Читать книгу 365 días con Francisco de Asís - Gianluigi Pascuale - Страница 8
Оглавление1 de febrero
El siervo de Dios Francisco, pequeño de talla, humilde de alma, menor por profesión, estando en el mundo, escogió para sí y para los suyos una pequeña porción del mundo, ya que no pudo servir de otro modo a Cristo sin tener algo del mundo. Pues no sin presagio divino se había llamado desde la antigüedad Porciúncula este lugar que debía caberles en suerte a los que nada querían tener del mundo.
Es de saber que había en el lugar una iglesia levantada en honor de la Virgen Madre, que por su singular humildad mereció ser, después de su Hijo, cabeza de todos los santos. La Orden de los Menores tuvo su origen en ella, y en ella, creciendo el número, se alzó, como sobre cimiento estable, su noble edificio. El Santo amó este lugar sobre todos los demás, y mandó que los hermanos tuviesen veneración especial por él, y quiso que se conservase siempre como espejo de la Religión en humildad y pobreza altísima, reservada a otros su propiedad, teniendo el Santo y los suyos el simple uso.
Se observaba en él la más estrecha disciplina en todo, tanto en el silencio y en el trabajo como en las demás prescripciones regulares. No se admitían en él sino hermanos especialmente escogidos, llamados de diversas partes, a quienes el Santo quería devotos de veras para con Dios y del todo perfectos. Estaba también absolutamente prohibida la entrada de seglares. No quería el Santo que los hermanos que moraban en él, y cuyo número era limitado, buscasen, por ansia de novedades, el trato con los seglares, no fuera que, abandonando la contemplación de las cosas del cielo, vinieran, por influencia de charlatanes, a aficionarse a las de aquí abajo. A nadie se le permitía decir palabras ociosas ni contar las que había oído. Y si alguna vez ocurría esto por culpa de algún hermano, aprendiendo en el castigo, bien se precavía en adelante para que no volviera a suceder lo mismo. Los moradores de aquel lugar estaban entregados sin cesar a las alabanzas divinas día y noche y llevaban vida de ángeles, que difundía en torno maravillosa fragancia.
Y con toda razón. Porque, según atestiguan antiguos moradores, el lugar se llamaba también Santa María de los Ángeles. El dichoso padre solía decir que por revelación de Dios sabía que la Virgen Santísima amaba con especial amor aquella iglesia entre todas las construidas en su honor a lo ancho del mundo, y por eso el Santo la amaba más que a todas.
(Tomás de Celano, Vida segunda, I, 12: FF 604-605)
2 de febrero
Lugar santo, en verdad, entre los lugares santos. Con razón es considerado digno de grandes honores.
Dichoso en su sobrenombre; más dichoso en su nombre; su tercer nombre es ahora augurio de favores.
Los ángeles difunden su luz en él; en él pasan las noches y cantan.
Después de arruinarse por completo esta iglesia, la restauró Francisco; fue una de las tres que reparó el mismo padre.
La eligió el Padre cuando vistió el sayo. Fue aquí donde domó su cuerpo y lo obligó a someterse al alma.
Dentro de este templo nació la Orden de los Menores cuando una multitud de varones se puso a imitar el ejemplo del Padre.
Aquí fue donde Clara, esposa de Dios, se cortó por primera vez su cabellera y, pisoteando las pompas del mundo, se dispuso a seguir a Cristo.
La Madre de Dios tuvo aquí el doble y glorioso alumbramiento de los hermanos y las señoras, por los que volvió a derramar a Cristo por el mundo.
Aquí fue estrechado el ancho camino del viejo mundo y dilatada la virtud de la gente por Dios llamada.
Compuesta la Regla, volvió a nacer la pobreza, se abdicó de los honores y volvió a brillar la cruz.
Si Francisco se ve turbado y cansado, aquí recobra el sosiego y su alma se renueva.
Aquí se muestra la verdad de lo que se duda y además se le otorga lo que el mismo Padre demanda.
(Espejo de perfección, IV, 84: FF 1781)
3 de febrero
Francisco se introdujo (fluxit) por completo, con el cuerpo y con la mente, dentro de las cicatrices impresas por el Amado que se le había aparecido, y el amante se transformó en el amado. Como el fuego tiene poder de separar y, consumiendo la materia terrenal, siempre tiende hacia las cosas superiores, porque es su naturaleza elevarse hacia lo alto, así el fuego del amor divino, consumiendo el corazón de Francisco y prendiendo su carne, la inflamó y la configuró, arrastrándola hasta las zonas altas, de forma que se cumplió en él aquello que él pidió que le ocurriera: «Te suplico, Señor (...)» (sigue la oración Absorbeat).
(Ubertino da Casale, El árbol de la vida, I: FF 2095)
4 de febrero
Te suplico, Señor,
que la fuerza abrasadora y meliflua de tu amor
absorba de tal modo mi mente
que la separe de todas las cosas que hay debajo del cielo,
para que yo muera por amor de tu amor,
ya que por amor de mi amor, tú te dignaste morir.
(Oración «Absorbeat»: FF 277)
5 de febrero
Francisco practicaba todas las devociones, porque gozaba de la unción del Espíritu (cf Lc 4,18); sin embargo, profesaba un afecto especial hacia algunas formas específicas de piedad.
Entre otras expresiones usuales en la conversación, no podía oír la del «amor de Dios» sin conmoverse hondamente. En efecto, al oír mencionar el amor de Dios, de súbito se excitaba, se impresionaba, se inflamaba, como si la voz que sonaba fuera tocara como un plectro la cuerda íntima del corazón.
Solía decir que ofrecer ese censo a cambio de la limosna era una noble prodigalidad y que cuantos lo tenían en menor estima que el dinero eran muy necios. Y cierto es que él mismo observó inviolable hasta la muerte el propósito que –entretenido todavía en las cosas del mundo– había hecho de no rechazar a ningún pobre que pidiera por amor de Dios.
En una ocasión, no teniendo nada que dar a un pobre que pedía por amor de Dios, toma con disimulo las tijeras y se apresta a partir la túnica. Y lo hubiera hecho de no haberle sorprendido los hermanos, de quienes obtuvo que dieran otra cosa al pobre.
