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Capítulo I

Desinstitucionalización: otra vía (la reforma psiquiátrica italiana en el contexto de la europa occidental y de los “países avanzados”)1

1. La Psiquiatría reformada en Europa y en los EE.UU.

La desinstitucionalización se convierte en “deshospitalización”

La gran campaña reformadora en Europa y EE.UU., que ha afectado, en grado diverso, los sistemas de Salud Mental, estaba animada por el intento de renovar la capacidad terapéutica de la psiquiatría, liberándola de sus funciones arcaicas, de control social, coacción y segregación.2

En este contexto cultural y político, desinstitucionalización era una palabra de orden central, utilizada para muchos y variados objetivos.

Para los reformadores compendiaba esos diversos objetivos; para los grupos de técnicos y políticos radicales simbolizaba la esperanza de la abolición de todas las instituciones de control social y se amparaba en la perspectiva antipsiquiátrica; para los administradores era, sobre todo, un programa de reducción económica y administrativa, sinónimo de reducción de camas hospitalarias y una de las primeras operaciones consecuentes de la crisis financiera.

Pues bien, la desinstitucionalización se ha realizado sobre todo con este último significado. Es decir, ha sido practicada como “deshospitalización”, política de altas, reducción más o menos gradual de camas (y en alguna ocasión, desde luego no frecuente, cierre más o menos brusco de hospitales psiquiátricos). Entre otras cosas, como es conocido, en esta versión la desinstitucionalización sobrevive a la crisis de la política de Salud Mental que había hecho de ella una bandera, y se muestra coherente con las orientaciones neoliberales y conservadoras del reajuste del mismo Welfare3. En lugar de bandera o mito, es atribuida a los reformadores y evocada para liquidar la voluntad de cambio de aquella época, o para alimentar la autocrítica de los reformadores mismos. Para orientar el discurso sobre el significado que ha adquirido la desinstitucionalización, en las experiencias avanzadas de Italia, para el grupo de técnicos que coherentemente han sostenido la exigencia, afirmamos, desde ahora, que no ha sido entendida en los términos reduccionistas de una “perspectiva abolicionista” de tipo político radical, y no ha sido nunca identificada con las externaciones (y esto especialmente en los lugares que han promovido la reforma del 78).

En sus intenciones todas las reformas psiquiátricas de los años 60, en Europa, se proponían llegar a superar gradualmente la internación en los manicomios mediante la creación de servicios en la comunidad, el desplazamiento de la intervención terapéutica hacia el contexto social de la persona, la prevención, la rehabilitación, etc. Esta transformación de la base organizativa de los sistemas de Salud Mental ha roto el predominio cultural del modelo segregador clásico de la psiquiatría, en el cual el manicomio constituía la única respuesta al malestar psíquico. En esta perspectiva, se han multiplicado las estructuras extrahospitalarias, médicas y sociales, que deberían haber acogido a los pacientes dados de alta de los hospitales psiquiátricos y constituir un filtro contra ulteriores hospitalizaciones.

¿Pero qué efectos, deseados o no, han tenido estos cambios? ¿Qué eficacia ha demostrado respecto al objetivo de superar la internación?

El análisis de la psiquiatría reformada pone en evidencia algunos rasgos comunes:

a) La internación psiquiátrica continúa existiendo en Europa y EE.UU. En todos los sistemas de Salud Mental nacidos de la reforma, a pesar de las intenciones que los animaban, permanecen los hospitales psiquiátricos y las estructuras de internación, y tienen un peso que no es precisamente secundario: se calcula que, por ejemplo, en Europa estas estructuras acogen, bajo estatutos distintos, a un millón de personas, aproximadamente. La política de “deshospitalización” se ha acompañado de una reducción en la duración de las estancias y de un aumento complementario de las altas y de las recaídas. En otras palabras, los hospitales psiquiátricos han sido, en parte, reorganizados según la lógica del revolving door.4

Al mismo tiempo, junto a ellas han entrado en funcionamiento otras estructuras de tipo asistencial o judicial que internan, bajo epígrafes diversos, pacientes psiquiátricos. La desinstitucionalización, entendida como política de externaciones, ha producido el abandono de sectores relevantes de la población psiquiátrica y, en conjunto, por ello, también la transinstitucionalización (traspaso a residencias de reposo, residencias para ancianos, lugares de crónicos “no psiquiátricos”, etc.), y nuevas formas de internación. (ROSÉ, 1979; WARREN, 1980; SAID, 1981; MORRISEY, 1982).

b) Los servicios territoriales o comunitarios favorecen la internación en vez de sustituirla.

