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EL ZAPOTE

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Ultima memoria de las casas de don Fernando Colón

Con el transcurso de los siglos hanse ido borrando de esta ciudad insignes memorias, testimonios de sus grandezas de otros tiempos, las cuales, yacen al presente olvidadas, entre el polvo amontonado sobre ellas por algunas generaciones. Vana empresa sería la de intentar reconstituir la forma y disposición que tuvieron eminentes fábricas arquitectónicas; y á veces, ni aún es dado señalar los parajes en que se alzaban: sobre templos, palacios, portadas y torres, abre el arado profundos surcos, crecen á su sabor los jaramagos y amapolas, ó entre sus despedazados fragmentos anidan reptiles y alimañas. Tan triste suerte, tan vil paradero ha tocado á ilustres fundaciones con que Sevilla se enorgullecía; y toda la diligencia de historiadores y cronistas para dar vida á alguno de sus monumentos, perdidos hoy, ha resultado insuficiente, cuando no esteril por completo, pues, la destrucción inexorable no ha consentido que permanezcan, ni aun leves vestigios de aquellas glorias del arte ó de la historia. A veces sin embargo, el hallazgo de un simple papel, despreciable á primera vista, nos facilita medios para restaurar la obra mentalmente, con toda exactitud. Para prueba de esto volvamos los ojos á la Sevilla antigua y venga el lector benévolo á pasar breves momentos en nuestra compañía, que más de un motivo de recreo y de curiosidad hemos de ofrecerle, en que se espacie y distraiga su ánimo con la contemplación de grandezas pasadas.

Cuantos viajeros ilustres por su amor á las ciencias y á las letras, visitaban esta metrópoli en los años de 1528 al 29, después de cruzar por la plaza del Duque de Medina Sidonia, en que se alzaba la opulenta vivienda de aquel magnate, y de contemplarla por algunos momentos, fijándose, ora en los dos eminentes y robustos torreones que se alzaban en sus ángulos, ora en sus grandes ventanas, balcones y portada de sillería, con sus heráldicos escudos, ora en la fila de antiguos fustes de mármoles, encadenados entre sí que marcaban la jurisdicción del señor de aquella casa; después de admirar, decimos, aquel enorme edificio, mitad palacio mitad fortaleza, que según tradición, motivó que Felipe II preguntase: «si aquella era la casa del señor de la villa» enderezando sus pasos por la calle que entonces decían de las Armas, y despues de atravesar por debajo del gran arco á que nombraban puerta de Goles, donde más tarde mandó levantar el Cabildo y Regimiento de la Ciudad la Puerta Real, pasábase, nuevamente, ante otra vasta y magnífica vivienda que allí se parecía, construida sobre un paraje eminente, y desde el cual espaciábase la vista con la contemplación de un maravilloso cuadro. Extendíase á la diestra mano una deliciosa huerta plantada de naranjos y limoneros, entre cuyas oscuras y apretadas copas, erguíanse, balanceando sus ligeros penachos, las esbeltas palmeras y los melancólicos cipreses, con mucha copia de otros árboles y arbustos preciosos y raros traidos de allende los mares, entre los que descollaban gigantescos zapotes, plantados á lo largo de la margen del rio, hasta la jurisdicción exenta de San Juan de Acre; y además, mil variadas suertes de odoríferas plantas, que embalsamaban el aire con suavísimos perfumes. Por entre esta arboleda sobresalían las almenadas murallas de la ciudad, con sus robustos torreones, la pequeña iglesia de San Juan de Acre, á la sazón recientemente reedificada, el templo y monasterio de Santiago de los Caballeros, la elegantísima atalaya, que decimos todavía de Don Fadrique, enclavada en el jardín del convento de Santa Clara, y por último, á los lejos, la sombría mole del real monasterio de San Clemente. Frontero al sitio en que imaginamos hallarnos, y en la otra banda del Guadalquivir, junto á su orilla, plantada de alamos blancos y de verdes cañaverales, veíase la Cartuja de Santa María de las Cuevas, rodeada por un espeso bosque de naranjos y de olivos, y en los últimos términos, la fundación insigne de San Isidoro del Campo, sepulcro del héroe de Tarifa, el monasterio de San Jerónimo y la robusta atalaya, erigida por los Guzmanes en el lugar de la Algaba, ya casi envuelta en las nieblas azuladas del horizonte.

