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ОглавлениеPrólogo
Primera edición
Es un privilegio y una oportunidad plena de sentido para mí escribir estas líneas a modo de prólogo a este importante trabajo de Gastón Soublette. Solo justifica que me lo haya solicitado, el hecho de encontrarme actualmente trabajando en el tema que ha sido llamado “el surgimiento de un nuevo paradigma”. En el marco de este surgimiento, que significa para el mundo occidental la esperanza concreta de ver superada la profunda crisis cultural en la que se debate, la publicación de un nuevo estudio a la vez científicamente riguroso y vitalmente comprometido de la profunda sabiduría taoísta, constituye un valioso aporte, al mismo tiempo que un llamado y un desafío.
Se afirma actualmente con insistencia que se está iniciando en Occidente una profunda transformación cultural. Más allá de ser esta la esperanza, la utopía o la consigna de diversos grupos activistas, contraculturales o de promoción de cambios sociales, la afirmación parece tener sólidos fundamentos. En ámbitos especializados se habla de un cambio de paradigma, aludiendo con ello a cambios de la magnitud de los ocurridos en la transición de la Edad Media al Renacimiento y el surgimiento de la Edad Moderna.
No se trataría pues de cambios culturales dentro de nuestra actual civilización, sino del surgimiento de una nueva. Científicos y pensadores están visualizando el momento histórico actual como un punto decisivo en el que termina la vigencia de una mentalidad y surge otra. Según el Premio Nobel de Química 1977, Ilya Prigogine: “Estamos en un momento apasionante de la historia, tal vez en un punto decisivo de giro”. El físico Fritjof Capra ha titulado un libro suyo El Punto Crucial, en el que afirma que la humanidad se encuentra en el umbral de una transición sin precedentes, en la que “como individuos, como miembros de una civilización y como ecosistema planetario hemos llegado a un momento crucial, a un punto decisivo”.
¿Qué permite a autores como estos hacer afirmaciones tan rotundas? Por una parte, la amplitud y la profundidad de la actual crisis cultural. Según varios expertos, no se trataría de una crisis cualquiera sino de una que estaría socavando las raíces más profundas de nuestra cultura occidental, aquellas ideas y valores que sustentan la propia visión del mundo que subyace a una cultura. Esto es lo que, en términos técnicos, permite hablar de un cambio de paradigma. Toda cultura está sustentada en un conjunto de presupuestos y supuestos sobre la realidad y sobre la naturaleza humana, y es aquel conjunto de presupuestos el que cabe ser nombrado como paradigma cultural. Cuando es este el que entra en crisis, vale decir, cuando el hombre se percata de que bajo aquellos supuestos sobre la realidad y sobre sí mismo, sus expectativas ya no se están cumpliendo y deja de creer en ellas, se está ante una crisis paradigmática y lo que surgirá, en consecuencia, no es un mero ajuste cultural sino un cambio de máximas proporciones que inaugurará una nueva era histórica.
Nuestra actual crisis sería, entonces, una crisis de paradigma. El filósofo de la ciencia Morris Berman afirma que “estamos presenciando el resultado inevitable de una lógica que ya tiene varios siglos... en particular, el paradigma científico moderno ha llegado a ser tan difícil de mantener a fines del siglo XX como lo fue sostener el paradigma religioso en el siglo XVII”. Por su parte, refiriéndose a la actual crisis, Capra sostiene que es “consecuencia de nuestra tentativa de aplicar los conceptos de una visión anticuada del mundo a una realidad que ya no puede comprenderse desde ese punto de vista... Por consiguiente, lo que necesitamos es un nuevo paradigma, una nueva visión de la realidad, una transformación fundamental de nuestros pensamientos, percepciones y valores”.
Aquí estamos frente al segundo elemento que hace posible el hablar de cambio de paradigma. No basta la crisis, por profunda que sea, es necesario que surjan ideas, descubrimientos, percepciones de la realidad a nivel paradigmático y desde las fuentes que la propia cultura estima como legítimas.
