Читать книгу Música y Músicos Portorriqueños - Fernando Callejo Ferrer - Страница 6

SECCIÓN PRIMERA.
Anotaciones Históricas
CAPÍTULO III.
1858-1898

Оглавление

A partir del año 1858 en que termina el relato del capítulo anterior, el arte musical siguió evolucionando en crescendo.

La enseñanza del piano tenía carácter de escuela determinada, contando con buenos profesores, en su mayor parte catalanes, que en distintas poblaciones de la Isla iban obteniendo discípulos de mérito.

Don Juan Cabrizas, en San Juan, que trasmitía con propiedad sus amplios conocimientos, aunque, como todos los de la época y hasta poco después de la venida de Tavárez, y Toledo, seguía la escuela francesa, e italiana en los métodos de enseñanza, obtuvo muy buenos discípulos como entre otros Tavárez, Gonzalo Núñez, Gerardo Soler y la Srta. Inocencia Caparrós.

En Mayagüez, que por entonces, era una de las poblaciones de mayor cultura intelectual y social, pues su riqueza, no vinculada como hoy en pocas manos, permitía a muchas familias viajar por el extranjero y España, en cuyas principales capitales quedábanse educando muchos jóvenes, tenía la música muy buenos cultivadores, no solamente entre las clases más altas, si que también en el pueblo, de cuyas aptitudes logró obtener, el connotado maestro de música, Don José Antonio Gaudier, catalán, alumnos de mérito, que como los Nadal, Ramírez, Freyre, Casanova, Defilló, Brito, Mesorana y otros, ocuparon, ya como dilettantes, ya como profesionales, puestos de honor artístico. Todos los hijos del Sr. Gaudier poseyeron conocimientos no superficiales de música, aunque no los utilizaron como profesión por haberles podido dar su Sr. padre, carreras literarias o científicas, cosa imposible hoy para quien solamente tenga por entradas los estipendios de la profesión.

En Aguadilla, el maestro alemán Mr. Mello, cimentó la afición a la buena música y estudio del piano, a juzgar por sus discípulos meritísimos, como los Amell, Méndez, Carvaná y otros.

En Ponce, Egipciaco, Pedro Gabriel Carreras, Ernesto del Castillo, Forns, Pasarell y otros que no recordamos. En Arecibo, Heraclio Ramos; y Guillen, Felipa Andino, Eduardo Cuebas, Ignacio Otero, la familia Tizol, más principalmente los hermanos Manuel, José Belén y Eusebio, Gutiérrez, Callejo, Montón, Aruti, Arcas, Valero y algunos de mayor o menor talla, se dedicaban, con ahinco y provecho, a la enseñanza en San Juan y pueblos de la isla.

Las Ferias-Exposiciones continuaban y aunque nos ha sido imposible, a pesar del interés con que los hemos solicitado, obtener datos oficiales a ellas referentes, el Dr. D. Cayetano Coll y Toste, actual historiador de Puerto Rico, nos afirma, que en la de 1860 obtuvo Heraclio Ramos, medalla de oro por unas Variaciones para Piano sobre motivos del Carnaval de Venecia.

A principios de 1865, los señores Gutiérrez, Callejo y Meléndez constituyeron en la Capital una sociedad artística que fué muy beneficiosa para el arte y para los músicos.

Lo fué para el arte, porque integrada la orquesta por los mejores instrumentistas de entonces y dotada, aunque en proporción relativa, del personal requerido para la gran orquesta, estaba en condiciones para servir, sin elementos de afuera, a las compañías de ópera que con frecuencia visitaban la Isla, ensayándose, a la vez, en la interpretación de algunas obras clásicas, ya que, entre el lote de partituras que tocara a nuestro padre cuando se disolvió la sociedad, y que todavía conservamos, estaban las sinfonías de Beethoven, impresas y orquestadas en París, para gran orquesta. Además fué un acicate para que el genio musical de Gutiérrez se produjera en todos los géneros, pero más especialmente en el religioso y sinfónico.

