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1. SUS ORÍGENES. NACER POBRE
Y NACER EN EL LIMBO

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Tras una larga ausencia, en 2007 Mar Cambrollé volvió a la primera línea del activismo por la libertad sexual en Andalucía. Habían pasado tres décadas desde que inició la primera lucha organizada y política del colectivo homosexual andaluz y sevillano. Colectivo que, décadas más tarde, empezó a ser denominado, por fin, LGTB, integrando así a Lesbianas, Gays, Trans y Bisexuales. Treinta años de diferencia que hicieron que, aquella primera lucha desde la clandestinidad, poco tenga que ver con la naturaleza, espíritu y objetivos del tejido asociativo LGTB de la actualidad.

El carácter subversivo, revolucionario y antisistema de la primera lucha de valientes maricas, bollos, trans y bisex, trabajadoras y trabajadores del sexo… ha ido cambiando hacia una normalización e institucionalización de los colectivos -salvo honrosas excepciones- que les han hecho alejarse y, de algún modo, olvidarse de lo que fueron sus orígenes.

Ocurrió en Stonewall, la revuelta en Nueva York del 28 de junio de 1959, que dio origen a la lucha por la libertad sexual. También se vivió en Sevilla y en el resto del estado español. Las personas trans fueron las primeras en dar la cara, las más visibles, las que cogieron las pancartas de cabecera. Desde su origen las trans lucharon juntas con el resto del colectivo. L-G-T-B unidas, en alianza con trabajadoras del sexo, presos, objetores de conciencia, locos…

Conociendo los orígenes del movimiento LGTB, cuesta entender que la mayoría dominante, los gays, corruptibles y víctimas del machismo, no sientan como suyas las demandas y reivindicaciones de las trans, a años luz todavía de los derechos y logros que el resto del colectivo ha ido conquistando.

Sirva como ejemplo ilustrativo el relacionado con la concepción médica de homosexualidad y transexualidad. Mientras la primera dejó de ser considerada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) una patología en 1991, la segunda lo sigue siendo.

Y precisamente esa es la última de las muchas luchas emprendidas por Cambrollé y la Asociación de Transexuales de Andalucía Sylvia Rivera, que, en noviembre de 2011, denunció ante la Fiscalía la atención sanitaria que reciben las personas trans a través de la Unidad de Transexualidad e Identidad de Género, la UTIG. Una lucha no entendida ni apoyada.

¿Cómo es posible que ahora las trans carguen contra la sanidad andaluza, que fue la primera en atenderlas, allá por 1999, al menos de manera pública y sin filtros patologizantes? (ya existían unidades médicas, en varios puntos de Andalucía, que daba la atención sanitaria a las personas trans).

Precisamente, lo que se consideró en su día un logro, el gran logro trans, es donde radica uno de los principales focos de discriminación, humillación y vulneración de los Derechos Humanos a los que se someten a las personas trans: como enfermas, trastornadas, errores de la naturaleza… Test psicológicos que les abren o cierran el acceso a los servicios sanitarios de la seguridad social. Hormonación y cirugías. Como recuerda Cambrollé en cada ponencia, charla y foro de debate, la influencia del discurso biomédico ha condicionado la percepción de la transexualidad, difundiendo el hecho trans como una patología, disconformidad, trastorno, disforia… Todo ello para negar la diversidad humana y rentabilizar económicamente el mercantilismo médico entorno a los trans. Ello ha supuesto la interiorización de ese discurso castrador en las propias personas trans y, por añadidura, en toda la sociedad: medios de comunicación, médicos, educadores, políticos… Para Mar es una obligación del colectivo alzar la voz para deconstruir tantos estereotipos, conceptos y definiciones que niegan la vida trans como una expresión de la inmensa diversidad humana.

