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La escuela como activo de aprendizaje: utopías de nueva escuela

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“Creo firmemente que vivimos una revolución.

Hay signos de ello por todas partes… incluso en algunas escuelas”.

Jordi Adell6


Los seres humanos leemos la realidad a través de nuestros marcos mentales, que a su vez son una construcción de significados elaborada a partir de las experiencias vividas a lo largo de nuestra vida. Disponemos de marcos mentales para todo tipo de eventos y estos marcos nos permiten “entender” la realidad y actuar en ella. Algunos de esos marcos mentales son, incluso, ampliamente compartidos por un grupo, más o menos amplio, configurando así un marco cultural. (Trujillo Sáez, 2006).

Obviamente, disponemos de un marco mental y un marco cultural para entender qué significa aprender y enseñar, que incluye imágenes e ideas relacionadas con la escuela y la labor de los docentes. Toda la población escolarizada posee estos marcos mentales y culturales, lo cual explica que todos creamos saber cómo se aprende y se enseña de manera eficaz, aunque esta imagen “popular” (folk) no sea acertada ni esté relacionada con el conocimiento acumulado por las Ciencias de la Educación.

Sin embargo, visibilizar estos marcos mentales y culturales y ser capaz de deconstruirlos es el primer paso para la mejora de la educación, especialmente cuando el avance acelerado de transformaciones sociales y tecnológicas hace que el marco mental y cultural de finales del siglo XX puede que no sea la mejor manera de entender o intervenir en la educación del siglo XXI, como podemos ver a continuación.


Pues sí, yo soy Trujillo. Has leído bien: Trujillo. Es decir, yo me sentaba detrás de Terencio y Triviño, y justo antes de Úbeda y Uribarri. Éramos el final de la lista y cuando el profesor llegaba hasta nosotros, nos nombraba como quien realiza un gran esfuerzo, con un tono cansado a medida que se acercaba a los últimos nombres:

–“Terencio, Triviño, Trujillo, Úbeda, Uribarri.” Esos eran los límites de mi universo conocido.

Al otro lado de la lista estaban los Martínez y Mendoza. A los Pérez les pasaba como a Guadalajara, que todo el mundo sabe que está en el centro, pero nadie sabe ubicarla exactamente. Aún más lejos, en la otra clase, se hablaba de apellidos luminosos como Ariza o Benavente, pero yo nunca pude confirmar esta leyenda urbana. Los niños de la clase B nunca nos juntábamos con los de la clase A, como tampoco en nuestra clase hacíamos trabajos en pareja o en grupos ni proyectos ni aprendizaje por descubrimiento, en fin, ninguna de estas cosas modernas que ahora se estilan. En aquella época incluso teníamos Pretecnología, que a veces me pregunto yo cómo pudo alguien en el Ministerio de Educación de aquella época imaginar, cuando se hizo el currículo de la EGB, que después de la pre-Tecnología de los setenta y los ochenta llegaría la Tecnología de los noventa.

En fin, estos son mis antecedentes, y también el germen del orden de mi vida.

Entre muchas otras cosas, cuando uno entraba en la escuela, aprendía que todo tiene que estar cuadrado: desde la perspectiva de un niño, la escuela era una fila, una cuadrícula de mesas, una secuencia de clases fijadas por un horario en forma de tabla; desde la perspectiva del docente, la escuela es una serie de programaciones con objetivos que se alcanzan a través de actividades que se analizan con criterios de evaluación. En este brindis al sol de la previsión docente, toda actividad debe ser anticipada y reflejada por escrito en un formato estandarizado.

En el aula, todo se pretendía que estuviera perfecta y secuencialmente ordenado: entra el docente en clase, se abren los libros de texto, se revisan los deberes, se explica la página siguiente, se subrayan los cuadros resumen y se marcan nuevos deberes justo antes de salir para la siguiente clase, dejando atrás a los estudiantes fascinados por nuestra capacidad pedagógica.

Y todo ello, obviamente, para conseguir… ¿los mejores resultados? Según las estadísticas del propio Ministerio de Educación7 podemos estar contentos porque la evolución del abandono temprano de la educación y la formación es positiva: hemos pasado de un 30,3 % de la población de 18 a 24 años que no completaba la Educación Secundaria en 2006 a un 19,0 % en 2016. Ahora bien, aun reconociendo el avance, la media de la Unión Europea en 2016 es de un 10,7 % de la población y seguimos por encima de países como Portugal (que ha pasado del 38,5 % al 14,0 % en el mismo período) o Italia (que ha bajado del 20,4 % al 13,8 %).

Pero ¿cómo es posible que mantengamos estas estadísticas? Teníamos un plan, una estrategia, una tropa bien entrenada, unos estudiantes entregados, una familia concienciada y la Administración, dedicada a componer una ley educativa tras otra según fuera el color del partido político en el poder.

