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De los sacerdotes
ОглавлениеY una vez Zaratustra hizo una señal a sus discípulos y les dijo estas palabras:
«Ahí hay sacerdotes: y aunque son mis enemigos, ¡pasad a su lado en silencio y con la espada dormida!161
También entre ellos hay héroes; muchos de ellos han sufrido demasiado - : por esto quieren hacer sufrir a otros.
Son enemigos malvados: nada es más vengativo que su humildad. Y fácilmente se ensucia quien los ataca.
Pero mi sangre está emparentada con la suya; y yo quiero que mi sangre sea honrada incluso en la de ellos». -
Y cuando hubieron pasado a su lado le acometió a Zaratustra el dolor; y no había luchado mucho tiempo con el dolor cuando empezó a hablar así:
Me da pena de estos sacerdotes. También repugnan a mi gusto; mas esto es para mí lo de menos desde que estoy entre hombres.
Pero yo sufro y he sufrido con ellos: prisioneros son para mí, y marcados. Aquel a quien ellos llaman redentor los arrojó en cadenas: -
¡En cadenas de falsos valores y de palabras ilusas! ¡Ay, si alguien los redimiese de su redentor!162
En una isla creyeron desembarcar en otro tiempo, cuando el mar los arrastró lejos; pero mira, ¡era un monstruo dormido!163
Falsos valores y palabras ilusas: ésos son los peores monstruos para los mortales, - largo tiempo duerme y aguarda en ellos la fatalidad.
Mas al fin ésta llega y vigila y devora y se traga aquello que construyó tiendas para sí encima de ella.
¡Oh, contemplad esas tiendas que esos sacerdotes se han construido! Iglesias llaman ellos a sus cavernas de dulzona fragancia.
¡Oh, esa luz falsa, ese aire que huele a moho! ¡Aquí donde al alma no le es lícito - elevarse volando hacia su altura!
Su fe, por el contrario, ordena esto: «¡De rodillas subid la escalera, pecadores!»164
¡En verdad, prefiero ver incluso al hombre carente de pudor que los torcidos ojos de su pudor y devoción!
¿Quién creó para sí tales cavernas y escaleras de penitencia? ¿No fueron aquellos que querían esconderse y se avergonzaban del cielo puro?
Y sólo cuando el cielo puro vuelva a mirar a través de techos derruidos y llegue hasta la hierba y la roja amapola crecidas junto a muros derruidos165, - sólo entonces quiero yo volver a dirigir mi corazón hacia los lugares de ese Dios.
Ellos llamaron Dios a lo que les contradecía y causaba dolor: y en verdad, ¡mucho heroísmo había en su adoración! ¡Y no supieron amar a su Dios de otro modo que clavando al hombre en la cruz!
Como cadáveres pensaron vivir, de negro vistieron su cadáver; también en sus discursos huelo yo todavía el desagradable aroma de cámaras mortuorias.
Y quien vive cerca de ellos, cerca de negros estanques vive, desde los cuales canta el sapo su canción con dulce melancolía.
Mejores canciones tendrían que cantarme para que yo aprendiese a creer en su redentor: ¡más redimidos tendrían que parecerme los discípulos de ese redentor!
Desnudos quisiera verlos: pues únicamente la belleza debiera predicar penitencia. ¡Mas a quién persuade esa tribulación embozada!166
¡En verdad, sus mismos redentores no vinieron de la libertad y del séptimo cielo de la libertad! ¡En verdad, ellos mismos no caminaron nunca sobre las alfombras del conocimiento!
De huecos se componía el espíritu de esos redentores; mas en cada hueco habían colocado su ilusión, su tapahuecos, al que ellos llamaban Dios.
En su compasión se había ahogado su espíritu, y cuando se hinchaban y desbordaban de compasión, siempre nadaba en la superficie una gran tontería.
Celosamente y a gritos conducían su rebaño por su vereda: ¡como si hacia el futuro no hubiera más que una sola vereda! ¡En verdad, también estos pastores continuaban formando parte de las ovejasl167
Espíritus pequeños y almas voluminosas tenían estos pastores: pero, hermanos míos, ¡qué comarcas tan pequeñas han sido hasta ahora incluso las almas más voluminosas!
Signos de sangre escribieron en el camino que ellos recorrieron, y su tontería enseñaba que con sangre se demuestra la verdad168.
Mas la sangre es el peor testigo de la verdad; la sangre envenena incluso la doctrina más pura, convirtiéndola en ilusión y odio de los corazones.
Y si alguien atraviesa una hoguera por defender su doctrina, - ¡qué demuestra eso!
¡Mayor cosa es, en verdad, que del propio incendio salga la propia doctrina!
Corazón tórrido y cabeza fría: cuando estas cosas coinciden surge el viento impetuoso, el «redentor».
¡Ha habido, en verdad, hombres más grandes y de nacimiento más elevado que aquellos a quienes el pueblo llama redentores, esos arrebatadores vientos impetuosos!
¡Y vosotros, hermanos míos, tenéis que ser redimidos por hombres aún más grandes que todos los redentores, si queréis encontrar el camino que lleva a la libertad!
Nunca ha habido todavía un superhombre. Desnudos he visto yo a ambos, al hombre más grande y al más pequeño: -
Demasiado semejantes son todavía entre sí. En verdad, también al más grande lo he encontrado - ¡demasiado humano! -
Así habló Zaratustra.