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INTRODUCCIÓN

Y te dicen «relájate, colabora», es como si te meten un dedo en el ojo y te dicen «colabora, relájate», pues no, me estás haciendo daño, o sea… Una vez con la ventana abierta, y yo «¿puedes cerrar la ventana?», «mujer, si no te ve nadie», «yo los estoy viendo a ellos, ¿por qué ellos no me van a ver a mí?».

(«Maicha», madre de cinco hijos)

Cuando comencé a interesarme por la violencia obstétrica, y decidí saber más sobre ella, me di de bruces con la realidad: no existía apenas nada publicado. Así que, durante cuatro años, realicé tanto una investigación introductoria y cuantitativa como una más profunda y cualitativa, de índole etnográfica, hablando tanto con usuarias como con profesionales del sistema sanitario, para poder comprender qué es la violencia obstétrica, por qué se produce, y por qué resulta algo totalmente invisibilizado por la sociedad.

Invisibilizado, sí, pero también tremendamente común: al hablar con todas estas mujeres maravillosas y que me hicieran partícipes de sus experiencias, fui haciéndome más y más consciente de cómo estos abusos están a la orden del día en el tratamiento del embarazo, parto y posparto, entre otros momentos.1 La violencia obstétrica está por todas partes, normalizada absolutamente. Muchas mujeres, al pasar por algo así por primera vez, se quedan con una sensación espantosa que no saben definir, pero que cursa irremediablemente con terror a un próximo embarazo y parto. Por otro lado, se encuentra todo tan normalizado, que esconden o niegan sus sensaciones, porque si todo el mundo pasa por lo mismo sin problemas… ¿por qué iban a ser ellas diferentes? La vergüenza y la culpa las inunda, muchas veces sin saber el porqué, amén de que existe de trasfondo un arquetipo de madre abnegada que imposibilita la licitación de estas sensaciones. Y esto es muy importante, ya que muestra cómo el paradigma médico hegemónico se ha naturalizado de tal modo que la mayoría de las mujeres aceptan ser manipuladas en los paritorios como algo normal, puesto que así se ha venido haciendo durante mucho tiempo. Y esa misma naturalización de la violencia obstétrica, que permite a la biomedicina seguir produciendo cuerpos dóciles y domesticados, es lo que conlleva la aceptación callada por parte de muchas mujeres de este paradigma de salud, que bebe de un paradigma social mucho más profundo, produciendo una imagen distorsionada de los procesos fisiológicos de las mujeres en tanto que patológicos y fuera de control, necesitados de atención médica constante.

Es, de hecho, más que una aceptación callada: en mi camino me he encontrado auténticas resistencias, no únicamente del personal sanitario (siempre que imparto una conferencia sobre el tema me pregunto «¿cuál de las personas del público será personal sanitario y en el turno de preguntas me negará todo lo que digo?», y ahí está, al final del todo sale, nunca falla), sino también de las propias mujeres (de hecho, recuerdo que cuando leí mi tesis, una de las integrantes del tribunal estaba claramente ofendida por las opiniones que en ella una ginecóloga hacía sobre las cesáreas, y me las espetó como si fueran opiniones mías, cuando yo únicamente había transcrito –como en cualquiere etnografía– un verbatim ajeno). Romper con un sistema tan profundamente intrincado es muy duro, y las resistencias son totalmente normales. Somos humanas.

Este libro es un extracto de toda esa investigación, que resultaría demasiado larga de publicar en un solo volumen, a modo de introducción al tema. Expone las raíces teóricas e históricas tanto de la violencia obstétrica como del sistema médico hegemónico y androcéntrico del que bebe. También explica cuáles son las intervenciones más comunes, salpicando todo el texto con algunas observaciones de las 37 madres y 15 profesionales de la salud con quienes hablé a lo largo de las muchas horas de entrevistas, cuyas transcripciones ocupan unas 700 páginas.

Como límites a la investigación, soy consciente de mi lugar privilegiado, que es también un lugar de poder: soy mujer, sí, pero no vivo en un país pobre, tengo recursos, tengo educación superior. Mi mirada, inevitablemente, estará sesgada por mi propia subjetividad, por mi posición en el mundo. Por supuesto, he querido respetar los discursos de las personas que tan amablemente participaron en el estudio, así que las citas que de ellas aparecen serán siempre textuales (verbatim), respetando la manera de expresarse de cada cual. En toda mi investigación actué en tanto que instrumento de indagación, pero sin negar que formo parte del mundo que investigo, sobre el cual no puedo evitar influir y del cual me veo influida a la vez, escuchando cómo las madres han percibido y experimentado las vivencias de sus propios partos y cómo los y las profesionales han podido actuar en la asistencia a dichos partos. Además, considero que la perspectiva de género se vuelve imprescindible en este contexto, teniendo en cuenta los discursos hegemónicos impositivos y opresores de la biomedicina propios de la modernidad y su implicación en las representaciones y vivencias maternales.

