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Amigo lector:

El 23 de diciembre de 1962 se estrenaba en el Teatro María Guerrero de Madrid la única obra dramática del poeta Gerardo Diego (1896-1987). Fue premiada con el «Calderón de la Barca» (1960) y editada por Escelicer (en su colección dramática Alfil) en 1964. Hasta donde alcanzo, solo fue posteriormente editada en un par de ocasiones. En 1989, en el segundo volumen de las Obras Completas, a cargo de Francisco Javier Díez de Revenga; y en 1998 con estudio introductorio de Agustín Muñoz-Alonso. El Poeta corrigió la primera edición y la segunda. A partir de estas y con la de 1998 a la vista, edito esta joya de la dramática navideña española.

La buena literatura, de un modo u otro, habla siempre del amor y de la muerte; de todas las dimensiones del amor, a lo profano y a lo divino, y del anhelo de eternidad inherente a la condición humana. Por eso, como la música, como las artes plásticas, no ha dejado de expresar la vivencia religiosa. A partir del siglo XIV y por influencia del franciscanismo y de la devotio moderna, la naturaleza humana de Cristo es celebrada en todos los géneros literarios. Y, como la dimensión humana del Salvador se manifiesta de manera patente en el Nacimiento y en la Pasión, una vez y otra recrearán los poetas ambos ciclos: Navidad y Pascua. Y en esto la literatura española no es excepción: en los albores de la literatura en romances peninsulares, destaca el Auto de los Reyes Magos, pieza sugerente y aún envuelta en cierta oscuridad por su final abrupto. De mediados del siglo XV merece ser destacado el Auto del nacimiento de Nuestro Señor, de Gómez Manrique, que ha contado con una buena recepción.

Pero la literatura navideña alcanzará su cénit en el Siglo de Oro, con Lope de Vega como su más eximio representante. Huellas de Lope están por todas partes en El cerezo y la palmera. Casi directamente de Lope toma Gerardo Diego el testigo y nos regala este auto navideño de muy muchos quilates, compuesto al modo de los autos áureos. Sin embargo, las escasas ediciones demuestran que se trata de una obra olvidada, como también ha sido preterido su autor por motivos espurios obvios. En mi modesta opinión, Gerardo Diego es el mejor poeta de la generación del 27, si no de todo el siglo XX español.

El teatro exige representación, pero la naturaleza lírica de este auto navideño permite leerlo sin que se nos escapen sus méritos fundamentales ni los ecos de textos antiguos y, por supuesto, de la Biblia. No voy a aburrirte con un examen estilístico —que el texto merece— ni con mi interpretación; esta queda para ti, pues no quiero que lo leas con mis ojos sino con los tuyos. Tolle, lege.

Francisco Crosas

Francisco.crosas@uclm.es

Toledo, 7 de enero de 2022

El cerezo y la palmera

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