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PRÓLOGO
ОглавлениеEn junio de 2006, el periódico The Guardian me pidió que escribiera el obituario de Ray Davis. Me sentí sorprendido y honrado cuando, al año siguiente, dicho obituario ganó el premio al «mejor escrito sobre ciencia en un contexto no científico». Estoy seguro de que una de las razones de aquel éxito es que, en cierto modo, el relato de la extraordinaria carrera de Davis se escribió solo.
Un obituario se centra necesariamente en una persona, pero la aventura de los neutrinos solares afectó las vidas de varias personas más, de científicos que dedicaron la totalidad de sus carreras a perseguir esta presa tan elusiva, solo para perder la oportunidad de recibir un Premio Nobel por ironías del destino, mala suerte o, más trágicamente, por haber muerto ya. Porque esta búsqueda duró medio siglo, y Davis ganó su Premio Nobel a la edad de ochenta y siete años. De todos ellos, el personaje más trágico quizá sea el genio Bruno Pontecorvo. Aunque cuando empecé a escribir Neutrino esperaba que fuera la historia de Ray Davis, descubrí que Pontecorvo parecía estar ahí, entre bambalinas, con tanta frecuencia que esta historia se convirtió también en la suya. También es la historia de John Bahcall, el colaborador de Davis de toda la vida, a quien, para sorpresa de muchos, no se le incluyó en el Premio Nobel. Así que, con toda humildad, dedico este libro a la memoria de estos tres grandes científicos, cuyas propias vidas atestiguaron en qué consiste realmente la ciencia, y demostraron la afirmación de Thomas Edison de que el genio es «un 1 % de inspiración y un 99 % de transpiración».
Tengo una deuda particular con cuatro de mis colegas, cuyas propias carreras se han centrado en los neutrinos, por aportar algunos de sus propios recuerdos, y por corregir algunas de mis ideas equivocadas. Si no lo he logrado, la culpa no es suya sino mía. Se trata de Nick Jelley, Peter Litchfield, Don Perkins y Jack Steinberger.
FRANK CLOSE
Oxford, octubre de 2009