Читать книгу Mundo 4.0 - El futuro de la sociedad tecnológica - Francisco Yañez Brea - Страница 10

1.2 Cómo nos afectará la inteligencia artificial

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… Paula llevaba cuarenta años en el mantenimiento de buques. Su pasión por la mecánica la había acompañado toda la vida. Cuando era niña, solía pasar las tardes observando por la ventana cómo construían los barcos en un astillero cerca de su casa y soñaba que algún día ella también podría navegar en aquellas inmensas moles metálicas. Después de tantos años de trabajo, Paula se había convertido en una experta y era capaz de identificar las diferentes averías por el tipo de ruido. Cuando ya le quedaba poco para jubilarse, la tristeza le sobrevino: ¿cómo evitar que todo aquel aprendizaje se perdiera? Una idea iluminó su mente y se puso a trabajar sin descanso. Durante días, instaló sensores inteligentes en todos los componentes críticos del buque. A continuación, empezó a captar datos de sonidos, vibraciones, temperaturas, etc., y programó un software basado en inteligencia artificial, capaz de relacionar todos los valores y predecir fallos, antes incluso de que ocurrieran. Paula lo había conseguido: había sido capaz de entrenar una máquina para que tuviera un conocimiento similar al suyo…

En términos sencillos, IA es la capacidad de que las máquinas piensen y aprendan por su cuenta; es decir, de alguna forma, se busca imitar la inteligencia humana para realizar tareas y también para mejorar, de forma repetitiva, a partir de la información que se recopila. Y, cuando esta información alcanza un gran volumen de datos que sobrepasa la capacidad del software convencional, entonces utilizamos big data. Entendiendo el concepto, es fácil comprender que estas tecnologías serán muy útiles en el futuro para hacer, mejor y más rápido, cualquier tarea que, en el pasado, estaba solo reservada a la inteligencia humana.

Esta capacidad de que las máquinas piensen y aprendan por su cuenta puede ser el avance más importante de la tecnología en los últimos siglos. Se encuentra ya presente en todas partes, de una forma más general de lo que podría parecer en un primer momento. Hay muchos dispositivos y sistemas que nos ayudan en nuestra vida cotidiana, pero que no sabemos que funcionan gracias a la IA. La incluyen, por ejemplo, el reconocimiento de la huella dactilar o facial para desbloquear el móvil; el reconocimiento de voz que utilizamos para diferentes aplicaciones; el parking que lee la matrícula del coche, gracias al cual no tenemos que meter la tarjeta; los programas de edición de imágenes de los teléfonos móviles; las aplicaciones sofisticadas en el sector de la salud con las que se detectan enfermedades a partir de imágenes, y también es la base del software que emplean los vehículos sin conductor.

Esta increíble tecnología crece actualmente a un ritmo exponencial, y las empresas más punteras tienen claro que es el camino que se debe seguir. Apple ya la emplea para asimilar el enorme volumen de localizaciones y mapas que generan los smartphones, los coches que se conectan a la nube u otros dispositivos. Facebook la utiliza para analizar el comportamiento de los usuarios y, posteriormente, predecirlo, con lo que consigue una publicidad más individualizada y efectiva o, más recientemente, también con una aplicación denominada Sentiment Analysis, centrada en las emociones que los usuarios plasman en sus muros. Amazon emplea complejos algoritmos para averiguar qué va a querer comprar el usuario, antes incluso de que nos surja el deseo, y lo destaca en la página inicial, para facilitar así el proceso de compra. Esta tecnología resulta también imprescindible para aplicaciones como BlaBlaCar, para conectar a conductores y pasajeros; sistemas de análisis de big data, para identificar tendencias, o incluso empresas de paquetería como UPS, para diseñar las rutas óptimas de recogida y reparto. Por otra parte, la utilización de la IA también desempe un papel muy destacado para ganar la batalla a la COVID-19, al ayudar a procesar y compartir datos masivos no estructurados en un tiempo menor, fundamentales para acelerar el proceso de desarrollo de las vacunas (llegar a la fase de pruebas en humanos suele llevar cinco años, pero, con la ayuda de la IA, este periodo se acortó hasta solo 10 meses) y el rastreo de contactos, la verificación de síntomas, la predicción de brotes y riesgos de infección, el desarrollo y la identificación de nuevos medicamentos (gracias al análisis predictivo, capaz de cruzar grandes fuentes de datos de compuestos potenciales y anticipar cuál sería el resultado de combinarlos para conseguir un nuevo y eficaz fármaco), la predicción de la evolución de los pacientes, la trazabilidad de la evolución del virus y la identificación de sus nuevas variantes.

