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Empecemos por reconocer qué es el deseo. Utilizamos la palabra constantemente y sentimos que deseamos muchas cosas, pero no sabemos de dónde viene ese sentimiento, esa necesidad de obtener algo o a alguien.

La palabra deseo viene del latín desidere: ansiar o añorar, la cual a su vez se deriva de sidere: estrellas, lo que sugiere que el significado original del deseo era esperar lo que nos venga de las estrellas. Como quien dice, esperar algo que no tenemos y que nos va a hacer felices.

De acuerdo con el Rig Veda, libro sagrado hindú, el universo empezó no con luz sino con deseo, “la semilla y el germen primigenio del espíritu”.

El deseo es vida y los seres humanos sentimos deseos constantemente, cuando estos se cumplen son reemplazados por otros. Sin esta corriente continua no habría ninguna razón para hacer algo: la vida se detendría, como les pasa a las personas que pierden la habilidad de desear. Una crisis aguda en el deseo corresponde al aburrimiento y una crisis crónica corresponde a la depresión.

Es el deseo lo que nos motiva y, al hacerlo, le da a nuestra vida dirección y significado; si estás leyendo este libro es porque, por la razón que sea, se ha formado en ti el deseo de hacerlo y esto te motiva a leerlo. “Motivación” como “emoción” viene del latín movere: mover.

Si estás leyendo este libro también es porque por algún motivo deseas revivir la pasión o el eros en tu vida y esta misma motivación te llevará a conseguirlo. Si lo buscas, el placer podrá regresar o continuar en tu vida.

Hace poco traté a una pareja con una relación muy buena. Están casados hace diez años, sin hijos en común pero cada uno con hijos de matrimonios anteriores. A él lo operaron de la próstata, pero quedó muy bien, sin problemas de erección. Ella decía que estaba enamorada pero que tenía falta de deseo.

Lo primero fue identificar qué pasaba. Ella sintió que la falta de deseo coincidió con la muerte de su papá a quien era muy apegada. Luego le practicaron una histerectomía por una sospecha de cáncer que afortunadamente resultó negativa. Ella enfrentaba un doble duelo: la muerte de su papá y la pérdida del útero. Entró en una depresión cada vez más profunda mientras pasaba por muchos médicos. Trabajé con ella, hablando de la muerte del padre, permitiendo que expresara todo su dolor y ayudándola a aceptar el duelo. También resignificamos la pérdida del útero, esto es, le dimos una nueva significación al hecho de que ya no tenía útero, pues en medio de la depresión estaba viviendo ese hecho como una pérdida no solo de un órgano, sino de su feminidad.

Hablamos de cómo la falta de una parte del cuerpo no nos hace menos personas, de cómo la feminidad de las mujeres no reside en el útero sino en cómo se ven a sí mismas, qué concepto tienen de sí mismas; es decir, en su autoestima.

Ya más tranquila, ella pudo sentir las ganas de volver a sentir deseo. Hablamos mucho de la necesidad de seducir, de cómo era cuando se conocieron, de qué le gustaba de él en la cama. Ella recordaba el buen sexo oral que él le daba. Trabajamos eso. También en la necesidad de volver a cuidarse, de arreglarse, de buscar verse deseable.

Ahora nos vemos los tres; él va a la terapia, y creemos en la necesidad de esperar, de pasar por una etapa de sensibilización corporal, con ejercicios de ágiles caricias corporales sin tocar genitales. Después se incorporan los genitales a los masajes, sin penetración. Pasamos al sexo oral y finalmente llegamos a la penetración: viene la etapa esperada y vuelven a sentir ganas de estar juntos. Hay que estimular lo que le gusta a la pareja y eso incluye arreglarse, salir a comer o a oír música, no concentrarse en la cama. Hay que conocerse: al otro y a sí mismo. El autoconocimiento estimula la inteligencia erótica.

La paradoja del deseo

Nacimos del deseo y no podemos recordar un tiempo en que no sintiéramos deseos. Estamos tan habituados a desear que no somos conscientes de lo que queremos y solo nos damos cuenta de ellos si anhelamos algo con mucha intensidad o si este sentimiento entra en conflicto con otros deseos.

Deseamos aire, alimento, bebida, calor, compañía, reconocimiento… y la lista podría ser mucho más extensa.

Tratemos por un momento de detener la corriente de los deseos. Esta es la paradoja: incluso el dejar de desear es un deseo.

Muchos maestros orientales hablan de la cesación del deseo o la “iluminación”, y nos enseñan prácticas espirituales que podrían llevar a dejar de desear o, por lo menos, a controlar el deseo.

Pero si el deseo es vida, ¿por qué desearíamos controlarlo? Por la sencilla razón que deseamos controlar la vida, o por lo menos nuestra vida. Y, a veces, en esta necesidad de controlarlo todo podemos perder lo inesperado: eso que llega como una serendipia y nos transforma alegremente. Ahí radica mucho del deseo: en vislumbrar en otro, o en nosotros mismos, algo así como milagros inesperados que pueden desatar el deseo de maneras diversas.

¡Vida!