En mi opinión, para entender la situación es necesario comprender a Don Leocadio y a la Señorita Paqui.

Don Leocadio y la Señorita Paqui fueron nuestros maestros de la EGB. En los setenta Don Leocadio y la Señorita Paqui eran unos innovadores y dieron lo mejor de sí para convertir la educación del franquismo en una escuela más moderna y ajustada al proceso de transformación que vivía España; sin embargo, desde entonces, las estrategias de Don Leocadio y la Señorita Paqui, que no son más que una metáfora de una cultura educativa ajustada a esos años pretéritos, ya no nos sirven: están superadas y conducen al fracaso. Perdemos al alumnado, no convencemos a la sociedad y los propios docentes intuimos que el sentido de nuestra vida no puede ser llegar vivos al último tema del libro de texto, justo antes de la fiesta de fin de curso. Entre otras cuestiones, las estrategias de Don Leocadio y la Señorita Paqui no nos sirven porque nuestros estudiantes son conscientes del final de los dos mitos que las sustentaban: por un lado, “el maestro lo sabe todo”; por otro lado, “hijo, ve a la escuela, que allí te enseñan todo lo que hay que saber para la vida”.

Me temo que no es así. El conocimiento es el resultado de la participación en actividades sociales significativas, muchas de ellas en la red, pues siendo “nodos conectados” tenemos acceso a la información que nos permite generar conocimiento si se dan las condiciones adecuadas de trabajo, reflexión y reelaboración de la información para apropiarnos de su sentido. Y este conocimiento conectado nos permite intentar comprender y actuar en una realidad profundamente compleja, cambiante, escurridiza.

Sin embargo, hemos querido que el currículo sea un espejo de la realidad y por eso hemos seguido expandiéndolo y engordándolo como si el horario escolar no tuviera límites. Pues bien, resulta que el currículo no puede nunca abarcar toda la realidad. El currículo hoy es un espejo roto, fragmentado y que corta por muchos lados. Y nuestros estudiantes y nosotros somos conscientes de ello.

Solo cabe una posibilidad: prepararnos para la incertidumbre. Desarrollar competencias que nos permitan localizar información de calidad y compañeros para la aventura del aprendizaje. Aprender a filtrar la información, leerla críticamente, compartirla. Saber enfrentarnos a preguntas, encontrar respuestas y generar nuevas preguntas. Transferir lo aprendido a situaciones novedosas, y reflexionar sobre la experiencia vivida. Eso es hoy aprender.

Ustedes pueden creer que he cambiado de tema o que me he confundido con la sección de Ciencia Ficción Educativa, pero les aseguro que no. Hoy en nuestras escuelas hay decenas de docentes que crean en sus aulas espacios de aprendizaje como estos. Es decir, espacios de búsqueda y de diálogo entre todos los habitantes del aula y de conexión con otros nodos más allá. Así pues, hablemos de cómo los docentes crean hoy espacios de aprendizaje eficaces y duraderos en contextos de hiperabundancia de la información.

Para empezar, imagino que el lector conocerá la historia de Arquímedes o la de los pósits como ejemplos de serendipia. En el primer caso, Arquímedes descubrió el principio que lleva su nombre, según el cual todo cuerpo sumergido en un fluido experimenta un empuje vertical y hacia arriba igual al peso del fluido desalojado, al intentar descubrir si una corona había sido confeccionada con las cantidades y la proporción de oro y plata que decía el artífice de la obra. En el segundo caso, Spencer Silver, Art Fry y la compañía 3M inventaron uno de los iconos del diseño creativo (sic) gracias al fracaso de los adhesivos de acrilato y la frustración por fijar separadores en las páginas de un libro.

¿Qué tienen realmente en común ambas historias? ¿El nudo? ¿El desenlace? No, en realidad ambas historias tienen en común que surgen a partir de un reto. Y eso es precisamente lo que proponen los buenos docentes a sus estudiantes: retos. El reto puede ser construir una cámara de fotos con una caja de zapatos, lanzar un cohete al espacio o grabar un documental sobre la posidonia. Lo importante es que los estudiantes lo sientan como un auténtico reto, algo a lo cual merece la pena dedicarle tiempo y atención.

A partir del reto comienza un auténtico viaje en el cual los estudiantes deben localizar información, comentarla, organizarla, darle sentido, buscar respuestas o plantearse nuevas preguntas. Aquí es donde creamos un tiempo y un espacio para el auténtico aprendizaje, aquel que se plantea preguntas y busca respuestas.

