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Capítulo 2

DARWIN Y LA SELECCIÓN NATURAL

ANTES DE DARWIN

En ciudades de Estados Unidos existen hoy diversas agrupaciones que se autodenominan “creacionistas”: la mayoría (porque no hay consenso) están en contra de las ideas evolucionistas propuestas por Darwin hace más de cien años. Algunos siguen pensando que la Tierra fue creada hace tan sólo 6 mil años de acuerdo al cálculo del arzobispo Ussher, y se ufanan de tener grupos de investigación científica dedicados a demostrar el origen divino de los humanos y las demás criaturas que pueblan nuestro planeta.

La Cretion Research Society, fundada en 1963 en Michigan, Estados Unidos, es una organización que dice tener propósitos educativos. Está formada por científicos e investigadores que trabajan con los registros bíblicos de la creación y la historia antigua.

Si Darwin en su época enfrentó a terribles opositores, en la actualidad no estamos exentos de semejantes amenazas y peligros. En 1987 la Suprema Corte de Estados Unidos decidió que la Ciencia de la Creación basada en la Biblia no podía considerarse una ciencia y por lo tanto no podía ser enseñada como tal en las escuelas de ese país.

Pero ¿por qué tanta polémica?, ¿hay evidencias científicas de la teoría de la evolución?, ¿acaso carece de fundamentos científicos la Ciencia de la Creación basada en la Biblia?

Todo comenzó con Aristóteles (384 – 322 a. C.), el famoso filósofo griego, discípulo de Platón. Es considerado el primer científico, y el fundador del estudio de los seres vivos (posteriormente se llamaría biología). Historia de los animales, en nueve tomos, fue su obra más importante en este campo, la cual consiste en un tratado de zoología y de historia natural. Entre otras cosas, Aristóteles consideraba al alma como parte de lo biológico, por ser ésta la que permite que algún organismo esté vivo.

También este filósofo propuso la teoría de la generación espontánea: los peces, los insectos y otros animales surgían de la naturaleza al combinarse las fuerzas capaces de dar vida a la materia inerte.

Aristóteles fue el primero en intentar una clasificación sistemática de las plantas y los animales. La forma en que organizó su sistema lo indujo a suponer que había un cambio progresivo o evolución; ideas tan descabelladas, desde luego, no prosperaron entre sus discípulos.

Tuvieron que pasar muchos siglos hasta que un botánico sueco, Karl von Linné (1707 – 1778), mejor conocido como Lineo, se ocupara nuevamente del asunto de la clasificación. Esto fue descrito en su libro Sistema Naturae, publicado por primera vez en 1735. Este sistema de clasificación es actualmente usado para nombrar y describir a todo lo vivo en todas las ramas de la biología. Consiste en usar sólo dos palabras en latín: género y especie (sistema que también sirve para todos los idiomas).

Por lo tanto, cuando hablamos de especie, estamos hablando de las diferentes clases de seres vivos: los gatos, los pingüinos, las ardillas o los piojos son ejemplos de especies animales; los girasoles, las rosas, el pasto o las palmeras de especies de plantas. También hay de bacterias y de hongos.

Si bien cada especie, como las lagartijas o los patos, tiene características propias de forma, hábitat y ciclo biológico, las poblaciones no están formadas por individuos iguales (esto quiere decir que en una camada de gatos los hermanos se parecen, pero no son gemelos idénticos).

Pero el sistema de Lineo habla tanto de género como de especie. Si afinamos más la puntería, en el mundo de los osos podríamos reconocer diferentes tipos. Por lo tanto, todos los osos pertenecen al mismo género ya que son parientes cercanos, pero cada uno pertenece a una especie diferente. Si usamos el sistema de Lineo con dos nombres latinos, podemos conocer el nombre científico, por ejemplo, de tres especies de osos:

TABLA 1. Tres especies de osos.

GÉNEROESPECIENOMBRE COMÚN
UrsusMaritumusOso polar
UrsusArctosOso pardo
UrsusAmericanusOso negro americano

Cada género, como los felinos, los canes o los cetáceos (mamíferos marinos), tiene varias especies relacionadas, de tal forma que se pudiera pensar en un antepasado común, que con el tiempo evolucionó en las diferentes variedades que conocemos actualmente. Sin embargo, Lineo se opuso con vehemencia a cualquier idea evolucionista. Los científicos de su época consideraban a todo tipo de plantas y animales sin cambios evolutivos de ningún tipo, y por lo tanto iguales desde que habían sido creados hasta la eternidad (la influencia del arzobispo Ussher estaba aún presente).

Fue Lineo, sin embargo, quien puso nombre científico a nuestra propia especie: Homo sapiens, que significa “hombre sabio” (aunque algunos no lo merezcan). A pesar de sus creencias religiosas, Lineo se atrevió a clasificar al humano entre los primates, en compañía de los simios y los monos (de cualquier forma fue discreto para no levantar sospechas).

El Conde de Buffón junto con Erasmus Darwin (1731 – 1802), entre otros, comenzaron a suponer que los seres vivos no eran fijos. Buffón incluso pensaba que las especies sufrían cambios a lo largo del tiempo por la influencia del ambiente.

Sin embargo, no hizo mucho ruido sobre sus atrevidas ideas para evitar enemistades, miradas feas y problemas serios. Mientras que el médico Erasmus Darwin (abuelo de Charles Darwin) estaba plenamente convencido de la evolución de los seres vivos y de los mismos humanos, pero sus escritos carecían de rigor científico.

En el año en que Charles Darwin nació (1809) Jean-Baptiste Lamarck (1744 – 1829) publicó su teoría de la evolución. Lamarck primero fue militar, después escribió y publicó un libro sobre la flora de Francia, y en 1793 fue nombrado catedrático de zoología en París. Fue este científico quien puso nombre a la ciencia que se dedica al estudio de los seres vivos y sus ocupaciones: biología.

Trabajando en la clasificación de invertebrados, que Lineo había dejado incompleta y confusa, Lamarck concluyó que era muy difícil eludir el tema: fue el primer biólogo que desarrolló una teoría coherente sobre la evolución, argumentando que las especies sufrían cambios con el paso del tiempo conforme se adaptaban a su ambiente.

Desafortunadamente su teoría estaba mal planteada. Él pensaba que los animales que usaban en exceso ciertas partes de su cuerpo, se desarrollaban conforme al uso, mientras que las partes que no eran usadas terminaban por atrofiarse. Lamarck también estaba convencido que los organismos vivos podían desarrollar nuevos órganos o cambiar la forma de algunos dependiendo del uso o desuso. Su teoría comprende lo que se conoce como “herencia de caracteres adquiridos”.

Lamarck mismo usó como ejemplo a un animal popular en su época: acostumbrada a comer hojas de los árboles, la jirafa primitiva y pequeña estiraba su cuello con fuerza para alcanzar la mayor cantidad de hojas posibles. El proceso implicaba que no sólo el cuello, también la lengua y las patas se alargaban un poco más de lo normal, y este “alargamiento” se trasmitía a sus crías (herencia de caracteres adquiridos), quienes repetirían el proceso y a lo largo de varias generaciones tendríamos a la jirafa actual, con un cuello enorme, patas largas y lengua elástica.

