y emborracharme. Trabajo duro toda la semana. De vez en cuando me gusta desinhibirme, no le hago daño a nadie...
«Deja de excusarte, Dani. No tienes por qué».
Cambio de táctica. Voy a cabrearlo.
—Todos no hemos tenido tanta suerte como tú en la vida.
—No me hables de suerte —protesta—. Yo también perdí a nuestros padres. Y no sólo eso, ¡tuve que cuidar de una adolescente enfrentada con el mundo! —vocifera.
—¡Yo no te pedí que lo hicieras! —grito.
—¡No hacía falta! ¡Era mi deber! —responde en un tono más alto si cabe.
Nos quedamos en silencio después de chillarnos a voz en grito.
—Perdona. Estoy un poco estresado. Tengo mucho trabajo. Estamos a punto de vender una de las empresas y un cabrón retorcido me está dando muchos problemas... Lo..., lo siento. Te quiero. Lo sabes, ¿no?
—No te preocupes. Me duele que pienses que no hago nada con mi vida porque mi trabajo no es tan lucrativo como el tuyo. Yo...
—No es eso, Dani. Sólo quiero verte feliz. Espero que algún día superes todo lo que te pasó. Sé que después de la muerte de nuestros padres no debió ser fácil salir tú sola de todo aquello. Aún tengo ganas de matar a ese hijo de puta —masculla más para él que para mí.
—No pasa nada. Estoy bien. He pasado página —hay un silencio tras la línea. No me cree y no se lo puedo reprochar. Yo tampoco estoy muy segura de que eso sea cierto.
Después de hablar un rato más con él de nada importante y hacer como que todo va bien, nos despedimos y firmamos nuestro vigésimo quinto tratado de paz. Se trata de mi hermano, lo quiero, pero me desquicia. Tiene una vida perfecta, una mujer perfecta y dos hijos perfectos. Sólo me lleva tres años y con treinta y dos tiene la vida resuelta y todo planificado. Vive con su familia en un chalet en Pozuelo de Alarcón y yo…, yo vivo de alquiler y mi sueldo no da ni para poderme comprar un coche. No quiero confundir. En realidad estoy muy orgullosa de él. Sólo quisiera que lo esté también de mí y no me critique tanto. Me alegro que la vida le vaya tan bien. Al menos uno de los dos es plenamente feliz.
A las nueve de la tarde estamos listas y preparadas para volvernos a comer la noche. La movida madrileña nos espera. Ya veremos quién se come a quién.