Para los músicos fué utilísima la sociedad, porque con la selección y competencia, el estímulo les hacía estudiar, a parte de que con la sección benéfica de aquélla, obtuvieron, en más de una ocasión, eficaz auxilio, cuando las enfermedades o desgracias de la vida, afligían sus hogares.

Uno de los actos en que la sociedad tomó parte activa fué al secundar la iniciativa de D. Aurelio Dueño, para celebrar en 1865 la festividad de Santa Cecilia, patrona del arte dentro de las creencias católicas.

Dicha festividad, más artística que religiosa, fué un gran exponente del estado de progreso en que se encontraba el arte en toda la Isla, pues de la mayor parte de los pueblos acudieron los mejores músicos para integrar la orquesta que debía solemnizar los números del programa.

Este se componía, entre otros, de: Gran Retreta militar en la noche del 21 de noviembre; Misa solemne, el día 22, en la Iglesia de San José, y en la noche de ese día, Certámen Musical en el Teatro, seguido de un concierto vocal-instrumental.

Del Certámen nos ocupamos en la sección correspondiente, y en cuanto a la festividad religiosa, en ella se estrenó la Gran Misa compuesta para el certámen por Gutiérrez, y que obtuvo el primer premio, cuya partitura ponemos a la disposición de los peritos que deseen examinarla; la que, según Braulio Dueño Colón, que la oyó ejecutar, es una de las mejores obras del maestro Gutiérrez, sobre todo el Credo, que después de haber sido ensayado con esmero no pudo ejecutarse, por cuestiones de rúbrica en la liturgia de la Iglesia.

Las bandas militares de la guarnición constituídas por los batallones de Cádiz, Madrid, Valladolid y Artillería, así como la del de Puerto Rico que se organizó al final de esta década, daban semanalmente, jueves y domingos, retretas en la plaza de armas, en las que ejecutaban los mejores números de las óperas italianas y francesas, más en boga por entonces, no en forma de selecciones, como ahora, sino tal como aparecían en las partituras originales.

En muchas casas particulares continuaba el culto por la música di camera, como en las de Hecht, Martínez y Arricruz.

En Bayamón, Don Sandalio Callejo estableció en 1870, una academia de música, en la que se daban estudios severos y completos de teoría, solfeo y mecanismo elemental de los instrumentos. De ella salieron, entre otros, Pedro Arcílagos que después ha figurado y figura aún, prestigiosamente, en el extranjero.

Las orquestas de Iglesia y de baile más renombradas y que contínuamente eran solicitadas de la Isla para solemnizar las fiestas patronales, eran las de Callejo, Esturio, (Damián) y Segné. (De ésta formaba parte el popular barbero Rufo Mojica). Por entonces fué que Julián Andino, compuso la danza "La Margarita" en la que sustituyó el antiguo tango del acompañamiento por el de tresillos, que aunque grandemente reformado, todavía se estila.

Del 1870 al 1880, nuevas manifestaciones artísticas contribuyeron a los progresos del arte.

Fué una de las primeras, la Academia de Música creada por el Municipio, en 1871, por iniciativa de Don Felipe Gutiérrez.

Algo laboriosa fué la tramitación del expediente, del que vamos a hacer lijera reseña por datos documentados.12

En 26 de enero de 1871, Don Felipe Gutiérrez, cumplimentando las leyes de entonces, solicitó del Gobierno General permiso para establecer una academia de música. La petición fué favorablemente endosada por el Secretario del Gobierno y remitida al Ayuntamiento, que concedió la autorización.

Posteriormente, en mayo 16 del mismo año, elevó Gutiérrez otra instancia al Gobierno, para que se le señalase una subvención, siquiera para cubrir los alquileres de casa y material artístico, ya que la academia contaba con más de 360 alumnos y como local, utilizaba el de la Academia de pintura, subvencionada por el Municipio, y que generosamente le cedía de noche, su buen amigo, el director de aquella, y afamado pintor Frasquito Oller.

El secretario del Gobierno General, Don Francisco Izquierdo, el 19 de mayo remitía la instancia al Ayuntamiento, recomendando la subvención, y este en su primer sesión designó a los regidores Don J. Eustaquio Cabrera y Don Pedro de Menchaca, para que, en comisión, informasen.

