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Introducción

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La economía como conjunto autónomo de fenómenos sociales específicos nace con la modernidad y la aparición de la institución del mercado, en paralelo con una disciplina homónima, dedicada a su estudio científico. Desde esta perspectiva, el tema de este libro –Platón y la economía– parece no tener objeto proprio y estar desprovisto de sentido. ¿Cómo designar entonces aquellos fenómenos que están presentes en la obra platónica –en particular la plaza de mercado, los intercambios internos y externos de productos, la producción y el dinero– y que parecen referirse a acciones, fenómenos o instituciones que un lector moderno considera de índole económica? Al intentar designarlos de esa manera, ¿no sería acaso inevitable incurrir en anacronismos y, en razón misma de su anacronismo, no sería esta una tarea carente de utilidad y pertinencia?

Estas preguntas pueden parecer legítimas desde el punto de vista del sentido moderno de la palabra economía, pero este no es el único. Debemos a Karl Polanyi la idea de que, además de su sentido formal moderno enraizado en la supuesta escasez de los bienes y la institución del mercado como proceso de creación de precios según la relación entre la oferta y la demanda, la economía tiene también un sentido sustancial, referido a la manera en que el ser humano, como ser vivo y como ser social, satisface sus diversas necesidades básicas o secundarias en sus contextos variables de vida4. En este sentido es posible hablar de fenómenos económicos, incluso para las sociedades que desconocían el concepto moderno de economía. Pero ¿qué tipo de discurso podían tener entonces estas sociedades sobre dichos fenómenos?

Karl Polanyi nos enseña que la economía existía antes de la modernidad, pero con un sentido diferente al que esta le asigna; sin embargo, su iluminadora teoría pasa por alto un aspecto decisivo para la comprensión del sentido de la economía antigua, ya que en la antigüedad, la reflexión sobre los fenómenos económicos no se dio bajo una forma científica, sino bajo la forma de la racionalidad más alta disponible en aquel tiempo, la de la filosofía. Esta es la razón que explica el hecho de que el tema fuera poco estudiado y que muchos académicos consideraran que los acercamientos de los antiguos a la economía carecían de relevancia. El objetivo principal de este libro es mostrar que Platón es el primer filósofo occidental en elaborar una concepción filosófica integral de la economía en el sentido de que abarca todos los aspectos de la vida humana. Por los motivos históricos antes mencionados, el filósofo no propone una teoría sistemática de la economía, sino una reflexión sobre estos fenómenos, diseminada de manera más o menos explícita en las páginas de su inmensa obra. Sus contemporáneos eran sensibles a ciertos fenómenos económicos pero, con excepción de Aristóteles, ninguno logró ofrecer una visión de conjunto, ni vislumbrar los vínculos y las repercusiones de dichos fenómenos en los planos antropológico, metafísico, ético y político a la vez.

En virtud del carácter inquisitivo de su reflexión filosófica y de la puesta en relación de la economía con los demás aspectos de su filosofía, al finalizar este libro no sabremos si Platón es un precursor del capitalismo5, si preconiza su planificación o si aboga por una economía de mercado. Tales categorías, cuyas definiciones son motivo de vehementes discusiones6, pueden, en el mejor de los casos, orientarnos sobre la posición y el lugar del filósofo en la historia del pensamiento económico, pero nada pueden enseñarnos sobre su filosofía ni sobre la economía en sí misma, es decir, sobre el sentido de las prácticas económicas que él preconiza o critica. A la imposibilidad de reconocer el sentido o la utilidad de dichas prácticas, se suma la dificultad, ya mencionada, de la ausencia de sistematicidad de su teoría sobre la economía. Sin embargo, pese a su carácter asistemático, es posible reconocer en ella una tesis sólida y coherente, la cual se enuncia en tres momentos. En el primero, la economía se presenta como una realidad ambivalente, pues ella hace y deshace la ciudad. La hace en la medida en que está en su origen, dado que lo que impulsa a los hombres a asociarse es la necesidad de satisfacer sus apetitos materiales. Pero paradójicamente, en razón de una necesidad antropológica, estos mismos apetitos, cuando son abandonados a sí mismos, tienden espontáneamente a la desmesura y conducen a la ciudad al conflicto tanto interno como externo. En este sentido la economía deshace la ciudad.