Realmente resulta difícil poner límites a lo que podremos alcanzar en las próximas décadas gracias a la IA, pero su uso abusivo y descontrolado también entraña ciertos riesgos, y cada vez son más numerosos los tecnólogos, científicos y filósofos que afirman que deberíamos extremar el cuidado. Uno de los padres de esta tecnología, Marvin Lee Minsky, estaba convencido de que la IA salvaría a la humanidad, pero también profetizó en 1970: «Cuando los ordenadores tomen el control, quizá ya no lo podamos volver a recuperar. Sobreviviremos mientras ellos nos toleren. Si tenemos suerte, quizá decidan tenernos como sus mascotas». Ya en la actualidad, Elon Musk, cofundador y director de Tesla y SpaceX, ha creado, con el apoyo de varios inversores, una organización denominada OpenAI en la que inyectaron 1000 millones de dólares. Su misión es anticipar una estrategia para afrontar un futuro en el que la inteligencia artificial supere a la humana, y el objetivo es asegurarse de que los robots no acabarán rebelándose en el futuro contra la humanidad, o que se haga un uso inapropiado de la IA, pues un mal empleo de esta tecnología podría generar peligros tan importantes como el uso de armas autónomas (que actúan sin supervisión), la manipulación de la sociedad a través de las redes sociales o la invasión de la privacidad, al recoger nuestra información, analizarla y rastrearla, para oprimirnos o discriminarnos.


Figura 1.3 La inteligencia artificial es el avance más importante de los últimos siglos.

Si la Tierra hubiera sido creada hace un año, entonces la raza humana solo tendría diez minutos de edad, y la era industrial habría empezado hace dos segundos. Ahora nos aproximamos a una explosión de la inteligencia, y lo que vamos a ver en la próxima décima de segundo, continuando con la comparación, es algo que nos dará un poder enorme, difícil de imaginar hoy día, pero tan peligroso como si se tratara, en efecto, de una auténtica bomba.

Stephen Hawking, en su libro póstumo, responde a preguntas relacionadas con qué podemos esperar del desarrollo futuro de la inteligencia artificial. El físico compara su irrupción con la del fuego, que fue incontrolable para los primeros humanos, «hasta que inventamos el extintor». El científico entiende que, «si bien el impacto a corto plazo de la IA depende de quién la controla, el impacto a largo plazo depende de si se puede controlar o no. El riesgo real con la IA no es la malicia, sino la competencia». Y concluye: «Probablemente, no eres un ser malvado por pisar hormigas que se comportan mal, pero, si estás a cargo de un proyecto hidroeléctrico de energía verde y hay un hormiguero en la región inundable, lo inundarás. No pongamos a la humanidad en la posición de esas hormigas».

Como todas las nuevas tecnologías, estas pueden ser utilizadas para hacer cosas buenas o, por el contrario, para delinquir y causar problemas a las personas, pero no cabe duda de que necesitaremos a la inteligencia artificial para hacer frente a los grandes retos que nos depara el futuro; un futuro que será totalmente diferente a la «normalidad» que hemos vivido en los últimos siglos. Y, en este nuevo futuro, incierto e inquietante, lograremos como sociedad doblegar las grandes amenazas que, en la actualidad, nos atormentan y atenazan, pues, como afirmaba Van Gogh, «la normalidad es un camino asfaltado; es más fácil transitar por él, pero allí no crecen flores», ni tampoco las mejores ideas.

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