Los servicios territoriales son lugares en los que se expresa la renovada intención terapéutica de la psiquiatría, que quería, finalmente, liberarse de la función impropia de la custodia y de la coacción. Se han desarrollado al lado del hospital psiquiátrico y se han especializado siguiendo la lógica de un “servicio para cada problema” (CASTEL et al, 1979; DE LEONARDIS, MAURI, 1980-1983).

Cada problema viene seleccionado y asumido en base al criterio de la coherencia, de la pertinencia, con los códigos de prestación del servicio. En general, en Europa, los servicios psiquiátricos han utilizado esta lógica para diferenciase en tres modelos principales:

El modelo médico: que tiene su lugar institucional de elección en el hospital general, y su prestación principal es la suministración de fármacos.

El modelo de ayuda social: que privilegia las condiciones materiales de vida de la persona y ofrece asistencia social.

El modelo de escucha/terapéutica: que privilegia la vivencia subjetiva y ofrece psicoterapia.

Esta división macroscópica se ha concretado en una compartimentación total, y ausencia de relaciones entre los diversos tipos de servicios, que han marchado separados unos de otros y se han articulado en una ulterior especialización y en la fragmentación para particulares tipos de prestaciones. Este desarrollo es particularmente visible en el campo de la psicoterapia (CASTEL, 1981).

Los análisis sociológicos y sociopsiquiátricos han insistido sobre los riesgos ligados a esta difusión y especialización de los servicios psiquiátricos en la comunidad: psiquiatrización de los problemas sociales y difusión capilar de los mecanismos de control social (piénsese en el caso extremo de la terapia para los normales).

Pero estas preocupaciones han ensombrecido efectos complementarios de ellas, es decir, los efectos de la selección, de la falta de respuesta a los problemas y a los sufrimientos de las personas, del abandono. Detengámonos un momento sobre esto. El elevado nivel de especialización y de refinamiento de las técnicas de intervención tiene como consecuencia una elevada selección de los pacientes que se toman a cargo. Es decir, los servicios funcionan según una lógica de agencia:5 seleccionan los problemas en base a la propia competencia y para el resto se puede decir “no es un problema nuestro”. Esto significa, en primer lugar, que los pacientes deben de saber presentar las demandas de forma coherente con el tipo de servicio, o deben ser conscientes, o al menos deben presentar problemas pertinentes para las prestaciones ofrecidas. En segundo lugar, la eficacia de las prestaciones dadas, a menudo contraídas por motivo del esfuerzo de especialización profesional de los trabajadores y de los servicios, si se correlacionan y se ponderan en relación al número de demandas y problemas, que no son ni siquiera tomadas en consideración, se revela muy deficiente. Finalmente, por consiguiente, este modo de funcionar de los servicios psiquiátricos, especializados y selectivos, hace que las personas sean desplazadas y “peloteadas” entre las competencias diversas y, en definitiva, no tomadas a cargo y abandonadas a sí mismos. El abandono de que estaba acusada la política de deshospitalización es una práctica cotidiana, aunque de una manera menos aparente y disimulada, en los servicios territoriales. Este abandono produce nueva cronicidad y alimenta la necesidad de otros lugares en los que se descarguen e internen temporalmente los pacientes.

c) El sistema de Salud Mental funciona como un circuito.

Los análisis sociológicos y psiquiátricos sobre la psiquiatría reformada han puesto en evidencia que entre los servicios de la comunidad y las estructuras para la internación hay una complementariedad, un juego de alimentación recíproca. Se ha hablado de un “efecto hidráulico”, “de circuito” (BACHRACH, 1976; FEELEY, 1978; STEADMAN, 1984). En particular la imagen de “circuito” pone en evidencia el hecho de que en la psiquiatría reformada, a la estática de la segregación, en una institución separada y total, le ha sustituido la dinámica de la circulación entre agencias especializadas y prestaciones puntuales y fragmentarias.

