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Capítulo II – Descubriendo otro camino –

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La mañana siguiente, me desperté y noté que Diego no estaba en su cama. Escuché el ruido de la ducha, miré el reloj y me di cuenta que en hora y media saldría su vuelo.

Me quedé remoloneando en la cama, intrigado por la actitud que tendría y que comentario haría sobre lo acontecido anoche.

Cerró los grifos y pasados unos minutos, vi que ingresa al cuarto con un toallón atado a su cintura. La imagen hizo que se me comenzara a parar la chota, más, pensado en la hermosa mamada que le había pegado hacía solo unas horas.

Me había encantado mamársela, aunque hubiese deseado poder recorrer todo su lomito y entregarnos a un fuego cruzado caliente y salvaje.

–Buen día –dije.

Diego se sorprendió, me miró y respondió:

–Buen día, pensé que dormías... disculpame si te desperté.

–No hay drama... ¿dormiste bien? –pregunté.

–Como un angelito, realmente, lo estaba necesitando –contestó como si no hubiese sucedido nada.

–Me alegro; imagino que en algo debo haber colaborado –acoté.

–Diego se limitó a hacer un gesto con la boca y no emitió respuesta, por lo que me desconcertó; no entendía si estaba arrepentido por lo que habíamos hecho o qué carajo le pasaba.

Retiré las sábanas y me senté por un momento en la cama. Diego puso su vista en mi entrepierna y sin hablar, volvió a hacer el mismo gesto con su boca.

Me di cuenta de que mi erección era notoria y ante su mutismo y comportamiento osco, decidí actuar con el desparpajo con el que él lo había hecho la noche anterior.

Me paré y con la chota haciendo carpa en mi bóxer, muy naturalmente, como si estuviese solo, comencé a caminar hacia el baño, pensando “Andate a lavar el orto, si querés comportarte así, bien, yo me saqué las ganas y no te violé, fue consentido, así que andá a hacerte ver...” Aunque estaba de por medio el trabajo que duraría todo el año, así que debería evitar cualquier tipo de fricción.

Regresé al cuarto. Diego estaba terminando de vestirse y dijo:

–Che, quédate durmiendo un rato más que es muy temprano, es al pedo que te levantes, si el aeropuerto está a solo tres cuadras; dejá que voy solo.

Comencé a agarrar ropa y mientras me vestía contesté:

–No boludo, ya estoy despierto, desayunemos y te acompaño hasta el aeropuerto –dije.

–Como quieras –contestó Diego.

Realmente, en ese momento tuve ganas de mandarlo a la mierda, pero respiré hondo y me callé. Diego agarró su mochila y fuimos hacia la confitería del hotel sin emitir palabra alguna.

Luego de lo sucedido durante la noche, esperaba una conversación más amistosa, más cercana a la que podrían mantener dos varones compinches, que a la que podían mantener dos compañeros de trabajo.

Llegamos a la mesa, e inesperadamente dijo:

–Mirá, no creas que soy un marciano... lo que sucedió anoche, realmente me gustó; realmente lo necesitaba y no te imaginas cuánto.

Me había quedado claro eso, que lo necesitaba y mucho. Hacía tiempo que no veía a un tipo largar tanta leche y con tanta potencia como lo había hecho Diego.

Le pedí que bajara la voz, porque no quería quedar incinerado frente al resto de los huéspedes con quienes me cruzaba a diario.

–Me hiciste gozar como hacía tiempo que no gozaba, hacía mucho que no garchaba por el tema del bebé y hace años que no llenaba una boca de leche; la mamás increíblemente bien, podrías dar clases; sucede que, hasta ayer, salvo por alguna paja cruzada en mi adolescencia, jamás había hecho algo así con un hombre.

Hizo una pausa y continuó:

–Encima, está el trabajo de por medio y no quiero que tengamos quilombos, ni vos, ni yo.

–Todo bien Diego; relajate, lo que sucedió ayer, queda acá, es personal y no tiene por qué mezclarse con el trabajo; pintó hacerlo, vos lo pasaste bien, lo necesitabas, lo disfrutaste, te relajaste; yo lo pasé bárbaro, me calentaste, me encantó mamártela y lo haría otra vez; listo, acá queda. Relajémonos, enfoquémonos en el trabajo y que las cosas fluyan, ¿OK? –dije.

