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INTRODUCCIÓN

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La educación es una de las actividades más extraordinarias que se pueden encontrar en las diferentes culturas humanas. Diría que es una de las maravillas culturales del mundo. Y, por cierto, es una actividad que ha existido siempre, pues, como bien explica el filósofo español Fernando Savater (1997), el ser humano tiende naturalmente al aprendizaje. En este sentido, hemos de entender que la educación o la pedagogía siempre ha existido en la historia de la humanidad. Una pedagogía que, además, no se reduce a las instituciones o estructuras sociales especializadas en la educación, como el caso de academias, liceos, colegios o universidades. De hecho, que la educación se encuentre presente en todas las relaciones humanas, pasando por las relaciones familiares, laborales, recreativas entre amistades, etc., es una de las premisas importantes de este libro. Aunque si miramos el mundo desde una mirada crítica, tal vez podríamos poner en duda que se encuentre presente en los lugares que se denominan educativos como los antes mencionados, pues por mucho tiempo ese tipo de establecimientos se ha dedicado a frustrar los deseos pedagógicos de las personas. Esto último se encuentra muy bien graficado en uno de los documentales que me inspira a redactar esta obra. Me refiero al documental argentino La educación prohibida, que fue dirigido por Germain Doin y estrenado el año 2012. Dicho sea de paso, recomiendo que lo vean, sobre todo, porque existen muchas facilidades para ello en internet.

La primera vez que yo lo vi fue en una fecha cercana a su estreno, que coincidió con la revolución estudiantil que se desarrolló en Chile el año 2011 y en la cual tuve el privilegio de participar. En ese entonces, me encontraba en mi cuarto año de estudiante de Pedagogía en Educación Física, en la Universidad de Playa Ancha, una casa de estudios reconocida por su carácter activo en las luchas sociales. Aquella experiencia me ayudó a potenciar mi pensamiento crítico y reflexivo en torno a la educación chilena, asociado tanto a la educación escolar y universitaria, como a la educación en Chile y el mundo. Este 2021 he vuelto a ver un fragmento importante del documental, una adaptación presentada para el contexto chileno, y me ha conmovido de sobremanera, pues, con mayor conocimiento sobre el tema, pude darme cuenta con mayor claridad del sufrimiento que se produce en los entornos escolares.

Quien redacta este libro es actualmente un docente e investigador de Educación Superior en la Universidad, pero déjenme contarles un poco de mi tragedia escolar. Desde prekinder fui un estudiante relativamente rebelde y lo sé porque recuerdo desde esa época los múltiples castigos a los que me sometieron por mi indisciplina. Debo reconocer que algunos sí tenían un buen fundamento, sobre todos los relacionados a la violencia escolar, pero otros no tenían fundamento, como los que respondían al deseo de estandarización de la personalidad. En la enseñanza media recuerdo que estuve buena parte con el estado de “condicional extremo”, o sea, que si cometía una falta o hacía una “maldad” más me expulsarían del colegio. Eso ocurrió con algunos de mis compañeros y recuerdo con mucha tristeza la expulsión de uno por dibujar grafitis dentro del establecimiento educativo sin permiso. Si supieran que ahora es un excelente publicista, se darían cuenta de la tremenda injusticia cometida. Esto nos demuestra que a los colegios tradicionales, como el mío, no les agradan mucho las personas artistas, las ven como una amenaza y son capaces de eliminarlas de su proceso “educativo”.

En mi familia siempre hemos creído que no me expulsaron porque tenía una hermana que era extraordinaria desde la perspectiva intelectual. Ella tenía muchas veces las mejores notas de su curso o estaba entre las mejores, es decir, de 6,8 hacia arriba. Yo era el hermano problema, la oveja negra que no reflejaba el talento intelectual de mi hermana, con notas bastante mediocres, regularmente cercanas al 5. Por lo demás, siendo muy sincero, debo reconocer que copié muchísimo en mi etapa escolar y también saqué provecho del talento de mi hermana superdotada, copiándole muchas ideas. No puedo olvidar dos de las últimas anécdotas que reflejan muy bien mi rebeldía frente al sistema escolar. Una de ellas es de orden curricular y la otra de convivencia, se las contaré en los siguientes párrafos.