A pesar de que tiene lógica, la idea es tan absurda como suponer que un hombre que pierde la vista por accidente sus hijos nacerían ciegos (herencia de caracteres adquiridos), o los retoños de un fisicoculturista nacerían musculosos (lo mismo). Sin embargo, la herencia de caracteres adquiridos fue una teoría coherente.

El maestro Pascal Picq, en su libro Darwin y la evolución, nos explica que fue el biólogo August Weismann (1834 – 1914) quien solucionó la cuestión cortando las colas a ratones de ambos sexos, y los dejó reproducirse entre ellos: los ratoncitos bebés, obviamente, tenían cola pues el carácter adquirido “cola cortada” no había sido transmitido a la siguiente generación.

Esta teoría sobre la evolución feneció no porque estuviera mal planteada, sino porque el maléfico George Cuvier la criticó ferozmente. A pesar de que el prestigioso anatomista Cuvier fuera uno de los primeros científicos en estudiar fósiles de animales extintos (fue uno de los fundadores de la paleontología) rechazó la idea de cualquier forma de evolución: las especies eran fijas y no cambiaban bajo ninguna circunstancia ni en miles de años.

Finalmente, llegaron Charles Lyell y James Hutton, quienes sentaron las bases de la moderna ciencia de la geología, y sin darse cuenta apoyaron a Darwin en el desarrollo de su famosa y muy controvertida teoría: la evolución de las especies por selección natural.

VIAJE EN EL BEAGLE

Charles Darwin (1809 – 1882) nació en una comunidad rural de Inglaterra llamada Shrewsbury, en el hogar de una familia acomodada. Al igual que su abuelo Erasmus, su padre Robert también era médico: el joven Charles inició la misma carrera por tradición familiar. En cierta ocasión, Darwin tuvo la suerte de entrar a la cirugía –sin anestesia– de un niño (la anestesia comenzó a usarse varios años después).

La fuerte impresión que le produjo el sufrimiento de aquel infante, que casi lo manda a visitar el suelo por la vía del desmayo, fue suficiente para convencerlo que lo mejor era cambiar de profesión. Motivado por la bondadosa influencia de su familia, pensó que podía dedicarse a los asuntos de la Iglesia: se matriculó para ser sacerdote.

Pero de nuevo encontró dificultades. Las clases de teología que estudiaba en la prestigiosa universidad de Cambridge le parecían tan aburridas, que prefería dedicarse a asuntos más interesantes con sus amistades: paseos por el campo, juegos de cartas, salir de cacería, etc.

Leyendo al naturalista alemán Alexander Humboldt (1769 – 1859) durante su estancia en Cambridge, se aficionó con pasión por la ciencia y la historia natural (aun así, Darwin no creía en las ideas evolucionistas del viejo Lamarck ni de su abuelo Erasmus). En cuanto a Humboldt, se sabe que viajó por Sudamérica investigando la flora, la geología y la geografía de varios países, y en 1803 llega a México donde hizo importantes aportaciones en colaboración con científicos mexicanos de la época.

Después de leer a Humboldt, y gracias al apoyo del profesor John Henslow, Darwin fue invitado para acompañar a un capitán de un buque de guerra de nombre H. M. S. Beagle, el cual estaba a punto de iniciar un viaje científico y de elaboración de mapas de ciertas regiones de interés para la marina británica.

Obviamente, el padre de Darwin se opuso al viaje puesto que ya contaban con un futuro ministro de la Iglesia en la familia. Afortunadamente para el destino del joven Darwin (y de la ciencia), su tío Josiah Wedgegood convenció a su padre, quien accedió y además cubrió los gastos de su hijo. Darwin apenas contaba con 22 años y estaba recién graduado en teología. La oferta de viajar en el Beagle lo rescató de un humilde futuro como pastor rural; sin embargo, con el tiempo tendría que librarse de algunos dogmas sobre la creación de la naturaleza.

Bajo las órdenes del capitán Robert Fitzroy (1805 – 1865), el Beagle levantó anclas y zarpó mar adentro en diciembre de 1831. Darwin estaba tan interesado en la biología como en la geología, por lo que durante el viaje recolectó una gran colección de objetos: rocas, minerales, fósiles, pájaros, roedores, plantas y raíces, moluscos y conchas marinas, entre muchos otros. Sus observaciones y análisis eran minuciosamente descritos en sus cuadernos de notas.

Siempre que podía descendía del barco para explorar tierra firme, y tuvo la oportunidad de comprobar las ideas de Lyell y Hutton sobre la teoría del uniformismo: el paisaje natural se transforma por fuerzas de acción lenta (la erosión, el viento y la lluvia, por ejemplo) y no por rápidas y repentinas catástrofes.

En Brasil Darwin narra paisajes hermosísimos, bosques cerrados con árboles muy altos y notables, días calurosos, grandes y brillantes mariposas que volaban en perezosas ondulaciones, y pequeños poblados formados por una casa central con cabañas para los negros alrededor. En Río de Janeiro pasó mucho tiempo observando luciérnagas y otros insectos luminosos. Describe su estancia en la bahía de Botofogo, cerca de Río, como deliciosa en un país tan espléndido. Sin embargo, sintió mucha pena por las terribles condiciones de los nativos mantenidos como esclavos, pues todavía era legal esa práctica.

El 5 de julio de 1832 Darwin viaja por tierra rumbo a la Argentina acompañado por otros miembros de la tripulación. Recorren extensas zonas tanto de las Pampas como de la Patagonia. Recolecta y envía numerosos fósiles, como el Megatherium (un perezoso gigante), que termina de analizar y clasificar con ayuda del profesor Richard Owen quien recibe las muestras en Inglaterra.

Pero también realiza detallados estudios de animales vivos como dos aves de una especie parecida al avestruz, cuyo nombre es ñandú y son nativas de Sudamérica, además de tres armadillos, un peculiar y muy extraño sapo, así como culebras y más aves.

Darwin menciona que mientras esperaba al Beagle en Bahía Blanca (al sur de Buenos Aires), la localidad estuvo en constante alarma por los violentos enfrentamientos entre las tropas del futuro gobernador de Buenos Aires, el general Juan Manuel de Rosas (1793 – 1877), y los indios salvajes.

Buena parte de los soldados del general también eran indios pero Darwin aclara en sus notas “son indios mansos”. Aun así, los describe como bárbaros y salvajes, pues por la noche bebían hasta embriagarse, otros para la cena ingerían sangre fresca de las reses sacrificadas, y dejaban todo sucio y revuelto.

La crueldad con la que los españoles asesinaban a los indios era, en opinión de Darwin, inhumana: acuchillaban a todos los varones, asesinaban a sangre fría a todas las mujeres que parecían tener más de veinte años y los niños eran vendidos o donados como sirvientes. Sin poder dar crédito a sus observaciones se preguntaba: “¿Quién hubiera creído que tales atrocidades podían cometerse en estos tiempos en un país cristiano civilizado?”