Recientemente hubo un gran escándalo mediático porque una revista sensacionalista norteamericana publicó los emails y unas fotos que Jeff Bezos, uno de los hombres más ricos del mundo, fundador de Amazon, le envío a su amante. Bezos llevaba más de veinticinco años casado y ese escándalo determinó que iniciara los trámites de su divorcio, del cual se dice que es el más costoso de la historia.

Entre los mensajes que se publicaron, Bezos le dice a su amante: “I love you, alive girl,” “Te amo, muchacha viva”. El deseo es vida.

El hinduismo habla del deseo como una fuerza vital pero también lo llama “el gran símbolo del pecado” y “destructor de la sabiduría y de la autorrealización”. De manera similar, la segunda de las Cuatro Nobles Verdades del budismo afirma que la causa de todo sufrimiento es la “lujuria” en el sentido amplio de añorar o codiciar. El Antiguo Testamento contiene la historia de Adán y Eva: si estos primeros antepasados nuestros no hubieran deseado comer la fruta prohibida del árbol del bien y del mal, no hubieran sido expulsados del Paraíso y enviados al tormentoso mundo exterior. En la cristiandad, cuatro de los siete pecados capitales (envidia, gula, avaricia y lujuria) involucran directamente el deseo y los tres restantes (soberbia, pereza e ira) lo involucran indirectamente. Los rituales de varias religiones como la oración, el ayuno y la confesión aspiran todos, al menos en parte, a refrenar el deseo, así como lo hacen la humildad, la conformidad, la flagelación (figurada o no), la vida comunal y la promesa de la vida después de la muerte.

Un exceso de deseo se llama, claro, codicia. Ya que la codicia es insaciable, nos impide gozar de lo que ya tenemos, lo cual, aunque parezca poca cosa, es mucho más que los que nuestros antepasados hubieran podido soñar. Otro problema de la codicia es que consume todo y reduce la vida en toda su riqueza y complejidad a nada más que una búsqueda incesante de más cosas.

Sin embargo, yo te pregunto: ¿Qué pasaría si dejarás regresar el deseo a tu vida? Si lograrás equilibrarlo y trabajar en él como parte de tu rutina, ¿te sentirías más vivo, más alegre, más presente? O, ¿es algo que te asusta porque de una u otra manera vas por la vida con la idea de que no te puedes permitir sentir? Deseo, rabia, tristeza, placer. Tantas taras que nos inculcan y terminamos creyendo que todo es negativo y prohibido. Te invito a permitirte imaginar, desear y soltar para que cumplas con una vida plena y dichosa.

Origen del deseo

El deseo se origina en el sistema límbico del cerebro, en el hipotálamo. Es la parte del cerebro donde están nuestras emociones no racionales. El hipotálamo regula el pulso, la respiración y la actividad fisiológica en respuesta a circunstancias emocionales. En los animales, es el lugar de lo que llamamos ‘instintos’. De acuerdo con las últimas investigaciones, hoy se sabe que el sistema límbico interviene, junto con otras muchas estructuras, en el control de las emociones, la conducta y la voluntad; también parece ser importante para la memoria.

El deseo tiene que ver con el placer, pero también está enmarcado en el dolor. El deseo insatisfecho es en sí mismo doloroso, pero también lo son el miedo y la ansiedad, que pueden entenderse en términos de deseos sobre el futuro, y la ira y la tristeza, que son deseos sobre el pasado. La crisis de la edad mediana no es más que una crisis del deseo, cuando una persona de mediana edad se da cuenta de que su realidad no corresponde a sus deseos juveniles, que se podrían llamar inmaduros.

Si el deseo es doloroso, también lo son sus productos: por ejemplo, la acumulación de casas, automóviles y otras riquezas nos quita nuestro tiempo y nuestra tranquilidad, tanto para adquirirlas como para mantenerlos, y ni hablar de perderlas. Pero el deseo puede ser más sencillo que eso: podría tratarse de darte un simple regalo a ti mismo, de consentirte, mimarte, con pequeños detalles, como un automasaje, una salida a pasear, o de que le des una atención a tu pareja con un momento especial bajo la luz de las velas o en un lugar en que ambos alucinen. Leer un buen libro, escuchar música y hasta dedicarse a no hacer nada puede unirlos en un momento de relajación y placer, pues el placer y el deseo tienen muchas caras y no solo se refieren al momento de la relación sexual.

Es encontrar nuesto ikigai, este término que en japonés alude a la “razón de vivir” o la “razón de ser” y que nos puede llevar a vivir una vida plena y placentera a través de encontrar una actividad o varias que nos llenen de motivos para disfrutar la existencia. Si estás conectado con el ikigai de tu vida podrás volver a encontrar el deseo de vivir plenamente en sus múltiples manifestaciones.

¿Qué es el deseo?

“El deseo nos saca de nosotros mismos, nos desubica, nos dispara y proyecta, nos vuelve excesivos, hace que vivamos en la improvisación, el desorden y el capricho, máximas expresiones de la libertad llevada al paroxismo. El deseo reivindica la vida, el placer, la autorrealización, la libertad. Unos planifican su vida, mientras que otros la viven al ritmo que les marca el deseo. El deseo de vivir y de hacerlo a su manera. Por eso sus autobiografías son más descriptivas que explicativas, pues sus vidas no tanto se deben a los resultados u objetivos cumplidos, sino al sentido inherente al mismo proceso de vivir. Y este proceso, de uno u otro modo, lo establece siempre el deseo. Si bien el deseo rebosa incertidumbre acerca del itinerario, a muchas personas les garantiza la seguridad en cuanto a los pasos dados. Bien entendido, el deseo no es una voz oscura, confusa y estúpida, sino que —en una persona madura— es luminosa, clara e inteligente. Las emociones están en la base de los deseos y de la inteligencia se dice que es emocional. Visto de este modo, el deseo se convierte en el portavoz de uno mismo”.

