Читать книгу Después de él - Fernando J. Castellanos - Страница 8

Capítulo 1

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Los días, las semanas y los meses se pasaban volando y la manera en la que Sam comenzó a sobrellevar su duelo no era para nada beneficioso para su salud mental. Aunque de alguna manera se haya deshecho de todo lo que le recordara a Scott, una tarde ordenando entre sus cosas encontró una holgada camisa que él le prestaba para dormir, desde entonces empezó a usarla todos los días y se negaba a lavarla, pues su aroma seguía tan potente en ella como si él la hubiese usado recientemente. Se la pasaba llorando a cada hora, no porque no fuera consciente de entender que su prometido ya no estaba, sino porque simplemente no quería aceptar la verdad, aunque la supiera. Los padres del muchacho sabían lo especial que Sam era para su hijo y por eso seguían en contacto con ella, pero llegó un punto en el que los señores Sparks se preocuparon por la manera en la que ella se refería a Scott como si aún estuviera en el mismo espacio que ella. Cuando sus padres se enteraron de lo que ocurría no dudaron en ir en su búsqueda para indagar con profundidad su nueva actitud.

Ellos se mudaron a la casa de Sam por un mes para vigilarla de cerca y aunque al principio no creyeron que fuera algo grave, no solo fueron testigos de la manera de referirse a él, sino que también la sorprendían hablando casualmente cuando se encontraba completamente sola. Quien más intervenía para hablar con ella era su madre y, ya que nada de lo que dijera o hiciera para regresarla a la realidad funcionaba, la convenció de asistir a terapia, y dado que prácticamente iba contra su voluntad, lo dejó después de dos sesiones. Consideraba que, por más que hablara sin parar y que lo único que su psicólogo le dijera era que solo necesitaba un poco más de tiempo para superar su pérdida y su trauma, no era algo nuevo que necesitara escuchar. Se despertaba a mitad de la madrugada con su cuerpo totalmente sudado y su garganta adolorida de tanto gritar el nombre de Scott en sus sueños, ni siquiera los miles de tazas de café o los programas que a ambos les gustaban la hacían olvidarse de todo acerca de él.

Para compensar y tranquilizar a sus padres por haber abandonado la terapia mental, Sam se unió a un grupo de apoyo para personas con cualquier problema o trastorno cerca de donde vivía. Por alguna extraña razón, desde que pisó la entrada del salón se sintió muy cómoda.

—Ehh… Hola —susurró—, soy Sam…, mi novio murió y no tengo idea de qué estoy haciendo aquí… —hizo una pausa—. Creo que porque mi mamá piensa que me hará bien.

—Bienvenida, Samantha —espetó la señora en el centro del círculo que conformaba junto al resto de las personas ahí, al parecer era quien estaba al mando—. Soy Molly, siéntete en confianza. Estamos para ayudarnos.

—Gracias —respondió sin ánimos.

Era de su total agrado poder estar ahí entre ese montón de desconocidos para pasársela hablando de lo que sintieran, no precisamente por el hecho de que le gustara sacarse de encima muchas cosas que deseaba gritar, sino porque le pareció irónico y algo gracioso que muchos de los ancianos, adolescentes y niños que se encontraban en ese lugar se vieran normales cuando en realidad sufrían algún tipo de abuso emocional, adicciones, problemas de autoestima, o como ella, que atravesaban alguna pérdida difícil de superar. Al final de la reunión conectó con un chico de dieciocho años llamado Josh que igual que ella, lidiaba con la pérdida de un familiar mientras que su padre lo maltrataba en casa sin causarle algún tipo de culpa, desde entonces se volvieron muy amigos dentro y fuera de las reuniones. Pero por más que Sam se dijera que durante el día su vida comenzaba a cambiar, por las noches no dejaba de reprocharle al universo lo inútilmente sola que se sentía sentada a la orilla de su cama.

El día de su cumpleaños llegó y el único momento feliz en todo el día fue la videollamada de dos horas que hizo con sus padres y, ya que no tenía a nadie cerca con quien poder celebrarlo, parte de esa tarde se la pasó comiendo helado frente a su televisor. Luego se arregló un poco para salir a trotar por el vecindario como una vía de escape para distraer su mente y no entristecerse, y cuando ya comenzó a caer la noche se sorprendió a sí misma yendo a la casa del árbol en la colina. Al ver las fotos que había en ese pequeño lugar su instinto fue sonreír con sus ojos vidriosos ante los últimos recuerdos que habían quedado con su amado Scott; debido a que la siguiente semana hubiera sido el cumpleaños de su exprometido, terminó la noche sobre aquel campo de flores con vistas a la ciudad y el cielo estrellado, mientras formulaba unos cuantos suspiros se prometió que ya no iría más a ese lugar, pues necesitaba sanar.

