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INTRODUCCIÓN

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La vida cotidiana no está fuera de la Historia, sino que es el centro de la Historia.

Ágnes Heller 1

Es necesario que lo cotidiano se convierta en historia para que la historia sea historia de todos.

Franco Ferrarotti 2

Lamento no haber podido tratar más que de una manera muy incompleta los hechos de la vida cotidiana, alimentación, vestido, habitación, usos de familia, derecho privado, diversiones, relaciones de sociedad, que han constituido el principal interés de la vida para la enorme mayoría de individuos.

Charles Seignobos 3

Esta investigación nace de la necesidad de dirigir nuevas miradas hacia uno de los regímenes autoritarios más duraderos de la Europa contemporánea, la dictadura del general Francisco Franco (1936-1975). Concretamente, surge al constatar que, pese al creciente número de publicaciones sobre esta materia, aún quedan preguntas a las que no ha logrado darse una respuesta satisfactoria. Este libro aborda la dictadura como experiencia cotidiana, explorando el franquismo «de carne y hueso», el «realmente» vivido. Se adentra en las «texturas» de lo cotidiano para ofrecer un panorama más matizado y complejo en el que lo político atraviesa y se hace constantemente presente en el día a día.

Este volumen estudia las formas cotidianas de hacer política de los hombres y mujeres «corrientes» del mundo rural a lo largo de toda la dictadura franquista. En especial, presta atención a las opiniones que les merecieron las políticas sociales y otras estrategias de legitimación del régimen, de un lado, y a las pequeñas prácticas de resistencia que pusieron en marcha en su día a día, de otro. Con ello trata de arrojar luz sobre las formas subjetivas en que la gente del agro experimentó la dictadura de Francisco Franco. Y lo hace recurriendo a la perspectiva teórico-metodológica de la historia de la vida cotidiana, que resulta la más apropiada para el estudio de las actitudes sociopolíticas de la población.

Entre los principales objetivos de esta obra está el aproximarse a las experiencias cotidianas de las gentes «corrientes» y a la forma en que vivieron la dictadura de Franco. En particular, este libro busca arrojar luz sobre las estrategias de legitimación de la dictadura ante la población, tratando de dilucidar cuáles fueron las políticas que puso en marcha para incrementar su popularidad en las zonas rurales. En relación con ello, pretende esclarecer las formas en que fueron recibidas las políticas sociales del régimen entre la población del agro. Por otra parte, esta obra aspira a minar algunos de los numerosos tópicos que durante largo tiempo han recaído sobre el mundo rural, como el que lo presenta mayoritariamente pasivo, apático y desprovisto de lógicas subversivas. Al tiempo, pretende subrayar la capacidad de agencia de las sociedades rurales y su potencial para resistir contra el régimen.

Como aportaciones principales de este libro cabe señalar, en primer lugar, el ambicioso marco temporal que aborda. La amplia cronología adoptada engloba toda la dictadura franquista, lo que permite atender a la evolución histórica de la cotidianeidad a lo largo de las décadas de 1940, 1950, 1960 e incluso comienzos de 1970. De esta forma, presta atención no solo a los años de construcción del régimen, los más estudiados, sino también a los de su sostenimiento y caída final. Y es que la peculiaridad del franquismo como dictadura residual en la Europa de entreguerras con una excepcional duración de casi cuarenta años constituye una excelente oportunidad para analizar las mutaciones experimentadas en las actitudes sociopolíticas de la población. En segundo lugar, y a diferencia de otros trabajos sobre el tema, este libro estudia los dos principales grupos actitudinales hacia el franquismo, tanto el del «consenso» como el de la resistencia. Además, aborda una amplia variedad temática que incluye ámbitos insuficientemente explorados, caso de las resistencias simbólicas contra la dictadura. Y lo hace recurriendo a una importante carga empírica: una gran cantidad y variedad de fuentes documentales y orales. Asimismo, estudia las formas en que la gente «normal y corriente» experimentó el régimen de Franco en su vida diaria. Por tanto, va más allá de las políticas puestas en marcha por el franquismo, interesándose sobre todo por su recepción e incidencia «a ras de suelo», esto es, por la forma en que condicionaron las actitudes sociopolíticas de la población. Por tanto, esta investigación trasciende la legislación y los discursos de la dictadura para atender su funcionamiento en la vida cotidiana.

Este capítulo introductorio comienza con una exposición de los principales trabajos de la historiografía europea que han abordado las dictaduras de entreguerras desde la perspectiva de la historia de la vida cotidiana o Alltagsgeschichte. A continuación, se centra en los estudios que han aplicado este enfoque al caso del régimen franquista, haciendo balance de lo que se ha hecho en este ámbito y de lo que queda aún pendiente. En segundo lugar, se expone el marco teórico-metodológico que asume la investigación que sustenta este libro, explicando por qué resulta el más indicado para analizar las experiencias cotidianas de los hombres y mujeres de a pie y se presentan el ámbito cronológico y geográfico de la investigación, así como las fuentes empleadas. Por último, se realiza una clasificación de las actitudes sociopolíticas de quienes vivieron bajo el franquismo y se aplica el modelo a la historia de vida de una mujer del campo malagueño.

1. EL ESTUDIO DE LA VIDA COTIDIANA BAJO LOS REGÍMENES DICTATORIALES DEL SIGLO XX

Este volumen adopta como marco teórico y metodológico de referencia la historia de la vida cotidiana o Alltagsgeschichte, que nació en Alemania occidental hacia finales de los setenta y principios de los ochenta como reflejo académico de los nuevos movimientos sociales. La historia de la vida cotidiana surgió como una suerte de historia social renovada o historia sociocultural que respondía a las señales de agotamiento que venía mostrando la historia social más clásica, así como a las nuevas inquietudes historiográficas de una nueva generación de jóvenes historiadores alemanes. Uno de los pioneros y principales representantes de esta corriente historiográfica en el caso de la contemporaneidad ha sido Alf Lüdtke. En la introducción a uno de los volúmenes que ha coordinado recientemente este autor ha recordado que el interés de los historiadores de la vida cotidiana está del lado de «las experiencias y prácticas de la gente» en sus dimensiones subjetivas.4 Es por ello que desde sus comienzos esta perspectiva estuvo estrechamente vinculada al estudio de la vida privada-doméstica y familiar.5 El enfoque de la historia de la vida cotidiana ha sido aplicado con gran éxito al estudio de las dictaduras europeas del periodo de entreguerras como la Italia fascista, la Alemania nazi, la Francia de Vichy o la Rusia estalinista.6

Desde sus orígenes esta tendencia historiográfica ha guardado una estrecha relación con el estudio de las actitudes sociopolíticas de la gente que vivió bajo los regímenes autoritarios del siglo XX. La importancia de este tipo de análisis radica en su potencial para explicar el auge, sostenimiento y caída de los sistemas políticos dictatoriales que proliferaron en la Europa de entreguerras. El estudio de las percepciones, la «opinión popular» y los comportamientos expresados por quienes vivieron bajo estructuras de poder autoritario respecto a los discursos y las políticas del Estado contribuye a una mejor comprensión de las condiciones en que las dictaduras emergen, funcionan, triunfan o fracasan. Se trata de desgranar la forma en que los regímenes no democráticos se relacionaron con sus respectivas sociedades: hasta qué punto coartaron sus libertades mediante el uso de la violencia, qué fueron capaces de ofrecerles para captar sus voluntades o qué resquicios dejaron abiertos para la expresión de sentimientos discordantes.

Desde el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945 el mito de la resistencia antifascista dominó las interpretaciones sobre las actitudes sociales de los ciudadanos que vivieron bajo las dictaduras europeas. El nazismo o el fascismo eran presentados como regímenes brutales desprovistos de ideología que se habían impuesto violentamente sobre sus respectivas sociedades y que no habían contado con apoyo popular alguno. La población era vista como víctima del terror de estas dictaduras, a la vez que se sobredimensionaba su potencial para resistir, que cristalizó en el mito los «héroes de la resistencia». Fue a finales de los años sesenta cuando, en parte como reacción a esta ortodoxia parcial y simplista, que no alcanzaba a explicar el éxito cosechado por estos sistemas políticos, arrancó una nueva historiografía sobre los comportamientos de la gente de a pie que apuntaba a que, no solo no todos resistieron, sino que los hubo incluso que colaboraron en la represión estatal.7

Para el caso de la Italia fascista (1926-1939) fue Renzo De Felice quien planteó por primera vez esta discusión en su voluminosa biografía sobre Mussolini de 1974. En uno de sus tomos sorprendía afirmando que el fascismo italiano había gozado de un «consenso masivo» y de una gran solidez, sobre todo durante los cinco años de la gran crisis, los comprendidos entre 1929 y 1934. Aunque De Felice hizo, en general, un uso extensivo e impreciso del término, sí distinguió entre consenso activo y pasivo. Si bien en un primer momento fue acusado de revisionista y de dejar en segundo plano los procesos represivos, sus postulados acabaron siendo generalmente aceptados, inaugurando así una nueva era historiográfica en el estudio de las actitudes sociales bajo regímenes autoritarios.8

En 1984 Luisa Passerini introdujo una importante innovación metodológica al recurrir a fuentes orales para desentrañar las actitudes sociales de los obreros de Turín bajo el fascismo.9 También Philippe Burrin estudió la receptividad de las sociedades regidas por dictaduras, afirmando que uno de los principales objetivos de estos sistemas políticos era precisamente la conquista de las masas que, por su parte, albergan actitudes diversas y complejas hacia el poder.10 Unos años después, Emilio Gentile habló de la «sacralización de la política» a la que habría contribuido la experiencia de la Primera Guerra Mundial. Y, más concretamente, se refirió al fascismo como una religión que se valió de símbolos, mitos y rituales para captar el apoyo activo y duradero de las masas. Muchos jóvenes y algunos intelectuales habrían visto en el fascismo esa nueva religión que anhelaban. Además, siempre según este autor, presentarse como la ideología salvadora frente al bolchevismo le habría reportado al fascismo el apoyo de las clases medias.11

Paul Corner, por su parte, advirtió del riesgo de reaccionar a la ortodoxia antifascista llevando las interpretaciones sobre las actitudes sociales al extremo contrario, exagerando el carácter masivo del consenso y minusvalorando los procesos represivos activados por las dictaduras. Recalcó las condiciones de opresión-coerción en que se forjaron las percepciones, enfatizando el poco o nulo espacio para la expresión de actitudes disconformes y matizando el alcance del repetido consenso. Corner advirtió asimismo del peligro de justificar o exculpar en cierto modo a estos regímenes asumiendo la errónea premisa de que, si gozaron de un consenso tan amplio, no habrían sido tan «malos».12

En el caso de la Alemania nazi (1933-1945) los primeros en incorporar estos planteamientos fueron los miembros del «Proyecto Baviera», que nació en 1973 con la pretensión de analizar la conducta de los alemanes durante el Tercer Reich desde una perspectiva social y cotidiana. Entre 1977 y 1983 estuvo liderado por Martin Broszat, que defendió que el Estado nazi no fue totalitario, sino que dejó resquicios para la resistenz (entendida como inmunidad y diferenciada de la resistance) y apostó por la escala de grises como medio para superar las explicaciones en clave blanco versus negro. Entre los trabajos pioneros en este sentido estuvieron también los de Mosse, que apostó por una concepción cultural del fascismo, o Peukert, quien apuntó a la popularidad del Führer como uno de los cimientos del Tercer Reich.13 Primo Levi, por su parte, volvió a referirse en sus trabajos autobiográficos a la existencia de «zonas grises» entre los opresores y los oprimidos, y habló de la doble condición de «resistentes» y «colaboradores» de aquellos prisioneros que de alguna manera colaboraron con las autoridades de los campos de concentración nazis.14

En 1996 Goldhagen publicaba su polémico Hitler’s Willing Executioners, en el que abordaba la espinosa cuestión de la responsabilidad de la sociedad alemana en el Holocausto, concluyendo que existió una implicación activa de hasta un millón de alemanes corrientes en el terror nazi, que el autor explica en base al fuerte antisemitismo que había anidado en la sociedad alemana. Sus tesis fueron objeto de fuertes críticas y dieron paso a una importante controversia historiográfica que fue encabezada por Browning. Este autor, aun compartiendo la idea de la corresponsabilidad de la población alemana en el Holocausto, le atribuía una motivación distinta del antisemitismo «demonológico» y uniforme de Goldhagen, a quien acusaba de ofrecer una explicación monocausal, unilateral y maniquea.15

Tiempo después, Robert Gellately ahondó en la cuestión del colaboracionismo con las autoridades nazis por parte de los alemanes de a pie, que no solo habrían sido conocedores de las atrocidades cometidas en los campos, sino que incluso habrían mostrado una actitud, si no entusiasta, al menos sí positiva, siendo muy pocas las voces críticas. El autor habló de un consenso más activo que pasivo que habría sido evidente a partir de 1933, si bien siempre como actitud interrelacionada e inseparable de la represión practicada por la dictadura. Entre las razones que habrían llevado a los alemanes a apoyar el nazismo apunta al descrédito en que había caído la República de Weimar o al deseo de acabar con las altas tasas de delincuencia, de restaurar la ley y el orden y de volver a los valores conservadores y tradicionales. Habló también de la existencia de «zonas grises» o actitudes sociales intermedias entre el consenso y el disenso.16

De entre todos estos historiadores, el que más éxito ha cosechado ha sido Ian Kershaw, que ha ahondado en la opinión popular sobre el terror nazi. El autor llega a la conclusión de que durante la Segunda Guerra Mundial la «cuestión judía» no estuvo entre las principales preocupaciones de la inmensa mayoría de los alemanes. Según Kershaw, existía una importante animadversión hacia los judíos que hizo que la mayor parte de la población no judía viese con indiferencia y hasta con aquiescencia las medidas discriminatorias e incluso las que implicaban el uso de la violencia. Y, aunque no compartieran una medida tan extrema como la «Solución Final», lo cierto es que esta no habría sido posible sin todas las normativas antisemitas previas, bien conocidas y aceptadas, ni sin la generalización de actitudes de apatía e indiferencia al respecto.17 Más recientemente, Nicholas Stargardt ha vuelto sobre esta idea, remarcando que los alemanes eran buenos conocedores de cuanto estaba sucediendo con los judíos, pero que este asunto no estaba entre sus principales preocupaciones, centradas en el desenlace de la contienda mundial.18

Por su parte, en la Francia de Vichy (1940-1944) el relato ortodoxo sobre la resistencia fue por primera vez puesto en cuestión por Robert Paxton. Este autor vino a señalar que, al menos hasta 1943, muchos franceses apoyaron al régimen del mariscal Pétain, calculando que los resistentes no habrían representado más de un 2 % de la población adulta francesa. A aquellos trabajos les seguirán los de Pierre Laborie sobre la opinión popular de los franceses y, años después, los del historiador Robert Gildea, que se refirió al extendido y sacralizado relato del «buen francés» o resistente, por contraposición al del «mal francés» o colaboracionista, a los que vendría a sumarse el del «pobre francés», aquel que concentró sus esfuerzos en sobrevivir desentendiéndose de los avatares políticos.19

Entre los trabajos que han abordado el periodo de la Rusia estalinista (1928-1939) desde la perspectiva de la historia de la vida cotidiana destacan los de Sheila Fitzpatrick. Esta historiadora ha profundizado en las relaciones que se establecieron entre el Estado y la sociedad tanto urbana como rural, así como en las prácticas resistentes de la población.20 También se han publicado trabajos centrados en las actitudes sociopolíticas de la población de la República Democrática Alemana, entre los que sobresalen los de Fulbrook, que exploró las relaciones entre dominación, complicidad y disenso durante las cuatro décadas de dictadura socialista. Las investigaciones sobre el Estado Novo de Salazar tampoco han sido ajenas a esta tendencia historiográfica. E incluso se han hecho estudios en este sentido para regímenes no europeos como la dictadura de Videla en Argentina (1976-1983).21

En definitiva, la historiografía europea que ha hecho suyos los planteamientos de la historia de la vida cotidiana se ha centrado, sobre todo, en las actitudes sociopolíticas de la población bajo las dictaduras de entreguerras. Y, más concretamente, en las resistencias cotidianas, la recepción de las políticas del «consenso» y la colaboración de la gente de a pie en la represión orquestada por estos sistemas políticos. Sin embargo, la perspectiva de la historia de la vida cotidiana ha sido mucho menos explorada y exitosa en el caso del régimen de Franco. Los trabajos sobre la España franquista han tendido a seguir la estela dejada por los historiadores europeos de la Alltagsgeschichte especializados en la Alemania nazi o la Italia fascista, que en cierto modo han actuado de vanguardia historiográfica.

