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“No spoliarás la serie de tu prójimo” Spoilers y destripes

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“Mi nombre es Thomas Shelby

y hoy voy a matar a un hombre”.

Peaky Blinders

Salamanca, España, 2017. Un joven es apuñalado diecinueve veces por un grupo de amigos en una esquina. Luego de la feroz agresión los victimarios permanecieron en el lugar tranquilamente como si nada hubiera ocurrido, cuando un oficial de policía acudió a la zona y preguntó qué había pasado, confesaron in situ: “Le hemos apuñalado porque nos ha contado el final de Juego de tronos”.

Antártida Argentina, octubre de 2018. Dos científicos rusos vivían en el observatorio Bellingshausen donde investigaban juntos. Pero la convivencia llegó a su fin cuando Sergei Savitsky acuchilló violentamente en el corazón a Oleg Beloguzov. Tras el intempestivo ataque se especuló que Sergei podría haber tenido un brote psicótico por los días de encierro y aislamiento o bien haber sufrido alucinaciones. Sin embargo, después de varios días de misterio se supo que Savitsky en realidad se enfureció porque su compañero no dejaba de spoilearlo con las series que veían juntos y en simultáneo.

De más está aclarar que estas dos noticias no son ficción, ni corresponden a la sinopsis de ninguna película y (por suerte) no pertenecen a la lógica habitual del espectador promedio. Sin embargo, esta bestialidad habla de un síntoma, una época, un estado humano (al borde del todo) y son el puntapié para reflexionar sobre algunos fenómenos que nos atraviesan.

Pero ¿desde cuándo decir lo que uno está mirando puede transformarse en una amenaza?

Parece ser que contar lo que uno vio puede convertirse en una cosa seria en los tiempos de contenido streaming. Que se escape un detalle o un dato preciso de la historia que estamos mirando puede detonar cualquier clase de estallido, desde discusiones con amigos, rupturas de parejas, insultos, furia, enojos familiares, hasta, como vimos anteriormente, apuñalamiento de científicos.

Lógicamente, el análisis no pasa porque esté bien o mal spoliar, sino con la ponderada atención que está recibiendo el tema en este momento de la historia visual. Los espectadores tenemos todo el derecho de vivir nuestras experiencias audiovisuales como queramos. No obstante el foco está en este primer lugar de análisis, por cómo se sucede en su carácter repetitivo y frenético.

Primeramente, qué es un spoiler (o un destripe) y por qué lograron tener tanta importancia en el quehacer del espectador posmoderno. Si bien spoiler es un término en inglés (nadie usa “destripe” que es su homónimo en castellano), el anglicismo se utiliza como norma y es casi un idioma universal. La palabra suele emplearse cuando un texto o una persona anticipan algo fundamental en la trama o en la historia de una película, serie o libro. Sería algo así como una información muy relevante del desarrollo de una historia que, de saberla de antemano, nos haría perder el interés, la sorpresa o el asombro frente a eso que se narra. De hecho, la génesis de la palabra está compuesta por un sufijo er unido al verbo spoil que en inglés significa estropear, echar a perder.

Cabe aclarar que el término no es nuevo y se describió en el diccionario de la RAE en 1884, por supuesto que en relación con la narrativa literaria y no con el cine (que aparecería recién diez años después, más específicamente en 1895). Así que su inicio fue a través de la palabra escrita y referido a aquellos párrafos que contenían nudos de relatos o funciones cardinales que hacían avanzar la línea argumental.

Con respecto al cine o series, si tenemos que detallar lo que más molesta de estos famosos “destripes” son llamados nudos de tramas o los plot twist (puntos de giros). Los puntos de giro son aquellas acciones o datos que hacen que la historia dé un vuelco y avance (por ejemplo, la muerte de un personaje, un secreto revelado, un casamiento cancelado, una declaración de amor, el logro de una meta del personaje principal, la resolución de un conflicto, etc.). Podríamos decir que hay tantos nudos de tramas como historias y que son sustanciales porque le dan al espectador la cuota de asombro, van ayudando a la construcción del arco dramático y son la dosis de adrenalina esperada.