El Secretario Municipal, Don Federico Asenjo, mandó la copia del acuerdo a los comisionados, con fecha 7 de junio, y éstos lo devolvieron, informado de acuerdo con la petición, el 11 de septiembre. Al siguiente día, 12 de septiembre el Municipio, reunido en sesión ordinaria, denegó la recomendación que los comisionados hacían, de pagarse lo pedido con cargo al fondo de loterías, por estar ya agotados los mismos, acordando, sin embargo, que se aplazase la resolución, hasta que se encontrase la forma de poder incluir la partida en el presupuesto general de gastos para 1872. Así lo hicieron, comunicando al Maestro Gutiérrez, que desde enero de 1872 se le concedía la subvención de 50 pesos mensuales para casa y 10 pesos para material, los que percibiría del fondo de loterías, señalándosele un mínimun de 60 alumnos y que las matrículas serían hechas por el Secretario del Municipio.

Así continuó la academia hasta el 30 de marzo de 1874, en que hubo de cerrarse, porque la subvención fué retirada, a causa de haber pasado la lotería a poder, y como renta propia, de la Diputación Provincial.

En 1877 varios vecinos de San Juan elevaron al Ayuntamiento distintas peticiones para que se restableciese la Academia, pero fueron todas denegadas por falta de fondos.

En 1876, el Municipio y la Diputación subvencionaron con 1,000 pesos al Maestro Gutiérrez para que se trasladase a Europa a visitar la exposición de Viena, y después a París con el fin de que a la par que se diese a conocer, ampliase sus conocimientos artísticos. El viaje fué de poco provecho, pues el temperamento artístico del maestro estaba desarrollado y saturado de un ambiente completamente distinto, y su edad y dolencias no le permitían dedicarse a nuevos estudios. De todos modos fué una especie de premio que tácitamente quiso darle el Gobierno por su labor incesante y fecunda como maestro compositor.

La Diputación Provincial estableció en 1875 una clase de música en el asilo de Beneficencia designando como profesor al maestro italiano Don Rosario Aruti. Muerto éste en 1878 le sucedió en el cargo Don Sandalio Callejo hasta su muerte, acaecida en 1883 (16 de junio). Obtuvo el cargo Don Jaime Bastard Tizol, joven músico, que prometía y que a los pocos meses, también murió, nombrándose entonces a Don Francisco Verar quien lo desempeñó hasta el cambio de nacionalidad, 1898.

Don Sandalio Callejo fué el primer director que en la clase de música del Asilo estableció la enseñanza de los instrumentos de cuerda, organizando una orquesta para los cultos de la Capilla del establecimiento, llevando, asimismo, a muchos asilados músicos, a la Banda del 1er Batallón de Voluntarios, de la que era músico mayor, para que practicasen en ella, algunos de los que después han ocupado puestos de honor en las bandas y orquestas de la Isla.

Durante esta década tres buenas orquestas religiosas se disputaban la supremacía. La de Catedral, dirigida por Gutiérrez; la que bajo la dirección del competente maestro, compositor y organista, Don Gregorio Ledesma, establecieron los PP. Jesuitas en la Iglesia de San José; y la de la parroquia de San Francisco que dirigía Callejo.

Ellas no solamente interpretaban las obras religiosas de Delgado, Gutiérrez, Dueño, Ledesma, Callejo y otros, sino que dieron a conocer muchas de Mercadante, Miné, Miller, Calahorra, Caballero, Solis y otros autores españoles y extranjeros, de música sagrada. Y como era costumbre finalizar las grandes salves y misas, tocando música sinfónica, las mejores oberturas de ópera y algunos tiempos de sinfonías clásicas eran también interpretados por dichas orquestas.