Así funcionan el Centro para la Intervención en Crisis, el Servicio Social que presta subsidios, el Ambulatorio que ofrece fármacos, el Centro de Psicoterapia, etcétera. Así funcionan también los lugares de internación, los cuales son organizados ellos mismos -como habíamos visto -según la lógica del revolving door, y, por lo tanto, ejemplifican el funcionamiento del circuito del sistema en su conjunto. En el circuito son un punto de descarga necesario, temporal y recurrente.

El circuito es, sin embargo, una espiral, es decir, un mecanismo que alimenta los problemas y los hace crónicos.

No es por casualidad que el dilema central y dramático de los sistemas de Salud Mental nacidos de la reforma no sean ya los viejos pacientes crónicos dados de alta de los hospitales psiquiátricos mediante la deshospitalización, sino que son los nuevos crónicos. Piénsese en el caso de los Young Adult Chronic Patients, que llenan los servicios en USA. Son jóvenes, una multitud, que acumulan problemas diversos (sociales, económicos, de salud, psicológicos), alteran el orden público, no son reductibles a categorías diagnósticas definidas, circulan entre los servicios sin llegar a establecer nunca una relación estable y, naturalmente, ocupan periódicamente los lugares de internación (SACHRACH, 1982; LAMB, 1982; PEPPER Y RVGLEWICZ, 1982).

Por tanto, representan de manera ejemplar lo que se produce en el funcionamiento del circuito de los nuevos servicios psiquiátricos, un número masivo y creciente de crónicos, un sentimiento difuso de impotencia y frustración entre los trabajadores, la necesidad de lugares de internación que funcionen como válvulas de escape.

Podemos, pues, concluir estas breves notas sintéticas sobre los sistemas de Salud Mental en los países avanzados, nacidos de la reforma, afirmando que el balance de esta desinstitucionalización no puede valorarse más que como negativo.

La intención de liberar la psiquiatría (y su objeto) de la coacción y de la cronicidad que ella producía para restituirle el status terapéutico, se ha resuelto con la construcción de un sistema complejo de prestaciones que, reproduciendo y multiplicando la lógica exclusivamente negativa de la deshospitalización, seleccionan, rechazan, no toman a cargo y abandonan. La nueva cronicidad que se produce constituye el signo más macroscópico y dramático del fracaso de aquellas intenciones. En realidad se podía avanzar la hipótesis de que en el fondo de este proceso tal vez estuviera la exigencia de relegitimar la psiquiatría “liberándola” de su relación histórica con la justicia, y de su ser inherente a la política de control social, de darle una dignidad exclusivamente terapéutica. Es razonable sostener que este es un proyecto imposible, pero que a través de estas operaciones se intenta hacerle aparecer como real.

Un signo complementario de este fracaso radica en el hecho de que esta forma de desinstitucionalización no ha alcanzado el objetivo de superar la necesidad de la coacción y, por tanto, de los lugares de internación. Permanecen y se confirman como un elemento necesario al funcionamiento de todo el sistema.

2. La Experiencia Italiana

No es simple explicar, de manera positiva, qué cosa ha sido y es la desinstitucionalización en los lugares que han preparado la reforma. Se trata, en definitiva, de reconstruir el proceso entero de transformación de la institución psiquiátrica que ha transcurrido a lo largo de veinte años, y ha dado su impronta en múltiples dimensiones: del microcosmos de la relación terapéutica (y las concepciones prácticas de la terapia) a la dimensión de la construcción de una nueva política psiquiátrica (y las concepciones y prácticas de la acción política).

Consideramos importante intentar identificar las características del proceso de desinstitucionalización en estos lugares, porque también en Italia se corre el riesgo de proceder a realizarla no en el sentido convenido, sino en aquella versión de la que ya hemos ilustrado esquemáticamente en las páginas anteriores.

2.1. Desinstitucionalizar el paradigma

Desde el observatorio del manicomio, en Gorizia, en los años 60, un grupo de psiquiatras innovadores se da cuenta que la psiquiatría, desde siempre, no consigue adecuar sus métodos de trabajo “a los principios abstractos” que la gobiernan; lo mismo que las otras instituciones del Estado moderno que se dividen las competencias de interpretación y de intervención sobre los problemas sociales (en particular la medicina, la justicia y la asistencia, que limitan con la psiquiatría). Estas instituciones funcionan (al menos así se legitiman) en base a una relación codificada entre “definición y explicación del problema”, y “respuesta (o solución) racional”, tendencialmente óptima.6

