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APÉNDICE I
RELACIÓN
Оглавлениеde la jornada que hicieron á Trípol de Berbería las armadas católicas, años 1560 y 61. 38
Fray Parisote, Maestre de los Caballeros de San Juan, codicioso de adelantar y ennoblecer su religión, como buen administrador della, teniendo siempre ante los ojos la perdición de Trípol, con deseo de recobrarle, aunque no se había perdido en su tiempo que él gobernaba, sino en el del Maestre pasado, ansí por enmendar el daño que los turcos habían fecho en cosas de la Religión, como por el mal y desasosiego que daban á Malta los cosarios que en Trípol se recelaban, viendo la paz y hermandad que de nuevo había entre los Reyes de España y Francia, parecióle oportunidad para anteponer la impresa, comunicándolo primero con el Duque de Medinaceli, que al presente estaba en el gobierno de Sicilia, porque á él como Visorrey de aquel reino tocaba ser General de la impresa cuando se hobiese de hacer.
Al Duque paresció muy bien lo que el Maestre procuraba, porque allende del beneficio grande que venía al reino quitando un tan mal padrastro, de cabo él por su parte desearía hacer alguna cosa en Berbería, digna de memoria, como lo había hecho el Visorrey pasado Joan de Vega en la tomada de Africa, y ansí acordaron de escrebir los dos al Rey sobrello, encargando la solicitud del negocio al Comendador Guimarán, que se hallaba en la corte.
No pareció mal al Rey lo que el Maestre y Visorrey demandaban, por amparar y favorecer una religión de tanta antigüedad y nobleza, con el amor y afición que lo había hecho la buena memoria del Emperador, su padre, y los Reyes de España, por el beneficio y quietud que resultaría á sus vasallos.
Trató el negocio con los que se hallaban allí en corte, que lo entendían, y no contento con esto dió parte dello al Príncipe Doria, para no hacer cosa sin consejo y parecer de un hombre de tanta reputación y que con tanta afición y lealtad había servido siempre, y de más experiencia en semejantes cosas más que otro alguno.
En este medio, el Maestre y el Duque tornaron á escrebir sobre el mismo negocio á S. M. Estaba de partida para España, y viendo la respuesta del Príncipe, escribió al Duque de Medinaceli que hiciese la jornada con el consejo y parecer del Príncipe Doria y del Maestre y Duque de Florencia, que había de enviar sus galeras. Para ello mandó al Duque de Alcalá, Visorrey de Nápoles, que diese la infantería española de aquel reino, y que D. Alvaro de Sande, coronel della, la llevase, con la que el Duque de Sesa, gobernador del estado de Milán, daría. Escribió ansí mismo á Joan Andrea, General de la mar, que fuese á servir en la jornada con sus galeras, sin apartarse de lo que el Duque de Medinaceli hobiese menester del armada. Á D. Sancho de Leyva, General de las galeras de Nápoles, escribió mandándole que llegados en Berbería saliese en tierra con el Duque, y en el progreso de las cosas de guerra le aconsejase, como prudente, todo lo que hobiese de cumplir, y al Duque escribió que no hiciese cosa sin dar parte á D. Sancho.
El Visorrey, vista la orden de S. M., avisó al Maestre para que toviese en orden las galeras y gente que había de servir en la jornada, y por su parte entendió en buscar dinero para las provisiones que eran menester, y para pagar los soldados españoles de la isla, que se les debían catorce pagas, y para hacer de nuevo gente envió á Caldes, caballero de la Orden de Santiago, á Nápoles, á demandar la gente y artillería que le habían de dar.
Al Duque de Alcalá no le pareció, en tiempo tan sospechoso, quitar los presidios de las tierras de marina, estando como estaba el armada del gran Turco á la Belona y teniendo la nueva que tenían de la muerte del Rey de Francia, que por este mismo respeto el Duque de Sesa había suspendido el licenciar la gente, por no estar bien acabada de confirmar la paz.
Todos los ministros de S. M. estaban á la mira si con el nuevo Rey hobiese nuevo acuerdo en lo de la paz, y ansí acordaron en Consejo que Don Alvaro de Sande viniese á Mesina, como vino; y hallando quel Visorrey daba priesa á las provisiones, con deseo de llevar adelante la empresa, y viendo esta determinación, por no perder tiempo, partió D. Alvaro con las galeras á Génova, para ir de allí á Milán por la gente.
Severino fué por pagador, con los dineros, y dió la paga en Génova, de manera que anduvo después en pleito con los maestros racionales, que no se le daban por bueno, aunque daba por excusa que D. Alvaro se lo había mandado hacer ansí.
Mientras D. Alvaro fué á Milán, el Duque despidió capitanes para que hiciesen gente en Sicilia y Calabria y repartió por todas las tierras de la isla, que cada una diese tantos gastadores. Destos hicieron compañías con sus capitanes y banderas.
Entre tanto que la gente de guerra se recogía á Mesina, se entendía en embarcar la artillería y municiones y vituallas. Todo esto era tan bueno y en tanta abundancia, que sobraba para doblado ejército del que había de ir. Desluciólo todo la poca maña que el Comisario D. Pedro Velázquez tuvo, ansí en el embarcar, como en el repartir; y si flojamente se pasó en esto, muy peor lo hizo en tomar muestra á los soldados españoles de la isla y á los calabreses y sicilianos. Dió lugar, por ser mal plático, á que los capitanes se aprovechasen á su placer. Tomaba la muestra en la iglesia mayor, abiertas todas las puertas, y muchas veces de noche, y ansí, cuando pensamos llevar 15 ó 16.000 hombres, hubo pocos más de 10.000. El mismo engaño de las pagas hubo después en las raciones.
D. Alvaro volvió de Milán de mediado el mes de septiembre y trajo 18 banderas de españoles, tan pobres de gente, que no pasaban de 800 ó 900 soldados, y tres de tudescos, en que había otros 800, sin otra que se hizo después, y 16 banderas de italianos, en que había hasta 3.000, muchos dellos franceses y gascones. Desde á pocos días después de llegado se echó bando, que duró una hora el publicarle, y entre muchas cosas que decía mandaba que ningún soldado fuese á correr en Berbería ni tomase ropa ni esclavo á otro, so pena de la vida. Fuera harto mejor mandar que no talasen los morales y olivos de que muchos pobres ciudadanos mesineses se mantenían, sin que cada día los teníamos en arma con las muertes y revueltas que á cada paso se hacían, por venir muchos foragidos del reino de Nápoles y Sicilia, con salvoconducto para servir lo que durase la jornada.
El Duque y D. Alvaro entendían en hacer escuadrones y escaramuzas en el Brazo de Sarranela, que dieron harto que reir á muchos y perder la esperanza de que saliesen bien con lo comenzado.
En estas escaramuzas y niñerías acaeció que un soldado español que se decía Herrera dió un bofetón á un caballero ginovés, hijo de Antonio Doria. Pesóle á toda nuestra nación en el alma, por tener tanta afición á su padre, estando este caballero á pie mirando cómo escaramuzaban los de á caballo. El soldado, por huir de los caballos que venían torneando el escuadrón, vino á topar con él y ponérsele delante, y sobre hacerle apartar, le dijo palabras quel soldado se descomedió á darle el bofetón. Metieron todos manos á las espadas, y llegaron allí luego el Visorrey y otros muchos. El soldado se desapareció por la mucha gente que había, y se fué á salvar en una casa donde estaba bien secreto si no le vendieran. Diéronse tan buena maña el César Doria y sus hermanos, con espías y sobornos, que vinieron á saber dónde estaba, y con mucha gente armada entraron de noche y lo mataron y lleváronlo arrastrando á la marina, mostrándolo de galera en galera con un esquife. De ahí lo llevaron á la plaza del castillo, donde pasaba el Visorrey, haciéndole guardia hasta el día, para que le vieran los que salían y entraban. Esto indinó muy mucho la gente de guerra, por lo que sucedieron muertes y se vinieron á poner carteles, sin que se hiciese castigo ni demostración dello.
Entrando el mes de otubre con gran lluvia y tempestad de vientos, á todos los que se les entendía algo de cosas de mar, les parecía desvarío partir en tal tiempo una armada tan grande como aquélla, mayormente dándose la poca priesa que se daban á embarcar lo que era menester, que, según la torpeza y flojedad que en esto usaban, no acabarían por todo aquel mes.
Juan Andrea Doria perdió una galera y un esquife de otra, allí en el Faro, y decía públicamente que si las galeras que traía fueran del Rey, como eran suyas, que no fuera á la jornada, aunque el Rey se lo había mandado; pero que iba porque no pudiese nadie decir que dejaba más la ida por temor de perder su hacienda, que por lo que cumplía al servicio de S. M.
D. Berenguer de Requesens, General de las galeras de Sicilia, fué siempre de parecer que no se fuese á Trípol, y ansí lo decía públicamente y lo escribió al Rey, por lo que vino el Duque á desabrirse con él y á no tratar con alguno de los que contradecían la ida. Con D. Alvaro solamente consultaba y comunicaba todo lo que se había de hacer.
De aquí comenzó la discordia entre los que mandaban, y con este buen principio, á los 25 de otubre de 1560, hizo vela del puerto de Mesina la nave Emperial, que iba por capitana de todas las demás, que serían hasta 40. Iba en ella por Comisario general Andrea de Gonzaga, Coronel y Maestre de campo general de toda la gente italiana, y las naves anduvieron ocho días en bonanzas, dando bordos, sin poder pasar de Zaragoza, donde se entraron el 1.º de septiembre por el mal tiempo. Este mismo día llegaron allí las galeras con el Visorrey, y dende á pocos días se acabaron de recoger las galeras de Cigala y otras naves que faltaban, con gente y municiones.