En nuestra cultura occidental, bajo la vigencia del paradigma moderno o científico, aquella fuente más legítima es la ciencia. Así como en la Edad Media era la Iglesia la que tenía la última palabra respecto a cómo era la realidad y el ser humano, en nuestra Era Moderna los que saben y nos dicen cómo es la realidad son los científicos. Y ellos están empezando a decir que el mundo no es como hemos estado creyendo estos últimos siglos, o al menos están haciendo descubrimientos en sus respectivos campos que implican cambios radicales en la concepción misma de la realidad. Ello significa que se están perfilando nuevas bases paradigmáticas, las que a través de una complicada dinámica en la que se entretejen estas ideas con movimientos sociales que las adoptan, terminarán por constituirse en un nuevo paradigma que sustente una nueva cultura. Marilyn Ferguson, quien en 1980 publicara un extenso y documentado estudio de las transformaciones emergentes en los Estados Unidos, afirmaba: “El vasto, estremecedor e irrevocable movimiento que se nos está viniendo encima no es un nuevo sistema político, religioso ni filosófico. Es una nueva mentalidad, el surgimiento de una sorprendente visión del mundo, en cuyo marco hay cabida tanto para la ciencia de vanguardia como para las concepciones del más antiguo pensamiento conocido”.
Ciencia de vanguardia y concepciones del más antiguo pensamiento conocido. ¿Qué tienen que ver entre sí? Sorprendentemente, ambas aparecen coincidiendo en una visión del mundo similar, al enfrentarse a la actual cosmovisión moderna que sostiene nuestro paradigma aún vigente. El taoísmo, la vedanta hindú, el sufismo, el budismo y en general las tradiciones místicas o esotéricas de cada gran religión, como asimismo elementos esenciales de las cosmovisiones aborígenes, nos muestran un mundo y una concepción del hombre radicalmente diferentes de los que hoy nos dominan. Y la ciencia, principalmente la física, la biología, la neurofisiología y la psicología, han hecho hallazgos que en algunos casos se acercan y en otros francamente coinciden con tales “concepciones del más antiguo pensamiento conocido”1.
A la luz de lo dicho, resulta entonces que el hombre en la vida cotidiana se encuentra inmerso, habitando no el mundo, la Realidad, como él cree, sino un Paradigma. Y a pesar de que la historia le muestra que en otras épocas ha tenido otras visiones de la realidad, como cuando creía que la Tierra era plana y existía un enorme precipicio o tal vez el infierno más allá de sus bordes, las ideas actuales que tiene sobre la realidad las toma por seguras y está poco consciente de que, al igual que en otras épocas, estas también son provisorias y susceptibles de cambio. Más aún, si llega a hacerse consciente de este proceso histórico de cambio de concepciones del mundo, creerá que se trata de un proceso lineal, ascendente, vale decir, que todo lo que creyó anteriormente era falso y ahora está en lo cierto respecto de cómo son las cosas.
Resulta sumamente importante que tomemos conciencia de nuestro habitar paradigmas y no realidades; ello nos evitaría gran parte de nuestros enfrentamientos y violencias defendiendo supuestas “verdades”. Pero resulta aún más importante en momentos históricos como este, en el que estamos a punto de adoptar nuevas ideas sobre el mundo y nosotros mismos y corremos el peligro de hacer esta transición a ciegas, aferrándonos a nuevas “verdades”, sesgando, exagerando la reacción y corriendo el riesgo de caer en el movimiento del péndulo. Es lo que ha ocurrido anteriormente. Cuando abandonamos el paradigma medieval, bajo el que veíamos el mundo como una creación divina y por ende una Naturaleza sagrada por la que sentíamos respeto y admiración, el péndulo nos llevó al extremo opuesto. El hombre medieval se veía a sí mismo como creatura, sujeto a leyes sobrenaturales, habitando un mundo vivo que no era de su pertenencia sino al cual él pertenecía. El tiempo era para él cíclico, siguiendo el ritmo y la secuencia de las estaciones en la Naturaleza. El sentido de la vida y de la muerte le estaba dado en su concepción religiosa de la existencia; su centro de identidad fundamental era su alma y su preocupación básica, su salvación.