1.1 El estudio de la cotidianeidad bajo el franquismo

En el caso de la España franquista (1936-1975) la historia de la vida cotidiana ha tenido escaso recorrido, como indica el reducido número de obras que incorporan la palabra en el título. Y, aun en esos casos, esta perspectiva teórico-metodológica ha sido quizá más nominada que profunda y rigurosamente trabajada. No obstante, desde finales de los años setenta y durante los ochenta y noventa se publicaron algunos trabajos reseñables. Uno de los primeros en llevar al título de su trabajo la noción de «vida cotidiana» fue Rafael Abellá, autor de dos volúmenes dedicados a la cotidianeidad durante la Guerra Civil en cada uno de los bandos y de un tercero centrado en la dictadura de Franco. Estos trabajos pioneros constituyeron un loable esfuerzo por abordar los aspectos cotidianos de la sociedad española, pero adolecían quizá de tomar poco en consideración las preguntas que suscitaban mayor interés historiográfico.22

En 1995 se publicaba en la revista Ayer un dosier dedicado a «la historia de la vida cotidiana», coordinado por Luis Castells, que podría considerarse como uno de los principales impulsores de esta corriente en España. En él tan solo se incluía un trabajo relativo al régimen franquista a cargo de Pilar Folguera que se concentraba en los primeros años de la dictadura. Pero también se recogían estudios de carácter teórico-metodológico sobre la Alltagsgeschichte, incluyendo uno firmado por Alf Lüdtke.23 Pocos años después Castells coordinó un nuevo volumen sobre la vida cotidiana, esta vez dedicado al País Vasco contemporáneo. En la introducción de aquella obra el autor admitía que la observación de lo cotidiano «hace diáfano lo que en ocasiones queda borroso y nos proporciona una imagen más cercana y visible de la historia de las gentes», contribuyendo al conocimiento de sus hábitos y costumbres.24

Como ocurriera en la historiografía europea, en España la historia de la vida cotidiana ha ido de la mano del estudio de las actitudes sociopolíticas de la población. Los primeros trabajos que adoptaban esta perspectiva aparecieron a finales de los años ochenta inspirados por la historiografía alemana y, sobre todo, italiana, si bien hacían hincapié en las peculiaridades del franquismo y de la sociedad sobre la que se impuso. Los trabajos en este ámbito han ido la mayoría de las veces ligados al estudio de los apoyos sociales de la dictadura y se han centrado sobre todo en el primer franquismo. Así, aunque en los últimos años ha empezado a ponerse la mirada en las etapas posteriores del régimen, continúa existiendo un importante vacío en lo referente a las décadas de los cincuenta, sesenta y setenta. Entre los pioneros en abordar el tema del consenso bajo el régimen de Franco estuvieron De Riquer, para el caso catalán, Moreno Luzón o Calvo Vicente.25

La historiografía catalana fue de las primeras en explorar, en los años noventa, las posibilidades de la categoría «consenso», si bien no hizo el suficiente hincapié en las actitudes sociales intermedias, presentando un panorama con escasos matices y tendente a la bipolaridad. Estudios como los de Barbagallo o los de Molinero e Ysás pusieron de manifiesto que el franquismo contó en la región con el apoyo mayoritario de la burguesía catalana, temerosa de la revolución social, así como de los sectores católicos. No obstante, las actitudes de rechazo propias de las clases trabajadoras y de las clases medias intelectuales y catalanistas estuvieron más extendidas, pese a que prácticamente no hubiera expresiones de resistencia abierta debido a la fuerte represión y al generalizado miedo en los años cuarenta. Conxita Mir, por su parte, estudió el mundo rural catalán de posguerra, centrándose sobre todo en los procesos represivos y en las resistencias cotidianas. Para este mismo marco espaciotemporal Jordi Font puso de relieve el gran potencial de las fuentes orales a la hora de esclarecer las percepciones de la población del agro acerca de la dictadura. En uno de sus trabajos en Historia Social este autor se refirió a la historia de la vida cotidiana como «una herramienta muy útil para averiguar el grado de eficacia de la dictadura para imponer su dominio».26

Fue a finales de los años noventa cuando el conocido como «Proyecto Valencia» marcó un antes y un después en este ámbito historiográfico. Sus principales investigadores, Saz y Gómez Roda, atendieron a la evolución de las actitudes sociales a lo largo del periodo dictatorial, paralela a las transformaciones económicas y políticas. Los autores concluyeron que el importante desarrollo económico de la región valenciana desde finales de los años cincuenta y, sobre todo, a comienzos de los sesenta le habría granjeado al régimen franquista el apoyo de las clases medias profesionales, contribuyendo así a ampliar su base de consenso.27 Otros historiadores que han trabajado sobre este tema han sido Ángela Cenarro, que hizo hincapié en la violencia como pilar en que se sustentó el «Nuevo Estado»; Antonio Cazorla, reticente a usar la categoría «consenso» al referirse al franquismo; o Francisco Sevillano, que defendió que el «Nuevo Estado» combinó el ejercicio de la violencia con sus esfuerzos por generar consenso.28

Para el mundo rural de Andalucía Oriental destacan los trabajos de Francisco Cobo y Teresa Ortega, centrados en el estudio de los apoyos sociales al franquismo, que han mostrado la heterogeneidad de grupos sociales que se sintieron atraídos por las promesas de paz, propiedad, orden y justicia social de la dictadura. Por su parte, Miguel Ángel del Arco y Peter Anderson han destacado que la represión no vino solo «desde arriba», sino que los ciudadanos comunes jugaron un importante papel en la misma.29 Para este mismo ámbito, y más concretamente para la provincia de Almería, Óscar Rodríguez ha tratado en sus investigaciones las prácticas de resistencia en la década de los cuarenta. También en Galicia se ha avanzado mucho en este terreno, con importantes estudios sobre el ámbito rural como los de Ana Cabana, que ha hecho hincapié en los conflictos y en las resistencias, o los de Daniel Lanero, que ha transitado la todavía poco explorada senda de las políticas sociales de la dictadura.30

Los trabajos más recientes sobre las actitudes sociopolíticas bajo el franquismo han sido llevados a cabo por una generación más joven de historiadores que han leído sus tesis doctorales en los últimos años. Entre ellos, Claudio Hernández, que ha ahondado en la existencia de una amplia y mayoritaria «zona gris» en Granada integrada por aquellos que no eran ni opositores ni adeptos; Irene Murillo, quien se ha centrado en las resistencias femeninas en la Zaragoza de posguerra; Carlos Fuertes, que ha trabajado entre otras cuestiones la recepción de las políticas educativas franquistas en Valencia o, en fin, Estefanía Langarita, quien ha profundizado en los apoyos sociales y la construcción de la dictadura en Aragón.31

Este libro incorpora todos estos nuevos debates, enfoques y perspectivas que, asumiendo las tendencias internacionales para el estudio de los regímenes autoritarios, han renovado de manera sugestiva y original las preguntas sobre el periodo franquista. La historia de la vida cotidiana ha demostrado ser de gran utilidad para esclarecer las actitudes sociales de la población que vivió en dictadura, de sus prácticas de resistencia frente al poder y de la forma en que recibieron las políticas de consenso del régimen. El presente volumen parte de todas estas premisas, a la vez que trata de ir más allá en lo que respecta a los aspectos cualitativos y a la dimensión sociocultural, en los que hace especial hincapié. Al tiempo, maneja una gran carga empírica y aplica una amplia cronología que abarca desde los años cuarenta hasta los setenta, lo que permite atender a la evolución de la política popular a lo largo de las décadas. De esta forma, esta obra pretende contribuir a una mejor y más profunda comprensión de la, todavía en muchos aspectos desconocida, dictadura de Francisco Franco.

2. LAS «TEXTURAS» DE LO COTIDIANO. La Alltagsgeschichte y sus fuentes

Aunque durante mucho tiempo la historia de la vida cotidiana o Alltagsgeschichte fue despectivamente vinculada con el estudio de lo costumbrista, lo trivial o lo banal, hoy en día ha logrado desprenderse de todos aquellos prejuicios. Como explicara Hernández Sandoica, la historia de la vida cotidiana «no se refiere (o no debe referirse) a los aspectos anecdóticos de la vida diaria».32 Entre otras cuestiones, esta perspectiva historiográfica permite conocer la «microfísica del poder» y las «relaciones extraoficiales de poder» atendiendo a las prácticas cotidianas que conciernen de algún modo al Estado.33 Además, el prisma de lo cotidiano se revela como el más indicado para descubrir cómo se concretan las continuidades y las discontinuidades del proceso histórico en las vidas de los hombres y mujeres «normales y corrientes», así como las implicaciones que tuvieron para ellos en su día a día. Asimismo, la adopción de esta perspectiva ofrece la posibilidad de recuperar la particular «cosmovisión» de la gente de a pie, esto es, los parámetros culturales que configuraban su particular universo cotidiano. En otras palabras, los valores y significados que confirieron al microcosmos en el que actuaban y tomaban decisiones, y que configuraban su visión del mundo.34

En palabras de Franco Crespi, la cotidianeidad tiene que ver con «la exaltación del calor de las cosas simples de la vida, del carácter tranquilo de la vida cotidiana con respecto a las tensiones y los riesgos de los momentos excepcionales».35 Sin embargo, este libro entiende la compleja noción de lo cotidiano, no solo como lo ordinario del día a día, sino también como lo extraordinario que viene a romper la «normalidad» y como la relación que se establece entre ambos. Para el caso de la Alemania nazi, Bergerson ha escrito que «la vida cotidiana durante el Tercer Reich no puede caracterizarse como normal o anormal, integradora o alienante. Normalidad y anormalidad, comunidad y sociedad, no son categorías objetivas sino experiencias subjetivas producidas a través de mecanismos culturales».36 Por tanto, no resulta sencillo delimitar qué es ordinario y qué extraordinario, o qué es normal y qué anormal en el día a día de una dictadura como la franquista durante la que todas estas concepciones quedaron trastocadas. El «anormal» régimen de Franco acabó por «normalizarse» a base de perdurar. Y episodios en otros momentos «extraordinarios» como las pequeñas operaciones estraperlistas devinieron «ordinarios» en los años de posguerra a base de repetirse día tras día.37

En primer lugar, la historia de la vida cotidiana guarda un estrecho vínculo con la nueva historia cultural, que surgió con fuerza a mediados de los años noventa tras el llamado «giro cultural» y que eclipsó a la historia social más clásica.38 El interés de esta corriente historiográfica ha estado del lado del estudio de las mentalidades, las subjetividades y las identidades tanto individuales como colectivas, así como de las representaciones e imaginarios, y de las construcciones discursivas y simbólicas, que –junto a las realidades materiales objetivas– resultan cruciales a la hora de reconstruir el universo cotidiano de las clases populares. Todos estos elementos adquieren significados plurales, por lo que existen multitud de aproximaciones posibles, como las que se hacen desde la historia, la sociología o la antropología. Es precisamente de estas dos últimas disciplinas de donde proviene la noción de «cultura» que manejamos aquí, entendida como «todo el modo de vida» de un pueblo. O, en otras palabras, como «la urdimbre de significaciones atendiendo a las cuales los seres humanos interpretan su experiencia y orientan su acción». Por tanto, la cultura engloba tanto la «alta cultura» como la «cultura popular» (o folclore) y se configura bidireccionalmente, tanto de arriba abajo como de abajo arriba.39 Asimismo, nos resultan de gran utilidad conceptos como el de habitus de Bourdieu, esto es, el conjunto de disposiciones o esquemas mentales que codifican la manera de ser y estar en el mundo de cada grupo social que son «naturalizados» y asumidos de manera inconsciente.40

En segundo lugar, este enfoque teórico-metodológico permite acceder a la política popular a través de lo cotidiano o, en otras palabras, atender a las múltiples formas en que lo político atraviesa contextos cotidianos como el del trabajo, la alimentación, el ocio, o la religiosidad y las festividades populares. Para ello resulta imprescindible comprender la esfera de lo político en un sentido lato que trascienda la política formal, caso de la pertenencia a un partido u organización sindical, y englobe las múltiples «formas de hacer política» de «los de abajo». Ello resulta especialmente cierto si tenemos en cuenta que bajo un régimen dictatorial como el franquista no puede hablarse de la existencia de una «esfera pública» propiamente dicha. No obstante, ello no significa que todos los actos cotidianos de la gente «corriente» tuvieran connotaciones políticas, por lo que debemos evitar caer en el extremo contrario, el panpoliticismo, que acaba vaciando de contenido esta categoría analítica.

Tercero, y en el caso concreto de la dictadura de Franco, la aproximación de la Alltagsgeschichte abre la posibilidad de analizar la problemática relación entre el Estado franquista y la sociedad sobre la que se impuso: los momentos dulces y los episodios críticos por que atravesó, y cómo, cuándo y por qué se acabó deteriorando sin posibilidad de continuidad tras casi cuatro décadas de entendimiento. Por ejemplo, esta perspectiva resulta útil a la hora de observar las pequeñas acciones de resistencia cotidiana puestas en marcha para desafiar al poder franquista. Asimismo, permite dilucidar las formas en que las políticas y los discursos franquistas fueron recibidos por la población «a ras de suelo»: cuáles les resultaron atractivos, cuáles repudiables y cuáles otros indiferentes.

Cuarto, frente a la rigidez de los enfoques estructuralistas, la Alltagsgeschichte se caracteriza por su flexibilidad y dinamismo a la hora de abordar la forma en que los individuos experimentaron el proceso histórico. Como explicara uno de sus principales representantes, Alf Lüdtke, «los hombres hacen su historia en unas condiciones dadas, ¡pero la hacen ellos mismos!».41 Esta corriente historiográfica enfatiza la autonomía de los sujetos y relativiza los límites estructurales que los constriñeron en su quehacer cotidiano. La historia de la vida cotidiana pone el foco sobre los hombres y mujeres «comunes» que durante largo tiempo fueron desatendidos y marginados por la historiografía tradicional. No se trata de negar la capacidad del Estado para condicionar la vida de los individuos, máxime en el caso de regímenes coercitivos y violentos como el franquista, sino de reconocer que los sujetos estuvieron en condiciones de negociar con el poder muchos aspectos de su cotidianeidad. En palabras de De Certeau, pese al poder de las estructuras, los individuos son capaces de poner en marcha prácticas o «maneras de hacer» cotidianas con las que se reapropian del espacio de forma «creativa».42

En línea con lo anterior, este libro trata de subrayar el papel que tuvieron los hombres y mujeres «corrientes» en el sostenimiento de la dictadura franquista. Al tiempo, pretende revalorizar la capacidad de agencia que lograron preservar en aquel contexto altamente opresivo y hostil. Entre estos individuos estuvieron las mujeres, los jóvenes, los trabajadores agrarios o los vendedores ambulantes, que aparecen en las siguientes páginas como sujetos con voz propia que, pese a vivir parcialmente encorsetados, tomaron las riendas de sus vidas cotidianas. No obstante, esta atención especial a los grupos ordinarios y marginales, que constituían el grueso de la población, no es óbice para que ampliemos nuestras miras a toda la comunidad, sin ignorar a las élites locales. Además, a la hora de aplicar la metodología propia de la historia de la vida cotidiana toma en consideración la clase social, el entorno familiar, el sexo o la edad de estas personas como factores configuradores de sus múltiples y plurales experiencias cotidianas.