Solía decir: «Tenemos que amar mucho el amor del que nos ha amado mucho».
(Tomás de Celano, Vida segunda, II, 148: FF 784)
6 de febrero
Como se entregaba a la alegría espiritual, evitaba con cuidado la falsa, como quien sabía bien que debe amarse con ardor cuanto perfecciona y ahuyentar con esmero cuanto inficiona. Así, procuraba sofocar en germen la vanagloria, sin dejar subsistir ni por un momento lo que es ofensa a los ojos de su Señor. De hecho muchas veces, cuando era ensalzado, el aprecio se convertía en tristeza, doliéndose y gimiendo.
Un invierno en que por todo abrigo de su santo cuerpecillo llevaba una sola túnica con refuerzos de burdos retazos, su guardián, que era también su compañero, adquirió una piel de zorra y, presentándosela, le dijo: «Padre, padeces del bazo y del estómago; ruego en el Señor a tu caridad que consientas que se cosa esta piel por dentro con la túnica. Y, si no la quieres toda, deja al menos coserla a la altura del estómago».
«Si quieres que la lleve por dentro de la túnica –le respondió Francisco–, haz que un retazo igual vaya también por fuera; que, cosido así por fuera, indique a los hombres la piel que se esconde dentro». El hermano oye, pero no lo acepta; insiste, pero no logra otra cosa. Cede al fin el guardián, y se cose retazo sobre retazo para hacer ver que Francisco no quiere ser uno por fuera y otro por dentro.
¡Oh identidad de palabra y de vida! ¡El mismo por fuera y por dentro! ¡El mismo de súbdito y de prelado! Tú que te gloriabas siempre en el Señor (1Cor 1,31), no querías otra gloria ni de los extraños ni de los de casa. Y no se ofendan, por favor, los que llevan pieles preciosas si digo que se lleva también piel por piel (cf Job 2,4), pues sabemos que los despojados de la inocencia tuvieron que cubrirse con túnicas de piel (cf Gén 3,21).
(Tomás de Celano, Vida segunda, II, 93: FF 714)
7 de febrero
Bienaventurado el hombre que soporta a su prójimo según su fragilidad en aquello en que querría ser soportado por él, si estuviera en un caso semejante.
Bienaventurado el siervo que devuelve todos los bienes al Señor Dios, porque quien retiene algo para sí, esconde en sí el dinero de su Señor Dios, y lo que creía tener se le quitará (cf Mt 25,18; Lc 8,18).
Bienaventurado el siervo que no se tiene por mejor cuando es engrandecido y exaltado por los hombres, que cuando es tenido por vil, simple y despreciado, porque el hombre delante de Dios es lo que no es, y no más. ¡Ay de aquel religioso que ha sido puesto en lo alto por los otros, y por su voluntad no quiere descender! Y bienaventurado aquel siervo que no es puesto en lo alto por su voluntad, y siempre desea estar bajo los pies de los otros.
Bienaventurado aquel religioso que no encuentra placer y alegría sino en las santísimas palabras y obras del Señor, y con ellas conduce a los hombres al amor de Dios con gozo y alegría. ¡Ay de aquel religioso que se deleita en las palabras ociosas y vanas y con ellas conduce a los hombres a la risa!
Bienaventurado el siervo que, cuando habla, no manifiesta todas sus cosas con miras a la recompensa, y no habla con ligereza, sino que prevé sabiamente lo que debe hablar y responder. ¡Ay de aquel religioso que no guarda en su corazón los bienes que el Señor le muestra y no los muestra a los otros con obras, sino que, con miras a la recompensa, ansía más bien mostrarlos a los hombres con palabras! Él recibe su recompensa, y los oyentes sacan poco fruto (cf Mt 6,2.16).
(Admoniciones, XVIII-XXI: FF 167-171)
8 de febrero
Bienaventurado el siervo que está dispuesto a soportar tan pacientemente la advertencia, acusación y reprensión que procede de otro, como si procediera de sí mismo. Bienaventurado el siervo que, reprendido, asiente benignamente, con vergüenza se somete, humildemente confiesa y gozosamente satisface. Biena-venturado el siervo que no es ligero para excusarse, sino que humildemente soporta la vergüenza y la reprensión de un pecado, cuando no incurrió en culpa.
Bienaventurado el siervo a quien se encuentra tan humilde entre sus súbditos, como si estuviera entre sus señores. Bienaventurado el siervo que permanece siempre bajo la vara de la corrección. Es siervo fiel y prudente (cf Mt 24,45) el que, en todas sus ofensas, no tarda en castigarse interiormente por la contrición y exteriormente por la confesión y la satisfacción de obra.
Bienaventurado el siervo que ama tanto a su hermano cuando está enfermo, que no puede recompensarle, como cuando está sano, que puede recompensarle.
Bienaventurado el siervo que ama y respeta tanto a su hermano cuando está lejos de él, como cuando está con él, y no dice nada a su espalda, que no pueda decir con caridad delante de él.
Bienaventurado el siervo que tiene fe en los clérigos que viven rectamente según la forma de la Iglesia romana. Y, ¡ay de aquellos que los desprecian!; pues, aunque sean pecadores, nadie, sin embargo, debe juzgarlos, porque sólo el Señor en persona se reserva el juzgarlos.
Pues cuanto mayor es el ministerio que ellos tienen del santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, que ellos reciben y ellos solos administran a los demás, tanto más pecado tienen los que pecan contra ellos, que los que pecan contra todos los demás hombres de este mundo.
(Admoniciones, XXII-XXVI: FF 172-176)
9 de febrero
Francisco, a semejanza de Jesús, sintiendo que en el cuerpo estaba en el exilio lejano del Señor (cf 2Cor 5,6), se volvió también exteriormente completamente insensible a los deseos terrenales por el amor de Cristo Jesús; rezando sin interrupción, buscaba tener siempre a Dios presente. La oración era la dicha del contemplador cuando, ya convertido en conciudadano de los ángeles y vagando por las moradas eternas, contempló a sus arcanos y, con un agitado deseo, contemplaba al Amado, del que solamente lo separaba el frágil muro de la carne. Absorto en su acción, él fue su defensa. En todo lo que hacía, desconfiando de su capacidad, imploraba con insistente oración que el bendito Jesús lo dirigiera, e incitaba a los frailes a la oración con todos los medios que estaban a su disposición. Además, él mismo se mostró siempre presto a sumergirse en la oración de forma que, caminase o estuviese quieto, trabajara o descansara, parecía que siempre estuviera absorto en la oración, tanto exterior como interiormente. Parecía que no sólo dedicara a la oración el cuerpo y el corazón, sino también la acción y el tiempo.