Como ya mencionamos, si bien es una palabra que fue descripta hace más de cien años, ahora es acuñada con mucho más énfasis y recelo, entonces, ¿en qué clase de espectadores nos convertimos? Dice Nuria Silva, crítica de cine, escritora e ilustradora: “Los spoilers tienen que ver con la época en que vivimos (con cierto declive cinematográfico), donde interesa más el qué que el cómo, el foco está más en qué se cuenta y no en cómo se cuenta, se perdió la noción del disfrute de la experiencia visual cinematográfica, esto está en correspondencia con lo social (entiéndase a lo que excede a la pantalla)”.

Ciertamente, la educación de la mirada ha ido cambiando a lo largo de la historia y con ella los espectadores. El lenguaje audiovisual ha transformado sus modos, sus formas de contar, sus narrativas, sus estéticas, sus recursos visuales, etc. Al mismo tiempo, variaron los formatos y las maneras en que accedemos al contenido. Mientras antes la única forma de ver cine era ir al cine y para ver una serie había que esperar con suerte una semana, hoy el contenido streaming y sus plataformas web lo hegemonizan todo. Nada (o muy poco) queda por fuera de ellas a nivel masivo, todo está disponible veinticuatro/siete y en un solo lugar. Hasta se hizo tradición escuchar la frase que titula este libro: “¿está en Netflix?”, la pregunta es una especie ritual para saber si puedo ver lo que quiero, porque parece que si no está allí mismo no existe (o no lo podemos mirar).

Por otro lado, hay que mencionar que el contenido online dio origen al fenómeno de las series, un suceso que mueve millones de miradas por todo el mundo y, también, millones de ganancias. Las series son el nicho elegido por muchos espectadores todos los días, incluso lo prefieren antes que la televisión. Desde hace unos años la fuga de televidentes de la TV abierta a las plataformas son un dolor de cabeza para el mercado, los números de baja del rating y consumo van en franca picada. Parece que la televisión se mide cada vez más, pero se reinventa menos. La interrogación pasa por si la pérdida de audiencia obedece a los cambios en el consumo de la era digital o si la oferta que propone la TV abierta está continuamente apartada de las preferencias de las grandes masas. La ecuación parece inevitable, la disminución en la audiencia televisiva dispara la proliferación de usuarios de plataformas.

Obviamente, esta migración provocó que se comenzara a producir más contenido online y toneladas de series (sí, toneladas), muchas en cada semana, cada mes y todo el tiempo. A ese fenómeno de realización en masa se sumó que cada serie que empieza con la propuesta de tres temporadas termina teniendo ocho o diez, con el resultado infalible de tramas chicles, arcos dramáticos desvirtuados, ideas reiterativas, agotamiento de recursos, etcétera. Por lo tanto, el “qué pasa u ocurre” termina siendo fundamental para mantener al espectador pegado a la plataforma.

Actualmente, las estructuras narrativas de las series requieren que los espectadores estén pegados a la pantalla el mayor tiempo posible y que no se pierda el interés (esto lo sabe muy bien la industria y funciona excelente para su rentabilidad). Para ello, los guionistas emplean herramientas para atrapar al espectador temporada tras temporada, es decir, dejan hilos sueltos, utilizan los puntos de giro, vierten información relevante en el final del capítulo, van desplegando tramas, etc. En definitiva, utilizan todos recursos para que continuemos viendo sin poder parar, hasta que tengamos los ojos en las manos literalmente. He aquí uno de los nudos de la “histeria” por los spoiler, las narrativas de las series actuales funcionan un poco como un efecto Pavlov (estímulo-respuesta), no saber lo que va a pasar hace que la campana suene porque nos atrae saber el qué pasó, pero si sabemos lo que va a pasar ya no surte el mismo efecto, porque el interés se sostiene incesantemente en ese dato clave. En cierto modo, somos presos de un sistema que nos fue condicionando la forma de mirar o, mejor dicho, el modo de cómo nos relacionamos con el lenguaje.

Por eso los spoilers se convirtieron en una especie de mandamiento que reza más que nada la comunidad “seriera”, ya que es donde mayormente se emplean las tramas que requieren una inocuidad con los datos claves. Así, el “no spoliarás la serie de tu prójimo” progresa como un mantra entre los espectadores, un mantra que nada tiene de zen, sino, por el contrario, se aplica a veces sin mediar proceso y con cierta desesperación.