Ahora bien, la revolución científica y el surgimiento del humanismo liberal arrasaron de tal manera con la visión del mundo medieval que nos dejaron en el extremo opuesto: un mundo muerto, una Naturaleza inerte, semejante a una gran máquina que obedece ciegas leyes mecánicas que el hombre, ahora con el desarrollo de lo que considera su capacidad máxima, su razón, es capaz de conocer y por ende de manipular. El hombre dejó de ser creatura y se transformó en amo de la Naturaleza. El poder y la capacidad creadora pasaron de Dios a sus propias manos, el sentido de su existencia estuvo ahora a su propio cargo. El tiempo se hizo lineal y abierto hacia adelante, poniéndole el futuro una nueva exigencia trascendente: el progreso. El hombre moderno perdió así su relación armónica con su entorno, perdió su pertenencia sagrada al Universo, perdió el respeto a la Naturaleza. Perdió su capacidad de escuchar, de estar receptivo ante los procesos naturales; en adelante solo se oyó a sí mismo y a su propósito activo, manipulador, pragmático. Perdió las respuestas a los problemas fundamentales de la vida, y junto con ello perdió también las preguntas. La ciencia no pudo ni quiso hacerse cargo de los “porqué”, solo se atuvo a los “cómo”; no pudo hacerse cargo del alma del hombre, por lo que este se redujo a su mente y su cuerpo.
Nuestro actual paradigma moderno, llamado también científico, mecánico o newtoniano-cartesiano, dado que su visión del mundo se constituye en gran medida a partir de las ideas de Newton y Descartes, complementadas por las ideas sobre la naturaleza humana postuladas por el liberalismo, ha regido la vida de Occidente los últimos 400 años. Ha significado enormes avances para la humanidad, pero al mismo tiempo ha dejado enormes vacíos en la vida del hombre moderno. La mano maternal de la historia está comenzando a corregir el rumbo unilateral, el extremo del péndulo en el que nos encontrábamos. Así es como, paradójicamente, la propia ciencia, que había cosificado el mundo, que había endiosado al hombre, ignorado a Dios y la dimensión espiritual del hombre, está descubriendo un Universo vivo, un gran tejido orgánico en el que todo está interrelacionado y es interdependiente, en el cual el hombre es un elemento integrante más de esta gran danza cósmica. La física cuántica y la biología de sistemas han echado por tierra el paradigma mecánico reduccionista que dominaba a toda la ciencia2. Y a partir de estos hallazgos, muchos físicos se han encontrado hablando un lenguaje muy parecido al de los grandes místicos de todas las épocas.
Por su parte, la psicología que había reducido al hombre a una máquina biológica, dotado de una razón en control de su naturaleza afectivo-instintiva, está llegando a una concepción de la naturaleza humana más amplia que el mero hombre racional. La psicología transpersonal, la más reciente de las escuelas psicológicas, a través del estudio de la conciencia y sus diferentes estados, ha descubierto que el hombre posee una identidad esencial que trasciende su yo existencial y que lo que por siglos se han considerado meras creencias religiosas o espirituales tienen un sólido fundamento en la propia experiencia humana. Se hermana también la psicología, entonces, con las grandes tradiciones místicas3.
Simultáneamente, sincrónicamente, se produce en Occidente, a partir de las últimas décadas, un inusitado resurgimiento de la búsqueda espiritual por parte del secularizado hombre moderno. La espiritualidad oriental invade Occidente ofreciendo una fresca mirada a la experiencia religiosa, al mismo tiempo que técnicas y métodos que la acercan a la vida personal de cada individuo. El hombre moderno pareciera estar intuyendo que al apartarse del dogma, la creencia y la autoridad infalible de la Iglesia y reemplazarlos por la razón y su capacidad explicativa, perdió algo genuino y valioso. Hoy busca recuperar aquella esencia perdida, pero sin abandonar su necesidad de comprensión, de explicación y análisis a que el paradigma moderno lo ha acostumbrado. No podrá volver solo a la creencia, necesitará entender y sobre todo experimentar aquello de lo que trata la espiritualidad.