En el segundo momento, Platón expone las consecuencias que se desprenden de la idea común según la cual la economía es el origen de la ciudad, entre ellas la presunción de que aquella constituye a la ciudad en su totalidad. En virtud de dicha convicción, los agentes económicos rivalizan con el político auténtico por el título de causa de la ciudad. Como consecuencia de esta pseudoevidencia, los hombres de las ciudades ordinarias consideran que la mera instauración de medidas en materia de economía bastaría para asegurar la dirección correcta de la ciudad. Por su parte, Platón sostiene que una ciudad no es una mera asociación económica en la que la divergencia de intereses se traduce necesariamente en una serie de conflictos permanentes. Una ciudad es una comunidad de intereses y valores que solo la política filosófica está en capacidad de fundar, lo que supone una clara distinción entre el político auténtico y sus rivales, «proveedores de alimento para los hombres»7, y entre la eficiencia política y la eficiencia económica.

En el tercer momento, la economía se presenta como una práctica heterónoma, es decir, que es siempre instituida por una política que le transmite sus valores. Para Platón, los regímenes políticos empíricos en los que vivimos8 son malos en diversos grados. Ellos dan rienda suelta a los apetitos y refuerzan su tendencia anómica y conflictiva, dado que subordinan la política a una economía que los sostiene y que favorece su despliegue. Por consiguiente, estos regímenes no son verdaderamente políticos. Ellos no logran establecer la unidad y la armonía que son el fruto de una verdadera política9, la cual tiene la autoridad exclusiva sobre las decisiones y las prescripciones de la totalidad de los asuntos en el seno de la ciudad. Únicamente la ciudad verdadera, regida por una política autónoma, puede dar lugar a una economía mesurada y regulada en función del beneficio común. En la ciudad auténtica, la economía está subordinada a la verdadera política y a su tendencia unificadora.

Ante esta compleja tesis, es necesario precisar que el ideal de

subordinación de la economía a la verdadera política no significa que Platón le confiera un rol secundario ni que la oponga a la política en una oposición simplista. Lejos de verla como una materia pasiva que la política puede moldear a su antojo, Platón considera que la economía posee una verdadera positividad política, pero solo la política genuina puede conducirla de la potencia al acto y reorientar su carga potencialmente destructiva para utilizarla en beneficio de la totalidad de la ciudad. La autonomía de la política no implica la desvalorización de la economía ni la desaparición de la economía doméstica del oikos –que era la institución «económica» central de la época de Platón–, sino su reconfiguración y promoción como medio de realización de los individuos y de la ciudad que habitan. Estudiar la economía, tal y como Platón la concibe, es comprender cuáles son las condiciones requeridas para transformarla en la aliada de esa finalidad política fundamental, que es la instauración de una ciudad verdaderamente unida.

Si este libro logra restituir a la economía platónica el lugar que le corresponde es, sin duda alguna, en razón de los motivos expuestos por E.R. Dodds: «Lo que descubrimos en cualquier documento depende de lo que buscamos, y lo que buscamos depende de nuestros propios intereses, los cuales están en cierta medida determinados por el clima intelectual de nuestra época10». ¿Quién podría afirmar que la economía no es hoy en día una de nuestras mayores preocupaciones? Efectivamente, en nuestros días todo parece suspendido a la economía: el porvenir de nuestro planeta, la estabilidad de la sociedad y de sus instituciones, la fuerza y la legitimidad de los gobiernos, el equilibrio geoestratégico, la salud física y mental de los individuos. Si bien es probable que nuestro grado de dependencia a la economía es hoy mayor que en los tiempos de Platón, nuestro interrogante sigue siendo el mismo que el suyo: la condición de posibilidad de concederle a la economía el lugar que le corresponde en la sociedad fue y seguirá siendo la comprensión de su naturaleza. Posiblemente lograremos entonces, como lo anhelaba Platón, encontrar la manera de poner fin a los males de las ciudades o, por lo menos, encontrar un régimen en el que la vida sea lo menos dura posible, «dado que en todos es dura»11. Saber si podremos realizarlo es otra cosa.

4 Polanyi 1994.

5 Como lo afirman Cross y Woozley 1964, 80.

6 Sobre el capitalismo ver, por ejemplo, las objeciones de Caillé a la hipótesis de Braudel, para quien el mercado podría ser teórica e históricamente separado del capitalismo (Caillé 2005, 72-73).

7 Plt. 289e-290a.

8 Plt. 302e.

9 Plt. 308d.

10 Dodds 1973, 28.

11 Plt. 302b.

La parte de bronce. Platón y la economía

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