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Introducción ¿El regreso de un intempestivo
pensador mediterraneo?

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«Todos nuestros caminos parten todavía de

Roma, además de conducir a Roma».

(G. Santayana, El último puritano)

Español de nacimiento, americano de adopción, cosmopolita por vocación, George Santayana parece ser una contradicción viviente, parece encarnar en su persona todas las paradojas posibles: un español educado en Harvard, un católico con simpatías paganas (o un ateo con simpatías católicas), un idealista sustancialmente escéptico, un materialista orgulloso y un platónico convencido, un docente de éxito en el más prestigioso college estadounidense que detestaba la academia, una especie de dandy refinado que aborrecía el esteticismo, un perfecto hombre de mundo que vivía como un recluso, un artista y gran connoisseur del arte que desdeñaba los museos, un bohémien impenitente y el último de los puritanos.

Sincréticamente influido por culturas y tradiciones de lo más dispersas y distantes, en el espacio y en el tiempo, se sintió sin embargo ligado siempre a las propias raíces continentales, mediterráneas en particular, hasta el punto de que, no renunciando nunca a la propia nacionalidad española, después de innumerables viajes y estancias entre las dos orillas del Atlántico –«nunca más allá de los confines de la cristiandad o de la respetabilidad»–, decidió establecerse definitivamente en esta orilla (primero en España, después en París, Berlín, Londres y, por fin, Roma), sin volver a poner nunca más los pies en Estados Unidos.

Pero más allá de cualquier etiqueta fácil o iconografía, su filosofía posee una originalidad y una profunda sencillez que impresionan y atraen tanto al estudioso y al especialista, como al lector común. Como raramente sucede en filosofía, y cuando sucede representa un auténtico éxito, su prosa logra combinar maravillosamente un pensamiento muy lúcido con una gran capacidad expresiva, de la que da testimonio espléndido, logradísimo, su vasta y polimorfa obra en lengua inglesa. Y quizá es ésta la clave que le ha hecho célebre y le ha colocado entre los más grandes filósofos americanos del siglo XX. Más allá de la notoriedad y del éxito que, en vida, merecidamente acompañaron a sus obras –debido más a razones extrafilosóficas que a un conocimiento real–, éstas fueron inexplicablemente seguidas, después de su muerte, del olvido y de la lejanía. Junto a la de su coetáneo John Dewey, a pesar de ser profundamente diversa, su especulación representa una de las elaboraciones más significativas y profundas del pensamiento americano de principios del siglo XX, digna aún hoy de ser estudiada e interpretada.

Santayana es autor de diversas obras de carácter estético que ocupan una parte central dentro de su producción filosófica, además de toda una serie de ensayos cuya importancia por la interrogación filosófica contemporánea está aún por descubrir. Si en el ámbito de la crítica estadounidense ha emergido un cierto interés por su reflexión estética, con algunas buenas aunque muy desiguales monografías,1 en nuestro país faltan sobre todo estudios profundos capaces de mostrar su significado y su gran relevancia filosófica.

De ahí la exigencia de este estudio, motivado por la tentativa de releer el pensamiento estético del pensador español, de presentarlo cumplidamente por primera vez al lector de hoy, siguiendo de cerca sus fases más importantes, de interrogarlo sin prejuicios y avanzar algunas hipótesis interpretativas personales que puedan, además, suministrar ideas para la actual interrogación estético-filosófica. Se ha buscado, por tanto, reconstruir los elementos clave de la meditación de Santayana sobre la belleza, sobre el arte y, más en general, sobre la amplia dimensión del sentir, en sus múltiples aspectos intuitivos, perceptivos, emotivos, afectivos, que ocupan un papel preponderante dentro de su pensamiento, de valorar la naturaleza y su significado, con relación al individuo y al contexto en el que vive y de evidenciar de este modo su pregnancia y originalidad.