(Ubertino da Casale, El árbol de la vida, I: FF 2086)
10 de febrero
A veces se quedaba tan suspendido por el exceso de contemplación que, arrastrado fuera de sí y de los sentidos humanos, no se percataba de cuanto sucedía en torno a él. Y, puesto que el espíritu del hombre a través de la soledad se recoge sobre las cosas más íntimas y el abrazo del Esposo es enemigo de las miradas de la multitud, fue a las iglesias abandonadas, en busca de lugares solitarios para rezar durante la noche. Allí mantenía terribles luchas con los demonios, que combatían contra él cuerpo a cuerpo en un intento de impedirle que se concentrara en la oración; y triunfaba maravillosamente, quedando a solas y en paz. Llenaba entonces los bosques de gemidos. Algunas veces los frailes lo observaban, lo escuchaban interceder con un gran clamor ante Dios por los pecadores y lloraba en voz alta, como si tuviera ante sí la pasión del Señor. Allí se le vio rezar durante una noche con las manos extendidas en forma de cruz, con todo el cuerpo elevado desde el suelo, mientras una pequeña nube iluminaba todo en torno a él, dando testimonio maravilloso y evidente, en torno al cuerpo de la admirable iluminación que llenaba su alma. Se abrieron ante él los secretos arcanos de la sabiduría de Dios. Allí aprendieron las cosas que estaban escritas en la Regla y en su santísimo Testamento y todo lo que mandó respetar a los hermanos. En efecto, como es más que evidente, la incansable dedicación a la oración, unida al continuo ejercicio de la virtud, condujo al varón de Dios a tal serenidad de su mente que, aunque no hubiese perecido por doctrina en las Sagradas Escrituras, sin embargo, iluminado por el fulgor de la luz eterna, penetraba con admirable agudeza en las verdades más profundas de la Escritura. Allí obtuvo del Señor un luminoso espíritu de profecía, por el que, en su época, predijo muchas cosas futuras que se cumplieron puntualmente según su palabra, tal y como se ilustra a través de muchas pruebas en su leyenda.
Allí, de forma singular pero clarísima, recibió la revelación sobre el crecimiento de su Orden y el camino que el propio Cristo quiso que recorrieran sus frailes, y el padre santo mostraba continuamente este camino a los hermanos con la palabra y con el ejemplo. Y también allí le fue revelado el peligroso camino que los frailes recorrieron. Y él, mientras vivió, buscó de todas las formas posibles impedirlo e, incluso cuando estaba a punto de atravesar el umbral del glorioso Jesús, tendido en su lecho de muerte, lo prohibió, de forma inútil en lo que concierne a los perversos, ya que prevaleció su presuntuosa y necia prudencia de la carne y su malicia obstinada; pero los hijos legítimos, a la luz de sus palabras y de su santísimo Testamento, aunque ahora son pocos, avanzan siguiendo las huellas de Jesucristo, aunque se vean perseguidos por los hijos que siguen a la carne.
(Ubertino da Casale, El árbol de la vida, I: FF 2087-2088)
11 de febrero
En efecto, este padre santo, casi otro Abrahán, tuvo una progenie doble: por un lado la de la esclava y, por el otro, la de la mujer libre (cf Gál 4,22ss).
Y los que han nacido de la esclava, han nacido según la carne y han caminado, en la mayoría de los casos, muy abiertamente, siguiendo la prudencia de la carne. Pero los que han nacido de la libre son los hijos de la promesa y no dudan que Cristo no ha mentido a su siervo Francisco, y que el fiel siervo Francisco tampoco ha mentido en aquellas cosas que escribió en la Regla y en su santo Testamento. Y, por lo tanto, avanzando seguros a través de la altura de la Regla y la observancia literal de esta, no tienen la más mínima duda de que contenga algo imposible o impracticable.
Pero, del mismo modo en que entonces el que nació según la carne persiguió al que nació del espíritu, lo hacía ahora también (cf Gál 4,29). No es, en efecto, ahora menos verdadero que entonces que este Ismael es cazador y lanza sus flechas en todas direcciones contra los hijos legítimos y observadores de la Regla a través de persecuciones, represiones, preceptos desordenados y duras sentencias. Pero, ¿qué dice la Escritura? Aleja a la esclava y al hijo de esta, porque el hijo de la esclava no será heredero junto al hijo de la libre (cf Gál 4,30), ya que se le dijo a Abrahán: Gracias a Isaac tomará de ti el nombre nuestra estirpe (cf Gén 21,12).
Pedimos orando y con gemidos del corazón que se expulse a este ilegítimo hijo de la esclava, en cuanto a la observancia de la Regla; no por su herencia paterna, si quisiese recorrer el camino de la Regla, sino por sus perversas obras y por la usurpación de un nombre falso y por la persecución del heredero legítimo.
(Ubertino da Casale, El árbol de la vida, I: FF 2089)
12 de febrero
Altísimo, glorioso Dios,
ilumina las tinieblas de mi corazón
y dame fe recta,
esperanza cierta
y caridad perfecta,
sentido y conocimiento, Señor,
para que cumpla tu santo y verdadero mandamiento.
Amén.
(Oración ante el crucifijo: FF [276])
13 de febrero
Ante tal resolución, convencido el padre (de Francisco) de que no podía disuadir al hijo del camino emprendido, (...) lo emplazó a comparecer ante el obispo de la ciudad, para que, renunciando en sus manos a todos los bienes, le entregara cuanto poseía. A nada de esto se opuso; al contrario, gozoso en extremo, se dio prisa con toda su alma para hacer cuanto se le reclamaba.
