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A la revista 21,

por ser nuestro vecindario,

donde se cruzaron nuestros caminos,

donde compartimos páginas con todos los olvidados

por los grandes medios,

donde encajan personas tan distintas como nosotros,

donde dialogamos cuando uno dice Sol

y el otro entiende Luz.

Prólogo

Asistir de cerca al nacimiento de un nuevo libro siempre es un regalo. Pero en el caso de este que el lector tiene entre las manos, a la habitual alegría se une en mi caso la íntima satisfacción de saberme lejana «hacedora» de este encuentro literario. Sí. Fue en el ámbito de la revista 21, de la que soy redactora jefe, en el que dos buenos amigos míos como Fernando Cordero y Ana Rota, religioso él, ingeniera ella, se encontraron y se descubrieron mutuamente. Hasta el punto de imaginarse escribiendo juntos un libro y de ponerse manos a la obra para hacerlo realidad.

Fernando y Ana proceden de mundos absolutamente ajenos y distantes unos de otros: la ciencia y la fe. Y quizás nunca hubieran cruzado sus caminos –no digamos compartido proyecto literario– si una serie de casualidades (Fernando citaría más bien a la Divina Providencia y Ana haría a buen seguro un cálculo de probabilidades) no lo hubieran propiciado.

Pero ambos tienen razón: las casualidades no existen. Más bien este libro es fruto de la necesidad. Porque se hace más necesario que nunca recuperar el imprescindible diálogo entre ciencia y fe. Entre creencia y razón. Entre agnosticismo y pasión por Dios.

Grandes figuras del pensamiento lo han procurado a lo largo de los siglos, con desigual éxito. Pero nunca como ahora se ha abierto una brecha tan grande entre un lenguaje y otro, una sensibilidad y otra.

Con frecuencia, la red de redes en la que Fernando y Ana han confluido como blogueros de 21 es escenario de áridos desencuentros entre quienes se dicen creyentes y quienes no lo son. Entre los que aplican como único criterio lo tangible, explicable o medible, y quienes confían en lo que es invisible a los ojos pero no por eso les parece menos creíble que lo que pueden oler o palpar. Y se cruzan simplistas acusaciones de ignorancia o ausencia de corazón.

Introducción

Ana y Fernando. Sacerdote él, de la Congregación de los Sagrados Corazones, recién llegado a Barcelona de San Fernando de Cádiz. Ella, Ingeniero Técnico en Topografía, profesora de ciencias, residente en Madrid. Dos personas de procedencia muy distinta, con vidas absolutamente diferentes y formas de pensar diametralmente opuestas. Él cree en Dios, como no podría ser de otra manera. Periodista, además, y amante del arte y de las letras. Ella es de ciencias, de números, necesita una explicación para poder entender todo lo que la rodea. Fernando escribe un blog sobre el Evangelio[1]. El de Ana es de divulgación científica[2]. El blog de Ana pertenece a la red de blogs de la revista 21. El de Fernando, también. Un vecindario bloguero en una revista, ese es su único punto en común.

Un correo ocasional, una pregunta de vez en cuando, un favor… Durante mucho tiempo ese punto en común no fue nada más que eso: un punto minúsculo, compañeros, como tantos otros, que escriben desde casa y publican de manera autónoma. En una ocasión un correo dio pie a otro, y del correo surgió una conversación, y más tarde un encuentro. Aquel punto chiquitito comenzó a engordar, pasando a ser un círculo y luego una esfera que ahora crece continuamente alimentada de simpatía, respeto y admiración mutua.

Escribir un libro no es una tarea fácil, se necesitan al menos tres cosas: la primera son las ganas de escribir; la segunda es un tema, un argumento, algo que contar, y la tercera es escribirlo. Redactarlo es la parte más laboriosa, pero también la más fácil. Y sin las ganas de empezar, las otras dos cosas no tienen sentido. Esto nos lleva a deducir que lo más complicado de un libro es saber qué vas a contar en él.

Nosotros teníamos ganas desde hacía mucho tiempo. Queríamos escribir juntos, pero, ¿de qué escriben un sacerdote y una profesora de ciencias? ¿Se pueden encontrar dos mentes más distintas? ¿Cómo se conjugan las ideas de dos personas cuando una de ellas ha dedicado toda su vida a algo en lo que la otra no cree? En tales circunstancias podríamos habernos puesto a discutir, a defender nuestros argumentos, a intentar convencernos mutuamente. Podríamos haber abierto un debate encarnizado, pero hemos preferido conversar. Conversar como lo hacemos habitualmente, pero por escrito. Conversar con la única intención de exponer. Conversar poniendo de manifiesto los puntos que hay en común entre la ciencia y la fe, no las diferencias, que son obvias. Conversar para comprender.

Con estas premisas comenzamos a escribir. Ni Fernando es biblista ni Ana investigadora. Con total seguridad existen libros religiosos más profundos que este y tratados de física más detallados. No pretendemos enseñar ni descubrir nada, solo acercarnos y dialogar. Hemos seguido un guion. Hemos comentado varios aspectos de la ciencia y de la Biblia, y cada uno lo ha hecho desde su punto de vista, en función de lo que le han sugerido las palabras del otro. Así, como ocurre en todo diálogo, y en toda conversación, nunca sabíamos muy bien cómo íbamos a acabar. El guion ha sido flexible y el objetivo ha sido dejarnos llevar. El lector sabrá reconocernos por el tipo de texto, pero por si en alguna ocasión se presenta la duda, los títulos de Ana van en letra cursiva –más coqueta y femenina– y los de Fernando en letra redonda.

Nosotros hemos disfrutado muchísimo con la escritura de este libro y esperamos que, cuando lo tengáis entre las manos, vosotros lo hagáis con su lectura. Ojalá sirva para seguir dialogando, acercando posturas y tendiendo puentes en el ámbito de las conversaciones entre amigos, en clases de religión o de ciencia, o en los lugares más insospechados. La vida siempre tiene una sorpresa a la vuelta de la esquina.

Ana y Fernando

¿Extraños amigos?

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