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ОглавлениеCapítulo 1
Creatividad artística en la liturgia como “identidad” y “libertad” cristianas
contra el consumismo y el monopolio litúrgico
Carlinhos Veiga
“Arte, liturgia y misión” es un tema fuerte y urgente para la iglesia latinoamericana. Vivimos un momento en que la supervaporización de la música, especialmente el llamado movimiento de alabanza y adoración, ha traído mucha confusión y equívocos. Poco a poco la música, pero también el arte en general, están siendo alejadas de su importante papel en la liturgia y la misión de la iglesia. En renglones siguiente pretendo resaltar algunos puntos que están profundamente relacionados y que son pertinentes en el contexto en que vivimos.
Liturgia
En varios países, entre ellos el Brasil, la palabra “liturgia” es un término mal interpretado y produce ofuscamiento en los círculos de las iglesias más contemporáneas. Para buena parte de ellas, “liturgia” sugiere un programa de culto en el sentido más tradicional. Muchos miembros relacionan esta palabra con algo ultrapasado, antiguo, viejo y sin sentido para los nuevos tiempos. Otros entienden la liturgia como un proceso de “encasillamiento” del programa de culto, un instrumento para resguardar las prácticas de las tradiciones más remotas, traídas por los misioneros que llegaron a nuestras tierras, ignorando el contexto local. Esta comprensión refleja una ignorancia sobre el significado real de la palabra.
La palabra liturgia tiene su origen en la Grecia antigua. Hacía referencia a un trabajo público, algo ejecutado en pro de la ciudad o del Estado. Su sentido equivaldría a pagar impuestos, tanto en la forma de tributos como en la de servicios donados. Puede, incluso, ser entendida como un trabajo ejecutado por unos en beneficio de otros. Sin embargo, lo que caracteriza un oficio litúrgico es el hecho de que ha sido concebido de modo que todas las personas que participan en el culto tomen parte activa en la ofrenda conjunta de éste.
Pero liturgia sugiere también algo más amplio. Se relaciona con el culto cristiano realizado comunitariamente por la iglesia, pero igualmente tiene que ver con la vida como culto. Apunta, al mismo tiempo, a la celebración comunitaria de las iglesias y a un servicio que la iglesia presta a Dios en su vivencia.
Nuestra práctica litúrgica sugiere una lectura del mundo y de la humanidad. Las canciones que cantamos y oímos hablan de nosotros, de quiénes somos. La liturgia, por lo tanto, es un acto político, ético, ideológico, teológico y artístico. Al reunirnos en esta consulta cuya temática es “Arte, liturgia y misión”, estamos hablando de liturgia como parte de la misión y del arte como servicio a Dios.
La iglesia tiene como vocación la misión de Dios, es decir, comunicar al mundo el gran amor de Dios y su interés por rescatar al perdido, reconciliándolo consigo mismo por medio de Cristo. Para eso, el Señor capacita hombres con dones y talentos especiales, capacidades multifacéticas, multiformes y multicolores. Y el arte es, sin duda alguna, una de esas capacidades especiales que Dios derrama graciosamente sobre la humanidad. Es claro que la capacitación artística, por sí sola, no es exclusiva de la iglesia. Es gracia común y Dios la concede a toda la humanidad indistintamente. Sin embargo, puede y debe ser usada como lenguaje para manifestar al mundo el reino de Dios.
Debemos convencernos de que el arte es regalo de Dios a los hombres. Es un lenguaje abstracto y metafísico que se lee con los sentidos, y por ello difícil de ser comprendido por una mente metódica que desea tener completo dominio de todas las cosas. Trabaja más allá de la lógica racionalista. Abre espacio para la creatividad sin medidas, porque acoge al alma y dialoga con ella, pasando por la racionalidad. Ya dijimos que la función del arte no es la de pasar por las puertas abiertas, sino la de abrir puertas cerradas. Ella avanza, va más allá cuando el intelecto dice ¡basta!, es un lenguaje sin igual para la comunicación de la verdad. No es para ser entendida, disecada, como se diseca un animal o una planta, buscando comprender los meandros de la materia por medio de bisturís lógicos y técnicas elaboradas. El arte podría ser comprendido así, pero quien lo busca bajo ese prisma no logra encauzarse en sus misterios y belleza. El arte no es para ser entendido, sino para “disfrutarlo”.
Tal vez por esta razón se rechaza tanto el arte en los círculos que trabajan con énfasis en la cognición. El arte desafía a la lógica racionalista que quiere tener completo dominio de todo, que pretende aprisionar toda la verdad, que tiene explicación para todo y todos.