Un ejemplo que Cambrollé conoció de primera mano fue el de su amiga Rosa Pazos. Rosa murió sola, en una situación de extrema gravedad social, agravada, sin duda, por no poder disfrutar de unos derechos por los que se partió la cara. Ser esquizofrénica le impidió ser usuaria de pleno derecho de la sanidad pública andaluza, y eso le imposibilitó también que pudiera cambiar su nombre en el Documento Nacional de Identidad, problemas que Rosa no hubiera sufrido en caso de haber tenido dinero para acudir a la sanidad privada y de no haber sido esquizofrénica.

Cambrollé no olvida de dónde viene, cuáles son sus orígenes, cuál es su clase, quiénes son las suyas ni por qué inició su última lucha. Porque sabe que es la lucha de todas las trans. Pero sobre todo de las suyas. De las trans pobres, como las del barrio que la vio nacer y en el barrio que inició su lucha. Una lucha desde Las Letanías, en el corazón del Polígono Sur.

DEL PUMAREJO A LAS LETANÍAS

Ni haber nacido pobre, ni el rechazo de su padre. A Mar Cambrollé jurado lo que más le ha jodido en la vida, lo que más le ha dolido y dejó huella para siempre, fue estar hasta los 23 años en el limbo. Así llama ella al tiempo que tardó en entender que era una mujer, sabiendo que algo no encajaba, pero sin saber el qué. Le habían asignado al nacer un género, un nombre y una vida que no se correspondía con la realidad, teniendo que vivir como hombre, como mariquita. Vivir 23 años una vida que fue la suya, pero sin serla, lo que no significa que no fuera un periodo apasionante, lleno de historias, vivencias y luchas.


En el barrio del Pumarejo, el mismo que fue masacrado en 1936 por el asesino Gonzalo Queipo de Llano, en la calle Sorda número 10, la parió su madre, el 28 de diciembre de 1957. En su propia casa, que solo tenía dos estancias y una cocinita. El cuarto de baño se compartía con el resto de viviendas. Así eran las corralas, las viviendas tradicionales que daban cobijo a las clases más populares y humildes de Sevilla, y que se fueron destruyendo conforme la especulación urbanística se iba convirtiendo en la gran industria del país. La corrala era una forma de vida colectiva que convertía a los vecinos en una gran familia.

A la corrala de la calle Sorda se trasladaron sus padres, Francisco Cambrollé Roldán y María Jurado Adame, después de ennoviarse y casarse. Ella servía en una preciosa casa de la plaza de Los Carros, la plaza de Montesión. Y servir significaba casi ser esclava, y dormir en el hueco de la escalera. Un día María se cruzó con Francisco Cambrollé, el sobrino de los señoritos. Se miraron entonces para siempre.

El matrimonio trabajó en lo que hizo falta para poder criar a sus tres hijos. Francisco fue mozo de almacén, recadero y montaba las sillas de Semana Santa en la carrera oficial, mientras María se dedicó a trabajar en los cuidados de toda la familia.


Cinco años después de nacer Mar, la familia fue expulsada del centro de la ciudad. El régimen franquista ya había comenzado, con su política urbanística, a construir los polígonos de viviendas para la gente pobre bien alejados del casco histórico que los vio nacer.

Primero, de forma provisional, la familia vivió en la antigua cochera de los tranvías municipales, en la Puerta Osario, en una especie de barracones, todavía no muy lejos del centro. La nueva ciudad estaba entonces todavía por construir. De allí pasaron al Polígono San Pablo, en unas viviendas prefabricadas. Por último, a mediados de los años 70, la familia llegó por fin a su barrio, el barrio de los olvidados: Las Letanías, uno de los sectores que forman el Polígono Sur, diseñado y levantado para acoger a chabolistas, vecinos procedentes de viviendas en ruina del casco antiguo, inmigrantes rurales… Pobres a los que esconder tras las vías del tren, la tradicional forma de separar los barrios marginales del resto de la ciudad. Muchas cosas han cambiado desde entonces, pero las vías del tren siguen siendo una frontera para el Polígono Sur. El barrio marcaría para siempre la personalidad de Cambrollé, que jamás olvida sus orígenes.