–OK –respondió Diego.

Terminamos de desayunar y comenzamos a caminar hacia el aeropuerto, hablando de temas relacionados con el trabajo.

Hizo el check in y nos sentamos en la sala de espera. Vimos aterrizar al avión y rápidamente comenzó el embarque. Nos paramos y al hacerlo, exprofeso, apoyé una mano sobre su muslo; me miró y sonrió. Nos despedimos con un leve abrazo y acercándome a su oído dije:

–Espero que el próximo miércoles vengas bien cargado… me refiero a la ropa en tu mochila...

Me miró y leí como sus labios dijeron:

–¡Sos un hijo de puta!

Regresé al hotel intentando despejar mi cabeza repleta de imágenes sobre lo acontecido en las últimas doce horas y tratando de poner foco en los días de trabajo que quedaban por delante…

Ese mismo día por la tarde, Diego me llamó desde Buenos Aires para ajustar algunos temas de trabajo. Estábamos por cortar y dijo:

–Ah, sábelo; todavía tengo la chota colorada, vengo del baño de la oficina, donde me tuve que clavar una tremenda paja pensando en vos y en lo que hiciste anoche. Me cuesta concentrarme en el trabajo; preparate que el miércoles voy con leche condensada. Me dejó mudo; yo estaba con gente y sin posibilidades de poder explayarme, por lo que solo respondí:

–Ahh bue... el miércoles lo vemos; finalmente cortamos. El viernes, regresé a casa y dejé a mi mujer sumamente feliz; la garché como hacía mucho tiempo que no lo hacía. La puse en cuatro y le dejé la concha paspada.

El resto del fin de semana, transcurrió tranquilamente y disfrutando de la familia. Siempre se hacía corto, bastante corto. Sin poder hacer todo lo que hubiese deseado, ya era lunes y estaba nuevamente viajando al sur.

Durante el lunes y el martes, solo hablamos un par de veces con Diego y nada sobre lo sucedido durante aquella noche de la semana anterior.

Finalmente, llegó el miércoles y Diego arribó en el primer vuelo. Nos encontramos en la oficina y pasamos una mañana de trabajo bastante agitada.

Yo pensaba regresar al hotel para comer algo allí y fundamentalmente, para poder meter a Diego en el cuarto y vaciarle nuevamente las bolas.

Siendo la una del mediodía, lo miré y dije:

–¿Vamos a almorzar al hotel?

Diego, clavando una sonrisa sarcástica contestó:

–¿A almorzar...? dale, vamos a almorzar... poniendo énfasis en “almorzar.”

Saltó un flaco de otra empresa y dijo:

–¿Vayamos a comer todos juntos a un restaurante del centro?

Me quería matar y quería asesinar a este flaco. No había manera de zafar y me quedaría con las ganas hasta la semana próxima. Nos miramos con Diego, hicimos un gesto como diciendo “Que le vamos a hacer” y salimos todos juntos.

Pasamos el resto del día trabajando. A las seis llegó el remise y nos fuimos juntos hacia el hotel, donde yo me bajaría y Diego se iría directamente hacia el aeropuerto. Por la mañana me había comentado que viajaría en el vuelo de las siete menos cuarto, en lugar del de las diez y media.

Antes de salir de la oficina, noté que había estado un buen rato hablando por teléfono.

Llegamos al hotel, amagué para despedirlo y me dijo:

–No, pará que bajo con vos.

–Pero boludo, vas a perder el vuelo –dije.

–Olvidate del vuelo –respondió.

Sin entender bien que sucedía, saludé al remisero que me llevaba y traía todos los días y caminando hacia el lobby dije:

–No entiendo, ¿vas a viajas en el de la noche? –pregunté.

–Después de la frustración del mediodía, hice cambio de planes; cambié mi pasaje para mañana; hablé con mi mujer y le conté que teníamos mucho trabajo, así que me quedo a pasar la noche con vos.

Su decisión me sorprendió y me alegró; agradecí por este trabajo, que me daba la posibilidad y la libertad como para que se dieran este tipo de situaciones.

