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Prólogo

Me llamo Miriam Al Adib Mendiri, soy ginecóloga y obstetra y llevo casi veinte años trabajando por la salud sexual de las mujeres tanto a través de la práctica clínica como a través de la divulgación. La primera vez que escuché estas dos palabras, «violencia obstétrica», me atraganté: «¿¿¿Cómo??? Si trabajamos para la salud de las mujeres y sus criaturas, ¡menudo invento este!»… Me resultaba difícil digerir que existiera tal forma de violencia de la que —no lo voy a negar— de alguna manera yo también he sido cómplice.

Tras convertirme en madre, tener depresión postparto y conocer a los pocos años la teoría del apego de John Bowlby y los aportes de la epigenética y las neurociencias que confirman esta teoría, tras conocer la Declaración de Fortaleza de 1985 de la OMS, tras conocer cómo se trabaja desde otro paradigma menos medicalizado y más humanizado (fui en persona a ver cómo se trabaja en otro hospital del mismo tamaño que el mío, puesto que estábamos haciendo una guía de atención al parto en el SES), se me cayó la venda de los ojos y empecé a entender muchas cosas.

A poco que me abría a escuchar sin juicios las experiencias que viven muchas mujeres durante sus procesos reproductivos me di cuenta del sufrimiento y secuelas que tantas de ellas llevaban a cuestas, y lo más dramático es que no eran conscientes de ello, se veían a sí mismas como culpables, y todo porque les faltaba una palabra que pusiera nombre a lo que les pasaba. Me resulta esto comparable a lo que les sucedía antiguamente a las mujeres que sufrían violencia de género en manos de sus parejas: no eran conscientes de sufrir violencia ya que en aquel entonces pegar a una mujer era algo muy normal.

Conocí a Eva Margarita por una amiga común que me invitó a leer su tesis doctoral sobre violencia obstétrica. Leer todas las argumentaciones de su rigurosa investigación me ayudó a comprender más en profundidad que este tipo de violencia tiene mucho de simbólica. ¿Y por qué es simbólica? Porque es invisible y se normaliza hasta tal punto que ni siquiera somos conscientes de ella. En la mayoría de los casos ni siquiera hay ninguna intención de hacer daño por parte de los profesionales, yo misma la he ejercido creyendo precisamente todo lo contrario: que hacía todo lo mejor que se puede hacer para la paciente y su criatura, y digo que no era consciente hasta el punto en que yo misma como ginecóloga también la ejercí contra mí misma.

Puedo asegurar que no fue fácil quitarme esta venda de los ojos, de reconocerme en la parte que perpetúa la violencia obstétrica. Pero no hay otra opción: o te la quitas o te la dejas. Y yo me incliné por quitármela. No es nada fácil, pero entiendo que siempre ha sido difícil nombrar lo que la sociedad normaliza. En su día también fue complicado para nuestras antepasadas reconocer ciertos tipos de malos tratos que ahora nos parece increíble que no vieran, ¿verdad? ¿Y cuándo dejó de ser normal la violencia que antes se ejercía en el seno de una pareja? Cuando comenzaron a hablar de ello, por eso lo primero es romper el silencio. Qué importante es que se vayan sumando las voces.

Tenemos la suerte de que hoy existe un discurso que nombra la violencia de género, pero es un discurso todavía inacabado, porque todavía necesitamos seguir nombrando aquello que permanece invisibilizado y que, por desgracia, sigue nutriendo a las demás formas de violencia.

Con este libro, Eva Margarita hace una argumentación bien extensa y documentada, muy valiente, sin pelos en la lengua, pues es consciente de que precisamente esta invisibilidad es la que perpetúa el sufrimiento para muchas mujeres y sus criaturas, ¡cuánto daño hace el silencio! Ella ha decidido desde hace tiempo investigar y dar voz, poner palabras a lo que no se nombra, y todo de una forma impecable y rigurosa.

Nombrar lo que es invisible es el primer paso para tomar conciencia. Gracias Eva Margarita por seguir luchando por un nacimiento más humanizado, para un mundo mejor.

Miriam Al Adib Mendiri

Ginecóloga

Partos arrebatados

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