Si dirigíamos los ojos hácia la izquierda, también por esta parte continuaba el recinto de las murallas hasta llegar á la Puerta de Triana, enfrente de la cual, y á la otra margen del rio, veíase la mole del castillo de San Jorge, asiento del Tribunal establecido contra la herética pravedad en los reinos de España, cuyos torreones semejaban negros gigantes mirando amenazadores hacia el arrabal y la ciudad, al par que reflejaban sus sombrios contornos en las ondas del caudaloso rio. Cierto que al contemplar la amenidad de todo aquel extenso paraje, la grandiosidad de sus edificios y las bellezas todas que rodeaban la casa de Don Fernando Colón, justamente pudo éste recomendar á sus descendientes que conservasen el suntuoso edificio y su magnífica huerta porque «según había visto sitios de casas por la cristiandad, ninguno pensaba haber mejor». De propios y de extraños era con razón celebrado, y aún más, si se atiende á que por aquellos años, el ilustre hijo del Almirante, cuidábase preferentemente de terminar el adorno de la fachada, enriqueciendo con los primores del cincel aquel venerando asilo de las ciencias, en el cual pensaba pasar los años de su vida, trocando las inquietudes y falácias de la corte, en que había vivido los años de su juventud, por el dulce sosiego y apacible deleite del estudio. Determinóse pues, no solo á embellecer su morada, sino á procurar digno albergue á los numerosos libros y grabados adquiridos en sus frecuentes viajes por España, Alemania, Italia, los Paises Bajos, Inglaterra y Francia, para lo cual, por aquellos días de los años de 1529-30 recreábase en admirar las delicadas fantasias, que en ricos mármoles blancos de Carrara, habían esculpido por su encargo, los famosos entalladores genoveses, Antonio María Aprile de Carona y Antonio de Lanzio, naturales ambos del obispado de Como, segun contrato, que para este efecto con ellos había celebrado.

Tenían las casas, dice un fidedigno documento10 de una esquina á otra 198 pies y por el lado de largo 78. Con dos suelos de alto … salas bajas y altas quadradas y recámaras. Todo muy bien labrado y muy fuerte, y ansimismo jardín á vn lado y vn quarto largo que sirve de caualleriça. Tres corrales á las espaldas … etc.

Bien probaron su suficiencia y habilidad aquellos mencionados artistas italianos en la ejecución de tantas peregrinas invenciones arregladas «al romano», según decían por entonces en España, conque adornaron la archivolta del arco de medio punto, principal entrada de la casa, así como el entablamento que corría encima, con su piso no menos delicado y peregrino, sustentado por dos pilastras pareadas, con capíteles del orden corintio, las cuales alzábanse sobre proporcionados pedestales. Encima de la clave del arco lucia el nobilísimo escudo con las armas de los Colones, y á ambos lados, á modo de remates ó crestería, corrían grupos de delfines, alusivos á la empresa paterna.

A cada lado de la portada había además dos ventanas con marcos, consistentes estos, en pilastras que sostenían sendos entablamentos, con frontoncíllos, en cuyos tímpanos resaltaban en relieve bustos de hombres, concluyendo los adornos, cartelas, vasos con flores y otras invenciones propias del estilo, todas esculpidas en blanquísimos mármoles11.

