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El lejano oeste

Masalia, ciudad griega, la más populosa entre la península Itálica e Hispania. Idus de martius, año 557. (15 de marzo, año 196 a. C.). Lucio prepara su viaje a Emporion.

La vieja Masalia era una intersección entre la costa norte del mar Occidental y el Rodanus, río que se podía remontar navegando y que permitía enlazar directamente con el corazón de las Galias. Lucio, simulando ser un tratante de cerámicas de Campania, bajó de un desvencijado barco latino, en la dársena del Cuerno del puerto de Masalia, extramuros del recinto urbano. La zona central del puerto daba directamente intramuros y, desde allí, se accedía a la ciudad a través de una imponente y monumental escalinata. El Cuerno era la zona más extrema y marginal del complejo portuario que penetraba tierra adentro, más allá de las murallas. Ante Lucio se extendía una explanada repleta de gente colorista y ruidosa, había fardos variados y grandes estibas de ánforas de todo tipo y procedencia. Era una especie de plaza exterior que se abría ante una de las puertas principales de la ciudad. Intramuros se desarrollaba el más selecto comercio del mar Interior y de Oriente. Contrariamente allí, en el exterior, dominaban celtas, ligures, íberos y púnicos. Ofrecían materias primas y productos de desigual calidad: manufacturas de hierro y madera, barriles y ánforas de cerveza, sal, ámbar y productos del lejano Báltico, así como esclavos con deslumbrantes cabelleras rubias. Con la llegada de la primavera, el furor comercial se había apoderado de la ciudad y comenzaban a llegar mercantes de los más diversos puntos del mar Occidental y del mar Oriental.

Lucio se preocupó, en primer lugar, de la mercancía, la preciada cerámica negra campaniana que competía con las vajillas griegas y púnicas. Las cajas fueron trasladadas cuidadosamente hasta un almacén portuario. Los dos mozos que llevaba de Roma vigilaron la operación. Masalia era un buen mercado de intercambio. Usualmente los barcos romanos continuaban hacia Hispania practicando navegación de cabotaje. Pero en los últimos meses el tráfico se había restringido. Algunos barcos latinos habían sido incendiados y varios mercaderes habían muerto en extrañas circunstancias. Ningún romano con sentido común se arriesgaba a navegar más allá de Agatha, al sur de la Galia.

Lucio y el capitán, después de pagar los derechos portuarios tuvieron que aguantar a los aduaneros que inspeccionaron las tripas del barco, constatando el tipo de mercancías, su estado y el de la tripulación. Lucio, estaba impaciente por quitarse de encima los burócratas.

─ Parte de la carga es mía, llevo cerámica y quiero venderla en Emporion. ¿Hay algún problema?

─ ¡Mmmmh! ─cortó el agente portuario con semblante escéptico─, no llegaréis muy lejos en este barco. ¿Lo sabéis? ¿No?

─ Supongo que queréis decir que no puedo arriesgarme a entrar en Hispania en un barco romano. Soy consciente de que no duraría demasiado y es por eso que quiero trasladar la mercancía a una nave que no sea latina.

─ Mi barco se queda aquí ─confirmó el capitán─. Cargo y vuelvo hacia Etruria. Y aquí os dejo este loco a la espera de que alguien lo traslade a Emporion.

El aduanero moviendo la cabeza se permitió aconsejar a Lucio. Estaba claro que aquel pardillo no tenía experiencia.

─ Podrías vender aquí, en Masalia. La cerámica negra es una de las pocas cosas interesantes que hacéis los romanos ─el agente corroboró la media provocación con una sonrisa.

─ Claro que podría ─replicó Lucio─, pero si mis platos llegan a Hispania su valor puede triplicarse. Agradeceré información. Si tenéis noticia de la partida de algún barco hacia Emporion, y que esté dispuesto a embarcar mis ollas, agradecería que me lo comunicarais. Estaré en alguno de los hostales del puerto.

─ Dalo por hecho romano, y que tengas suerte. Ahora mis ayudantes tomarán nota de los productos descargados. Después pagarás los derechos portuarios. En la ciudad encontraras de todo para satisfacer tus necesidades. Seguro que podrás emplear bien sus sestercios... Pero si frecuentas los burdeles ten cuidado, últimamente han apuñalado ciudadanos romanos... y no se sabe quiénes son los culpables.

─ ¡Vaya!, si que está mal la cosa. Gracias, lo tendré en cuenta.

