Читать книгу Hola Guille - Gloria Candioti - Страница 8
ОглавлениеMarina entró al aula con los ojos hinchados de llanto y el pelo desarmado. Javier no venía con ella.
Javier y Marina eran la pareja más estable del colegio. Estaban saliendo desde hacía dos años. Javier había llegado al colegio, después de repetir dos años. A Marina le gustó desde el primer día ese chico lindo y más grande que sus compañeros. Javier la fichó cuando cruzaron la primera mirada. A las dos semanas eran novios. Iban juntos a todos lados, no se separaban. En los pasillos del colegio o en el aula se robaban besos y caricias, cuando los preceptores no los veían. Fuera de la escuela eran una pareja que, en los boliches y en las fiestas en casa de amigos, no se despegaban y ya tenían relaciones. Marina no hubiera querido acostarse con Javier tan pronto, su mamá no se cansaba de decirle que era mejor esperar para no complicarse la vida, pero en la fiesta de quince de Lorena, cuando estaban medio borrachos, no lo pudieron evitar. Hicieron el amor por primera vez en uno de los vestidores del salón.
Javier era celoso y no permitía que Marina tuviera amigos. Solamente admitía la amistad con Lorena y Pamela con quienes eran inseparables. Según Javier, Marina no necesitaba más.
Cuando Lorena y Pamela la vieron entrar, supieron que venía directo de la casa de su novio. Desde la separación de sus padres, Javier vivía con su papá que era viajante. Aprovechaban los días en que Javier estaba solo para que Marina se quedara a dormir con él. Para sus padres, Marina dormía en la casa de alguna de sus compañeras. Hasta el momento todo había funcionado bien.
Marina estaba callada y con la cabeza baja cuando se sentó en su banco de siempre. Al rato, Javier entró con la cara contracturada de enojo y se sentó en la otra punta del aula. Las chicas supusieron que la discusión había sido fuerte. Javier era muy celoso y las veces que se peleaban era porque sostenía que ella miraba a otros chicos o hablaba demasiado con algún compañero.
Marina no salió al recreo, aunque le insistieron. Estaba cansada y apoyó la cabeza entre los brazos. Marina hacía lo posible para disimular el golpe. El pelo en la cara ocultaba el moretón en la mejilla. No quería dar las excusas de que se había caído y golpeado con un mueble. Además, tenía sueño y le dolía todo. Quería pasar la mañana lo más disimuladamente posible, irse a su casa y acostarse a dormir para siempre.
—No te dejó dormir anoche, ¿eh? –le dijo Lorena con complicidad.
Marina no respondió.
En el aula estaban Paula y Guille que tampoco habían salido al patio. Otros compañeros se habían quedado estudiando. “Por suerte la modelito está ocupada”, pensó Marina.
Ezequiel, mientras tanto, no le sacaba la vista de encima.
—Mari, ¿te pasa algo? –preguntó Lorena preocupada.
—Naa, estoy cansada. Nada más.
Lore se sonrió. Algunas veces la había visto bastante dormida en clase, sobre todo cuando venían directo de la casa de Javier.
—Loca, ¿estás bien? ¿pasó algo anoche? Estás como si te hubiera pasado un camión por arriba. ¿Se pasaron de joda o qué? –Pamela la azuzaba para que Marina contara la verdad de lo que ya sospechaban.
—Nada, ¡callate! Dejame tranquila.
Javier también estaba raro y esa mañana se mantuvo lejos de ella. Lo había hecho enojar con esos comentarios que no tenían nada que ver y menos cuando estaban extenuados en la cama. Le salió un cachetazo primero. Lo iba a parar ahí, era suficiente para ubicarla. Ella siguió, lo insultó y se quiso ir. La agarró de los pies y la tiró al suelo. Se descontroló y le pegó patadas en las piernas. Paró cuando ella le pidió perdón.
Javier no podía mirar a Marina, esta vez se le había ido la mano.
Casi al final de la mañana, le mandó un whatsapp: “Perdón, amor. Te quiero”.
Marina ni lo miró y, cuando sonó el timbre de salida, fue la primera en irse. Caminó rápido para que Javier no la alcanzara. Sabía que si hablaba con él aflojaría y esta vez no quería. Necesitaba juntar fuerzas y decisión para dejarlo. Había hecho un comentario sobre Guille y Javier le pegó un cachetazo que le dejó ese moretón en la cara. Los golpes de las piernas estaban escondidos por los pantalones.
Se sentó en un banco de la plaza, le venía a la cabeza la escena de la noche anterior. Javier la alcanzó y la abrazó. Ella trató de sacárselo de encima, pero él lloraba, la acariciaba dulcemente, le besaba la cabeza y le pedía perdón.
Los compañeros que pasaban estaban acostumbrados a esas escenas de la pareja en la plaza vacía al mediodía.
Marina no quería aflojar y lo haría si se quedaba, como había hecho otras veces que Javier le había pegado. La noche anterior había sido más bruto.
—Vamos a mi casa y nos reconciliamos, Mari. Todo va a estar bien.
—Dejame en paz. ¿Vos qué te pensás? ¿Que lo de anoche fue nada? ¡¡ME PEGASTE!!
—Ya te pedí perdón. Me hiciste enojar, boluda, con eso de que Guille se merece otra piba, que Guille esto, que Guille… me puse celoso. ¿Qué tenés que estar pendiente de ese tarado?
—Dejame tranquila.
Marina agarró su mochila y salió corriendo.
Javier esta vez no se atrevió a seguirla. Tenía que esperar a que se le pasara.