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I. INTRODUCCIÓN

Cumplido el bicentenario de Marx y tras las conmemoraciones del 150 aniversario de la publicación del primer libro de El capital, es hora de reconocer que todo aporte significativo al campo del conocimiento que nos ocupa es un escrito y registro sobre las ausencias. Si pensamos en términos de historia de las ideas, más allá de las referencias al agujero negro del marxismo (Smythe dixit), la de la comunicología ha sido una génesis de ciencia aplicada según la racionalidad instrumental contra toda voluntad distintiva de la comunicación como arte y ciencia de lo común. Por ello, es constatable la carencia en la academia de estudios de teoría crítica, en tanto que negación de todo materialismo cultural, en el abordaje de los objetos de conocimiento sobre la mediación social. «De este modo –en palabras de Mattelart–, se excluyen de toda consideración en los estudios de comunicación todas las formas de expresión desarrolladas a través de las luchas que amenazan el equilibrio social; se ignoran completamente, por ejemplo, las redes de comunicación clandestina que están siendo creadas y usadas por numerosos pueblos que resisten la opresión, que ya constituyen, con implicancias profundas, un modo de comunicación completamente nuevo» (Mattelart, 2010, p. 92). Del mismo modo, han sido relegadas cuestiones sustantivas de orden epistemológico, por no mencionar la renuncia a toda voluntad teórica de generalización. Existen, no obstante, ensayos preliminares para una concepción otra de la comunicología que nos permiten vislumbrar y, sobre todo, definir con mayor consistencia el espesor cultural de los procesos de información y mediación social desde una lectura más amplia e integradora de la reproducción cultural.

En la historia de las teorías de la comunicación se pueden distinguir dos grandes tradiciones científicas: por una parte, aquella que se centra en la preponderancia y dominio de los textos y los medios, en virtud de la lógica de centralización y organización productiva de la industria cultural, definida como tal a partir de la Escuela de Frankfurt; y otra que, por el contrario, piensa la mediación como un proceso distributivo, centrada en las audiencias como eje de articulación y estructura agente del sistema comunicacional en virtud del modelo canónico de la teoría matemática que históricamente ha impregnado, con su racionalidad instrumental, el desarrollo del conocimiento comunicacional hasta nuestros días. Si bien desde mediados del pasado siglo han cambiado considerablemente las condiciones de organización de la mediación social –tanto por lo que se refiere al contexto de lectura como desde el punto de vista de las condiciones de enunciación y práctica teórica–, aún hoy sigue no obstante prevaleciendo una lógica neopositivista basada en el mito de la transparencia y el empirismo abstracto, absolutamente imperante por los principios que rigen –como veremos en el último capítulo de este libro– las políticas de ciencia y tecnología en el capitalismo cognitivo. Así, como puede colegirse del estado del arte actual de la investigación en comunicación, esta lógica de producción del conocimiento tiende a excluir en los circuitos de difusión del saber las lecturas más estructurales y dinámicas –por ejemplo, las de la economía política de la comunicación, una tradición investigadora que hoy día se antoja más que pertinente para el análisis de las complejas lógicas de organización de la llamada sociedad de la información o del conocimiento; en la medida en que conecta o religa lo histórico y social con el dominio de la naturaleza a la hora de comprender las lógicas sociales materiales y concretas que están en la base de las formas de desarrollo contemporáneo de la llamada economía de la innovación.