Viajando por el norte de Buenos Aires relata los terribles efectos causados por una gran sequía ocurrida entre los años 1827 y 1832: muchos animales habían quedado sepultados, los arroyos se habían secado y el país entero parecía un polvoriento camino carretero; tan sólo en la provincia de Buenos Aires se habían perdido un millón de cabezas de ganado.

Cuando se disponía a regresar al Beagle, Darwin enfrentó serias dificultades y se quedó atrapado sin poder llegar a la costa, por haber estallado una revolución violenta. En 1830 Argentina apenas había terminado una guerra civil, y el país seguía muy inestable con levantamientos armados. Finalmente Darwin alcanzó el barco, y el capitán ordenó salir rumbo al sur.

El 17 de noviembre de 1832, después de recorrer la Patagonia y las islas Malvinas, la tripulación llega por primera vez a Tierra del Fuego, en el extremo sur del continente. Durante su estancia en esa inhóspita zona, describe frecuentemente el mal tiempo: las islas y las montañas apenas eran visibles entre las nubes.

Sin embargo, lo más extraño e interesante fueron las descripciones hechas sobre los habitantes de ese salvaje país, como calificaba Darwin a la tierra de los fueguinos. La zona por la que entraron era conocida como la bahía del Buen Suceso, rodeada por montañas bajas y cubierta por un bosque denso y sombrío: “Una mera ojeada al paisaje bastó para hacerme percibir cuán enteramente distinto era aquello de todo cuanto había visto hasta entonces”.

Cuando oscurecía podían apreciar las fogatas de los nativos y escuchaban sus gritos salvajes: “Empezaron a brillar hogueras en una infinidad de puntos”, por esa razón Magallanes bautizó aquella región como Tierra del Fuego, y que impresionara de tal forma a Darwin pues describe a los nativos tan primitivos que apenas tenían canoas y la capacidad para encender fogatas.

Los primeros fueguinos que contactaron hablaban y gesticulaban con gran rapidez. El jefe era viejo y venía acompañado de tres jóvenes fuertes que medían metro ochenta, apenas vestidos con una manta hecha de piel de guanaco (mamífero parecido a la llama). Una cinta con plumas blancas en la cabeza del viejo sujetaba sus negros y enmarañados cabellos, y su cara estaba pintada con una banda roja y otra blanca. Su piel, según la describe, era de un sucio color cobrizo.

Para Darwin vivían peor que animales, muy lejos del hombre civilizado. Incluso su lenguaje era apenas articulado, similar al carraspeo y con sonidos broncos, guturales y crepitantes. La expresión en su rostro, recelosa, sorprendida e inquieta. Después de que les regalaron unos trozos de tela, se las ataron al cuello y se hicieron amigos. Imitaban los nativos todo lo que hacían los extranjeros: tosían, bostezaban o estornudaban, incluso podían repetir largas frases en inglés, desde luego sin comprender una palabra.

Años antes, en un viaje anterior, el capitán Fitzroy retuvo a dos nativos y a un niño llevándolos a Inglaterra para que recibieran educación. Sin embargo, en ese momento tenía la intención de devolverlos a sus aldeas originales. En Inglaterra los tres indígenas habían adoptado las costumbres, la lengua y la religión anglicana, por lo que Darwin estaba profundamente impresionado con las enormes diferencias entre los tres fueguinos que llevaban a bordo y las tribus nativas donde pensaban devolverlos: “cuesta creer que sean seres humanos y habitantes del mismo mundo”.

Antes de abandonar Tierra del Fuego, Darwin y el capitán observaron con decepción y nostalgia cómo los tres nativos volvían a sus costumbres originales.

El 21 de diciembre de 1832, un viento tempestuoso los recibió en Cabo de Hornos, el lugar indicado para cruzar del Atlántico al Pacífico, con grandes masas de nubes negras que descargaban con violencia extrema lluvia y viento sobre el barco. El capitán se vio obligado a refugiarse en una bahía llamada Wigwam, donde el barco pudo anclar con cierta tranquilidad. En ese lugar los fueguinos construían refugios temporales, pues aprovechaban la tranquilidad del agua para alimentarse de mariscos.

Mientras esperaban a que pasara el temporal Darwin observó a un grupo de fueguinos en una canoa, unos hombres y una mujer, completamente desnudos a pesar del frío y la lluvia, y según pudo apreciar, así dormían sobre la tierra húmeda. Para alimentarse, las mujeres buceaban buscando erizos de mar o desde sus canoas sacaban pececillos. Matar una foca o descubrir el cadáver de una ballena era celebrado como un gran acontecimiento.

Darwin menciona crónicas de otros viajeros, quienes habían sido testigos del hambre padecida por los fueguinos, a tal grado que en conflictos entre tribus se habían visto casos de canibalismo.

El 11 de enero de 1833 otro violento temporal provocó que permanecieran veinte días perdidos sin saber dónde estaban. Después de vencer semejante tormenta, visitaron otras comunidades de nativos, y para los últimos días de enero se acercaron a una zona con magníficos glaciares.

En cierta ocasión mientras comían admiraban un acantilado de hielo, con un bellísimo azul berilio enmarcado por el blanco de la nieve, cuando una pesada mole se precipitó hacia el mar con tremendo estruendo. La enorme ola obligó a todos a correr para ponerse a salvo; con la excepción de un marinero que fue volteado y sacudido, libraron bien la inusual y peligrosa experiencia.

En marzo de 1834 el Beagle enfiló hacia el norte por la costa chilena, dejando atrás la enigmática y turbulenta Tierra del Fuego. El sur de Chile les permitió observar algunos volcanes activos, entre otros uno llamado Osorno.

Continuaron con el viaje, y el 20 de marzo de 1835 Darwin experimentó otra terrible experiencia que nunca hubiera vivido en su natal y pacífica Inglaterra: un terremoto. En palabras de los habitantes de la zona, se estimaba que había sido “la peor sacudida en la memoria de Chile”. Darwin fue testigo de la destrucción provocada no sólo por el violento movimiento de la tierra, también una enorme ola destructiva acompañó al sismo.

Después de tantas vicisitudes, aventuras, desencuentros y peligros, el 15 de septiembre de 1835 Darwin llegó a las famosas islas Galápagos, archipiélago de origen volcánico compuesto por 19 islas, a casi mil kilómetros de las costas de Ecuador en el Océano Pacífico.

La riqueza de especies vegetales y animales de esas islas era incalculable, por lo que Darwin encontró suficientes motivos para observar y analizar. Sobre las famosas aves, actualmente conocidas como pinzones de Darwin, apenas y hace alguna breve descripción de la forma del pico en su cuaderno de notas. Sin embargo, recolectó ejemplares que envió a Inglaterra y que posteriormente serían útiles para el desarrollo de su teoría.

En lugar ocuparse de los pinzones, Darwin describe otras especies como búhos y palomas, y compara las pequeñas diferencias anatómicas que tienen los ejemplares de las islas con las aves ecuatorianas (era un observador extraordinario y muy experimentado). Refiere que no había ranas, observa ratones y, desde luego, elabora una extensa reseña de las enormes tortugas galápagos que pesaban hasta 700 kilos: le llamó la atención cómo tomaban agua y cómo se alimentaban de cactus, y el que fueran consumidas por los nativos.