Una vez en presencia del obispo, no sufre demora ni vacila por nada; más bien, sin esperar palabra ni decirla, inmediatamente, quitándose y tirando todos sus vestidos, se los devuelve al padre. Ni siquiera retiene los calzones, quedando ante todos del todo desnudo. Percatándose el obispo de su espíritu y admirado de su fervor y constancia, se levantó al momento y, acogiéndolo entre sus brazos, lo cubrió con su propio manto. Comprendió claramente que se trataba de un designio divino y que los hechos del varón de Dios que habían presenciado sus ojos encerraban un misterio. Estas son las razones por las que en adelante será su protector. Y, animándolo y confortándolo, lo abrazó con entrañas de caridad.
Helo ahí ya desnudo luchando con el desnudo; desechado cuanto es del mundo, sólo de la divina justicia se acuerda. Se esfuerza así por menospreciar su vida, abandonando todo cuidado de sí mismo, para que en este caminar peligroso se una a su pobreza la paz y sólo la envoltura de la carne lo tenga separado, entretanto, de la visión de Dios.
(Tomás de Celano, Vida primera, I, 6: FF 343-345)
14 de febrero
Cubierto de andrajos el que tiempo atrás vestía de escarlata, marchaba por el bosque cantando en lengua francesa alabanzas al Señor; de improviso caen sobre él unos ladrones. A la pregunta, que le dirigen con aire feroz, inquiriendo quién es, el varón de Dios, seguro de sí mismo, con voz llena les responde: «Soy el pregonero del gran Rey; ¿qué queréis?». Ellos, sin más, le propinaron una buena sacudida y lo arrojaron a un hoyo lleno de mucha nieve, diciéndole: «Descansa, rústico pregonero de Dios». Él, revolviéndose de un lado para otro, sacudiéndose la nieve –ellos se habían marchado–, de un salto se puso fuera del hoyo, y, lleno de gozo, comenzó a proclamar a plena voz, por los bosques, las alabanzas del Creador de todas las cosas.
Así llegó, finalmente, a un monasterio, en el que permaneció varios días, sin más vestido que un tosco blusón, trabajando como mozo de cocina, ansioso de saciar el hambre siquiera con un poco de caldo. Y al no hallar un poco de compasión, y ante la imposibilidad de hacerse, al menos, con un vestido viejo, salió de aquí no movido de resentimiento, sino obligado por la necesidad, y llegó a la ciudad de Gubbio, donde un antiguo amigo le dio una túnica. Como, pasado algún tiempo, se extendiese por todas partes la fama del varón de Dios y se divulgase su nombre por los pueblos, el prior del monasterio, recordando y reconociendo el trato que habían dado al varón de Dios, se llegó a él y le suplicó, en nombre del Salvador, le perdonase a él y a los suyos.
(Tomás de Celano, Vida primera, I, 7: FF 346-347)
15 de febrero
Después, el santo enamorado de la perfecta humildad se fue a donde los leprosos; vivía con ellos y servía a todos por Dios con extremada delicadeza: lavaba sus cuerpos infectados y curaba sus úlceras purulentas, tal y como él mismo refiere en su testamento: «Como estaba en pecado, me parecía muy amargo ver leprosos; pero el Señor me condujo en medio de ellos y practiqué con ellos la misericordia». En efecto, tan repugnante le había sido la visión de los leprosos, como él decía, que en sus años de vanidades, al divisar de lejos, a unas dos millas, sus casetas, se tapaba la nariz con las manos. Sin embargo, una vez que, por gracia y virtud del Altísimo, comenzó a tener santos y provechosos pensamientos, mientras aún permanecía en el siglo, se topó cierto día con un leproso, y, superándose a sí mismo, se llegó a él y le dio un beso. Desde este momento comenzó a tenerse más y más en menos, hasta que, por la misericordia del Redentor, consiguió la total victoria sobre sí mismo.
También favorecía, aun viviendo en el mundo y siguiendo sus máximas, a otros necesitados, alargándoles, a los que nada tenían, su mano generosa, y a los afligidos, el afecto de su corazón. Pero en cierta ocasión le sucedió, contra su modo habitual de ser
–porque era en extremo cortés–, que despidió de malas formas a un pobre que le pedía limosna; enseguida, arrepentido, comenzó a recriminarse dentro de sí, diciendo que negar lo que se pide a quien pide en nombre de tan gran Rey es digno de todo vituperio y de todo deshonor. Entonces tomó la determinación de no negar, en cuanto pudiese, nada a nadie que le pidiese en nombre de Dios. Lo cumplió con toda diligencia, hasta el punto de llegar a darse él mismo todo en cualquier forma, poniendo en práctica, antes de predicarlo, el consejo evangélico que dice: A quien te pida, dale, y a quien te pida un préstamo, no le des la espalda (Mt 5,42).
(Tomás de Celano, Vida primera, I, 7: FF 348-349)
16 de febrero
Francisco, ya cambiado perfectamente en su corazón, y a punto de cambiar también en su cuerpo, anda un día cerca de la iglesia de San Damián, que estaba casi derruida y abandonada de todos. Entra en ella, guiándole el Espíritu, a orar, se postra suplicante y devoto ante el crucifijo, y, visitado con toques no acostumbrados en el alma, se reconoce luego distinto de cuando había entrado. Y en este trance, la imagen de Cristo crucificado –cosa nunca oída (cf Jn 9,32)–, desplegando los labios, habla desde el cuadro a Francisco. Llamándolo por su nombre (cf Is 40,26): «Francisco –le dice–, vete, repara mi casa, que, como ves, se viene del todo al suelo». Presa del miedo, Francisco se pasma y como que pierde el sentido por lo que ha oído. Se apresura a obedecer, se reconcentra todo él en la orden recibida. Pero... nos es mejor callar, pues experimentó tan inefable cambio, que ni él mismo ha acertado a describirlo.
Desde entonces se le clava en el alma santa la compasión por el Crucificado, y, como puede creerse piadosamente, se le imprimen profundamente en el corazón, bien que no todavía en la carne, las venerandas llagas de la pasión.