La hojarasca de los capiteles «tomada del antiguo», era tan delicada y buena, como la que adornaba los mismos miembros arquitectónicos empleados en la casa del Marqués de Tarifa (la de Pilato). En cuanto á la traza, semejábase en gran manera á lo esculpido por los mismos artistas para los sepulcros de los Marqueses de Ayamonte.12 Tuvo de costo la obra de marmoleria, para el adorno de la casa de Don Fernando 230 ducados de oro. El edificio remataba en un antepecho revestido de brillantes azulejos, entre los cuales corría la siguiente inscripción, con letras capitales romanas (también de azulejería) negras sobre fondo blanco:

DON FERNANDO COLÓN HIJO DE DON XPOVAL

COLÓN PRIMERO ALMIRANTE QUE DESCUBRIÓ

LAS INDIAS FUNDÓ ESTA CASA AÑO DE MIL E

QUINIENTOS E VEYNTE E SEIS.»

y debajo parecia la siguiente octava:

«Precien los prudentes

La común estimación

Pues se mueven las más gentes

Con tan fácil vocación

Que lo mesmo que lanzaron

De sus casas por peor

De que bien consideraron

Juzgan hoy ser lo mejor13.


Aludíase en los versos al hecho de haber sido edificada la casa sobre un antiguo muladar.

Pero, síganos el lector curioso, y penetremos en una vasta pieza, en que había reunido el gran bibliófilo un rico tesoro «de todas las ciencias que en su tiempo halló» pues ciertamente, habría de sorprendernos el orden y singular inteligencia conque estaban custodiados los numerosos volúmenes que constituian la biblioteca. Agrupadas las Facultades, colocados de canto los libros en armarios, que rodeaban la cuadra, corría á dos varas de distancia, y por delante de aquellos, una verja con travesaños horizontales, que permitia, solamente, al lector, pasar las hojas del volumen en que estudiaba, colocado sobre un atril, entre el estante y la dicha verja, precauciones todas encaminadas á ponerlo á cubierto de la codicia, por ser cosa probada «que es imposible guardar los libros aunque estén atados con cien cadenas»14.

Además de los libros llegó á formar el ilustre hijo del Almirante una riquísima colección de estampas, á juzgar por el índice que de ellas hizo él mismo; la cual, por la punible desidia de las manos todas porque pasó el tesoro Fernandino, ha desaparecido, con gran dolor de los amantes de las artes15. Pocas naciones como España y pocos pueblos como Sevilla podían ufanarse de poseer riqueza bibliográfica, tan inapreciable como ésta, y así no es de extrañar, que, atendidos los méritos del fundador, la importancia de su biblioteca, así como los servicios de imperecedera memoria prestados por el descubridor de un Nuevo Mundo, el Cesar Carlos V, y en su nombre la Reina Doña Juana, hubiesen expedido en favor de Don Fernando, un albalá, su fecha en Valladolid á 20 de Noviembre de 1536, para que «haya e tenga de nos (Don Fernando) por merced en cada un año para en toda su vida 500 pesos de oro de 450 maravedis cada peso … para ayuda á su sustentación y de la librería que hace en la çibdad de Sevilla». Situaba el monarca tan importante pensión «en las rentas e provechos de la Isla de Cuba» y los oficiales de ella habían de satisfacérsela anualmente, con testimonio de escribano, que acreditase la existencia de Don Fernando. Por otro mandato real, fecho también en Valladolid á 2 de Marzo de 1537, facilitábasele el cobro de dicha renta, y por él se establecía, que se efectuara por los tercios de cada un año, sin que en cada uno de éstos tuviese que presentar la fé de vida, pues bastaría que llenase este requisito anualmente. Mas como podía ocurrir su fallecimiento una vez cobrado un tercio de la renta, obligábase Don Fernando á que se devolviese por sus herederos á la Hacienda Real. Pocos años pudo disfrutar de la merced el ilustre bibliófilo, pues, entre las 12 y la una del día 12 de Julio de 1539 pasó de esta vida á otra mejor, á los 50 años, diez meses y veintiun días, acompañado del duelo general por sus virtudes y muy particularmente, del de todos los varones amantes de las letras.