La nueva psicología, “las concepciones del más antiguo pensamiento conocido”, la revalorización del misticismo que ha resultado como subproducto de los avances en la física, más los esfuerzos que el cristianismo está haciendo por responder al desafío que la nueva inquietud espiritual del hombre moderno le ha planteado, están siendo las actuales respuestas a este fenómeno social que forma parte del momento histórico actual entendido como surgimiento de un nuevo paradigma.
Es en este momento histórico, tan particular por lo delicado, incluso peligroso, a la vez que desafiante y esperanzador de la historia de la humanidad, que resulta importante enmarcar la publicación del Tao Te King acompañado por el iluminador comentario de Gastón Soublette. Su valioso aporte consiste en acercar al lector —potencial portador de los profundos cambios que se están gestando— a una de las más ricas fuentes de sabiduría de aquellas “concepciones del más antiguo pensamiento conocido”.
El aporte es doblemente importante. Por una parte, de entre las diferentes cosmovisiones de la antigua sabiduría oriental, el taoísmo es tal vez la más accesible a nuestro modo de pensar moderno en apertura y búsqueda de nuevas percepciones de la realidad. Aun siendo, como afirma su comentador en la Introducción, la cosmovisión taoísta “la antípoda de la actual concepción del mundo occidental”, su estructura conceptual es más fácil de comprender para la secularizada mente del hombre moderno que el tradicional lenguaje religioso que ha prevalecido en Occidente y que ha debido sobrevivir sustentado en la fe, un poco a espaldas de la razón.
El Tao es a la vez una noción que apela a nuestra comprensión racional y a nuestro sentido poético, que se desliza hacia nuestro interior fluidamente, sin encontrar obstáculos. Podemos comprenderlo y sentirlo como el sentido del mundo a la vez que el Ser puro, anterior a todo lo manifiesto y de donde emana la vida. No surge la pugna por clasificarlo: inmanente o trascendente; es ambos a la vez. El Tao unifica, integra, no divide entre el Bien y el Mal. Es alcanzable, puede ser percibido en el fluir del acontecer, cuando el hombre escucha, se aquieta, se hace receptivo a Te, su Virtud, su manifestación.
Lo importante para el hombre moderno es que el taoísmo lo ayuda a salir del falso dilema de si existe o no existe Dios, dilema que concluyó en el paradigma moderno con el poder total acaparado por el hombre e impuesto sin piedad al resto de la creación. El taoísmo le ayuda a este hombre, poderoso pero angustiado, cazado en la paradoja de ser dueño del mundo pero sin saber para qué, a recuperar su lugar en el concierto más amplio, cuya partitura está dada y con la que él debe armonizarse, sin estridencias, sin alterar el ritmo. El hombre moderno puede comprender y aceptar mucho más fácilmente que el mundo tiene un sentido que este puede ser discernido y que ninguna inventiva humana puede substituir este orden trascendente, que aceptar someterse a la voluntad de un dios cuya imagen antropomórfica le resulta autoritaria e inaccesible.
La nueva espiritualidad viene centrada en la experiencia, en la transformación interior más que en la aceptación del dogma y la conformidad moral. Las religiones de todos los tiempos se han debatido en la tensión entre dos polos muy difíciles de equilibrar: por un lado, la necesidad de orientar la vida cotidiana de sus fieles, de inculcar valores y conductas deseables, la vía moral; y por otro lado, la necesidad de responder al anhelo de experiencia trascendente, la vía de la transformación interior. Ambas involucran peligros, y enfatizadas unilateralmente conllevan distorsiones y provocan carencias.