Por todo el mes de noviembre no se pudo partir de Zaragoza por los malos tiempos. Hízose muy gran daño en la campaña, cortándole los olivos y viñas y árboles fructíferos della para quemar, robándoles las maserías, sin dejarles buey ni oveja en ellas, ni cosa de comer.
Primero de diciembre partió de aquí la armada para Malta, y ya otra vez habían salido y vuéltose al puerto de 20 millas de allí. Esta segunda vez llegaron las naves y galeras á Cabo Páxaro, 60 millas de Zaragoza, y de allí se engolfaron en el canal de Malta. Las galeras pasaron adelante y llegaron otro día á Malta, donde fueron recibidos del Maestre y Caballeros con mucha fiesta. Las naves volvieron aquella noche á Cabo Páxaro con viento contrario, y las dos galeras de Mónaco con ellas, que no pudieron proejar para tomar la isla con las demás por estar largas á la mar. Dieron fondo todas á Cabo Páxaro; y temiéndose de unas burrascas que comenzaron de media noche abajo, disparó la Capitana á levar, y algunas dellas, por darse más priesa, se dejaron las áncoras y se fueron todas á Zaragoza. Después perdieron algunas las barcar por enviar por las áncoras. Deste mesmo puerto salieron otras tres veces, y tantas se tornaron sin poder pasar á Cabo Páxaro.
En esto comenzó la gente á enfermar y morir á más furia quel mes pasado, y los de la ciudad, desdeñados del estrago que se les había hecho y hacía en la campaña, no querían acoger los enfermos, y ansí murieron muy muchos por dejados, como los dejaban á la marina al agua y sereno. Primero que se determinase á darles recaudo, fueron tantos los muertos, que hubo banderas desarboladas y nave en que no quedaron 20 hombres.
Viendo esto Andrea de Gonzaga, envió una fragata á dar aviso al Visorrey de lo que pasaba y de la poca gente que había, porque, sin los muertos, se huían cada día muchos soldados y marineros, tanto que había muchas naves que no podían navegar por falta dellos. Pasaron veinticinco días que no tuvimos aviso de las galeras ni se supo dónde estaban. Andrea Gonzaga estaba con determinación de no partir de allí sin tener respuesta del Duque.
Á los 20 del mes se comenzó á publicar una nueva, sin cierto autor, que las galeras habían pasado á los Gelves sin haber reposado en Malta, mas de tomar gente y municiones. Esta nueva debieron de inventar los zaragozanos ó los de aquellos contornos, por hacer ir de allí las naves. Como esto se comenzó á divulgar entre los soldados, todos deseaban ser ya allá, y ansí daban priesa en la partida, y hubo Capitanes que se quisieron ir sin aguardar la Real, por lo que acordó Andrea Gonzaga partir la noche de Navidad, y otro día, en amaneciendo, al salir del puerto, llegó D. Pedro Velázquez, Comisario de la armada, en una galeota y dió nueva que estaban en Malta.
Más adelante se descubrieron 22 galeras que traía el Comendador Guimarán para hacer ir á las naves y pasar á Mesina por dineros. Llegadas estas galeras á Zaragoza, hicieron lo que solían en las posesiones della. Cargaron de leña para Mesina, y lo mesmo hicieron á la vuelta para Malta. Las naves siguieron su camino con poco viento, y ansí tardaron ocho días y más en recogerse todos á Malta, donde habían llegado otras naves con siete compañías de infantería española del reino de Nápoles, sin otras cuatro que habían venido primero á Mesina. Estas 11 banderas trajeron harto más gente que las de Lombardía. Como iban llegando las naves, les salía á dar orden una fragata que se fuesen á Puerto Xaloque, ocho millas de allí. Después las mandaron venir, y trayendo algunas á jorro las galeras, se metió un temporal tan fuerte, que las galeras las desmampararon y se tornaron á Malta. Las naves corrieron la vuelta de Sicilia hasta llegar á Cabo Páxaro, donde surgieron para volverse con el primer buen tiempo. En una de ellas, en que iba un Gregorio, tocó una compañía de calabreses. Antes que llegase al Cabo, tomando la vuelta para entrar en él, se amotinaron los soldados y dejaron ir la nave en popa, la vuelta de Calabria, hasta llegar al Cabo de Espartivento, y teniendo ligado el Capitán y sus Oficiales, maltratándoles, se hicieron echar en tierra y se fueron á sus tierras.
En el galeón de Cigala iba una compañía de sicilianos del Capitán Lope de Figueroa y otra de gastadores. En viéndole surto, hicieron lo mesmo que los calabreses, y aún más, porque mataron al Sargento y llevaron al Alférez ligado en tierra, y trataban de tirarle con las escopetas. El Capitán de la compañía había quedado en Malta. Primero que salieron del galeón enclavaron el artillería porque no les tirasen con ella, y no pudiendo caber todos en las dos barcas, quedaron de los amotinados hasta 24 ó 30. Los marineros y muchos soldados que no habían sido en el motín, se juntaron y prendieron éstos, y dieron aviso á una nave questaba allí junto, donde estaba el Capitán Artacho, que traía á cargo las siete compañías del reino de Nápoles. Envió por ellos y trájolos á Malta, donde ahorcaron tres de los más culpantes y siete desorejaron y echaron á galera.
Llegados ya todos á Malta tornó la gente á morir, mucho más que en Zaragoza: la causa de esto era el mal pasar de tanto tiempo por la mar, y para los grandes fríos que hacía estar la gente desnuda y sin pagas, trayendo, como traían, mucha ropa de Génova y Milán. Dejaron morir muy mucha gente de frío por no darles á tiempo de vestir. Estaban los monasterios é iglesias llenos de enfermos, que era la mayor compasión verlos morir por aquellos suelos, sin darles recaudo, hasta que el Obispo de Mallorca demandó un casal en que estuviesen, y otras casas en el Burgo, donde los recogió y gobernó lo mejor que pudo.
La solicitud deste Obispo fué parte á que no muriesen muy muchos más de los que murieron. D. Sancho de Leyva hizo adereszar otras casas en que recogía los enfermos que cabían, y los hacía curar y gobernar muy bien de sus dineros, visitándolos él cada día, mandando á los que los tenían encargo que no les dejasen faltar nada. Fué obra para en Malta de gran caridad y de harto más provecho para los pobres que nadie podrá creer, sino los que vieron la necesidad que allí pasaron enfermos y sanos.
Con toda esta mortalidad no faltaban cada día en casa del Maestre máscaras, danzas y fiestas de damas, y torneos y sortijas, con tanto placer y regocijo como se pudieran hacer al tornar de la jornada con victoria.
Aquí se tomó muestra á la gente italiana en la campaña, contándolos en el escuadrón por hileras, y diciendo el Duque de Vivona que había pocos más de 3.000, en los que allí había, que aún faltaban naves por desembarcar su gente, el Duque de Medinaceli le dijo que no dijese que eran tan pocos, de manera que lo entendiese nadie, como si los que salían á verlo no miraran lo mesmo que el Duque, y algunos Capitanes, creyéndose que se hacía la muestra para darles dineros, recogían criados de caballeros que trajeron allí. Conociéndolos algunos que iban con el Duque, se los mostraron y no hizo caso dello; y vista la poca gente que había en las naves, hubo grandes contrastes sobre si se iría adelante ó no. Todos eran de parecer que se tornasen; D. Álvaro sólo tuvo fuerte en que se fuese, tratando de pusilánimos á los que contradecían. El Duque deseaba en extremo salir con lo que había comenzado, viendo que un hombre de tanto valor y experiencia como D. Álvaro, en cosas de guerra, mayormente en Berbería, donde había hecho tantas y tan buenas cosas, facilitaba tanto la empresa, tenía esperanza de salir con ella, y ansí acordó de enviar capitanes á Sicilia y Nápoles á hacer gente de nuevo, dándoles orden que nos viniesen á hallar en Trípol.
En este medio tornaron las galeras que habían ido á Mesina. El Visorrey, fastidiado de haberse detenido tanto en Malta, dió priesa á la partida, y á los 9 de hebrero se salió de casa del Maestre sin despedirse dél ni hablarle, se fué á embarcar. El Maestre quisiera tornarle aquella noche á casa y no pudo.
Otro día se partió con toda la gente y armada; las galeras sacaron fuera las naves que habían de ir. Licenciaron algunas ansí por la falta de gente como de vituallas, y pudiera licenciarse más, que hubo nave que fué con 200 quintales de bizcocho, sin gente ni otro cargo. La licencia que dieron á los pobres patrones fué para acabarlos de echar á perder, porque allende de no pagarles lo servido, les tomaron las gumenas y áncoras y marineros, para darlos á los que iban á servir, y sobre todo esto, compuso muchos dellos el alguacil real de Joan Andrea, como hizo á otros en Mesina.
Dióse orden á todas las naves que siguiesen la capitana, sin decirles dónde habían de acudir si acaso se perdiesen unas de otras, como suele acontecer. La general llevaba orden de ir á Cabo de Palos; caminaron todo aquel día y la noche con viento próspero; después se les volvió el tiempo de manera que vinieron á descaecer á los Secos de los Querquenes, donde surgieron, aunque no todas, que algunas habían perdido la Real por un mal temporal que duró poco.
Las galeras partieron de Malta ya tarde, el mismo día que las naves, y llegadas al paraje de una isla que se dice la Lampadosa, donde se había de hacer agua y leña, por la falta que hay della en Berbería, pasáronse sin tomalla, caminando derechas á la isla de los Gelves, donde llegaron sobre tarde.