En quinto lugar, los temas por los que se han interesado los historiadores de lo cotidiano han sido de una gran riqueza y diversidad. En el caso de los estudiosos de las dictaduras europeas del siglo XX que han aplicado los presupuestos teóricos de la Alltagsgeschichte, uno de los predilectos ha sido el de las actitudes sociopolíticas de la población. Esta cuestión aparece estrechamente vinculada al estudio de la cotidianeidad, al abrir la posibilidad de recuperar las variadas formas en que los hombres y mujeres que vivieron en dictadura experimentaron este sistema político. En otras palabras, abre al historiador la posibilidad de conocer la dictadura «realmente» vivida por la gente de a pie. Este libro se inserta en esta línea temática, englobando tanto los sentimientos de aquiescencia y conformidad que suscitaron las políticas más magnánimas del régimen franquista, como las prácticas de resistencia cotidiana protagonizadas por los disidentes o disconformes.

Sexto, la historia de la vida cotidiana resulta especialmente valiosa cuando se aplica a pequeñas escalas de análisis. Es por ello que aquí se asume la perspectiva de la historia desde lo local, un enfoque que emergió al calor del llamado «giro local» de principios de la década de los noventa ante la necesidad de descentralizar la historia dando mayor protagonismo al marco local, el ámbito de gestión más inmediato y en el que empiezan a construirse las identidades individuales, que no podía continuar siendo un mero reflejo de lo global.43 La adopción de este prisma permite hacer aportaciones de relevancia al conocimiento general sobre el franquismo: corroborar, desmentir o formular nuevas hipótesis de trabajo.44

Su aplicación resulta altamente pertinente para esta investigación por varias razones. En primer lugar, porque el microanálisis o «reducción de la escala de observación de los objetos con el fin de revelar la densa red de relaciones que configuraron la acción humana» ofrece la posibilidad de ampliar el zoom para captar la pluralidad y las sutilezas de las actitudes, comportamientos y percepciones de la «gente corriente», haciendo hincapié en lo social, lo cotidiano y lo cultural. Aunque presenta estrechas conexiones con la microhistoria, con la que comparte el interés por la «descripción densa», la historia desde lo local pone el foco en toda la comunidad, en lugar de tender a centrarse en un único individuo. En segundo lugar, porque introduce en el análisis «lo periférico, lo marginal, lo descentrado», que es precisamente donde se pone el acento. En tercer lugar, porque permite conocer y reconstruir con mayor nivel de profundidad el contexto espacial en que vivieron los sujetos históricos que analizamos.45 Finalmente, contribuye a revalorizar el a menudo olvidado mundo rural y a minar algunos de los tópicos que siguen pesando sobre él.

Ahora bien, no se trata de hacer historia local de un lugar, con lo que se correría el riesgo de caer en el localismo que tan solo resulta de interés para los nativos, sino de responder a preguntas historiográficas de interés general desde lo local. Para ello conviene mantener un equilibrio con las escalas regional, nacional e internacional mediante el recurso a análisis multiescalares que nos impidan perder la perspectiva. Se trata de casar lo micro o particular con lo macro o general de forma que podamos comparar los diferentes, similares o idénticos ritmos evolutivos, así como confirmar o desmentir procesos y tendencias generales. Este libro es, por lo tanto, una historia desde lo local que recurre a diversos casos como pretexto para analizar cuestiones de relevancia historiográfica.

El volumen analiza el mundo rural, el mayoritario en la España de la época,46 y se centra, sobre todo aunque no exclusivamente, en Andalucía Oriental. Frente al criterio estrictamente poblacional utilizado por el INE a la hora de discernir entre zonas urbanas y rurales, Cazorla Pérez propuso el empleo de un criterio mixto que considerase, no solo el número de habitantes, sino también su ocupación predominante. Sin embargo, más que en el tamaño o la actividad económica, sería conveniente introducir parámetros cualitativos como las formas de vida o la mentalidad de sus habitantes.47 Es indudable que durante el franquismo el mundo rural presentaba una serie de peculiaridades respecto al ámbito urbano. En este sentido, Veiga y Cabo apuntaron algunas de estas especificidades, como la prudencia, la cohesión de la familia y la comunidad, la desconfianza hacia el exterior, la importancia de la cultura oral, el faccionalismo y clientelismo o las estrategias basadas en las «armas de los débiles».48

Por último, uno de los principales obstáculos que han encontrado los investigadores para practicar la historia de la vida cotidiana ha sido el de las fuentes. Ello ha tenido que ver con las dificultades a la hora de dar con evidencias que recojan las vivencias de los hombres y mujeres de a pie, dado que su voz rara vez quedó reflejada en documentos oficiales, pues muchos ni siquiera eran capaces de leer y escribir. Además, constatar documentalmente las subjetivas percepciones cotidianas de la población no resulta sencillo, en tanto que prácticamente solo son accesibles para el investigador en aquellos casos en que se tradujeron en comportamientos concretos y acabaron registrados de algún modo. En general, las actitudes aquiescentes pueden ser rastreadas en las fuentes mediante las huellas documentales que dejaron los colaboracionismos –actas de denuncia–, mientras que aquellas de rechazo son recuperables a partir de las sanciones impuestas a las acciones de resistencia que quebrantaban las normativas. Sin embargo, acceder al «estado de opinión» más o menos favorable hacia las políticas de la dictadura, la mayor parte de las veces no exteriorizado ni colaborando ni resistiendo, resulta mucho más difícil.

Para soslayar estos obstáculos recurrimos a fuentes alternativas y muy diversas entre sí, susceptibles de complementarse mutuamente. La investigación que vertebra este libro se apoya en abundantes evidencias primarias, superando una de las quizá más recurrentes carencias de los trabajos centrados en las actitudes sociopolíticas, el desequilibrio entre un exceso de teorización y una escasa carga empírica. Algunas de ellas son fuentes tradicionales a las que se han lanzado nuevas preguntas, caso de las hemerográficas, estadísticas o (algunas de las) archivísticas. Otras resultan más originales, como las epistolares, las orales o los cuadernos escolares. Todas estas fuentes han sido tomadas con las debidas precauciones en tanto que fueron elaboradas en el contexto de un régimen que nunca garantizó las libertades individuales.

Respecto a las fuentes archivísticas, hemos estudiado la documentación procedente de una decena de archivos municipales andaluces. Tanto en estos como en los archivos provinciales de Málaga, Jaén, Almería y Granada –en esta última ciudad también el Archivo de la Real Chancillería– hemos consultado fuentes de carácter judicial como los expedientes instruidos por los juzgados de paz, los incoados por el inspector de abastos y otras autoridades locales por infracción de las ordenanzas municipales, los partes de la Guardia Civil o las denuncias formuladas por los guardias rurales de las HSLG. Al manejar esta documentación, mayoritariamente generada tras la denuncia de un agente de la autoridad o de un particular, hemos de tomar la precaución de considerar que muchas de aquellas acusaciones pudieran ser sencillamente falsas. Entre los archivos nacionales en los que hemos trabajado se encuentra el Archivo General de la Administración, donde hemos consultado sobre todo las memorias anuales enviadas por los gobernadores civiles, la documentación generada por la Obra Sindical del Hogar o el suculento fondo del Gabinete de Enlace. También el Archivo del Partido Comunista, donde recopilamos numerosas cartas remitidas a la emisora de radio La Pirenaica por los oyentes de las zonas rurales. Por último, los archivos internacionales, concretamente The National Archives (Londres, Reino Unido), donde accedimos a la documentación diplomática generada por el Foreign Office.

En cuanto a las fuentes orales, contamos con una muestra de alrededor de treinta informantes procedentes de diversos municipios de Andalucía Oriental. Este tipo de fuentes proporcionan la subjetividad imprescindible para el estudio de las percepciones bajo la dictadura que, lejos de suponer un lastre, constituye una virtud. Además, complementan y suplen parcialmente las carencias de las fuentes documentales en las que las mujeres, por ejemplo, quedan infrarrepresentadas, abriendo la posibilidad de dar voz a quienes tradicionalmente no la han tenido.49 A la hora de escoger a los sujetos entrevistados se ha tratado de mantener el equilibrio entre sexos, pero también entre generaciones, clases sociales y grado de implicación política durante el periodo de estudio, factores que condicionaron la forma en que experimentaron sus vidas cotidianas. El procedimiento seguido ha sido el propio de las historias de vida, entendiendo la entrevista como una conversacion flexible y fluida entre entrevistador y entrevistado en la que este último narra las cuestiones más significativas de su vida. Para ello se ha partido de un cuestionario previamente preparado a modo de guion orientativo. Una vez realizada la entrevista, se ha procedido a su transcripción teniendo siempre presente la necesidad de deconstruir el testimonio.50 Por supuesto, estas fuentes no están exentas de las limitaciones y deficiencias inherentes a todas las fuentes históricas, pero basta con ser conscientes de las «trampas» de la memoria –distorsiones o recuerdos a medida en función de la experiencia vivida y los cambios identitarios experimentados por el sujeto– y de que estas también pueden y deben de ser interpretadas para que ello no represente un obstáculo insalvable.

En este sentido, aunque algunos se refieren a la historia como el conocimiento objetivo por oposición al conocimiento subjetivo representado por la memoria, a la que atribuyen un menor grado de rigurosidad y cientificidad,51 lo cierto es que ambas son formas complementarias de representar el pasado que se construyen socialmente.52 Incluso hay quienes niegan esta distinción, arguyendo que ambas son «actos de rememoración y reunión de evidencias».53 En el diálogo que se establece entre las fuentes escritas, «acabadas y limitadas», y las fuentes orales, «abiertas y vivas», existen puntos de confluencia y de divergencia, potenciaciones y contradicciones.54 La importancia de estas últimas residiría «no tanto en su observación de los hechos, sino en su desviación de ellos, en cuanto permite que la imaginación, el simbolismo y el deseo emerjan. Y estos pueden ser tan importantes como las narraciones factualmente ciertas».55 La dialéctica recuerdo-olvido no está desprovista de intencionalidad, sino que responde a unos determinados anhelos y necesidades tanto individuales como colectivas. Así, en palabras de Thelen, «en un estudio sobre la memoria, lo importante no es hasta qué punto un recuerdo encaja exactamente con un fragmento de la realidad pasada, sino por qué los actores históricos construyen sus recuerdos de una cierta forma en un momento dado».56 El análisis de la memoria resulta de gran utilidad para desentrañar la relación entre los recuerdos y el posicionamiento ideológico-político de los sujetos en el pasado.57 La memoria y la desmemoria nos ofrecen importantes pistas acerca de las actitudes sociopolíticas de los individuos, pudiendo leerse en clave de conformidad o disconformidad hacia el «Nuevo Estado» franquista. Como explicara Alessandro Portelli, uno de los historiadores que con mayor éxito ha trabajado con fuentes orales,

el distanciamiento entre el hecho (acontecimiento) y la memoria no se puede atribuir al deterioro del recuerdo, al tiempo transcurrido, ni quizás a la edad avanzada de algunos de los narradores. Sí puede decirse que nos encontramos delante de productos generados por el funcionamiento activo de la memoria colectiva, generados por procedimientos coherentes que organizan tendencias de fondo.58

3. «NI BLANCO NI NEGRO». LA PALETA DE GRISES DE LAS ACTITUDES SOCIOPOLÍTICAS DE LA POBLACIÓN HACIA LA DICTADURA FRANQUISTA

Los estudiosos de las actitudes han tendido a agruparse en la tendencia de quienes priman los procesos represivos y los comportamientos resistentes, de un lado, y en la de quienes dan prevalencia a las actitudes de consenso y a las prácticas colaboracionistas, de otro. Sin embargo, este libro presta atención a todo el espectro actitudinal, entendiendo que no se trata de dos esferas desconectadas, sino de un continuo. Además, adoptamos un marco cronológico que abarca las distintas etapas de la dictadura, con la indiscutible ventaja que ello entraña a la hora de atender a la evolución del sentir popular hacia el régimen de Franco.59 Asimismo, y a diferencia de lo que ha ocurrido con otras propuestas de clasificación, tratamos de ir más allá del esquema teórico aplicándolo a un caso real y concreto, la historia de vida de una mujer del mundo rural malagueño.

3.1 Clasificación de las actitudes sociopolíticas de la población

Que solo espero el fallo justo y leal de la justicia de Franco, como demostrativo de mi acrisolada conducta y honradez sin tacha (…) Por la España nueva que con tanto ardor defendió aquel héroe y mártir fundador de un credo nuevo por el que dio su vida. ¡JOSÉ ANTONIO! ¡¡¡PRESENTE!!! Y por los que cayeron defendiendo la libertad y el honor de España, con la gloriosa camisa azul, a cuyo Partido en la Sección Femenina milita mi referida hija, y como mujer Española ruego a V.E. y exijo a la ley se me haga JUSTICIA a secas para que resplandezca la verdad, y se me devuelva a mi hijita, alegría de mi casa y consuelo de estos humildes viejecitos que si algún pecado cometieron en su vida fue ser siempre trabajadores, católicos, querer mucho a esa chiquilla que su ausencia nos va a enterrar y adictos siempre a los postulados de FALANGE y con ella a Franco y ESPAÑA (…) ¡Saludo a Franco! ¡Arriba España!60

El fragmento forma parte de la carta enviada por la vecina de Almería Adela Trillo al gobernador civil de su provincia el 23 de junio de 1950. En ella la mujer suplicaba que permitiera la vuelta de su ahijada, apartada del matrimonio después de que la arrendadora de la habitación que tenía alquilada la denunciase por inmoral y escandalosa al utilizar presuntamente la alcoba para la práctica clandestina de la prostitución. Sus exaltaciones de José Antonio Primo de Rivera y de Francisco Franco o sus apelaciones al rol de «mujer española modelo de esposa y de madre» que le correspondía asumir en la Nueva España parecen apuntar hacia un uso inteligente del lenguaje del poder. Mediante el recurso a sus mismas referencias religiosas, patrióticas y de género la remitente esperaba conseguir la gracia de la autoridad.61 Pero ¿era toda esta retórica mera impostura e instrumentalización del discurso del régimen o había sido, aunque fuera parcialmente, interiorizada? Si Adela había sido realmente convencida y, tal y como aseguraba, confiaba en la justicia de Franco, ¿a través de qué discursos y políticas fue conquistada para la causa de la Nueva España?