El cristianismo, nuestra espiritualidad occidental dominante, ha enfatizado en su expresión externa, pública, el polo que podría denominarse la vía moral. La nueva espiritualidad emergente como parte fundamental de lo que podrá llegar a ser el nuevo paradigma4, busca el equilibrio tratando de rescatar el polo relegado, la vía de la transformación interior. El Libro del Tao constituye un esclarecedor y bello acercamiento a esta vía. Todo buscador espiritual o militante de las grandes transformaciones culturales verá enriquecido su horizonte conceptual con su lectura. Encontrará incluso valorada la vía de la transformación interior en contrapunto con la vía moral representada por la doctrina de Confucio. Descubrirá también un comentador entusiasta defensor de aquella vía. Por mi parte, quisiera llamar la atención sobre el difícil problema que encierra la tensión entre ambos polos, haciendo un llamado a hacerse cargo de él, a estudiarlo analizando las razones históricas del énfasis que han debido poner las religiones en uno de los polos, sus distorsiones consiguientes y los peligros de las soluciones vía péndulo que terminan ocasionando nuevas distorsiones. La mentalidad del nuevo paradigma intenta superar la lógica del 0, herencia distorsionada de la lógica aristotélica que hace irreconciliables los opuestos. La lógica del nuevo paradigma es integradora, paradójica, una lógica de la simultaneidad, del Y, como el propio Tao lo propone.
Son innumerables los elementos que se perfilan como concepciones nuevas, constitutivas de lo que podrá llegar a ser el nuevo paradigma, que aparecen en el Libro del Tao y forman parte de su sabiduría milenaria. Corresponde a cada lector descubrirlos, hacerlos parte de sí mismo. Ejemplos notables son la imagen de la expresión más desarrollada del ser humano, el Sabio; las características del gobernante perfecto y su concepción del poder y la visión cosmocéntrica del mundo, tan opuesta a la actual visión antropocéntrica que critican nuestros ecologistas modernos. En el Libro del Tao, estas visiones adquieren, sin embargo, una profundidad y una belleza inusitadas, puesto que brotan no de razonamientos, sino que proceden de una fuente de sabiduría profunda, escrita en la propia Naturaleza y que aquellos hombres, como Lao Tse, en sintonía con el propio Tao, son capaces de descifrar. La lectura del Libro del Tao por parte de nosotros, buscadores o luchadores, constituye un privilegio y un regocijo para aquella zona profunda de nuestro ser que, cansada de argumentos y contraargumentos, está sedienta de un saber verdaderamente inspirador.
Si el primer gran aporte de esta publicación del Tao Te King a este período de transición paradigmática consiste justamente en la difusión del Tao mismo, el segundo lo constituye el nivel del trabajo realizado por el comentador. No se trata de evaluar su calidad académica, sino del hecho de ser a la vez un trabajo serio, resultado de una rigurosa labor de investigación que deja satisfecha nuestra necesidad y legítima exigencia de solidez y consistencia intelectual, y también más, un trabajo que compromete una zona vital más profunda que el intelecto, aquella que involucra una capacidad de “resonar” con la sabiduría y espiritualidad del texto.
Esto es particularmente importante en el actual período de transición paradigmático, puesto que el situarse unilateralmente en cualquiera de las dos perspectivas acarrea serios peligros. El trabajo meramente intelectual, o no estará abierto a nuevas ideas y miradas a la realidad venidas de fuentes “inspiradas”, o las considerará en una perspectiva estrecha, como mero aporte cultural o tal vez poético, perdiendo una esencia que escapa al intelecto y en donde se encuentra gran parte de las visiones constitutivas de lo que puede llegar a ser el nuevo paradigma. Por otra parte, una perspectiva que deseche la razón, que intente situarse solamente en lo inspiracional, que asegure entusiastamente la pura intuición, corre el peligro de no darse cuenta de sus posibles desbordes, de sus pseudointuiciones o francas falsificaciones. El daño que pueden ocasionar a investigadores neófitos puede ser muy grave. En períodos como el actual, efervescentes de nuevas ideas, de fuertes críticas a lo establecido —el paradigma en decadencia—, suelen darse sobreentusiasmos y exageraciones que terminan cayendo en prácticas aún más negativas que las criticadas. Fanatismos, sumisión autoritaria a líderes autoerigidos, dependencias, expectativas fantasiosas que se apartan de la realidad, son posibles resultados de no someter las nuevas perspectivas al sano cedazo de la razón.