Edward Punset jurista, escritor, economista político y divulgador científico español.

La formación del deseo

Aceptemos, pues, que el deseo está íntimamente conectado al placer y al dolor. Los seres humanos sentimos placer con las cosas que, en el curso de la evolución, han tendido a promover la supervivencia y la reproducción; sentimos dolor con las cosas que han tendido a comprometer nuestros genes. Las cosas placenteras, como el azúcar, el sexo, el estatus social, son deseables, mientras que las cosas dolorosas son indeseables.

Más aún, tan pronto como se satisface un deseo, dejamos de sentir placer por esa satisfacción y formulamos deseos nuevos, porque en el curso de la evolución, la satisfacción y la complacencia no tendían a promover la supervivencia y la reproducción.

No es tanto que formulemos deseos, sino que los deseos se forman en nosotros. Los deseos apenas son “nuestros”. Se puede decir que los resolvemos, si acaso, una vez que se han formulado completamente.

El dolor, por ejemplo, siempre es algo que afecta la sexualidad: en las mujeres muchas veces se ve una enorme dificultad de tener sexo por cuenta de la resequedad vaginal. Hay una pareja a la que estuve tratando hace unos años. Cada vez que iban a tener sexo ella ya empezaba a sufrir o a llorar por el dolor a la hora de la penetración. Le molestaba de tal manera, que el pánico, el miedo y la anticipación, hacían que no pudiera estar con su pareja. Ningún lubricante o terapia la ayudaba a relajarse. El trabajo con ella y su pareja fue focalizarnos no en el principio sino en el final del encuentro sexual. Durante las sesiones hablábamos de cómo ella se sentía cada vez que tenía un orgasmo, cada vez que tenía placer, cómo era, cómo estaba en ese momento, y todo esto fue ayudándole a disminuir el pánico a la penetración porque el tema de la falta de lubricación era tan asustador que, por más preliminares, ella se bloqueaba. Con esta pareja se trató de que ella pensara en el final del encuentro: que asociara el sexo no con el momento inicial sino con el momento donde ella lograba la gratificación. Con mucha paciencia, y poco a poco, fuimos logrando que con sexo oral, caricias, lubricante, y otras ayudas para la penetración completa, ella pudiera relajarse a la hora del encuentro sexual. Sin embargo, aun así ella todavía prefiere tener orgasmos a través de la masturbación, pero es un gran avance que de nuevo haya regresado el deseo a su vida y disfrute de nuevo con su pareja.

Estructura del aparato psíquico según Sigmund Freud

Freud caracteriza la personalidad como si estuviera compuesta por tres instancias: el Yo, el Superyó y el Ello.


Estas tres instancias son representadas como entidades, no como si tuvieran una existencia tangible, no debemos considerarlas “aspectos’” del ser humano. Es importante que se entienda que el Yo, el Superyó y el Ello son una variedad de procesos, funciones y dinámicas diferentes de la persona, y no “pedazos” de la mente; aunque tengamos que darles nombres que parezcan “cosas’’ en lugar de procesos.

• El Yo intenta satisfacer las demandas que provienen del Ello de un modo realista, teniendo en cuenta la realidad externa y no solo las propias necesidades. El Yo obedece al principio de realidad, que asegura más éxito en la integración al mundo social. El ideal del Yo es la imagen de sí misma que la persona aprueba para sí. Incluye todo lo que pensamos que deberíamos ser y cómo deberíamos alcanzarlo. El Yo es el consciente.

• El Superyó es el ideal del inconsciente internalizado, represor, selecciona las experiencias, no permite pasar al Yo las que considera indeseables de recordar. La función del Superyó es filtrar lo que puede pasar del inconsciente al consciente. El Superyó es el preconsciente o subconsciente.

• El Ello incluye los deseos y las necesidades básicas que nos motivan. Opera de acuerdo con el principio de placer, que dirige nuestro comportamiento al menos los primeros años de vida. El Ello se mueve a partir del principio del placer inmediato y por eso lucha por hacer que esas pulsiones primarias rijan la conducta de la persona, independientemente de las consecuencias a mediano o largo plazo. Se considera que el Ello es la parte “animal” o “instintiva” del ser humano. Esto es lo que subyace a los sueños y a las alucinaciones y delirios de los psicóticos, en los que pueden satisfacerse los deseos de un modo no realista. En el Ello está la pulsión sexual, que existe en el individuo desde siempre. El Ello es el inconsciente.

La sociedad de consumo explota este proceso de formación de los deseos sembrando sus semillas en nuestro inconsciente, mediante anuncios y comerciales atractivos y pegajosos, y nos dan después frágiles razones para que conscientemente podamos justificar o racionalizar el deseo. Siempre nos están impulsando a tener más y más y a desechar lo que ya tenemos y adquirir cosas nuevas. Te ilusionas con querer tener algo para amar, pero cuando lo tienes, lo descartas y buscas otro y otro. Las personas hoy no son felices porque siempre van buscando posesiones y sensaciones para desear.