Le pareció interesante observar a los lagartos de las islas (similares a las iguanas), que medían más de un metro de largo. Una de las dos especies, en opinión de Darwin, eran los únicos que vivían de plantas marinas. Captura diferentes peces, recolecta conchas terrestres y opina que era curioso que hubiera pocos insectos.

Luego de las Galápagos, el Beagle cruzó el Océano Pacífico, haciendo escala en Tahití. Darwin encontró a los nativos muy limpios y civilizados. Viajó con ellos por el interior de la isla y probó tanto de su hospitalidad como de sus deliciosas comidas: paquetitos de carne, pescado y bananas maduras envueltos en hojas verdes, cocinados con piedras recién calentadas al fuego, asados en poco más de un cuarto de hora y acompañados con agua fresca de río. Así describe Darwin el servicio rústico de comida saboreado con excelente apetito. En Nueva Zelanda, se refiere a los nativos como sucios y belicosos. Todavía pasaron por Australia y la isla Mauricio, para desembarcar en Inglaterra el 2 de octubre de 1836.

Una vez en Londres, Darwin logró identificar hasta 13 especies de pinzones: estaba impresionado al descubrir que las aves eran ligeramente diferentes de una isla a otra. Resultaba muy difícil creer que hubieran sido creadas en un acto divino, y distribuidas específicamente en ese archipiélago del Pacífico, trece diferentes pinzones que al parecer no existían en otra parte del mundo (hay una sola especie de pinzón en Sudamérica y 13 en las islas, pero todos son primos cercanos).

Se alimentaban de semillas, otros de flores y algunos de cactus o insectos, según sus observaciones. Cada especie de pinzón tenía pico y tamaño ligeramente diferentes, de tal forma que todos tenían características particulares, pero seguían siendo pinzones.

¿Cómo podía haber sucedido esto? Darwin pensó que era lógico suponer que todas las especies de pinzones pudieran haber tenido un antepasado común, que debía haber llegado a las islas en una época remota. Sus descendientes, con el paso de muchos años, evolucionaron en las diferentes formas que identificó en su viaje; sonaba coherente pero ¿cómo evolucionó aquel antepasado en 13 especies diferentes?

De acuerdo con Lamarck, los animales se esforzaban por cambiar, y estos pequeños cambios eran heredados a los hijos, quienes continuaban el proceso hasta que con el paso de varias generaciones al acumular pequeños cambios implicaban la transformación en una especie diferente. Pero tal argumentación no tenía lógica para Darwin.

Cuando volvió a Inglaterra, cinco años después del inicio de su viaje, se encontraba enfrascado intentando resolver semejante misterio, y todavía con serias dudas sobre la evolución de las especies.

UNA TEORÍA EN PROCESO

Lo primero que hizo fue organizar sus cuadernos de notas y publicarlos como un diario: Viaje de un naturalista a bordo del Beagle, que fue todo un éxito en 1839 (libro que impresionó, por cierto, a Humboldt). En ese año Darwin se casó con su prima Emma Wedgood (1808 – 1896) y se relacionó con los científicos de su época, entre ellos el famoso geólogo Charles Lyell.

De acuerdo con testimonios del mismo Darwin, entre dos y tres años después de su regreso (no se sabe con certeza), y tras muchas horas analizando tanto sus apuntes como las plantas y los animales que había recolectado, terminó por quedar plenamente convencido de la evolución de las especies; durante todo ese tiempo lo habían torturado tenebrosos dilemas. Pero todavía faltaba explicar el mecanismo de la evolución: las ideas de Lamarck eran insuficientes.

En cierta ocasión leyó un libro titulado Ensayo sobre la población del economista inglés Thomas Malthus (1766 – 1834), el cual sería fundamental para detallar los mecanismos de su teoría evolutiva. De acuerdo con Malthus, la población humana aumentaba más rápido que la producción de alimentos: cada 25 años se duplicaba el número de personas en el planeta. Por lo tanto, el exceso de población era necesariamente reducido a través de algún mecanismo: hambrunas, epidemias o guerras, hasta que se alcanzara de nuevo el equilibrio.

Darwin pensó que tenía que suceder lo mismo con todas las poblaciones de seres vivos. Los primeros pinzones, por ejemplo, que habían colonizado de alguna forma las islas Galápagos (quizá empujados por una tormenta) encontraron una tierra con abundancia de todo, lo que provocó que se reprodujeran rápidamente, cientos y quizá miles de pinzones, hasta que comenzó la escasez de las semillas que les servían de alimento.

La mayoría tenían que haber muerto, los más débiles obviamente, o los menos hábiles para localizar las insuficientes semillas, pero ¿qué pasaba si algún pinzón pudiera comer semillas más grandes, o más ásperas, o todavía mejor: alimentarse de insectos?

Los que no podían adaptarse al cambio definitivamente morían de hambre. Algunos lograban encontrar un alimento alternativo y eso les permitía sobrevivir y reproducirse; por lo tanto, sus crías nacían con esta nueva adaptación alimentaria, la cual representaba apenas el primer paso en un proceso evolutivo. Pero, a diferencia de Lamarck quien creía que los animales se “esforzaban” por cambiar y heredaban esos cambios a sus vástagos, Darwin estaba convencido que la fuerza responsable del proceso era otra.

Después de muchos años meditando sobre el asunto, Darwin respaldó su teoría en dos principios básicos: la variación y la selección natural. Primero que nada, pone su atención en la crianza de animales y plantas. Los ganaderos, por ejemplo, pueden modificar sus rebaños y pueden crear razas útiles. En su libro nos explica:

La clave es el poder que tiene el hombre de selección acumulativa: la naturaleza le da variaciones sucesivas; el hombre las aumenta en ciertas direcciones útiles para él (Darwin, El origen de las especies).

Si un ganadero tiene muchas cabezas de ganado, es obvio que los toros más grandes y más fuertes son seleccionados para la crianza (apareamiento selectivo), así la mayoría de los terneros en la siguiente generación nacerán con esas características que el ganadero desea (nadie hará cría con sus peores ejemplares, argumenta Darwin).

Pero por qué hay toros más grandes y más fuertes, por qué no son todos iguales: la naturaleza da esas variaciones y todos los seres vivos varían. En la industria, todos los productos que salen de una fábrica son idénticos, pero entre los seres vivos, todos los hijos de una pareja son diferentes (hay excepciones a esta regla en las bacterias, aunque también sufren cambios).

Los criadores de cerdos seleccionan a los más gordos para reproducirse, los de gallos seleccionan a los que mejor pelean, los de caballos seleccionan a los más veloces. Normalmente, los hijos heredan las variaciones: más gordo, mejor peleador, más rápido.

Es significativo destacar que si un animal es más gordo porque recibió alimento en exceso, no podrá heredar su gordura a su descendencia; entonces caemos en las ideas de Lamarck (herencia de caracteres adquiridos). Darwin sabía que los criadores de animales sólo podían desarrollar nuevas razas a partir de variaciones que aparecían espontáneamente en su ganado. Darwin explica que es importante la experiencia y la observación, ya que normalmente las variaciones son pequeñas.