Asimismo, la piedra institucional de la iglesia antispoiler tiene sus sagradas escrituras y uno de los fundamentos utilizados por los espectadores que defienden a ultranza los spoilers es que saber los datos claves opera negativamente con la capacidad de sorpresa o asombro. Es decir que se prioriza más un dato clave por sobre lo general, porque, como vimos, ese es el señuelo elemental. Pero ¿qué tanto es verdaderamente así? ¿Hasta qué punto hemos perdido nuestro niño interno?, ese que era capaz de ver su película favorita una y otra vez y disfrutar cada segundo.

Los niños ven harto sus películas o programas favoritos porque la repetición les hace comprender el lenguaje, sus funcionamientos, los ayuda a anticipar datos, y entender el tiempo ficcional, etc. Dice Javier Sánchez: “La edad destroza el placer que podemos extraer de la repetición. Ya sabemos cómo funciona el mundo y no necesitamos poder anticipar una narración conocida. El mejor ejemplo es la música: escuchar la misma canción mil veces funciona hasta que el cerebro se acostumbra y deja de darnos dopamina (felicidad) en cada escucha. Las experiencias se gastan. El sexo, el ocio, la aventura. Buscamos siempre la sensación más intensa, pero la reiteración (paradojas de nuestro cerebro) termina abotagándola, dejando en knock out el placer que extraemos de ella”. Una mala noticia pues, al parecer, de adultos solo nos es útil una sensación intensa y el mecanismo termina siendo una retroalimentación negativa que nos lleva a un profundo llano.

Entonces, ahondemos en si este rollo de los spoilers es verdaderamente una cosa seria o tan solo se trata de un espejismo del espectador en que nos convertimos, una especie de limitación disfrazada de falsa seguridad que nos hace creer que el placer está únicamente en el asombro. ¿Qué dirá la ciencia de esto? ¿Será cierto que, si sabemos un dato clave, nos quita la sorpresa y con ella el shock de dopamina tan buscado?

Por suerte, la ciencia se pregunta prácticamente por todo y estudió la cuestión de “por qué se apuñalan científicos que tienen el atrevimiento de spoilear a sus colegas”, y así se metió de lleno en el estudio del fenómeno de destripes. En 2011, los docentes Nicholas Christenfeld y Jonathan Leavitt de la Universidad de California en San Diego realizaron una experiencia científica con la finalidad de demostrar si efectivamente los spoilers disminuyen el disfrute de una ficción: “para la prueba cada voluntario recibió una pequeña historia con finales inesperados, a algunos voluntarios se les revelaron partes importantes de la trama de forma sutil (como si formaran parte de la historia) y a otros, previo preámbulo, se les anticipó los destripes”. Es decir que contaron la ficción, pero de diferentes formas. Lo que querían censar puntuablemente era qué tan molestas o graves son las anticipaciones de la trama y cómo las percibía cada grupo. Este estudio fue muy grande y participaron más de quinientas personas, además resultó ser uno de los primeros en hacerse eco del nuevo fervor.

La conclusión del experimento fue extraordinaria y asombrosa, ya que los sujetos que leyeron los spoilers disfrutaron más de la obra que los sujetos a los que no se les adelantó el final. ¡Qué! Un momento. ¿Cómo es posible esto, don Watson? Y yo insultando a mis amigos en vano.

En efecto, una de las revelaciones de esta experiencia es que históricamente nuestro cerebro está preparado para disfrutar de los relatos previsibles porque durante miles de años (desde las tragedias griegas hasta las leyendas vernáculas) estos se han ido contando sobre la base de ciertas certezas y repeticiones. Además, el hecho de trasmitirlos oralmente o por escrito siempre sugería un pasaje de información, una anáfora en el relato y oírlo más de una vez. Sin embargo, eso no implicaba no querer verlos o escucharlos, por el contrario, desde el principio de los tiempos el ser humano ha sentido placer por oír relatos.

Lo que sugiere esta investigación es que la falta de sorpresa para quienes sabían la trama fue parte del placer. Es decir que, cuando el suspenso está contenido en una fórmula y no tenemos que preocuparnos por la muerte del protagonista o el asesinato de alguien, nos relajamos y disfrutamos más de la experiencia, sin estar atados al “dato”, punto de giro o qué va a pasar.