En este sentido, podemos entender la dificultad que la iglesia proveniente de la Reforma tiene en cómo lidiar con el arte. La Reforma es hija del Iluminismo, el cual enfatizó el racionalismo. Surge en sentido contrario a un cristianismo rendido al misticismo y que manipulaba a las grandes masas por medio del misterio de lo sagrado. Tal vez por eso las iglesias de tradición reformada se alinean perfectamente con la lógica de la Teología Sistemática y todo tipo de teología centrada en lo intelectual, lo cognitivo, pero tropiezan con lo sensorial del arte y sus vínculos con los sentidos. Por lo tanto, lo niegan o, por lo menos, tratan de controlarlo. Podemos decir lo mismo al hacernos una crítica a nosotros mismos, a la ftl, ya que solo después de cuatro décadas desde su surgimiento, por primera vez nos sentamos para hablar sobre este tema.
Tenemos que dedicarnos al ejercicio de desarrollar y atraer espacios para las artes en nuestro servicio a Dios. La iglesia necesita ver al arte como instrumento útil para la misión y el servicio litúrgico.
Arte que nace del ocio
El ocio es algo inherente al ser humano. No se relaciona necesariamente con la ociosidad, en el sentido de inactividad. Se refiere a la actividad o actuación más profunda del ser humano, lejos de cualquier activismo.
Para Aristóteles, el ocio tenía que ver con algo sobrehumano o divino. Se relacionaba con la reflexión, la observación, la interiorización, la meditación, el proceso de ser, de construcción de su identidad subjetiva. Así, se puede decir que toda cultura humana está fundamentada en el ocio.
Este término en hebreo es traducido al griego como schola, de donde surge la palabra “escuela” en español —lugar de estudio, conocimiento, reflexión y meditación por medio del ocio—. Según la filosofía, debido al ocio el hombre se ve completamente humano. En la perspectiva bíblica, sabemos que sólo en su encuentro con Dios el hombre se entiende verdaderamente hombre. Podemos decir, incluso, que no hay posibilidad de producción de arte sin una relación con el ocio.
Negar el ocio es destruir la simiente que fecunda la genialidad creativa que genera arte. Los hombres, al negar el ocio, lo sustituyeron por el negocio. El negocio es la negación del ocio. Necesitamos redescubrir ese camino del reencuentro con Dios a través de la priorización de una búsqueda íntima y verdadera.
Una fábula atribuida a Esopo narra la historia de la hormiga y la cigarra. Aquella trabajaba incesantemente en tanto que esta vivía la vida cantando. Cuando el invierno llegó, la hormiga tenía su hogar caliente y las provisiones almacenadas, pues había hecho buenos negocios en su lucha. La cigarra, en cambio, tuvo necesidades cuando llegó el invierno y llegó a morir de hambre y frío; porque vivió cantando, “no produjo nada” que garantizase su sustento.
Esa fábula ha sido asimilada y abrazada por buena parte de la población, en especial la iglesia, que además refuerza esta tesis citando Proverbios 6.6: ¡Anda, perezoso, fíjate en la hormiga!
El mismo juicio sufrió María por parte de su inquieta hermana Marta. Jesús vino a visitarlas. Mientras María se sentaba a los pies de Jesús en una profunda comunión, oyendo sus enseñanzas, Marta estaba afanada en muchas labores. Incomodada con la comunión quieta y silenciosa de su hermana con Jesús, Marta la reprobó y le dijo al Señor: Dile que me ayude. Todo aquel que es dado al negocio normalmente tiene la mala costumbre de querer dar órdenes a Jesús y de irritarse con aquellos que llevan en serio una espiritualidad silenciosa a los pies del Señor. Servir a Jesús sin antes estar a sus pies es lanzarse al negocio desmedido. Así se producen obras muertas que de nada sirven al Rey y a su reino. ¡Marta, Marta! Estás inquieta y preocupada por muchas cosas, pero solo una es necesaria (Lc 10).
La obra del sociólogo Domenico Demasi se hizo conocida por medio de sus libros que rescataban el sentido del “ocio creativo”. Debemos, como iglesia y artistas cristianos, descubrir el camino del “ocio inspirativo” visto en María.
La misión sólo tiene sentido en el encuentro con el Señor de la Misión. Misión que nace del negocio es una terrible equivocación. La misión debe nacer del ocio con Cristo, o del ocio en Cristo. De la misma forma, el arte cristiano como negocio es una equivocación. El verdadero arte que apunta hacia el reino nace a los pies de Cristo.
El arte como negocio es el anhelo del mercado. El término “industria cultural”, desarrollado en la primera mitad del siglo xx por los pensadores de la Escuela de Frankfurt, ya denunciaba esa relación. Ellos entendían que la obra de arte perdería su “aureola” por medio de la “reproducibilidad técnica”. Su sentido se vaciaría cuando se hiciese un producto repetido en serie para un mercado ávido por el consumo de bienes. Pero lo que hemos visto hoy va más allá de esa previsión de Walter Benjamim. Además de perder su aureola, el arte se vació de su contenido por la exigencia de un dios llamado mercado.