Ahora, no parece que el campo de la comunicología sea consciente, o suficientemente reflexivo, sobre el proceso de colonización que afecta al trabajo intelectual en nuestro ámbito. La influencia del pensamiento administrativo ha llegado hasta tal grado que la mayoría de investigadores ignora el proceso de sobredeterminación que condiciona su práctica académica, tanto en la selección de las agendas y objetos de estudio como en el diseño metodológico y los marcos conceptuales de comprensión del fenómeno de la comunicación. El presente ensayo, además de rendir tributo al sabio de Tréveris, ha sido escrito con la intención de aportar al lector elementos básicos para una necesaria crítica materialista de la mediación social y alumbrar una evidencia inexcusable en tiempos de libre comercio: la dimensión política de toda mediación cognitiva. En palabras de Douglas Kellner, la política y la economía, como matriz de abordaje de la comunicación, significa que la producción y distribución de la cultura tiene lugar en un sistema económico particular, en una forma de producción y reproducción social específica que no puede ni debe ser eludida, si algún sentido tiene la ciencia desde el punto de vista social (Kellner, 1997).

Hacer accesible al público las líneas de fuerza que sistematizan algunos de los principales aportes de la visión materialista no tiene, por tanto, otro objeto que ir sentando las bases de desarrollo del pensamiento emancipador en comunicación desde la tradición marxista. Se trata de un acto político y de constitución reflexiva, en la medida en que trata de situar el contexto de referencia, algunos debates y aportes fundamentales de la tradición crítica, en el nuevo marco de relaciones que debemos pensar contra corriente, si hemos de procurar dar sentido a la realidad más allá de la razón sedentaria. Este empeño se enmarca en el trabajo que venimos desempeñando en la sección de Comunicación y Cultura de la Fundación de Investigaciones Marxistas (FIM) y en la Unión Latina de Economía Política de la Información, la Comunicación y la Cultura (ULEPICC), espacios de articulación del pensamiento emancipatorio en comunicación que han desempeñado, especialmente en el último caso, un papel fundamental en el proyecto de consolidación del campo sociocrítico de investigación en comunicación. Esperamos que, por medio de la publicación de este libro, podamos abrir un diálogo productivo, partiendo de la idea matriz y original de deconstruir las formas contemporáneas de dominio del poder simbólico desde la recuperación de una tradición, por lo general negada, que debe y puede ser leída en nuestro tiempo a contrapelo de la historia.

Si el neoliberalismo opera por el principio de aislamiento moral e intelectual y de desconexión, la publicación de este modesto ejercicio tiene como objeto conectar a agentes, instituciones, comunidades de lectores, movimientos políticos y sociales y a la marginalizada triplemente (como línea, como campo y como fuerza) teoría crítica de la comunicación, en el actual horizonte histórico por venir. Una propuesta más que oportuna, considerando las transformaciones socioculturales que han tenido lugar en las ecologías de vida.

La conexión entre los aspectos culturales y comunicativos, los tecnológicos y económicos, y los político-informativos y tecno-estéticos que están en la base del modelo de análisis marxista puede, sin ningún lugar a dudas, definir un marco lógico de comprensión global de la interrelación existente entre los diferentes niveles de acción, que resulte revelador tanto de los problemas de orden práctico en el campo de disputa de la producción de sentido, por ejemplo con respecto a la dinámica desinformativa de la posverdad, como a la hora de abordar aspectos sustantivos de los modelos de representación ideológica presentes en la práctica teórica contemporánea sobre la cultura digital y las nuevas formas emergentes de intercambio.