Por ejemplo, un ganadero tiene muchas ovejas, y resulta que descubre una con dos ventajas: un poco más de lana y patas poco más cortas (no salta el corral). De los hijos de esta oveja no todos nacerán con dichas ventajas, pues también hay variación: algunos nacerán con patas cortas y más lana y algunos nacerán normales.

El ganadero descartará a los normales y separará a los que han vuelto a nacer con patas poco más cortas y un poco más de lana, los cuales se volverán a cruzar para repetir el proceso e ir produciendo poco a poco más ovejas con las características deseadas, hasta que con el paso de los años, el ganadero tiene una raza nueva: ovejas con patas definitivamente cortas que no brincan el corral y mucha lana.

Sucede lo mismo con los agricultores:

Pero no cabe duda de que la frutilla siempre ha variado desde que fue cultivada, con la diferencia de que las variaciones mínimas habían pasado inadvertidas. Tan pronto como los horticultores eligieron ejemplares ligeramente más grandes, más precoces o mejores, y plantaron sus semillas, de las que nuevamente eligieron los mejores productos (…), fueron cultivadas esas numerosas y agradables variedades de frutillas que aparecieron durante el último medio siglo (Darwin, El origen de las especies).

Darwin explica que la pera silvestre era muy pequeña y más simple: con la variación, la selección y el transcurso del tiempo, tenemos las peras actuales (grandes y jugosas).

Estos son ejemplos de evolución, no por “selección natural”, sino por selección artificial. En el transcurso de unas pocas generaciones, Darwin describe cómo se han creado razas nuevas de ovejas, de perros o de caballos, que alcanzan elevados precios en el mercado por su pedigrí.

El profesor Hilton Briggs, en su libro sobre animales domésticos, nos cuenta la historia de las ovejas de la raza Shropshire, originarias del condado con el mismo nombre de Inglaterra. Esta se creó mediante la fusión de varias razas de ganado ovino. El proceso de cruzamiento fue seguido por una selección cuidadosa de los caracteres deseados, y después de muchos años la raza comenzó a tomar forma.

Las características principales de la Shropshire es que carece de lana alrededor de los ojos, su cara es de color castaño oscuro o negro apagado, es un productor de carne (los machos llegan a pesar hasta 100 kilos), son de alzada baja (patas cortas) y gozan de una reputación excelente como productoras de lana. El profesor Briggs también explica que la selección practicada durante generaciones suele fijar ciertas características que posteriormente se transmiten a las generaciones sucesivas.

El libro Larousse del caballo presenta la familia de ponis conocida como Falabella, de un ganadero llamado Julio Falabella, quien produjo esta raza de caballos enanos. En su rancho, cerca de Buenos Aires, Don Julio vio nacer un día a un purasangre de talla bastante modesta; decidió cruzarlo con ponis hembras de la raza Shetland, y después de un tiempo logró fijar la raza de compañía que ahora lleva su nombre. Este poni pigmeo mide entre 70 y 77 centímetros.

Por lo tanto, los animales domésticos sufren transformaciones, evolucionan por la mano del hombre (selección artificial): pueden cambiar en unas pocas decenas de años. Las razas, si no se mezclan, con el paso del tiempo terminarían por transformarse en especies diferentes.

Pero ¿qué pasa en la naturaleza? ¿También hay variaciones? Desde luego que no existe la selección artificial; ¿hay algo que se pueda llamar selección natural que provoque cambios evolutivos en los animales?

Si recordamos Lamarck afirmaba que la jirafa se esforzaba por alcanzar las hojas más altas de los árboles, que el “esfuerzo” producía cuellos y patas prolongados, y que sus hijos heredarían estos cambios: herencia de caracteres adquiridos (por esfuerzo).

La jirafa no fue siempre alta. Darwin explica que la pequeña jirafa primitiva, como todos los seres vivos, presentaba variaciones. Unas tenían que haber sido ligeramente más bajas que el promedio y otras ligeramente más altas, las cuales podían comer de la parte más alta de los árboles (con Darwin, los ejemplares son pasivos: tienen la modificación o no la tienen). Durante la época de escasez, aunque solo alcanzaran unos pocos centímetros más que las otras, las de mayor estatura tendrían más posibilidades de sobrevivir, ya que todos los miembros del grupo estarían buscando el mismo tipo de alimento.

Estos ejemplares, ligeramente más altos y que sobreviven a la crisis cuando el alimento es escaso, se aparean entre ellos y dejan descendientes en los que la mayoría hereda esa variación, mientras otros miembros del grupo menos favorecidos en estatura están más expuestos a morir. Darwin llamó a este proceso selección natural; además, aclaró: el medio ambiente no crea la variabilidad, sólo selecciona.

En este caso, no fue un ganadero el que seleccionó a las jirafas un poco más altas para vivir y reproducirse, fue la escasez de alimento. El motor que activa la selección natural es la presión que ejerce el medio ambiente sobre los seres vivos, y que se manifiesta de muchas maneras: escasez de alimento, cambios en el clima, aparición de nuevas enfermedades o la repentina llegada de carnívoros hambrientos. Por lo tanto, la selección natural favorece algunas características en detrimento de otras.

Por lo tanto, en la naturaleza también hay variación: el color de la piel, el peso y la longitud del cuerpo, son tres características en las que siempre hay variaciones en una población grande, ya sean pingüinos, lobos, ratones o ballenas. Los hijos se parecen a sus padres y se parecen entre ellos –pero nunca son iguales–.

Además de los cambios físicos (tamaño, color, forma) también ocurren otros que no se pueden observar a simple vista: variación en el comportamiento o movimientos musculares (corre más rápido, salta más alto, puede buscar alimento por la noche), o variación bioquímica (es capaz de digerir otros alimentos, es resistente a ciertas enfermedades).

Pero el que un cambio sea bueno, depende de dos factores: la competencia y la presión del ambiente. En la naturaleza las condiciones son muy difíciles y todos los organismos tienen que competir para lograr un desarrollo completo: sobrevivir durante la tierna infancia, crecer, madurar y reproducirse. Primero compiten con los de su misma especie, luego compiten con especies afines tanto por el alimento, como por el refugio, el agua, etc.

Esos pequeños cambios se van acumulando, y al cabo de muchos cientos o miles de años se crean especies diferentes: la evolución por selección natural está en marcha. Sin variación y sin presiones del entorno no hay evolución por selección natural.

El biólogo Stephen Jay Gould (1941 – 2002) lo resume de esta manera. Los organismos tienen que competir con los de la misma especie y con los de especies afines, sobre todo en épocas difíciles cuando hay escasez de alimentos, cuando cambia el clima o cuando aparecen nuevos depredadores. Los supervivientes serán aquellos cuyas variaciones los adapten mejor a un entorno local cambiante. Dado que pasan esas variaciones a su descendencia, la población cambia, y eso es la evolución por selección natural.