De aquella famosa biblioteca, reunida á costa de tanta diligencia, dispendios y sabiduría, puede decirse que solo quedan tristes restos. El abandono y desidia de unos, la rapacidad y codicia, de los otros, tuvieron, ya á raíz de la muerte de Don Fernando, ancho campo abierto á su funesto dominio; y cuantas precauciones dejó aquel, tan sabiamente dispuestas, en su última voluntad, encaminadas, no solo á la conservación de los libros, sino también á su aumento; las rentas que dejó señaladas para estos fines, todo cuanto soñó en vida, no fueron más que vanos deseos, ninguno de los cuales llegó á realizarse. Las translaciones que hubo de sufrir, primero desde la casa de Don Fernando al convento de San Pablo, de éste á la Catedral, (1552) y las mudanzas de uno á otro claustro del Patio de los Naranjos, y por último el abandono en que estuvo en los primeros años del siglo XIX, con alguna que otra depredación más reciente, redujeron de manera tan considerable el número de volúmenes, al punto, que, los existentes han hallado capaz colocación en un pequeño gabinete, cuya rica estantería costeó con su proverbial munificencia, S. M. la Reina Doña Isabel II.

Menos aún resta de la que fué suntuosa morada junto á la Puerta de Goles:16 claustros y salones, portadas y ornatos han desaparecido, y, sobre aquel emporio del saber, tesoro de las ciencias, y monumento del arte, álzanse hoy los fríos muros de unos almacenes de granos!

Hasta hace poco, quedaba algo más, sin embargo; de la famosa huerta permanecía uno de aquellos hermosos zapotes, que hizo venir del Nuevo Mundo el gran Don Fernando, y que tal vez plantara por su mano. Su magnífica copa alzábase en medio de un solar, «donde las necesidades de la población, obligarán á construir manzanas de casas; entonces caerá al golpe del hacha, como sus míseros compañeros,» mientras que, diremos con un ilustre escritor, la ciudad de Sevilla, indiferente al recuerdo de aquellos ciudadanos, que más honra le dieron, verá desaparecer, sin fijar en ello su atención, ese postrer vestigio de una época, en que las letras y las virtudes cívicas florecieron y fueron honradas en Andalucía; y verá caer, sin sentimiento de pena aquel testigo de los generosos esfuerzos de un hombre, que, según el docto caballero Pero Mexia, «debe ser alabado y merece que los que en esta ciudad vivimos roguemos á Dios por su ánima, la cual según fué su vida tan virtuosamente gastada en letras y en honestos exercicios, y su tan christiana y buena muerte yo creo cierto que está en la gloria de Jesucristo.»

............

Nuestros temores, desgraciadamente, no han tardado mucho en confirmarse. Hace pocos años, el Ayuntamiento vendió el solar en que se alzaba el zapote. No faltaron cultos sevillanos, amantes de nuestras memorias históricas, que alzaron su voz, solicitando del Ayuntamiento que se exceptuase de la venta la parcela en que se hallaba el frondoso árbol, la cual deberíase rodear de una verja, colocando al pie del tronco de aquel una inscripción que expresase al transeunte su histórico significado. Tales excitaciones fueron despreciadas; ¿por ventura, aquellos celosos administradores consentirían que se lesionasen los intereses «materiales» de la ciudad, descontando algunos metros de los que constituían el total del solar; equivalente á unos centenares de pesetas? ¡En cuanto á los intereses morales … medrados estamos! ¿Quién para mientes en ellos, en esta época de tanto progreso y de tanta cultura?

Cayó el pobre árbol, y con él, desapareció la última memoria de las casas de Don Fernando Colón!

10

Informe del Veinticuatro de Sevilla Francisco Maldonado de Saavedra en que se describen los jardines y palacios de Don Fernando Colón, en el barrio de los Humeros tal como se hallaban en el año de 1597. «Curiosidades bibliográficas y documentos inéditos. Homenaje del Archivo Hispalense al IV Centenario del Descubrimiento del Nuevo Mundo.» Sevilla, Rasco. 1, vol. 4.º, 1892.

11

Con los pormenores que aparecen en el contrato otorgado entre Don Fernando Colón y los escultores Carona y Lanzio nos hemos atrevido á reconstruir la fachada de la casa del insigne bibliófilo. Dícese en el documento á que nos referimos: «che havemo da fare inseme una porta di marmoro biancho et quatro fenestre di una medesma forma … la quale hano de esser de la grandessa et opera e manifatura che habiamo datto designato de la nostra mano in uno cartono al signo Dum (sic) Fernando Colón Spagnollo che é quello che comanda a faze la dicta opera». Puede verse tan precioso contrato en la obra «Notizie dei profesori del disegno in Liguria dalle origini al secolo XVI por Alizeri. Génova 1880. 6 volumnes fol. tom V pág. 103.