Salvo por lo acontecido la semana anterior, que había sucedido de manera fortuita, nunca antes había experimentado el placer de pasar la noche entera con otro hombre, en la que se diera una situación sexual. Esa noche, volvería a suceder, solo que, esta vez, planificado; no por mí, sino que por Diego.

Habíamos pasado un día bastante denso, por lo que imaginé que haríamos más o menos la misma rutina de la semana pasada; primero piscina, después cena y después… ¡después lo que tuviese que suceder!

Pasamos por recepción y avisé que Diego se quedaría. Crucé un par de palabras con el gerente y seguimos hacia el cuarto. Tiramos las mochilas sobre las respectivas camas; Diego abrió la suya y dijo:

–Tomá, gracias –devolviéndome la ropa que le había prestado la semana pasada.

–Hoy no va a ser necesario que me prestes nada, ya que vine equipado –agregó.

–Muy bien –dije.

Fue hacia el baño y dejó la puerta abierta; escuché que estaba meando. Caminé hacia allí para bajar la temperatura del aire. El comando estaba al lado de la puerta del baño, en el pasillo de acceso al dormitorio.

A través del espejo que cubría una de las paredes, pude ver que Diego se estaba lavando la poronga en el lavabo y que la tenía crecida. No se dio cuenta de que yo estaba parado allí mirándolo.

La guardó dentro del bóxer, subió el cierre de su pantalón y salió. Me preguntó qué estaba haciendo y se quedó parado frente al espejo, acomodándose la ropa.

Era claramente visible que la tenía hinchada. No pude más que decirle:

–Veo que tu estado es estar siempre alzado.

–Parece; algo voy a tener que hacer, porque no puedo ir a la piscina así… –respondió.

–Imagino que no –dije.

Sin dar más vueltas, me arrodillé frente a él, le desabroché el pantalón, bajé el cierre, deslicé la cintura para bajárselo hasta los pies, hice lo mismo con su bóxer y comencé a jugar con su chota.

Se la agarré con una mano, mientras que con la otra, comencé a franelear su abdomen y sus piernas.

Diego permaneció parado, apoyado contra la pared, viéndome desde arriba y viéndonos a los dos reflejados en el espejo de enfrente. Su pija rápidamente creció y comencé a mamársela; me la sacaba de la boca y la lamía, lamí el caño entero, volví al glande, lo besé, bajé hacia sus bolas, que succioné muy lentamente.

Diego posó sus manos sobre mi cabeza y comenzó a jugar con mis pelos mientras que decía:

–Ni en pedo me iba a perder esto; desde el miércoles pasado que no paro de pensar en este momento.

Continué mamándosela con total pericia; refregué por toda mi cara su pija babeada con mi saliva; lo hice girar para quedar de costado al espejo y para poder mirarme mientras le regalaba semejante felatio.

Me dio mucho morbo ver esa pija raspándose con mi barba sin afeitar; verme reflejado en el espejo, mientras que disfrutaba con su glande entre mis labios.

Apoyé su chota contra su abdomen para dejarla bien parada hacia arriba, sosteniéndosela con una mano y observando como sobrepasaba su ombligo; comencé a recorrerla con la punta de la lengua, mordiendo su frenillo, bajando por toda su longitud, siguiendo por su escroto, primero un huevo, luego el otro, después los dos.

Me agaché más para poder hacer un buen trabajo con su perineo. Noté que Diego separó un poco sus piernas, abriéndome el camino para que siguiera trabajando esa zona tan sensible.

Diego me incentivaba con sus palabras, diciéndome:

–Sí, sí, que bien lo hacés, haceme gozar, hacé lo quieras; chupámela bien chupada papi.

Habiendo comprendido que Diego estaba abierto y dispuesto a que lo hiciera gozar, decidí terminar rápido con este trámite y dejar el plato fuerte para la noche, cuando estuviésemos realmente distendidos por el agua y saciados por la cena y el alcohol.

Regresé a su pene, que comencé a succionar a ritmo parejo, hasta que llegaron sus espasmos y gritos ahogados, mientras que comenzaba a llenar mi boca con espeso semen guardado desde hacía días en sus bolas para regalármelo a mí.