Las presiones en el entorno no necesitaban explicación, pues los cambios en el clima no responde a fenómenos biológicos sino meteorológicos; pero la variación sí es un fenómeno biológico que sin duda alguna le quitó el sueño al pobre Darwin pues fue incapaz de explicar cómo funciona, por qué ocurre y cómo se hereda. Los científicos tuvieron que esperar hasta el siglo 20 para conocer de la mano de la genética todos los detalles sobre la variación y la herencia en los seres vivos.

De cualquier forma, Darwin fue muy cuidadoso pues pasó muchos años recogiendo evidencias que respaldaran su teoría. Entre 1842 y 1844 sus ideas estaban plenamente desarrolladas, pero siguió analizando y recolectando datos. Sin embargo, a pesar de que sus amigos lo presionaban para que publicara el libro con su teoría de la evolución, por alguna razón desconocida, nos explica Richard Leakey: decidió guardar en lo más profundo de su archivo la teoría biológica más revolucionaria de todos los tiempos.

Repentinamente, otro naturalista inglés, Alfred Rusell Wallace (1823 – 1913), le mandó al mismo Darwin una copia de un artículo científico, pidiéndole su opinión. Al leerlo se quedó congelado: el artículo de Wallace describía nada menos que la evolución de las especies por selección natural. Darwin decidió publicar entonces sus conclusiones y las de Wallace en un solo artículo conjunto en el año de 1858, sin que esta publicación tuviera mayores repercusiones. Pero ya no podía dilatarse más: era noviembre de 1859 –veinte largos años después de su viaje en el Beagle– cuando se publicaba, por fin, El origen de las especies.

Estalló una polémica salvaje que, por más raro que parezca, continúa hasta nuestros días. Generaciones enteras de científicos, unos a favor y otros en contra, en Inglaterra, Alemania o Estados Unidos, se enfrentaron en acalorados y muy violentos debates.

Darwin era de temperamento extremadamente amable, por lo que se mantenía al margen de las controversias; pero no le faltaban defensores como Thomas Henry Huxley (1825 – 1895) o Ernst Haeckel (1834 – 1919), quienes se peleaban en su nombre contra todos aquellos que sentían que sus creencias religiosas habían sido ofendidas y mancilladas.

Antes de su muerte, en 1882, se habían publicado seis ediciones y traducciones a once lenguas distintas de su libro El origen de las especies. Desde entonces se han hecho cientos de ediciones diferentes.

Poco tiempo después de que apareciera su famoso libro, y para aderezar con fuegos pirotécnicos el ambiente científico de su conservadora época, Darwin tuvo la osadía de publicar en 1871 El origen del hombre. Como era de esperarse, su teoría aplicaba a todos los seres vivos, incluyendo a los humanos. Entre otras cosas, en este segundo bombazo editorial, Darwin discutía las pruebas que demostraban la evolución humana.

Cabe destacar que Darwin nunca mencionó que descendiéramos del mono; lo que establece su teoría –como se ha venido aclarando desde el siglo 19– es que compartimos un antepasado común, y no podía ser menos dado el estrecho parentesco que tenemos con nuestros primos incivilizados.

Antes de morir, Darwin reconoció que encontraba enormes dificultades para explicar satisfactoriamente dos pilares fundamentales de su teoría: el origen de las variaciones y el mecanismo de la herencia. Él mismo propuso una teoría sobre el tema denominada pangénesis, que no convenció en su época.

Sencillamente nadie tenía idea de cómo se heredaban los rasgos de padres a hijos: ¿dominaba el padre en algunos aspectos y la madre en otros?, ¿se combinaban?, ¿cómo se transmitía el color de los ojos, por ejemplo?, ¿en los animales y las plantas la herencia era diferente? En la época de Darwin no se conocían los genes ni la herencia.

Después de que fuera enterrado solemnemente en la abadía de Westminster en 1882 como un gran científico inglés, tanto su teoría como sus ideas comenzaron a perder protagonismo en las discusiones científicas de finales del siglo 19 y principios del 20. Algunos pensadores de la época retomaron las ideas del viejo Lamarck, mientras que otros simplemente declararon que el darwinismo no tardaría en desaparecer.

LA GENÉTICA Y LA EVOLUCIÓN HOY

¿Hasta qué punto está demostrada la evolución? ¿Por qué no decimos la “Ley de la Evolución” al igual que la Ley de la Gravitación Universal o la Ley de los Gases Ideales? ¿El que sea “teoría” significa que podemos dudar de sus conclusiones? ¿Se contradicen ciencia y religión?

Las explicaciones basadas en la Biblia y la religión son válidas y pueden ser muy útiles. Una persona que pierde un hijo, como le sucedió al mismo Darwin con su pequeña Annie de tan sólo 10 años, seguramente siente un dolor tan hondo que no encuentre consuelo más que en el creador de todas las cosas.

Pero la ciencia sigue un camino diferente: comparando hipótesis con las evidencias que nos ofrece la naturaleza, los científicos van conociendo la realidad en la que vivimos. Stephen Jay Gould nos explica que la evolución es una teoría y también es un hecho. Las teorías son estructuras de ideas que explican e interpretan los hechos: los seres humanos evolucionamos a partir de antepasados simios, lo cual es un hecho; esa transformación se puede explicar por la selección natural propuesta por Darwin, o por otra teoría que estaría por descubrirse.

Las explicaciones basadas en la ciencia, desde luego, también son válidas y pueden ser muy útiles. El extraordinario Louis Pasteur (1822 – 1895) en 1885 ayudó con sus investigaciones a una atormentada mujer: su hijo estaba agonizando pues había sido mordido por un perro rabioso, y el científico francés le salvó la vida con una vacuna que se encontraba en fase experimental.

Pero ¿cuáles son las evidencias en el caso específico de la evolución? ¿Acaso existen pruebas que respalden esta oscura y compleja teoría?

Si dejamos caer una taza en dos segundos queda hecha pedazos por efecto de la fuerza de gravedad; es un fenómeno cotidiano. Pero la teoría de la evolución escapa al sentido común porque aún si lográramos vivir 100 años no seríamos testigos de la evolución de los elefantes por selección natural, y ese pequeño detalle encierra una enorme dificultad.

De cualquier forma, la evolución sufrió su más dura prueba con el nacimiento y desarrollo de la genética. Pero antes de describir brevemente los avatares y vicisitudes que esta teoría sufrió durante el convulso y muy belicoso siglo 20, veamos algunas evidencias (existen otras) que permiten a los científicos conocer cómo los seres vivos están inmersos en sus respectivos procesos evolutivos.

Fósiles

Los restos de plantas y animales descubiertos en un tipo de rocas conocidas como “sedimentarias”, representan un vistazo al pasado, y por lo tanto a la historia natural de nuestro planeta y los seres vivos que lo habitamos. Ya que los depósitos de estas rocas se van acumulando muy lentamente por capas, los especialistas en animales extintos, los paleontólogos, saben que los fósiles encontrados en las capas más profundas son los más antiguos, y han descubierto también que contienen a las plantas y animales más primitivos.