Más allá y más acá de Marx, la revisión de los aportes expuestos a lo largo del libro pueden contribuir, a nuestro juicio, desde el punto de vista de la recepción, a despejar cierto desdibujamiento que, sobre la teoría marxista, han tendido a proyectar la mayoría de los culturalistas y los apologetas de la falsa libertad de información, al identificar la teoría crítica con el modelo economicista de la vulgata al uso sobre las teorías del control social ignorando, por principio, la compleja lectura propia de un pensamiento relacional capaz de explicar la realización de la lógica del valor y el fetichismo de la mercancía desde una definición materialista reveladora de la esencia de toda mediación social. Tal caricaturización ha sido debida, en parte, a la ausencia de lecturas apropiadas y a la habitual falta de ordenamiento del campo comunicacional, pero también cabe reconocer en estas interpretaciones sesgadas una firme y decidida voluntad negacionista del pensamiento estratégico, que ha procurado eludir su crítica al desplegarse, como en estos últimos años, una nueva disputa epistemológica desde los frentes culturales y las luchas por la autonomía y la independencia como baluartes de la tradición del pensamiento liberador. Por otra parte, como apuntamos en la presentación de los dos volúmenes de Comunicación y lucha de clases que editamos en el Centro Internacional de Estudios Superiores de Comunicación para América Latina (CIESPAL), ha sido poco habitual y nada constante el trabajo de autoobservación y registro de las experiencias de intervención, además de los aportes en esta línea de estudios. De ahí la importancia de la recuperación de la memoria y del saber de las luchas epistemológicas y político-culturales que han marcado la historia intelectual del pensamiento emancipador. No es posible avanzar en el conocimiento sin sistematizar las experiencias que nos anteceden. Este libro no trata de cubrir tal carencia. Resultaría pretencioso por nuestra parte. Proponemos más bien al lector repensar los principales aportes marxistas en comunicación para una lectura crítica de la mediación que contribuya a apuntar nuevas y productivas lecturas, en la medida en que proyecta hacia el futuro la caja de herramientas necesaria para una teoría crítica de la comunicación en nuestro tiempo. En esta línea, es preciso una perspectiva de «larga duración» (Mattelart, 2011, p. 10), pues, justamente, es la necesidad de trascender la tradicional fragmentación y compartimentación normalizada de la realidad por el conocimiento científico positivo la que sitúa en una posición privilegiada a la crítica filosófica, política y teórica, frente al conocimiento instrumental que inspira, no solo el funcionalismo sociológico de la mass communication research y sus epígonos contemporáneos de la teoría social de la información, sino también la pretendida apertura de los estudios culturales que, en ámbitos como el nuestro –y más aún en estos momentos–, reproducen por lo general la tendencia al aislamiento de la experiencia histórica y de los condicionamientos político-ideológicos sobre los que se proyecta todo campo de trabajo intelectual, convirtiendo así la crítica teórica en –como irónicamente apunta Eagleton– retórica e ilusionismo posmoderno.

La lucha epistemológica de reconfiguración del campo crítico de la comunicación pasa, a nuestro entender, desde este punto de vista, por limitar y definir el alcance del giro lingüístico de los estudios culturales, reconectando pensamiento y capitalismo, discurso y realidad, a partir de la centralidad de la lucha por el código como base de la nueva forma de reproducción del capital. Contra esta lógica desmemoriada del saber, aportamos aquí elementos para el debate en términos de una historia de las ideas para la resistencia contra la comunicación como dominio, una lectura productiva de la «cultura de los oprimidos, cultura del silencio, cultura de la insubordinación, cultura de la resistencia, cultura alternativa; cultura de los grupos subalternos, memoria popular, cultura popular, cultura nacional popular, cultura de liberación» (Mattelart, 2011, p. 13) que trata de interpelar al lector con conocimiento fundado y, en consecuencia, con mayor reflexividad histórica para una agenda radical de la investigación en comunicación.

