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1 Basil, el superdetective
ОглавлениеUn detective corriente jamás habría resuelto «El misterio de las gemelas desaparecidas».
Pero Basil, naturalmente, está lejos de ser corriente. Antes incluso de recibir la carta de los secuestradores, su mente ágil ya había deducido cuáles eran los planes secretos de los secuestradores.
«Recuerde mis palabras», me dijo, «la desaparición de Angela y Agatha es solo el comienzo. Los criminales tienen la idea de atacarnos a todos».
Y tenía razón... Pero antes de que las piezas del mosaico encajasen, fue necesario recorrer un camino largo y peligroso.
¿Quién era el cerebro de este ataque? ¿Cuál era el verdadero móvil? ¿Cómo se produjo el secuestro de las gemelas?
Y Basil: ¿qué clase de detective era?
Para responder a todas estas preguntas, os contaré algunas cosas acerca de su extraordinaria carrera. Sucedió en Londres, en el invierno de 1885...
Permitidme que me presente. Soy el doctor David Q. Dawson, amigo y socio de Basil.
Entre los ratones, Basil era un detective casi tan famoso como el señor Sherlock Holmes lo era entre los hombres. Esto se debía a que Basil aprendió a investigar, literalmente, a los pies del mismo Holmes, a quien visitaba en su casa del 221 B de Baker Street.
Generalmente, yo lo acompañaba. Nos dirigíamos furtivamente al salón que Sherlock compartía con el doctor John H. Watson: bien escondidos, le escuchábamos cuando le explicaba a su amigo, con abundancia de detalles, cómo había resuelto sus casos. Y así, Basil aprendió de la mano del mejor de los maestros el lado científico del sutil arte de la investigación.
El señor Holmes era alto y delgado, de mirada aguda y penetrante. Y si alguna vez un ratón se ha parecido a un hombre, ¡ese era el caso de Basil!
Vestía como su héroe, gracias a un hábil sastre que reproducía hasta en los mínimos detalles el armario de Sherlock.
Sin embargo, nuestros largos viajes hasta Baker Street, ya nevara o hiciese sol, eran fatigosos y, a menudo, arriesgados. Más de una vez nos tocó hacer frente a verdaderas tormentas hasta alcanzar nuestra meta.
Una noche, al entrar en el sótano, Basil se detuvo tan de repente que casi me choqué con él.
—Observe, querido doctor —dijo Basil señalando la estancia con su bastón—. Observe qué bonito y espacioso es este sótano. ¡Qué diferente de nuestras viviendas superpobladas y estrechas del East End!
Sus ojos se iluminaron. Continuó:
—Podríamos construir una ciudad aquí dentro... Imagínese una hilera de preciosas casitas en la estantería vacía que hay junto a esa ventana. Y, además, tiendas, una escuela, una biblioteca, el ayuntamiento y otros edificios... ¿Cómo llamar a esta ciudad? Ah, ya lo sé: ¡Holmestead!
Me contagié de su entusiasmo:
—¡Brillante idea, Basil! Y lo más importante, podríamos subir a los pisos superiores todas las veces que quisiéramos para escuchar las lecciones de nuestro querido Holmes.
—Exacto —dijo después mi compañero, sonriendo—. En la próxima asamblea municipal deberíamos proponerlo.
Cuando lo hicieron, las cuarenta y cuatro familias de la comunidad estuvieron de acuerdo.
Basil trabajó personalmente en los planos de la ciudad. Todas las noches, cuadrillas de carpinteros y albañiles se dirigían hacia Baker Street y trabajaban a un ritmo frenético. Apenas dos semanas después estuvimos en condiciones de mudarnos.
Holmestead era una ciudad modelo y los ratones de todo Londres venían a visitarla llenos de admiración.
Basil y yo compartíamos un apartamento exterior, de modo que podíamos ver a nuestros visitantes antes de que entrasen, justamente como hacía el señor Holmes.
Basil iba a menudo a escuchar a su maestro y pronto me pareció que no existía misterio que no pudiese resolver. Los ratones emprendían largos viajes para venir a consultarle: venían incluso desde Francia, atravesando el Canal de la Mancha solo para verlo.
Por rico o pobre que fuese, todo aquel que necesitase ayuda siempre encontraba acogida en casa de Basil.
El ratón detective detuvo a tal número de peligrosos criminales que los delincuentes temblaban con solo oír su nombre.
Pero apenas pasado un mes desde que nos trasladamos a Baker Street, dio comienzo el caso más extraño de la carrera de Basil: ¡Angela y Agatha, las hijas gemelas de nuestros vecinos, desaparecieron sin dejar rastro!