Antes de llegar descubrieron dos naves: fueron D. Sancho de Leyva y Scipión de Oria, y tomó cada uno la suya; la gente dellas se huyó en tierra. También descubrieron dos galeotas en la Cántara. Según se ha entendido de los esclavos dellas, estaban ya los turcos para huirse en tierra si vieran que iban nuestras galeras á ellas. Debiéronlo dejar por ser ya tarde. Ellas se huyeron aquella noche y hicieron harto daño. Tomaron algunos bajeles pequeños que se habían perdido de las naves, y fué el Truchalí, que las traía, á Constantinopla á solicitar la venida de la armada. Nuestras galeras se recogieron todas á la Roqueta, y otro día por la mañana echaron gente en tierra para hacer agua; y como los de la isla habían descubierto las galeras el día antes, acudió mucha gente de pie y caballo: pusiéronse en unos palmares allí cerca. El Visorrey tenía en tierra hasta 3.000 hombres, y hecho el escuadrón, mandó salir arcabuceros que fuesen á escaramuzar con los enemigos. Trabóse de manera la escaramuza que duró cinco ó seis horas, y tan reñida, que vinieron hartas veces á las espadas. No osaban los nuestros alargarse mucho del escuadrón por la caballería de los enemigos. Muchos soldados pelearon este día muy bien. Hubo muertos y heridos de todas partes, aunque pocos. No se tomó ninguno para lengua, que fué harto mal para nosotros no saber lo que había en la isla antes de partir della.
Después quel Duque entendió que las galeras habían hecho su aguada, por ser ya tarde mandó retirar la gente del escaramuza, y al recoger, que se recogían al escuadrón, comenzaron á cargar los enemigos, con la grita y alarido que suelen, y acercáronse tanto, que hirieron algunos en el mesmo escuadrón.
Á D. Álvaro dieron este día un arcabuzazo, andando á caballo. No le hizo mal. Anduvo muy bueno este día en dar orden, y todo lo demás que se debía á su cargo y reputación. Toda la gente se embarcó, sin que los enemigos hiciesen más mal, aunque al embarcar, por darse algunos más priesa que era menester, hubo alguna desorden.
Aquella misma noche se fueron las galeras y vinieron el día siguiente á hallar las naves surtas en los Secos. Proveyeron de agua á muchas naves que les faltaba, que con la priesa del partir de Malta no habían tomado el agua que habían menester. De allí partieron todos juntos á Cabo de Palos, donde llegaron otro día.
Al salir de Malta quedaron nueve galeras que no partieron con la Capitana: las ocho dellas partieron aquella misma noche: la patrona de Cigala se quedó en el puerto: las ocho siguieron el mismo marinaje que las primeras: llegaron á los Gelves con dos horas de día á la misma Roqueta donde las otras habían estado, y teniendo necesidad de tomar agua, juntáronse los Capitanes de infantería española; fueron á hablar al Duque de Vivona, que venía en la Capitana de Florencia, para ver si la hacían; el Duque les dijo que iba allí como hombre particular, que no tenía cargo para dar orden; que ellos, como hombres de guerra, viesen lo que era menester, que él les favorescería con su persona y criados, y ansí determinaron los Capitanes de salir en tierra con sus Oficiales y hasta 300 hombres, hecho un escuadrón. Dellos apartaron hasta 30 arcabuceros, y pusiéronlos en un alto, cerca del escuadrón, para que tirasen de allí unos moros de á caballo para que no se acercasen á estorbar el hacer del agua, y ansí estuvieron todo el tiempo que duró el hacerla. Hecha el agua, se comenzaron á embarcar algunos soldados, y con ellos el Capitán Joan de Funes, y el Capitán Joan del Aguila había harto que había embarcado diciendo que no se sentía bueno. Los otros cinco Capitanes no se quisieron embarcar hasta los postreros. En esto se levaron unas galeras para mejorarse á otro puerto á donde descubriesen los moros para tirarles. Como los enemigos les vieron vueltas las popas y retirarse los arcabuceros que les tiraban para irse á embarcar, cerraron con ellos y rompiéronlos. Entrando dentro en la mar, secutándolos, mataron y prendieron hasta 150 hombres; los presos fueron muy pocos; murieron todos cinco Capitanes peleando muy valerosamente delante sus soldados. El Capitán Adrián García, Pedro Vanegas, Pedro Belmudes, Antonio Mercado y D. Alonso de Guzmán. Éstos se perdieron de buenos, que bien se pudieran embarcar si quisieran. Tuvieron por mejor morir que no desamparar sus soldados. Los demás se recogieron á las galeras, quién á nado, quién en los esquifes. Partiéronse luego de allí con este buen suceso, y vinieron á Cabo de Palos. A todos dió pena esta desgracia.
En Cabo de Palos se supo de unos jeques de alarbes que vinieron á ofrecerse de servir contra los turcos, como Dragut quedaba en los Gelves con 400 caballos y hasta 1.500 hombres de pie entre turcos y moros, y quél era el que había escaramuzado con los nuestros al agua, y el que había hecho el daño en la gente de las ocho galeras, y quel día antes que llegasen nuestras galeras había peleado con la gente de la isla, al paso, y roto y muerto muchos moros gervinos, y robado y quemado los casales y haciendas de los que no eran de su parcialidad. Por no darnos maña el día de la escaramuza de tomar lengua ni meter un moro de los que llevábamos en tierra para que supiese lo que había y lo que se sabía de Trípol, como era razón que se supiese, dejamos de prender allí á Dragut, que los mismos de la isla ayudaron á ello, y tomándole el paso, no podría en ningún modo escapar, y ansí hacíamos la jornada de Trípol y la de los Gelves con prenderle. Por eso dicen que no hay mejor adivino quel que bien piensa lo que hace, y ansí los que tienen cargo, mayormente en cosas de guerra, por muy discretos y avisados que sean, no han de hacer cosa sin consejo y parescer de muchos, lo que no se hizo en esta jornada, y ansí sólo ella se puede llamar guerra sin consejo.
En Cabo de Palos estuvimos todo el mes de hebrero sin poder pasar adelante por los malos tiempos. Aquí se perdió la nave Imperial, remolcándola las galeras de una parte á otra.
Salvóse la gente della y repartiéronla por las otras naves. Ahogáronse dos sacando el artillería de batir que traía. Perdióse harta pólvora, balas y cuerda y muy muchas vituallas. Aquí comenzaron algunos de nuevo á quejarse del Visorrey, diciendo que no hacía caso de nadie ni llamaba á Consejo los Oficiales de S. M., que eran diputados para ello, y muchos señores y caballeros que venían á servir, por lo que comenzaban á suceder mal algunas cosas, y ansí acordaron pedir lista de la gente que había á los Capitanes de los soldados que cada uno tenía, porque se dijo que había muchos enfermos.
Vista la poca gente que había, se determinaron en la ida de los Gelves, de Cabo Palos; escribieron al Bajá del Caruán, y enviaron un moro á Trípol por espía para saber la gente que tenía Dragut dentro y ver si se fortificaba. Diéronle tres escudos, y no volvió con la respuesta. También asoldaron unos jeques de alarbes para que viniesen á servir en los Gelves. Vinieron á tiempo que no fueron menester.
Primero de marzo, al hacer del alba, hicimos vela para los Gelves con muy buen tiempo, donde llegamos aquella misma noche, y reforzó tanto el viento, que fué muy gran ventura no perderse muchas naves al tornar de los Secos. Los cinco días siguientes hizo una tormenta tan deshecha, refrescando el viento de hora en hora, que á hallarnos en playa, se perdía todo el armada sin remedio alguno.
Á los siete días desembarcó toda la gente en la isla, á la parte de poniente, á una torre que dicen de Valguarnera, questá ocho millas pequeñas del castillo, lugar nada cómodo para desembarcar, porque las naves estaban cinco millas largas de tierra, y las galeras más de tres, y sin nada desto, por ser parte donde no había agua. Luego se puso diligencia en hacer pozos y no se halló agua, por lo que padesció la gente harta sed. Tardóse todo el día en desembarcar los soldados y artillería. Esta parte donde desembarcamos es la más estéril de toda la isla, y ansí no parescía hombre por toda la campaña.
Aquella tarde vino un moro viejo á caballo con otro de á pie con él, de parte del jeque y los gervinos, diciendo que no querían pelear contra la gente del Rey Felipe, antes se holgaban y se tenían por muy dichosos en estar debajo de su amparo y protección, y ofrescían de ayudar de muy buena gana á echar á Dragut de Trípol y de toda Berbería. El Virrey le recibió alegremente, agradeciendo al jeque y á los de la isla la voluntad que mostraban al servicio de S. M., y ansí él les ofrescía hacerles todo buen tratamiento, que en el castillo tratarían lo que cumplía á todos.
El viejo era hombre de bien: se partió muy contento; pero el que venía con él no era todo bueno; pero bien lo pagó, que lo mataron otro día en la escaramuza. Este tuvo cuenta con la poca gente que venía, y con ver que mucha della estaba flaca y maltratada. Dió de todo relación á los moros, persuadiéndoles que nos diesen la batalla y peleasen antes que hacer acuerdo alguno con cristianos.
Otro día bien de mañana comenzó á caminar el campo, marina á marina, en muy buena orden, la vuelta de los pozos, donde habíamos de alojar. Estaba un poco más de cinco millas de allí. Andrea Gonzaga iba de vanguardia con un escuadrón de italianos: la Religión, tudescos y franceses iban con otro escuadrón de batalla; la infantería española iba de retaguardia, cada tercio por sí. En su orden cada escuadrón llevaba delante piezas de campo y mosquetes, y ansí caminamos hasta los pozos sin descubrir moro que nos diese empacho. Desde los pozos se descubrían muy muchos moros entre unos palmares, bien adelante al paso por donde se iba al castillo.