Un tiempo más tarde, se levantó repentinamente de su cama decidida a darle un reinicio total a su nuevo estilo de vida, pues consideraba que por más vacía que se sintiera con tan solo veinte años, tenía que verse obligada a controlar su desastre interior para ser el intento de una persona profesional que un día quiso ser. Ya que no contaba con los recursos suficientes para montar su antiguo salón de belleza, Sam tuvo que salir en busca de todos los lugares de estética que ella conocía para solicitar empleo, pero en ninguno a los que fue sintió que podía encajar o ser útil, así que se dio la tarea de aplicar en cualquier otro tipo de trabajo y se dijo a sí misma que no importaba lo mucho que le llegara a desagradar, tomaría el empleo en el que la aceptaran; lo intentó todo: fue niñera, limpiaba casas e incluso fue ayudante de un mecánico y nada daba resultado para su comodidad.

Fue gracias a una conocida de su madre que logró entrar como pasante temporal en la recepción de un hospital, desde pequeña siempre se había hecho la idea de ser un médico, pero como todo niño, fue perdiendo el interés. Pero dado que la vida le había presentado una fugaz oportunidad muy necesaria, entonces, se preguntó: «¿por qué no?». Tenía que asegurarse de conservar su puesto y así buscar prepararse para ser como las personas que miraban entrar y salir para salvar vidas.

Aunque se sintiera muy a gusto trabajando ahí, no podía evitar sentir la presión de lo que conllevaba ver entrar y salir a personas con estados muy delicados de salud que, a veces con el tiempo los veía recuperarse, pero en la mayoría de las ocasiones le tocaba enterarse de que la situación para muchos era muy crítica y les costaba su vida. Al ser un desgaste físico y sobre todo emocional, su subconsciente jugaba en su contra muy a menudo haciéndola entrar en estados de shock y ansiedad muy fuertes debido a que prácticamente cada día miraba como familiares o amigos de los pacientes entraban en un círculo de intriga por saber qué pasaría. Lo único que la mantenía en control consigo misma era charlar con su amigo Josh, en las sesiones de grupo de apoyo habían aprendido que para controlar su mente ante una crisis podrían tejer, respirar mientras contaban hasta cien o simplemente escribir lo que sucedía. Pero ya que Sam no tenía el tiempo suficiente para todas esas cosas, agradecía tener a una persona como Josh para sacar todo lo que la abrumaba con sus recuerdos; se habían vuelto tan cercanos que incluso podían hablar toda la noche acerca de los problemas de ambos y siempre resultaba muy liberador. Después de cada reunión se tomaban una o dos horas para compartir tiempo juntos, y a veces él se quedaba a dormir en casa de Sam, se tomaron tanto cariño que ella ya lo consideraba su pequeño hermano.

El tiempo en el hospital transcurría y al parecer Sam estaba a la espera de que su jefe le dijera si se quedaba con el empleo permanentemente o no, eso la ayudaría a enfocarse con el propósito que se había mentalizado de algún día ser médico. Pero, sorpresivamente, no hizo falta que su jefe le diera una respuesta, pues lo que ocurrió un día cuando llegó a su turno luego de las clases que había comenzado a tomar anticipadamente casi le aseguró su lugar en el hospital: a unas cuantas calles de llegar al edificio donde trabajaba, se encontró con un hombre desesperado con un niño entre sus brazos, cuando lo alcanzó vio que del pequeño no dejaba de salir sangre por todo su cuerpo, tenía la cara casi desfigurada y por la manera tan quieta en la que estaba el niño, podía jurar que apenas si respiraba. Sam corrió a auxiliar al hombre tomando un par de sábanas y camisetas viejas que tenía en el auto y las utilizó para cubrir los fluidos de aquel pequeño, los subió a su auto para dar marcha hacia el hospital sin importarle nada en su camino, y apenas cruzaron las puertas del lugar fue ella quien se encargó de buscar una camilla, tomar los signos vitales del niño y llevarlo directamente a un quirófano, donde otros cuatro doctores de verdad se encargaron de él.

Cuando regresó para encontrarse con el hombre que llevaba al niño, también se percató de que tenía las miradas de varias personas, enfermeras y de su jefe puestas en ella. Le resultó algo incómodo tanta atención que tuvo que dirigirse al baño para lavarse la cara y así asimilar todo lo repentinamente sucedido.

Después de él

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