EL RECHAZO DE UN PADRE

“Me das asco. Me das asco”, eran las palabras que ella más escuchó de su padre, al que le repugnaba tener un hijo maricón. Porque entonces ni siquiera se hablaba de transexualidad. Desde pequeña, Mar aprendió a vivir con el desprecio de su padre y con la incomprensión, incluso, de ella misma. Pero, por mucho que le doliera, supo reconciliarse con él.

La infancia de Mar estuvo marcada por su padre, que ordenaba raparle la cabeza al cero cada vez que alguien la confundía con una niña. Se negaba a veces a que comiera en la misma mesa que el resto de la familia o no le daba dinero para salir, como sí hacía con el hermano. Pero su carácter, como ocurre hoy en día, le impidió siempre agachar la cabeza para aguantar el chaparrón.

“Yo había escuchado que un tío de mi padre era maricón. No estaba segura, pero algo había escuchado yo. Así que un día que me llamó maricón lo miré y le dije que qué pasaba, si era algo muy normal en su familia, que si su tío tal, o su tío cual. Entonces cogió la correa y me dio la paliza más grande que jamás había recibido yo. Con la propia hebilla me dio en la espalda. Incluso los vecinos le recriminaron lo que me había hecho. Me salieron hasta verdugones”, explica con un nudo en la garganta.

La pobreza vivida en carnes propias le hizo irremediablemente tomar conciencia de clase. En el autobús que cada día la llevaba al centro a trabajar comenzó a conocer a otra gente del barrio, implicada en la lucha social, antifranquista y de clases, muy vinculados a la parroquia del barrio. A las 9 de la mañana comenzaba en el bar, en la puerta la carne. Hasta las diez de la noche no acababa la jornada laboral, sin días de descanso en toda la semana. Ganaba 1.600 pesetas mensuales. El día que recogió su primera nómina no pudo dejar de llorar. No entendía por qué sus padres la tenían trabajando por tan poco dinero y, sobre todo, por qué no pudo seguir estudiando, algo que le apasionaba. La injusticia de ser pobre le explotó en la cara.

LA LUCHA DEL BARRIO

En la parroquia del barrio, San Pío X, en Las Letanías, entró en contacto con los movimientos cristianos de base, Acción Católica y Juventudes Obreras Cristianas (JOC). Su facilidad de palabra, su capacidad de organización y su impulso la hacen pronto destacar, a pesar de su juventud.

En la parroquia no tardan en asignarle un grupo de niños, a los que deja prendados con su imborrable alegría, entusiasmo y dinamismo. Siempre iba de un lado para otro, con su bolso de tela cruzado, y encandilaba a los niños y niñas de su grupo. Sus enseñanzas iban más allá de lo que podría ser una catequesis. Los valores, el respeto a las formas diferentes de ver la vida y la tolerancia eran las señas de identidad que caracterizaban a su grupo, en el que se encontraba una pequeñaja, Paqui Maqueda, que se convertiría décadas después, en una de las principales activistas por la recuperación de la Memoria Histórica de Andalucía.

Ejercicios como hacer una comparación de fotografías del pudiente barrio de Los Remedios y del Polígono Sur, y que los niños comentaran las diferencias, eran algunas de las actividades que hacían que los niños tomaran conciencia de las desigualdades sociales de las que eran víctimas.

Y es que las iglesias de barrio, tomadas por los cura rojos, curas obreros, eran en los últimos años de la dictadura una de las pocas vías de acceso a las luchas sociales y antifranquistas, la entrada a la lucha política y social y escuela para miles de activistas.

Junto a Cambrollé, en la iglesia de Las Letanías iniciaron su lucha social otros activistas que en el futuro se convertirían en importantes figuras de diferentes causas, como el histórico Cecilio Gordillo, de CGT, pieza fundamental también de la recuperación por la Memoria Histórica.

Además de la formación cristiana, la lucha por las mejoras del barrio fue una de las primeras escuelas de Cambrollé. Las Letanías carecía de las infraestructuras mínimas: colegios, centro de salud, alumbrado público… Esta lucha y la antifranquista fueron los primeros pasos de su activismo, sus primeros pasos desde la clandestinidad.