Como han puesto ya de manifiesto diversos investigadores, las actitudes sociales y políticas fueron heterogéneas y dinámicas. Es por ello que no pueden estudiarse a partir de esquemas dicotómicos reduccionistas que obvian la multiplicidad de factores que conforman la «opinión popular» –cuya existencia bajo regímenes que no garantizan la libertad de prensa resulta discutible– con respecto a las diferentes políticas puestas en marcha por el régimen franquista en sus distintas etapas.62 En esta línea, y frente al modelo binario del blanco o negro, apostamos por una explicación en escala de grises que atienda a los sutiles matices existentes entre el extremo de la adhesión y el de la oposición. Las actitudes sociopolíticas de la población fueron plurales e incluso a veces contradictorias. Un mismo sujeto pudo albergar simultáneamente diversas actitudes respecto a diferentes ámbitos de expresión del poder dictatorial, aceptando unos aspectos y rechazando otros. Y al tiempo, experimentar una evolución actitudinal paralela a la que sufrió la esencia del régimen. La conformación de las actitudes hacia el franquismo se debió a factores tanto materiales como ideológicos y estuvo en función de cuestiones tan diversas como el bando en el que el individuo se implicó durante la Guerra Civil, sus distintos y cambiantes intereses o el peso que concedió en cada momento a sus también múltiples y mutables identidades (familiar, de clase, de género, religiosa o generacional).63

En efecto, el carácter escurridizo de las percepciones ciudadanas impide que podamos referirnos a ellas como compartimentos de límites perfectamente definidos o que podamos hallar una pauta explicativa válida para todo el periodo. Ahora bien, es posible reconocer ese carácter caleidoscópico inherente a las actitudes sin por ello tener que renunciar a su sistematización y definición precisa. Evidentemente, ninguna de las categorías analíticas diseñadas por los investigadores sociales interesados en el estudio de las actitudes será capaz de recoger todos los matices de la subjetividad individual. De hecho, más que ajustarse a la perfección a estas categorías, las actitudes sociopolíticas «reales» de la gente se situarían en los intersticios existentes entre ellas. Pero, como señalara Primo Levi, para explicar y comprender es necesario en cierto modo simplificar, aunque ello entrañe el riesgo de que esa simplificación sea confundida con la realidad, siempre compleja.64

Muestra de ello son algunas de las interesantes propuestas de clasificación de las actitudes sociopolíticas realizadas por investigadores especializados en el estudio de las dictaduras europeas del periodo de entreguerras. En este sentido, sobresale la gradación que realiza Detlev Peukert de los comportamientos disidentes en la Alemania nazi. El historiador alemán toma en consideración la medida en que estas acciones fueron visibles y tuvieron un impacto público, así como el grado en que existió una voluntad de desafiar al régimen. A partir de estos parámetros establece una escala que comienza con la disconformidad ocasional y privada, y continúa con los actos de rechazo, la protesta abierta y, finalmente, la resistencia política.65

En lo referente a la dictadura franquista, destacan las clasificaciones realizadas por historiadores como Ismael Saz o Jordi Font para los ámbitos valenciano y catalán, respectivamente. El primero distinguió entre el consenso activo al que aspiraron los regímenes fascista y nazi mediante la movilización de las masas, y el consenso pasivo propio de otros sistemas dictatoriales como el franquista. Por su parte, Font explicó, a partir de fuentes orales, que en las comarcas del Alt y el Baix Empordà las «formas de convivir» bajo el franquismo, lejos de ser rígidas, se caracterizaron por la variabilidad y la mutabilidad. Concretamente, distinguió entre adhesión sin condiciones, adhesión con divergencias político-morales, pasividad condescendiente o indiferencia aprobatoria, desmovilización política y social, oscilación de la condena político-moral al acomodamiento y, finalmente, disentimiento.66

Más recientemente Óscar Rodríguez, que ha estudiado sobre todo el mundo rural de Andalucía Oriental, ha elaborado otra propuesta de clasificación de las actitudes ciudadanas hacia la dictadura que tomamos como punto de partida aquí. El autor las agrupa en tres esferas: consentimientos, disconformidades y zonas grises, que vendrían a llenar el vacío existente entre las dos primeras. Dentro de los consentidores el autor distingue a su vez entre resilientes (quienes se adaptaron), consentidores pasivos y adeptos. En el grupo de los disconformes, por su parte, los habría habido resistentes, disidentes y, en menor número, opositores. Asimismo, Rodríguez reconoce que entre aquellos que albergaron actitudes de resiliencia y asenso los hubo que puntualmente expresaron tanto disidencia como resistencia.67

GRÁFICO 1

Clasificación de las actitudes sociopolíticas hacia el régimen franquista y evolución aproximada de las de Encarnación Lora Jiménez (1940)


Fuente: Testimonio de Encarnación Lora Jiménez (1940), entrevistada en Teba (Málaga) el 16 de junio de 2016. Elaboración propia.

Si observamos el gráfico 1 comprobamos que los dos extremos corresponden al blanco de la adhesión y al negro de la oposición, las posturas de los dos grupos convencidos, los franquistas incondicionales y los antifranquistas netos. Entre los extremos blanco y negro se dibuja una amplia zona en distintas tonalidades de gris, una gradación que oscila entre la aceptación y el rechazo plenos. Así, las «zonas grises» no constituyen una única actitud social, sino todo el espectro de actitudes posibles entre los extremos de la adhesión y la oposición que oscila entre el consenso y la disconformidad. En esta gama cromática se encontraban quienes interiorizaron en gran medida los mensajes de despolitización del régimen, buscaron la «normalidad» perdida con la Guerra Civil y centraron sus esfuerzos en sobrevivir replegándose en el ámbito privado del hogar. Su número fue en aumento a partir de la década de los cincuenta, cuando iba quedando atrás la posguerra y se iba diluyendo paulatinamente la polarización sociopolítica.68

Esta gama cromática intermedia que se oscurece paulatinamente arranca con el «consenso» que logró establecer el franquismo con aquellos que, aun no formando parte del régimen, se sintieron plenamente identificados con él. No obstante, la cuestión de su existencia bajo las dictaduras ha suscitado un importante debate historiográfico, al haber sido puesta en duda o rechazada por algunos autores que entienden que no es posible que los individuos cuyas trayectorias vitales transcurren bajo estructuras autoritarias abriguen libremente este sentimiento.69 En efecto, como señalara Paul Corner, la mayor parte de la gente no pudo elegir libremente sus actitudes, precisamente por lo cual estas requieren de un análisis diferenciado del que se haría en el caso de las democracias.70 Es por ello que explicar el éxito del franquismo presuponiendo un mayor peso de las actitudes aquiescentes sobre aquellas de rechazo supondría ignorar las prácticas represivo-coercitivas a las que el régimen nunca renunció y que actuaron como obstáculo para la expresión libre de posturas contrarias. Sin embargo, a pesar de ello, creemos que incluso dictaduras como la franquista son capaces de generar un consenso sincero entre importantes sectores que las aceptan y prefieren bajo la convicción de que sus intereses materiales se ven beneficiados o que sus valores ideológico-religiosos están bien representados.

Por su parte, el «asenso» fue encarnado por quienes dieron por buena y por conveniente la dictadura, sin llegar a identificarse completamente con ella. El «consentimiento» fue la actitud de los condescendientes que optaron por acomodarse a una nueva realidad que les resultaba atractiva, aunque no fuera en todas sus dimensiones. Los hubo también «resilientes» que, seguramente prefiriendo otro sistema político, se adaptaron al nuevo contexto. Justo en el centro de la tabla (gráfico 1) se sitúan las actitudes apáticas o abúlicas, las albergadas por aquellos sobre quienes resultaron más efectivos los mensajes de despolitización. Ahora bien, las muestras de indiferencia pudieron jugar tanto a favor como en contra de la dictadura en función de lo que esta esperase de los individuos en cada momento. Tampoco faltaron quienes se resignaron o conformaron aceptando a regañadientes las circunstancias, aunque les fueran adversas. Por su parte, los que albergaron «disenso» en su interior discreparon de las nuevas reglas del juego, aunque pudieran estar de acuerdo con algunas de ellas. La «disconformidad», en fin, fue la actitud de quienes estuvieron en desacuerdo con la dictadura.

A diferencia de algunas de las propuestas realizadas con anterioridad, aquí entendemos que tanto los comportamientos resistentes como los colaboracionistas constituían acciones que dejaban traslucir las actitudes sociopolíticas de los sujetos, que no actitudes en sí mismas, de ahí que no aparezcan expresamente recogidos en nuestra tabla de clasificación (gráfico 1). Las percepciones próximas a la disconformidad se manifestaron a menudo –si bien no siempre- en forma de resistencias, en tanto que aquellas cercanas al consentimiento se expresaron frecuentemente –aunque no necesariamente– mediante la colaboración con las autoridades.71 Esto no implica, sin embargo, que tan solo los disconformes resistieran ni que únicamente los consentidores colaboraran, sino que puntualmente ambos grupos pudieron comportarse de manera distinta a la que, por sus percepciones sociopolíticas, se esperaba de ellos.

Pero las resistencias y los colaboracionismos obedecían también a intereses económicos o personales que poco tenían que ver con la convicción ideológica. Así lo ha explicado Géraldine Schwarz para el caso del III Reich. Esta autora francoalemana utiliza el término «Mitläufer» para referirse a aquellos «que siguen la corriente». Es decir, quienes simpatizaron con los nazis e incluso llegaron a afiliarse al partido por miedo, cobardía, oportunismo o indiferencia. Según la autora, habrían sido mayoritarios en la sociedad alemana y, por ende, claves en el sostenimiento del régimen.72 En el caso de la España franquista un opositor neto pudo, por ejemplo, acudir a las autoridades a denunciar por estraperlista a un convecino de quien lo separaba una fuerte rivalidad profesional, sin que probablemente estuviera a favor de la política autárquica del Gobierno. Y, al contrario, un adepto tan contundente como un alcalde pudo resistirse a acatar la prohibición de celebrar el carnaval en su pueblo para «ganarse» a los vecinos, entre los que se encontraban sus propios familiares y amigos, aunque no rechazara de plano el sentido moralizante de la normativa.

Sin embargo, lo cierto es que la mayor parte de las veces las actitudes no se exteriorizaron ni en forma de resistencias ni de colaboracionismos, sino que los sujetos se mantuvieron en un estado de inacción. La pasividad, no obstante, era significativa, pues en función del contexto podía ser reflejo de actitudes tanto de aceptación como de rechazo, como ocurrió con la falta de entusiasmo y cooperación en muchas de las actividades propuestas por las delegaciones juveniles de Falange (Frente de Juventudes y Sección Femenina).73 Así pues, los hubo resistentes, colaboracionistas y pasivos. Con sus respectivas acciones o inacciones, dejaron traslucir las actitudes que encarnaban en cada momento respecto a las distintas manifestaciones del poder franquista.

Como han explicado diversos investigadores, los regímenes autoritarios se apuntalan y sostienen tanto en mecanismos represivo-coercitivos como en el apoyo social que consiguen recabar.74 La represión busca evitar la activación de resistencias y minimizar así el desafío al Estado que suponen. Por su parte, la búsqueda de apoyos sociales a través de la propaganda o las políticas sociales persigue transformar actitudes apáticas en otras de tipo aquiescente. Por tanto, castigo y recompensa son los mecanismos de que se valen las dictaduras para evitar la generalización de comportamientos contestatarios susceptibles de desestabilizarlas. Sin embargo, no siempre los aplican con la misma intensidad ni resultan todas las veces igual de efectivos, por lo que las actitudes sociales –consentidoras, apáticas y disconformes– van variando su peso relativo a lo largo del tiempo. Durante el periodo 1939-1975 el sentir popular hacia la dictadura estuvo moldeado por distintos factores tanto internos como externos. En concreto, en cada etapa del franquismo existió malestar respecto a unos discursos o políticas y receptividad hacia otros.

Como régimen nacido de un conflicto civil, la «experiencia de guerra» y la adhesión tanto de los excombatientes que habían estado en el frente como de quienes habían permanecido en la retaguardia resultaron claves para su apuntalamiento inicial.75 Durante la inmediata posguerra la dictadura se sostuvo también gracias al despiadado ejercicio de la represión, que extendió el miedo y el silencio. Y a su legitimidad de origen, esto es, la victoria en la Guerra Civil y el recuerdo que impuso de ella, que actuaron como elementos disuasorios de expresiones disconformes.76 No obstante, existió una resistencia armada protagonizada por los maquis, que llegaron a representar un verdadero quebradero de cabeza para las nuevas autoridades en algunas zonas de montaña. Estas acciones guerrilleras, junto con los intentos clandestinos por revitalizar las organizaciones políticas y sindicales, constituyeron los esfuerzos organizados más sobresalientes por plantar cara al régimen recién nacido.77

En estos años cuarenta fueron tres los aspectos que más condicionaron las actitudes sociopolíticas de la población.78 En primer lugar, la gestión de la crisis alimentaria, causada –o al menos, agravada– por la férrea y prolongada adopción de la política autárquica, que suscitó las críticas y las quejas de los vecinos.79 El grave problema de desabastecimiento trató de resolverse con el parche de la beneficencia, fundamentalmente canalizada a través de la institución falangista Auxilio Social, que ha sido bautizada como «la sonrisa de Falange» y que bien pudo contribuir a tornar más amable la imagen de la dictadura.80 En segundo lugar, la Segunda Guerra Mundial que, por una parte, generó comentarios aliadófilos entre quienes mantenían la esperanza en una intervención exterior que hiciera virar el rumbo político del país81 y, por otra, fue utilizada por la propaganda dictatorial para la construcción del relato del Caudillo como garante de la neutralidad de España en la contienda.82 Por último, la furia represiva de la dictadura alcanzó todos los ámbitos de la cotidianeidad al revestir múltiples aristas –física, económica, cultural, psicológica– conectadas entre sí. Los procesos represivos y coercitivos contra los vencidos dieron pie a sentimientos encontrados. Por un lado, habrían recibido el visto bueno de amplios grupos sociales en los que caló el discurso oficial del «justo y merecido castigo» por los «desmanes» cometidos.83 Por otro lado, suscitó el rechazo de importantes sectores que, aun habiéndose alegrado de la victoria franquista, estimaron a todas luces excesivo el duro y prolongado ejercicio de la violencia que siguió a la victoria. Para este segundo grupo, una vez concluida la guerra, la represión contra los perdedores quedaba fuera de los márgenes de lo comprensible.

La entrada en la década de los cincuenta supuso un importante éxito para un régimen que había logrado sobrevivir y estabilizarse durante los difíciles años cuarenta. En esta etapa se difuminó la marcada polarización sociopolítica entre quienes habían ganado la guerra y quienes la habían perdido, al tiempo que se abría paso un nuevo y más moderado discurso sobre la Guerra Civil.84 Paralelamente, los mecanismos represivo-coercitivos, aunque omnipresentes a lo largo de todo el período, perdieron intensidad o, al menos, adquirieron nuevos y más sutiles sesgos.85 Fue esta también la década en que se puso fin al ostracismo político de un régimen que comenzaba a ser aceptado internacionalmente, cuestión percibida positivamente por la población y que habría contribuido a su consolidación en el interior. No obstante, los años cincuenta trajeron consigo algunas de las primeras grandes exteriorizaciones de actitudes de disconformidad de la era franquista, caso de la huelga de tranvías de 1951 o de los disturbios universitarios de 1956, cuyos ecos llegaron hasta las zonas rurales del país.