12

Dichos sepulcros así como un hermoso retablo, todo ello de mármol blanco, estuvieron en la iglesia del convento de San Francisco de esta ciudad y hoy se encuentran en Pontevedra por disposición de los duques de Medina de las Torres, sus descendientes.

13

Así lo dispuso en su testamento Don Fernando Colón, encargando á sus herederos que procurasen conservar siempre legibles dichas inscripciones. Apéndices á la obra, «Don Fernando Colón historiador de su padre». Harrisse.

14

Cuando la Biblioteca Fernandina pasó al Cabildo Catedral consta por los «Libros de Fábrica, que cada volúmen de los del Cabildo estaba sujeto con una cadena, prevención muy en boga entonces, y á la que parecen referirse las palabras subrayadas en el texto, que consiguó Don Fernando en su testamento. Vease nuestra obra Sevilla Monumental y Artística. Tomo II. Biblioteca Colombina.

15

El amor de Don Fernando Colón á su librería y á sus grabados se demuestra por sus «Abecedarios y Registros» que de él se conservan autógrafos. Labor ímproba que nos dá á conocer también su rara erudición y doctrína bibliográfica. De estos índices forma parte el Registrum C que es un catálogo en 4.º de los grabados que poseyó. Hallánse divididos en grupos, según los tamaños del papel en que estaban impresos, y, separadamente los que contenían figuras desnudas ó vestidas. De cada una de las estampas hacía el gran bibliófilo minuciosa descripción, sin olvidarse de citar las firmas y monogramas de sus autores. Tan importante hemos juzgado siempre la publicación de este volumen, que hace algunos años la hubiésemos efectuado, pero, al participar estos propósitos al muy docto, entonces Bibliotecario mayor de S. M. nuestro amigo el Señor Don Manuel R. Zarco del Valle, nos hizo saber que una copia del «Registrum» paraba ya en manos de Mr. Thibandeau de Londres, sabio coleccionista de grabados, quien después de estudiarlo detenidamente lo daría en breve á la estampa. Estos deseos no se han visto cumplidos para los curiosos que esperan con ansia su publicación, seguros de que ha de revelar preciosas noticias de los más excelentes grabadores de los siglos XV y XVI.

16

Pocos años, quizá, después de la muerte de Don Fernando, parece que sus casas y huertas pasaron á poder del banquero genovés Francisco Leardo, el cual las vendió á Fray Francisco de Beaumont, religioso mercedario, que hubo de adquirirlas con el intento de labrar un colegio conventual, dedicado á San Laureano, en 14 de Marzo de 1594{*} pero 19 años antes, consta que en ellas hallábase establecida una importante fabricación cerámica dirigida por el genovés Tomás de Pésaro, según consta en una escritura de 26 de Diciembre de 1575{**}.

En 1597 dispuso Don Felipe II que la Ciudad fundase un hospital para albergue de mendigos y vagabundos, y en su virtud esta encomendó el asunto á Don Francisco Maldonado, el cual informó diciendo que el local más a propósito era el edificio «que llaman las Casas de Colón.»

Creemos que la fundación del albergue quedó en proyecto y que los Pésaro, Tomás y su hijo Jusepe continuaran con su fábrica en el mismo sitio hasta 1602 por lo menos, fecha en que según Zúñiga se comenzó á edificar el Colegio de San Laureano.

El transcurso de 35 años fué suficiente para convertir el artístico monumento erigido por Don Fernando Colón en una fábrica de cerámica y el de otros 27 más, para que de él quedase solo el recuerdo de su existencia.

{*} Harrise Don Fernando Colón historiador de su padre, páginas 109 y 110.

{**} Gestoso. Historia de los barros vidriados sevillanos, páginas 241 y siguientes.

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