Читать книгу Las FARC - Fernando López Trujillo - Страница 4
Оглавление“Nada más cruel e inhumano que una guerra.
Nada más deseable que la paz.
Pero la paz tiene sus causas, es un efecto.
El efecto del respeto a los mutuos derechos.”
Jorge Eliécer Gaitán, en El Combate de Costa Rica, 1933.
Una cerrada selva se extiende desde el mismo corazón de América del Sur hacia los bordes, configurando un cerco opresivo y amenazante sobre la mayoría de las repúblicas que conforman la juvenil UNASUR. Venezuela, Brasil, Colombia, Perú, Ecuador, Bolivia y las Repúblicas de Guyana y Surinam, junto con el territorio de la Guayana Francesa, comparten un común infierno verde. A tal punto se evidencia su presencia virgen y acosadora que el departamento que constituye más de la mitad del territorio de Surinam no tuvo existencia sino hacia 1983, y al principio se lo llamó simplemente Binnenland, término que podría traducirse como “tierra de adentro”. Maquinarias de Estado colosales e imponentes, como la de Brasil, palidecen hasta su casi evaporación cuando el ciudadano del siglo XXI intenta internarse en la “floresta”.
La gigantesca Amazonia acorrala contra las costas a la población del subcontinente. Pero la Amazonia es también la reserva de los dos tesoros más preciosos de este planeta acosado por la polución industrial: agua dulce y oxígeno. Guarda, además, una extraordinaria, diversa y exuberante multitud de especies vegetales, algunas de ellas aún desconocidas. Hay allí medicinas secretas, venenos poderosos y riquezas minerales sin límite; o sí. Quizá el límite llegue algún día merced a la reconocida codicia humana.
Tampoco había entrado aún en el reino de los mapas y el conocimiento geográfico pormenorizado el pequeño territorio de Marquetalia, frente a la selva del Putumayo colombiano, cuando un ejército de miles de hombres apoyados por cazas y bombarderos se descolgó sobre las humildes “chabolas” de los indígenas, colonos y refugiados para aniquilar el “descubierto" nido de la subversión comunista en Latinoamérica. Eran los primeros años de la década de 1960. Algunos campesinos autonomistas, unos pocos guerrilleros liberales y comunistas, sobrevivientes de la masacre que les impusiera el conservadurismo triunfante en la guerra civil, resistieron como pudieron el embate, quebraron el cerco y se dispersaron en el extremo noroeste de ese perfecto rombo acostado, la oscura masa verde que llena el corazón sudamericano. Nacía allí para la historia la experiencia guerrillera más longeva del subcontinente. Manuel Marulanda Vélez, alias Pedro Antonio Marín, alias “Tirofijo", al mando de cuarenta y ocho guerrilleros sobrevivientes, fundaba el Bloque Sur de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC.
Una historia de enfrentamientos
La tardía fecha quizá el 27 de mayo de 1964no es, por supuesto, el inicio de la violencia en la sociedad colombiana. En general se acepta que, aunque la violencia social hubiera podido ser endémica en Colombia, tiene una emblemática fecha de nacimiento con el asesinato del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán, en abril de 1948, muerte que provocara el estallido popular conocido como Bogotazo.
Pero ciertamente la violencia no nació allí. ¡Sí, el mismo siglo comenzó en Colombia con una contienda armada! La llamada Guerra de los Mil Días (18981902) enfrentó a los liberales bastante maltrechos por su marginación del poder con el gobierno autoritario del conservador Manuel Antonio Sanclemente. Los liberales fueron hegemónicos en el país desde la revolución que independizara Nueva Granada de la dominación hispánica, pero la dispersión política, común por otra parte a la mayoría de las nuevas repúblicas independientes, en contraste con la notable continuidad del imperio brasileño, había llevado a un sector del liberalismo al convencimiento de la necesidad de un Estado fuerte y centralizado. Ya en 1886, la creciente hegemonía conservadora se había expresado en una nueva Constitución que abolía el federalismo. La rebelión de las diezmadas fuerzas federalistas se inició con el asalto a la ciudad de Bucaramanga, pero pronto fueron derrotadas, aun cuando contaba con el apoyo del gobierno venezolano de Cipriano Castro.
En el medio se tramitaba la concreción del demorado proyecto del canal transoceánico por la provincia de Darién, en la actual Panamá. El interés norteamericano en la cuestión era indisimulable, y el gobierno conservador contaba con ese apoyo. No será casualidad que la paz provisoria entre los contendientes se firme a bordo del USS Wisconsin. Estados Unidos era un mediador abrumado de parcialidad, que alentaría la secesión panameña un año después, a modo de asegurarse a perpetuidad la posesión del canal.
Los años 30 supusieron un agotamiento de la hegemonía conservadora; la crisis internacional con epicentro en los Estados Unidos significó, paradójicamente, un alivio para los colombianos. La dura dependencia impuesta sobre Colombia se aflojó un tanto al ritmo de las dificultades metropolitanas, y los liberales llegaron al gobierno e instauraron lo que se dio en llamar la República Liberal, que se extendería hasta 1946.
