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El último milodón
ОглавлениеCuando Juan Edwards llegó al museo se anunció tal como le habían dicho que tenía que hacer. —Viene a ver al Doctor Aguirre —susurró la recepcionista por teléfono. Del otro lado alguien le dijo que lo dejara entrar, y la mujer le indicó a Juan cómo llegar hasta la oficina. Ingresó y pasó por el hall donde el busto del Perito Moreno, fundador del museo, parecía observarlo atentamente. Siguió por varias salas llenas de fósiles y luego encontró la escalera que lo llevaba a las “catacumbas”, así llamaban a las salas y laboratorios del subsuelo donde trabajaban decenas de científicos.
Mientras avanzaba por el laberinto de pasillos, Juan trataba de recordar lo que el misterioso Doctor Aguirre le había adelantado por teléfono, interrumpiendo sus cortas vacaciones en Buenos Aires. Le había dicho algo así como que el Gobernador le había dado precisas instrucciones de avanzar rápidamente en un tema, un misterioso tema, y para ello debía ponerse en contacto con alguien de la Administración de Parques Nacionales (APN) que conociera bien el lugar en cuestión. En la APN le dieron el celular de Juan Edwards, un reconocido guarda faunas de la
Provincia de Santa Cruz que conocía muy bien la zona y que, casualmente o lamentablemente, estaba pasando sus vacaciones en Buenos Aires.
—Buenos días, gracias por venir —lo saludó el zoólogo de CONICET1 que trabajaba en el Museo de La Plata. Gonzalo Aguirre, ese era su nombre completo. Era más joven de lo que su título de Doctor le había hecho pensar a Juan, poco más de cuarenta años. Su oficina era compartida con dos de sus becarios y se encontraba atestada de papeles, libros y computadoras.
—Déjeme que le muestre al culpable del fin de sus vacaciones —dijo Gonzalo dando vuelta el monitor de su computadora para que Juan lo pudiese ver.
—¿Qué es eso? —preguntó Juan mirando una foto de una masa informe de color marrón claro.
—Caca.
—¿Cómo? —preguntó Juan incrédulo, no entendiendo cómo caca pudiera terminar con sus vacaciones.
—Sí hombre, caca —dijo Gonzalo sin aclarar con una sonrisa—. Para ser más preciso son deposiciones de un animal. Pero comencemos desde el principio.
La semana anterior el Doctor Aguirre había recibido un email de un zoólogo chileno, Patricio Castellanos, en el que le contaba que un campesino de la región cordillerana había encontrado unas raras deposiciones que no podían relacionar con ningún animal. Por eso desde el sur de Chile se contactaron con Patricio para ver si él, reconocido zoólogo de la Universidad Nacional de Chile, podía saber de qué se trataba. A Castellanos le parecían conocidas pero no lograba conectarlo hasta que su cabeza hizo “click” y se acordó de algo. Por eso le mandó una foto al Doctor Aguirre, a quien conocía de innumerables congresos. —¿Y por qué a vos? ¿Si él es zoólogo como vos?
—Es que aquí en el Museo tenemos las únicas deposiciones conocidas de ese animal.
—¡Pero por Dios! ¿Qué animal es ese? —preguntó Juan más impaciente que intrigado.
—En todo caso que animal “era” ese, porque se trataría de un animal extinto.
—¡Ah! Entonces son deposiciones fosilizadas…
—Ahí viene lo más extraño. —Gonzalo se aclaró la garganta—. A pesar de que a simple vista se podía saber la antigüedad se le hizo la prueba de carbono 14.
—¿Y? —preguntó Juan impaciente.
—Son actuales.
—¡A la pelota! Entonces se equivocó de animal o este no se extinguió. ¿Y qué animal es?
—Hay otra alternativa. Pero vení que te muestro.
Salieron de la oficinita y tomaron la escalera que los llevaba desde las “catacumbas” hacia el sector de exposición al público. Pasaban raudamente frente a vitrinas en las que guías del museo explicaban su contenido a chicos de colegio que no prestaban atención. Finalmente llegaron a la vitrina que Gonzalo quería mostrarle. En ella había un pedazo de piel peluda y unas deposiciones exactamente iguales a las de la foto que había mandado el chileno.
—¡Un milodón! —dijo Juan leyendo el cartel de la vitrina—. Se extinguió hace casi diez mil años. Pero la piel y las deposiciones parecen actuales.
—Así es. Fueron encontradas en una cueva de Chile hace más de cien años. El Perito Moreno se enteró, fue a la cueva, desenterró esto y lo trajo a este museo, del cual él era el Director.
—¿Y Chile lo dejó?
—Los chilenos se enteraron mucho tiempo después. No te olvides que esto sucedió a fines del 1800, en esa época era territorio en litigio. Chile hizo varias presentaciones formales ante este museo y cada vez que me encuentro a Patricio Castellanos él me recuerda que le deberíamos devolver el milodón.
—Entonces sospechás de algo…
—Exactamente —dijo Aguirre, mientras iban volviendo a su oficina—. Yo no creo que haya un milodón vivo por ahí dejando su caca.
—Entiendo. ¿Creés que se trata de un fraude para que le devuelvan este hallazgo?
Se detuvieron frente a una máquina expendedora y mientras esperaban que les diera sus cafés Aguirre siguió explicando.
—Al principio pensé que era todo un truco de Patricio, que me iba a pedir que le mandara las deposiciones que tenemos para cotejar y que nunca me las devolvería. Me parecía un poco burdo, él no es así pero yo desconfiaba y no le contesté el mail.
—¿Pero? Siempre hay un pero…
—Pero la cosa no terminó ahí. Ayer recibí un llamado del Gobernador ordenándome que me ocupara del tema inmediatamente.
—¿Del Gobernador? ¿Y cómo llegó esto al Gobernador?
—Eso mismo me pregunté yo. Hablé con Patricio Castellanos que me contó que, como yo no le contestaba llevó el tema al Ministerio y de allí a la Cancillería. Yo no podía entender por qué llevar el tema a esas esferas pero me convencí de que Patricio cree genuinamente que las deposiciones son verdaderas y actuales. No me pidió que les mande las nuestras sino que me ofreció enviar parte de las que él tiene para que yo las compare y para que yo le vuelva a hacer una prueba de Carbono 14.
—¿Entonces no es fraude? ¿Hay un milodón vivo en alguna parte? —preguntó Juan incrédulo.
—A mí me cuesta creerlo. Estoy seguro de que no es un fraude de Patricio, pero quizás lo sea de quien dice haberlo encontrado. No sería la primera vez.
—Pero de cualquier manera. ¿Por qué ministros, cancillería, gobernadores?
—El Gobernador me dijo que era un tema de gran importancia para la Provincia —dijo Gonzalo.