Para aclarar mejor la acción de este paradigma racionalista problema-solución, basta referirse a la terapéutica en el ámbito de la medicina. La terapéutica -entendida no tanto como una relación individual entre médico y paciente, sino más bien como un sistema organizado de teorías, normas, prestaciones- es, en general, el proceso que vincula el diagnóstico al pronóstico, que conduce de la enfermedad a la curación. Es, en suma, un sistema de acciones que intervienen sobre un problema dado (la enfermedad) para perseguir una solución racional, tendencialmente óptima (la curación). Si bien, a pesar de los presupuestos científicos y los fines terapéuticos que desearía tener, la psiquiatría constituye una primera práctica que desmiente este paradigma racionalista. Esta desmentida se presenta, en primer lugar, en el objeto de la competencia psiquiátrica: la enfermedad mental. Desde sus orígenes la psiquiatría está condenada a ocuparse de un objeto: la enfermedad mental, que precisamente, en la realidad, es con frecuencia “ininteligible” y a menudo incurable (BLEULER, 1983); a pesar de los enormes esfuerzos por dar de ella una explicación y definición racional extendiendo y haciendo más completo el cuadro de las causas (con las contribuciones de la psiquiatría social y relacional, la investigación epidemiológica, biológica e inmunológica, etc.). Al final de la cadena causal, la enfermedad mental permanece ampliamente indeterminada e indefinida; y aún, a pesar de los desarrollos de la terapia de shock, de la farmacológica, de la psicoterapia, etc., la cronicidad continúa siendo el objeto por excelencia, el problema más macroscópico, el signo más vistoso de la impotencia de la psiquiatría para conseguir la solución-curación (y los manicomios son la evidencia concreta de todo ello).

La desmentida del paradigma racionalista se asienta también en la forma asumida por la institución psiquiátrica: el manicomio se constituye, sobre todo, como un lugar de descarga y de ocultamiento de todo aquello que, como el sufrimiento o la miseria o el disturbio social, resulta incoherente respecto a los códigos de interpretación y de intervención (de problema-solución) de las instituciones que limitan con la psiquiatría, es decir, la medicina, la justicia y la asistencia. Por ello, la psiquiatría se constituye de hecho en el límite, en la encrucijada de estas otras instituciones, y asume la tarea de absorber en su propio interior lo residual de la lógica problema-solución que las gobierna, y, por tanto, todos los problemas que resultan incoherentes, insolubles e irreductibles, y que son, por tanto, expulsados.

En este sentido, la psiquiatría se revela como una institución que más que nada administra aquello que queda como residual: es decir, una institución ella misma residual, que detenta un poder respecto al sistema institucional global, vicariante e insustituible.

Por ello, la crítica al manicomio, desarrollada en Italia, ha revelado no tanto el retraso de la psiquiatría, cuanto su misma identidad. Una revelación que ilumina también el presente. De hecho, como resulta del balance crítico trazado más arriba, la psiquiatría nacida de la reforma ha fracasado en el objetivo de superar la cronicidad y en el objetivo de liberarse de las competencias coactivas y de internación.

En conjunto, la imposibilidad de conocer el problema y de construir una solución, aparece como una tarea constitutiva de la psiquiatría que, una vez examinada, arroja una luz crítica sobre la acumulación de códigos diagnósticos, aparatos organizativos y administrativos y especializaciones terapéuticas. Todo aparece como un andamiaje tendiente más bien a ocultar y remover aquella tarea constitutiva y, quizá también, mediante la separación del problema no resuelto, a mantener indemne la credibilidad del teorema racionalista, problema-solución. En otras palabras, los psiquiatras italianos innovadores (de Gorizia, en los años 60, y después en Trieste en los años 70 y en la actualidad) trabajan sobre la hipótesis que el mal oscuro de la psiquiatría está en haber separado un objetivo ficticio, “la enfermedad”, de la existencia global de los pacientes y del cuerpo o tejido de la sociedad. Sobre esta separación artificial se ha construido un conjunto de aparatos científicos, legislativos y administrativos (las instituciones, precisamente), todos referidos a la enfermedad. Es este conjunto lo que es preciso desmontar (desinstitucionalizar) para retomar contacto con la existencia de los pacientes, en tanto que “existencia” enferma.