El deseo se manifiesta en objetos, comidas, gratificaciones, sexo y todo aquello de lo que queremos recibir placer y que nos hace sufrir cuando no lo tenemos, pero cuando lo tenemos queremos tener más. Es decir, parece un deseo más externo que interno, cuando debería ser al revés: el deseo debería provenir del interior para luego ser vislumbrado en el exterior. Los deseos deberían ser trabajados a largo plazo, durante toda la vida, para que así sean una constante y no un deseo inmediato, como podría ocurrir con una pastilla “milagrosa”, tal vez las muy conocidas pepas de fiesta (éxtasis), que se usan para liberar emociones y deseo de manera ocasional. Si quieres un deseo asegurado, este se puede trabajar y lograr mediante diferentes técnicas, momentos, hábitos de conquistarse y conquistar al otro…etc.

No todos nuestros deseos afloran a la conciencia y aquellos que lo hacen, los adoptamos como propios. Pero antes de que un deseo aflore a nuestra conciencia, compite con un número de deseos en conflicto que de alguna manera también son “nuestros”. El deseo que eventualmente va a prevalecer es a menudo el que está en el límite de nuestra comprensión.

A menudo no sabemos lo que deseamos o lo que tememos. Durante años podemos tener un deseo sin admitirlo o siquiera dejarlo salir a nuestra conciencia, porque el intelecto no debe saber nada sobre ese deseo ya que la buena opinión que tenemos de nosotros mismos se vería afectada. Pero si el deseo se cumple, sabemos por nuestra alegría, aunque con algo de vergüenza, que eso era lo que deseábamos.

Que los deseos no son verdaderamente nuestros, es fácil de demostrar. Cuando hacemos resoluciones de Año Nuevo, declaramos que, de alguna manera pequeña, vamos a controlar nuestros deseos, lo que implica que estos no están normalmente bajo control. Lo mismo pasa con los votos y las promesas. Pero aun en los votos matrimoniales más solemnes y públicos, a menudo fallamos en su cumplimiento.

A menudo es sobre los deseos menos importantes, tales como qué ponernos o qué música escuchar, que ejercemos el mayor control, mientras que a quién deseamos o de quién nos enamoramos parece estar casi siempre fuera de nuestro control. Y así, un deseo clandestino puede arrasar con la más clara inteligencia racional.

Tratar parejas con infidelidad es muy difícil. Uno de los requisitos que yo pido es ver por separado a cada uno para saber si aún siguen en su infidelidad y si es así no continuo, pues no podemos hacer una terapia de dos con un tercero en la cama.

Conocí una pareja donde él sufría de falta de deseo por la amante, no por su esposa. Llevaba algún tiempo con ella, y aunque lograba mantener el deseo y buenas relaciones con su pareja oficial —le parecía linda, interesante, inteligente—, pero por una razón de narcisismo, baja autoestima, él necesitaba una amante. Me buscó, no porque tuviera problemas con su pareja, sino porque estaba en crisis con la amante debido a que estaba perdiendo la erección y no la estaba deseando por el hecho de que ella cada vez más lo resentía por esto. La amante quería que él tomara la decisión de terminar su matrimonio y eso que ella le pedía le quitaba todo el encanto a la aventura, al escondite, a la mentira. Una infidelidad vive a la sombra de un matrimonio, si quitamos esta sombra difícilmente estas relaciones se mantienen y él percibía eso, que si terminaba su matrimonio la cosa no funcionaría y de a poco fue perdiendo el deseo y las erecciones. En medio de esto me buscó para recuperar sus erecciones y terminamos no llegando a una conclusión, no hubo término porque él no definía qué quería realmente hacer con su vida y lo que estaba dispuesto a sacrificar, el matrimonio o la amante. Es así como muchas veces podemos perder la cabeza en este tipo de confusiones, e incluso el deseo mismo, por buscarlo obsesivamente sin definir muy bien lo que en realidad queremos.

Tipos de deseo

Muchos de nuestros deseos son simplemente un medio para satisfacer otro deseo más importante. Por ejemplo, si tengo sed y quiero una bebida a media noche, también debo prender la luz, levantarme de la cama, buscar las pantuflas y todo lo que sigue. Mi deseo de una bebida es terminal porque me alivia la sed, mientras que todos los otros deseos son solo instrumentos para satisfacer mi deseo terminal.

En general, los deseos terminales se generan por nuestras emociones, mientras que los deseos instrumentales se generan por el intelecto. Como los deseos terminales se generan por emociones, están altamente motivados, mientras que los deseos instrumentales apenas están motivados a través de los deseos terminales a los que aspiran. En algunos casos, un deseo puede ser tanto terminal como instrumental como cuando trabajamos para vivir y también disfrutamos el trabajo que hacemos.

Mi deseo de una bebida también es hedonista, porque lleva al placer o a evitar el sufrimiento. La mayoría de los deseos terminales son hedonistas, pero algunos pueden estar motivados por pura voluntad como cuando, por ejemplo, decido que voy a hacer lo correcto por el simple hecho de hacerlo y no para evitar el castigo o porque alguien me está viendo.