En realidad, en mi opinión la clave no es tanto el nivel de control que mantengamos sobre el proyecto sino el porcentaje de diálogo que permitamos. Ahí es donde están tanto el descubrimiento como el auténtico aprendizaje. ¡Qué le vamos a hacer! Cientos de años de Ciencias de la Educación nos han llevado a concluir que los estudiantes aprenden mejor simplemente hablando entre ellos para resolver problemas, en vez de escuchándonos a nosotros, los docentes, contarles cómo se resuelven esos problemas.

Claro que esto abre otro tema de debate: ¿qué será más enriquecedor para el aprendizaje, un agrupamiento de estudiantes homogéneo o uno heterogéneo? Aquí recurriremos a las Ciencias Sociales y en concreto a la Teoría de Redes. Esta nos dice que puede haber lazos fuertes y lazos débiles. Por ejemplo, el lazo que te une con tu pareja es un lazo fuerte; el lazo que te une con una persona que acabas de conocer es débil. Si lo contemplamos ahora junto con la Teoría de la Información, los lazos fuertes son poco informativos mientras que los lazos débiles suelen ser más informativos por la simple razón de que el vacío de la información entre ambas personas, que es el motor de la comunicación, es mayor. Por ello, como se suele decir, en la variedad está el gusto, así que una manera de fomentar el aprendizaje en la escuela es alternar grupos cooperativos heterogéneos con distintos formatos a lo largo del año escolar (siempre que se tomen las precauciones y se realicen las actuaciones necesarias para garantizar la cohesión suficiente en estos grupos de tal forma que el diálogo –y el trabajo– fluyan).

En todo caso, estos grupos heterogéneos tienen que salir de su zona de confort. En primer lugar, salir de la zona de confort implica salir de clase, arriesgarnos a ver otras realidades distintas a las nuestras o a las que nos muestran los libros de texto. En segundo lugar, salir de la zona de confort significa ver la realidad de modo diferente, y ahí podemos recurrir a las muchas técnicas de creatividad que tenemos a nuestra disposición, desde los sombreros de De Bono hasta el Scamper, pasando por el Pensamiento Visual o el diseño de prototipos. Puede parecer increíble, pero todas estas técnicas están presentes ya, en cierta medida, en muchas de nuestras escuelas.

De todos modos, hoy el principal riesgo de los espacios de aprendizaje no es cómo enseñamos, porque el aprendizaje encuentra el camino incluso en los enfoques más tradicionales de enseñanza. El principal riesgo es cómo evaluamos.

Crear espacios cooperativos de aprendizaje a través del descubrimiento y la investigación está muy bien… hasta que llegamos al examen final. ¡El examen! ¡Ese sí que es un tema relevante! O reproduces exactamente lo que ha contado el docente o expone el libro de texto o ya puedes recoger el descubrimiento y la investigación, largarte y comenzar tu camino como emprendedor… eso sí, sin título de graduado en Educación Secundaria Obligatoria.

Pero ahí también hay muchos docentes que, en lugar de elegir una evaluación castradora, optan por una evaluación iluminadora. Es decir, buscan estrategias de evaluación que les permiten saber cómo aprenden sus estudiantes, apreciar los avances y, si están teniendo alguna dificultad, poder ayudarlos.

Así pues, no todo está perdido. Frente a las reválidas y los estándares de aprendizaje, hay un amplio grupo de docentes que apuestan por la innovación y que admiten la investigación, la creatividad y el diálogo como aliadas para el proceso de aprendizaje. La pregunta ahora es cómo conseguimos que en lugar de tener un 10 % de profesorado innovador en cada centro tengamos como mínimo un 90 % innovador.

Mi propuesta aquí es que gamifiquemos la profesión docente. Gamificar consiste en aplicar algunas de las claves que hacen de los juegos una experiencia satisfactoria en situaciones que no son estrictamente lúdicas. En este sentido, tenemos que recuperar para la educación algunos de los principios del juego que favorecen la innovación: la narración épica, la creación de escenarios por explorar, la superación de retos para conseguir llegar a la meta, la elección entre diferentes caminos, el aprendizaje a partir del error o la inteligente gestión de las recompensas son algunas de las claves para esta gamificación del espacio escolar.

Por último, les voy a pedir un favor. Quisiera pedirles que, entre todos, ayudemos al profesor innovador, a ese que busca nuevos caminos, a quien ofrece retos, a quien permite el diálogo, a quien ha asumido que su tarea es la formación de personas para el siglo XXI y no máquinas de superar test. No tengan ustedes reparo: abracen al maestro innovador y apóyenlo cuando reclame las mejores condiciones de aprendizaje y enseñanza para su alumnado. Muéstrenle su afecto y su comprensión, ofrézcanse a colaborar en sus clases, acudan a la clase con sus conocimientos y su experiencia. Ayudemos a ese docente innovador a no sentirse un “docente solitario”.

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