Читать книгу La señora que usaba galera - Fabián Sevilla - Страница 12

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Decía que cuando llegó a una esquina de Cúcara Mácara, por fin la engalerada dejó en paz sus pies. Su galera resopló aliviada, podría descansar un poco después de tanto andar por los caminos; aunque la viva siempre viajaba sobre una cabeza.

Y recién ahí se dio cuenta.

La señora que usaba galera se dio cuenta, no su galera.

Aunque faltaban quince minutos y un alfiler para la hora de la siesta, los cucaramaquenses que la habían visto llegar comenzaron a seguirla y se acurrucaban en esa esquina.

Ella los miró a todos y después hacia todos lados, diciendo:

—Linda casihoradelasiesta… lindo pueblo… linda gente….

La galera opinó lo mismo.

Pero en realidad, igual que a la engalerada, no le parecía para nada lindo el pueblo.

Tampoco le resultaba linda gente aquella así como estaban: mirando a la galera con ojos de calabazas.

—¡Buena casihoradelasiesta! —les dijo de nuevo la señora que usaba galera.

Eran ciento dos los que se apretujaban en la esquina. Todos habían dejado de prepararse para ir a dormir la siesta, encurioseados por ver de cerca a esa extraña, o mejor dicho, a su galera.

—¡Buena casihoradelasiesta! —les repitió ella.

Y como ninguno le respondió ni siquiera con un estornudo, lo más pancha se ocupó de sacar su casa de la mochila. Leyeron bien, no escribí “sus cosas” sino “su casa”. Véanlo ustedes mismos y después me dicen si les estoy metiendo un cuento o no…




Para su suerte, la casa seguía igual de limpia que la última vez que la había guardado; no tuvo que plumerearle ni una astilla o cepillarle detrás de las orejas.

Como vieron, la casa desencajaba bastante con el color, más claro o más oscuro, pero único, que pintaba a todo Cúcara Mácara.

Por el momento, eso no le importó. Y sin volver a saludar a los cucaramaquenses, preguntó:

—¿Alguien sabe en qué parte de este pueblo puede vivir una señora que usa galera? —y les aclaró—: No piensen, nnnnnnno, mis queridillos y queridillas, que voy a dejar mi casa aquí, solo la saqué para que tomara un poco de aire y ver si las ventanas tenían lagañas….


Como todos pero todos le miraban la galera como si fuera un marciano que se calza en la cabeza, volvió a repetirles si sabían dónde podía mudar su casa para quedarse a vivir en el pueblo.

Algunos cucaramaquenses pensaron qué responderle. Pensaban mordisqueándose las uñas, creían que se piensa más clarito cuando se muerden las uñas, sobre todo las de los dedos gordos; pero los gorditos de la mano, no los de los pies.

Otros usaron recursos iguales de efectivos para pensar qué responderle a una galerosa, por ejemplo…


trenzarse las pestañas y ponerles moños a cada trencita. O…


contarse los dientes y multiplicarlos por dos, luego restarle la cantidad de muelas que se tengan; parece que la matemática agiliza la mente y eso sirve para dar buenas respuestas. O...


tocarse una oreja con la punta de la lengua o…


hacer la vertical sosteniéndose con un lápiz, dicen que así la sangre llega más rápido a los sesos y las ideas caen en cataratas. O…


preguntarle a quien se tiene al lado, si sabe qué cornalitos responder.

Como fuera que estuvieran pensando, a las ciento dos cabezas cucaramaquenses encontrar una respuesta les resultaba igual de difícil que manejar un submarino dentro de un vaso de leche. Y eso que se esforzaron, si a uno hasta le agarró hipo.


Los otros ciento un pensadores lo hicieron callar, el hipo los desconcentraba.

Se demoraban una tonelada en responderle una respuesta y para darles tiempo a que pensaran, la señora que usaba galera sacó de la mochila al enano de jardín. El petiso tenía ganas de hacer pis y se lo llevó tras un árbol para que hiciera tranquilo, sin que nadie lo mirara.

Cuando volvía, por fin alguien salticó:

—¡Ya lo sé! ¡Ya losé! ¡Yalosé!


La señora que usaba galera

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