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[Julio-agosto,1859]
En Jena

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Desgraciadamente he comenzado mis vacaciones con dos acontecimientos desagradables que me han impedido salir de viaje. En cuanto me sentí un tanto restablecido, comencé a pensar seriamente en cómo podía emplear mis vacaciones de la mejor manera posible. Yo quería viajar a toda costa, pero a dónde era la pregunta que había que responder. Al fin se me ocurrió que a mi tío, el señor burgomaestre27, tan sólo lo había visto una vez hacía muchos años, y que ahora apenas si lo conocía. Enseguida había decidido mi plan, y ya al día siguiente me senté en el tren, y tras mi llegada a Apolda, enseguida tomé un ómnibus que me trasladó a Jena. El sol quemaba tanto en los asientos recubiertos de cuero que parecía que íbamos sentados sobre una parrilla. Finalmente, el camino transcurrió entre dos cadenas de montes; sobre una brillaban campos de cereales, mientras que la otra, árida y triste, ofrecía la imagen de un desierto. Por fin, divisamos a lo lejos las torres de la ciudad dominadas por las dos cimas montañosas que se elevan sobre ellas. Finalmente, el coche se paró ante la casa del tío, donde la tía me recibió muy cordialmente, pues su marido estaba ocupado en ese momento con sus negocios. Todavía esa misma tarde pude familiarizarme con el entorno de la ciudad, con las avenidas y los parques. Al día siguiente visitamos todos juntos el pueblecito de Lichtenhain, famoso por su buena cerveza. Como ese lugar es muy frecuentado por los estudiantes de la ciudad, todos sus habitantes están preparados para recibir huéspedes. Lo mismo sucede en Ziegenhein, una aldea muy conocida a causa de su Fuchsthurm [torre del zorro]. Muchas leyendas populares se refieren a las ruinas de su antigua fortaleza; la más conocida de todas es la siguiente: ...28

Uno de los puntos más hermosos de Jena es el Kunitzburg, que no dejamos de visitar. Bordeando la ribera del Saale durante largo tiempo, llegamos finalmente al pueblo de Kunitz. Allí preguntamos el camino. Nos indicaron el más corto, pero también el más fatigoso. Nos costó un trabajo inmenso, sobre todo porque perdimos el sendero repentinamente y tuvimos que seguir subiendo sin camino alguno que nos guiase. Al llegar arriba pudimos disfrutar del maravilloso espectáculo de la puesta de sol. La misma Jena goza de numerosos encantos. Aquí me limitaré a mencionar un magnífico establecimiento de baños, que yo también utilizo a menudo. Además, en todas las casas en las que ha vivido algún hombre famoso (que son muchas) hay fijadas pequeñas lápidas en las que se ha grabado su nombre. Me causaba un gran placer andar en busca de los nombres de los personajes más grandes de nuestra nación, Lutero, Goethe, Schiller, Klopstok, Winkelmann y tantos otros.

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