Comenzaré con la de orden curricular. Estaba terminando la asignatura de Filosofía en cuarto año medio y el profesor nos solicitó que entregásemos nuestro cuaderno con apuntes de todo el año. Entenderán que mi perfil rebelde no se llevaba bien con la toma de apuntes, de hecho, eso era típico de alumnos ordenados y yo era desordenado. No tenía nada que entregarle al profesor o tal vez unas hojas sueltas con algo que me había llamado la atención, pero era muy poco para obtener una calificación decente. Sin embargo, mi hermana sí que tenía muchos apuntes cuando cursó la misma asignatura. Ella había salido del colegio un año antes y le habían solicitado varias veces las mismas tareas que a mí, lo cual me benefició muchísimo para sobrevivir a aquel infierno escolar. No se me ocurrió nada más creativo que tomar el cuaderno de mi hermana, borrarle el nombre y colocarle el mío. Después, con mucha tranquilidad y descaro, se lo entregué al profesor. Bueno, la verdad es que también tenía un poco de nerviosismo, algo inevitable cuando emprendemos grandes proyectos y ese para mí era un gran proyecto. Menosprecié al profesor, pues, fue más inteligente de lo que creí y me descubrió. Yo no era de sus alumnos favoritos, aunque puede que algo de simpatía me haya tenido, sobre todo, porque veía en mi rebeldía un desafío. Pero cuando me sorprendió percibí que en realidad no teníamos mucho en común, debido a que en el fondo algo de alegría tenía al haberme descubierto. Eso, creo yo, se notaba en sus palabras soberbias y moralistas que reivindicaban su logro de haberme ajusticiado. El profesor me colocó un 1.0 y no perdió oportunidad para enrostrarme mi error. Quién iba a pensar que esos años trágicos y sufridos en la etapa escolar, incluyendo la asignatura de Filosofía, de uno u otro modo, me vincularían tan fuertemente a la actividad filosófica. Nadie, de hecho. Más de alguna vez docentes de ese colegio me señalaron que no tenía el perfil para ingresar a la universidad. Bueno, parece que se equivocaron, terminé con un doctorado obtenido en una universidad europea y con una beca del estado chileno. Algo no estaba bien en dichos razonamientos.

Pasemos a la segunda anécdota asociada a la convivencia. También esta historia sucedió en cuarto año medio y en el último tiempo, cuando ya nos estábamos despidiendo de aquella cárcel. Claro, para mí el colegio era como una cárcel. Y, para mayor problema, parecía una cárcel militar, pues al gerente del colegio no se le ocurrió nada mejor que contratar marinos retirados para que gestionaran la inspectoría y los problemas de convivencia. Imagínense lo conductista que era aquella inspectoría. Me da risa hasta recordarlo, es demasiado absurdo y terrorífico. Bueno, en mi plan de rebeldía, no podía despedirme de aquel periodo sin vengarme de alguna forma. Mis amistades pensaban igual o similar, así que no faltaba compañía para planear actos de rebeldía. Nuestros principales enemigos eran los guardianes del colegio, es decir, los inspectores y las inspectoras. Pueden apreciar que lo que cuento es muy similar a lo que sucede en las protestas sociales, donde los manifestantes se enfrentan a las fuerzas o agentes estatales a quienes ven como sus enemigas. En aquel contexto disfrutaba al poner en aprietos a las fuerzas de orden del colegio y, como las clases estaban terminando, todo se acabaría en poco tiempo cuando egresáramos. Estaba cerca el verano, época en que lanzar bombitas de agua era algo bastante entretenido y adecuado al contexto. Entonces comenzamos a lanzarlas en los recreos, de forma escondida, a otros estudiantes e incluso al personal de trabajo del colegio. Era una de nuestras últimas travesuras. La cosa se descontroló, que era lo que nosotros buscábamos, y ya los recreos parecían una guerra de bombitas de agua. Era muy difícil transitar por el patio sin la amenaza de quedar mojado o mojada.