Los años sesenta reportaron una nueva legitimidad a la dictadura, la de la paz, convenientemente explotada mediante la campaña propagandística de los «XXV Años de Paz».86 En clara correlación con aquella estuvo la del «desarrollismo» o «boom económico», que vino a sumarse a la legitimidad de origen y que condicionó las actitudes sociales de una población que, partiendo de niveles de miseria, empezaba a adquirir bienes de consumo y a mejorar sus condiciones materiales de vida. En esta etapa de madurez el régimen dio un nuevo impulso a la creación de infraestructuras y a algunas políticas sociales como la construcción de viviendas baratas que sirvieron para granjearle nuevos apoyos hasta el punto de llegar a convertirse en otro de sus grandes hitos propagandísticos.87 Pero durante esta década las actitudes estuvieron también moldeadas por la emigración al exterior, germen de impopularidad hacia un régimen que, incapaz de generar suficientes puestos de trabajo, expulsaba a parte de su mano de obra. Al mismo tiempo, las salidas al extranjero constituyeron una oportunidad para la entrada en contacto con realidades democráticas europeas que alejó para siempre a estos emigrantes de la dictadura. Tampoco habría contribuido a la aceptación social del franquismo la creciente hostilidad de buena parte del ámbito estudiantil ni el distanciamiento, cuando no las críticas abiertas, de importantes sectores de la Iglesia católica imbuidos de las ideas de justicia social traídas por el Concilio Vaticano II.88

Los primeros años setenta, en fin, ofrecen numerosos síntomas del ya evidente deterioro de la relación entre el Estado franquista y la sociedad civil. Durante el tardofranquismo aumentó el peso de las actitudes disconformes, logrando imponerse sobre los decrecientes apoyos sociales de una dictadura que comenzaba a tambalearse. Las actitudes disconformes se exteriorizaban cada vez más frecuentemente a través de micromovilizaciones, al tiempo que empezaban a construirse poderes alternativos al de la dictadura que, sintiéndose gravemente amenazada, intensificó la represión. En estos años se puede hablar con propiedad de oposición por parte de grupos sociales que venían expresando su disconformidad ya desde mediados de la década anterior, como el de los estudiantes o el de los católicos socialmente comprometidos, así como de extensión de la cultura democrática entre la sociedad, inclusive la rural.89 La balanza de las actitudes sociales estaba a estas alturas inclinada del lado oscuro que va desde la resignación a la oposición (gráfico 1). Es cierto que las protestas en que se tradujo el disenso no resultaron lo suficientemente contundentes y articuladas como para precipitar la caída de la dictadura, pero no lo es menos que hicieron inviable su continuidad.

Lo interesante de todos estos discursos y políticas elaborados y puestos en marcha por el régimen a lo largo de sus casi cuarenta años de existencia es la forma en que fueron recibidos «a ras de suelo», esto es, su incidencia y repercusión sobre la gente de a pie.90 Solo mediante el estudio de las recepciones podremos conocer las percepciones que suscitó la obra de Franco entre los españoles y acercarnos al franquismo realmente vivido y experimentado. Se trata de comprender el funcionamiento y el impacto de los aparatos ideológico-políticos sobre la población. El éxito, fracaso, intensidad y alcance de los discursos y políticas franquistas estuvo condicionado por el proceso de negociación a que fueron sometidos por una población que no asumió sin más cuanto le llegaba «desde arriba», sino que fue capaz de aceptar unos aspectos y desechar otros. Por tanto, entre las autoridades franquistas y la sociedad civil se estableció un diálogo –aunque evidentemente desigual– bidireccional y con influencias recíprocas.

3.2 Evolución de las actitudes sociopolíticas de una mujer del campo malagueño

Encarnación Lora Jiménez es una mujer nacida en 1940 en el seno de una de las familias más pudientes de Teba, un municipio eminentemente agrícola situado en el noroeste de la provincia de Málaga, en la comarca del Guadalteba, cuyas tierras han estado principalmente dedicadas a los cultivos de secano. La distribución de la propiedad de la tierra en la localidad se ha caracterizado por ser poco equitativa,91 lo que explica el grave problema de paro estacional, la secular conflictividad laboral y la intensidad de la emigración a los centros industriales que han afectado históricamente a la localidad. El flujo migratorio a partir de comienzos de la década de 1950, fundamentalmente dirigido hacia las regiones del norte peninsular, sobre todo Baracaldo (Vizcaya), estuvo motivado por la escasez y las duras condiciones del trabajo en el campo, donde existía una amplia masa jornalera. Teba pasó de tener 7.616 habitantes en 1950, el momento más álgido del municipio en términos demográficos, a verlos reducidos a poco más de 5.500 en 1970.92 Como consecuencia directa de la disminución de la mano de obra, la situación de los jornaleros que permanecieron en el pueblo mejoró sustancialmente. Además, la accidentada orografía dificultó la mecanización, con lo que se mantuvo la demanda de trabajo. No obstante, ello no se tradujo en el fin de la conflictividad en el campo tebeño, pues los jornaleros no cejaron en sus demandas de mejoras salariales y de reducción de la jornada laboral a seis horas.

El hecho de que durante la Guerra Civil Teba estuviera atravesada por una de las líneas del frente sur (Peñarrubia-Gobantes), unido al elevado grado de politización que históricamente la había caracterizado, así como a los desafueros cometidos durante el periodo de «dominación roja», colocaron a este municipio malagueño entre los más brutalmente castigados por la represión tras su «liberación» el 15 de septiembre de 1936. Temerosos de las represalias ante la proximidad de las tropas nacionales, muchos vecinos abandonaron el pueblo con la esperanza de alcanzar Almería. Durante la fatídica noche del 23 de febrero de 1937, popularmente conocida como «la noche de los ochenta», tomada ya Málaga por parte de las tropas de Queipo de Llano, fueron fusiladas y enterradas en una fosa común del cementerio 125 personas, a las que se unirían 26 más en los días sucesivos.93 Además, casi una veintena de tebeños fueron encausados por el Tribunal de Responsabilidades Políticas y otros tantos fueron depurados de sus puestos de trabajo.94 Así las cosas, muchos se vieron obligados a exiliarse o huir a la sierra, acabando más de sesenta de ellos en campos de concentración franceses o nazis.95

Encarna Lora nació en esta localidad malagueña en aquel fatídico contexto de la inmediata posguerra. Vivió en una gran casa en la esquina que formaban las céntricas calles Grande y Herradores junto a su padre, José Jesús, propietario sin «ninguna procedencia política», presidente de la sociedad casino y jefe de la Sección Económica de la Hermandad Sindical de Labradores y Ganaderos (HSLG), el sindicato único en el campo; su madre, María, una mujer apuesta con un bagaje cultural destacable para la época y muy apreciada en el pueblo; y sus cuatro hermanos, Pepín, Isabel, María y Pilar. Durante la guerra «los rojos» habían asesinado a su tío, Francisco Lora, en la zona conocida como «Fuente de los perros». En la década de los cuarenta fueron tres las cuestiones que más condicionaron el sentir de la familia hacia la Nueva España: la crisis de abastecimientos, las políticas benéfico-asistenciales puestas en marcha para contrarrestar los problemas de suministros y la despiadada represión llevada a cabo por la dictadura contra sus enemigos (gráfico 1).96

Como jefe de la Sección Económica de la HSLG, encargada de defender los intereses de los labradores, José Jesús estuvo entre los que encabezaron las reclamaciones contra el cupo forzoso a entregar al Servicio Nacional del Trigo, uno de los principales símbolos de la impopular política agraria y autárquica del régimen.97 Mucho más de cerca vivió Encarna la escasez de productos de primera necesidad, pues a la casa acudían muchos vecinos a pedirles comida. Al tratarse de una familia pudiente, fueron víctimas de hurtos famélicos como el perpetrado por un convecino que se escondió en el pajar con la intención de llevarse unos huevos y un poco de pan. Y es que, como recuerda esta malagueña, había familias en el pueblo que amanecían sin nada que llevarse a la boca y cuya situación era «de llanto y de pena». La familia se mostró solidaria con quienes acudían a pedir a la casa, a los que autorizaba a coger habas del campo o entregaba vasitos con el suero que quedaba tras elaborar queso con la leche de las vacas, cabras y ovejas que tenían. Encarna no ha olvidado los días en que ella y sus hermanos tomaban las chocolatinas, las «vitaminas» y el aceite de hígado de bacalao que compraba su madre a las matuteras, mujeres de posguerra que asumían diariamente el riesgo de desplazarse hasta el Campo de Gibraltar para adquirir y esconder bajo sus ropas artículos de contrabando que luego vendían en sus pueblos.98 Ella veía este negocio «estupendamente, porque las pobres con eso se ganaban su dinero». Así, la desastrosa política de abastecimientos de aquellos años, que llevó el pan negro y los piojos a Teba, habría generado resignación o incluso disenso en esta familia acomodada. En consecuencia, las políticas benéfico-asistenciales de la dictadura para paliar la miseria en que quedó sumida la localidad sí habrían estado bien vistas. Los niños «alojados» que «echaban» en su casa y con los que ella misma se sentaba a la mesa, o el comedor de Auxilio Social al que acudían algunos vecinos en busca de un plato caliente, habrían suscitado el asenso de la familia.

Sin embargo, los Lora Jiménez vieron con muy malos ojos la brutal represión practicada sobre los «hombres de la sierra» que actuaban en la zona. Y ello a pesar de que, en el año 1946, el niño Pepín, el menor y el único varón de los cinco hermanos, fue secuestrado por una partida de guerrilleros que lo mantuvo escondido durante varios meses en una cueva y la familia hubo de pagar el elevado rescate exigido por carta anónima para traerlo de vuelta a casa. El hecho de que el chico nunca hablase mal de sus raptores a su regreso, arguyendo haber recibido un buen trato, y de que el propio José Jesús llegase a entrar en la cárcel por haberles entregado el dinero, hubieron de moldear esta actitud de disenso. María no tomó rencor a quienes se llevaron a su hijo, entendiendo que «ése era su trabajo, para comer y para comer su familia» y que lo habían hecho porque de algún modo habían de «buscarse la vida». Y, una vez que los detuvieron, el padre se negó a que Pepín acudiera a reconocerlos, espetando un revelador: «¿para qué?, ¿para que matéis vosotros a gente?». Encarna, por su parte, no ha borrado de su memoria la imagen del cuerpo sin vida de Diego «el de la Justa», uno de los maquis que participó en el secuestro de su hermano, que fue paseado por el pueblo en una mula mientras era vapuleado por varios vecinos que lo cogían del pelo para levantarle la cabeza o que le acercaban encendedores hasta quemarle la piel.99

La década de los cincuenta coincidió con la juventud de Encarna, que empezó a seguir radionovelas como Ama Rosa y a participar en las actividades de ocio –labores de costura y bordado, gimnasia o teatro– organizadas por la Sección Femenina en la sede de Falange, instalada en la antigua Casa del Pueblo. En unos días en que «no había nada de diversión» en Teba las muchachas de su edad percibieron con interés, e incluso con entusiasmo, los ofrecimientos lúdicos que les llegaban desde la delegación falangista y que les proporcionaban un cierto margen de autonomía.100 Hacia mediados de la década de 1950 hizo el Servicio Social, que desde 1944 debían realizar con carácter obligatorio prácticamente todas las mujeres de entre 17 y 35 años para poder obtener el pasaporte y el carné de conducir o conseguir un empleo en la administración.101 Las tareas que le asignaron consistieron en realizar cuestaciones a favor de la Cruz Roja y repartir la leche en polvo y el queso en bola que llegaba desde Estados Unidos, el nuevo aliado político de la dictadura desde 1953. «Y nosotras muy orgullosas de las prestaciones que se hacían», afirma en una muestra de consentimiento activo (gráfico 1).

Por aquellas fechas comenzó su noviazgo con Pepe, un convecino diez años mayor que ella que regentaba un estanco. Como el resto de muchachas de la época, cuando salía con él tenía que hacerlo acompañada de una de sus hermanas o de una amiga, pues «estaba muy mal visto eso de irse solos». Así ocurría con motivo de los bailes de Pascua, en los que las madres «tenían que estar delante», o cada domingo o «dominguillo chico» (miércoles) que acudían al cine Anaya. Allí veían el nodo, que precedía a la proyección de la película, y que ella recuerda con una mezcla de añoranza, asenso y adaptación resignada en los siguientes términos: «Gustaba de ver esas cosas porque te salía un reportaje como si fuera una película. Todas esas cosas no estaban mal. Se veían bonitas. Hombre, lo que había. Es que no había otra cosa».

A los 15 años, como Pepe ya estaba «pretendiéndola», decidió empezar a llevar medias de cristal y, como mandaba la costumbre según la cual el uso de esta prenda precipitaba la entrada de las muchachas en la edad adulta, se sintió forzada a abandonar la escuela. Su percepción sobre la rígida y conservadora moralidad imperante, que hasta ahora le había resultado indiferente por ser tan solo una niña, la habría situado en el ámbito del disenso en este terreno. Encarna reconoce que, dado que durante la feria del pueblo –coincidiendo con las fiestas patronales– los padres estaban vigilantes en las casetas, los jóvenes preferían la romería –celebrada con motivo del día de San Isidro Labrador, patrón de la HSLG, el 15 de mayo–, pues en el campo «se desperdigaba una un poquito». Además, recuerda que «para darle un beso a mi novio me venía negra. Yo me tiraba dos meses y más (…) Estaba todo muy estricto, es que era demasiado, era exagerado». Para tratar de remediar aquella desesperante situación la pareja se las ingeniaba para salir de la casa de Encarna y poder quedarse unos preciosos minutos a solas, en lo que constituía un pequeño desafío a la estricta moral oficial del nacionalcatolicismo. Una de las argucias de las que se valieron fue el pretexto de ir a visitar a una de sus hermanas casadas, Isabela, propuesta que era hecha por el joven en presencia de los familiares de la mujer.

Ya a la altura de 1959 esta familia tebeña propietaria de tierras con trabajadores a su cargo se vio afectada por el conflicto laboral que estalló en Teba motivado por las demandas de reducción de la jornada laboral. La «lucha por las seis horas» y la negociación del convenio colectivo del campo, amparada en la Ley de Convenios Colectivos promulgada por la dictadura en 1958, enfrentó a la Sección Económica de la HSLG, que presidía José Jesús, con la Sección Social, que teóricamente representaba los intereses de los trabajadores agrarios. Ello pudo llevar a los Lora Jiménez a un punto actitudinal ubicado a caballo entre la resignación y el disenso hacia el régimen de Franco.

Durante todo el periodo la familia, profundamente religiosa, habría encontrado en la confesionalidad católica del Estado uno de los atractivos del régimen que habrían merecido su consenso (gráfico 1). Así se desprende del relato de Encarna, que recuerda cómo, a raíz de la vuelta a casa de Pepín tras su secuestro por los «bandoleros» en la sierra, la madre «se echó una promesa de andar descalza todo un año entero en invierno y en verano, lloviera y no lloviera. Y luego después fue a Sevilla detrás del Gran Poder [gracias a un contacto] cuando ninguna mujer podía ir detrás del Gran Poder». Y prosigue su testimonio: «en mi casa había una mesa con un corazón de Jesús y allí cuando vino mi niño [su hermano] allí se rezó. Eso estuvo muy bonito, muy emocionante». No obstante, al recordar que las mujeres debían entrar en el templo con velo, manga larga o manguitos y medias que cubrieran sus cabellos, brazos y piernas, reconoce que «la Iglesia era muy dura antes», a pesar de lo cual se habría adaptado a estas disposiciones a regañadientes, movida por una religiosidad subjetivada e interiorizada.

A finales de los años cincuenta y, sobre todo, a principios de los sesenta tuvo lugar en Teba una fortísima emigración de vecinos que decidieron hacer la maleta ante la falta de vivienda y trabajo. Esta partida masiva hacia el extranjero de muchos de sus convecinos habría sido percibida en términos positivos por Encarna, que la entendía como una oportunidad para que estas personas pudieran mejorar sus condiciones de vida. «Franco abrió la mano y se fue mucha gente a Alemania y se fueron y ganaron dinero», afirma mostrando una actitud próxima al consentimiento. A forjar esta opinión habrían contribuido ejemplos como el de uno de sus convecinos emigrados a América que, a su regreso, «trajo dinerito» y abrió el American Bar, donde se instalaría uno de los primeros aparatos de televisión del pueblo. Cuando en 1963 contrajeron matrimonio, Encarna y Pepe estuvieron entre los primeros de la localidad en saborear las mieles del publicitado «desarrollismo». Los recién casados no solo pudieron acceder en una fecha relativamente temprana a bienes como la televisión, ya disponible en su nuevo hogar, sino que hicieron del «boom económico» su medio de vida, pues él regentaba una tienda de electrodomésticos. A través de aquel primer televisor en blanco y negro Encarna recuerda haber visto «cuando se subió a la luna y cuando mataron a Kennedy», una ventana a un nuevo mundo que le hizo más llevadera la cotidianeidad en el pueblo y que la situó nuevamente en las inmediaciones del consentimiento hacia el régimen (gráfico 1).