Eso influye directamente a la iglesia en su caminar. La creatividad artística ha sido sacrificada en nombre de lo que es impuesto por los medios de comunicación de masas. Grandes disqueras, con la intención de vender sus productos, fabrican ídolos que se convierten en celebridades, y estos recorren estadios repletos de admiradores anunciando discursos vacíos, pues la regla del mercado de entretenimiento es no incomodar a los consumidores con verdades inquietantes de la Palabra de Dios, sino apenas emocionarlos con un evangelio diluido y apetitoso. Un arte cristiano que camina por esos caminos corre el serio riesgo de ser alienante en lugar de liberador, de ser una reproducción del statu quo, en vez de apuntar hacia el reino de Dios y su justicia.
La creatividad al servicio del reino de Dios
La creatividad es un regalo de Dios a los seres humanos. Revela el imago Dei, la imagen y semejanza de Él en nosotros, sus criaturas especiales. No es privilegio de unos pocos especiales, como a veces se piensa, sino que es la marca de Dios en el hombre como el ápice de la creación: “…y vio Dios que era muy bueno”.
Michael Card, un conocido cantante norteamericano, dijo que “los que no conocen a Dios viven bajo la ficción de que el arte es la humanidad obrando como Dios. Sin embargo, para los que conocen al Señor de la Historia y de la Creación, adoramos al Señor respondiéndole con nuestra creatividad”. La creatividad es nuestra respuesta amorosa al Dios a quien servimos.
Fuimos llamados por Dios para crear. Esto se halla expresado en el mandato cultural. Dios nos da un jardín para cultivar y guardar de manera creativa. Con la caída, ese llamado permanece y vemos, en varios momentos de la Biblia, a Dios capacitando al hombre para un servicio creativo.
Normalmente, cuando tratamos de los asuntos de la creatividad en el arte, nos remitimos a la estética, una rama de la filosofía. El paradigma que normalmente se encuentra para el arte es que el espíritu creativo se basa en el deseo del hombre por lo bello como una derivación de esa búsqueda por lo divino.
Sin embargo, debemos observar el hecho de que Dios es bello, pero no siempre bonito. Por otro lado, vemos que Satanás se viste de bonito, de ángel de luz. Isaías nos recuerda que Jesús en su obediencia rumbo a la crucifixión no tenía hermosura alguna, pero revelaba al Padre; es decir, lo feo también puede revelar a Dios. El arte, en este sentido, no sólo celebra la belleza de la vida, sino también denuncia el resultado del pecado y la gracia de Dios en medio de lo feo del mundo caído.
Los artistas cristianos necesitan tener los ojos abiertos para esas realidades que nos rodean. La misión de la iglesia en su integralidad comprende que el hombre no es sólo alma. Lo ve en este intrincado mundo caído y se dedica al rescate del ser humano, de la cultura y de la sociedad. El evangelio de Cristo es para todo el hombre y toda la vida. Los artistas deben darse cuenta de esa realidad y creativamente dedicarse a tratar temas que se refieran al todo de la vida. Nuestras canciones tratan básicamente de las relaciones del hombre con Dios, en el sentido de la adoración. Pero debemos ir más allá. Necesitamos del arte que se refiera a las relaciones del hombre con su prójimo, del hombre consigo mismo, del hombre con la creación que gime y soporta angustia hasta el momento presente, por la caída que también la afectó. Necesitamos poner alas a la creatividad y ver más allá de lo que ya hemos visto, coartados por nuestra realidad religiosa que impone límites. Es necesario desarrollar temas como la ecología, las injusticias sociales, el rescate de las relaciones familiares, las denuncias políticas, entre muchas otras. Necesitamos expresar lo bello, pero también lo feo, las tensiones de la vida olvidadas por el arte cristiano.
Nuestro arte debe apuntar hacia Dios y eso exige de nosotros una postura de constante búsqueda creativa. Lo que no podemos dejar que suceda es permitir que la creatividad sea sacrificada por un sistema que piensa por nosotros, habla por nosotros y actúa por nosotros. La creatividad es un ejercicio y debe ser cultivada.
Por un lado, tenemos que resistir con firmeza el peso de las tradiciones eclesiásticas y, por otro, las nuevas imposiciones mediáticas y abrir espacios para que la creatividad vuelva a tener su lugar entre el pueblo de Dios, como ya fue en el pasado. Hubo tiempos en que la iglesia era una de las principales promotoras del arte e influenciaba al mundo a través de ella por medio de obras fantásticas. Necesitamos resistir a la alienación que nos propone el mercado con su dominio sobre el mundo contemporáneo, cuando segmenta las artes cristianas y reserva un espacio al llamado gospel, y así nos aparta del verdadero sentido de la misión, que es ser sal de la tierra y luz del mundo. Si la iglesia deja de estar en el mundo, deja de ser iglesia de Cristo
Son muchos los desafíos que tenemos para pensar respecto a estos temas. Que Dios nos dé sabiduría para que avancemos en nuestra tarea.