Sin embargo, el carácter radical de esta crítica del manicomio, como revelación de la psiquiatría y de su papel en el sistema institucional, no lleva a los psiquiatras italianos innovadores a desembocar en el callejón de la anti-psiquiatría. El recorrido que a partir de ese momento tuvo lugar es más complejo e indirecto: es precisamente el trayecto de la desinstitucionalización. En ella, están contenidos el objetivo y la acción terapéutica (por lo tanto no se hace “política”), y al mismo tiempo se utiliza el poder, residual pero insustituible, que la psiquiatría tiene en el sistema institucional, como poder de transformación (y por tanto se hace “política”).

El primer paso en esta dirección, es decir, el primer paso de la desinstitucionalización, ha sido el de comenzar a desmontar la relación problema-solución renunciando a perseguir aquella solución racional (tendencialmente óptima) que en el caso de la psiquiatría es la normalidad plenamente restablecida. Esto, como veremos, no significa, de hecho, que se renuncie a curar.7

Esta “inversión” de la solución opera un cambio de óptica profundo y duradero que afecta al conjunto de las acciones e interacciones institucionales. Ya no se está frente a un problema dado, respecto al cual se formulan y se aplican soluciones; estamos, más bien, implicados en la confrontación con un andamiaje de respuestas científicas, terapéuticas, normativas y organizativas que se autolegitiman como soluciones racionales definiendo, formando y reproduciendo el problema a su propia imagen y semejanza. Desde el punto de vista de la observación del manicomio resulta evidente que en la relación que liga problema-solución es la solución la que formula el problema, en el sentido que le da nombre y forma. Por ello, este primer paso de la desinstitucionalización consiste en el hecho de que no se pretende ya tanto afrontar la etiología de la enfermedad (se renuncia precisamente a cada intención de explicación causal), sino que se nos orienta, por el contrario, hacia una intervención práctica que retroceda en la cadena de las determinaciones normativas, de las definiciones científicas, de las estructuras institucionales a través de las cuales la enfermedad mental -es decir, el problema- ha adquirido aquella forma de existencia y de expresión.8 Por tanto, la inversión de la solución orienta globalmente la acción terapéutica como acción de transformación institucional.

Retomando y precisando más el título de este apartado, podemos afirmar que la desinstitucionalización es un trabajo práctico de transformación que desarticula la solución institucional existente para desmontar (y remontar) el problema. Concretamente, se modifican los modos en que son curadas las personas (o no curadas) para transformar su sufrimiento, porque la terapia no es entendida únicamente como búsqueda de la solución-curación, sino más bien como un conjunto global, cotidiano y elemental, de estrategias indirectas e inmediatas que consideran el problema a través de la revisión crítica sobre los modos de ser de la terapia misma.

¿Qué cosa es, tal como aquí se trata, la institución? Es el conjunto de aparatos científicos, legislativos y administrativos, de códigos de referencias y de relaciones de poder que se estructuran en torno al objeto de la enfermedad. Pero si el objeto en vez de ser la enfermedad deviene la existencia-sufrimiento de los pacientes y su relación con el cuerpo social, entonces desinstitucionalización será el proceso crítico-práctico para la reorientación de todos los elementos constitutivos de la institución hacia este objetivo bien distinto.

La ruptura del paradigma que fundamenta a estas instituciones se refiere al paso desde una investigación causal a la reconstrucción de una concatenación posibilidad-probabilidad. Se rompe la rigidez mecanicista constitutiva del proceso de la “enfermedad”.

El proceso de desinstitucionalización se vuelve entonces reconstrucción de la complejidad del objeto. El énfasis no se pone ya sobre el proceso de curación sino sobre el proyecto de “invención de la salud” y de “reproducción social del paciente”. Se alude a la escasa verosimilitud de nuestra ciencia. Si no existe solamente un mundo productivo definido en el que estar, no existe tampoco una salud, sino que existen miles.

Se trata de decir que es posible de reproducirse en mil formas diversas, pero que éstas deben ser practicables. Se trata de utilizar la riqueza infinita de los roles sociales posibles. Pero es preciso promover activamente esta posibilidad.

El problema no es la curación (la vida productiva) sino la producción de vida, de sentido, de sociabilidad, la utilización de las formas de disipación. Por esto, los encuentros, las fiestas, el espacio comunitario, la reconversión continua de los recursos institucionales y, consiguientemente, la afectividad y la solidaridad llegan a ser momentos y objetivos centrales en la economía terapéutica (que es economía política) que está en la conexión entre la materialidad del espacio institucional y la potencialidad de los recursos subjetivos.