También por televisión tuvo conocimiento, a los 35 años de edad, de la muerte de Francisco Franco, el hombre que había regido con mano de hierro el país desde antes incluso de que ella llegara al mundo. «La gente tenía ya muchas ganas de democracia porque la verdad que era muy restringida la cosa. Franco la tuvo muy restringida. Era una dictadura y era muy restrictiva la vida», concluye Encarna, dejando traslucir que a esas alturas eran ya pocos en su entorno los que se mantenían en la esfera de las actitudes sociopolíticas aquiescentes.

La historia de vida de esta mujer de Teba (Málaga), si bien mediatizada por el relato construido en la actualidad sobre su propio pasado –que permite recuperar la memoria de las actitudes, que no las actitudes mismas–, muestra el carácter caleidoscópico de las percepciones sociopolíticas hacia la dictadura. Asimismo, es ilustrativa de la policromía que caracterizó las actitudes sociopolíticas de la población hacia el régimen de Franco que, más que teñirse de blanco o negro, lo hicieron de distintas tonalidades de gris. Su evolución dibuja líneas curvas, que van y que vienen, pero que rara vez son completamente rectas, en tanto que las trayectorias vitales pocas veces resultan monolíticas. Lejos de obedecer a un patrón preestablecido y fácilmente predecible, obedecen a lógicas plurales (gráfico 1). Por supuesto, habría tantas líneas potenciales como sujetos existentes. Entre los aspectos que pudieron condicionar significativamente las actitudes sociales y políticas de españoles como Encarna hacia el régimen estuvieron también la política de repoblación forestal, las relaciones internacionales o, sobre todo, las políticas sociales como las «traídas de aguas» a los pueblos o la construcción de grupos de viviendas baratas a partir de comienzos de la década de los sesenta.

En los siguientes capítulos analizamos la experiencia de socialización política de los españoles que vivieron en dictadura, a fin de esclarecer la forma en que la gente «normal y corriente» se relacionó con el Estado franquista. En la primera parte del libro prestamos atención a las políticas puestas en marcha por la dictadura para ampliar sus bases sociales más allá de los adeptos y atraerse a su causa a los descontentos y disconformes. En los capítulos correspondientes a esta parte (1 y 2) asumimos la premisa según la cual todos los regímenes políticos, inclusive los fascistas y parafascistas, necesitan apoyo social para alcanzar la estabilidad y pervivir. Y el franquismo no habría sido una excepción en este sentido, pues aunque no lograra las cotas de consenso alcanzadas por las dictaduras nazi y fascista, también cosechó un buen número de adeptos. Sin subestimar su naturaleza violenta y represora, admitimos que la dictadura de Franco fue capaz de granjearse el apoyo de amplios sectores sociales a través de la puesta en marcha de diversas estrategias de legitimación y generación de consenso como las políticas sociales. En la parte II se intenta matizar el alcance de esas políticas de construcción de consentimiento del régimen franquista. Para ello se ponen en valor las pequeñas acciones de resistencia cotidiana, muchas veces de carácter simbólico, que fueron capaces de activar los hombres y mujeres del agro andaluz, ya fuera para mejorar o preservar sus condiciones materiales de vida (capítulo 3), ya para defender sus ideales o sus tradiciones culturales (capítulo 4).

Aunque la estructura del libro, dividido en dos partes con sus correspondientes capítulos, pueda dar la impresión de que asume la existencia de compartimentos estancos en lo referente a las actitudes sociales, lo cierto es que responde a razones de organización, claridad expositiva y, sobre todo, a la propia naturaleza de las fuentes manejadas. La mayor parte de la documentación oficial generada por la Administración franquista ofrece un color homogéneo en cuanto a las actitudes sociales que muestra, ya sea el negro de las disidencias, ya el blanco de las adhesiones. Así, por ejemplo, los expedientes judiciales que castigaban a los autores de alguna falta o delito nos ilustran acerca de las resistencias cotidianas, pero nos dicen muy poco o nada sobre los consentimientos.

Sin embargo, y como es lógico, en la realidad cotidiana no se dio semejante fragmentación entre bloques, sino que las fronteras entre las diferentes actitudes sociopolíticas fueron la mayoría de las veces difusas. A menudo un mismo individuo estuvo en ambas zonas cromáticas en distintos momentos y respecto a diferentes políticas. Con frecuencia las personas que criticaban el desabastecimiento en los años cuarenta o la política de repoblación forestal eran las mismas que se beneficiaron de una vivienda ultrabarata al inaugurar la década de los sesenta. En consecuencia, difícilmente se pueden llegar a percibir los matices de las actitudes sociopolíticas si no se tienen en cuenta las diversas facetas de la vida de cada individuo más allá de su interacción puntual con una determinada administración. Las voces de los hombres y mujeres de a pie que, como Encarnación Lora, vivieron bajo la dictadura franquista, vienen a recordarnos la complejidad y los grises de la cotidianeidad que rara vez reflejan los documentos oficiales. Sus testimonios aparecen transversalmente a lo largo de todos los capítulos.

1 Ágnes Heller: Historia y vida cotidiana, Barcelona, 1972, p. 42.

2 Franco Ferrarotti: La historia y lo cotidiano, Barcelona, Península, 1991, p. 13.

3 Charles Seignobos: Histoire sincère de la nation française [Historia sincera de la nación francesa], París, 1933, p. XI.

4 Alf Lüdtke y William Templer: The History of everyday life: reconstructing historical experiences and ways of life, Princeton N. J., Princeton University Press, 1995; y, más recientemente, Alf Lüdtke: «Introductory notes», en Alf Lüdtke (ed.): Everyday Life in Mass Dictatorship. Collusion and evasion, Nueva York, Palgrave Macmillan, 2016, pp. 4-5. Al respecto, véase también Geoff Eley: «Labor History, Social History, Alltagsgeschichte: Experience, Culture and the Politics of Everyday. A New Direction for German Social History?», The Journal of Modern History, 61(2), 1989, pp. 297-343.

5 Georges Duby y Philippe Ariès: Historia de la vida privada. Volumen 5. De la Primera Guerra Mundial a nuestros días, Madrid, Taurus, 2001 (1987).

6 Para el caso de la Italia fascista, véase Richard J. Bosworth: «Everyday mussolinism: friends, family, locality and violence in fascist Italy», Contemporary European History, 14, 1, 2005, pp. 23-43; Kate Ferris: Everyday Life in Fascist Venice, 1929-1940, Nueva York, Palgrave Macmillan, 2012; Joshua Arthurs, Michael Ebner y Kate Ferris (eds.): The Politics of Everyday Life in Fascist Italy. Outside the State?, Nueva York, Palgrave Macmillan, 2017. En el caso de la Alemania nazi, uno de los trabajos pioneros fue el de Detlev Peukert: Inside Nazi Germany. Conformity, Opposition, and Racism in Everyday Life, Londres, Batsford, 1987 (1982). A este le han seguido otros como Paul Steege: Black market, Cold War: everyday life in Berlin, 1946-1949, Cambridge, Cambridge University Press, 2007; o Elisa Mäilander Koslov et al.: «Forum. Everyday life in nazi Germany», German History, 27/4, 2009, pp. 560-579. Para la Francia de Vichy destaca Robert Gildea: Marianne in chains. Daily life in the heart of France during the German occupation, Nueva York, Picador, 2004. Y para la Rusia estalinista resultan paradigmáticos los studios de Sheila Fitzpatrick: Everyday Stalinism: ordinary life in extraordinary times: Soviet Rusia in the 1930s, Nueva York, Oxford University Press, 1999, y Orlando Figes: The Whisperers: Private Life in Stalin’s Russia, Londres, Allen Lane, 2007.

7 Kim Yong-Woo: «From Consensus Studies to History of Subjectivity. Some Considerations on Recent Historiography on Italian Fascism», Totalitarian Movements and Political Religions, 10(3-4), 2009, pp. 327-337 (esp. p. 328).

8 Renzo De Felice: Mussolini il duce. Gli anni del consenso (1939-1936), Turín, Giulio Einaudi, 1974, pp. 55-56. Entre quienes criticaron los postulados de De Felice se hallan Nicola Tranfaglia: «Sul regime fascista negli anni trenta», en Nicola Tranfaglia (ed.): Fascismo e capitalismo, Milán, Feltrinelli, 1976, pp. 173-204; Guido Quazza: Resistenza e Storia d’Italia. Problemi e ipotesi di ricerca, Milán, Feltrinelli, 1976, pp. 70-104; o Luciano Casali: «E se fosse dissenso di masa? Elementi per un analisi della «conflittualita» politica», Italia contemporánea, 144, 1988, pp. 101-116. Y entre quienes siguieron los planteamientos de De Felice, Alberto Aquarone: «Violenza e consenso nel fascismo italiano», Storia Contemporanea, 10(1), 1979, pp. 145-155. Otros trabajos pioneros en el estudio de las actitudes sociales bajo el fascismo italiano que señalaron ya el poder de atracción que pudo haber ejercido la dictadura sobre la población fueron: Susan Sontag: Under de Sign of Saturn, Nueva York, Random House, 1980 (1972), pp. 73-108, en el que aparecía la expresión «fascinating fascism»; Philip V. Cannistraro: La fabbrica del consenso. Fascismo e mass media, Roma-Bari, Laterza, 1975, o Victoria De Grazia: Consenso e cultura di massa nell’Italia fascista, Roma-Bari, Laterza, 1981.

9 Luisa Passerini: Torino operaia e fascismo. Una storia orale, Roma-Bari, Laterza, 1984.

10 Philippe Burrin: «Politique et société: les structures du pouvoir dans l’Italie fasciste et l’Allemagne nazie», Annales. Économies, Sociétés, Civilisations, 3, 1988, pp. 615-637 (esp. pp. 625-628).

11 Emilio De Gentile: «Fascism as Political Religion», Journal of Contemporary History, 25(2), 1990, pp. 229-251. Véase también Simona Colarizi: L’opinione degli italiani sotto il regime (1929-1943), Bari, Laterza, 1991.

12 Paul Corner: «Italian Fascism. Whatever happened to Dictatorship?», The Journal of Modern History, 74(2), 2002, pp. 325-351.

13 Martin Broszat: «Resistenz und Widerstand. Eine Zwischenbilanz des Forschungsprojekts. Widerstand und Verfolgung in Bayern 1933-1945», en Von Hermann Graml y Klaus D. Henke (eds.): Nach Hitler: Der schwierige Umgang mit unserer Geschichte. Beiträge von Martin Broszat, Múnich, 1987, pp. 75-76. George L. Mosse: La nacionalización de las masas. Simbolismo político y movimientos de masas en Alemania desde las Guerras Napoleónicas al Tercer Reich, Madrid, Marcial Pons, 2005 (1975); Detlev Peukert: Inside Nazi Germany…, op. cit. Véasetambién Marlis G. Steinert: Hitler’s war and the Germans: public mood and attitude during the Second World War, Athens, Ohio University Press, 1977.

14 Levi Primo: Los hundidos y los salvados, Barcelona, Muchnik Editores, 1989 (1986), pp. 16-29.

15 Daniel J. Goldhagen: Hitler’s Willing Executioners: Ordinary Germans and the Holocaust, Nueva York, Alfred A. Knopf, 1996, pp. 184-186 y 192-193. Christopher Browning: «Los verdugos voluntarios de Daniel Goldhagen», en Christopher Browning et al.: Los alemanes, el holocausto y la culpa colectiva: el debate Goldhagen, Buenos Aires, Eudeba, 1999, pp. 115-135. Sobre este debate historiográfico, véase también Geoff Eley (ed.): The «Goldhagen Effect». History, Memory, Nazism. Facing the German Past, Ann Arbor, The University of Michigan Press, 2000.

16 Robert Gellately: No sólo Hitler: la Alemania nazi entre la coacción y el consenso, Barcelona, Crítica, 2007, pp. 88-89.

17 Ian Kershaw: Hitler, the Germans, and the Final Solution, New Haven / Londres, Yale University Press, 2008, pp. 204, 206 y 207; Ian Kershaw: «Consensus, Coercion and Popular Opinion in the Third Reich: Some reflections», en Paul Corner (ed.): Popular Opinion in Totalitarian Regimes. Fascism, Nazism, Communism, Oxford, Oxford University Press, 2009, pp. 33-46.

18 Nicholas Stargardt: La guerra alemana. Una nación en armas (1939-1945), Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2016, pp. 289-327.

19 Robert O. Paxton: Vichy France: Old Guard and New Order, 1940-1944, Nueva York, Columbia University Press, 2001 (1972); Michael Marrus y Robert Paxton: O. Vichy France and the Jews, Standford, Standford University Press, 1995 (1981); Pierre Laborie: L’opinion française sous Vichy. Les Français et la crise d’identité nationale (1936-1944), París, Le Seuil, 1990; Robert Gildea: Marianne in chains…, op. cit., pp. 1-19. Véase también Robert Gildea: Fighters in the Shadows: A New History of the French Resistance, Londres, Faber & Faber, 2015.

20 Sheila Fitzpatrick: Stalin’s Peasants. Resistance and Survival in the Russian Village after Collectivization, Nueva York, Oxford University Press, 1994.

21 Mary Fulbrook: Anatomy of a dictatorship. Inside the gdr (1949-1989), Oxford, Oxford University Press, 1995. Para el caso portugués, Goffredo Adinolfi: Ai confini del fascismo. Propaganda e consenso nel Portogallo salazarista (1932-1944), Milán, Franco Angeli, 2007. Para el caso argentino véase Daniel Lvovich: «Sistema político y actitudes sociales en la legitimación de la dictadura militar argentina (1976-1983)», Ayer, 75, 2009, pp. 275-299.

22 Rafael Abellá: La vida cotidiana durante la guerra civil. La España nacional, Barcelona, Planeta, 1973; Rafael Abellá: La vida cotidiana durante la guerra civil. La España republicana, Barcelona, Planeta, 1975; Rafael Abellá: La vida cotidiana en España bajo el régimen de Franco, Barcelona, Argos Vergara, 1985.

23 Pilar Folguera: «La construcción de lo cotidiano durante los primeros años del franquismo», en Luis Castells (coord.): «La historia de la vida cotidiana», Ayer (dosier), 19, 1995, pp. 165-188; Alf Lüdtke: «De los héroes de la resistencia a los coautores. ‘Alltagsgeschichte’ en Alemania», Ayer, 19, 1995, pp. 49-70.

24 Luis Castells: «Introducción», en Luis Castells (coord.): El rumor de lo cotidiano: estudios sobre el País Vasco contemporáneo, Bilbao, Universidad del País Vasco, 1999, p. 10.

25 Borja de Riquer: «Rebuig, passivitat i support. Actituds politiques catalanes davant el primer franquisme (1939-1950)», en VV. AA.: Franquisme. Sobre resistència i consens a Catalunya (1938-1959), Barcelona, Crítica, 1990, pp. 179-193. Javier Moreno Luzón: «El estudio de los apoyos sociales al franquismo. Una propuesta metodológica», La historia social en España: actualidad y perspectivas: actas del I Congreso de la Asociación de Historia Social, Zaragoza, 1990. Cándida Calvo Vicente: «El concepto de consenso y su aplicación al estudio del régimen franquista», Spagna Contemporanea, 7, 1995, pp. 141-158. Entre los trabajos pioneros en este sentido estuvo también: Nicolás, María Encarna: «Conflicto y consenso en la historiografía de la dictadura franquista: una historia social por hacer», en José Trujillano y José María Gago (eds.): Jornadas Historia y Fuentes Orales. Historia y Memoria del franquismo, 1936-1939, Ávila, Fundación Cultural Santa Teresa, 1997, pp. 27-38.

