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Capítulo 2

Junio

El hombre detector–de–mis–dos–orgasmos era un tipo atractivo que ya pasaba de los cuarenta.

Su sonrisa apareció un día delante de mi mesa. Venía a entrevistarse con Ferran, el director del despacho donde yo trabajaba como abogada.

—Buenos días, estoy buscando a Ferran. ¿Sabes dónde lo puedo encontrar? Tengo una cita con él.

Pues no me importaría que tuvieras la cita conmigo….

Tenía los ojos verdes (no sabía qué tenían los ojos verdes, que conseguían hipnotizarme) y su voz era profunda, como la de un locutor de radio. Su mirada entró directamente al fondo de mi cerebro y aquella voz me generó un agradable cosquilleo que recorrió todo mi cuerpo.

Estaba en aquel momento de mi vida… Un tanto revolucionada y con ganas de conocer gente nueva y hacer cosas diferentes de las que había hecho siempre:

La pareja de siempre, el trabajo de siempre, las rutinas de siempre…

Un año antes, a los treinta y siete, decidí empezar por romper con mi pareja de siempre y padre de mis dos hijos (un niño y una niña, mellizos).

Bueno, para ser exactos, fue él, Alex, quien tomó la decisión, pero con el tiempo cada vez tenía más claro que me había hecho un favor.

Teníamos una vida «normal» y aparentemente nada que hiciera presagiar aquel desenlace. Los dos trabajando, nuestra hipoteca, los niños, las salidas de los findes, nuestros amigos…

Una tarde, dos semanas después de las vacaciones de verano, Alex me preguntó en la cocina mientras preparábamos la cena:

—Sara, ¿tú eres feliz?

Estaba cortando tomate para la ensalada y le contesté despreocupada, sin dejar de cortar:

—¿Yo? Sí. Claro

—Quiero decir... que si estás contenta con la vida que tienes. —Hizo un silencio de unos segundos—. Es que yo… Yo, no.

Levanté la vista del tomate y lo miré como quien mira un extraterrestre.

—¿…? ¿Qué quieres decir, Alex?

Y Alex me explicó:

Yo le parecía una persona estupenda y me quería mucho como la madre de sus hijos, pero lo nuestro como pareja, según él, no funcionaba. Tenía ganas de experimentar otras cosas y estar con otras personas.

Yo no entendía nada…

Pero si estamos bien, acabamos de volver de las vacaciones, tenemos una convivencia buena, nos entendemos, hacemos cosas los cuatro juntos….

¿Dónde está la cámara oculta?

De repente me sentía como si me faltase el aire y la tierra se abriese y yo cayera por un agujero sin fin sin poder hacer nada.

—Vamos a hablarlo Alex —le dije.

Pero Alex ya había tomado la decisión cuando me lo contó. No había opción a réplica y no había terceras personas, según él.

Todo lo que conocía se desmoronaba… Al principio no me reconocía a mí misma, no sabía qué hacer, me sentía como perdida y sola. Seguía con mi trabajo y los niños pero funcionaba con el piloto automático, porque no sentía que estuviera viviendo realmente.

Estaba acostumbrada a hacer todo con Alex… ¡¡Llevábamos tantos años juntos!! Jamás me había planteado mi vida sin él.

En realidad, había adaptado mi vida a la suya, a sus aficiones, aunque realmente no fueran las mías, pero ya me parecía bien.

A partir de aquel momento, cuando lo miraba, era como si estuviese viendo a otra persona, pues no reconocía en aquel hombre al Alex del que me enamoré.

No sé si yo soy la misma de la que él se enamoró…, me preguntaba, porque hacía tiempo que no me miraba desde esa perspectiva. Hacía tiempo que no me miraba desde ninguna perspectiva: mi vida se basaba en mis hijos, mi trabajo, la casa, mi marido… y estaba contenta. Pero no tenía muy claro dónde se había quedado Sara.

En realidad, si era sincera conmigo misma, hacía tiempo que Alex y yo no teníamos la misma química. Ni el mismo sexo… aunque esto no me parecía tan raro: los dos vamos cansados... los niños por el medio… es normal.

De poco servía buscar motivos.

Alex ahora quería otras cosas.

No sé qué coño es lo que quiere, pero está claro que no me quiere a mí…

Y esto me dolía, mucho. Me dolió durante mucho tiempo, pero en el fondo tengo que estar agradecida porque, probablemente, si él no hubiese tomado esta decisión, yo habría seguido igual y no habría podido experimentar TODO lo que he vivido después… Así que gracias, Alex.

Me centré en mis hijos y en mi trabajo, pero en modo neutro–total: seguía viviendo, pero sin sentir.

Tardé tiempo en situarme, en empezar a descubrir o recordar qué le gustaba hacer a Sara. Alex era muy buen padre y me apetecía aprovechar mi tiempo libre mientras los niños estaban con él, aunque al principio lo único que me apetecía era encerrarme en casa y esconderme bajo la manta del sofá. Pero empezar a hacer cosas me ayudó a dejar de pensar en bucle. Ya lo dicen que el tiempo lo cura todo y es cierto; poco a poco me fui viniendo arriba y me volví celosa de mi tiempo: no quería perderlo con personas o experiencias que no me apeteciesen realmente.