Los deseos también pueden dividirse en naturales o antinaturales respectivamente. Los primeros son aquellos como alimento, refugio y compañía y están limitados naturalmente. Podemos decir que el deseo sexual es natural. En contraste, los segundos son aquellos como la fama, poder o riquezas y están potencialmente ilimitados.

El filósofo griego Epicuro afirmaba que los deseos naturales, difíciles de eliminar, se satisfacen fácilmente y con gran placer y deben ser satisfechos. En cambio, los deseos antinaturales no se satisfacen fácilmente ni producen gran placer y deben ser eliminados. Como por ejemplo, el comprar o comer obsesivamente, porque no genera un placer a largo plazo. Una vez terminada la acción el vacío sigue y la persona vuelve a buscar otras formas de gratificarse. Un placer a largo plazo está más en sentirse saludable, mantener amistades, o como decía Freud, en soñar, porque el sueño es la realización de nuestros deseos más ocultos.

Los deseos y la cultura

Los deseos antinaturales, que son ilimitados, tienen sus raíces no en la naturaleza sino en la sociedad, son culturales. La fama, el poder y la riqueza pueden entenderse en términos del deseo de estatus social. En efecto, si fuéramos la última persona en la tierra, ser famoso, poderoso o rico no tendría ningún sentido. Nuestros deseos serían radicalmente distintos a lo que son ahora y, dejando a un lado la soledad, tendríamos mucha mayor oportunidad de satisfacerlos.

La cultura también alienta deseos destructivos, como el deseo de que otros nos envidien, de que los otros fracasen, o por lo menos no tengan tanto éxito como nosotros. Sufrimos no solo por nuestros propios deseos destructivos sino también por los deseos destructivos de otros, si somos el blanco y la víctima de sus inseguridades.

La cultura actual, la sociedad de consumo, nos está impulsando constantemente a desear cosas nuevas y a desechar lo que ya tenemos. Hay una gran presión por parte de la cultura: las mujeres tienen que ser flacas y lindas, los hombres tienen que ser viriles, tener buenas erecciones, tener el pene de gran tamaño. Tenemos que tener el mejor automóvil, la casa más costosa, ser exitosos en todo lo que emprendemos. Y dejamos de lado la búsqueda del placer en las pequeñas cosas de la vida cotidiana, tomar un café o una cerveza, observar una puesta de sol, escuchar música, simplemente conversar con amabilidad unos con otros o hacer una caricia al ser amado.

Si nos sobreponemos al deseo de satisfacer, complacer, impresionar o mejorar a los otros, podemos empezar a vivir para nosotros mismos, libres de deseos antinaturales y destructivos. Podremos dejar de lado las exigencias de la cultura de la satisfacción del deseo, que produce culpa.

El deseo sexual

Según el psicólogo Stephen Snyder, todos nacemos con deseo sexual, diseñado para que podamos tener compañeros adecuados. Muy temprano en el desarrollo fetal, de acuerdo con este modelo, tanto los machos como las hembras comienzan con los principios del mismo software sexual rudimentario, el ‘programa’ con el que nacemos. Pero en cierta etapa de la vida fetal, bajo la influencia de hormonas sexuales y otros factores, se activan ciertos componentes específicos de género y ya nunca se desactivan. Y otros se suprimen y nunca se desarrollan. Así que cuando un niño o una niña dejan el vientre materno, su software original unisex se ha modificado específicamente hacia macho o hembra. Como resultado, el software sexual de hombres y mujeres es radicalmente diferente.

El software es de aprendizaje. La mente tiende a buscar categorías, más que cosas específicas. A la mayoría de los hombres heterosexuales de la generación de los Baby Boomers (los nacidos entre 1946 y 1964) les gusta que las mujeres tengan vello púbico, mientras que muchos, si no la mayoría de los hombres de la generación del milenio, prefieren una compañera que esté afeitada o se haya depilado. Los dos deseos son el resultado del mismo software, que simplemente busca las vulvas. Pero como es software de aprendizaje, aprende las costumbres y los modos de la sociedad y la generación propias.

El mundo como voluntad

Una de las más inspiradas teorías sobre el deseo es la del filósofo del siglo XIX Arthur Schopenhauer. En su obra El mundo como voluntad y representación, Schopenhauer sostiene que bajo el mundo de las apariencias está el de la voluntad, un proceso fundamentalmente ciego para alcanzar la sobrevivencia y la reproducción. Para Schopenhauer, el mundo entero es una manifestación de la voluntad (el deseo), incluso el cuerpo humano: los genitales son el impulso sexual objetivado, la boca y el tracto digestivo son el hambre objetivada, y así sucesivamente. Todo en nosotros, incluso las facultades cognitivas evolucionaron con el único propósito de alcanzar las exigencias de la voluntad. Aunque puede percibir, juzgar y razonar, nuestro intelecto no está diseñado ni equipado para rasgar el velo de la ilusión y comprender la verdadera naturaleza de la voluntad, que nos lleva sin saberlo a una vida de frustración, lucha y dolor, en la medida en que la voluntad se expresa en la vida espiritual del hombre en la forma de un deseo insatisfecho.