26 Francesco Barbagallo: Franquisme. Sobre resistencia i consens a Catalunya (1938-1959), Barcelona, Crítica, 1990; Carme Molinero e Pere Ysàs: El régim franquista. Feixisme, modernització i consens, Barcelona, Eumo, 1992; Carme Molinero: «Les actituds polítiques a Catalunya durant el primer franquisme», Bulletí de la Societat Catalana d’Estudis Històrics, 12, 2001, pp. 97-106; Conxita Mir et al.: «La justicia ordinaria como elemento de control social y de percepción de la vida cotidiana de postguerra. Lleida, 1938-1945», en Javier Tussel: El régimen de Franco, 1936-1975: política y relaciones exteriores, vol. I, Madrid, UNED, 1993, pp. 237-254; Conxita Mir: «Resistència política i contestació no formal a la Catalunya rural de posguerra», Revista d’etnología de Catalunya, 17, 2000, pp. 83-97; Jordi Font i Agulló: ¡Arriba el campo! Primer franquisme i actituds polítiques en l’àmbit rural nord-català, Girona, Diputació de Girona, 2001; y Jordi Font i Agulló: «Nosotros no nos cuidábamos de la política. Fuentes orales y actitudes políticas en el franquismo. El ejemplo de una zona rural, 1939-1959», Historia Social, 49, 2004, pp. 49-66, p. 52.

27 Ismael Saz y Alberto Gómez Roda: «Politics and Society: Valencia in the Age of Franco», Bulletin of Hispanic Studies, 75(5), 1998, pp. 157-185 (esp. pp. 177-178); Ismael Saz y Alberto Gómez Roda (eds.): El franquismo en Valencia. Formas de vida y actitudes sociales en la posguerra, Valencia, Episteme, 1999.

28 Ángela Cenarro: «Muerte y subordinación en la España franquista: El imperio de la violencia como base del “Nuevo Estado”», Historia Social, 30, 1998, pp. 5-22; Antonio Cazorla: «Sobre el primer franquismo y la extensión de su apoyo popular», Historia y política: ideas, procesos y movimientos sociales, 8, 2002, pp. 303-320; Francisco Sevillano Calero: «Consenso y violencia en el ‘Nuevo Estado’ franquista: historia de las actitudes cotidianas», Historia Social, 46, 2003, pp. 159-171; Francisco Sevillano Calero: «Actitudes políticas y opinión de los españoles durante la posguerra (1939-1950)», Anales de la Universidad de Alicante. Historia Contemporánea, 8-9, 1991-1992, pp. 53-68. Véase también Manuel Ortiz Heras: «Historia social en la dictadura franquista: apoyos sociales y actitudes de los españoles», Spagna Contemporánea, 28, 2005, pp. 169-185.

29 Sobre los apoyos sociales de los sistemas políticos autoritarios, véase Eduardo González Calleja: «Los apoyos sociales de los movimientos y regímenes fascistas en la Europa de entreguerras: 75 años de debate científico», Hispania, 61(207), 2001, y Francisco Cobo Romero: «Los apoyos sociales a los regímenes fascistas y totalitarios en la Europa de entreguerras. Un estudio comparado», Historia Social, 71, 2011, pp. 61-88. Para el caso del franquismo, Francisco Cobo y Teresa Ortega: «No sólo Franco: la heterogeneidad de los apoyos sociales al régimen franquista y la composición de los poderes locales. Andalucía, 1936-1948», Historia Social, 51, 2005, pp. 49-72; Miguel Ángel del Arco Blanco: Hambre de siglos. Mundo rural y apoyos sociales del franquismo en Andalucía oriental (1936-1951), Granada, Comares, 2007; Miguel Ángel del Arco Blanco y Peter Anderson: «Construyendo la dictadura y castigando a sus enemigos: represión y apoyos sociales al franquismo», Historia Social, 71, 2011, pp. 125-141.

30 Óscar J. Rodríguez Barreira: Migas con miedo: prácticas de resistencia al primer franquismo: Almería, 1939-1953, Almería, Universidad de Almería, 2008; Ana Cabana: La derrota de lo épico, València, Publicacions de la Universitat de València, 2013; Daniel Lanero Táboas: «Las políticas sociales del franquismo. Las obras sindicales», en Miguel Ángel del Arco Blanco, Carlos Fuertes, Claudio Hernández Burgos y Jorge Marco (coords.): No solo miedo. Actitudes políticas y opinión popular bajo la dictadura franquista (1936-1977), Granada, Comares, 2013.

31 Claudio Hernández Burgos: Franquismo a ras de suelo. Zonas grises, apoyos sociales y actitudes durante la dictadura (1936-1976), Granada, Editorial Universidad de Granada, 2013; Irene Murillo: «Exigiendo el derecho a tener derechos: ciudadanía y género como prácticas de negociación y resistencia: el caso de Aragón, 1936-1945», tesis doctoral dirigida por Ángela Cenarro leída en la Universidad de Zaragoza en 2016; Carlos Fuertes: «Vida cotidiana, educación y aprendizajes políticos de la sociedad española durante el franquismo», en Manuel Pérez Ledesma y Ismael Saz: Del franquismo a la democracia (1936-2013), Madrid, Marcial Pons, 2015, pp. 53-79; Carlos Fuertes: Viviendo en dictadura. La evolución de las actitudes sociales hacia el franquismo, Granada, Comares, 2017; Estefanía Langarita: «El revés atroz de la medalla». Complicidades, apoyos sociales y construcción de la dictadura franquista en el Aragón de posguerra (1939-1945), tesis doctoral dirigida por Julián Casanova leída en la Universidad de Zaragoza en 2016.

32 Elena Hernández Sandoica: Tendencias historiográficas actuales. Escribir historia hoy, Akal, Madrid, 2004, pp. 506-519 (esp. p. 507); y más recientemente Claudio Hernández Burgos: «Tiempo de experiencias: el retorno de la Alltagsgeschichte y el estudio de las dictaduras de entreguerras», Ayer, 113, 2019 (1), pp. 301-315.

33 La relación de estos conceptos foucaultianos con la historia de la vida cotidiana, en Paul Steege et al.: «History of Everyday Life: a Second Chapter», The Journal of Modern History, 80(2), 2008, pp. 358-378 (esp. p. 361).

34 Acerca del concepto de «cosmovisión», Cliford Geertz: La interpretación de las culturas, Barcelona, Gedisa, 2001 (1992), pp. 118-119.

35 Franco Crespi: «El miedo a lo cotidiano», Debats, 10, 1984, pp. 100-102 (esp. p. 100).

36 Andrew Stuart Bergerson: Ordinary Germans in Extraordinary Times: The Nazi Revolution in Hildesheim, Bloomington, Indiana University Press, 2004, p. 35.

37 Claudio Hernández Burgos: «Españoles normales en tiempos anormales: ‘Nuevas’ miradas sobre vida cotidiana y franquismo», en Gloria Román Ruiz y Juan Antonio Santana González (coords.): Tiempo de dictadura. Experiencias cotidianas durante la guerra, el franquismo y la democracia, Granada, Editorial Universidad de Granada, pp. 23-44.

38 Geoff Eley: Una línea torcida: de la historia cultural a la historia de la sociedad, Valencia, Universidad de Valencia, 2008 (2005); Justo Serna y Anaclet Pons: La historia cultural: autores, obras, lugares, Madrid, Akal, 2013 (2005); Miguel Ángel del Arco Blanco: «Un paso más allá de la historia cultural: los cultural studies», en Teresa María Ortega López (ed.): Por una historia global. El debate historiográfico en los últimos tiempos, Granada, Universidad de Granada, 2007, pp. 259-289; Xosé Manuel Núñez Seixas: «La historia social ante el dominio de la historia cultural: algunas reflexiones», Historia Social, 70, 2008, pp. 177-184. Sobre su aplicación a la España contemporánea: Helen Graham y Jo Labanyi: Spanish Cultural Studies. An introduction: the struggle for modernity, Nueva York, Oxford University Press, 1996; y para el caso concreto de la Guerra Civil, Chris Ealham y Michael Richards: España fragmentada: historia cultural y guerra civil española, 1936-1939, Granada, Comares, 2010.

39 Sobre la primera acepción, Raymond Williams: Sociología de la cultura, Barcelona, Paidós, 1994 (1981), p. 11. Para la segunda definición véase Cliford Geertz: La interpretación de las culturas, op. cit., p. 132. Sobre el concepto de cultura y la distinción entre la alta y la baja, Geoff Eley: «What is Cultural History?», New German Critique, 65, 1995, pp. 19-36. Para una definición de «cultura popular», Peter Burke et al.: «¿Qué es la historia de la cultura popular», Historia Social, 10, 1991, pp. 151-162 (pp. 153-155). Acerca del «folclore», Antonio Gramsci: Quaderni del carcere, quaderno 27 (XI), 1935, pp. 2313-2314.

40 Sobre el concepto habitus, Pierre Bourdieu: Distinction: a Social Critique of the Judgement of Taste, Cambridge-Massachusetts, Harvard University Press, 1996 (1979), pp. 169-175.

41 Alf Lüdtke: «De los héroes de la resistencia a los coautores…», op. cit, pp. 49-50.

42 Michel de Certeau: La invención de lo cotidiano I. Artes de hacer, México D. F., Universidad Iberoamericana, 1999 (1990), pp. XLIV-XLV.

43 Pedro Carasa: «El giro local», Alcores, 3, 2007, pp. 13-35. Algunas notas sobre el auge y problemas de la historia local, en Pere Anguera: «Algunas consideraciones acerca de la historia local», en Miguel Á. Ruiz Carnicer y Carmen Frías Corredor: Nuevas tendencias historiográficas e historial local en España: actas del II Congreso de Historia local de Aragón, 1999, pp. 27-31. Natalie Zemon Davis: «Descentralizar la historia: relatos locales y cruces culturales», Historia Social, 75, 2013, pp. 165-179.

44 Óscar J. Rodríguez Barreira: «Historia local y social del franquismo en la democracia, 1976-2003. Datos para una reflexión», Historia Social, 56, 2006, pp. 153-175. Véase también Claudio Hernández Burgos (coord.): «Franquismo local. El desarrollo de la dictadura en las provincias» (dosier), Historia Actual Online, 36, 2015, pp. 36-65.

45 Justo Serna y Anaclet Pons: «En su lugar. Una reflexión sobre la historia local y el microanálisis», Contribuciones desde Coatepec (México), vol. II, 4, 2003, pp. 35-56 (esp. pp. 41, 46 y 49). Para el microanálisis, véase también Edoardo Grendi: «Micro analisi e storia sociale», Quaderni Storici, 12/2, 1977, pp. 505-520 (esp. pp. 518-520). En cuanto a la microhistoria, la obra clásica por excelencia se centra en la vida de un único sujeto, Menocchio, en Carlo Ginzburg: El queso y los gusanos: el cosmos según un molinero del siglo XVI, Barcelona, Muchnik, 1999. Algunas consideraciones teóricas acerca de la microhistoria, en Giovanni Levi: «Un dubbio senza fine non è neppure un dubbio. A proposito di microstoria», en Giovanni Levi et al.: Storia locale e microstoria: due visioni in confronto, Bilbao, Universidad del País Vasco, 1993, pp. 45-66; o Justo Serna y Anaclet Pons: Microhistoria. Las narraciones de Carlo Ginzburg, Comares, Granada, 2018.

46 Todavía a la altura de 1960 el sector agrario ocupaba a cerca del 60 por ciento de la población en regiones como Andalucía oriental: INE: Censo de 1960, «Población activa por grupos profesionales».

47 Así, si bien sitúa el umbral de lo urbano en los 10.000 habitantes, cataloga también de «rural» a aquellos municipios de hasta 20.000 con más del 25 % de población activa agraria, en José Cazorla Pérez: Factores de la estructura socioeconómica de Andalucía Oriental, Granada, Universidad de Granada / Caja de Ahorros de Granada, 1993 (1965), pp. 184-191. Julio Pérez Serrano: «La población rural en la Andalucía contemporánea. Viejos y nuevos enfoques», en Manuel González de Molina: La historia de Andalucía a debate. II. El campo andaluz, Barcelona, Diputación Provincial de Granada / Anthropos, 2000, pp. 44-60 (esp. pp. 48-49).

48 Para ello partieron de las características de la cultura política popular enunciadas por R. Dupuy en Xosé R. Veiga y Miguel Cabo: «La politización del campesinado en la época de la Restauración. Una perspectiva europea», en Francisco Cobo y Teresa Ortega: La España rural, siglos XIX y XX. Aspectos políticos, sociales y culturales, Granada, Comares, 2011, pp. 21-58 (esp. p. 25).

49 No nos interesa tanto lo que ocurrió como el significado que los sujetos confieren a lo que ocurrió, en: Alessandro Portelli: «Historia y memoria: la muerte de Luigi Trastulli», Historia y fuente oral, 1, 1989, pp. 5-32 (esp. pp. 28-29); Ronald Fraser: «Historia oral, historia social», Historia Social, 17, 1993, pp. 131-139; Mercedes Vilanova: «Prólogo», en Paul Thompson: La voz del pasado: la historia oral, Valencia, Alfons el Magnánim, 1998, pp. X-XVII (esp. p. XII). En cuanto a la representatividad, Miren Llona, refiriéndose a los conceptos de «bola de nieve» de Bertaux y de «saturación» de Ferrarotti, considera que para contar con una colección significativa «deberíamos lograr al menos una historia de vida representativa de cada forma de vida y de cada experiencia detectada». En Miren Llona: Entreverse: teoría y metodología práctica de las fuentes orales, Bilbao, Universidad del País Vasco, 2012, p. 35.

50 Íbid., pp. 35-87.

51 Alberto Reig: «Historia y memoria del franquismo», en José Luis de la Granja et al.: Tuñón de Lara y la historiografía española, Madrid, Siglo XXI, 1999, p. 177; Santos Juliá: Memoria de la guerra y del franquismo, Madrid, Fundación Pablo Iglesias, 2006, pp. 16-18.

52 Michael Richards: «Recordando la guerra de España: violencia, cambio social e identidad colectiva desde 1936», en Peter Anderson y Miguel Ángel del Arco Blanco (eds.): Lidiando con el pasado. Represión y memoria de la guerra civil y el franquismo, Granada, Comares, 2014, p. 222. Michael Richards: «El régimen de Franco y la política de la memoria de la guerra civil española», en Julio Aróstegui y François Godicheau (eds.): Guerra civil. Mito y memoria, Madrid, Marcial Pons / Casa de Velázquez, 2006, pp. 167-200 (esp. p. 200).

53 Mercedes Vilanova: Prólogo, en Paul Thompson: La voz del pasado, Valencia, Alfons el Magnànim, 1988, p. X.

54 Alessandro Portelli: «Historia y memoria…», op. cit., pp. 29 y 50-51.

55 David Thelen: «Memory and American History», Journal of American History, 1989, 75(4), pp. 1117-1129 (esp. p. 1125).

56 Esta relación es estudiada magníficamente en Luisa Passerini: Torino operaia…, op. cit.

57 Alessandro Portelli: «Historia y memoria…», op. cit., p. 29.

58 Algunos de los pocos trabajos que han mirado a la dictadura en su conjunto para analizar las actitudes son los de Claudio Hernández Burgos y Carlos Fuertes: «Conviviendo con la dictadura. La evolución de las actitudes sociales durante el franquismo (1936-1975)», Historia Social, 81, 2015, pp. 11-21, y «La evolución de las actitudes sociales durante el franquismo (1936-1975)», Historia Social, 81, pp. 11-21; o Carlos Fuertes: Viviendo en dictadura. La evolución de las actitudes sociales hacia el franquismo, Granada, Comares, 2017.

