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PRÓLOGO por LUIS LÓPEZ-MENA1
ОглавлениеEste texto proporciona una importante y sólida muestra del avance en el quehacer de la psicología, que en este trabajo sale de la clínica para explicar de forma amigable, comprensible y aplicable a nuestras acciones cotidianas la necesidad de compartir conocimientos actualizados, con el propósito de mejorar nuestro equilibrio racional-emotivo individual.
Las emociones ayudaron a nuestra especie a sobrevivir y aún mantienen intacta su vigencia como recurso de supervivencia. Pero esta obra señala que es posible utilizar los recursos actuales del conocimiento científico para ir más allá del simple control o represión de impulsos primigenios, para contribuir a la mejora de las condiciones de vida de las personas en sus interacciones sociales y familiares y lograr un mayor bienestar en estas situaciones.
La ciencia de la conducta ha alcanzado un desarrollo notable en los últimos años. Un avance significativo se ha producido gracias a las neuroimágenes obtenidas mediante técnicas como la tomografía por emisión de positrones. Los psicólogos, asociados con neurólogos y otros especialistas, han profundizado así en la investigación del funcionamiento del cerebro humano. Han identificado cada vez con mayor precisión la actuación del sistema límbico y el comportamiento de los neurotransmisores, y han descrito los procesos más activos y eficientes que contribuyen a alcanzar el equilibrio necesario en la conducta; como suele decirse, entre la cabeza y el corazón. Una nueva mirada surge sobre la vida emocional a partir de este mejor conocimiento de la psique. Como todo conocimiento, este puede ser empleado con diversos fines, y la mejor defensa contra usos antiéticos del mismo es su mejor gestión por parte de las personas que podrían verse afectadas si estos conocimientos no se emplean en su favor, sino en su contra.
Por ejemplo, la emisión de impulsos electromagnéticos dirigidos a la zona parietofrontal del cerebro, zona que recientemente ha sido identificada como la base neuronal especializada en reconocer cómo piensan los demás, es una técnica que se encuentra en fase experimental, pero es necesario difundir desde su inicio este tipo de estudios para que la sociedad tenga muy claro el profundo impacto que pueden tener, por la posibilidad de su empleo para la manipulación de personas o grupos por parte de quienes los poseen sobre quienes los desconocen.
Para contribuir al empleo y la difusión de estos nuevos conocimientos, algunos psicólogos clínicos, como el autor de esta obra, han logrado traspasarlos del mundo de los laboratorios de conducta a su práctica clínica cotidiana. Gracias a ellos, su trabajo, la atención individualizada de personas con la salud psicológica alterada, puede lograr cambios beneficiosos en la conducta de las mismas, dotándolas de una mayor cuota de bienestar; además, les permite apreciar la necesidad de ampliar la extensión de sus acciones a personas que no tienen un fácil acceso al trabajo con un psicólogo profesional.
Esta obra, por consiguiente, está empeñada en difundir técnicas y procedimientos que puedan contribuir a una inducción hacia el autocontrol de la conducta, y con tal fin contiene ejemplos cotidianos, explicados de forma amigable, que cada lector puede aplicar a su propia realidad.
Subyace a estas acciones el concepto de libertad. Las personas son realmente más libres cuando se conocen más a sí mismas, saben más sobre su funcionamiento cerebral y sobre las razones o causas de su comportamiento. Esto significa que estas personas, con los conocimientos expuestos en esta obra, serán capaces de superar el empleo de los argumentos del pensamiento mágico a la hora de explicar un comportamiento que, en ocasiones, puede ser apreciado como irracional; y , por lo tanto, podrán rechazar, por ilusoria, la falsa sensación de control sobre su conducta y sobre el ambiente que esta forma de pensamiento les proporciona. Por el contrario, gracias al aprendizaje sobre el estudio de su funcionamiento emocional, podrán comprender, explicar y gobernar su medio ambiente social y su comportamiento con mayor racionalidad.
Sin embargo, el descuido de las políticas educacionales y la exclusión en las mismas de los avances de la ciencia de la conducta sobre la vida emocional, con las implicaciones que tales saberes pueden suponer sobre el aumento de la libertad individual, pueden resultar convenientes para los intereses de determinados círculos de poder del sistema social, porque las personas con mayor desconocimiento del peso de sus emociones en su conducta resultan más fácilmente manipulables desde una perspectiva política. Es decir, puede no resultar conveniente para el poder que la educación emocional enseñe a perder el miedo a la libertad mediante los conocimientos actuales de la ciencia de la conducta. (El miedo es una emoción tóxica que puede resultar paralizante, por lo que puede derivar en posturas conservadoras cuando predomina.) O, como explicación alternativa más benévola, por ignorancia o desconocimiento, se crea que la evolución y el simple paso del tiempo nos harán emocionalmente más libres y más capaces de actuar con racionalidad. En varios miles de años de evolución humana, este avance parece mínimo.
