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SYMPOSIUM SOBRE PAUL VALÉRY

En la noche del viernes último, y por iniciativa de Mariano Brull, la Sociedad Lyceum y Lawn Tennis Club acogió en su seno a un grupo de escritores, poetas, pintores, profesores, artistas, convocados para sostener un Symposium sobre Paul Valéry. Se trataba de reunir una gavilla de espíritus interesados en evocar la obra y memoria del maestro recientemente desaparecido, y a la luz de este propósito obrose un primer milagro considerable: el de reunir, en Cuba, en torno a una mesa que obligaba a apretada vecindad, un equipo de hombres que, pese a su dedicación a las tareas de la inteligencia, no suelen conservar muy buena inteligencia entre ellos mismos, y con frecuencia andan desperdigados en franca animosidad recíproca o en desdeñoso apartamiento. Una mesa larga y estrecha, de protocolar tapete verde, se vio de súbito poblada por el asiento de unas cuantas de las cabezas más agudas, más inquietas, más amorosas del espíritu que entre nosotros cuentan. A una doble teoría extensa de hombres seguía, en un extremo de la mesa, una radiante constelación de mujeres. (Y entre paréntesis: ¿por qué las mujeres, aun siendo de altísima inteligencia como las que allí se reunieron, tienden a agruparse de modo tan señalado, creando un trasunto sutil de gineceo dondequiera que se encuentren? ¿A qué grave ley obedecen, que salen como en bandada de trémulas golondrinas a cobijarse en un rincón, y a mirar desde allí, con inteligencia suprema, sí, pero con cierto aire de hamadriadas sorprendidas en el baño? ¡Las mujeres!, ¡siempre tan misteriosas, tan profundas, tan iluminadoras del mundo!). Aquel agruparse de las mujeres en Constelación de las Pléyades nos proporcionaba la emocionada alegría de oír de cuando en cuando escaparse de entre ellas, fuese la voz de María Zambrano, que tiene un tono de delicada música elegíaca, de fuente que emana desde claridades hondísimas hacia una oscuridad exterior que la abruma y suspende, o fuese la voz de Camila Henríquez Ureña, que se adivina hecha para explicar, para conducir un conocimiento, para extenderse como vínculo vivo, civilizado, culto de raíz, entre la maestra y el discípulo. Y nos permitía más aquella escisión automática practicada por nuestras musas del Symposium: porque en tanto nosotros, los del otro lado, los hombres, consumíamos turnos y turnos, y derrochábamos citas, contrapunteos, cuasi polémicas, disentimientos, cuando las mujeres hablaban lo realizaban doctamente, no por el tono, sino por la modestia y consideración con que lo hacían; nosotros tuvimos lección inolvidable con la impresionante intervención primera de María Zambrano, que dijo así como de pasada, con sólo asomarse un poco a la ventana de un castillo interior certeramente iluminado y enhiesto, las cosas capitales de la noche…

Este primer Symposium consumiose en discutir los caracteres que tendrá el homenaje póstumo que se le prepara a Valéry. Cada uno de nosotros expuso su criterio, iniciando las conversaciones Mariano Brull, que evocó recuerdos personales de Valéry, escogidos con la intención de enderezar el Symposium por aquella especial característica de «hombre europeo» que fuera Valéry. Conduciéndonos hacia «lo europeo», desembocaríamos forzosamente en lo universal, y en la preocupación del destino de este universal a la luz de la Inteligencia, desde la dimensión del Espíritu. Valéry aparece aquí como un dios lar irreemplazable. De aquí que se produjera alguna que otra divergencia o discrepancia en cuanto a los caracteres mismos del homenaje, pero nunca en lo atañedero al homenaje en sí. Y cuente que en torno de aquella mesa nos sentamos: María Zambrano, Camila Henríquez Ureña, Julia Rodríguez Tomeu (y citando estas tres de la Constelación de las Pléyades queremos resumir la presencia de las demás); luego: Mariano Brull, Eduardo Ortega y Gasset, Emilio Ballagas, Eugenio Florit, José Lezama Lima, Wilfredo Lam, monsieur Levy, Guy Pérez Cisneros, Raimundo Lazo, Luis Baralt, Miguel de Marcos, Gustavo Duplessis Saavedra, Rafael Marquina, Luis Amado Blanco, y más luego, fuera de la mesa de conversación, Cintio Vitier, Juan Chabás, Ludwig Schajovich10, representando tácitamente a aquellos otros muchos que, como ellos, colocáronse al margen del debate por exceso de modestia, pero sin perder en lo más mínimo esa «intervención con el silencio» que practicaran también muchos de la mesa, y que sirvió de modo espléndido a la constante presencia de ese «compañero de diálogo» sin el cual ni la inteligencia ni la vida tendrían razón de existir.