Schopenhauer compara nuestra conciencia o intelecto con un cojo que puede ver montado sobre los hombros de un gigante ciego. Se anticipa a Freud al igualar al gigante ciego de la voluntad con nuestros impulsos y miedo inconscientes, los cuales nuestro intelecto consciente apenas conoce. Para Schopenhauer, la manifestación más poderosa de la voluntad es el impulso sexual. Según él, la voluntad de vivir del descendiente que todavía no se ha concebido es lo que hace que un hombre y una mujer se unan en una ilusión de lujuria y amor. Pero cuando se ha logrado lo que deseaban, su ilusión compartida desaparece y vuelven a su “estrechez y necesidad original”.

Es por eso que el deseo se debe lograr a través de distintas bases, teniendo en cuenta las necesidades propias y del otro, y movilizando un deseo perpetuo y duradero a través de fantasías, sueños, proyectos, placeres. Nosotros deseamos lo que no tenemos, pero esto viene cargado del “no” porque desde niños nos dicen que no se puede, no se puede consentir, no se puede mal educar, vamos aprendiendo que desear es malo y por eso tantas personas ahogan el deseo, por miedo, por muchos “no”.

En redes sociales, por ejemplo, me llegan muchas preguntas sobre si se pierde el deseo en ciertos contextos. Como el caso de una chica que llevaba un año y medio con su novio. Antes su apetito sexual era bueno, tenían sexo frecuente en la semana, y se sentía muy bien con él, pero con el tiempo fue perdiendo el deseo. Aunque decía sentir “fascinación” por él, dejó de sentir ganas y se puso “fría”. Podía pasar un mes y ella no tenía deseos, pero se sentía mal porque él deseaba estar más con ella, y a veces lo hacía por “cumplirle”. Cuando lo hacía de esta manera quedaba incómoda y obligada, esto produjo una situación de hastiamiento. Es un caso para detectar por qué ya no lo desea de igual manera o si es su libido la que se está viendo afectada directamente por otras razones de su emocionalidad o cuerpo. Esto para dar un contexto de que no siempre la razón de perdida de deseo está envuelta en una rutina de convivencia, hijos, o votos matrimoniales. A veces puede suceder de manera inesperada.

Control del deseo

Hemos visto cómo el deseo está en la raíz de la vida misma, es lo que nos hace estar vivos. Repitamos la pregunta: ¿Por qué entonces queremos controlarlo? En el intento de descubrir cuáles son nuestros deseos, no hay que tratar de controlar el pensamiento y la emoción. Más bien, hay que permitir a la mente estar despierta de tal manera que todas las trabas que abruman el pensamiento se revelen a sí mismas. Es algo que la psicología reciente llama awareness: estar consciente.

Awareness es una palabra inglesa que indica el acto de una persona darse cuenta o tomar conciencia sobre algo.

Awareness se traduce al español como sensibilización o concientización.

En psicología, el awareness es el darse cuenta de lo que una persona siente y percibe de la realidad para entrar en contacto consigo misma y es fundamental en nuestra tarea de mantener o rescatar el deseo. Se habla de tres zonas de awareness:

Awareness exterior: conocimiento sensorial de los objetos y el ambiente.

Awareness interior: contacto de los sentidos con nuestro mecanismo interior como respiración, tensión muscular y temblores.

Awareness de la fantasía o zona intermedia (ZIM): conciencia de toda la actividad mental que transcurre más allá del presente. Y que podríamos entablar contando nuestras propias fantasías y escuchando las del otro, en un contexto de respeto e inclusión, sin que eso sea una amenaza o despierte miedos de abandono. Compartir deseos, fantasías es parte de una comunicación cómplice, excitante y no todos se la permiten, de nuevo por tantos “no” inculcados desde temprano.

El awareness tiene como finalidad la búsqueda del presente, del aquí y ahora a través de una autoconciencia. En este sentido, se relaciona con la meditación.

El deseo no se debe detener, esto sería igual a estar muertos. Pero hemos visto que el deseo está ligado al dolor, y por eso, muchas veces queremos suprimir o controlar el deseo. Las personas religiosas, los monjes de todo el mundo, nos dicen: “Permanece sin deseo, controla el deseo, reprime el deseo. Si no puedes hacerlo, transfiérelo a algo valioso, a Dios, a la iluminación, a la santidad, a lo que sea”.

Pero la respuesta para nuestro deseo es la libertad de este, sin que amenace nuestro equilibrio interior. Por lo general las personas temen a la libertad, se asustan con la falta de control, pero, ¿cómo desear controladamente? Buscando un balance, pues el deseo descontrolado es la adicción, una patología como las otras adicciones, que deben ser tratadas por un especialista.

Según la mayoría de las religiones hay que detener el deseo porque se necesita la energía para servir a Dios. Por tanto, hay que evitar las tentaciones y estas vienen a través de los sentidos: ver, tocar, oler, saborear, escuchar. Hay comunidades de monjes que no miran la belleza del cielo, ni la luz sobre los montes y la hierba, ni los pájaros ni el agua que corre. Por eso pasan la mayor parte de su tiempo en oración y por eso hay comunidades de clausura donde monjes y monjas se torturan, se autoflagelan, para castigar la carne, dicen, para no sentir deseos. Hay conventos de monjes donde usan cinturones de espinas alrededor de su cuerpo. Eso, según sus creencias, los va a conducir a la verdad: a otra vida donde el ser humano gozará perpetuamente de la presencia de Dios y nunca va a desear nada más.