La combinación de apertura y juicio crítico, seriedad y compromiso, experiencia personal y capacidad para teorizar, es lo que deben demostrar aquellos autores y educadores que quieren contribuir seriamente al establecimiento de una nueva mentalidad que implique superar definitivamente los obstáculos que aprisionan al hombre en este viejo paradigma decadente. El nuevo paradigma no necesita nuevos profetas, nuevas sectas ni nuevas verdades reveladas, sino mujeres y hombres abiertos pero lúcidos, buscadores de lo nuevo pero rescatadores de lo ya acumulado por la humanidad; en términos de la nueva psicología: transrracionales, no antirracionales.
Decíamos que más allá de sus aportes, la publicación de este libro constituye también un llamado y un desafío. Y ello tiene que ver precisamente con el intento de enmarcarla en el “surgimiento del nuevo paradigma”. En cualquier otro momento histórico, la lectura del Tao Te King podía significar un aporte al crecimiento personal del lector, un ensanchamiento de su horizonte cultural, un tema de investigación particular. Hoy puede implicar algo mucho más activo y exigente que eso. El hacernos conscientes de que habitamos paradigmas y de que en la actualidad vivimos un período de surgimiento de nuevas bases paradigmáticas y profundos anhelos de cambio, nos hace querer hacernos cargo, formar parte del proceso de transformaciones. Podemos vivir el presente, o bien como objetos pasivos, espectadores del surgimiento de una nueva cultura, o bien como sujetos, actores comprometidos, asumiendo nuestro particular grano de arena. La opción por esto último requiere de imágenes de alternativas que nos muestren cómo y cuán diferentes pueden ser las cosas, y estimulen de este modo nuestra creatividad. No se trata de copiar ni de volver al pasado, sino de plantearse posibilidades diferentes a las valoradas por el actual paradigma, como las que nos ofrece el Libro del Tao. Nuestro pasado histórico, especialmente la sabia antigüedad de Oriente, está repleto de concepciones y miradas a la realidad que no son meros productos de una etapa ignorante del hombre primitivo como pretende nuestro actual paradigma, sino insights profundos que sumados hoy a nuestra lúcida racionalidad de siglo XX pueden ampliar y corregir sustancialmente nuestra visión del mundo. Desde esta perspectiva, me permito afirmar que lo más importante de esta publicación del Libro del Tao es que constituye una invitación a hacernos creadores de cultura, con la seriedad y la complejidad que esta tarea política (en el más amplio sentido de la palabra) conlleva, especialmente en lo que concierne a las posibles distorsiones que implica toda propuesta nueva que no considere sus lados de “sombra” ni la parte de verdad que contiene su visión opuesta.
Quiera la Vida, Dios, el Tao, que el nuevo paradigma emergente, que en alguna específica medida depende de cada uno de nosotros, signifique el amanecer de aquella etapa histórica que por siglos han visualizado poetas, revolucionarios y líderes espirituales, cuyas luchas y vidas han sido la persistente simiente que hoy parece haber brotado en el anhelo de gran parte de la humanidad. Quiera también que ese anhelo de vida plena de sentido, de solidaridad y paz sea alimentado en cada quien se interne en las páginas de este libro.
Cecilia Dockendorff
Huequecura, lago Ranco
1 Al respecto, consultar obras como El Tao de la Física, de Fritjof Capra; Misticismo y Física Moderna, de Michael Talbot; Cuestiones Cuánticas: Escritos Místicos de los Físicos Más Famosos del Mundo, editado por Ken Wilber; La Conspiración de Acuario, de Marilyn Ferguson.
2 Ver El Punto Crucial, de Fritjof Capra; El Reencantamiento del Mundo, de Morris Berman; El Paradigma Holográfico, editado por Ken Wilber.
3 Consultar Más Allá del Ego, varios autores; Conciencia sin Fronteras, Un Dios Sociable y de- más obras de Ken Wilber; Psicologías Transpersonales, de Charles Tart; La Experiencia Mística, editado por John White.
4 De la que no está exento el propio cristianismo. Ver, por ejemplo, las obras de Thomas Merton, Aelred Graham, William Johnston, Anthony de Mello, Matthew Fox, Ignacio Larrañaga, el libro Lost Christianity de Jacob Needleman y la obra precursora de Teilhard
de Chardin.