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Dédalo: el entrepreneur del Egeo

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El filósofo italiano Giorgio Colli sitúa el legendario mundo de Creta cinco siglos antes de que Apolo fuera introducido en Delfos, lo que da una idea de la antigüedad del mito.44 La leyenda gira alrededor de Minos, un desagradable rey, célebre por su autoritarismo y su petulancia; y Dédalo, el inventor, artesano y arquitecto más conocido de la mitología griega, que en gran medida es la imagen arquetípica del emprendedor.

Respaldado por su supuesta alcurnia, cuando murió el rey de Creta, Minos reclamó el trono vacante. Como prueba de su vínculo divino, ofreció al pueblo conseguir que los dioses hicieran salir del mar un toro magnífico. Pidió el milagro a Poseidón –rey del mar– con la promesa de sacrificar al animal apenas saliera del agua. Los dioses tienen una debilidad especial por los sacrificios, cultos y otros honores que los hombres realizan en su nombre. Poseidón –que no es la excepción– accedió y el toro emergió de las aguas frente a todo el pueblo. Ante semejante prueba, Minos fue nombrado rey.

Pero Minos no era un tipo de palabra. A pesar de la promesa realizada a Poseidón, decidió conservar el magnífico toro en su rebaño y sacrificar a otro animal, con la seguridad de engañar al rey del océano. La “viveza” de Minos le iba a costar cara, porque Poseidón descubrió el engaño fácilmente y enfureció. Como venganza hizo que Pasifae –la esposa de Minos– se enamorase perdidamente del toro milagroso, y ella, para poder concretar su loco amor, pidió ayuda a Dédalo.

Luego de ser desterrado de Atenas por el crimen de su sobrino Pérdix45, Dédalo fue invitado a Creta. Todos conocían las habilidades del inventor, por eso Pasifae le pidió que encontrara la manera poder consumar su amor. El inventor diseñó una vaca de madera para que la reina se metiera en el interior. Mientras la falsa vaca pastaba en el prado con Pasifae dispuesta adentro, el toro blanco –confundido por la perfección de la obra– la montó como si fuera una más de la vacada. De ese de acto de ternura divina nació Asterión, el Minotauro, un ser monstruoso con cuerpo de hombre y cabeza de toro.

¡Imaginen la furia de Minos cuando se enteró de la traición! Ser víctima de la infidelidad conyugal por un humano, vaya y pase, ¡pero por un toro!

Entonces, Dédalo fue convocado una vez más por Minos. Ahora su mecenas (que al parecer no había escarmentado) le pidió que construyera una prisión de la que Asterión no pudiera escapar. De la inventiva del arquitecto ateniense surgió el famoso laberinto, donde encerraron al bestial Minotauro.

Atenas (la patria original de Dédalo) estaba bajo el yugo de Creta. Para evitar el asedio, debía enviar como ofrenda a siete jóvenes mancebos y a siete doncellas destinados a servir de alimento del Minotauro todos los años. Un año resultó seleccionado Teseo, quien –según se cuenta– se habría ofrecido como voluntario para acabar con el monstruo.

Desde la costa cretense, Ariadna –la bellísima hija de Minos– divisó a Teseo y se enamoró perdidamente de él. Al enterarse –ni lerdo ni perezoso– Teseo correspondió a su amor. Como no podía ser de otra manera, Ariadna pidió ayuda a Dédalo, quien siempre estaba dispuesto a dar una mano cuando se trataba de engañar a sus patronos. El inventor le entregó un hilo que ayudó a Teseo a marcar el camino dentro del laberinto, y gracias a ello pudo escapar de allí, luego de acabar con el Minotauro. Como si eso fuera poco, le quedó tiempo para rescatar a los demás jóvenes y se llevó a Ariadna con él.

A pesar de todo lo que había hecho para huir con su amada, el sacrificado Teseo no pudo consumar su amor ya que la doncella estaba en la mira nada más y nada menos que de Dionisios, el dios del vino y de la pasión amorosa descontrolada; pero esa es otra historia.

Volvamos a Dédalo, nuestro astuto héroe del trabajo. Para variar, Minos estaba furioso nuevamente. Con la intención de saciar su sed de venganza decidió castigar al arquitecto ateniense empleando su propia invención y lo hizo encerrar en el laberinto junto a Ícaro.