Partiendo del hecho mecánico de concurrir, de «colaborar» hombres de credos y tendencias disímiles, temperamentos a menudo erizados y sorbidos por la superstición de una «hostilidad necesaria», se estaba ya rindiendo a Valéry un cuantioso homenaje. Porque si al conjuro de su evocación no hubiésemos sabido renunciar provisionalmente a los personalismos y faltas de entendimiento, que tanto daño hicieran y hacen entre nosotros a la posible obra de la inteligencia, habría significado esto que no sentíamos ni aun a distancia el influjo ejemplar de aquella actitud de «asociación en la inteligencia y para la inteligencia» que hiciera de Paul Valéry uno de los centros indiscutibles de la cultura occidental durante los últimos veinte años. Esta primera noche de Symposium en honor de Valéry dejó cumplida a plenitud su intención: nos reunió a los dispersos, nos dio una tarea común que realizar y nos despertó las ansias de proseguir cultivando el intercambio intelectual entre nosotros. Probablemente el acuerdo final de la noche, que consistió en fijar una nueva fecha para reunirnos de nuevo y conversar ya específicamente sobre los temas y obra de Valéry, no obedecía en lo profundo sino al deseo, inexpresado desde luego, que sentimos todos de dar un nuevo rostro a nuestra realidad cultural. Si Dios quiere, nos reuniremos nuevamente el próximo viernes, ya para objeto más elevado, más técnico, pero más apto por ello mismo para soldar esa imprescindible corriente de comprensión, de colaboración, de entendimiento, que de no existir entre los hombres mismos que representan la cultura no puede aspirar a influenciar el mundo que la rodea. Buena parte de la crisis de la inteligencia, o mejor, de la crisis de la influencia de la inteligencia en el mundo moderno, se encuentra en la ausencia de corriente, de colaboración franca y elevada, entre los representativos o exponentes de la inteligencia. Sin decirlo, sin subrayarlo, Valéry laboró intensamente por la fraternidad universal y el trabajo común de aquellos hombres que en todas las latitudes conceden primacía a los valores del espíritu, y se encuentran por esto prestos sin descanso para crearles en el mundo práctico una primacía práctica, entre los hechos, a esos valores. Sabía Valéry que sin el reconocimiento y la aplicación de los módulos y cauces trazados por la inteligencia, por la cultura, sería imposible aspirar al más simple entendimiento real entre los hombres y naciones. Tuvo la perspicacia de denunciar, inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial, que se imponía la búsqueda de una nueva forma de sociedad universal de hombres y pueblos, cimentada en algo duradero, universal, inmodificable por los tintes de banderas u opiniones. Por esto trabajó como pocos hombres lo han hecho hasta el presente. Entre las innumerables enseñanzas que deja en todos los campos de la actividad espiritual, resplandece su actitud moral ante el mundo.

De aquí que tenga, a nuestros ojos, tan enorme valor el hecho de que nos reunamos a la égida de su nombre todos aquellos que poseemos, en grado mayor o menor, la santa sed de ver prevalecer en el mundo los ideales de civilización, de cultura, de universalidad: los ideales de la Inteligencia. Aun las mismas discrepancias, y por el hecho de representar libertad, forman parte del trabajo positivo o indispensable que hemos de realizar al objeto de que ese Libro que se desea contenga el homenaje de los hombres y mujeres que en Cuba viven y padecen con la inteligencia resulte un auténtico esfuerzo de nuestra intelectualidad, de nuestros artistas todos, por afirmar, en muestra de tributo al maestro de este afán, los valores de la inteligencia, de la cultura, de la civilización, en el seno de un mundo histórico que parece considerarlos como simple escoria repudiable y estéril. En esta idea, todos los concurrentes al Symposium se mostraron concordes. Queda ponerla en práctica, darle realidad. Las dificultades que el caso plantea son, también, «tema Valéry», asunto que el maestro, con el ejemplo, dejó planteado y resuelto.

10 Se refiere a Ludwig Schajowicz. Los errores ortográficos en los nombres de origen extranjero eran muy frecuentes en Baquero.

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