La Isla fué visitada en esta época por un buen número de compañías de ópera y zarzuela, recordando, entre las primeras a la de Petrilli (1877) en la que figuraba como soprano la señora D'Aponte; Tenor, Sr. Baccei; Barítono, Petrilli y Bajo, La Torre; otra en que venía de maestro, el señor Frenchel, 1879, y entre los artistas principales, Ida Visconti, soprano. La Mercanti, contralto; Baccei, tenor; Mari, barítono, aunque en algunas ocasiones, como en el "Fausto" hacía el papel de Mefistófeles, bajo; y la que en 1880 se organizó en Ponce, siendo el empresario Don Alfredo Casals, en la que vino de Soprano la que después ha sido artista mundial, la célebre Eva Tetrazzini; de tenores, Rosnati y Varoncelli, Viganotti de barítono, no pudiendo recordar el nombre del bajo. Entre las de zarzuela la memoria nos recuerda a la de Carratalá, que fué muy aplaudida y otra en que venía de tiple la afamada Hueto.

Después de la muerte, (en 1856) del organista de Catedral Don Domingo Delgado, la plaza fué servida, interinamente, por los sacerdotes músicos, señores Herrera, cubano y Cabrera, portorriqueño, hasta que con motivo de la creación de la orquesta de Capilla, se acordó por el Cabildo, que la plaza de organista se cubriese por oposición, siendo el primero, que así la obtuvo, Don Gregorio Ledesma, aragonés, músico compositor de mérito, que habiendo sido desterrado de España, por causas políticas (era carlista) aquí constituyó definitivamente su hogar, después de haber cumplido en el ejército, el castigo impuesto, y del que fué indultado al poco tiempo. Sus hijos, Matías y Pepe, han sido portorriqueños, cuya memoria (pues ambos han fallecido) se recuerda honrosamente.

Al morir Ledesma, fué nombrado Don Luís Rengel, en calidad de interino, sirviéndola así por más de ocho años, hasta que al verificarse las oposiciones, la obtuvo, en buena lid, el connotado maestro Agulló, que permaneció como tal hasta el cambio de nacionalidad. Las plazas de sorchantres que habían sido aumentadas a cuatro, las cubría, por designación, el Cabildo. Uno de los que recordamos, que sirvió la plaza hasta que la Iglesia fué separada del estado con el cambio de régimen, fué Manuel Jordán, que todavía vive dedicado a la profesión de cantor e instrumentista.

En la misma forma de oposición fueron cubriéndose las vacantes de la orquesta de Capilla, aunque de momento se nombraban algunos interinamente, ocupando las plazas con ese carácter hasta que se llamaba a oposiciones.

En las celebradas en 1880, cuyo jurado lo formaban los maestros Gutiérrez, Toledo y Valero, (Don José), más dos canónigos y el Dean como Presidente, fueron adjudicadas las siguientes plazas:


Примечание 113


Después en otras oposiciones, muerto Rendón, pasó Lecompte al puesto de 2º violín, y fueron nombrados, Pepe París, trompa, y José Laza, Bombardino. Las demás designaciones no las recordamos.

La enseñanza del piano adquirió nuevos rumbos, con el retorno, primeramente, de Tavárez, y después con la llegada a la Isla de varios maestros, siendo entre éstos el más connotado y al que se debe la implantación en San Juan de la escuela moderna, Don Fermín Toledo.

Tavárez se estableció primeramente en San Juan, después en Caguas y últimamente escogió, como domicilio definitivo, la ciudad de Ponce. La llegada de Tavárez a esta ciudad coincidió con la de muchos jóvenes ponceños que retornaban de Europa con títulos académicos y bastante cultura general, en la que la música ocupaba puesto prominente, así como otros amateurs del arte, también de título y posición económica desahogada, que allí fueron a ejercer sus profesiones.

Entre éstos figuraba el doctor Don Martín Corchado, que poseía y cultivaba, como dilettante, una hermosa voz de tenor, Don Olimpio Otero, persona cultísima y de gran influencia en la ciudad del Sur, y otros tantos, como los Marín, Biaggi, Cabrera, Salazar y otros más, que fueron los iniciadores, por decirlo así, del renacimiento social, intelectual, artístico y político de aquella Ciudad, que desde 1870 hasta poco antes de ocurrir el cambio de nacionalidad, figuraba a la portada del progreso portorriqueño.