Llegada la vanguardia á los pozos, se entendió en limpiarlos, y sin aguardar en su orden hasta que llegase la batalla, salió el Coronel Spínola con algunos arcabuceros italianos hacia los palmares. Como los moros vieron caminar esta gente adelante, alteráronse, paresciéndoles que no se afirmaba el campo aquella noche en los pozos, sino que pasaban al castillo, questaba poco más de dos millas de allí, donde tenían los más facultosos las mujeres y hijos y haciendas; y como entre ellos había muchos de la parte de Dragut, amigos de alteraciones y revueltas, que no venían bien en que se hiciese paz, con esta ocasión comenzaron á decir á los demás: «Ya veis que los cristianos pasan al castillo con desinio de tomar nuestras mujeres y hijos por esclavos: lo mismo querían hacer de nosotros; mejor es que muramos peleando por nuestra libertad, que no dejarnos engañar con palabras y ser esclavos, cuanto más, que siendo como somos doblada gente que ellos, sanos y rebustos, haciendo lo que debemos, no hay duda sino que será nuestra la vitoria, siendo los cristianos tan pocos y muchos dellos enfermos y malparados. Por eso, determinaos á pelear y acometámosles luego, porque ya que no les podamos romper, vienen tan cansados y tan embarazados con las armas que traen, que nos saldremos dellos y nos volveremos, sin que nos puedan alcanzar ni enojar. A lo menos no nos quejaremos de nosotros mismos por haber dejado de probar nuestra fortuna.»
El jeque, que era nuevo y no tenía los de la isla tan á su devoción que pudiese estorbarles que dejasen de concurrir con los que procuraban alteraciones y desasosiegos, y así persuadidos de los demás, comenzaron todos juntos á dar voces y alaridos, tomando puños de tierra y echándolos en alto para adelante, ques señal entre ellos de querer pelear, y juntamente con esto dispararon escopetas á los nuestros, y ansí se comenzó la escaramuza.
En esto arribaba la infantería española á los pozos. Tardó tanto, por desempantanar una pieza de artillería que traían los de vanguardia. En sintiendo la arcabucería en los palmares, mandaron marchar la artillería y gente delante, y fué bien menester, porque de otra manera degollaban todos los que habían salido con el Coronel Spínola, por ser pocos y haberse alargado más de lo que era razón.
El escuadrón los recogió y afirmóse poco más de cien pasos de las primeras palmas. Los moros cobraron grande ánimo en ver que los nuestros les habían vuelto las caras, y vinieron con gran ímpetu, hechos un horror á acometer el escuadrón. Su cuerno derecho cerró animosa y determinadamente con la arcabucería questaba por guarnición del lado izquierdo de nuestro escuadrón á la parte de la marina; pero no con menos valor resistieron los nuestros el ímpetu y furor de los enemigos, sin tornar paso atrás, disparando una vez los arcabuces, no teniendo lugar para tornar á cargarlos, por estar ya revueltos con los moros. Vinieron con ellos á las espadas; los hicieron retirar huyendo, quedando dellos 43 muertos en el mismo lugar que embistieron, sin otros muchos que mataron en el alcance. El otro cuerno izquierdo suyo, que venía á dar por la parte derecha del escuadrón nuestro, y la media línea, que venía á dar con el frente dél, viendo el mal suceso de los primeros, se retiraron sin osar llegar á las manos.
En este medio jugaba nuestra artillería por todas partes, que ponía gran temor en los enemigos. Tornóse de nuevo á otra escaramuza; sustentáronla gran rato el Capitán Gregorio Ruiz y Bartolomé González, reparándose con los fosos de unas viñas, de donde hicieron harto daño en los moros, hasta que llegó de nuevo con más gente el Capitán Joan Osorio de Ulloa, y pasó tan adelante, que faltó poco perderse él y los que le seguían. Viendo los enemigos tan pocos, y que de mal pláticos habían disparado los arcabuces todos juntos, dieron sobre ellos y hiciéronlos tornar con más priesa de la que habían traído. Fueron causa éstos, con su mal orden, que los dos Capitanes que hasta allí se habían mantenido bien, desamparasen los puestos y se retirasen, y hirieron en el alcance á Gregorio Ruiz de una lanzada, de que murió dende á pocos días. Perdióse gente en esta retirada, y perdiéranse todos si el escuadrón no marchara á socorrerlos.
Las retiradas vergonzosas que hicieron este día los arcabuceros italianos y los nuestros, fueron por ir más adelante de lo que debían, sin llevar picas que los amparasen. El Duque, para la poca plática que tenía en semejantes cosas, anduvo este día muy bueno, alegrando y animando la gente, acudiendo á todas partes, dando la orden que convenía; lo que no hicieron otros que eran más obligados á ello, con quien tuvieron muy gran cuenta los soldados.
Los pocos caballos que teníamos, que serían hasta 20, que los demás no eran desembarcados, sirvieron bien. Á D. Luis Osorio, Maestre de campo de la gente de Sicilia, mataron el caballo y matáranlo á él si no lo socorrieran, y peleó como muy buen caballero este día, y todo lo que duró la jornada hizo lo que debía. Los moros tenían 5 ó 6 caballos, en que andaban los que los gobernaban; pero serían 13 ó 14.000 hombres de á pie; los nuestros podrían llegar hasta 7.000.
Murieron este día, de nuestra parte, 30 hombres; pocos más saldrían heridos, y casi todos de lanza y espada, porque tenían muy pocas escopetas. De los moros, entre muertos y heridos, pasaron de 500, según dijeron ellos mismos.
Después de acabada de recoger la arcabucería de la escaramuza, por ser ya tarde y estar la gente fatigada del trabajo y sed, que hubo hombres que cayeron en el escuadrón muertos de sed, mandó el Duque retirar la gente al alojamiento, que estaba hecho á los pozos, donde se halló poca agua y mala.
Estando este día en la furia de la escaramuza vino á faltar la pólvora y cuerda; y yendo á pedirla á Aldana, General de la artillería, respondió que enviaba por ella á las naves. Vino bien que era ya tarde, que podía ya durar muy poco la escaramuza, y si mal recaudo dió el Comisario en las municiones del artillería, harto peor fué en las vituallas, que salimos tan bien proveídos, que á tornar cuatro ó seis días de mal tiempo, como los pasados, pereciéramos de hambre.
Toda aquella noche se oyeron muy grandes llantos de las moras que andaban retirando los muertos. Tardamos allí cuatro días mientras las galeras hicieron agua y desembarcaron vituallas de las naves. No se consintió salir estos días á escaramuzar con los moros, aunque ellos venían á demandar escaramuza. Harto mejor hubiera sido haberlo excusado el primer día, hasta ver si los moros estaban en la determinación que habían dicho.
Xama y otro moro, que servían en la compañía de Suero de Vega, salieron una noche por la isla á tomar lengua y trujeron un moro.
Desde á dos noches tornó á salir Lope Osorio, teniente de la misma compañía, y dió en unos casales, cerca de su campo, y trajo siete moros y moras y mató algunos que se defendieron. Hecha la paz dió el Duque libertad á todos y los pagó á los soldados. No por ello nos dieron ellos los esclavos cristianos que tenían en la isla.
Desde á tres días vino un moro á caballo, viejo, y llegó á un tiro de arcabuz de nuestras trincheras, donde se apeó y hincó un palo en tierra. Dejó allí una carta y alargóse. Fueron por ella y trajéronla al Duque. Dijeron que era para tratar de nuevo la paz, y tarde vino un moro viejo con una carta de crédito de D. Alonso de la Cueva en que le abonaba por hombre de verdad. Este fué con demandas y respuestas, y no concluyéndose nada, determinó el Duque pasar adelante.
A los 12 del mes mandó echar bando para la partida, mandando, so pena de la vida, que ningún soldado se empachase en tomar prisionero ni ropa mientras se pelease. Toda la gente iba muy alegre y contenta en oir el bando, teniendo por cierto que se pelearía. La infantería española iba de vanguardia; los franceses, alemanes y Religión, en batalla; los italianos, de retaguardia, todos en sus escuadrones en muy buen orden. D. Luis Osorio iba delante de los escuadrones con una manga de arcabuceros españoles, y ya que la vanguardia llegaba cerca de los enemigos questaban al paso, salió el mismo moro que solía venir á nuestro campo. El Duque mandó hacer alto á la gente por ver lo que quería el moro. Demandó un cristiano por rehén y trujo un moro criado del jeque en cambio suyo. Estos estuvieron detenidos hasta que concluyeron los patos, y fueron quel jeque daría el castillo y la isla quedaría por el Rey, y que enviándole un salvoconducto vendría á verse con el Visorrey y á tratar lo demás que le pedían; y que por cuanto él y algunos de sus moros tenían en el castillo sus mujeres é hijos, y sacándolos, estando allí los soldados, podría haber alguna desorden, le suplicase que por aquella noche solamente se volviese á los pozos, quel prometía su palabra dar desembarazado el castillo por todo el día siguiente.
El Duque holgó complacer al jeque en aquello, y mandó volver la gente al alojamiento, publicando que era hecha la paz, de lo que pesó muy de veras á los soldados, yendo, como iban, ganosos de pelear, teniendo por tan cierta la victoria. Un soldado de la compañía de Orejón, diciéndole que era hecha la paz, vino en tanta desesperación, que se dió dos puñaladas por los pechos, de que murió dende á pocas horas. Sobre el mal contento que los soldados llevaban, llovió toda aquella noche y lo más del día siguiente. Hizo esta agua muy gran daño en la gente, porque no había tiendas en tierra en que se reparasen, sino de algunos caballeros y Oficiales. Desto vinieron después á adolecer y morir muchos. El jeque entregó el castillo, como lo prometió, y fueron otro día á poner el estandarte real en él, y dende á dos días fué el Duque y otros muchos señores y caballeros por mar á él, y disinaron el fuerte. Andaban tan siguros entre los moros, que se pudieran hallar burlados, porque tuvieron oportunidad para prenderlos sin que nadie se lo estorbara.