Todo cambio social exige, por principio, una proyección temporal. No hay futuro sin un presente arraigado en el pasado. Más aún, el mundo no existiría como civilización sin la memoria. Todo progreso, toda sociedad con historia –nos enseñó Lévi-Strauss– cambia y reproduce sus patrones culturales por medio del aprendizaje, que es tanto como decir que evoluciona con el registro, escriturado, de lo aprendido, en forma de recuerdo. La cultura –ilustra Bolívar Echeverría– es una actividad creativa. Pensar las mediaciones significa, por lo mismo, reivindicar la capacidad transformadora de la perspectiva histórica; tratando, en suma, de mirar hacia atrás y hacia adelante, en el tiempo y en el espacio, conociendo y procurando conocer toda relación ficcionalizada, todo imaginario de la modernidad, como una experiencia y como un problema en sí mismo. Pues la teoría no es otra cosa que ilustrar las pruebas, conectar y modificar perspectivas, avizorar nuevos horizontes cognitivos, capturar, en su esencia, el complejo prodigio de la vida en común. Lo que exige que recordemos que toda relación, todo sistema relacional, es por definición contradictorio: las relaciones no solo son imaginarias, ideales, son también producto de la experiencia mediatizada por intereses, por poder, situación y desigual posición de observancia. No hay pensamiento sin acción, sin performatividad. Por lo que –como enseñara Gramsci– no es posible pensar fuera, no es posible el mito de la exterioridad. Toda narrativa es una forma de cavar trincheras. En otras palabras, el estudio de las dinámicas históricas a largo plazo permite analizar los problemas contemporáneos con criterio, de forma integral y perspectiva consistente. Ahora, no debemos desconectar la historia por arriba con las estructuras de dominación de la historia por abajo y las formas contrahegemónicas –como advertía Mandel–. Las brechas entre cultura y política, entre pensamiento y acción, y la desarticulación de teoría y praxis por la estetización general de una posmodernidad acrítica nos obligan, en este sentido, a comenzar por el camino perdido, por las huellas de lo ingobernable y la estética relacional, tal como nos enseña Mattelart. En la obra, sin duda, más acabada para una teoría crítica de la mediación, aprendimos que, si conocer es cuestionar e intervenir en la realidad, escribir, de algún modo, a contracorriente constituye una función pública de articulación de espacios de recuerdos y omisiones, trenzando, al modo de Benjamin, constelaciones de patrimonio simbólico para el acuerdo o la controversia. El presente libro propone que es necesario situarnos, hoy más que nunca, en la estela de un patrimonio crítico sobre el que resta casi todo por explorar y conocer, en tanto que legado para los procesos emancipatorios del siglo XXI –si en verdad se trata de clarificar caminos y antecedentes teóricos que puedan despejar el horizonte intelectual del pensamiento, disolviendo nuevos malentendidos o lugares comunes en la teoría de la comunicación, apuntando lecturas disidentes del bagaje con el que el pensamiento en comunicación ha ido transitando los cambios históricos acontecidos a lo largo del último siglo.

Si, como dejó escrito José Carlos Mariátegui, por lo general quien no puede imaginar el futuro tampoco puede pensar el pasado y, por lo mismo, quien no cultiva la memoria poco o nada puede proyectar en el horizonte histórico; volver a las fuentes de referencia y aportes clásicos del materialismo cultural no puede, a nuestro juicio, resultar más oportuno en un tiempo de transición y encrucijada como el presente. Se trata de ofrecer al lector, a través del recuerdo-diálogo, un mapa de exploración sobre el sentido de las luchas y las palabras que han vertebrado los debates en el campo específico de la comunicología. Hemos querido, por ello, introducir la discusión más contemporánea en nuestro ámbito de conocimiento con un trabajo original de metainvestigación, de reflexividad dialéctica, recursiva y generativa del campo, a fin de tratar de recomponer las posiciones de observación, algo similar a lo que Žižek describe en Visión de paralaje sobre cambios de objeto y posiciones de observador. Esa, al menos, es la intención original que anima la escritura con la que hemos pensado la recepción productiva de nuestro ensayo.