En San Juan, Ramón Sarriera, G. de Aranzamendi, Carlos Geigel, Galván, Pedro Delgado, continuaban la enseñanza de la escuela brillante en el piano. Sarriera era el más connotado, pues además de haber obtenido discípulas tan distinguidas como Dolores Iriarte, Josefa y Ramona Sicardó, Matilde Girona y Erma Montoto, dirigía una sociedad de cuartetos, vocal e instrumental, dando frecuentes audiciones en las que se distinguían los cantantes-aficionados, señorita Damiana Ferrer, Sras. Llopis de Goded y Emilia T. de Cortés, y los caballeros Pomar, Todd (el actual alcalde de San Juan), Aranda, y San Juan, así como sus discípulas de piano.

En Arecibo, Heraclio Ramos; su hermano Federico, en Utuado; Alejandro Romero, en Manatí; José María Schwartzkoff, en Cayey; Otero y Lino Rendón, en Humacao; Mauricio y Hermógenes Álvarez, en Caguas; Canales y Carvaná, en Aguadilla; Espada, en San Germán, fueron, entre otros más, los encargados de fomentar el arte en los pueblos de la Isla.

La fundación del Ateneo, el 30 de Abril de 1876, sesión preliminar, y, definitivamente, el 29 de junio del mismo año, inauguración oficial,14 de cuyo centro fué el alma, Don Manuel de Elzaburo, abogado distinguidísimo, vino a contribuir, poderosamente, al desarrollo del arte musical portorriqueño, puesto que, desde el siguiente año de 1877, empezó a celebrar, periódicamente, certámenes artístico-literarios, en los que, seleccionando la clasificación de temas y géneros para las convocatorias, y escogiendo jurados imparciales y competentes, logró fomentar el cultivo de la composición musical, haciendo que los artistas, a los que acogía cariñosamente en su seno, y que, por falta de estímulo, permanecían negligentes o sumidos en la oscuridad, sacudiendo la especie de parálisis que les atrofiaba, y poniendo en ejercicio sus facultades creadoras, aspirasen a ceñir sus frentes con laureles de glorias. La historia del Ateneo portorriqueño, sobre todo en las páginas correspondientes a los años del 1876 hasta 1898, es una de las más honrosas que puede presentar a las generaciones futuras, el archivo cultural del país.

Don Fermín Toledo, connotado maestro de piano y música, procedente del Conservatorio de Madrid, al trasladar su residencia desde Guayama a San Juan, fué un valiosísimo elemento que adquirió la Capital, y, sobre todo, el arte.

Toledo, que además de su cultura musical, poseíala también social e intelectual, aparte de su carácter, altamente simpático, tenía una actividad grandísima para todo.

Desde que se estableciera como maestro de piano, se adueñó de las mejores lecciones de la alta sociedad. Implantó, como ya hemos dicho antes, la escuela del conservatorio de Madrid, en el que, a pesar de que alguien lo ha calificado de escuela adocenada, se siguen, estudios, completamente similares a los de París, Roma, Milán y demás de Europa, y del cual han salido artistas proclamados como tales, por los mejores centros musicales del mundo, aunque muchos vayan a estudiar a otras escuelas en el extranjero, pues el mero hecho de obtener un diploma o premio en un conservatorio, si el titulado no sigue estudiando, no le permitirá escalar mayores alturas.

Como maestro de piano, Toledo obtuvo discípulas que, en y fuera de Puerto Rico, han sido después muy aplaudidas, como, entre otras, que aún viven honrando al maestro, María Medina de Vasconi, Trina Padilla de Sanz, Leonisa Rius y Asunción Bobadilla.

Pero además del piano, tenía grandes condiciones de organizador y director, como lo demostró cuando en la noche del 22 de noviembre de 1879, inaugurando la reconstrucción del teatro municipal que acababa de efectuar nuestro competentísimo ingeniero Don Tulio Larrínaga, actual consejero del Ejecutivo, presentó al público de San Juan la gran sociedad de conciertos que en menos de cuatro meses había organizado y que integrada por los instrumentistas más valiosos de San Juan, podía hacer acto de presencia musical en cualquier público inteligente. Los conciertos tuvieron gran aceptación y la sociedad tuvo vida, hasta poco después de haber obtenido la medalla de Oro en la Feria-Exposición de Ponce, 1882. Toledo al poco tiempo trasladaba su domicilio a New York en donde estuvo por muchos años al frente de una gran fábrica de pianos y órganos, trasladándose después a París en cuya gran ciudad se abrió paso franco, rindiéndosele, a su muerte, el homenaje artístico que mereció.

