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Prólogo

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«Somos frágiles, juntos… Somos fugaces y eternos en una vida de efímeros momentos. Recuerda, cuando estemos lejos y no puedas más, ahí estaré, y aun cuando ya no esté o no me necesites, nunca me iré». Era lo que Scott siempre le repetía a Sam desde que le declaró lo que sentía en su casa del árbol a los catorce años. Con el tiempo, esas palabras se fueron convirtiendo en una tangible promesa para ambos.

Ellos se conocieron cuando apenas tenían seis años, vivían uno frente al otro y a pesar de que para ese entonces su amistad también incluía a otros dos niños, resultaba muy difícil no verlos siempre juntos, incluso se turnaban sus casas para hacer pijamadas cada fin de semana. A los diez años, Scott logró que sus padres le construyeran una casa de madera sobre un árbol en su patio trasero, las horas pasaban volando cuando ambos chicos se divertían fingiendo ser piratas, marineros, fantasmas y todo lo que se pudiese cruzar por sus cabezas.

Al entrar a la pubertad, Sam comenzó a cuestionarse lo que le estaba pasando con Scott, pues, aunque ya no actuaban los mismos juegos de antes, a ella le gustaba fingir ser una princesa y él, un príncipe. Era su manera de dejarle pistas para que se diera cuenta de lo que ella sentía, pero aquel chico no tenía idea de nada. Su confusión más grande llegaba cuando Scott actuaba de una manera peculiarmente cariñosa y aunque se decía a sí misma que todo era porque eran mejores amigos desde muy pequeños, también le gustaba creer que quizás era porque él gustara de ella. Fue entonces que ya cuando comenzaba a resignarse de cualquier posibilidad con Scott, para su cumpleaños él le obsequió la confesión que ella había querido escuchar desde hacía ya mucho; ya que ambos cumplían en agosto, pero con una semana de diferencia, solían hacer una fiesta a fin de mes para poder celebrarlo juntos, y ese cumpleaños definitivamente sí que Sam no lo olvidaría en su vida. Desde entonces todo empezó a ser mejor, pese a lo que se les presentara en el camino.

A pesar de seguir siendo jóvenes, a los dieciocho años decidieron que ya era hora de dar un siguiente paso en su relación y gracias a que ambas familias los apoyaban en todo, acabaron mudándose a un pequeño lugar al sur de la ciudad. Pocas semanas después, él se convirtió en el asistente del jefe de una constructora a unos cuantos metros de su casa gracias a uno de sus amigos en común, y ella logró empezar a crear su propio salón de belleza justo al lado de su hogar; ya que ambos se la pasaban ocupados, el tiempo juntos cada vez fue disminuyendo más y más, pero cuando ambos encontraban un pequeño espacio en sus apretadas agendas, se escapaban a la playa para recordarse cada motivo por los que estar juntos los hacía sentir como si no existiera nadie más felices que ellos. Hubo unos días en los que Sam comenzó a alertarse, ya que Scott a pesar de seguir demostrándole todo su cariño, se mostraba evasivo. Cada vez que ella le preguntaba a dónde iba luego del trabajo cada vez que no llegaba a la hora que ya tenía acostumbrada, él le respondía que estaba preparando algo muy especial, que esperaba que a ella le encantara, pero los días pasaban, y Sam fue perdiendo la confianza en las palabras de su novio luego de que su sorpresa nunca llegara. Fue entonces que un día que él llegó muy contento sin una razón aparente, ella se mostró molesta porque ya no soportaba la simple idea de una mentira más de parte de Scott, pero lo que ella no se esperó fue que justo cuando se preparaba para dormir, él la sorprendió desde su espalda para vendarle los ojos y cargarla entre sus brazos hasta su auto en contra de su voluntad. Estaba cansada y después de lo que acababa de pasar, mucho más furiosa. El trayecto duró poco más de media hora, y ya que no veía nada, prefirió no gritarle a su novio hasta esperar a saber qué planeaba, pero cuando por fin Scott le destapó sus ojos, Sam quedó muda y fría ante la gran vista de aquella colina llena de todo tipo de flores en la que se encontraba parada, pero eso no era todo: además del hecho que desde ahí se podía ver gran parte de la ciudad, Sam formuló un pequeño grito de asombro cuando Scott la llevó hasta un árbol que apenas sí se miraba. Sobre este había una casa de madera muy parecida a la que tenían cuando eran niños, pero más grande, cuando subieron al interior Sam ni siquiera le dio oportunidad a su novio de decir algo, pues, su primer instinto fue acorralarlo en una esquina para atacarlo con besos, esa noche ambos perdieron la cuenta las veces que se dijeron «Te amo» mutuamente. Desde entonces, ese lugar se convirtió en su escape favorito para revivir hermosos recuerdos.