Estos son actos tremendamente represivos, limitantes. Son formas de reprimir y controlar el deseo, ya sea por creencias religiosas o sectarias, o por disciplina. La disciplina se basa sobre el control. La sociedad y la cultura controlan. La religión controla. Pero el consumismo dice: “No controles, disfruta, compra, vende”. Y la mente humana dice: “Todo eso está muy bien. Mi propio instinto es tener placer, así que lo voy a buscar. Pero el sábado, o el domingo o el día que sea, lo dedicaré a Dios”. Esto ha sido así desde siempre. Entonces, ¿por qué ha de ser controlado el placer? ¿Y por qué no buscarlo de manera libre y espontánea trabajando en un área que nos va a ayudar en todos los otros aspectos de nuestra vida?

No estamos ni condenando el placer ni decimos que hay que darle rienda suelta ni que haya que reprimirlo o justificarlo. Hay que tratar de comprender por qué el placer ha adquirido una importancia tan grande en nuestra vida: el placer de la iluminación, el placer del sexo, el placer de la posesión, el placer del conocimiento, el placer del poder.

En el momento que controlo, hay desorden porque estoy reprimiendo y sufriendo. Pero no hay desorden cuando permitimos que el deseo aflore y lo observamos, en el sentido de estar alerta a él, a las formas sutiles de poseer y no poseer. Para eso tenemos que estar en un estado de vigilancia, una observación muy sensible nuestra y, si es el caso, de nuestra pareja, para lograr comprender sus deseos.

¿Es posible vivir sin ejercer control alguno? Hay que ser cauteloso con la palabra control; la ausencia de control no implica hacer lo que nos plazca, actuar de manera permisiva y acceder a todas las extravagancias de la vida moderna: promiscuidad, droga, desacato de las convenciones, como salir a la calle sin ropa. Sin embargo, tampoco nos podemos ir para el otro lado, debemos trabajar en sentirnos vivos, en encontrar la manera de saborear la vida desde muchos de los aspectos humanos: lo físico, lo mental, lo espiritual.

Sociedad de consumo y control del deseo

Este tema ha merecido la atención de importantes pensadores contemporáneos y quisiera exponer la visión de algunos de ellos. Paradelo Núnez, investigador de la Universidad de Bilbao, afirma que a partir de la década del 70 del siglo pasado comienza a aparecer con fuerza una nueva forma de vida que se vuelve dominante rápidamente. Se trata de modelos basados en la imitación de formas de vida de las clases altas, convenientemente presentadas y simplificadas como lo que hay que hacer para “divertirse” (having fun, en inglés). Esto va desde la aparición de los yuppies (Young urban professionals, jóvenes profesionales urbanos) hasta el afianzamiento de la clase media con modelos que son totalmente homogeneizadores, es decir que quieren estandarizar, que quieren hacer que todas las personas sean iguales y el elemento unificador de estos modelos es el consumo. Podemos decir que, a partir de ese momento, todo el mundo se ha convertido en un consumidor, todo se ha transformado en un gran centro comercial, donde se exhiben gran cantidad de imágenes y la diferencia ha dado paso a la identidad y la estandarización. La reducción al cuerpo y al presente ha significado una desarticulación para el individuo que ha perdido todos sus referentes excepto los que tengan que ver con su propio poder, que para garantizar su reproducción necesita crear personas que satisfagan las necesidades del propio poder, que cooperen sin vacilación y en grandes cantidades, que deseen consumir cada vez más, personas con gestos estandarizados, fácilmente previsibles, así se puede influir sobre ellos. Según el psicólogo Erich Fromm, el sistema necesita personas que se sientan libres e independientes, no sujetas a ninguna autoridad o principio de conciencia, pero que estén dispuestas a adaptarse a la maquinaria social sin fricción.

¿Cuántas personas que pasan por situaciones extremas de vida y vemos que algunas pierden el deseo por vivir, por sentir, por estar? Otras, sin embargo, luchan, encuentran formas de canalizar el dolor, de atreverse a nuevos sueños, proyectos, deseos. ¿Cuál es la diferencia entre ambas? Está en decidir desear el deseo.

Las nuevas formas de la sociedad se asientan sobre la inestabilidad de los deseos, la insaciabilidad de las necesidades y la tendencia al consumismo instantáneo. Deseamos, conseguimos, desechamos, deseamos más: nunca estaremos satisfechos. No controlamos el deseo; este nos controla. Y, sin embargo, nos sentimos vacíos o apesadumbrados pues el deseo que nos controla no es el que necesariamente nos hace sentir vivos o alegres, es el deseo que nos ligaría profundamente a nuestro ser el que restringimos. Es una sexualidad controlada o aburrida que se puede hacer monótona en la rutina del hogar o del día a día pues cualquier forma de castración de los pensamientos afecta nuestras vidas. Una persona libre para pensar, soñar, desear, es la que disfruta de cada momento de la vida. Es la que sabe encontrar gratificación en cosas sencillas y en cosas grandes, como un aroma agradable, un dulce sabroso, una casa nueva, un viaje soñado. En cambio, otros que tienen la mente castrada no logran satisfacerse con nada, como diría Mick Jagger: I can´t get no satisfaction.