El ambiente de libertad que empezaron a respirar los portorriqueños desde la célebre revolución española de 1869, sobre todo durante el tiempo en que fué regida la Isla por el sistema republicano implantado, aunque efímeramente en España; el relativo bienestar económico de que disfrutaba el país por esos años y la supresión, sino absoluta, por lo menos en gran proporción, del fanatismo político-religioso que hasta el 1869 imperaba, no dejaron de influir bastante en el desenvolvimiento del arte musical, pues los compositores, con excepción de Gutiérrez, que, a pesar de sus esfuerzos, no pudo cambiar el misticismo de sus concepciones, inspiraban sus producciones en obras completamente mundanas aunque con mayor preferencia en el género bailable y regional.

De todos modos, en los certámenes del Ateneo y otros que convocaban distintas sociedades, se presentaban obras de género severo, que fueron encauzando el buen gusto y fomentando los estudios, bastante descuidados hasta entonces, de la armonía y composición.

Las bandas militares, mejoraron muchísimo en su organización y repertorio y las mismas orquestas de baile se oían con sumo agrado. La danza, en su estructura musical, se elevó a gran altura con el nuevo estilo melódico-armónico que introdujera Tavárez, y en los campos, las típicas orquestas jíbaras constituídas por el alegre tiple, el bullicioso cuatro, la coquetuela bordonúa y el animoso güiro o guícharo, alegrando los bateyes de alturas y sabanas proporcionaban a nuestros pobres pálidos, innumerables horas de alegría y solaz, ya en los ritornellos de las faenas agrícolas, en las fiestas patronales, en velorios y rosarios, ya en los bailes, en los que el seis chorreao era y es para ellos el desideratum de sus placeres coreográficos.

Aunque al morir Tavárez, en julio 1 de 1883, ya Campos era una gran figura musical, su triunfo en la Feria-Exposición le hizo, con pleno derecho, asumir la dirección general artística de Ponce, comenzando un período de creciente actividad, que después de su muerte fué descendiendo hasta casi llegar a un estado de postración, a pesar de los esfuerzos hechos por Arteaga y más principalmente por Chavier, Pasarell y Pericás.

En la década de 1880 a 1890 hay un período de tiempo del cual no podemos ocuparnos, por haber residido, desde julio de 1884 hasta fines de 1889, en Madrid y desconocer, en absoluto, el movimiento artístico de entonces, aunque por las referencias que se nos han hecho, nada de notable ocurrió que merezca citarse.

La llegada a San Juan, en 1887, de los distinguidos pianistas y profesores, Don Celio Rossy, portorriqueño y del señor Segura Villalba, español, fué motivo para que, después de haberse apreciado sus altas condiciones artísticas, les secundasen los mejores profesionales de entonces y el público en general, para la instalación de un instituto de música que llegó a tener vida real durante un año con bastantes y buenos resultados, pero que, por no cubrir los gastos y no haber sido posible obtener una subvención oficial, tuvo que cerrarse definitivamente.

Por esa misma época se estableció en Mayagüez el maestro compositor, barcelonés, Don José Gotós, director que había sido de la orquesta del Liceo de Barcelona, el cual, nombrado Director artístico del Casino de Mayagüez, dió gran impulso a los actos musicales de dicho Centro.

Gotós ejerció como profesor de Canto, Composición, Piano y Violín, sobresaliendo como tal, en nuestro concepto, en la enseñanza de la composición y del violín. Uno de sus mejores discípulos de violín lo ha sido el joven Salvador Castro Casanova, que hasta hace poco tiempo ocupaba puesto prominente en la orquesta del Covent-Garden, de Londres, después de haber sido, por muchos años, violín concertino de la del Yate, de uno de los más linajudos Lores de Inglaterra.