59 Archivo Histórico Provincial de Almería (AHPA), Gobierno Civil, 5236, «Informes, denuncias y reclamaciones (III)».

60 Sobre esta táctica en las «cartas a los poderosos»: Irene Murillo: «“A Vuestra Excelencia con el mayor respecto y subordinación”. La negociación de la Ley “desde abajo”», en Casanova, Julián y Cenarro, Ángela: Pagar las culpas. La represión económica en Aragón (1936-1945), Barcelona, Crítica, 2014, pp. 203-226.

61 Aunque reflejada en la propaganda la «opinión popular» expresada por la gente está condicionada por la «opinión pública», tiene márgenes para la autonomía. Ian Kershaw: Popular opinion and political dissent in the Third Reich, Bavaria 1933-1945, Oxford, Clarendon Press, 1983; Ana Cabana: «Algunas notas sobre la opinión popular durante el franquismo en Galicia», Revista de la Fundación 1º de Mayo, V. Historia, Trabajo y Sociedad, 1, 2010, pp. 79-96 (esp. p. 81); Francisco Sevillano: «Notas para el estudio de la opinión en España durante el franquismo», Revista Española de Investigaciones Sociológicas, 90, 2000, pp. 229-244.

62 Óscar J. Rodríguez Barreira: «Miserias, consentimientos y disconformidades», en Ó.

63 Óscar J. Rodríguez Barreira (ed.): El Franquismo desde los márgenes: campesinos, mujeres, delatores, menores, Almería, Editorial Universidad de Almería, 2013, pp. 165-185; Claudio Hernández Burgos: «Más allá del consenso y la oposición. Las actitudes de la gente corriente en regímenes dictatoriales. Una propuesta de análisis desde el régimen franquista», Revista de Estudios Sociales, 50, 2014, pp. 87-100; Ana Cabana: «Franquistas, antifranquistas y todos los demás. La enorme paleta de grises del consentimiento en la Galicia rural», en Julio Prada Rodríguez: No solo represión: la construcción del franquismo en Galicia, Madrid, Biblioteca Nueva, 2014, pp. 89-105; M. Á. del Arco Blanco et al. (coords.): No solo miedo…; o C. Fuertes: Viviendo en dictadura

64 P. Levi: Los hundidos…, p. 16. También, sobre la necesaria mesura en la importancia que concedemos a los conceptos, Ismael Saz: «Apuntes conclusivos», en M. Á. del Arco Blanco y otros (coord.): No solo miedo…, pp. 223-228.

65 Detlev Peukert: «Working-Class Resistance: Problems and Options», en D. C. Large: Contending with Hitler. Varieties of German Resistance in the Third Reich, Cambridge, Cambridge University Press, 2010 (1991), pp. 35-48 (esp. 36-37).

66 Ismael Saz: «Introducción», en I. Saz y A. Gómez Roda (eds.): El franquismo en Valencia…; J. Font i Agulló: «Nosotros no nos cuidábamos de la política…», pp. 52-63.

67 Óscar J. Rodríguez Barreira (ed.): «Miserias, consentimientos y disconformidades», en Ó. J. Rodríguez Barreira: El Franquismo desde los márgenes…, pp. 165-185 (esp. pp. 172-177).

68 El concepto de «zona gris» es de Primo Levi, en P. Levi: Los hundidos… Entre los trabajos que lo han aplicado con eficacia a la España franquista, Carlos Gil Andrés: «La zona gris en la España azul. La violencia de los sublevados en la Guerra Civil», Ayer, 76, 2009, pp. 115-141; C. Hernández Burgos: Franquismo a ras de suelo…; Miguel Ángel del Arco Blanco: «Entre el gris y el negro: los colores del apoyo de la sociedad civil andaluza al régimen franquista», en A. Barragán Moriana (coord.): Cuadernos de Andalucía en la Historia Contemporánea. La articulación del franquismo en Andalucía, 8, 2015, pp. 111-134.

69 En el debate sobre el consenso algunos se han mostrado partidarios de matizar el alcance de esta categoría o incluso de abandonarla. Philip Morgan: Fascism in Europe, 1919-1945, Londres / Nueva York, Routledge, 2003, pp. 129-131. Para el caso del franquismo, A. Cazorla: «Sobre el primer franquismo…»; o A. Cabana: «De imposible consenso. Actitudes de consentimiento hacia el franquismo en el mundo rural (1940-1960)», Historia Social, 71, 2011, pp. 89-106.

70 P. Corner: «Italian Fascism…», p. 349.

71 Sobre el colaboracionismo ciudadano bajo las dictaduras, Sheila Fitzpatrick y Robert Gellately: Accusatory practices: denunciation in Modern European history, 1789-1989, Chicago, University of Chicago Press, 1997; Peter Anderson: «Singling out victims: Denunciation and Collusion in the Post-Civil War Francoist Repression in Spain, 1939-1945», European History Quarterly, 39(1), 2009, pp. 7-26; Ángela Cenarro: «Matar, vigilar y delatar, La quiebra de la sociedad civil durante la guerra y posguerra en España (1936-1948)», Historia Social, 44, 2002, pp. 65-86; Francisco Cobo: «Represión y persecución de minorías y disidentes en las dictaduras fascistas europeas del periodo de entreguerras. Los apoyos sociales y la colaboración de ciudadanos comunes. La Alemania nazi y la España franquista», en C. Mir, C. Agustí y J. Gelonch: Pobreza, marginación, delincuencia y políticas sociales bajo el franquismo, Lleida, Universitat de Lleida, 2005, pp. 13-50; J. A. Parejo: «Fascismo rural, control social y colaboración ciudadana. Datos y propuestas para el caso español», Historia Social, 71, 2011, pp. 143-159; Estefanía Langarita: «Si no hay castigo, la España Nueva no se hará nunca. La colaboración ciudadana con las autoridades franquistas», en J. Casanova y Á. Cenarro: Pagar las culpas. La represión económica en Aragón (1936-1945), Barcelona, Crítica, 2014, pp. 145-150; Daniel Oviedo: «Juro por Dios y declaro por mi honor: Verdad, impostura y estrategias autoexculpatorias en las declaraciones de la posguerra madrileña», en D. Oviedo y A. Pérez-Olivares (coords.): Madrid, una ciudad en guerra (1936-1948), Madrid, Catarata, 2016, pp. 159-214.

72 Géraldine Schwarz: Los amnésicos. Historia de una familia europea, Barcelona, Tusquets, 2020 [2019], pp. 15-30.

73 A. Cabana: «Franquistas, antifranquistas y todos los demás…», pp. 97 y 103-105.

74 Algunos trabajos que han insistido en esta idea son los de M. Á. Del Arco Blanco et al. (coord.): No solo miedo…; J. Prada: No solo represión…; o F. Sevillano: «Consenso y violencia…».

75 Sobre la experiencia de guerra, las identidades de los excombatientes y su apoyo al franquismo, Francisco Leira: La consolidación social del franquismo. La influencia de la guerra en los ‘soldados de Franco’, Santiago de Compostela, Servizo de Publicacións de la Universidade de Santiago de Compostela, 2013; Ángel Alcalde: Los excombatientes franquistas (1936-1965). La cultura de guerra del fascismo español y la Delegación Nacional de Excombatientes (1936-1965), Zaragoza, Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2014.

76 Antonio Cazorla: «Beyond ‘They Shall Not Pass’. How the Experience of Violence Reshaped Political Values in Franco’s Spain», Journal of Contemporary History, 40(3), 2005, pp. 503-520.

77 Sobre los maquis, véase, por ejemplo, Mercedes Yusta: «Una guerra que no dice su nombre: los usos de la violencia en el contexto de la guerrilla antifranquista (1939-1953)», Historia Social, 61, 2008, pp. 109-126; Jorge Marco: Hijos de una guerra: los hermanos Quero y la resistencia antifranquista, Granada, Comares, 2010.

78 Desde el punto de vista de las actitudes, esta es la década mejor estudiada, Roque Moreno y Francisco Sevillano: «Actitudes políticas y disidencia social de los trabajadores durante la posguerra española», en Santiago Castillo (coord.): El trabajo a través de la historia, Madrid, Asociación de Historia Social / Centro de Estudios Históricos de la UGT, 1996, pp. 503-507.

79 Carme Molinero: «Subsistencia y actitudes populares durante el primer franquismo», Bulletin of Spanish Studies, 91, 2014, pp. 179-197.

80 Ángela Cenarro: La sonrisa de Falange: Auxilio Social en la guerra civil y en la posguerra, Barcelona, Crítica, 2005, p. 16.

81 Antonio Cazorla: «Surviving Franco’s Peace: Spanish Opinion during the Second World War», European History Quarterly, 32-3, 2002, pp. 391-411; Ramón García Piñeiro: «Boina, bonete y tricornio. Instrumentos de control campesino en la Asturias franquista (1937-1977)», Historia del Presente, 3, 2004, pp. 45-64 (esp. p. 46), que recoge la celebración de las derrotas alemanas en un bar de la localidad asturiana de Trespando; Óscar Rodríguez Barreira: «Cuando lleguen los amigos de Negrín… Resistencia cotidiana y opinión popular frente a la II Guerra Mundial (1939-1947)», Historia y política, 18, 2007, pp. 295-323.

82 Alberto Reig Tapia: Franco «Caudillo»: mito y realidad, Madrid, Tecnos, 1995; Antonio Cazorla: Franco: The Biography of the Myth, Londres, Routledge, 2014, pp. 141-148.

83 A. Cenarro: «Muerte y subordinación…», pp. 5-22.

84 M. Richards: «El régimen de Franco…», pp. 169-170 y 182.

85 Desde el punto de vista de las actitudes, la década de los cincuenta sigue siendo la menos conocida. Sobre las especificidades que adquiere la represión en estos años, M. Ortiz Heras: «Control social y represión…», pp. 15-44 (esp. pp. 15-37).

86 Para las actitudes en esta etapa de la dictadura véase, por ejemplo, Óscar J. Martín, Damián González y Manuel Ortiz: «Envenenando a nuestra juventud. Cambio de actitudes y militancia juvenil durante el segundo franquismo», Historia Actual Online, 20, 2009, pp. 19-33; Eider de Dios: «Yo tenía el sentimiento ese de que había que mejorar esto. Actitudes políticas de las mujeres en el tardofranquismo», Actas del IX Encuentro de Investigadores del Franquismo, Granada, 2016, pp. 75-83.

87 Acerca de las políticas sociales, Daniel Lanero: «Las políticas sociales del franquismo. Las obras sindicales», en M. Á. del Arco Blanco y otros (coord.): No solo miedo…, pp. 127-142.

88 Sobre la evolución actitudinal de los colectivos estudiantil y eclesiástico véanse respectivamente, Elena Hernández, Marc Baldó y M. Á. Ruiz Carnicer: Estudiantes contra Franco (1939-1975): oposición política y movilización juvenil, Madrid, La Esfera de los Libros, 2007; Manuel Ortiz Heras y Damián A. González Madrid: De la cruzada al desenganche: la iglesia española entre el franquismo y la transición, Madrid, Sílex, 2011.

89 Algunos trabajos sobre la democratización del mundo rural, Damián A. González y Óscar J. Martín: «In movement. New players in the construction of democracy in Spain, 1962-1977», Political Power and Social Theory, 20, 2009, pp. 39-70; Antonio Herrera y John Markoff: «Dossier. Democracia y mundo rural en España», Ayer, 89, 2013, pp. 21-119. Algunos estudios locales al respecto, A. Cabana y otros: «Dinámicas políticas…»; F. Cobo y Teresa M.ª Ortega: «La protesta de sólo unos pocos…»; Pamela Radcliff: Making democratic citizens in Spain. Civil society and the popular origins of the Transition, 1960-78, Nueva York, Palgrave Macmillan, 2011; Rafael Quirosa-Cheyrouze (coord.): Historia de la Transición en España: los inicios del proceso democratizador, Madrid, Biblioteca Nueva, 2007; Antonio Cazorla: Miedo y progreso. Los españoles de a pie bajo el franquismo, Madrid, Alianza Editorial, 2016. Entre las publicaciones más recientes, Claudio Hernández Burgos y Gloria Román Ruiz: «‘Maestros de democracia con sotana’: los párrocos rurales y la construcción de la sociedad civil durante el tardofranquismo en la España meridional», Bulletin of Spanish Studies: Hispanic Studies and Research on Spain, Portugal and Latin America, 96(8), 2019, pp. 1-24; Gloria Román Ruiz: «‘Escuelas de democracia’. El tajo y la parroquia como espacios cotidianos de conflictividad durante el franquismo final en el campo altoandaluz», Historia Agraria, 79, 2019, pp. 1-22.

90 Sobre la experimentación de la realidad por parte de los sujetos, que estaría condicionada, más que por la propia realidad, por la forma en que esta es configurada y aprehendida en función de su imaginario, Miguel Á. Cabrera y Álvaro Santana: «De la historia social a la historia de lo social», Ayer, 62, 2006, pp. 165-192 (esp. p. 188).

91 Pascual Carrión: Los latifundios en España: su importancia, origen, consecuencias y solución, Madrid, Gráficas Reunidas S. A., 1932, p. 264. INE, Censo agrario de 1962: Explotaciones agrarias clasificadas según la superficie total de sus tierras y Distribución de la superficie según el régimen de tenencia.

92 INE, Censos de población.

93 Andrés Fernández, María Isabel Brenes, Cristóbal Alcántara y Miguel Á. Melero: Teba se desangra. Intervención arqueológica en la fosa común de Teba, Teba, Manuel Pinta Guerrero, 2013.

94 Miguel Gómez Oliver et al. (coords.): El botín de guerra en Andalucía. Cultura represiva y víctimas de la Ley de Responsabilidades Políticas. 1936-1945, Madrid, Siglo XXI, 2014.

95 Benito Bermejo y Sandra Checa: Nombres para el recuerdo: Libro memorial, españoles deportados a los campos nazis (1940-1945), Ministerio de Cultura, 2006.

96 Archivo General de la Administración (AGA), Registro Central de Entidades Sindicales, 34/4060, «HSLG de Teba». Archivo Municipal de Teba (AMTB), 338, Informes políticos de FET de las JONS, 1942. En las siguientes líneas utilizamos como fuente la entrevista realizada a Encarna Lora Jiménez en Teba (Málaga) el 16/06/16.

97 Archivo de las Cámaras Agrarias de Teba (ACAT), Expedientes de posesiones, sin signatura, «Actas de la HSLG», 1948-1958.

98 Encarnación Barranquero Texeira y Lucía Prieto Borrego: Así sobrevivimos al hambre: estrategias de supervivencia de las mujeres en la posguerra española, Málaga, CEDMA, 2003, pp. 231 y 236-242.

99 José Lora Jiménez: Mi vida entre bandoleros, Casariche, Gráficas Belén, 2001, sobre todo pp. 66-110.

100 J. Font i Agulló: «¡Arriba el campo!…», p. 186.

101 Pilar Rebollo: «El Servicio Social de la mujer de Sección Femenina de Falange. Su implantación en el medio rural», en M. Á. Ruiz Carnicer y C. Frías Corredor (coords.): Nuevas tendencias historiográficas e historia local en España. Actas del II Congreso de Historia Local de Aragón, 1999, pp. 311-313.

Franquismo de carne y hueso

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