El aduanero se alejó convencido de que aquel romano loco no duraría demasiado. Naturalmente no le pensaba dar el nombre de ningún barco fiable. Su deber era sostener los intereses de Masalia. Si el romano dejaba sus mercancías pagaría impuestos, y al final, si no encontraba transporte, debería vender a bajo precio.

Más allá de la explanada portuaria del Cuerno se levantaban las murallas de la ciudad y se abría una de las puertas. Lucio paseó por calles y ágoras. Comparada con Roma, la ciudad era muy pequeña pero llamaba la atención su poderosa diversidad humana y cultural. Los colores de Masalia, bajo una luz intratable, eran, sencillamente, impresionantes y de alguna manera le recordaban la especial y añorada luz africana. Optó por alojarse en el Tridente de Poseidón, una fonda que, comparada con los tugurios del entorno portuario, saturados de aromas de sardina, ajo, sudor y humo, parecía relativamente limpia. A la hora de la cena, bajó de su cuarto y se acomodó en un discreto cubículo al fondo de la taberna.

─ Buenas noches señor ─saludó la propietaria, una imponente matrona que usaba un latín rudimentario─. ¿Le parece bien la habitación?

─ Está muy bien ─declaró Lucio esbozando una sonrisa y utilizando un griego siciliota casi perfecto─. Pero mejor sería si me acompañara en una noche tan bonita como la de hoy.

─ Que más quisiera joven ─la dueña soltó una ruidosa carcajada─, pero aquel viejo enclenque es mi marido y no creo que le gustara la idea─. Señaló a un pobre hombre, le faltaba media dentadura y estaba atareado sirviendo a un grupo de marineros griegos.

─ Pues su marido es muy afortunado.

─ Cuánta razón tiene señor ─la mujer se retorcía de risa─. ¿Le traigo la cena o prefiere beber algo antes?

─ Las dos cosas, si no es molestia ─Lucio mantenía su sonrisa franca.

La matrona se escabulló en la cocina. Desde su rincón Lucio podía observar y escuchar sin llamar la atención. No sabía cuánto tiempo tardaría en encontrar a alguien que le llevara a Emporion, pero hasta entonces cualquier información podía resultar interesante. La propietaria volvió con una gran jarra de espumosa y tibia cerveza íbera. La cena consistía en una sopa de cebolla y un generoso plato de pescado, acompañados de pan y un trozo de queso con pasas.

─ ¿Sabe que en esta misma taberna nació Piteas? ─dijo la matrona con aire de satisfacción mientras ponía los platos en la mesita.

─ ¿En serio? No me lo puedo creer, vaya, el gran Piteas, el marinero más bravo de la historia salvo Ulises.

─ Pues sí señor, pasó toda su infancia aquí, y acostumbraba a sentarse en este mismo rincón... donde está usted.

La hazaña de Piteas el Masaliota, el único griego que había logrado navegar por los mares exteriores del norte, había sucedido hacía más de cien años pero seguía viva en la memoria de la ciudad. Lucio no consideró descartables las aseveraciones de la propietaria a juzgar por la antigüedad de los muros, vigas y muebles de aquel antro. Sin embargo, en todas las tabernas que frecuentó le explicaron historias similares.

─ ¿Podría pedirle un favor? ─preguntó Lucio mientras arrancaba un trozo de pan y lo mojaba en la sopa.

─ Los que quieras guapo.

─ ¡Mmmh! Esto está buenísimo ─Lucio masticaba y chupaba de manera ruidosa con gran satisfacción de la matrona─. Verá, soy un humilde tratante de cerámica y me gustaría llegar a Emporion. Pero los romanos lo tenemos mal, nadie nos quiere. Si se entera de alguna embarcación disponible...

─ No dude de que le avisaré ─cortó la propietaria.

En los días que siguieron intentó pactar con armadores, comerciantes y capitanes, para fletar las vajillas, pero no era fácil, había una ley fáctica que marcaba precios y decidía quién iba, o no, hacia el oeste. Naturalmente, nadie quería dar facilidades a un romano. Pero Lucio, durante la espera, no perdió el tiempo. Realizó croquis de la disposición de las murallas y estudió la potencia naval de los masaliotas: seis quinquerremes destartalados y resecos en el astillero adjunto a las escalinatas del puerto. En teoría esa era la fuerza naval más potente del mar Occidental. En la práctica, el final de la guerra había relegado la marina de guerra masaliota a la jubilación.

La pátera del Lobo

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