Era como despertar a una segunda adolescencia, pero con algo más de experiencia que a los quince.

Y en esas estaba entonces, dispuesta a conocer personas nuevas, encantada de que el destino me trajera al despacho tipos atractivos como este.

Intenté no mostrar mi agrado por él, pero no tuve ningún reparo en dejar lo que estaba haciendo para acompañarlo al despacho de Ferran.

Esa voz profunda y serena me parecía muy sexi y varonil.

Bueno, por no hablar de su trasero. Llevaba unos pantalones chinos color beige que le marcaban un culito brutal, algo poco habitual en los pasillos del despacho. Esto me inspiraba ya otro tipo de cosas ;)).

No me quitó los ojos de encima durante el trayecto.

Aquella mañana yo también tenía el guapo subido.

No sé cómo se lo hizo venir pero en el ascensor se encargó de hacer un comentario para hablar de su ex.

¡¡Está separado!! = «disponible»

Lo sé: una reacción un tanto infantil, pero fue lo que me salió en aquel momento. A veces tenía la sensación de que los tipos interesantes estaban todos «pillados».

—Qué te voy a contar a ti de los ex, si trabajas en un despacho de abogados: habrás visto de todos los colores, ¿verdad?

—Hasta tengo uno. —Me apresuré a contestarle sonriendo.

En ese momento las puertas del ascensor se abrieron y Ferran apareció delante de nosotros.

—Hombre, ya estás aquí —dijo Ferran—. Hola, Sara —dijo mirándome.

—Pues… muchas gracias, Sara, por acompañarme. Un placer. —Se despidió sonriendo de nuevo.

El placer era mío también.

Bajé en el ascensor con cara de tonta y recordando su voz.

Qué bien sienta notar que le gustas a alguien.

Por suerte sonó el teléfono para devolverme a la realidad…

—Sara, ayer quedamos que me pasarías los balances de C&C y aún no los tengo. Por favor date prisa.

—Sí, estaba a punto de acabar con ello y enviártelos. Antes de comer los tienes.

Era Raquel, mi jefa. Raquel no era mala tía, pero como jefa era muy exigente. La verdad es que con lo de mi divorcio se había portado muy bien, dejándome llegar o salir con un poco de margen para poder atender a mis hijos mientras nos adaptábamos a la nueva situación.

Mi compañera Carmen siempre decía que Raquel tenía la vida ideal: solo tenía que preocuparse por ella misma. Sin hijos, sin pareja, sin obligaciones después del trabajo, con un buen sueldo… Yo, algunos días la admiraba y otros… no.

Estar entretenida en C&C me hizo olvidar al guaperas de la voz penetrante y sin darme cuenta llegó la hora de comer.

Era jueves. Los jueves comía con Marta en un local muy mono de comidas preparadas que teníamos a dos manzanas del despacho. Me encantaba no tener que prepararme la comida la noche del miércoles. Era como un premio a mitad de semana :).

Marta era como una hermana para mí. Nos conocimos en la facultad de Derecho.

Le voy a contar lo del tío-de-voz-penetrante… aunque realmente no hay nada que contar… ¿Cómo se llamará?

Quedábamos a las 13.50 delante de una tienda de decoración a medio camino del despacho y el restaurante, así si alguna tenía que esperar se entretenía mirando el escaparate. En aquella tienda había siempre unas cosas monísimas, pero era muy cara, con lo que no había riesgo de compra impulsiva, a priori...

Le di «Enviar» al correo con los balances de C&C, me puse mi crema de labios rosa, pillé chaqueta y bolso y bajé por las escaleras, todo lo rápido que me dejaban mis tacones de cinco centímetros.

—Hombre, Sara, ¿qué tal? ¿Hora de comer? —me interrumpió su voz. Salía con tanta prisa que no me di cuenta de que el hombre–de–voz–penetrante estaba de pie en el hall del edificio.

—¡Oh! ¡Hola!

—Estoy esperando a Ferran para ir a comer; se ha quedado atendiendo una llamada…

—Sí, yo también salgo a comer, he quedado….

—Por cierto, Sara —nos quedamos tres segundos mirándonos en silencio—, ¿te apetecería quedar a tomar algo un día de estos?

Casi se me caen las bragas al suelo (lamento la frase, pero expresa perfectamente mi sorpresa al oír su pregunta).

No fui capaz de contestar emitiendo sonidos, pero supongo que mi mirada le dijo que sí sin mi permiso consciente…

—Toma, en esta tarjeta. Tienes mi número… y espera que me apunto el tuyo… A ver… Sí… ya. Dime.

Le di mi número de teléfono sin más y me dirigí hacia la salida.

—Disculpa, ¿cómo te llamas? —Me giré para preguntarle antes de abrir la puerta.

—Adrián, me llamo Adrián —dijo sonriendo.

—De acuerdo, Adrián. Hasta pronto. Y me fui como si aquello me pasara cada día, aunque por dentro estaba como un blandiblú.

(Mis hijos ahora lo llaman slime).

¿Dónde están mis orgasmos?

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