Fue entonces cuando el ingenioso artesano diseñó las célebres alas de cera y plumas para escapar volando junto a su hijo. Una vez más las enseñanzas de los mitos perduran. El laberinto es la vida y sus pasillos los problemas que esta trae aparejados. Vivimos encerrados en nuestros propios laberintos chocándonos una y otra vez con las mismas paredes y volviendo a los mismos lugares sin poder salir. Como si fuera la sugerencia de algún moderno gurú de la autoayuda, Dédalo “pensó fuera de la caja”. Rompiendo el paradigma establecido según el cual para escapar de un laberinto hay que recorrer sus pasadizos hasta encontrar la salida, el inventor “rompió el molde” y encontró un escape impensado: salir volando. Pero retomemos el relato.

Conocedor de cómo tratar con poderosos y salir airoso, Dédalo instruyó a Ícaro para que no volara demasiado alto ya que la cera podría ser derretida por el sol, ni demasiado bajo, ya que la humedad del mar dañaría la cera y las plumas se despegarían.

Pero la hybris46 se apoderó de Ícaro que, envalentonado con su nueva habilidad y encandilado por la luz, se elevó demasiado, sus alas se derritieron y murió ahogado en el Egeo. Ese era el destino que le habían tejido las Moiras para vengar el crimen de Pérdix, el hijo de la hermana de Dédalo. Sin poder hacer nada para rescatar a su hijo, Dédalo continuó su vuelo hasta Sicilia, donde se refugió en casa de un señor llamado Cócalo, que pronto se convirtió en su nuevo benefactor.

Minos descubrió que Dédalo había escapado y montó en cólera una vez más. Decidió perseguirlo por todas partes para vengarse de sus múltiples traiciones. Para encontrarlo ideó un ardid digno del arquitecto. Llevaba siempre con él un pequeño caracol (que no deja de ser una especie de laberinto en miniatura) y ofrecía un premio al que lograra pasar un hilo a través de él. Sabía que solo Dédalo sería capaz de resolver el desafío.

Un día Minos pasó por lo de Cócalo y le explicó el reto. Cócalo se comprometió a resolverlo e invitó a Minos a pasar por su casa al día siguiente. Luego le entregó el caracol a Dédalo, quién, para resolver el problema, ató un hilo a la pata de una hormiga que recorrió sin inconveniente el interior del caparazón. Cuando Cócalo le mostró la solución, Minos supo que Dédalo se encontraba en su casa y le exigió que se lo entregara para vengarse. Cócalo fingió acceder, pero antes lo invitó a tomar un baño preparado por sus hijas. El agua (que llegaba a la bañera por unos conductos especiales diseñados, ¿por quién? Sí, acertaron, por Dédalo) estaba lo suficientemente caliente como para hervir a cualquier mortal. Encandilado por la belleza de las jóvenes, Minos se metió sin notarlo. Una muerte no muy honrosa para un personaje antipático que fue engañado por las mañas de otro más astuto que él. Zeus los cría y ellos se matan.

Dédalo es la mano de los dioses en la Tierra. Un instrumento imprescindible para ejecutar los deseos divinos. Es quien logra la síntesis entre la crueldad intelectual de Apolo y la naturaleza vehemente de Dionisios, y la pone al servicio de las pasiones más locas. La habilidad de Dédalo es materializar el destino tejido por las Moiras. Dicho en otros términos, Dédalo hace el “trabajo sucio” para los dioses.

Dédalo no se rebela abiertamente a sus patronos sino que se resiste a la autoridad terrenal cambiando de mecenas. Con “picardía” selecciona al nuevo patrono entre quienes confrontan con el anterior. Trabajó para los intereses de ciudades como Atenas, Creta y Sicilia, y para contrincantes como Minos, Pasifae, Ariadna y Cócalo. Dédalo no le cede su lealtad a ningún mortal. En cada nueva realización traiciona a su empleador anterior y se sale con la suya. No es “dominado” por nadie, sino que responde a sí mismo y a los dioses. Solo se cuida de no sucumbir a la tentación de la hybris, porque sabe bien que la desmesura es una ofensa que los dioses no están dispuestos a tolerar. Es ambicioso, trabajador y creativo. Gracias a su astucia y talento (dones que humildemente reconoce le han sido prestados por los dioses) consigue siempre salir airoso de los desafíos más difíciles. En pocas palabras, Dédalo es el arquetipo del entrepreneur exitoso. Una suerte de cruza entre Jeff Bezos y Elon Musk, pero con menos plata.

No hay registros sobre las circunstancias de la muerte de Dédalo, pero, conociendo su habilidad para salir airoso de las más difíciles situaciones, es probable que haya muerto de viejo en algún lugar paradisíaco de Sicilia, mientras contemplaba a las gaviotas pescar en el Mediterráneo.

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