(Tomás de Celano, Vida segunda, I, 6: FF 593-594)
17 de febrero
¡Cosa admirable e inaudita en nuestros tiempos! ¿Cómo no asombrarse ante esto? ¿Quién ha pensado algo semejante? ¿Quién duda de que Francisco, al volver a la ciudad, apareciera crucificado, si aun antes de haber abandonado del todo el mundo en lo exterior, Cristo le habla desde el leño de la cruz con milagro nuevo, nunca oído? Desde aquella hora desfalleció su alma al oír hablar al Amado (cf Cant 5,4). Poco más tarde, el amor del corazón se puso de manifiesto en las llagas del cuerpo.
Por eso, no puede contener el llanto desde entonces; gime lastimeramente la pasión de Cristo, que casi siempre tiene ante los ojos. Al recordar las llagas de Cristo, llena de lamentos los caminos, no admite consuelo. Se encuentra con un amigo íntimo, que, al conocer la causa del dolor de Francisco, luego rompe a llorar también él amargamente.
Pero no descuida por olvido la santa imagen misma, ni deja, negligente, de cumplir el mandato recibido de ella. Da, desde luego, a cierto sacerdote una suma de dinero con que comprar lámpara y aceite para que ni por un instante falte a la imagen sagrada el honor merecido de la luz. Después, ni corto ni perezoso, se apresura a poner en práctica lo demás, trabajando incansable en reparar la iglesia. Pues, aunque el habla divina se había referido a la Iglesia que había adquirido Cristo con su sangre (cf He 20,28), Francisco, que había de pasar poco a poco de la carne al espíritu, no quiso verse de golpe encumbrado.
(Tomás de Celano, Vida segunda, I, 6: FF 594-595)
18 de febrero
Entretanto, el santo de Dios, cambiado su hábito secular y restaurada la iglesia (de San Damián), marchó a otro lugar próximo a la ciudad de Asís; allí llevó a cabo la reedificación de otra iglesia muy deteriorada y semiderruida; de esta forma continuó en el empeño de sus principios hasta que dio cima a todo.
De allí pasó a otro lugar llamado Porciúncula, donde existía una iglesia dedicada a la bienaventurada Virgen Madre de Dios, construida en tiempos lejanos y ahora abandonada, sin que nadie se cuidara de ella. Al contemplarla el varón de Dios en tal estado, movido a compasión, porque le hervía el corazón en devoción hacia la madre de toda bondad, decidió quedarse allí mismo.
Cuando acabó de reparar dicha iglesia, se encontraba ya en el tercer año de su conversión.
En este período de su vida vestía un hábito como de ermitaño, sujeto con una correa; llevaba un bastón en la mano, y los pies calzados.
Pero cierto día se leía en esta iglesia el evangelio que narra cómo el Señor había enviado a sus discípulos a predicar; presente allí el santo de Dios, no comprendió perfectamente las palabras evangélicas; terminada la misa, pidió humildemente al sacerdote que le explicase el evangelio. Como el sacerdote le fuese explicando todo ordenadamente, al oír Francisco que los discípulos de Cristo no debían poseer ni oro, ni plata, ni dinero; ni llevar para el camino alforja, ni bolsa, ni pan, ni bastón; ni tener calzado, ni dos túnicas, sino predicar el reino de Dios y la penitencia (Mt 10,7-10; Mc 6,8; Lc 9,3), al instante, saltando de gozo, lleno del Espíritu del Señor, exclamó: «Esto es lo que yo quiero, esto es lo que yo busco, esto es lo que en lo más íntimo del corazón anhelo poner en práctica».
Rebosando de alegría, se apresura inmediatamente el santo padre a cumplir la doctrina saludable que acaba de escuchar; no admite dilación alguna en comenzar a cumplir con devoción lo que ha oído. Al punto desata el calzado de sus pies, echa por tierra el bastón y, gozoso con una túnica, se pone una cuerda en lugar de la correa. Desde este momento se prepara una túnica en forma de cruz para expulsar todas las ilusiones diabólicas; se la prepara muy áspera, para crucificar la carne con sus vicios y pecados; se la prepara, en fin, pobrísima y burda, para que el mundo nunca pueda ambicionarla. Todo lo demás que había escuchado se esfuerza en realizarlo con la mayor diligencia y con suma reverencia. Pues nunca fue oyente sordo del Evangelio sino que, confiando a su feliz memoria cuanto oía, procuraba cumplirlo al pie de la letra sin tardanza.
(Tomás de Celano, Vida primera, I, 9: FF 354-357)
19 de febrero
Pero el padre según la carne persigue al que se entrega a obras de piedad, y, juzgando locura el servicio de Cristo, lo lacera dondequiera con maldiciones. Entonces, el siervo de Dios llama a un hombre plebeyo y simple por demás, y, tomándolo por padre, le ruega que, cuando el padre lo acose con maldiciones, él, por el contrario, lo bendiga. Evidentemente, lleva a la práctica el dicho del profeta y declara con hechos lo que dice este de palabra: Maldicen ellos, pero tú bendecirás (Sal 108,28).
Por consejo del obispo de la ciudad, que era verdaderamente piadoso, devuelve al padre el dinero que el hombre de Dios habría querido invertir en la obra de la iglesia mencionada, pues no era justo gastar en usos sagrados nada mal adquirido. Y, oyéndolo muchos de los que se habían reunido, dijo: «Desde ahora diré con libertad: Padre nuestro, que estás en los cielos (Mt 6,8), y no padre Pedro Bernardone, a quien no sólo devuelvo este dinero, sino que dejo también todos los vestidos. E iré desnudo al encuentro del Señor».
¡Ánimo noble el de este hombre, a quien ya sólo Cristo basta! Se vio entonces que el varón de Dios llevaba puesto un cilicio bajo los vestidos, apreciando más la realidad de las virtudes que su apariencia.
Un hermano carnal, a imitación de su padre, lo molesta con palabras envenenadas. Una mañana de invierno en que ve a Francisco en oración, mal cubierto de viles vestidos, temblando de frío, el muy perverso dice a un vecino: «Di a Francisco que te venda un céntimo de sudor». Oyéndolo el hombre de Dios, regocijado en extremo, respondió sonriente: «Por cierto que lo venderé a muy buen precio a mi Señor». Nada más acertado, porque recibió no sólo cien veces más, sino también mil veces más en este mundo y heredó en el venidero, para sí y para muchos, la vida eterna (cf Mt 19,29).