Dado el contexto caótico que se había generado, en el cual la inspectoría estaba totalmente superada frente al caos y donde las amonestaciones o castigos normales no resultaban, las autoridades del colegio tuvieron que ponerse mucho más estrictas. Claramente, prohibieron la actividad o el juego, según lo quieran ver. Y, sumado a ello, nos advirtieron que a las personas que descubrieran lanzando aquella arma de caos masivo se les prohibiría ir a la ceremonia de graduación. Asimismo, no podrían seguir asistiendo al colegio y su año se cerraría en ese instante. No aplicaba la desvinculación del colegio, porque estábamos en los últimos días de egresar y estas advertencias eran para nosotros, las personas de cuarto año medio. Una mañana, tras aquel anuncio, yo sentí muchos deseos de pasarlo por alto y demostrar que no nos asustaban las amenazas. Es decir, no quise abandonar la rebeldía ante aquellas medidas punitivas y de promoción del miedo que nos presentaron. Inflé algunas bombitas de agua, al igual que otras amistades, y esperé que terminase el recreo. Sonó el timbre para entrar a clases y, cuando el alumnado se dirigía al edificio, pedí que me hicieran un muro de personas y detrás de él lancé mi arsenal. Ciertamente, se generó el caos y causé más de una molestia. Pero lo que no preví fue que hubiese guardianes o gente de inspectoría escondida en el edificio, viéndonos. Me sigue dando risa, porque la lógica que había en el colegio era muy similar a la de un conflicto bélico. Quería ganar el partido y no ser sorprendido, pero perdí y aquella persona guardiana me apuntó desde el edificio y, por medio de sus boquitoqui o radios transmisoras de información, avisó a los otros agentes de seguridad, para que me prendiesen y llevasen al tribunal de justicia o inspectoría general.

Totalmente derrotado, me entregué, a la vista de todas mis amistades que también habían luchado conmigo contra aquel sistema escolar, pero tuve la dignidad suficiente para enfrentar las consecuencias sin mayores problemas. Recuerdo que me dieron discursos moralistas, incluyendo el negro futuro que se me venía por mi rebeldía y me aplicaron todas las sanciones correspondientes. Por lo tanto, no asistí a la ceremonia oficial de graduación de cuarto año medio de mi colegio. En mi casa me dieron también discursos moralistas, pero ya me conocían y no perdieron mucho tiempo en intentar cambiarme. Asimismo, tampoco en darle mayor gravedad al asunto. No obstante, desde una mirada crítica, fue un hecho sumamente grave y reflejo de una muy mala pedagogía. Por ello cuento esta anécdota, porque es educativa en torno a la represión que puede existir en torno a la educación escolar. Más aún, en los sistemas escolares que son orientados por un modelo curricular tecnológico, conductista y positivista (Demuth, 2004; Monzón, 2010; Mujica, 2020a). Afortunadamente, tuve la fortaleza suficiente para sobreponerme a aquel castigo y me ayudó mucho mi vida deportiva fuera del colegio, así como mis deseos de ingresar a la universidad a estudiar Educación Física. Mentalmente el colegio para mí ya no era algo relevante, ahora venía otra etapa y eso era lo que me importaba.

Las historias que he narrado, vividas en carne propia, representan, de alguna forma, la crítica posmoderna a la educación moderna y tradicional. En este libro abordo la diferencia entre una educación reproductiva y una educación productiva; entre una educación acrítica y una educación crítica; entre una educación conservadora y una educación liberal; entre una educación fragmentada y una educación integral. Dentro de mis ocupaciones soy filósofo, puesto que, como he explicado en Mujica (2021a), las personas son filósofas en la medida que filosofan. Hay quienes filosofan más que otras y quienes se dedican más o menos a ello. Yo puedo decir que me dedico bastante a filosofar y sobre todo en cuestiones pedagógicas. En este sentido, soy un filósofo que ha hecho de su profesión aquella actividad, pues he tenido bastantes productos de ella. Por ello, esta obra es de corte filosófico y, específicamente, de filosofía de la educación. Hemos de saber también que educación y posmodernidad, los conceptos que representan el libro, también suelen ser constructos filosóficos. Les invito a sumergirse en este viaje experiencial e intelectual.

Filosofía (pos) moderna y educación

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