Á los 18 partió todo el campo para el castillo. Este mismo día se comenzó la fortificación dél. Alojóse todo el ejército á rededor dél. Los italianos á la parte de Poniente; la Religión, alemanes y franceses al Mediodía; los españoles á la parte de Levante. Desta manera teníamos torneado el castillo por la parte de tierra: todo lo demás era mar. Los moros traían provisiones de pan y carne en abundancia, porque lo vendían como querían, que en esto nunca hubo orden ni en tierra de amigos ni enemigos. Compramos la leña y el agua, cosa no vista jamás en el campo, y tan cara, que se vendía al principio una carga de agua por cuatro asperos, que son tarín de la moneda de Sicilia, que vale doce tarines un escudo. Después calaron á dos asperos, y á este precio se bebió siempre. Pozos hartos había, pero amargos y salados. Dos que había buenos, del uno se servía el Visorrey y del otro tomaba quien podía. Con toda esta carestía, no se dió paga entera á los soldados desde que partimos de Mesina hasta que se perdió el fuerte, sino dos escudos en tres veces que les dieron socorro, y así murieron muy muchos por no tener dineros con que gobernarse.
Desde que se entró en la isla hasta mediado de abril, enfermó y murió muy mucha gente de fiebres contagiosas. Hubo día que murieron 50 y 60 hombres, hasta que comenzó la gente á hacerse al aire de la tierra, ques muy sano. El Visorrey envió á decir al jeque que viese cuándo querían venir á tratar lo que había dicho, quél enviaría el seguro. Él se resolvió en no querer venir, diciendo que á su padre habían muerto turcos por fiarse dellos; que no quería que le sucediese á él lo mismo con cristianos, y ansí acordaron que se viesen un día en la campaña. El jeque vino acompañado de más de 4.000 moros, y firmóse una milla del castillo. D. Alvaro salió á él con muchos caballeros, por ver si le podría hacer entrar en el campo, pero no aprovechó nada con él.
Viendo que no quería pasar adelante, volvió D. Alvaro y llevó al Duque, y llegando, se saludaron el uno al otro con mucho amor, y apartados de la gente hablaron un rato por una lengua que tenían consigo, y dende á poco se despidieron y se volvió el Virrey al campo y el jeque á su casa, questaba dentro en la isla, 10 ó 12 millas de allí, y dende á pocos días vino el Papa del Caruán. El Visorrey lo recibió y hospedó honrosísimamente.
En este medio todos trabajaban á porfía en levantar el fuerte, aunque muchos eran de parescer que no se hiciese allí, por la falta que había de agua y por no poder dar socorro á los navíos que le vernían á vituallar. Cuanto más lo contradecían, tanto más priesa se daban en la obra. Unos traían fajina, otros palmas, otros entendían en la fábrica, otros abrir el foso. Esto hacían los tudescos porque se lo pagaban muy bien. Todo lo demás hacían los soldados por no haber ya gastadores: todos eran muertos de mal pasar, y harta parte dellos en Sicilia: en las mismas cárceles en que estaban depositados moríanse por no darles de comer.
La obra del fuerte crecía cada día cosa no creedera, por andar como andaban trabajando en él los soldados á porfía. El gran Comendador de Francia, General de las galeras, á cuyo cargo venían los 1.000 hombres que la Religión daba entre caballeros y soldados, viendo que se atendía solamente á la fortificación de la fuerza, sin tratarse más de ir á Trípol, que era para el efeto que daba la Religión aquella gente, sin cinco galeras y una galeota y dos galeones y seis piezas de artillería de batir, sin otras piezas de campaña, con el recaudo de municiones que convenía para todas, demandó licencia y se fué con ellas, y mucha gente y caballeros enfermos.
Por la misma causa se pudieran licenciar todas las naves que allí estaban detenidas, con los soldados que no eran menester y gente inútil, reservando los que habían de quedar en el fuerte y los que pudieran ir en las galeras, y mandar asimismo á Sicilia para que despidiesen la gente que se había mandado hacer desde Malta, y no hacerla venir, como vino, sin ser menester. No solamente no se hizo esto, ni aun nos acordamos de dar aviso nunca de lo que hacíamos ni dónde estábamos, porque desde los 10 de hebrero que partimos de Malta hasta de mediado de abril, no supieron allí ni en Sicilia de nosotros. Con este descuido teníamos á todos con pena, temiendo no fuésemos perdidos por los malos tiempos que habían corrido los meses pasados.
En esto llegó un Caballero de la Religión en una fragata que inviaba el Maestre á buscarnos. Éste dió aviso que estaban en Malta naves detenidas con gente y municiones, por no saber dónde nos venían á buscar, y así se acordó de inviar á Cigala con 10 ó 12 galeras á hacer venir estas naves. Vinieron á la fin de abril con muchas municiones y cuatro compañías de sicilianos. No desembarcaron todos, por estar, como estábamos, de partida. Con Cigala volvieron tres galeras de la Religión, que por la mucha gente que les había enfermado y muerto, habían desarmado las dos.
En este tiempo vino al Visorrey un moro gervino y le dijo que venía de Trípol y que hacía saber que teniendo Dragut nueva cierta que la armada del turco era en viaje para venirle á socorrer y que la nuestra estaba para partir, había mandado llamar á él y á otros moros de la isla y dícholes que viniesen á los Gelves, encargándoles muy mucho que procurasen con los moros de la isla y alarbes, hacer alguna revuelta con los cristianos para entretenerlos que no partiesen tan presto, hasta que llegase su armada, certificando este moro al Visorrey que el armada sería allí dentro de ocho ó diez días; y cuando no hallase ser verdad lo que decía, se pondría en prisión con dos hijos que tenía, para que les cortasen las cabezas. El Duque le agradeció mucho el aviso y le mandó dar diez escudos.
Dende á dos días sucedió la revuelta de quel moro había avisado, en el zoco, donde ellos se ajuntaban á vender el día de mercado. Fueron alarbes los que comenzaron, pero no ganaron nada. En ella murieron dellos más de 50, sin otros muchos que se tornaron en prisión. Acertóse otro día á ahorcar un ladrón que estaba días había condenado. Los moros se dieron á entender que era por la revuelta, y así tornaron á la contratación como de primero. El jeque ahorcó otro moro de los que habían sido origen del alboroto. El Duque mandó soltar todos los prisioneros y volverles lo que les habían tomado, y envió con su secretario Monreal al jeque, siete esclavos negros que se habían huído de sus amos para venir á ser cristianos. Paresció mal á todos, porque cuando quisieran complacer al jeque y á sus dueños, pudieran pagárselos. No tuvo tanto cuidado el jeque de inviarnos los que se iban á él de nuestro campo á tornar moros, que fueron tres ó cuatro mozuelos mal informados. No solamente no los inviaba, pero teníaselos en su casa públicamente, que los viesen todos los cristianos que iban á negociar con él. Dende á dos días tornaron á tocar arma á las compañías questaban de guardia fuera del campo, sin haber otra cosa más.
En esto llegaron dos fragatas de Nápoles, en que venía Hernando Zapata de parte del Visorrey, á dar aviso cómo era fuera el armada turquesca, y á dar priesa á D. Sancho de Leyva y D. Álvaro de Sande y al Maestre de campo Aldana, que se fuesen con la gente que allí había de aquel reino. Juan Andrea había días que daba priesa á la partida, por estar ya el fuerte en defensa, que no le faltaba más que el parapeto, y el caballero que él había tomado á cargo le había ya hecho. Lo demás, la gente que quedaba de guarnición lo podía hacer, pues no le faltaba otra cosa, estando ya las dos cisternas llenas de agua.
Á los 25 de abril se había determinado que partiésemos, y pudiéramoslo hacer, quedando el fuerte de la manera questá dicho. Con toda esta solicitud de Joan Andrea y la furia que había de nuevas de armada estábamos tan de reposo como si tuviéramos certinidad que estuviese en el atarazonal de Constantinopla, sin considerar la falta que hacía al reino de Nápoles la gente que allí teníamos suya y haber dejado á Sicilia empeñada y sin un hombre de guerra, habiendo traído parte de los pocos soldados que tenían los castillos y dejando á muchos dellos sin pólvora ni municiones, y estando allí los más de los Capitanes darmas de las tierras de marina y los Sargentos mayores de las milicias del reino de Sicilia.
Después de haber hecho muchas visitas el secretario Monreal al jeque, trajo los capítulos del concierto, y contenían que los moros de la isla diesen á S. M. cada un año, en reconocimiento de vasallaje, 6.000 doblas y ciertos halcones, y con ellos otros animales pequeños del tamaño de cabras salvajes, que tienen la piel pintada, á manera de gamos. Esto se pregonó por bando público, mandando que tratásemos y tuviésemos los zervinos por leales vasallos de S. M. Tanto duró su lealtad cuanto comenzó el armada turquesca á parecer.
Al principio de mayo comenzó á embarcarse la gente. Á los diez en la tarde, á hora de vísperas, llegó una fragata de Malta que inviaba el Maestre, y dió aviso cómo el armada del turco había hecho agua en el Gozo, isla ocho millas de Malta, y había partido de allí tres días había, cuatro horas antes que esta fragata partiese. Á esta isla del Gozo vino el armada desde Modón sin dar nueva de sí ni tocar en otra banda. Llevaba la proa á Trípol, y el tiempo los hizo descaer á Malta. Allí, en el Gozo, tomó la armada un maltés que había poco que faltaba de los Gelves, y fué tan ruin y tan mal cristiano, que porque le prometió el Bajá libertad, dió nueva de nuestra armada y le dijo de la manera que estaba, y le dió orden para que se pudiese aprovechar mejor de nuestras galeras. Después le dijo otro moro de los Alfaques lo mismo, certificando lo que el maltés había dicho, diciéndole que había discordia entre el General de la mar y el de la tierra sobre el partir. Estos le dieron ánimo de venir á buscar nuestra armada, y viniendo hacia los Gelves costeando la Berbería, Luchalí y Caromostafá venían tres ó cuatro millas del armada y descubrieron unas naves nuestras á la vela, que salían de los Gelves ya tarde á puesta de sol. Hicieron humo desde las galeras para que el armada amainase, que iba á la vela, y así viendo la señal amainaron. Este Caromostafá y Luchalí vinieron aquella noche en una barca á reconocer nuestras galeras, y dieron nueva al Bajá cómo las dejaban surtas.