(Tomás de Celano, Vida segunda, I, 7: FF 596-598)
20 de febrero
Se esfuerza de aquí en adelante por convertir en austera su anterior condición delicada y por reducir a la bondad natural su cuerpo, hecho ya a la molicie. (...)
Desde que comenzó a servir al Señor de todos, quiso hacer también cosas asequibles a todos, huyendo en todo de la singularidad, que suele mancharse con toda clase de faltas. Así, al tiempo en que se afanaba en la restauración de la iglesia que le había mandado Cristo, de tan delicado como era, iba tomando trazas de campesino por el aguante del trabajo. Por eso, el sacerdote encargado de la iglesia, que lo veía abatido por el cansancio excesivo, movido a compasión, comenzó a darle de comer cada día algo especial, aunque no exquisito, pues también él era pobre. Francisco, reflexionando sobre esta atención y estimando la piedad del sacerdote, se dijo a sí mismo: «Mira que no encontrarás donde quieras sacerdote como este, que te dé siempre de comer así. No va bien este vivir con quien profesa pobreza; no te conviene acostumbrarte a esto; poco a poco volverás a lo que has despreciado, te abandonarás de nuevo a la molicie. ¡Ea!, levántate, perezoso, y mendiga condumio de puerta en puerta».
Y se va decidido a Asís, y pide cocido de puerta en puerta, y, cuando ve la escudilla llena de viandas de toda clase, se le revuelve de pronto el estómago; pero, acordándose de Dios y venciéndose a sí mismo, las come con gusto del alma. Todo lo hace suave el amor y convierte en totalmente dulce lo que es amargo.
(Tomás de Celano, Vida segunda, I, 8-9: FF 599-600)
21 de febrero
Ante todo se debe considerar que el glorioso messere san Francisco, en todos los hechos de su vida, fue conforme a Jesucristo bendito; porque así como Cristo, al principio de su predicación, eligió doce apóstoles para que, despreciando toda cosa mundana, le siguieran en pobreza y demás virtudes, también san Francisco eligió, desde el principio de la fundación de la Orden, doce compañeros poseedores de la altísima pobreza. Y así como uno de los doce apóstoles, el que se llamó Judas Iscariote, apostató del apostolado, traicionando a Cristo, y se ahorcó a sí mismo por el cuello (Mt 27,3-5), también uno de los doce compañeros de Francisco, de nombre Juan della Capella, apostató y finalmente se ahorcó. Y esto sirve de gran ejemplo para los elegidos y es motivo de humildad y temor, considerando que nadie está seguro de perseverar hasta el final en la gracia de Dios. Y del mismo modo que los apóstoles admiraron a todo el mundo por su santidad y humildad y plenitud del Espíritu Santo, así también aquellos santos compañeros de san Francisco fueron hombres de tanta santidad que, desde el tiempo de los apóstoles hasta ahora, no hubo en el mundo hombres tan maravillosos y santos; pues alguno de ellos, en concreto fray Gil, fue arrebatado hasta el tercer cielo como san Pablo (2Cor 22,2-4); a otro, llamado fray Felipe Lungo, le tocó el Ángel los labios con un carbón encendido, igual que al profeta Isaías (Is 6,6-7); otro, como fue el caso de fray Silvestre, hablaba con Dios, como un amigo con otro, lo mismo que Moisés (Éx 3); otro volaba con la sutileza del intelecto hasta la luz de la divina sabiduría, como el águila, es decir, Juan Evangelista, y fue el muy humilde fray Bernardo, que exponía con toda profundidad la Sagrada Escritura; alguno fue santificado por Dios y canonizado en el cielo, viviendo aún en el mundo, y este fue fray Rufino, caballero de Asís; y así, todos fueron privilegiados con singulares muestras de santidad, tal como se declara más adelante.
(Las florecillas de san Francisco, I: FF 1826)
22 de febrero
Estando san Francisco en un lugar, en los comienzos de la religión, reunió a sus compañeros para hablar de Cristo y, lleno de fervor de espíritu, mandó a uno de ellos que, en nombre de Dios, abriera la boca y hablase de Dios lo que el Espíritu Santo le inspirase, y el hermano cumplió el mandato y habló de Dios maravillosamente; y san Francisco le impuso silencio y mandó a otro hermano que hiciese lo mismo, y este, obediente, habló de Dios con toda sutileza, y san Francisco le impuso silencio de igual modo y mandó lo mismo a un tercero, que también comenzó a hablar de las cosas secretas de Dios tan profundamente que san Francisco conoció con certeza que hablaba inspirado, como los otros, por el Espíritu Santo. Y esto también se demostró mediante una señal expresa; ya que mientras estaban en esta conversación, se apareció Cristo bendito en medio de ellos con el aspecto y la forma de un joven bellísimo y, bendiciéndoles a todos, les llenó de tanta gracia y dulzura, que todos ellos se quedaron extasiados y fuera de sí, y yacían como muertos, sin sentir las cosas de este mundo. Cuando volvieron en sí, les dijo san Francisco: «Hermanos míos muy queridos, dad gracias a Dios que ha querido revelar los tesoros de la divina sabiduría por boca de los simples, pues es Dios quien abre la boca de los mudos y hace que las lenguas de los sencillos hablen sapientemente».
(Las florecillas de san Francisco, XIV: FF 1843)
23 de febrero
A todos los poderosos y cónsules, jueces y gobernantes de toda la tierra y a todos los demás a quienes lleguen estas letras, el hermano Francisco, vuestro pequeño y despreciable siervo en el Señor Dios, os desea a todos vosotros salud y paz.
Considerad y ved que el día de la muerte se aproxima. Os ruego, por tanto, con la reverencia que puedo, que no olvidéis al Señor ni os apartéis de sus mandamientos a causa de los cuidados y preocupaciones de este siglo que tenéis, porque todos aquellos que lo echan al olvido y se apartan de sus mandamientos son malditos, y serán echados por Él al olvido (cf Sal 118,21; Ez 33,13).