A través de las JOC entró en contacto con un grupo de jóvenes cristianos de base de Granada, que, organizados por el párroco José Antonio Moreno, que se declaraba abiertamente gay, comenzó a tratar el tema de la homosexualidad. Sus viajes a la parroquia granadina de San Ildefonso son frecuentes, pero la forma de tratar la homosexualidad en el grupo no le convence. Una aceptación dentro de la castidad, aunque con la comprensión cómplice del párroco que, al menos, intentaba que los jóvenes se aceptaran y dejaran de sufrir.

Continuó su lucha en la parroquia de Las Letanías, cada vez con más protagonismo y responsabilidad para Cambrollé, que entra en el comité federal de la JOC.

Pero a pesar del compromiso de aquellos curas rojos, y de compañeros de lucha, la parroquia no dejaba de ser un lugar de encuentro, de entrada y formación, que se le iría quedando pequeño. Sonada fue su convocatoria por la muerte de un delincuente común del barrio, muerto a manos de la Policía. Cambrollé hizo una convocatoria de asamblea, en la que clamaba contra lo que llamó directamente “asesinato”. Y es que llamar las cosas por su nombre fue siempre una de sus virtudes, o defectos, dependiendo de a quién tuviera en frente. En cada bloque colocó un cartel. El párroco tuvo que cerrar la iglesia con Cambrollé dentro en la sacristía, para evitar una posible detención. El sacerdote, Emilio Calderón, le echó una pequeña y cariñosa regañina.

–Tenías que haber puesto presunto muerto –le dijo Calderón.

–¿Presunto muerto? Si es que lo han asesinado– le replicó Cambrollé indignada y con esa frescura que la caracteriza.

Aquella asamblea nunca pudo celebrarse. Los grises, la policía represiva, tenían tomada la parroquia ante la indiscreta convocatoria de aquel joven que despuntaba por su capacidad de liderazgo y oratoria.

Pero si atrevido, por ingenuo, fue ese intento de condenar y denunciar el asesinato de uno de los suyos, no se quedó atrás una idea que incluso fue trasladada al cardenal-arzobispo de Sevilla, José María Bueno Monreal.

Un grupo de jóvenes parados del barrio quería llamar la atención sobre los altos niveles de desempleo que sufrían. La idea, que surge en la Asamblea de Jóvenes Parados, es actuar en la Semana Santa, la fiesta más importante de Sevilla. La idea era la siguiente: procesionar al cristo de los parados. Un mono de obrero relleno de trapos, al que crucificaron. En vez de una corona de espinas, llevaba un pan como símbolo del hambre que pasaban los parados. Lo colocaron en un trono hecho de maderas. Su objetivo era introducirlo en la Carrera Oficial de las Cofradías.

Cambrollé solicitó una entrevista con Bueno Monreal, que le fue concedida. Le planteó la idea y le pidió permiso para que la cofradía del paro pudiera procesionar en el circuito más importante de la majestuosa Semana Santa sevillana. Aquella entrevista no duró más de cinco minutos. Por toda respuesta el cardenal exclamó:

–Tengo 80 años y azúcar. Dejadme en paz.

A pesar de no contar con el permiso de cardenal, siguieron adelante con su propósito. Montaron el paso en la plaza de la Magdalena y, por la calle O´Donnell se introdujeron en la Campana, el trayecto más importante de la carrera oficial. Junto al Cristo de los Parados, pancartas alusivas a la falta de empleo juvenil. No tardaron ni cinco minutos en recibir insultos y agresiones. Fueron golpeados con los cirios, y el paso quedó destrozado. Fue en el año 1974, cuando la dictadura de Franco languidecía. No hubo detenidos.

El barrio se le quedaba pequeño. Su lucha debía ir a más, por otros cauces. Todavía no sabía cuáles, pero algo tenía que cambiar.


Mar Cambrollé, una mujer de verdad

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