Cuando la fragata de Malta llegó, la más de la gente estaba embarcada; y como se entendió nueva cierta quel armada turquesca teníamos tan cerca, los que hasta allí se burlaban de las nuevas pasadas, diciendo que eran cosas fingidas con invidia, para poner miedo, porque dejase de dar fin á una cosa tan principal como la que se hacía, conosciendo su error y mal gobierno, andaban como fuera de sí, caminando de una parte á otra sin hablarse unos con otros, ni publicar la nueva, ni dar expediente á lo que en semejantes casos suelen hacer los prudentes.
Juan Andrea Doria llamó á su galera los Generales y Capitanes de galeras y les dijo la nueva que la fragata había dado, para que viesen lo que se debía hacer. En estas juntas y consejos de mar, habiendo propuesto Juan Andrea el caso, el primer voto era el del General del Papa; tras éstos hablaban D. Sancho y D. Berenguel, y el del Duque de Florencia, Cigala y Scipión Doria y los demás.
Flaminio del Angilara dijo que se entendiese en la partida, porque ya quel enemigo hobiese pasado á Trípol, como se tenía por cierto, no podía faltar de venir presto á buscar nuestras galeras.
D. Sancho de Leyva dijo que partiesen luego las naves, pues las hacía buen tiempo para salir á la mar, y entre tanto que cargaban las naves tuviesen los esquifes de las galeras en tierra para que se embarcase el Visorrey y toda la más gente que pudiese venir, y se fuesen con las naves sin apartarse dellas, porque yendo juntos no era parte á enojar las 64 ó 66 galeras que los enemigos traían; y pues el fuerte quedaba tan bien artillado, no era mucho que en un tiempo como aquél le quedase más gente de los 2.000 soldados que se había acordado dejar en él, que después vendría á tomarlos.
Cigala dijo que era poca vergüenza y poca reputación embarcarse el Visorrey sin la gente que había de ir, y que parescería que iba huyendo. Que si el armada hubiera tomado el camino de los Gelves aquel día hobiera amanecido allí, habiendo partido del Gozo antes de la fragata que trajo el aviso, y que se fuesen las naves y esperasen con las galeras á tomar la gente que quedaba por embarcar y hacer su aguada.
Scipión Doria fué del parescer de Cigala y algunos otros que allí estaban.
Estando en el Consejo, vinieron el General de la Religión y Sicilia, y fueron del parecer de Don Sancho. En estos dos pareceres se resolvieron todos, aprobando unos el parescer de D. Sancho y otros el de Cigala. Á Joan Andrea paresció bien lo que D. Sancho había dicho, y llamó al patrón de la fragata de Malta y demandóle con qué tiempo había venido y por dónde. Después de habérselo dicho, se aseguraron todos más diciendo que pues el armada no había parescido aquel día, sería ida á Trípol.
El Comendador Guimarán se halló presente á esto. Fué requerido que dijese su parescer, y no quiso, diciendo algunos que no tenían agua para sus galeras y que por esto que no se debían de partir tan presto, por lo que se tornó á altercar sobre los paresceres.
Dijo Scipión Doria que se saliesen 10 ó 12 millas á la mar, y si al día no descubriesen larmada, volverían por la gente y harían su aguada. A todos paresció bien el consejo deste mozo. Acordaron de hacerlo así. Guimarán, aunque no había hablado hasta allí, viendo esta determinación, decía que era muy mal hecho hacer embarcar al Virrey tan arrebatadamente.
Este Guimarán era favorito de Juan Andrea y medio ayo suyo, aunque era harto más discreto el Juan Andrea que él. Este fué siempre torcedor á que tardase allí tanto el Juan Andrea, por complacer al Virrey, porque los Maestres y los Caballeros de Malta han menester tanto los Virreyes de Sicilia, que no pueden vivir si no los tienen contentos. El Cigala, que era de la misma opinión, andaba por reconciliarse con el Virrey, porque aunque al principio aprobaba la empresa, diciendo que no era menester para ella más que pan y paciencia, después anduvo remontado con los demás; y viendo ya que estaban al cabo y que le había menester en Sicilia para cobrar el sueldo de sus galeras, ya siete, y el Guimarán por no tener designio á más de lo que les cumplía, fueron parte á hacer perder el armada.
Guimarán se fué á tierra y dió parte al Virrey de lo que pasaba en las galeras. El Duque vino á las galeras, pasadas dos horas de noche, y dijo que le faltaban por embarcar los tudescos; que les había dado su palabra de no ir sin ellos, y que le diesen los esquifes de las galeras para embarcarlos. Juan Andrea mandó á todas las galeras que inviasen todos los esquifes en tierra, y que si él se levase antes que viniesen, que le siguiesen sin aguardarlos, y que todos guardasen muy bien el agua que tenían.
Juan Andrea se levó, pasadas tres horas de noche y más, para salir á la mar, como habían acordado, sin aguardar los esquifes, y fué causa que se dejase de salvar mucha gente principal que se embarcara en ellos de las galeras que encallaron.
Dende á poco se metió viento de afuera y mar, que no les dejaba pasar adelante, por venir por proa, y por no cansar la chusma dió fondo bien cerca de donde el armada turquesca estaba surta, sin que nuestras galeras ni Scipión, que era de guardia, las descubriesen hasta que era ya el día. Algunas galeras nuestras acertaron á dar fondo junto al armada, y en descubriéndola hicieron trinquetes y se metieron en huída, y así vinieron otras muchas á hacer lo mismo, de mano en mano; y siendo ya todas á la vela, trabajaban por salir á la mar, teniéndose á la orza cuanto podían, por hallarse muy dentro y sotavento del armada de los enemigos.
Como los turcos vieron huir nuestras galeras tan derramadas, sin orden ninguna, hicieron vela sobre ellas, y como venían en popa, ganábanles mucho camino, y la Real, viéndose tan dentro á tierra que no podía salir á la mar, hizo el caro para entrarse por el canal al fuerte. Siguiéronla 26 ó 27 galeras y las 4 galeotas. Tomaron dellas los turcos las 18 ó 19. La Real encalló tan lejos del fuerte, que no se pudo favorecer dél. Las galeotas y otras tres galeras ligeras se entraron por el canal hasta surgir en el reparo, sin perder nada. La patrona de Sicilia y otras dos galeras de las de aquel reino se perdieron muy ruinmente por desampararlas, así los capitanes dellas, como los de infantería que iban allí con sus soldados, aun encallado tan cerca del fuerte que no podían llegar á ellas sino con esquifes, porque la artillería dél hacía estar á largo las galeotas de los turcos que las habían seguido. Como las desampararon, huyéronse los más de los esclavos y forzados dellas y saqueáronlas. Ayudáronles á ello los mismos marineros con muchos esquifes y fragatas que entendían en este servicio, sin haber quien se lo estorbase ni castigase. La Condesa, que había encallado junto á éstas, combatió todo el día muy bien, disparando artillería á las galeotas y á la Real, que estaba ya por los turcos. Á la tarde, con la creciente, se entró ésta con las demás en el reparo, y salieron dos galeotas de las nuestras por ver si podían recobrar una galera; y después de haber disparádose artillería de una y otra parte, se tornaron sin osar llegar á las manos. A una galera del Marqués de Terranova, que la habían desamparado como las otras, se metió fuego, porque no se aprovechasen della los turcos. Estaba llena de olio soto, cubierta y embarazada con lana y mercancías. Desta manera iban las más de nuestras galeras, que tuvieran trabajo escapar puestas en caza, aunque las de los enemigos eran tales, que no había en todas 20 galeras ligeras para poderlas alcanzar.
Las galeras que se tuvieron á la mar se escaparon. De las naves se perdieron nueve de las más pequeñas; parte dellas había ya desamparado la gente, y pasádose á los galeones y naves gruesas que iban bien artilladas. Nenguna destas se perdió, ni de otras que quisieron pelear. Una nave arragucesa peleó muy bien: dió un cañonazo á una galera que la seguía, que le llevó 19 remeros y cinco soldados, y viendo esto los demás, se alargaron della. Á otra daba caza el Bajá, después de haber tomado una galera. Disparó un cañón que le pasó por entre los fanales, que espantó á Dramuxo, Arráiz y Cómitre Real, y le dijo qué quería hacer de aquélla, si quería perder de gozar de la victoria que había habido. Los galeones fueron siempre disparando artillería á las galeras que los seguían, haciéndolas estar bien largas dellos, sin perder de hacer su camino.
Perdiéronse nuestras galeras tan ruinmente, que entre todas sólo dos ó tres pelearon. La Mendoza de Nápoles quedó sin gente: toda murió combatiendo. Murieron en ellas el Alférez Gil de Oli y el Alférez Sebastián Hurtado y otro Alférez que se decía Iñigo de Soto, peleando como muy buenos soldados. Aunque en las demás no se peleó, no por eso dejaron de matar los turcos mucha gente en ellas, paresciéndoles que no era vitoria si no la ensangrentasen.
Á Flaminio, General del Papa, mató una bala de artillería. Prendieron á D. Sancho de Leyva, General de las galeras de Nápoles, con dos hijos suyos, D. Juan y D. Diego. El D. Juan venía en la Leyva con gente de su compañía, y sólo él tomó armas para los enemigos, y se fué á la proa de la galera con una espada y una rodela para defender que no entrasen los turcos.