Se sabe que han ocurrido cinco extinciones masivas, lo que significa que la mayoría de los seres vivos que han poblado nuestro planeta, están ahora extintos. ¿Cómo saben esto los especialistas? Estudiando fósiles: con estas enciclopedias rocosas de historia natural se pueden conocer los profundos cambios sufridos por plantas y animales a través de muchos millones de años.

Hace 500 millones de años sólo había vida en los océanos. Las plantas, por evolución, se adaptaron a vivir en tierra firme hace 430 millones de años; los animales harían lo mismo hace 360 millones de años.

Algunas de las series mejor estudiadas son la del caballo, el elefante o los mamíferos marinos: se han recuperado fósiles de todas sus etapas evolutivas que muestran claramente los pequeños cambios sufridos con el caminar de los años. También se han encontrado series completas de fósiles que señalan el paso de reptil a mamífero casi sin interrupciones.

Sin los fósiles, no sabríamos nada de los famosos y terribles dinosaurios, ni se habrían filmado tantas películas jurásicas.

Anatomía Comparada

De esta rama de la biología se puede deducir la misma historia del antepasado común. Las extremidades de diferentes vertebrados son similares aunque sus funciones no sean iguales: el ala de un murciélago, la mano de un chimpancé, la aleta de un delfín o la pata delantera de un lobo tienen el mismo patrón de huesos: húmero, cúbito y radio, muñeca y falanges (dedos). La cantidad de características que comparten las diferentes especies da una idea de la separación en el tiempo a partir del antepasado común, y que la selección natural se encargó de modificar.

Estos patrones no se pueden explicar por simple coincidencia, y podemos afirmar que todos los vertebrados comparten una historia evolutiva compartida. Sucede lo mismo con los insectos, las aves o las plantas con flores: descienden de un antepasado común.

Si nos vamos más lejos, podemos pensar en un punto en el cual se origina la vida en el planeta, con un solo antepasado para todos los organismos: el gran y ancestral abuelo de todas las especies (por el que sentiríamos poco afecto si lo conociéramos pues sería más parecido a una simple bacteria que a un amable anciano). Pascal Picq afirma que el ancestro común a todas las formas vivas ha sido llamado LUCA, de “last universal common ancestor” (traducido sería algo como el último ancestro común universal).

De esta forma, tanto Lineo como Lamarck y todos los que se dedicaron a la clasificación, encontraron que resultaba imposible evitar la idea de la evolución de las especies a partir de antepasados comunes. Y si a esto le agregamos que todos (plantas, animales, hongos, bacterias y bichos raros) tenemos las mismas moléculas de la herencia (ADN y ARN), que las usamos a través del mismo código genético que funciona igual para todos, y que nos heredó LUCA; lo fascinante de esta historia es que todos los seres vivos somos una misma familia.

También entre los seres humanos hay ejemplos de evolución. Algunos grupos humanos han adquirido características que favorecen su adaptación a condiciones extremas. Los inuit, también conocidos como esquimales, han desarrollado adaptaciones al frío como el tórax en forma de barril (el cuerpo bajo y grueso retiene mejor el calor que el alto y esbelto); por el contrario, grupos africanos como los pueblos san del sur de África o los hadzabe de Etiopía, son altos y delgados como adaptación al calor.

Los habitantes del Himalaya que viven a más de 3 mil metros de altura han desarrollado adaptaciones en sus glóbulos rojos que les permiten respirar en lugares altos con poco oxígeno. Son adaptaciones vinculadas a diferentes ambientes.

Pero no debemos adelantarnos a las cuestiones genéticas: si recordamos, Darwin murió sin saber cuál era la fuente de la variabilidad y cómo se transmitía la herencia.

Poco después de la aparición de El origen de las especies (1859), un monje agustino católico publicó un artículo con los resultados de unos experimentos muy originales con plantas de chícharos o guisantes. Corría el año 1865 y el monje se llamaba Gregor Johann Mendel (1822 – 1884). Todo parece indicar que Darwin murió sin conocer los trabajos de Mendel. Si acaso tuvo en su escritorio el artículo del monje (como algunos autores afirman) no lo leyó o no comprendió que hablaba sobre la gran laguna que tenía su teoría: la herencia.

Mendel diseñó muy bien sus experimentos y escogió la mejor planta que tenía a su alcance. La flor de la planta de chícharo está cerrada y por lo tanto se auto poliniza. Esto quiere decir que se reproduce fecundándose a sí misma, asegurando que los descendientes conservan las mismas características (color de las flores, color y forma de las semillas, tamaño del tallo, etc.). Mendel buscaba conocer la herencia: cómo se transmiten esas características de padres a hijos de una generación a otra.

¿Por qué Mendel no usó la forma de la hoja de chícharo para su estudio? Simplemente porque hay toda una gama completa de formas y tamaños diferentes de hoja en la misma planta, difíciles de clasificar, de reconocer y de estudiar. En cambio, usó el color de la flor ya que sólo hay dos: roja o blanca; o la forma de la semilla que también sólo tiene dos: lisa o rugosa. Ese fue el gran acierto de Mendel al escoger la planta de chícharo para estudiar la herencia.


Para simplificar el análisis, Mendel al principio se fijó en una sola característica: comenzó con el color de la flor. Las plantas con flores rojas se auto polinizan y dan lugar a plantas hijas con flores rojas (Mendel las llamó razas puras). Tanto la parte masculina (polen) como la femenina (óvulos) poseen la misma información: flores rojas.

Recordemos que la reproducción en las plantas con flores es sexual, como los animales, los insectos y los seres humanos, y precisamente en la flor encontramos los órganos reproductores.

La parte masculina corresponde a los “estambres”: filamentos delgados que contiene un saquito en su extremo, conocido como “antera”, en el que se desarrollan los granos de polen (gametos masculinos). La parte femenina se denomina “pistilo”, formado por una punta llamada “estigma”, donde la flor recibe los granos de polen que son conducidos al interior donde están los óvulos (gametos femeninos).

Normalmente son los insectos los encargados involuntarios de fecundar con el polen de una flor el estigma de otra para formar el cigoto (óvulo recién fecundado), de donde saldrán las semillas y por lo tanto las plantas hijas.


Solamente los gametos (células sexuales) poseen un solo factor de información, de tal forma que cuando se unen el óvulo de una planta y el polen de otra para formar un cigoto, el nuevo ser contiene los dos factores de información indispensables. Cuando este nuevo ser crece, madura y está listo para reproducirse, sus propios gametos volverán a tener un solo factor de información, para repetir el proceso.

A la hora de sintetizar el color de la flor en las razas puras, no importa si la información proviene de la parte masculina o de la femenina, ambos regulan la aparición de la misma característica en la planta: el color de la flor. Todas las células de la planta contienen la información hereditaria por pares, por la sencilla razón que la mitad proviene de la madre (óvulo) y la otra mitad del padre (polen).

Mendel decidió comenzar sus experimentos mezclando por polinización artificial el polen de flores blancas con el pistilo de flores rojas. Las nuevas plantas ya no serían razas puras. Seguían teniendo dos factores de información para el color de la flor, pero uno tenía la información “flor roja” y el otro “flor blanca”; por esa razón, Mendel las llamó razas híbridas.