La reflexión de Santayana sobre el hecho estético no resulta de ningún modo académica y pomposa, no tiene nada que ver con la tradición idealista continental (a pesar de confrontarse continuamente con ella), ni con la americana, que se deriva de ella con sus vacuas abstracciones y concepciones. Por el contrario, tiene la impronta de una «racionalidad» mediterránea , parte siempre de la experiencia y de la realidad de la vida, del sensus communis , entendido como «buen sentido»,2 y a ellas se refiere constantemente –«estoy en filosofía exactamente donde estoy en la vida cotidiana; de otra forma no sería honesto», escribe al inicio de Scepticism and Animal Faith – reuniendo, además, niveles bastante elevados de profundidad especulativa y de refinamiento expresivo. Su teoría estética no está, de hecho, interesada en la investigación de la belleza en sí, sino que se pregunta más bien por el modo en el que la percibimos y sobre el significado que le atribuimos; investigación en la naturaleza y en la experiencia, en el cuerpo y en las cosas del mundo y no en el espíritu o en la idea, las fuentes, las formas y los materiales de la belleza y del arte, haciendo hincapié en la dimensión del sentir y del actuar. También en este sentido su obra llama hoy la atención y se presta a interpretación, ofreciendo nuevas e interesantes posibilidades de reflexión y de desarrollo.

De manera más general, podríamos aún preguntarnos por qué volver a reflexionar hoy sobre este desengañado moralista, sobre este apartado e intempestivo pensador, escasamente traducido y bastante poco conocido fuera del mundo académico angloamericano, incluso en su España natal, donde sólo en los últimos años se le ha comenzado a redescubrir. No hay duda de que es un pensador intempestivo, habituado a moverse contracorriente, fuera de las escuelas académicas, al resguardo de las modas y las tendencias culturales, transitorias por definición, acostumbrado a vivir apartado y casi escondido, a la antigua usanza; en este sentido, su pensamiento no puede interesar hoy a aquellos que quieran estar a la moda, a los profesionales updated de la filosofía, ni tan siquiera a los filólogos o a los «anticuarios» del pensamiento. No obstante, es su intempestividad, aún hoy tan enigmática e impenetrable, la que tiende a intrigarnos, a resultar un problema y a hacer más oportuna que nunca una relectura de su obra (estética en este caso), que por otra parte no contiene nada nuevo sino aquellos problemas que desde siempre agitan la reflexión filosófica: qué es la vida, cuál es el misterio de la belleza, de dónde nace y qué es el arte.

No se trata por tanto de actualizar un pensamiento que ya por sí rechazaba cualquier concesión a la «bárbara» actualidad de su tiempo y que, en su tendencial propensión hacia un ideal clásico de armonía, sería hoy difícil de volver a evocar, sino más bien de hacer emerger una mirada nueva hacia aquel antiguo sentir mediterráneo en el que la estética de Santayana suministra una notable contribución, haciéndonos descubrir una experiencia más amplia del sentir y una visión más articulada de la razón y de la vida.3 No se trata de anunciar la vuelta de un intempestivo, sino que, más bien, basta sólo con devolver alguna forma de justicia a este pensador de fuerte sensibilidad meridional que, literalmente hablando, no eligió por casualidad vivir buena parte de su existencia en las orillas de aquel mar, en medio de muchas tierras, de aquel Mare Nostrum , cuna de una antigua civilización, y a quien le tocó morir en la ciudad de la que es símbolo. Donde aún hoy, merecidamente, reposa.

1 . Cf . W. E. Arnett: Santayana and the Sense of Beauty , Bloomington, Indiana University Press, 1955; I. Singer: Santayana’s Aesthetics. A Critical Introduction , Cambridge Mass., Havard University Press, 1957; J. Ashmore: Santayana, Arts and Aesthetics , Cleveland, The Press of Western Reserve University, 1966.

2 . Son éstas algunas de las características de una «razón mediterránea» basada en la racionabilidad de la phrónesis (prudencia o sabiduría) y contrapuesta a una «racionabilidad protestante», hija de la razón geométrica del lógos epistemonkós , expuestas de forma atractiva por Serge Latouche en su trabajo Le Défi de Minerve. Rationalité occidentale et raison méditerranéenne , 1999, trad. it., La sfida di Minerva. Razionalità occidentale e ragione mediterranea , Turín, Bollati Boringhieri, 2000.

3 . Desde tal perspectiva, este trabajo se interroga de forma libre y sin prejuicios, alejado de una óptica ejemplar, sobre elementos de nuestra tradición cultural, evidenciando los entresijos y las contaminaciones que están en su base.

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