Muchas fueron las composiciones que el maestro Gotós hiciera expresamente para el Casino de Mayagüez, sobre todo, overturas y coros. En 1897 falleció en San Juan.

En Arecibo, el joven Paco Cortés, que después adquirió gran renombre en París con su obra para la escena lírica titulada "Le noit du Noel", ejerciendo la profesión en 1889 organizó una compañía infantil de zarzuela, que debutó con "Los Sobrinos del Capitán Grant", obteniendo un gran éxito y algunos positivos beneficios que le hicieron realizar su soñado viaje a Barcelona, para proseguir estudios superiores. La Diputación Provincial le concedió, con tal objeto, una subvención durante dos años.

Al siguiente año regresaba de París y New York para establecerse en Ponce, el Maestro pianista Sr. Julio C. Arteaga, después de haber obtenido el primer premio de acompañamiento en el Gran Conservatorio francés. Al poco tiempo, ya era el maestro predilecto de la sociedad ponceña, obteniendo con su plan de enseñanza, aventajadas discípulas que en distintas audiciones públicas patentizaron sus grandes adelantos y su correcta escuela de piano. A la vez ocupaba las columnas de los periódicos de Ponce con artículos en pro de la cultura musical del país.

Por este tiempo un nuevo astro apareció en el cielo tropical del arte. Nos referimos a la pianista humacaeña Ana Otero, que recorrió en esmerada tournée artística las principales poblaciones de la Isla, para obtener recursos con que trasladarse a París a completar sus estudios. Los resultados, a la par que gloriosos, lo fueron satisfactoriamente económicos. Dos años de permanencia en París, bajo la dirección artística del maestro Mr. Fissot, la permitieron ceñir los laureles del triunfo, habiendo sido muy aplaudida en las audiciones que diera en la sala Pleyel de París y Palacio de la Música, de Barcelona.

Cuando retornó a la Isla, mostró al país sus grandes adelantos y se estableció en San Juan, abriendo una Academia de Piano de la que salieron afamadas pianistas como Alicia Sicardó, Monsita Ferrer, Carmen Belén Barbosa y Rosa Galiñanes, quienes actualmente sostienen, en la enseñanza, la buena escuela de piano que les trasmitiera su inolvidable preceptora.

El taller litográfico que desde 1877 había establecido la Imprenta del Boletín Mercantil, permitió a muchos compositores dar a conocer sus obras, sobre todo las de carácter regional. Asimismo, la casa mercantil ponceña de Olimpio Otero, hoy, Otero y Co., editaba en Barcelona todas las obras de Campos, Pasarell y otros compositores ponceños, siendo el primer establecimiento que, en Ponce, dedicó una sección especial para la venta de métodos y obras musicales para Piano, instrumentos y orquesta, lo que facilitó grandemente el conocimiento de las obras extranjeras.

La celebración del 4º Centenario del descubrimiento de esta Isla dió oportunidad a los compositores para ejercitar sus facultades, ya que en la exposición, por primera vez, se designaban premios para grupos de obras. El gran premio de composición lo obtuvo Juan Morell Campos por su sinfonía para gran orquesta, titulada Puerto Rico. Con motivo del Centenario, el ya citado señor Segura Villalba, trajo a la Isla una compañía de ópera española, bastante aceptable por la igualdad del conjunto en los elementos que la integraban. En ella figuraban los artistas, siguientes: soprano, Sra. Gay; tenor, Pedro Sotorra; barítono, Sr. Ventura; contralto, Srta. Virginia Ferranti; bajo, Sr. Gil Rey y maestro director y concertador, el que lo había sido de varios teatros líricos de Barcelona y Lisboa, Sr. Mazzi.

En 1893, después de haber terminado sus estudios musicales en el Conservatorio de París con notable aprovechamiento, se estableció en Ponce, el Pianista Arístides Chavier, emprendiendo, desde su llegada, una enérgica campaña en pro del clasicismo musical, bajo todos sus aspectos, que si bien le ha podido crear, entre los desconocedores del arte o falsos adoradores del mismo, una atmósfera hostil, en cambio le hizo consolidar su alto y merecido prestigio, logrando, a pesar de todo, que muchos de nuestros compositores e intérpretes dirijan sus aptitudes, por senderos que habrán de conducirles a finalidades más elevadas que las del género bailable a que con tanto ahinco se dedicaban.