Por consiguiente, quizás uno de los dilemas a los que actualmente se enfrenta la educación (entre otros muchos) puede no ser gratuito. Por una parte, cada vez se reconoce socialmente y de forma más destacada el avance de las ciencias físicas (quizás porque puede generar riqueza a cualquier costo) mediante los progresos en el conocimiento de lo exterior, mientras que se desconoce por otra parte, en la misma o en mayor proporción, el avance de la ciencia de la conducta y sus aportaciones a la necesaria educación emocional. Así, la educación como sistema desaprovecha la ocasión para formar personas, y se dedica a transmitir solo conocimientos.
Los resultados están a la vista. No hace falta recurrir a estadísticas. Por ejemplo, sorprendentemente, en un mundo que se enorgullece de sus conocimientos y de las aplicaciones de la tecnología a la vida cotidiana (es decir, en un mundo altamente evolucionado en ciencia y tecnología con respecto a otras épocas en la historia de la humanidad), la violencia permanece y se manifiesta en toda ocasión y lugar. Esta contradicción entre el conocimiento científico y el conocimiento de nosotros mismos hace razonable la hipótesis de que la única razón, o la razón crucial para justificar la existencia del Estado no es el desarrollo de las sociedades, sino la necesidad de reprimir constantemente los impulsos emocionales socialmente negativos de las personas o los grupos contra otras personas o grupos. Hay que reconocer que la conducta violenta ha estado presente en el sistema nervioso central desde el comienzo de los tiempos, cuando estos impulsos resultaban útiles para la especie, pero también es un hecho que han permanecido casi intactos, sin que se intervenga directa y seriamente sobre ellos.
Por el contrario, con simpleza periodística, cuando se piensa en innovación automáticamente recibimos como imagen la idea de una nueva aplicación en un ordenador. Cuando se piensa en avance científico la imagen que aparece es la de unas personas enfundadas en batas blancas utilizando matraces y probetas en ambientes limpios de contaminación. Todo esto genera conocimientos necesarios y deseables, pero estos resultarán incompletos mientras no seamos capaces de conocer y explicar, con rigor experimental, el comportamiento de personas o grupos que, arrastrados por un tsunami emocional, cometen crímenes horrendos o, en forma más frecuente y menos espectacular, perpetran pequeños asesinatos cotidianos.
Esta obra señala con claridad que la sobrevaloración de los aspectos materiales del progreso humano nos ha llevado a descuidar gravemente la necesidad del progreso emocional. Que la verdadera innovación radica en encontrar nuevas formas de trabajo que nos permitan alcanzar nuevos equilibrios en la manera de pensar y sentir. Que los laboratorios de neurociencia y los de conducta y de psicología social no reciben la atención necesaria, y que la educación emocional es una innovación imprescindible para el progreso del comportamiento humano y la convivencia respetuosa. Que el mundo ha cambiado desde los homínidos a esta parte, pero que esos cambios se han reflejado más en las cosas que nos rodean que en la conducta de las personas.
Todo un desafío para los sistemas educacionales excesivamente preocupados por los rendimientos estudiantiles en la prueba PISA, que no se preguntan si acaso una mejor educación emocional en la escuela no reportaría no solo ciudadanos más libres y mejor integrados consigo mismos, sino además mejores resultados en dicha prueba como un subproducto positivo, generado por estudiantes con un equilibrio adecuado entre su comportamiento intelectual y su comportamiento emocional.
De momento, el autor propone al lector la aventura de un mejor conocimiento de sus propios recursos para gobernarse a sí mismo, proporcionándole ejemplos ilustrados con casos reales escogidos de entre su vasta experiencia como psicólogo clínico, unos casos que ciertamente pueden tener una resonancia emocional atractiva y útil en cada uno de nosotros. Gracias a este aporte, el lector podrá comenzar a gestionar con más habilidad su mundo emocional y a generar cambios para alcanzar una mayor calidad de vida gracias a su mejor ajuste entre emociones y razones.
Santiago de Chile, junio de 2014