Читать книгу La música del universo - Gabriela Gonzalez - Страница 6
ОглавлениеIntroducción
El 11 de febrero de 2016, se anunció un descubrimiento que sacudió al mundo: se habían detectado por primera vez ondas gravitacionales. La noticia se hizo pública en el Club Nacional de Prensa de Washington, DC, donde la colaboración científica LIGO comunicó el descubrimiento. Esas ondas habían sido predichas por Albert Einstein en 1916 y constituyen una nueva manera de estudiar el universo. Desde distintos roles, Gabriela, Jorge, Lidia y Mario –l@s autor@s de este libro– participamos con emoción en el anuncio oficial de este descubrimiento.
Se podría decir que esta historia empezó hace más de mil millones de años, cuando dos agujeros negros chocaron; o hace cuatrocientos años, cuando Galileo miró los cielos con un telescopio; o hace cien años, cuando Einstein publicó que su teoría del espacio-tiempo predecía ondas gravitacionales; o hace cincuenta años, cuando se empezaron a imaginar detectores que pudieran medir esas ondas; o… No importa cuándo empezó la historia, lo importante es que ese día comenzó una nueva manera de hacer astronomía: no solo recibimos luz desde las estrellas, sino que ahora se le agregaba un “sonido”. A las imágenes que obtenemos del universo con nuestros telescopios ahora se les puede sumar otra dimensión sensorial, como cuando al cine mudo se le agregó la banda sonora. ¡Ahora podemos escuchar la música del universo!
Contaremos la historia de cómo fue posible que descubriéramos y entendiéramos las ondas gravitacionales, y compartiremos con ustedes anécdotas y experiencias de la gente que hizo posible este logro.
Pero antes de empezar con temas sesudos como la teoría de Einstein, queremos que nos conozcan un poco.
Mario y Lidia Díaz se habían mudado de Buenos Aires a la ciudad de Córdoba. Ambos trabajaban en la fábrica de automóviles Renault, Lidia en las oficinas y Mario era mecánico de mantenimiento en las líneas de ensamblaje primero, y luego –cuando comenzó en 1978 a estudiar la carrera de Física– en el turno de la noche, en el mantenimiento de la matricería de forja. Ambos estudiaron en la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), donde Lidia se licenció en Ciencias de la Educación. Mario hizo su investigación con el grupo que estudiaba la teoría de Einstein en la Facultad de Matemática, Astronomía y Física, y recibió el primer doctorado de Física Teórica otorgado en la UNC. En esos trabajos incluyó a un estudiante de doctorado del Instituto Balseiro de Bariloche, Jorge Pullin, y a una estudiante de licenciatura de Córdoba, Gabriela González. Jorge y Gaby se enamoraron (probando que –contrariamente a lo que dijo Einstein– su teoría de la gravedad sí tiene la culpa de que alguna gente caiga en los brazos del amor). Estas dos parejas continuaron la amistad de por vida.
Gaby y Jorge se casaron en 1988, y un año después se mudaron a los Estados Unidos, ella a empezar un doctorado y Jorge con una beca posdoctoral, ambos en física. En la Universidad de Syracuse, Gaby hizo sus estudios con Peter Saulson –un profesor dedicado al proyecto LIGO, cuyo financiamiento recién empezaba– y a ella le encantó la idea de medir lo que hasta entonces solo se había calculado. En 1995 terminó su tesis y trabajó un par de años en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) con el futuro Premio Nobel Rainier Weiss, mientras Jorge calculaba, entre otras cosas, las ondas gravitacionales que producían dos agujeros negros después de fusionarse.
Como es tristemente común en la vida académica en los Estados Unidos –y en muchos otros lugares–, Jorge y Gaby pasaron varios años (¡seis!) viviendo por trabajo en lugares distintos. Durante parte de ese período compraron una casa rodante y la estacionaron a mitad de camino entre State College, Pensilvania –donde estaba Jorge– y Boston –donde estaba Gaby– (si no, eran diez horas de auto). Finalmente siguieron una vida juntos como profesor@s primero en la Universidad Estatal de Pensilvania y luego en la de Luisiana, cerca de uno de los observatorios LIGO que describiremos luego en detalle. Como profesora e investigadora en Luisiana, Gaby y su grupo colaboraron con cientos de colegas para disminuir el ruido instrumental en los observatorios para poder detectar ondas gravitacionales, que se consiguió el 14 de septiembre de 2015. En ese momento, Gaby era la líder y vocera de la colaboración científica de LIGO, y le tocó organizar la validación del descubrimiento y ser parte del anuncio, aquel 11 de febrero de 2016.
Mario y Lidia también se habían mudado a los Estados Unidos, un año antes que Gaby y Jorge. Mario obtuvo una beca posdoctoral para trabajar en la Universidad de Pittsburgh con el grupo dirigido por Ted Newman, un físico reconocido mundialmente por sus contribuciones a la teoría de la relatividad general y de agujeros negros. Cuando su beca se terminó, dado que Lidia estaba cursando un doctorado en literatura latinoamericana, Mario buscó un puesto académico en los Estados Unidos. En 1996 fue contratado por la Universidad de Tejas en Brownsville (hoy Universidad de Texas de El Valle del Río Grande). Se trataba de una institución nueva en un área de los Estados Unidos con mayoría de población hispana y bilingüe. Inspirado por los trabajos de Gaby en LIGO y de Jorge con sus estudios de las fuentes de radiación gravitacional, Mario decidió formar un grupo asociado a la colaboración científica LIGO. Su trabajo fue financiado por la NASA primero y luego por la Fundación Nacional de Ciencia (NSF) –el equivalente al Conicet en los Estados Unidos–, permitiendo la creación del Centro de Astronomía de Ondas Gravitacionales en Tejas en 2003. Estas eran épocas en las que muy poca gente en el ambiente científico veía la detección de las ondas gravitacionales como una posibilidad cercana en el tiempo.
Lo que sigue es la historia del arduo y difícil camino hacia esa detección, el descubrimiento de un fenómeno de la naturaleza, resultado de la evolución y muerte de las estrellas, y medido por instrumentos superprecisos construidos gracias a la creatividad, el ingenio y el trabajo en equipo de muchos seres humanos.