Prendieron á D. Berenguel, General de las galeras de Sicilia, con D. Juan de Cardona, su yerno. Estos se perdieron por hacer lo que debían en seguir al General. Prendieron á D. Gastón de la Cerda, hijo del Visorrey de Sicilia, y al Obispo de Mallorca, y D. Fadrique de Cardona, y el Maestre de campo Aldana y otros muchos caballeros y Capitanes. Salvóse Juan Andrea en una fragata. Estaba muy flaco de una recaída. Había llegado dos veces á morir, y como llegó en tierra, vinieron algunos á consolarle; respondió que se contentaba de haber perdido la hacienda y no la honra, como otros, aunque de esta vuelta no se le puede dar honra alguna ni loar su buen gobierno, pues dejó de salir con tiempo á la mar, y desamparó las naves, que no lo había nunca de pensar. Había de entender que los queran de opinión que se fuesen de por sí las naves, no tenían gana de pelear ni hacer lo que debían; solamente lo hacían por ir escapulos para huir, y ya que se determinaran á ir sin ellas, si quisieran, pelear con las 45 ó 46 galeras que tenían, y cuatro galeotas tan buenas, que pasaban por galeras, sin muchas fragatas y bergantines.
En teniendo nueva de los enemigos, tomaran más gente, que en esto pudieran llevar la ventaja que ellos tenían de más galeras; hiciéranlos estar día y noche con las armas en la mano y no llevarlas en cubierta como las llevaban. Debieran tomar ejemplo de Faser Bay, renegado corso, General de Rodas, el cual, teniendo nueva que el gran Prior de Francia andaba por aquellas mares con cinco galeras de la Religión y una fragata, pudiendo armar más galeras, armó solamente cuatro y le fué á buscar, y hallándolas en la isla de Candía, combatió con ellas y les tomó una galera.
Podrá decir el Rey nuestro Señor por el suceso de estas galeras, lo que dijo la buena memoria del Emperador su padre por lo de la Previsa: «que donde no está su dueño, ahí está su duelo.»
Disparando este día una pieza de artillería de lo alto del castillo á unas galeotas, reventó y hirió y mató siete ó ocho hombres. Erró muy poco de matar al Duque. De los heridos y muertos, los cuatro ó cinco eran criados suyos.
Aquella noche se embarcaron el Duque y Juan Andrea secretamente en sendas fragatas para ir á Sicilia. No les hizo tiempo para partirse: fuéronse la noche siguiente. No se tuvo nada bien el Duque, ya que se iba, irse sin hablar á la gente. Fueron cinco ó seis fragatas juntas, en que iban el Conde de Vicar, D. Pedro de Urrias y otros muchos caballeros.
Tratándose aquel día si los enemigos metiesen gente en tierra ir á estorbárselo, preguntó D. Alvaro al Duque qué armas llevaría. El Duque le respondió que allí tenía armas y un volante; pero que no iría, por quedar en el fuerte á dar orden de lo que era menester. D. Alvaro dijo que tampoco saldría él. Este mismo salieron de la isla el Papa del Caruán y el Infante de Túnez y el jeque con los moros de su parcialidad.
El Bajá se recogió dende á dos días con las galeras que allí habían quedado: era la mayor parte de la armada, porque hasta con 30 fué dando caza el Bajá á las galeras y naves. Dispararon mucha artillería las unas y las otras. Al juntarse tuvimos miedo no hubiesen tomado las fragatas en que iban el Virrey y Juan Andrea: dende á pocos días supimos cómo habían llegado á Malta en salvamento, donde hallaron algunas de las galeras que se habían escapado.
D. Alvaro de Sande, después de ido el Duque y los que iban con él, comenzó á cortar dellos, y inviando D. Enrique de Mendoza, uno de los que se habían ido, por una armadura que había dejado, dijo D. Alvaro que llevasen las armas del conejo. Quejábase ansí mismo de D. Pedro Velázquez, diciendo que por culpa suya, sin 200 botas de vino y más, sin otras vituallas que se llevaban las naves, por no haber dado orden que lo desembarcasen. En esto tenía muy gran razón, aunque por lo que él estaba más mal con él, era por no haberle querido dar dineros de la corte á cuenta de su salario, y porque había dicho el Duque que no se fuese de la fuerza hasta que se fuese Don Alvaro. No decía mal en conservador, porque si el Duque no se iba, hacía lo que debía á buen caballero y buen Capitán, quedándose á favorescer la gente que había traído consigo, para morir con ellos, y nunca el fuerte se perdía, que todavía se diera orden á pelear; el jeque se viniera con él al castillo y el Papa y el Infante no se fueran, y no osaron los turcos meter gente en tierra, sino vieran idos éstos; ni el Rey de Túnez diera las vituallas con que se entretuvo el armada, si el Visorrey desde allí le escribiera agradeciéndole lo que le había inviado á ofrecer, reconciliándole con Don Alvaro de la Cueva, alcaide y General de la Goleta.
Cinco días después de perdidas las galeras, nos estuvimos mano sobre mano mirándonos unos á otros sin trabajar en el fuerte. Después se comenzó á traer fajina, que era menester pelear para tomarla. En muy pocos días se hizo el parapeto del fuerte, y el lienzo de la marina, questaba á la parte de poniente, se detuvo, por ser de piedra. Tornóse á hacer de fajina y tierra, porque se pensó que los enemigos batieran por aquella parte. En esto llegó de Trípol Dragut con sus galeras, y determinóse el Bajá á echar gente en tierra, y envió á Monsalve, uno de los que se habían preso en las galeras, con una carta suya para D. Alvaro; pero no la quiso tomar ni ver: trató mal de palabra al Monsalve, y dijo que si no mirara al amistad que tenía con el Capitán Monsalve su hermano, le hiciera un castigo ejemplar, y así le invió luego con su carta diciéndole que dijese al Bajá que pues Dios les había dado una tan gran vitoria en mar, sin pelear, que viniese á probar su ventura en tierra.
Á muchos Capitanes pesó oir esta respuesta, así por no haber hecho caso dellos, como porque les paresció que se pudiera ver la carta entre todos y responder con el comedimiento que era razón, pues la crianza y cortesía no impidió jamás el combatir. Un esclavo cristiano que escribió la carta, dijo que el Bajá inviaba por ella á pedir el fuerte, ofresciendo en cambio todo buen partido que le pidiesen.
Con esta ocasión pudiéramos entretener algunos días el armada en demandas y respuestas, para que mientras ellos perdían tiempo en esto, tuviésemos lugar de fortificarnos mejor, y Sicilia y Nápoles proveer sus marinas y estar más apercibidos, porque cuanto más se detuvieran en esto, menos tiempo tuvieran para sitiarnos, y así no se pasara en el asedio el trabajo y necesidad que se pasó de agua.
D. Alvaro mandó llamar los Capitanes que allí habían quedado, aunque no todos tenían allí sus compañías, y díjoles que él había quedado allí para guardar aquel fuerte; que hiciesen todos como él y jurasen de no lo rendir hasta morir todos en la defensa. Los Capitanes dijeron todos que eran muy contentos. Dende á tres días los tornó a juntar diciéndoles que entre ellos eligiesen seis Capitanes para que uno de ellos gobernase si acaso matasen á él y al Gobernador Barahona. A esto dieron por respuesta que hiciese él la elección de los seis Capitanes como mejor le pareciese.
Los turcos asaltaron de noche nuestras galeras: no pudieron llegar á ellas por el reparo que tenían en torno de árboles y antenas; y así se retiraron luego sin la jornada, porque les tiraban del fuerte y de las mismas galeras.
Los turcos estaban muy confiados que las espías que traían en nuestro campo harían lo que les habían prometido. Fué de esta manera. Que teniendo Dragut nueva cierta que nuestra armada venía sobre él, invió un portugués y otros renegados á Italia á saber lo que se hacía. Algunos dellos, como hombres pláticos en la lengua, entraron por soldados en las compañías que venían á servir en la jornada: éstos dieron siempre aviso en Trípol á Dragut, y en los Gelves iban cada noche á hablarle. Uno se ofreció á quemar las municiones; otro, de atosigar el agua de las cisternas; otro, de dar fuego á las galeras. Con las promesas destos persuadió Dragut al Bajá que intentase tomar el fuerte. También inviaron algunos renegados que animasen y ayudasen en ello. Decían éstos que se huían de los turcos por tornarse á la fe, que los habían hecho renegar por fuerza siendo niños.
Vínose á descubrir el tratado una tarde. Puestas ya las guardias, estando unos soldados apartados un poco del campo, vieron ir uno hacia el de los enemigos. Llamáronle: él, por disimular más su bellaquería, esperó; llegaron á él y prendiéronle. Fué de tan poco estómago, que por el camino comenzó á turbarse y confesar su maldad. Prendieron algunos de la liga; otros, en ver prender sus compañeros, se pusieron en cobro. Los presos confesaron la traición, y así los ahorcaron de los pies como á traidores.
La noche primera que saltaron en tierra, que fué á los 16, vino un renegado á nuestro campo y dijo cómo los enemigos tenían en tierra ocho piezas de artillería por encabalgar, y que habían con ellas salido pocos más de 2.000 hombres, y que los demás se desembarcarían el día siguiente, y que en los de tierra había muchos desarmados, de los que venían por remeros en la armada, que habían salido para gastadores. Fueron muchos con él á D. Alvaro, diciéndole que pues había tan buena oportunidad para romper aquellos turcos que eran en tierra, que saliesen aquella noche á ellos. D. Alvaro respondió: «Dejadlos llegar, que yo haré de las mías.»
