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Alegre melancolía

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Un canto de estelas sonrientes de tanto dolor,

un llanto exasperado y de perpetua placidez.

Y danzan los ríos en la inconfundible cadencia de la triste naturaleza

y juegan los marginados con las olas vírgenes e inermes,

mas el viento no es suficiente para hacer volar el pensamiento

y es inicua la vida y execrables el presente y el porvenir…

Es el devenir de lágrimas aposadas en las almas ayer sonrientes

y cada desdén encadena y cava la fría tumba del destino, ya cierto,

como los minotauros amistosos en lo exótico de una interfecta

Australia.

Así muere el verdor de la mezquina esperanza

ante los ojos de los que no ven más allá de la abundancia.

Y la verdad es tan fría como impenetrable en este mundo

y son un peligro las ideologías de los famélicos.

Es hambre la herencia, arma que hace de un mísero pan un

nuevo sufragio,

una nueva estocada hacia el olvido, un camino al mausoleo

indiferente

a los ojos opacos, ungidos con el aserrín de la ignorancia.

Los litigios son cosas del pasado, la revolución es lucha desigual

y no tiene lugar la unión, pues divididos ya son subyugados.

No hay clases; todos esclavos de algo o alguien,

unos de los otros y los otros de la búsqueda de la felicidad donde

no existe.

Y los alcahuetes y cuartos sufren los dos achaques y caen en el vacío

y la historia y justa justicia los vuelcan en el zafacón,

mas duele ser peón de quien siempre te vio como nada,

del que pregona la dignidad, mas prostituye sigilosamente a sus

hijas,

instruye a sus hijos para ser respetados y no para respetar

y cada día muestra cuán importante es su perro.

Y la decencia, de la que tanto se habla, cayó menos pesada en la

balanza de la indigencia…

Y son llamados prójimos cuando humillan a sus semejantes

y carcomen los frutos del adeudo, mas no les atañe.

Quizás estos versos les causen contrición, ¿quién sabe?

Quizás su destino no es la putrefacción en la que se convirtieron

junto con su terno,

su realidad desde que olvidaron que los árboles producen agua,

brisa fresca y alimentos;

todo lo necesario para vivir, para hacer una entelequia de su

asqueada vida.

Y los tenores bíblicos son ajustados, soslayando su esencia, el

amor…

Es insigne un coleccionista de autos más que uno de obras literarias,

de letras que, como a lo mejor sea vuestro caso, caen en la nada

y nada queda en la conciencia vuestra, los privilegiados en tenerla.

Las arenas de los ríos son palacios de oro y caoba

y el ministerio apresó a un quejumbroso por sacar unos capachos,

por llevar en un asno un poco para adornar su piso de tierra,

pues le ha hecho agujeros de tanto comérsela junto con sus hijos

y no tiene derecho al seguro social porque el progreso no llega

hasta su arista,

mas si llegan las urnas y los suntuosos coches culpables de la

miseria inacabable…

Y de aquel que dejó caer una migaja hay una foto en el centro

de las salas,

una imagen a la que a diario se pasa una tela suave por el polvo

también reflejado en los labios.

Y una niña llora de tantos abusos.

Y una madre muere de pena.

Y un hermano delinque, pues no tiene salida.

Y una escuela cae entre los muros de la ignorancia.

Y un padre, como Arnulfo, se revuelca en la tumba.

Y los clérigos no saben cómo explicar la fe.

Y las oratorias van a los salones de belleza; luego, a los de actos.

Y el canto nacional no es cantado con orgullo.

Y el maestro parece culpable de la educación precaria.

Y la lluvia es maldecida por su ausencia, mas es aplaudido el que

mandó cortar su fuente.

Y es solo el alba la puesta del sol y sus rayos calcinan las madrugadas.

Y la tierra grita de rabia en volcanes.

Y Octavio en su tumba perdió la paz.

Y el Sansón rinde cuentas de lo inexplicable

y es un dios ignominioso, no como aquel que anduvo en transporte de cuatro patas.

El de hoy tiene un púlpito móvil y alfombras rojas.

Y se habla de un mundo mejor inventando armas nucleares.

Y el petróleo es antónimo de fraternidad.

Y la gloria se busca entre el purgatorio que se cimienta.

Y se erige un cielo de fuego infernal entre plagas.

Y murió junto con las sombras lo tierno.

Y las lágrimas acabaron en la cárcava de lo banal

como a lo mejor queden estas,

mis alegres melancolías…

Añoranzas otoñales

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