Sabemos que el futuro de la teoría crítica pasa por un incesante trabajo de deconstrucción, tanto de los procedimientos como de las ideas, renovando las formas de expresión del análisis y abordando la realidad multidimensional del debate en comunicación y, en general, de las ciencias sociales, como un problema de articulación productiva con el proceso de cambio de nuestra posmodernidad. En ello nos jugamos el futuro. Convendría subrayar sobremanera este hecho, porque el campo en comunicación no es del todo consciente de esta particularidad característica de nuestro tiempo. Pero no siempre fue así. Desde Para leer al Pato Donald, el pensamiento crítico en comunicación ha procurado deconstruir el proceso neocolonialista de las industrias culturales y de la teoría funcionalista o etnocéntrica occidental, hibridando, releyendo, reescribiendo de nuevo la historia y el pensamiento desde su topología y mundos de vida. Hoy, sin embargo, cierta deriva conservadora en la teoría social niega la lógica productiva de toda enunciación y manifestación cultural, incluido, como es lógico, el discurso científico, ante lo que podríamos calificar como un nuevo idealismo culturalista que, como el de algunos estudios poscoloniales, terminan por ser inconscientes de la geopolítica global y del hecho material, concreto y evidente –de sentido común, que diría Pasolini– de una realidad dominante en la que empresas como Disney marcan las condiciones o marcadores ideológicos, como actores globales, con mucho mayor peso e influencia cultural que antaño, por ejemplo, a la hora de construir arquetipos islamófobos o de organizar nuestro tiempo libre como neg/ocio, en un proceso de expansión ilimitada, al menos en su figuración, de la lógica de valorización. Frente a esta praxis teórica, que hemos calificado de negacionista, convendría recordar que, en la era del trabajo inmaterial, en la era del acceso y la cibercultura, la «fábrica social» se fundamenta en un proceso de trabajo. Negar esto es afirmar la lógica positiva de la práctica comunicológica.

En otras palabras, la reivindicación de la memoria constituye, aquí, una reivindicación de la función transformadora de la ciencia frente al neopositivismo y la acrítica lectura empirista que impone el colonialismo académico. Nuestro tiempo, si por algo se distingue, es, justamente, por la preeminencia de una cultura pragmática y una percepción del presente perpetuo; marcada, incluso teóricamente, por el olvido de la historia y la negación de toda lectura crítico-interpretativa sobre las cenizas del pasado. La complejidad y velocidad de los cambios informativos han penetrado tan profundamente en las estructuras y formas de sociabilidad que la naturalización, al nivel del discurso público, de las lógicas dominantes de mediación se han revestido de tal consistencia y opacidad que, bajo la apariencia de una falsa transparencia, parecen irreductibles a la crítica científica, mientras el proceso de estructuración de la comunicación y la cultura pública incide en las lógicas de dominación y desigualdad material y simbólica, características del modo de producción capitalista. La naturalización de las formas desvertebradas y alienantes de la cultura contemporánea ha reafirmado, como consecuencia, una concepción individualizada de la vida social que debe ser objeto de crítica, para hacer visible las causas sociales de fenómenos desconcertantes de la «modernidad líquida» –como las fake news– que fragmentan y descomponen los marcos axiológicos y de convivencia. En este sentido, dos obstáculos fundamentales para la teoría crítica son, por un lado, el poder dominante de la metafísica burguesa –en especial, la ilusión, extensamente propagada, de que el mercado capitalista y el régimen dominante de producción de bienes simbólicos son eternos e insuperables– y, por otro lado, el imperio de una teoría miope que no es capaz de pensar más allá de los límites formales que determina la lógica de acumulación. Esta miopía intelectual sobre los dispositivos mediáticos de control y subsunción social de los mundos de vida por el capital es la clave de la renuncia a la idea de una sociedad comprometida con los espacios próximos de reproducción cultural y con la articulación dialógica de las complejas relaciones a distancia que median los sistemas desterritorializados de poder, basado en flujos de información, que hoy también colonizan el pensamiento y la producción teórica, condicionando una nueva concepción del intelectual y de los trabajadores de la cultura, tal como veremos.