¿Qué pasó cuando Mendel cruzó las plantas con flores blancas y rojas?, ¿se mezclaron en un tono rosado?, ¿salieron de un color diferente?, ¿en verdad se reprodujeron a pesar del revoltijo?

Resulta que la primera generación salió toda con flores rojas. Mendel dedujo, dado que ya no eran razas puras, que el rojo era un rasgo dominante sobre el blanco, al cual llamó rasgo recesivo.

La parte masculina (polen) podía ser roja y la parte femenina (óvulos) blanca, o viceversa, siempre resultaban plantas con flores rojas; no dominaba la parte masculina sobre la femenina ni al contrario (gracias a Dios), dominaba el rojo sobre el blanco. Probó con el color de las semillas (amarillo o verde) y con la textura de la semilla (lisa o rugosa), y siempre un rasgo dominaba sobre el otro.


Cabe destacar que Mendel realizó su investigación con una muestra grande de muchas plantas, para evitar algunos comportamientos individuales anómalos y poder deducir el comportamiento general.

Hoy sabemos que los factores de información son llamados genes, y que éstos se agrupan y organizan en cromosomas. Cada planta contiene dos genes para el color de la flor: si hay un gen para flor roja y otro para blanca, la planta dará flores rojas pues ese color es dominante sobre el blanco. Los seres humanos tenemos 23 pares de cromosomas y como 30 mil genes. Todos los cromosomas (y por lo tanto los genes) vienen en pares ya que la mitad es heredada por nuestro padre y la otra mitad por nuestra madre.

El monje agustino realizó muchos experimentos más, estudió dos y tres rasgos simultáneamente, descubriendo que eran independientes unos de otros. Con estos sencillos y sistemáticos experimentos, Mendel estableció las bases de lo que en el futuro sería otra rama de la biología.

Sin embargo, tanto Mendel como sus experimentos permanecieron ocultos durante algunos años, hasta que fueron descubiertos por tres investigadores casi de forma simultánea: Hugo de Vries (1848 – 1935), Carl Correns (1864 – 1933) y Erich von Tschermak (1871 – 1962). Los tres trabajaban de forma independiente sobre la herencia en las plantas. En 1909, William Bateson (1861 – 1926) estudia los experimentos de Mendel y le pone nombre a una nueva ciencia: genética, el estudio de la herencia de los caracteres biológicos.

Mendel nunca usó los términos gen (moléculas químicas que permiten que las características se hereden de padres a hijos), genotipo (organización de los genes) ni fenotipo (características que podemos observar de los organismos como el color de la flor, y que representan la expresión de los genes). Fue Wilhelm Johannsen (1857 – 1927) quien designó estos conceptos.

Posteriormente Thomas Hunt Morgan (1866 – 1945) realizó experimentos con la mosca de la fruta llamada Drosopila y demostró que los genes efectivamente eran las moléculas que contenían los factores hereditarios, y que no solo las plantas cumplían las leyes de Mendel sino todos los seres vivos.

La genética tuvo un desarrollo meteórico durante el siglo 20. Francis Crick (1916 – 2004) y James Watson ganaron el premio nobel de medicina al deducir la forma de doble hélice que tiene la molécula del ADN (el constituyente fundamental de los genes), resolviendo el misterio de la información en el código genético. Para 1996 el Dr. Ian Wilmut logró clonar al primer mamífero, la famosa oveja Dolly, y en el 2001 se publicaba el primer borrador del “genoma humano”.

La genética es maravillosa pero ¿qué tiene que ver con Darwin y su teoría de la evolución? Recordemos, por enésima vez, que Darwin murió sin saber cuál era la fuente de la variabilidad y cómo se transmitía la herencia.

Durante las primeras cuatro décadas del siglo 20 el desarrollo de la genética representó un gran obstáculo a las ideas de Darwin. Los mendelianos afirmaban que la evolución era estrictamente genética, independientemente del medio ambiente y por lo tanto de la selección natural. Pero, al mismo tiempo, los especialistas comenzaron a comprender la enorme complejidad de los fenómenos involucrados en la evolución de las especies.

Ahora sabemos, y todo comenzó con Mendel, que las características de los individuos (color de piel, estatura, forma de los ojos o la propensión a desarrollar enfermedades) se heredan de padres a hijos por estas pequeñísimas moléculas químicas llamadas genes, los cuales se transmiten a través de los gametos: óvulos y espermatozoides.

La variabilidad, la otra incógnita que se llevó Darwin a la tumba, se da en un proceso conocido como recombinación genética: sucede cuando se forman óvulos y espermatozoides, donde algunos genes se mueven de un cromosoma a otro sin control, y esto produce diferencias entre los descendientes de una pareja.

Pero la recombinación genética no es el único factor que produce variabilidad, hay otros, y el más famoso es conocido como mutación genética: es un cambio heredable en la información contenida en un gen. De acuerdo con el genetista Spencer Wells, cada persona que nace adquiere aproximadamente 30 mutaciones nuevas que la distinguen de sus padres.

Mientras que Richard Leakey, en la extraordinaria introducción que escribió para el El origen de las especies, aclara que las mutaciones son un incentivo para la evolución, ya que producen genes completamente nuevos que a su vez producen nuevas variaciones. Las bacterias resistentes a los antibióticos, por ejemplo, lo han logrado a través de una mutación genética.

Sin variabilidad la evolución no podría ocurrir, pero sin selección natural el proceso sería desorganizado y caótico, pues no habría forma de conservar lo útil ni de eliminar lo que no sirve. Actualmente, la genética de las poblaciones, estudia cómo los pequeños cambios en un individuo se difunden en las siguientes generaciones.

Al margen de los avances y retrocesos científicos, el darwinismo volvía a estar en boca de todos hacia el año 1925. La Cámara de Representantes de Tennessee, Estados Unidos, aprobó una ley que convertía en delito la enseñanza en las escuelas públicas de la sucia teoría de la evolución. Ese mismo año, un joven profesor de ciencias, John Thomas Scopes (1900 – 1970), decidió desafiar la ley, desencadenando la ira de los guardianes de la moral y las buenas costumbres. Lo llevaron a juicio por enseñar la teoría de la evolución y fue declarado culpable condenado a pagar una multa.

La extraordinaria cobertura mediática hizo famoso el “juicio del mono”, como fue bautizado por los creativos periodistas: todos los periódicos y radioemisoras hablaban del caso. Muchos años después, el afamado juicio fue llevado al cine con la película La herencia del viento, de 1960.

La primitiva ley que prohibía la libre enseñanza de las teorías científicas, permaneció vigente hasta 1967 cuando fue abolida por la legislatura de Tennessee, en el marco de un proceso de evolución de las especies jurídicas.

Pero no fue hasta la década de 1940, quince años después del juicio de Scopes, cuando genetistas y darwinistas por fin decidieron ponerse de acuerdo, dejando a un lado ofensas y reproches, y comenzaron a trabajar en una teoría unificada: se considera a la selección natural como motor de la evolución, mediante la acumulación paulatina de cambios que ocurren en poblaciones aisladas.

Las arañas cantan cuando tejen

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