Читать книгу ¿Dónde están mis orgasmos? - Francis Aurò - Страница 10
ОглавлениеCapítulo 4
Febrero
Carlos fue el primer hombre que el destino quiso poner en mi camino después de Alex. Apareció en el despacho casi un año después de mi divorcio.
Estaba tan centrada en mi trabajo y en mis hijos que no tenía muy claro dónde andaba Sara.
Así que sentir que alguien se interesaba por mí como mujer me hizo despertar en cierta manera de mi letargo. Fue como sentirme viva de nuevo.
Carlos fue el primer hombre que el destino me puso delante, porque antes fueron mis amigas las que se encargaron de presentarme a conocidos suyos solteros… Ellas siempre con actitud, adelantándose al destino si era necesario.
Carlos trabajaba para otro despacho de abogados, pero durante unos meses estuvo dando una formación a parte de nuestra plantilla. Derrochaba simpatía y su alegría me resultó como un chute de aire fresco.
Un par de veces haciéndome reír, y a la tercera me propuso quedar a comer.
¡Una cita! :)).
Mi última primera–cita había sido con Alex, ¡hacía más de quince años!
Pero con Carlos me pareció fácil y divertido. Quedamos un martes, cerca del despacho.
Estaba nerviosa, pero sabía que me iba reír, y me apetecía.
Era un personaje inquieto, vivo, de conversación ágil, aunque para mi gusto añadía demasiadas risas a sus palabras, sobre todo cuando estaba nervioso... Era como un tic.
Cuando lo conocí fuera del entorno de trabajo, me pareció todavía más interesante. No sé por qué.
Durante la comida hablamos de trabajo pero al poco ya me estaba contando su vida y preocupándose por conocer la mía.
La verdad es que me encantó verlo tan entregado a conocerme. No paró de hacerme cumplidos. Me propuso quedar a comer porque yo le gustaba y me lo hizo saber durante la comida. Era directo pero con mucha gracia y la verdad es que me hizo sentir muy cómoda.
—Tendrías que trabajar de relaciones públicas. Estoy segura de que se te daría muy bien.
—Uy, se me dan bien muchas cosas. Tú dame tiempo. (Risita).
Cuando nos levantamos del café para volver al despacho, Carlos se paró delante de mí, muy cerca. Su cara ligeramente por encima de la mía:
—Sara, me gustas mucho.
Y me plantó un beso mientras sujetaba mi barbilla con cariño. Un beso húmedo y con una lengua deseosa de encontrar la mía. Hacía mucho tiempo que no besaba, pero me fue muy fácil y excitante seguirle.
—Me has dicho que este finde no tienes niños. ¿Por qué no quedamos el viernes para cenar en tu casa, por ejemplo?
Yo traigo el vino. (Risita).
No me pude resistir a esa cita.
Cuando llegué al despacho me di cuenta de que llevaba las bragas mojadas: hacía mucho tiempo que no me sentía tan viva.
El último año de mi vida de casada fue de todo menos sexualmente activo.
Supongo que mi relación no debía ir muy bien cuando ninguno de los dos necesitaba esa intimidad... y supongo que yo no lo había querido ver.
El sexo es como rascarse: cuanto más lo haces más ganas tienes y cuanto menos, menos ganas.
Y, en el año que llevaba separada, precisamente el sexo no era lo que ocupaba mis pensamientos. Tenía otras cosas en la cabeza, como ocupar ocho horas cada día en un trabajo con el que pagar un alquiler, hacer lavadoras–tender–destender–doblar–planchar–guardar (¡Dios! ¿¡Para cuándo la ropa autónoma!?), hacer la compra, ayudar con los deberes, recoger personitas de extraescolares… ¡¡Todo tan emocionante!!
Sabía que el sexo existía pero ni lo recordaba.
En una ocasión me planteé si me habría vuelto asexual, sobre todo después de ver un documental donde escuché esa palabra por primera vez.
Supongo que por eso Carlos me provocó tanto: ni lo buscaba ni lo esperaba.
Estuve excitada toda la semana. Excitada y con una energía y un buen rollo increíble. De repente los niños tiraban el agua en la mesa y no había gritos… Me había convertido en una maravillosa–madre–comprensiva.
El jueves antes de la cita me escribió un SMS:
Hola Sara.
Me ha salido un imprevisto y no sé si podré quedar mañana.
Te voy diciendo.
Sentí una presión sobre los hombros y el pecho.
Ok, no hay problema. Ya me dirás.
Contesté.
Decepción, tristeza, rabia… El listado de todos mis defectos pasando por mi cabeza una y otra vez, haciéndose cada vez más grandes...
¿Se supone entonces que tengo que estar pendiente y no hacer planes esperando que me diga si puede o no puede?
¿Con quién podría hacer planes el viernes? Así verá que tengo otras cosas que hacer, no solo estar pendiente de quedar con él.
Un pensamiento bastante absurdo, lo sé.
Pero la realidad es que mi vida social después de separarme no era muy emocionante que digamos. Todo mi entorno estaba emparejado y quedar con otras parejas y sus hijos no era lo que más me apetecía cuando yo no tenía que estar con los míos.
Había quedado con otros singles a través de páginas web de mi ciudad, pero las experiencias que tuve (una para tomar una cerveza y otra para cenar) no me acabaron de convencer… Parecíamos un grupo de alcohólicos anónimos donde cada uno explicaba por qué acababa allí…
Echaba de menos un compañero o amigos solteros con los que quedar fácilmente.
Tengo que encontrar algún sitio donde quedar para hacer actividades durante el día, para conocer gente nueva.
Sí, eso me apetecía realmente.
Bueno, en aquel momento lo que más me apetecía era quedar al día siguiente con Carlos.
De nuevo mis defectos, uno detrás de otro, pasaron por mi cabeza justificando que Carlos no quisiera quedar.
Oye, mira, para ya: si quiere quedar, bien; y si no también.
Uff, gracias… Necesitaba dejar de pensar… Afortunadamente mi Pepito Grillo venía a mi rescate.
Por supuesto, la madre–maravillosamente–comprensiva se esfumó esa misma tarde.
El viernes, hacia las diez de la mañana, sonó un mensaje en mi BlackBerry.
¡Hola, Sara! ¿Cómo estás?
Finalmente sí que podré quedar.
Como no lo veía claro prefería avisarte, por si tenías otro plan.
Qué monooooooo.
Y yo pensando que todos mis defectos eran los que le impedían quedar conmigo.
¿Qué defectos? ¡Si estoy estupenda!
¡Qué guay!
¿Quedamos a las 21?
¿Dirección?
Estuve el resto del día con la sonrisa puesta. Me apetecía un montón quedar con él; hacía mucho tiempo que no tenía sexo. Hacía mucho tiempo que no tenía ganas de tener sexo.