Esta noche se pudiera hacer harto daño en los enemigos. Excúsase D. Alvaro con decir que lo dejó, temiéndose de los moros de la isla no cargasen sobre nosotros al retirar, no sucediendo bien la salida, y los turcos por la otra parte, de manera que no pudiésemos resistir á todos. Teníamos la retirada marina á marina, llana y descubierta, y no era lejos del fuerte más de dos millas el lugar donde los turcos habían desembarcado, que era en los mismos pozos donde nosotros habíamos estado diez días, y teníamos más de 70 caballos, con los de la compañía, y los caballos que había dejado el Visorrey y otros caballeros, no teniéndolos los enemigos ni los de la isla caballos con que enojarnos, porque aún no eran llegados los caballos alarbes que esperaban; y si se dejó por entretener allí la armada, porque no fuese á hacer mal en Sicilia ó en el reino de Nápoles, el mejor entretenimiento fuera matarle la gente, de manera que no la pudiera echar en tierra, y tuviera harto que guardar sus galeras con los que llevaba. Los enemigos sacaron su artillería y municiones en tierra sin que les diésemos empacho, más que tocarles algún arma.
Otra noche invió D. Alvaro á un caballo ligero que se llama Miguel de Huerta, buen soldado, que fuese marina á marina y mirase si hallaba siete barriles pasada una mezquita que estaba entre el campo y el fuerte. Halló cinco barriles; caminando adelante por ver si toparía con los otros, halló dos medias botas. Volvióse á decirlo á D. Alvaro, y invióle á que lo dijera á Quirós, Capitán de caballos. Aquella noche estaba la gente y caballos á punto para salir fuera. Debía de haber concierto con algún renegado, y faltó el designio, pues se dejó de ir.
La noche siguiente inviaron al mismo por ver si estaban allí los barriles; no hallándolos, pasó adelante; vió salir del campo de los enemigos nueve caballos con dos antorchas encendidas; metiéronse adentro, en la isla; él se acercó á sus trincheas sin que nadie le sintiese ni viese; había gran silencio en el campo; parescióle que dormían todos; tocóles arma y vió que acudían todos á la marina huídos.
No partió de los pozos su campo hasta tener encabalgada la artillería y que llegasen los caballos y gente de pie que esperaba Dragut. Entre tanto caminaban por la isla muy á su placer, haciendo daño en las casas y posesiones de los que se habían ido con el jeque. Tomaron de su casa media culebrina y otras piezezuelas pequeñas de bronce.
Venían cada día los turcos á reconocer el fuerte desde unos palmares que estaban á tiro de cañón dél. De allí tiraban á la gente que estaba de guardia á los pozos, donde había cada día escaramuzas, donde había muertos y heridos de todas partes.
Mucha gente de la que se había escapado de las galeras perdidas y de la que se había quedado por embarcar, se iba cada noche á Sicilia en fragatas y barcos por no tener que comer, que no les daban ración á éstos ni á otros muchos que morían de hambre, y la que daban á los soldados era tan poca. Cuando tuvimos agua nos faltó el pan, y cuando volvió á faltar el agua, lo daban de sobra. Para esperar asedio, como esperábamos, no se acertó á dejar ir esta gente. Harto mejor fuera estivar las galeras, fragatas y barcos, y de toda la gente inútil y heridos inviarlos á Sicilia, y retener los sanos y gobernarlos de manera que se sustentaran para poder servir. Desta manera se aventuraban á salir las galeras y se deshacía de la gente que empachaba.
Luego que los enemigos fueron en tierra, mandó D. Alvaro entrar en el fuerte todos los españoles, dejando fuera los alemanes, italianos y franceses, llegados bien al fuerte y reparados con muy buena trinchea. Comenzóse á murmurar desto, y así los metió á todos dentro y mandó salir fuera banderas de españoles. Dende á pocos días mandó desamparar aquellas trincheas y metió toda la gente dentro. Estábamos tan estrechos, que no se podía andar por el fuerte. En el contraescarpe del foso quedaron hasta 400 soldados, y dende á poco los fueron á quitar porque se iban á los turcos. Dentro, en el fuerte, mudaban cada día compañías de una parte á otra, y con esta inquietud anduvimos hasta el cabo.
Los enemigos comenzaron á caminar la vuelta del fuerte diez días después de desembarcados, y firmáronse entre unos palmares, donde estuvieron tres días. Aquí se pudiera salir bien á hacerles daño, por estar tan cerca, que podía haber una milla entre su campo y el fuerte. Alcanzaba allá nuestra artillería.
Salieron una noche, estando allí los enemigos, hasta 150 soldados, y antes que llegasen á las trincheas de los turcos eran descubiertos, y así se volvieron sin hacer nada. De aquí comenzaron los enemigos á hacer trinchea para venir cubiertos con su artillería, sin que la nuestra les pudiese hacer mal.
Salían del fuerte cada día cuatro compañías á la guardia; la que más lejos estaba, serían 500 pasos del fuerte: una de la parte de poniente, donde los enemigos venían; las dos compañías, á los pozos; la otra, á las casas de Dragut, que estaban á la marina por la parte de levante. Teniendo bien reconocido los turcos la poca gente que había en ellas y el mal reparo que tenían, el último de mayo á medio día coménzaron á venir por la parte de poniente y á los pozos, dando muestra de querer escaramuzar como otras veces solían. Viendo que comenzaban á salir los nuestros á la escaramuza y retirábanse por alargarlos más, asegurándolos desta manera, cerraron con ellos de tropel más de 3.000 turcos y los caballos alarbes, que eran los que más daño hacían en los nuestros y mejor peleaban. Nuestra gente era tan poca, que ni los que estaban de guardia ni otros que habían ido á escaramuzar, pudieron resistir la furia de los enemigos, y así se retiraron con ruín orden y harta pérdida de buenos soldados que se hallaron delante en la escaramuza. Nuestra caballería no pareció nada á la de los enemigos; estúvose hecha alto sin osar salir á favorescer nuestra infantería. Los caballos de los enemigos que salieron á esto, serían hasta 100; los demás venían con otros 4 ó 5.000 turcos que venían atrás caminando con la artillería. Pelearon tan bien estos pocos caballos de alarbes y tan valerosamente, que vinieron entre los soldados hasta llegar á las propias trincheas que tenía por reparo la gente que alojaba fuera del fuerte, sin temer la arcabucería y artillería que se les disparaba dél. Si nuestros caballos lo hicieron ruinmente este día, muchos hubo entre los de á pie que, por tenerles compañía, huyeron muy sin vergüenza, y Capitanes con quien se tuvo gran cuenta.
D. Alvaro de Sande los trató muy mal de palabra, diciéndoles que renegaba de la parte que tenía de caballero, si ellos lo eran. Viendo la carga que los enemigos venían dando á los nuestros, acudieron muchos soldados por aquella parte para salir á socorrer. No lo pudieron hacer tan presto que ya los nuestros no fuesen recogidos en las trincheas, y queriendo de nuevo salir á los enemigos, se puso delante el Gobernador Barahona y los hizo tornar. Los turcos se quedaron en las trincheas viejas donde se solía alojar nuestro campo, y pusieron en ellas muchos estandartes y banderetas.
Los alemanes pelearon este día muy bien; mataron muchos turcos, favoreciendo las compañías que eran de guardia á los pozos. La compañía que estaba á la marina de levante, se retiró á su salvo sin recibir daño ninguno. Todo lo que quedó del día se entendió en tirar escopetas y arcabuces de una parte á otra, no cesando nuestra artillería de disparar á donde veía que podía hacer mal.
Aquella misma tarde, acabado de recoger su campo, comenzaron á tirarnos con dos piezas de artillería por la parte de poniente. Tomaban de una marina á otra en torno del castillo, ocupando harto más sitio del que podían guardar con la gente que ellos traían. En tanto que ellos estuvieron desta manera, hobo grande oportunidad para aprovecharnos dellos, si en nosotros hobiera juicio y valor para intentarlo, teniendo como teníamos gente para poder darles la batalla, aunque fueran hartos más de los que eran, porque sin la gente que había de quedar en el fuerte, quedaron los tudescos y compañías de italianos y españoles que estaban por embarcar, sin otros muchos que habían salido de las galeras que se perdieron y la gente que tenían las siete galeras y cuatro galeotas que allí estaban. Con todo esto nos sitiaron, y ganaron los pozos aquel día.
La pérdida de estos pozos fué toda nuestra ruína, porque si los manteníamos, como era razón que se hiciera, no se nos muriera la gente de sed ni se huyera á los enemigos. Fué muy gran bajeza perderlos, teniendo gente demasiada para guardarlos, estando tan cerca como estaban del fuerte y tan descubiertos para favorescer la gente que allí estuviese, con la artillería dél, estando, como estaban, quinientos pasos del fuerte. D. Bernaldino de Velasco dió voces sobre que se guardasen; el Capitán Clemente, siciliano, que es un valiente soldado, y de los que mejor entienden la fortificación, se obligaba á guardarlos con 500 hombres. Pudiéransele dar 2.000 y quedar el fuerte con más gente de la que había menester, y cuando bien éstos se perdieran, viniérales á faltar á los enemigos gente y tiempo para poder sitiar la fuerza: como no se sintiera en ella la falta de agua que hubo, no eran parte seis tantos turcos á tomarla. Toda la gente que allí había quedado se pudiera muy bien entretener con las municiones que quedaban en el castillo, de comer, porque para 2.000 hombres que allí habían de quedar en la fuerza, les quedaba de comer para diez y ocho meses, y dos cisternas de agua, la una con 18.000 barriles y la otra con 13.000, sin palmo y medio que tenía ella de agua cuando se comenzó á hinchir. Esta más pequeña estaba dentro del castillo. Sin tener más agua que ésta nos encerramos, con darse de ordinario 5.500 raciones, sin mucha otra gente á quien no se daba ración.
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Academia de la Historia, Colección Salazar, G-64.