Aquí, en la ruptura del paradigma clínico se intuye el rol central de los servicios modernos, del verdadero “Welfare”, como multiplicador institucional de energías. Y aquí se juega en un nivel no formal, el problema de las fuentes de energía a recoger en el proceso de aplicación de la Ley 180.9 Pero de esto trataremos más adelante.

Limitándonos a la clínica, la cuestión planteada por la desinstitucionalización es que no podemos imaginar una psicopatología y una clínica que no incorporen en el análisis y ulteriormente en la práctica terapéutica y de transformación las estructuras existentes, los profesionales, el campo psiquiátrico. La emancipación terapéutica (que llega a ser el objetivo sustitutivo de la curación) no puede ser más que la puesta en práctica de acciones y comportamientos que emancipen la estructura entera del campo terapéutico.

Este trabajo de desarticulación, fundamentalmente del interior del manicomio, presenta algunos aspectos cruciales que contribuyen a situar el significado de la desinstitucionalización italiana y la modalidad de su ulterior evolución.

2.2. La desinstitucionalización moviliza a todos los participantes implicados en el sistema de acción institucional

Los actores principales del proceso de desinstitucionalización son, sobre todo, los técnicos que trabajan en el interior de las instituciones, los cuales transforman la organización, las relaciones y las reglas de juego, ejerciendo activamente su rol terapéutico de psiquiatras, psicólogos, enfermeros, etc. Sobre esta base, también los pacientes se hacen actores, y la relación terapéutica llega a ser un recurso de poder que se utiliza para hacer una llamada a la responsabilidad y a los poderes de otros interlocutores institucionales, próximos y remotos: los administradores locales responsables de la Salud Mental, los técnicos de la organización sanitaria local, los políticos, etc. En otras palabras, los técnicos de la Salud Mental activan toda la red de relaciones que estructuran el sistema de acción institucional, y dinamizan las competencias, los poderes, los intereses, las demandas sociales, etc. (CROZIER; FRIEDBERG, 1977).

Por tanto ellos hacen, de una manera indirecta, política; esto es, permaneciendo vinculados a su profesión, que es un recurso de poder y una condición para realizar concretamente los objetivos de cambio. Este es un aspecto importante de la desinstitucionalización italiana, que la diferencia de otras experiencias en las cuales ha sido proyectada por políticos reformadores, aplicada por administradores o proclamada como un objetivo político por los grupos y movimientos radicales. En Italia, en vez de esta modalidad, se ha configurado como un trabajo concreto y cotidiano de los técnicos que produjeron los correspondientes cambios de la nueva política de Salud Mental.

La nueva política de Salud Mental se va construyendo from the botton up 10 (THRASTER; DUNKLEY, 1982), en lo concreto, en cada ámbito local y en el interior de la institución (y también la política es usada como medio y como recurso). De esa forma, se encuentran interesados, implicados y movilizados los sujetos sociales como actores del cambio: los pacientes, la comunidad local, la opinión pública, los sujetos de política institucional y otros. Este modo de realizar la desinstitucionalización suscita y multiplica las relaciones, es decir, produce comunicación, solidaridad y conflictos, porque el cambio de las estructuras y el cambio de los sujetos y de su cultura no puede acontecer más que conjuntamente (ROTELLI, 1981; MELUCCI, 1982; BALBOA; BIANCHI, 1982; DE LEONAR015, 1986).

2.3. El objetivo prioritario de la desinstitucionalización es transformar las relaciones de poder entre la institución y los sujetos, los pacientes en primer lugar

Al comienzo, es decir, en el trabajo de desmantelamiento del manicomio, esta transformación se produce a través de gestos muy elementales: eliminar los medios de contención, restablecer la relación del individuo con su propio cuerpo, reconstruir el derecho y la capacidad de uso de los objetos personales, restablecer el derecho y la capacidad a utilizar la palabra, eliminar la ergoterapia, abrir las puertas, producir relaciones, espacios y objetos de interlocución, establecer condiciones para la expresión de los sentimientos, restituir los derechos civiles eliminando la coacción, la tutela jurídica y el status de peligrosidad, reactivar un fondo de ayuda económica para poder acceder a los intercambios sociales.

Vivir sin manicomios

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