Un año y medio más tarde en una visita con ambas familias, Scott los sorprendió a todos con una sortija de compromiso para Sam, a lo que en ese momento ella no supo qué decir y fue hasta que él le tomó su mano para ponerle el anillo que le respondió con un exaltado entre sollozos y besos de felicidad. Aunque tomaron la palabra de sus padres cuando dijeron que quizás debían esperar un par de años más para casarse, era Scott el entusiasmado con buscar y organizar en su cabeza todo lo necesario para que cuando llegara el momento, fuera perfecto para los dos.

Desgraciadamente los planes de la pareja se extinguieron cruelmente cuando en una de sus estúpidas discusiones Scott decidió dejar la casa para que Sam se tranquilizara y aclarara su mente. Eran casi las tres de la mañana y él aún no regresaba, ella no podía dormir, pues, a pesar de que siguiera molesta, era Scott quien buscaba solucionar los problemas y que aún no apareciera le causó cierto temor. Cuando lo llamó y escuchó de la voz de un desconocido lo que había ocurrido, dejó caer su teléfono y rompió en llanto; cuando volvió a la llamada aquella persona le indicó que la esperaría en el lugar donde todo sucedió. Cuando Sam llegó intentó mantener el control de su cordura, pero al ver a su prometido agujereado y desangrado en el suelo se desvaneció sobre él mientras que gritaba su dolor. En el momento en que un equipo de personas se acercó para ayudar con el cuerpo de Scott, Sam se dirigió hacia la persona que atendió la llamada para preguntarle lo que había ocurrido, a lo que ella respondió muy alterada que se encontraba fuera de su casa cuando lo vio pasar y que luego cuatro hombres lo amenazaron con un arma blanca, ella había corrido espantada y no supo qué pasó después. Pero no hacía falta adivinarlo.

El funeral fue en su casa, los padres de ambos llegaron a las pocas horas de que ella les diera la desastrosa noticia. El intento de Sam por decir unas palabras para Scott terminó por ser un mar de desconsolados lamentos, ni siquiera fue capaz de acabar antes de salir corriendo de ahí, y aunque sus padres la intentaron calmar, ella se escapó tan de prisa que ni siquiera les dio una pista de hacia dónde iba. Al llegar a su casa del árbol en la colina, se reprochó lo fatal que se sentía por haber huido del funeral de la persona que había estado amando toda su vida, se negaba a creer que era cierto, se intentaba convencer a sí misma que solo era un mal sueño, pero se engañaba. Lo que más le dolía era que ni siquiera se pudo despedir de él, pues cuando todo ocurrió habían peleado por algo insignificante.

Dos semanas después, Sam decidió poner punto y aparte en su vida, buscó un nuevo apartamento y puso en venta esa casa, abandonó su trabajo y se alejó de todo y todos. Decidió dejar las pertenencias de Scott en su antiguo hogar hasta que alguien se interesara en comprarlo, lo único que aún conservó de él fue la sortija que le había entregado, pues la ayudaba a sentirlo cerca.

Después de él

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