En este escenario histórico, la pregunta recurrente que de nuevo debe afrontar la teoría crítica es qué hacer. No viene al caso plantear aquí respuestas a un objeto ajeno a la razón de ser de este libro. Pero conviene, cuando menos, reconocer el escenario en el que se sitúa la actual publicación –que coincide, no casualmente, con el desplazamiento del campo de trabajo hacia el más sofisticado pancomunicacionismo, desde un discurso idealista que anula el potencial conflictivo del proceso de integración global del capitalismo–. Por ello, hemos de procurar otear el horizonte más allá del «aquí y ahora», con la voluntad de mirar en el tiempo la comunicación-mundo. Pues es necesario –como advierte Bernard Cassen– constituir «una memoria reflexiva y autocrítica» de los foros y espacios de articulación mundial, observar en la distancia las continuidades y rupturas de la geopolítica de la comunicación y su pensamiento. Situar, en fin, la memoria en el centro de la comunicación, por principio y coherencia con una visión sociopráxica de la mediación.

Hace más de una década, con motivo de la presentación del volumen preparado por Michel Senecal sobre el itinerario intelectual de Armand Mattelart, apuntábamos que la voz –no en el sentido de Laclau, sino más bien en un sentido auténticamente gramsciano– de toda obra nos habla e interpela desde la memoria crítica y reflexiva. De la necesaria objetivación dialógica del sujeto observador y de la práctica científica de análisis, que diría Bourdieu, este ejercicio nos sitúa en la estela de la proyección emancipatoria del principio esperanza. Y ello fundamentalmente por la dimensión política y el potencial transformador que anticipa. Este, a nuestro juicio, es el principal valor de toda práctica teórica verdaderamente transgresora, el valor de revelación y metaanálisis en la distancia, de una crítica de la mediación social que renuncia al academicismo para forjar procesos de producción y vida.

Los problemas metacientíficos –decía Manuel Sacristán– son siempre filosóficos. Y la política, una actividad reflexiva, la valoración de ideas, propósitos y programas de ideación y acción social. La memoria crítica y comprometida contribuye a esta mediación entre la experiencia y la construcción colectiva de lo social. El trabajo de revisión de las bases del materialismo histórico en comunicación representa, en este sentido, una oportuna invitación a pensar el cambio, a conquistar el futuro, a proyectar nuevas luces en la ciencia de la comunicación, iluminando nuevos horizontes de intervención y crítica teórica, en la medida en que, lejos de limitarse al estudio y disertación escrita de la producción científica, trata de apuntar tendencias, lagunas y contradicciones del campo social, a partir de una premisa fundamental del pensamiento crítico: todo producto de la historia, como todo conocimiento, debe ser considerado históricamente y, más allá aún, ilustrado económica y políticamente. En otras palabras, si algún valor ha de tener la re-construcción de lo pasado es el de cumplir una función vicaria de mediación sobre los mundos de vida, dirimiendo la proyección de lo real desde lo potencial. Este y no otro es el sentido de la utopía y de la libertad informativa como autorrealización cultural en el ejercicio de autodeterminación sociopolítica. Como un ejercicio de palingenesia, como la construcción, en fin, de lo social desde lo colectivo, como un pensamiento y una acción transformadora, la utopía es una forma de determinación de nuestro presente y posibilidades de acción, instituyendo una norma con la que medir la realidad desde nuestras aspiraciones colectivas. Arriesgada apuesta en un tiempo como el actual, convulso, marcado por un proceso –como denunciara a propósito de la Unión Europea Jürgen Habermas– de evidente desertización, trivialidad y desconcierto.

Asumiendo el riesgo intelectual de la incomprensión, el rechazo o, simplemente, el aislamiento habitual cuando uno desarrolla este tipo de planteamientos, esperamos que Marxismo y comunicación contribuya a desplegar la capacidad de interrogación –por su potencia interpelante y construccionista–, además de la voluntad utópica anticipatoria que necesariamente siempre ha de alentar el trabajo de Prometeo que nos corresponde; en tanto que, como toda teoría crítica, la verdadera labor intelectual, desde el punto de vista de la praxis, siempre corresponde al lector y debe a fortiori ser articulada. Dicho de otra manera, la teoría crítica de la sociedad solo encuentra justificación si es capaz de sacar a la luz, y poner en cuestión, los presupuestos teóricos e ideológicos del sistema de relaciones dominante en el campo de la información y la comunicación y, con ello, «iluminar los pasos necesarios para la emancipación de aquellos que sufren los efectos más perversos y explotadores de dicho sistema» (Herrera, 2005a, p. 177). Es decir, pensar los puntos de observación es apostar por un análisis sintomático que debe hacer emerger lo real, proyectando nuevas prácticas instituyentes, un nuevo pensamiento y praxis social, para pasar de la cultura de la resistencia a la razón emancipadora en movimiento a partir, cuando menos, de tres compromisos intelectuales:

– La socialización de los sistemas de información y conocimiento, hoy asimétricos en las lógicas de distribución del mercado.

– La visibilización de lo procomún oculto o mixtificado.

– Y el antagonismo político y cultural contra las formas cosificantes y hegemónicas de «inversión simbólica».

El volumen que tiene el lector en sus manos es un ensayo cartográfico en esta dirección. Para ello, hemos estructurado el volumen en dos partes bien diferenciadas: una primera orientada a sentar las bases teóricas del análisis marxista en comunicación, de Marx a Althusser, de Gramsci a Brecht, pensando en definir algunos elementos y principios epistemológicos que hay que considerar en la crítica materialista de la mediación social. Y en la segunda parte, a partir de las nociones básicas identificadas en las fuentes originales de la crítica marxista, analizamos algunos de los retos, contradicciones y problemas neurálgicos del tardocapitalismo en la era de la sociedad de la información.

La estructura del índice y lo que contiene ha sido construida en diálogo con numerosos estudiantes y colegas, al cabo de la calle y las luchas, a lo largo de más de veinte años de lecturas y debates. Esta lógica de «construcción compartida del conocimiento» es la que nos ha permitido trascender los límites propios del pensamiento dominante y los cercos institucionales de la academia, a la fuerza escleróticos y, en el caso de España, profundamente conservadores y antimarxistas. Por fortuna, a pesar del contexto neoliberal y reaccionario de la universidad en España, si algún valor tiene lo aquí escrito, ha sido gracias a eludir la soledad y marginación impuestas a todo pensamiento incómodo, en la medida en que, como el maestro Neruda enseñara, «no hay soledad inexpugnable. Todos los caminos llevan al mismo punto: la comunicación de lo que somos. Y es preciso atravesar la soledad y la esperanza, la incomunicación y el silencio para llegar al recinto mágico en que podemos danzar torpemente o cantar con melancolía; mas en esa danza o en esa canción están consumados los más antiguos ritos de la conciencia; la conciencia de ser hombres y creer en un destino común»[1]. Este libro, en fin, no es otra cosa que el reconocimiento a la virtud de quienes, por vivir, lucharon dando ejemplo y compromiso de una memoria cuyo valor reside en la palabra compartida, en la artesanal voluntad de construcción en común, aquí y ahora, justo cuando se han atravesado todos los límites y fronteras que nos cercan y limitan. Para quienes piensen a priori que este libro se antoja extemporáneo, tómese en cuenta que toda actualidad es un tránsito y un espacio de disputa del sentido de la historia por venir. Y, en la comunicología, repensar las bases materiales que nos constituyen resulta una contribución fundamental para ir cegando las condiciones de la visión del agujero negro del marxismo en la definición de una nueva teoría crítica de la mediación social que movilice el conocimiento colectivo y transforme el campo de la cultura en la guerra epistemológica que se perfila en medio de la crisis y del cuestionamiento de los espectros de Marx: del diagnóstico y la práctica teórica a la intervención política y la praxis liberadora.

Esperamos, en fin, que la circulación pública de este modesto empeño editorial contribuya al menos a ampliar los espacios de esperanza, articulando el compromiso intelectual y la militancia en favor de una comunicología como ciencia aplicada de lo común. La vida lo amerita.

Granada, junio de 2020

[1] Discurso pronunciado por Pablo Neruda con motivo de la recepción del Premio Nobel de Literatura en 1971.

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