Sería poco honesto por mi parte no admitir que mi simpatía se sitúa del lado de las madres que han sufrido violencia obstétrica, así como de los modelos asistenciales poco intervencionistas, por lo que una de las limitaciones del estudio ha podido ser el posible sesgo por mi posición subjetiva feminista y activista por los derechos de los partos respetados, si bien he intentado exponer los datos con la mayor imparcialidad que me ha sido posible, siempre teniendo en cuenta que en ciencias sociales es imposible que en las investigaciones no esté presente la subjetividad de la persona que investiga. De todas formas, es imposible que los y las participantes sean neutrales, pues son actores/actrices sociales y, como tales, parten de una perspectiva cultural específica, de una cosmovisión preinterpretada. Por ello, otro posible sesgo en el estudio puede ser que las personas que se han prestado a participar tengan ciertas inquietudes de base sobre los temas propuestos (las madres, de su experiencia personal, y los y las profesionales, de los aspectos asistenciales, sus carencias y sus puntos fuertes). Por último, resulta inevitable pensar que un/a profesional siempre va a intentar ofrecer una versión positiva de su persona: aunque algunos/as han admitido prácticas no adecuadas en su quehacer, otros/as ignoraban la violencia obstétrica, como algo totalmente ajeno a su persona y a su vida profesional, como algo «del pasado» o simplemente que «aquí no ocurre», es decir, la situaban en otra dimensión tanto espacial como temporal.

Aunque todas las madres tienen su historia o historias de partos, esto es, con sus propias subjetividades, experiencias y apreciaciones personales, observé cómo sus discursos resultaron bastante homogéneos, dibujando unos conflictos bien definidos (sentirse ninguneadas, infantilizadas, cosificadas...). De todo ello resulta que las madres se encuentran tensionadas dentro de luchas de poder y jerarquías hospitalarias donde ellas son las últimas de la cadena, por lo que acaban asumiendo un papel pasivo dentro de las rutinas hospitalarias, perdiendo el control de sus propios partos, resignándose a que sean los/las profesionales y la tecnología quienes asuman el control. También, todo esto forma parte de un paradigma social, de cómo existe en los discursos sociales una visión del parto desde la patología y no desde la fisiología, por lo que muchas madres, siendo consecuentes con este paradigma, se sienten más seguras delegando en la tecnología y el intervencionismo el control de sus experiencias de parto. El trasfondo de esta visión es el «exceso de asistencia como lo deseable», cierta desconfianza de las mujeres hacia sus propios cuerpos, lo que propicia la patologización de sus procesos naturales, no ya solo en cuanto a la asistencia obstétrica, sino en todas sus vivencias fisiológicas. Por último, otro factor muy presente en las madres es el miedo: miedo a perder el control, miedo a que algo salga mal, miedo a que el bebé nazca con problemas. El miedo es un arma muy poderosa en el contexto hospitalario para que la sumisión de las mujeres resulte total.

Dentro de los y las profesionales, se observan diferencias entre los discursos de los/las ginecólogos/as y los de las matronas. Se encuentra latente una idea de jerarquía al estilo militar donde las personas profesionales de la medicina obstétrica se sitúan en la cúspide, y donde las relaciones se encuentran permanentemente tensionadas, no respetándose como se debiera el ámbito de actuación de cada uno. Así, si en la sanidad pública las matronas deberían ser las encargadas del parto normal, fisiológico, y los/las ginecólogos/as de los partos patológicos, la queja más común por parte de las matronas es que esto no suele respetarse, relegándose muchas veces el papel de las matronas al de meras «enfermeras obstétricas», por así decirlo. De estos conflictos jerárquicos entre los/las profesionales surgen luchas de poder que finalmente revierten en las madres, que no pueden conseguir una asistencia que vaya de la mano de la evidencia científica más actual. Es de destacar que, aunque muchos hospitales posean protocolos supuestamente actualizados con dicha evidencia científica, también tienen otros que consisten más bien en «rutinas hospitalarias», esto es, protocolos no escritos, donde las relaciones entre el personal contienen grandes tiranteces porque suelen favorecer siempre a los más altos en el «escalafón de poder». Aun así, la tendencia que se observa es que, a pesar de que a nivel asistencial los cambios se produzcan aparentemente con una gran lentitud, sí parece existir cierta tendencia a lograr una mayor humanización de los partos. Para conseguir esto es imprescindible que el sistema sanitario se muestre más abierto a escuchar las necesidades de las madres, cambiando las relaciones de poder y vertebrando nuevos marcos conceptuales de interpretación del nacimiento como momento imprescindible dentro del cual se articulan estados psicoemocionales de gran importancia. Por ello, es indispensable encontrar un punto de equilibrio entre la seguridad de la biomedicina, el respeto al trabajo de cada profesional con una delimitación clara de sus funciones y la necesidad de las madres de ser escuchadas, respetadas y tratadas como personas con autonomía y poder de decisión.

1 En realidad, podríamos hablar más bien de una violencia ginecológico-obstétrica, pero he querido destacar sobre todo lo relativo al tratamiento del embarazo y el parto, por tratarse de momentos de máxima vulnerabilidad.

Partos arrebatados

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