Читать книгу El tiempo sin años - Gerardo Guzman - Страница 10

Los sonidos y los perfumes flotan en el aire de la tarde

Оглавление

“Los sonidos y los perfumes flotan en el aire de la tarde”. El título del preludio número 4 del Libro I de Debussy remedaba una cita de Baudelaire.

Cortot declaraba que la obra era pura atmósfera, que como en pocas piezas del autor el mote de impresionista cabía con precisión.

Perfiles evanescentes en la melodía y la armonía, una métrica ingrávida, suntuosidad y resonancias en la escritura para piano, la forma orgánica y transmutada en segmentos casi arbitrarios en su aparición, desplazamiento y devenir.

Lo móvil del fragmento aludía también a muchas ilustraciones pictóricas, igualmente licuadas entre colores y luces. Para algunos, verdores; para otros, un espacio erótico y oriental, en muchos, una sinestesia de eventos y sensaciones indefinidos, aunque repletos de sugerencias.

Esa mañana, y luego de la ducha, Manuel se puso perfume luego de mucho tiempo en el que solo el jabón blanco formaba parte de la sesión del baño. Hacía un mes que se había iniciado la cuarentena.

Pese al clima ya otoñal, eligió una fragancia fresca, remitente a un bosque o al viento.

Una vez colocado y seco, el perfume pareció exhalar sus notas como nunca. Se desparramaba impetuoso, casi táctil, en su presencia.

Cuando Manuel pasó por delante de Ovidio este no pudo evitar girar su cabeza y captar el aroma. Se acercó al cuello de Manuel, cerró sus ojos y aspiró casi fascinado.

–Qué buen perfume –exclamó–. ¿Es nuevo?

–No, es el Polo Ultra Blue.

–Es como si nunca hubiera olido un perfume. Rarísimo.

Ovidio aventó el aire y se quedó un instante suspendido.

–No es el perfume, es la novedad de usarlo después de tanto tiempo –Manuel sonrió.

–Sí, evidentemente es eso. Estamos solo acostumbrados a la lavandina, al detergente, al champú, al jabón blanco y al alcohol.

–Tremendo, sí –admitió Manuel.

Los treinta días de aislamiento reconfiguraban los hábitos y los rodeos de trámites personales y convivencias.

El perfume navegó durante todo el día en la casa.

Llevado por su halo, Manuel no pudo resistirse a ensayar el preludio número 4 en el piano y a escucharlo en la grabación antológica de Gieseking.

Con estas acciones y en este proceder aislado parecía comprender el nombre concluyente de la obra, incorporar su sentido más íntimo y, al mismo tiempo, rastrear su derrotero en la trama de la música.

Los sonidos y los perfumes flotaban, o en todo caso giraban, como posiblemente debía ser traducido el vocablo original.

Manuel se refugió en su interior, y en sus jornadas compartidas con Ovidio.

Imaginó datos de esos momentos, pero no pudo encontrar un hilo conductor, una secuencia lógica o una deducción sólida.

Así sus días y los de muchos pares se evadían en las horas inciertas y demoradas. Las horas pasaban rápido; contenían acciones primarias u otras que no significaban nada; salvo el propio transcurrir hacia algo, que finalmente era otra nada.

No se diría igualmente que la nada era un vacío; más bien se asociaba a una dimensión ficticia y por momentos banal, aunque ávidamente tentadora.

Los instantes se superponían, se fundían y se imbricaban. A veces se yuxtaponían como trazos y secuencias independientes y arbitrarias.

El perfume personal y los perfumes de esos días fluctuaban y giraban de un lugar a otro, esclavos de cualquier oscilación del ánimo, la necesidad o el deseo.

La voluntad estaba un tanto cancelada, anclaba únicamente fértil para emitir tareas que propiciaban la continuidad de la vida en un aquí y ahora, pero no mucho más.

Se estaba en un tiempo y en un lugar diferido. Un mientras tanto que equivalía a un entre tanto. El movimiento que se sopesaba en una duración no direccionada específicamente: despertarse, comer, lavar, ir al baño, mirar, leer, escuchar, hacer el amor, conectarse con el trabajo, dormir, todo de un modo fluvial y deslizante.

Las precisiones se deshojaban. Pronunciarlas convertía su sentencia en formas particulares del agravio.

Las sombras de esos movimientos y tiempos inmediatamente se fugaban a un sector sin recuerdos o huellas.

Los surcos eran débiles, además, para casi todo lo que se emprendía y abandonaba.

Los futuros se esfumaban en cierto desmayo. La ilusión era una bebida burbujeante, un sabor de comida apetitosa, un espectáculo vital y filmado, una caricia o un sonido mágico.

Y, tal vez, un perfume evocador. El perfume y su apertura a mundos potenciales.

Una forma olorosa y dispersa como el paisaje debussyano, no informe pero sí ondeante, penetrante, invasiva y, por qué no, tortuosa. Un meandro abarcador y retrasado, hondo, que se arrastraba plácidamente también hacia el olvido.

Porque, en ese lugar, todo o nada era posible.

El tiempo sin años

Подняться наверх