Del mismo modo, solo porque sepamos el final o el clímax no significa que no consigamos asombrarnos, incluso si hacemos trampa y vemos la parte final de un buen thriller, todavía queda la expectativa de cómo se llega allí. Tal vez, hemos sobrevalorado el placer del impacto final a expensas de esos “pequeños asombros” que ofrece el camino narrativo. Sin ir más lejos, cada género cinematográfico es un spoiler en sí mismo y no por eso dejamos de ir al cine. Constantemente existe una antesala en lo que vamos a ver y habrá que practicar lo que señala la canción de Jorge Drexler: “amar la trama (más) o igual que el desenlace”.

Completando el lío, los directores de estas experiencias (Christenfeld y Leavitt) especulan con que saber el final podría incluso aumentar la tensión narrativa: “conocer el final de Edipo, por ejemplo, puede aumentar la tensión placentera dada por la disparidad de conocimiento entre el lector omnisciente y el personaje marchando hacia su destino”. Dicho de otra forma, nosotros sabemos la resolución de la tragedia griega, pero el personaje no, por lo tanto, la incertidumbre irá en aumento y la emoción del relato estará puesta en cómo el personaje llega a ese final.

Uno de los directores que al parecer está de acuerdo con estos científicos es el maestro del suspenso Alfred Hitchcock. Aun cuando este género sea el que más necesite salvaguardar los datos claves de una historia, el director decía lo siguiente sobre su creación en una entrevista con François Truffaut (que se encuentra en el libro El cine según Hitchcock): “La diferencia entre el suspense y la sorpresa es muy simple. […] Nosotros estamos hablando, acaso hay una bomba debajo de esta mesa y nuestra conversación es muy anodina, no sucede nada especial y de repente: bum, explosión. […] Examinemos ahora el suspense. La bomba está debajo de la mesa y el público lo sabe, probablemente porque ha visto que el anarquista la ponía. El público sabe que la bomba estallará a la una y sabe que es la una menos cuarto (hay un reloj en el decorado); la misma conversación anodina se vuelve de repente muy interesante porque el público participa en la escena. […] En el primer caso, se han ofrecido al público quince segundos de sorpresa en el momento de la explosión. En el segundo caso, le hemos ofrecido quince minutos de suspense”. Con este ejemplo ilustrativo, el gran Hitchcock expone al director francés cuán natural es hacer del lenguaje cinematográfico una herramienta para transmitir emociones, mediante el cambio de un pequeño detalle. En este caso ese pequeño “pormenor” parece una maniobra que se asemeja a un spoiler, donde un punto de giro es revelado anticipadamente para aumentar la tensión.

Las técnicas de Hitchcock para guiar el desarrollo argumental se basan en la planificación de lenguaje mediante las imágenes e información que recibe el espectador, pero no todas ocultan información o hacen elipsis. En muchas de sus películas Hitchcock decide premeditadamente brindar datos al público, para colocarlo en una posición privilegiada respecto a la de los protagonistas y lo que les vaya a suceder. Por ejemplo, en El hombre que sabía demasiado (1934-1956), no se preocupe que leyó bien, hay dos años diferentes, pasa que a Hitchcock le gustaba tanto este guion que filmó la película dos veces. En este filme, el espectador sabe de antemano que en el momento de la actuación de la orquesta, mientras el músico hace chocar los platillos, el asesino disparará contra su víctima para pasar desapercibido con el estruendo y lograr su objetivo de forma impune. Esta utilización del recurso sonoro anticipando la acción previa con los músicos, se convierte en la tensa espera de un clímax que está por explotar. De esta manera, la antelación amplifica el disfrute.

No obstante y a favor del club antispoiler, existen muchas películas que sí necesitan que se resguarden datos claves, porque son importantes en la cuota de intensidad. De hecho, hay una anécdota con Psicosis en un diario de la Argentina donde los directores del Teatro Austral sacan una solicitada en 1960 pidiendo que “por favor no cuente a sus relaciones y amigos el final de Psicosis, se lo agradecerán ellos y nosotros”. Evidentemente, ya en esa época hubo espectadores enojados que concurrieron a la sala a reclamar por sus derechos inalienables de ¡ALERTA! ¡AVISO DE SPOILER!

Esta es la frase que hace un tiempo se instauró cuando leemos alguna crítica de cine, vemos avances de alguna serie o nos encontramos con una publicación en una red social. La expresión significa una advertencia que protege a los espectadores que no quieren saber datos con anterioridad, porque de esta manera su interés cinéfilo o seriero se vería afectado.