Fue en realidad el primer interregno de gobierno coparticipado liberal-conservador. Pero la elección del mencionado Jorge Eliécer Gaitán, un reconocido líder popular, como candidato a la presidencia precipitó los impulsos sediciosos de terratenientes y militares conservadores. La propia Iglesia Católica había participado de la oposición al tibio intento de reforma agraria que proyectara el gobierno de Olaya Herrera. Esa coalición reaccionaria será la visualizada popularmente como responsable del asesinato de Gaitán en 1948, más allá de que el atentado en sí jamás fue esclarecido, y se sospecha de la participación en el hecho de la propia Central de Inteligencia norteamericana (CIA).
Al estallido popular que pretendió incendiar el mismo palacio presidencial de Nariño y linchar a su ocupante Mariano Ospina Pérez, le sucedieron la dictadura de Laureano Gómez, la intervención del congreso y una espiral de violencia facciosa que ya no tendría fin. El golpe militar de Rojas Pinilla a principios de los años 50 pretendió establecer una tregua forzosa sobre el conflicto, pero el éxito de su misión dio por resultado la alianza de liberales y conservadores en su contra a través del Frente Nacional, que concluirá por expulsarlo del poder y forzar su exilio en España.
Si bien el nuevo pacto liberal-conservador reinstauró el régimen electoral, lo vició alevosamente al convertirlo en una institución absolutamente ilegítima. Por este pacto, liberales y conservadores se alternarían en el poder, repartiéndose por mitades la totalidad de los puestos públicos y excluyendo cualquier otra participación política por los próximos dieciséis años.
En esta exclusión ilegítima y en el inicuo monopolio oligárquico sobre las tierras productivas se funda la insurgencia campesina y popular que daría por resultado el nacimiento de organizaciones armadas como las FARCEP, el EPL, el ELN o el Movimiento 19 de abril. Así, medio siglo de guerra civil, larvada o abierta, ha resultado en una naturalización del conflicto, en su cotidianeidad, al punto de perderse las motivaciones que lo originaran. Colombia respira desde hace siglos aires de violencia y conflicto social, de guerra civil y enfrentamiento de clases.
Un marco complejo
Desde hace décadas, cada nuevo gobierno que asume habla de paz; pero hace la guerra. Éste era el escenario a principios de los años 80, cuando un nuevo actor se introdujo en ese enrarecido ambiente. El auge del consumo de drogas y estupefacientes entre la población de los países centrales se convirtió en un jugoso negocio para las burguesías de los países periféricos ya entrenados en las economías de exportación de “ciclo corto". En Colombia se establecerá el complejo de producción coca-cocaína, sumando nuevos intereses y nuevas fuerzas beligerantes al morboso escenario de la conflagración indiscriminada.
Desde entonces, una insidiosa campaña de simplificaciones, desinformación, eslóganes y publicidad engañosa motorizada por las agencias de control del tráfico de sustancias ilegales y las de represión norteamericanas ha buscado oscurecer los verdaderos orígenes del conflicto político colombiano, tras la fachada de un problema policial. Su ocultamiento - qué duda cabe - no colabora en resolverlo, por el contrario lo prolonga, extendiendo también los sufrimientos de una población sistemáticamente martirizada.
Se atribuye a la guerrilla insurgente una colusión con el narcotráfico que, no importa qué opinión se tenga sobre el conflicto, se revela notablemente exagerada. Pero la capacidad que este comercio tiene de contaminar todas las napas de la sociedad colombiana también nos asegura que ninguna fuerza política o social puede estar al margen de las derivaciones de su economía.
En los breves capítulos que siguen, volviendo incluso varios siglos hacia atrás, trataremos de exponer las raíces del conflicto colombiano, porque son ellas las que nos iluminarán acerca de la lógica política que anima a los diversos contendientes.
Buscaremos luego retratar la emergencia de la implantación de la economía de la coca en Colombia, sin olvidar las últimas alternativas de este negocio: los plantíos de amapola dirigidos a la producción de heroína para su consumo en Europa y el mercado norteamericano.
No obstante el rótulo popularizado por Estados Unidos, que cuelga a la región el sambenito del “narcotráfico", muchos de los pobladores de estos países son “productores" de sustancias vegetales que se encuentran arraigadas en su cultura desde hace milenios, mientras que las actividades de transformación, transporte y comercialización (que a ello hace referencia el término “narcotráfico") se encuentran muy lejos de las capacidades y posibilidades del campesinado latinoamericano en general, y colombiano en particular.
En ese marco de violencia casi consustancial al estado de cosas, endémica, de grandes poblaciones rezagadas y de intereses económicos espúreos, debe ubicarse a las FARC. Ignorarlo sería pecar, deliberada o incautamente, de simplista.