Y cuando llegue el día de la muerte, todo lo que creían tener, se les quitará. Y cuanto más sabios y poderosos hayan sido en este siglo, tanto mayores tormentos sufrirán en el infierno (cf Sab 6,7).
Por lo que os aconsejo firmemente, como a señores míos, que, habiendo pospuesto todo cuidado y preocupación, recibáis benignamente el santísimo cuerpo y la santísima sangre de nuestro Señor Jesucristo en santa memoria suya.
Y rendid al Señor tanto honor en medio del pueblo que os ha sido encomendado, que cada tarde se anuncie por medio de pregonero o por medio de otra señal, que se rindan alabanzas y gracias por el pueblo entero al Señor Dios omnipotente. Y si no hacéis esto, sabed que tendréis que dar cuenta ante el Señor Dios vuestro, Jesucristo, en el día del juicio (cf Mt 13,36).
Los que guarden consigo este escrito y lo observen, sepan que son benditos del Señor Dios.
(Carta a las autoridades: FF 210-213)
24 de febrero
Al veraz siervo de Dios san Francisco, ya que en ciertas cosas fue casi otro Cristo, dado al mundo para la salvación de las gentes, Dios Padre le quiso hacer en muchos actos semejante y conforme a su Hijo Jesucristo, como se demuestra en el venerable colegio de los doce compañeros, y en el admirable misterio de los sagrados Estigmas y en el ayuno continuado de la santa Cuaresma, que él pasó de este modo.
Se encontraba una vez san Francisco, un día de Carnaval, cerca del lago de Perugia, en casa de un devoto suyo que le había hospedado aquella noche, cuando le inspiró Dios que pasase aquella Cuaresma en una isla del lago. Por lo que san Francisco pidió a su devoto que, por amor de Cristo, le llevase en su barquilla a una isla del lago donde no hubiera habitantes y que lo hiciese la noche del Miércoles de Ceniza, de modo que nadie los viese. Y aquel hombre, por amor de la gran devoción que tenía a san Francisco, cumplió solícitamente su deseo y le trasladó a la isla; y san Francisco no se llevó más que dos panecillos. Y cuando llegaron a la isla y el amigo se disponía a volver a su casa, san Francisco le rogó afectuosamente que no revelase a nadie que estaba allí y que no fuera a buscarle hasta el Jueves Santo; y con esto se marchó aquel y san Francisco se quedó solo.
Pero como no había ninguna habitación donde guarecerse, se adentró en la tupida espesura, donde espinos y arbustos habían formado una especie de cubil o choza, y en tal lugar se puso en oración y a contemplar las cosas celestiales. Y allí estuvo toda la Cuaresma sin comer ni beber, salvo la mitad de uno de aquellos panecillos, según comprobó aquel devoto suyo el Jueves Santo cuando volvió a buscarle, pues de los dos panecillos encontró uno entero y la mitad del otro; se cree que san Francisco se comió la otra mitad, por respeto al ayuno de Cristo bendito, que ayunó durante cuarenta días y cuarenta noches sin tomar ningún alimento material; y así, con aquel medio pan, alejó de sí el veneno de la vanagloria y, a ejemplo de Cristo, ayunó cuarenta días y cuarenta noches.
Después, en aquel lugar donde san Francisco había realizado una abstinencia tan maravillosa, obró Dios muchos milagros por sus méritos; por lo cual comenzaron los hombres a levantar casas y habitarlas; y en poco tiempo se formó en aquel sitio un burgo bueno y grande, y hay allí un lugar de hermanos conocido como el lugar de la Isla, y aún hoy los hombres y las mujeres de aquel burgo guardan gran reverencia y devoción al lugar donde san Francisco hizo aquella Cuaresma.
(Las florecillas de san Francisco, VII: FF 1835)
25 de febrero
¡En el nombre del Señor!
Todos los que aman al Señor con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente, con todas las fuerzas (cf Mc 12,30), y aman a sus prójimos como a sí mismos (cf Mt 22,39), y odian a sus cuerpos con sus vicios y pecados, y reciben el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo, y hacen frutos dignos de penitencia (cf Lc 3,8):
¡Oh, qué bienaventurados y benditos son ellos y ellas, mientras hacen estas cosas y en tales cosas perseveran!, porque descansará sobre ellos el espíritu del Señor (cf Is 11,2) y hará en ellos habitación y morada (cf Jn 14,23), y son hijos del Padre celestial, cuyas obras hacen, y son esposos, hermanos y madres de nuestro Señor Jesucristo (cf Mt 12,50).
Somos esposos cuando, por el Espíritu Santo, el alma fiel se une a nuestro Señor Jesucristo. Somos para él hermanos cuando hacemos la voluntad del Padre que está en los cielos (Mt 12,50); madres, cuando lo llevamos en nuestro corazón y en nuestro cuerpo, por el amor divino y por una conciencia pura y sincera; y lo damos a luz por medio de obras santas, que deben iluminar a los otros como ejemplo (cf Mt 5,16).
¡Oh, qué glorioso, santo y grande es tener un Padre en los cielos!
¡Oh, qué santo, consolador, bello y admirable, tener un tal esposo!
¡Oh, qué santo y cuán amado, placentero, humilde, pacífico, dulce, amable y sobre todas las cosas deseable, tener un tal hermano y un tal hijo: Nuestro Señor Jesucristo!, quien dio la vida por sus ovejas (cf Jn 10,15) y oró al Padre diciendo:
Padre santo, guarda en tu nombre a los que me has dado en el mundo; tuyos eran y tú me los has dado. Y las palabras que tú me diste, se las he dado a ellos, y ellos las han recibido y han creído de verdad que salí de ti, y han conocido que tú me has enviado. Ruego por ellos y no por el mundo. Bendícelos y santifícalos, y por ellos me santificó a mí mismo. No ruego sólo por ellos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, han de creer en mí, para que sean santificados en la unidad, como nosotros. Y quiero, Padre, que, donde yo esté, estén también ellos conmigo, para que vean mi gloria en tu reino (cf Jn 17,6-24; Mt 20,21). Amén.