Tomó mi cabeza y comenzó a mover la pelvis cogiéndome tremendamente la boca, al punto de ahogarme. Llegó con el glande hasta mi campañilla, depositando allí más semen, que, inevitablemente, se deslizó directamente por mi garganta.

Me puso en estado de éxtasis; ciertamente, él también se había descontrolado y no paraba de susurrar:

–Sí, sí, sí, sí... Así... ahí va más –dijo, depositando un tercer chorro de leche dentro de mi boca.

Diego quedó apoyado contra la pared; noté sus muslos claramente marcados y sus piernas temblando por la tensión. Su chota comenzó a distenderse y girando nuevamente, seguí mamándosela, mientras que me miraba en el espejo. Por la punta de su glande salieron unas gotas más.

Diego repetía:

–Uf, uf, listo, me exprimiste, no me queda más nada; sos una fiera man, me limaste la pija con la boca; no sé dónde aprendiste a laburar con la lengua y con los labios de esa manera, pero te voy a mandar a mi mujer para que le des unas clases.

Yo no podía desprenderme de su pene, que continué mamándoselo y refregándomelo por la cara, con absoluta fascinación y con mucho morbo.

–Tu mujer debe adorar que le chupes la concha de esta manera; la debes volver loquita.

Y la verdad, es que Diego no estaba equivocado. Antes de metérsela a mi mujer, generalmente la hago llegar a varios orgasmos trabajándola con la lengua.

Dejé su chota en paz, viendo como colgaba entre sus piernas, bien mojada, por la mezcla de mi saliva y de su propio semen. Me resultaba muy tentador y quería seguir dándole, pero me incorporé y dije:

–Vamos a la pile.

–Vamos, dejá que me lavo la chota y me cambio –respondió.

Nos preparamos para ir a la piscina y hacia allí fuimos. Permanecimos dentro del agua, hasta que nuestras bolas quedaron arrugadas.

Regresamos al cuarto y nos tiramos cada uno en su cama, quedándonos absolutamente dormidos.

Nos despertamos cerca de las nueve y nos vestimos para ir a cenar. Decidimos ir a un restaurante fuera del hotel, por lo que pedí un remise.

Cenamos pastas, que acompañamos con un rico Malbec de Bodegas del Fin del Mundo; resultó una cena increíble, como si fuésemos amigos; cero trabajo. Nos contamos un poco de nuestras vidas, ya que mucho no nos conocíamos.

Regresamos al hotel y vi que Diego apoyó su cabeza contra el respaldo del asiento y cerró sus ojos. Respiraba relajado y profundamente. Los efectos del vino se estaban haciendo sentir.

Sin mediar palabra y seguro de que el remisero no podía ver, apoyé mi mano izquierda sobre su bulto. Diego no dijo nada, solo abrió sus ojos y volvió a cerrarlos, por lo que me di cuenta de que tenía vía libre.

Continué franeleándole el paquete durante todo el camino.

Diego solo se movía, intentando dar lugar para que su chota atrapada dentro de su pantalón pudiese seguir creciendo.

Llegamos al hotel y fuimos directamente a la habitación. Nos cepillamos los dientes y fuimos hacia las camas. Diego se sentó y se quitó los zapatos, luego el jean.

–No doy más –dijo, mientras que luchaba con los botones de su camisa, que no podía desabrochar.

Me acerqué hacia él y dije:

–Veo que el vino hizo su efecto; dejame que te ayudo.

Los dos primeros botones estaban desabrochados, por lo que fui directo al tercero. El roce de mis manos sobre su pecho me puso en llamas. Jugándome a todo o nada, tomé su cara con ambas manos y acerqué mis labios a los suyos.

Diego se alejó hacia atrás.

–Pará, pará... –dijo.

Quedó tendido boca arriba sobre su cama. Me tiré a su lado, nuestras caras se rozaron; giré y nuestros labios se apoyaron.

Diego giró su cabeza para evitarlo; me quedé quieto para no presionarlo. Sorpresivamente, volvió a girar hacia mí; mirándome fijamente a los ojos, pude leer en su mirada que me decía “Ok, adelante, me entrego, quiero experimentar, enseñame.”

Diego quedó inmóvil, dejando que mis labios se apoyaran sobre los suyos, permitiendo que mi lengua comenzara a recorrer su boca lentamente y que mis dientes mordiesen tiernamente sus labios.