Cabe mencionar que la dinámica digital ha puesto todo este asunto en un peligro inminente, porque la información y los anuncios circulan harto por todos los frentes. Lo que antes era el vecino del barrio chismeando que la madre de Norman estaba muerta, ahora son las redes sociales e internet que se han convertido en un campo minado para los que esperan (casi ingenuamente) llegar a ver una producción audiovisual sin antes contaminarse de información. Al parecer se vuelve una tarea frenética esquivar toda la artillería online, mientras apretamos los ojos y ponemos play, antes que algún pandemónium aparezca. Por ello, la iglesia antispoilers tiene sus recomendaciones al respecto. Por ejemplo, si ustedes quieren llegar lo menos contaminados posible es conveniente que no naveguen por internet los días previos, también silenciar las palabras claves sobre la serie o película y comentarios en redes, no ver los avances, no cliquear en los hashtag, etcétera. La recomendación es que, si todo esto les parece muy engorroso y no pueden llegar a taparse los oídos cada vez que escuchen algo, empiecen a aflojar un poco.

Y para contribuir con ese relajo ocular, vamos a recordar algunas películas de culto que a base de repetir el spoiler o saber una información determinante dejaron de serlo y, definitivamente, los espectadores las ven igual porque son obras maestras del cine. Algunas son:

El club de la pelea (1999): en esta película de David Fincher, un oficinista insomne, cansado de la rutina y su vida, se cruza con un vendedor bastante particular. Ambos crean un club de lucha clandestino como forma de terapia y, de a poco, la organización crece mientras sus objetivos toman otro rumbo. Sin embargo, al final de la película se descubre que el personaje interpretado por Brad Pitt no existe, porque Edward Norton y él son la misma persona. Sobre este film se han hecho memes, chistes e infinidades de posteos que son un spoiler tras otro.

Los otros (2001): tras la Segunda Guerra Mundial el marido de Grace (Nicole Kidman) no vuelve. La señora se encuentra sola con sus hijos en un aislado caserón victoriano de la isla de Jersey, qué conveniente para la trama, ¿no? Los niños sufren una extraña enfermedad: no pueden recibir directamente la luz del día. Tres nuevos sirvientes se incorporan a la vida familiar y deben aprender las dos reglas vitales: la casa estará siempre en penumbra y nunca se abrirá una puerta si no se ha cerrado la anterior. Bueno, ya deben intuir lo que pasa, no solo el personaje principal está muerto, sino todos los protagonistas lo están desde el principio del filme.

Seven (1995): otra obra maestra de Fincher donde el veterano teniente Somerset (Morgan Freeman) está a punto de jubilarse y ser reemplazado por el detective de homicidios David Mills (Brad Pitt). Los dos tendrán que colaborar en la resolución de una serie de asesinatos cometidos por un psicópata que toma como fuente de inspiración los siete pecados capitales. Los cuerpos de las víctimas se convertirán en un enigma que les obligará a viajar al horror y la crueldad más absolutos. Cuando están por atrapar al homicida, este le hace llegar un “cajita” que contiene la cabeza de Gwyneth Paltrow (novia de Mills) y completa su plan macabro incitando la ira en el detective. La frase “qué hay en la caja, qué hay en la caja”, que grita Brad Pitt al final es un ícono del cine.

Psicosis (1960): Marion Crane es una joven secretaria que, tras cometer el robo de una importante suma de dinero en su empresa huye de la ciudad refugiándose en un pequeño y apartado motel de carretera regenteado por el tímido Norman Bates (que vive en la casa de al lado con su madre). Llega el histórico momento de la ducha, ella muere, pero en la silueta se ve que es una mujer, pensamos que es la madre de Norman, pero no, porque la madre de Norman está muerta y el asesino es el mismo joven travestido.

El planeta de los simios (1968): aquí hay un spoiler incluso en la contratapa que traía el DVD. George Taylor es un astronauta que forma parte de la tripulación de una nave espacial que se estrella en un planeta desconocido en el que, al parecer, no hay vida inteligente. Prontamente, se dará cuenta de que está gobernado por una raza de simios muy desarrollados mentalmente que esclavizan a seres humanos. Cuando su líder, el doctor Zaius, descubre horrorizado que Taylor posee el don de la palabra, decide que hay que eliminarlo. Efectivamente, el planeta de los simios no es otro que la tierra.