No se trata, claro está, de rechazar todos los avances de la sociedad, ni de evitar tener objetos que nos pueden hacer la vida más fácil, ni de pensar en un retorno a un idílico espacio donde el ser humano vive feliz, sin conflictos y tiene todo lo que desea, porque solo desea la subsistencia y la reproducción. Esta visión la tienen muchos movimientos anticonsumo, pero en la práctica no es fácil llevarla a cabo, a menos de que queramos irnos a vivir en una comuna.

Lo que podemos hacer es estar atentos a nuestros deseos, aprender a discernir cuáles y cómo deben ser controlados — porque no podemos entregarnos sin más a la satisfacción completa de nuestros apetitos— y aprender cómo se puede gozar con las cosas sencillas de la vida.

Ausencia de deseo

Si se sigue una eliminación selectiva de los deseos, podemos minimizar el dolor y la ansiedad de tener deseos insatisfechos y se puede llegar a la anhedonia o incapacidad para experimentar placer, la falta de interés o satisfacción en casi todas las actividades. Algo también bastante común en nuestra sociedad, ¿o no?

No obstante, hay varias teorías filosóficas que se basan en la eliminación de los deseos para lograr el control total de la vida. Dijo Epicuro: “Si quieres hacer feliz a un hombre, no incrementes sus riquezas sino disminuye sus deseos”.

La ausencia de deseo puede ser producto de una orientación consciente y voluntaria o puede ser producto de diversas causas patológicas. Dedicaremos el capítulo cuarto de este libro a examinar esas causas.

Por ahora, digamos que en la sociedad actual hay una marcada ausencia de deseo, más frecuente entre mujeres que en hombres y que, en muchos casos, está ligada a la depresión y la ausencia del joie de vivre (la alegría de vivir), que en este caso se asemeja mucho al ikigai de la vida, o al encontrar un profundo y delicioso conocimiento interior sobre nuestros verdaderos deseos. He ahí la tarea.

Estos son algunos ejemplos de mensajes que recibo con frecuencia y demuestran cómo nos hemos ido blindando del verdadero placer.

• Hola doctora, me gustaría preguntarle por qué no me dan ganas con mi esposo. Yo tengo 26 años y él 38 y llevamos 10 años juntos. Al principio sí me gustaba, pero ahora me da pereza. ¿Qué puedo hacer?

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• Buenas noches, doctora. Estoy pasando por un momento extraño, no me dan ganas de estar con mi pareja, a veces lo hago por cumplir más que por deseo. ¿Qué me recomienda hacer?

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• Tengo mi pareja desde hace tres años. Al principio me encantaba estar con él, pero ahora me da pereza.

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• Flavia, necesito un consejo. Llevo 18 años con mi esposo, tengo 41 años y no me dan ganas de tener relaciones y eso me preocupa…

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• ¡Necesito que me ayude! Tengo 22 años y un bebé de ocho meses. Luego de que nació mi bebé he perdido el apetito sexual y eso me está ocasionando graves problemas con mi pareja, cree que tengo otro y la verdad no es así, pero siento que no me dan ganas de tener sexo y no sé por qué. ¿Es normal después de tener un bebé?

Son muchas las razones que veo a menudo de porqué las personas pierden, abandonan o dejan dormir su deseo sexual, pero lo que más me llama la atención por lo general en temas de sexualidad tiene que ver con la mala educación sexual, ideas preconcebidas, ideas que están presas dentro de uno y que impide que uno sea libre y feliz. Si nosotros pudiéramos vivir esos deseos y nuestra sexualidad de manera libre, placentera y positiva yo estoy segura de que tendríamos menos neurosis, menos enfermedades mentales y mucho menos sufrimiento en la sociedad.

¿Suprimir el deseo?

“La mayoría de nosotros ha suprimido el deseo, por varias razones: porque no es conveniente, no es satisfactorio, porque cree que no es moral, o porque los libros religiosos dicen que para encontrar a Dios deben carecer de deseo, etc. La tradición dice que deben suprimir, controlar, dominar el deseo, de modo que gastamos tiempo y energía en disciplinarnos. Ahora bien, veamos primero lo que le sucede a una mente que siempre se está controlando, que está suprimiendo, sublimando el deseo. Esa mente, al estar ocupada consigo misma [pensando], se vuelve insensible [a más pensamiento menos sensibilidad]. Aunque pueda hablar de sensibilidad, bondad, aunque pueda decir que debemos ser fraternos, que debemos producir un mundo maravilloso, y todas las demás tonterías de las que habla la gente que suprime el deseo, esa mente es insensible porque no comprende lo que ha suprimido. Tanto si suprime como si se deja llevar por el deseo, es esencialmente lo mismo, porque el deseo sigue estando ahí. Usted puede suprimir el deseo de tener una mujer, un coche, posición; pero el propio impulso de no tener estas cosas, que hace que usted suprima el deseo que tiene de ellas, es en sí una forma de deseo. De manera que, porque está atrapado en el deseo, tiene que comprenderlo, y no decir que está bien o mal”.

Deseo

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