–Uyyy nene, las ganas de besarte que tenía –dije, mientras que continuaba besándolo, cada vez con más pasión.

Terminé de sacarle la camisa y lo mismo hice con su bóxer.

Recordé el día que me lo habían presentado en la oficina hacía más de tres meses y la atracción que me había provocado desde ese primer encuentro. Ahora lo tenía allí, tirado en una cama, en pelotas y entregadísimo.

Comencé a recorrer su pecho con mi lengua, a jugar con mis dedos entre sus pelos, a morderle las tetillas. Me acosté sobre él y llevé sus manos hacia mis glúteos; abrí mis piernas para que quedaran por fuera de las suyas. Continué recorriendo su abdomen, el perímetro de su ombligo, bajé hacia su pene, seguí con su escroto, su perineo, lamí muy hábilmente sus entrepiernas, mientras que Diego comenzaba a retorcerse.

Continué bajando por sus muslos, sus tibias; llegué a sus pies y lamí uno a uno sus dedos, para luego continuar con los de sus manos.

La chota de Diego estaba nuevamente durísima, como si hubiese trascurrido mucho tiempo sin que largase leche y solo tres horas atrás había sido exprimida por mi boca.

Diego continuaba con los ojos cerrados, como no queriendo saber lo que sucedía y entregado a ser envuelto por todo el placer que pudiese recibir.

Alcancé mi mochila y agarré una caja de preservativos y un frasco de lubricante que siempre llevaba conmigo. Volví hacia su chota y mientras que se la mamaba, con una mano comencé a llenar mi ano de gel, metiéndome un par de dedos para lubricármelo bien y dilatarlo un poco.

Calcé un preservativo en su pene y muy lentamente, sentándome de cuclillas frente a él, comencé a descender, para que su glande comenzara a puertear mi ano. Cerré mis ojos, suspiré y bajé aún más, sintiendo como ese hermoso caño comenzaba a abrirse camino.

Abrí los ojos para ver la cara de Diego, que seguía con los suyos cerrados; continué descendiendo hasta ser penetrado por completo. Me quedé un rato inmóvil, intentando relajarme para aliviar el leve dolor que estaba sintiendo al ser taladrado por un miembro tan grande.

Para mi sorpresa, Diego tomó mi cintura con ambas manos. Comencé a cabalgar muy lentamente, dándome tiempo como para que mi orto se acostumbrara a las dimensiones de su miembro. Hacía tiempo que no me encontraba con una pija de ese tamaño.

–Que rico, que apretado se siente, mi mujer no entrega el orto... Esto es divino; sentir mi pija tan firmemente atrapada –dijo Diego.

Comencé a apretar y a distender mi esfínter, comiéndole el pene con mi ano. Incrementé el ritmo de mi cabalgata y a pesar de querer eternizar el momento, mi calentura pudo más y sin poder controlarme, comencé a largar chorros de semen, que se estamparon contra el pecho y el abdomen de Diego, que continuaba sin moverse.

A pesar de que luego de acabar no me gusta seguir siendo penetrado, no lo dejaría a Diego por la mitad, por lo que continué con el sube y baja, cada vez más rápido, hasta que Diego susurró:

–Sí... me vengo, me vengo, y comenzó a largar guasca dentro de mí.

Me incorporé, le saqué el forrito que envolví con un papel y lentamente, comencé con mi lengua el recorrido desde sus pies hasta su boca, limpiando su chota impregnada en semen, lamiéndole el abdomen y el pecho para recolectar el mío, que, enredado entre sus pelos, aguardaba por mi lengua.

Continué hacia su boca y lo besé, haciéndole probar por primera vez en su vida el blanco manjar. Diego se resistió, pero terminó cediendo y finalizamos con un pastoso beso blanco.

Fui hacia el baño y me pegué una ducha rápida. Regresé, y Diego ya estaba absolutamente dormido, inmerso en una respiración muy profunda. Lo tapé con una sábana y me tiré en mi cama para dormirme plácidamente, pensando en cuál sería su reacción en la charla que seguramente tendríamos por la mañana y disfrutando por haberle hecho transitar un nuevo camino hacia el placer sexual.

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