El ciudadano Kane: un importante magnate estadounidense, Charles Foster Kane, es dueño de una importante cadena de periódicos, una red de emisoras, y de una inimaginable colección de obras de arte, pero muere en Xanadú, un castillo de su propiedad. La palabra que pronuncia en la última expiración es “Rosebud”, cuyo significado es un enigma y comienza a despertar una enorme curiosidad en la prensa y la población. Así, un grupo de periodistas comienza una investigación para esclarecer el misterio. Después de muchos recorridos, “Rosebud” resulta ser el nombre del trineo de Charles Foster Kane.

Titanic (1997): Jack (Leo DiCaprio) es un artista que gana (en una partida de cartas) un pasaje para viajar en el Titanic, el transatlántico más grande del mundo. A bordo conoce a Rose (Kate Winslet), una joven burguesa venida a menos que va a contraer matrimonio por conveniencia.

Jack y Rose se enamoran, trabas, celos, encuentros en camarotes, ya saben, “soy el rey del mundo” en la popa y etcéteras de amor. Viene el iceberg, se hunde el coloso y Kate Winslet no le deja un lugarcito en la puerta al bueno de Leo DiCaprio, por lo que el galán termina en el fondo del mar gélido. “I love you, Rose”. Demás está decir que el fotograma final es otro ícono cinematográfico que circula por todos lados.

El sexto sentido (1999): la obra maestra de Night Shyamalan tiene uno de los puntos de giros más conocidos de la historia del cine. Luego de sufrir el brutal ataque de un paciente, el psicólogo infantil Malcolm Crowe vive obsesionado por el doloroso recuerdo y la culpa de no haber podido ayudarlo. Cuando conoce a Cole Sear, un niño de ocho años que necesita tratamiento y vive aterrorizado, el doctor siente una nueva oportunidad para poder redimirse y asistirlo psicológicamente. Sin embargo, el doctor Crowe no está preparado para conocer el terrible secreto del don sobrenatural del niño: ve gente muerta. Luego de pensar y pensar se da cuenta de que él también es un espíritu. Entonces, descubrimos que en realidad Bruce Willis sí muere luego de la primera escena, solo que hay una elipsis donde creemos que sobrevivió al ataque del paciente (que de paso les comento que era el actor Donnie Wahlberg, uno de los New Kids on the Block).

Bien, después de tantos spoilers espero que hayan podido desensibilizar los ojos y les sugiero que, si no miraron algunas de estas maravillosas películas, lo hagan igual porque las van a disfrutar mucho.

También, tengan al corriente que la mente humana es una máquina de predicciones, lo que significa que en realidad sí registra la mayoría de las “sorpresas” o “destripes”, pero las traduce como un fallo cognitivo (es decir, las pasa a un segundo plano de forma inconsciente). Siguiendo con el ejemplo de El sexto sentido, Malcolm Crowe está muerto y lo sabemos desde cuando el niño dice “I see death people”. Pero hacemos nuestra propia elipsis mental para no autospoilearnos, de tal manera que nuestra primera reacción es siempre: “¡qué genial!, ¡nunca lo vi venir!”, pero en el fondo nuestro cerebro omitió hábilmente todos los datos. Por este motivo, nos sentimos avergonzados si nuestra credulidad se ve afectada por la antelación. Como dice el genialísimo Mark Twain: “Es más fácil engañar a la gente que convencerlos de que han sido engañados”, y en este arte del engaño, el cine es el mentiroso perfecto.

Finalmente, ahora que sabemos un poco más sobre cómo funciona esta novela de los spoilers que tanta efervescencia ha creado, la idea de este capítulo no es plantear un conflicto sobre si spoilear está bien o mal y que ustedes se peleen con su vecino, amigo o pareja. Sino que nos relajemos como espectadores y pongamos más el foco en la experiencia audiovisual general y no solamente en los datos claves de la historia; además, el valor cultural de una película o serie va más allá de sorprenderse con la trama. Después de todo, tengan presente que espectador no se nace, se hace, y por suerte es una especie de deconstrucción constante, donde lo principal es salir del piloto automático ocular. De igual modo, no se hagan los chistosos y traten de NO spoilear a su prójimo porque ya saben: hay tabla.

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