Con motivo de la última guerra separatista de Cuba, los batallones de Cádiz, Madrid y Valladolid, que guarnecían la Isla, fueron enviados a la antilla hermana, viniendo a sustituirlos los de Alfonzo XII y Provisionales Nos. 3 y 4, cuyas bandas de música, especialmente las números 3 y 4 dirigidas por los maestros Cerdá y Villaplana han sido las mejores que visitaron la Isla, recordándose todavía, placenteramente, los conciertos que semanalmente daban en la Plaza Baldorioty, de San Juan.

Durante los cuatro últimos lustros del gobierno español, todos los batallones de voluntarios de la isla tenían bandas de música, siendo las mejores las de San Juan, Mayagüez y Arecibo. En otros pueblos había bandas municipales y pequeñas orquestas de baile; si exceptuamos la banda que en Bayamón organizara Dueño Colón, la cual podía competir con cualquiera otra de San Juan, las demás no valían gran cosa.

La música religiosa había decaído muchísimo, siendo únicamente los PP. Paules, que regían y rigen aún la Iglesia Parroquial de Ponce, los que prestaban a dicha música la debida atención. Todas las festividades que con frecuencia ellos celebraban, las solemnizaban con una buena orquesta, cuya parte vocal estaba encomendada a un nutrido coro femenino de la mejor sociedad ponceña, dirigido por la notabilísima dilettanti, de gran escuela italiana, y dulcísima voz de soprano ligera, Sra. Lizzie S. Graham, cultísima dama que todavía conserva fresca y robusta el tesoro de su garganta privilegiada.

Hasta aquí el estado en que se encontraba el arte musical portorriqueño cuando surgió, casi de improviso, la guerra hispano-americana, cesando, en 18 de octubre de 1898, la soberanía de la patria española, en Puerto Rico.

Aunque no con la potencialidad inherente al temperamento o especiales condiciones artísticas de los portorriqueños, debido a la lentitud con que el gobierno español desarrollaba su sistema de administración en las colonias, es innegable y lo consignamos aquí como acto de justicia a la par que de reconocimiento y afectuosa gratitud, que a España se debe el grado mayor o menor de cultura musical del país, ya que desde los primeros años de la colonización, españoles fueron los primeros músicos que regaron en la Isla las simientes del arte; españoles los que abonándolas más tarde hicieron crecer el naciente tallo, y los que durante casi todo el siglo XIX cultivaron los campos del arte, recogiendo el país los frutos. Y no fueron los músicos españoles solamente los encargados de la propagación del divino arte; los mismos capitanes generales y con ellos las altas autoridades administrativas, unas veces secundando iniciativas particulares y otras realizando las propias, siempre se mostraron propicios, dentro del sistema especial del gobierno, a fomentar la música en todas sus manifestaciones.

De no haber sobrevenido el cambio de nacionalidad, seguros estamos de que el gabinete autonómico hubiera llevado a la práctica, tal vez ampliándolo, el proyecto de escuelas de música que aparece en el apéndice de este libro, abriendo, para el arte y los artistas, horizontes amplísimos de gloria y realidades altamente beneficiosas para el pueblo.

12

Legajo 57. – Expediente No. 33, del archivo Municipal de San Juan. 1871-1877.

13

En esta designación se cometió una gran injusticia, pues Sergio Lecompte era un violinista de la talla artística de Andino, y muy superior, musicalmente, a Rendón, que como violinista estaba conceptuado como el mejor, para ocupar la cabecera de los segundos violines en una orquesta y que solamente pudo presentar ante el jurado, como méritos superiores a los de Lecompte, el haber servido la plaza interinamente durante largos años. El mismo Rendón reconocía la superioridad de Lecompte como violinista. – F. C.

14

Boletín Histórico de Puerto Rico.– Año II. – No. 3. – Página 41. – C. Coll y Toste. – San Juan, P. R.

Música y Músicos Portorriqueños

Подняться наверх