(Carta a los fieles, primera redacción, 1: FF 178/1-3)
26 de febrero
Pero todos aquellos y aquellas que, por el contrario, no viven en penitencia, y no reciben el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo, y se dedican a vicios y pecados, y que andan tras la mala concupiscencia y los malos deseos de su carne, y no guardan lo que prometieron al Señor, y sirven con el propio cuerpo al mundo con los deseos carnales y las preocupaciones del siglo y los cuidados de esta vida: Apresados por el diablo, cuyos hijos son y cuyas obras hacen, están ciegos, porque no ven la verdadera luz, nuestro Señor Jesucristo (cf Jn 8,41). No tienen la sabiduría espiritual, porque no tienen al Hijo de Dios, que es la verdadera sabiduría del Padre; de ellos se dice: Su sabiduría ha sido devorada (Sal 106,27), y: Malditos los que se apartan de tus mandatos (Sal 118,21). Ven y conocen, saben y hacen el mal, y ellos mismos, a sabiendas, pierden sus almas.
Ved, ciegos, engañados por vuestros enemigos, por la carne, el mundo y el diablo, que al cuerpo le es dulce hacer el pecado y le es amargo hacerlo servir a Dios; porque todos los vicios y pecados salen y proceden del corazón de los hombres, como dice el Señor en el Evangelio (cf Mc 7,21; Mt 5,19). Y nada tenéis en este siglo ni en el futuro. Y pensáis poseer por largo tiempo las vanidades de este siglo, pero estáis engañados, porque vendrá el día y la hora en los que no pensáis, no sabéis e ignoráis; enferma el cuerpo, se aproxima la muerte y así se muere de muerte amarga.
Y dondequiera, cuando quiera, comoquiera que muere el hombre en pecado mortal sin penitencia ni satisfacción, si puede satisfacer y no satisface, el diablo arrebata su alma de su cuerpo con tanta angustia y tribulación, que nadie puede saberlo sino el que las sufre.
Y todos los talentos y poder y ciencia y sabiduría (2Cor 1,12) que pensaban tener, se les quitará. Y lo dejan a parientes y amigos; y ellos toman y dividen su hacienda, y luego dicen: Maldita sea su alma, porque pudo darnos más y adquirir más de lo que adquirió. Los gusanos comen el cuerpo, y así aquellos perdieron el cuerpo y el alma en este breve siglo, e irán al infierno, donde serán atormentados sin fin.
A todos aquellos a quienes lleguen estas letras, les rogamos, en la caridad que es Dios (cf 1Jn 4,16), que reciban benignamente, con amor divino, las susodichas odoríferas palabras de nuestro Señor Jesucristo. Y los que no saben leer, hagan que se las lean muchas veces; y reténganlas consigo junto con obras santas hasta el fin, porque son espíritu y vida (Jn 6,64).
(Carta a los fieles, primera redacción, 2: FF 178/4-7)
27 de febrero
El altísimo Padre anunció desde el cielo, por medio de su santo ángel Gabriel, esta Palabra del Padre, tan digna, tan santa y gloriosa, en el seno de la santa y gloriosa Virgen María, de cuyo seno recibió la verdadera carne de nuestra humanidad y fragilidad (cf Lc 1,26-38).
Él, siendo rico (2Cor 8,9), quiso sobre todas las cosas elegir, con la santísima Virgen, su Madre, la pobreza en el mundo.
Y cerca de la pasión, celebró la Pascua con sus discípulos y, tomando el pan, dio las gracias y lo bendijo y lo partió diciendo: Tomad y comed, este es mi cuerpo. Y tomando el cáliz dijo: Esta es mi sangre del Nuevo Testamento, que será derramada por vosotros y por muchos para remisión de los pecados. Después oró al Padre diciendo: Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz (cf Mt 26,26-28). Y se hizo su sudor como gotas de sangre que caían en tierra (Lc 22,44). Puso, sin embargo, su voluntad en la voluntad del Padre, diciendo: Padre, hágase tu voluntad; no como yo quiero, sino como quieras tú (Mt 26,42.49).
Y la voluntad del Padre fue que su Hijo bendito y glorioso, que Él nos dio y que nació por nosotros, se ofreciera a sí mismo por su propia sangre como sacrificio y hostia en el ara de la cruz; no por sí mismo, por quien fueron hechas todas las cosas (cf Jn 1,3), sino por nuestros pecados, dejándonos ejemplo, para que sigamos sus huellas (cf 1Pe 2,21). Y quiere que todos nos salvemos a través de él y que lo recibamos con nuestro corazón puro y nuestro cuerpo casto. Pero son pocos los que quieren recibirlo y ser salvados por él, aunque su yugo sea suave y su carga ligera (cf Mt 11,30).
(Carta a los fieles, segunda redacción, 1: FF 181-185)
28 de febrero
¡Qué bienaventurados y benditos son aquellos que aman a Dios y hacen como dice el mismo Señor en el Evangelio: Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón y con toda la mente, y a tu prójimo como a ti mismo (Mt 22,37.39)!
Por consiguiente, amemos a Dios y adorémoslo con corazón y mente pura, porque Él mismo, buscando esto sobre todas las cosas, dijo: Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad (Jn 4,23). Pues todos los que lo adoran, lo deben adorar en el Espíritu de la verdad (cf Jn 4,24). Y digámosle alabanzas y oraciones día y noche diciendo: Padre nuestro, que estás en el cielo (Mt 6,9), porque es preciso que oremos siempre y que no desfallezcamos (cf Lc 18,1).
Ciertamente debemos confesar al sacerdote todos nuestros pecados; y recibamos de él el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo. Quien no come su carne y no bebe su sangre, no puede entrar en el reino de Dios (cf Jn 6,55.57; 3,5). Sin embargo, que coma y beba dignamente, porque quien lo recibe indignamente, come y bebe su propia condenación, no distinguiendo el cuerpo del Señor (1Cor 11,29), esto es, que no lo discierne. Además, hagamos frutos dignos de penitencia (Lc 3,8). Y amemos al prójimo como a nosotros mismos (cf Mt 22,39). Y si alguien no quiere amarlo como a sí mismo, que al menos no le cause mal, sino que le haga bien.
(Carta a los fieles, segunda redacción, 2-4: FF 186-190)