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INTRODUCCIÓN

24 de marzo de 1976

La fecha está marcada con rojo doliente en el almanaque del pueblo y de la historia como la bisagra que abre el período más nefasto de la vida política de nuestro país.

Pocas fechas tienen un significante tan profundamente doloroso en nuestra memoria colectiva. En ese sentido, el 24 de marzo de 1976 no es una fecha: es una herida profunda, cuyas consecuencias definitivas, en diferentes aspectos, son imposibles de dimensionar.

No debe haber otro hecho en la historia argentina, en estos tiempos en los que tanto se habla de “grietas”, que exponga con mayor claridad el verdadero tajo social, entre víctimas y victimarios, desaparecidos y desaparecedores.

Aquel día, cuando la Dictadura militar tomó por asalto el poder, con apoyo, respaldo y participación de los grandes grupos empresariales, la jerarquía eclesiástica y los medios de comunicación hegemónicos, había un propósito claro, implementado a través del ejercicio del terror: modificar de manera radical la estructura del país –sus formas de articulación–, a partir del aniquilamiento de un grupo relevante de la sociedad y para el establecimiento de nuevas relaciones sociales, modelos de producción y acumulación, sujetos y dinámicas.

Es decir, un genocidio.

La intención de cambiar la sociedad no tuvo mucho misterio, en virtud de que estaba explícito en la denominación que la Dictadura escogió para sí: Proceso de Reorganización Nacional.

El saldo de ese objetivo está claro: 30.000 desaparecidos/as, exiliado/as, robo y apropiación de niños/as como botín de guerra, pero también miseria planificada, apertura indiscriminada de la economía, endeudamiento y nuevas formas de organización social producto de la irradiación del terror. Para llevarlo a cabo fue necesaria –en tanto componente indisoluble del genocidio– la propia negación del extermino, con la activa participación de los medios de comunicación.

Dado que, también, una de las configuracionesdel genocidio es que sus efectos continúan más allá del tiempo que duran las acciones que lo colocan en esa dimensión, resulta importante analizar y reflexionar sobre algunas de esas consecuencias, 45 años después de esa fecha y tras el periodo democrático más exten-so de la historia argentina.

Pero ¿qué significa pensar en los efectos de la Dictadura?

Implica detenerse sobre aquellas marcas que persisten en el cuerpo social como un indeleble y, a la vez, apreciar y poner en valor los desafíos de una construcción democrática que garantice y promueva más y más derechos para todos y todas.

Además –y por sobre todo– representa reconocerse en el legado de las Madres de Plaza de Mayo que, como ningún otro sujeto político, fueron quienes enfrentaron a esa Dictadura genocida, con coraje, constancia y creatividad. Gracias al pañuelo blanco y al movimiento de denuncia surgido en aquellos años, protagonistas centrales del proceso de “Memoria, Verdad y Justicia”, se logró que diversos perpetradores hayan sido –y estén siendo– juzgados, lo que convirtió a la Argentina en una referencia mundial en materia de derechos humanos.

Por supuesto que nada hubiese sido posible sin la voluntad política que, durante los Gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, colocó al Estado en sintonía con el reclamo de la inmensa mayoría de la sociedad que cada 24 de marzo, ya convertido en el Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia, sale a la calle para repudiar el golpe.

Pensar los efectos de la Dictadura es, también, apreciar sus continuidades, la democracia tutelada por los poderes fácticos y por el discurso de los medios de comunicación dominantes –con Clarín a la cabeza– que permanentemente pretenden condicionar la vida social y sus configuraciones de sentido, a partir de aparentes acuerdos. Como si entre la vaca y el carnicero pudiera haber consenso alguno.

Pero, además, cuando hablamos de “pensar” no lo hacemos evocando la figura de una persona, en soledad, que se exprime la cabeza para hallar propuestas y respuestas, como exhibe la iconografía clásica, sino que estamos concibiendo esa acción desde un lugar colectivo, en diálogo con otres, y no meramente como una acción reflexiva y pasiva, sino como una construcción social. Ese también es un legado de las Madres que este libro pretende recoger: pensar haciendo, en movimiento, con los pies, como un diálogo permanente.

Por eso mismo, para construir estas páginas hemos convocado a diversos/as especialistas para, a partir de sus miradas desde sus temáticas específicas –Economía, Derecho, Política, Seguridad, Educación, Periodismo, Cultura, Géneros y Diversidades, y Humor, entre otras– poder pensar colectivamente no solo sobre los efectos del genocidio en el entramado social, sino para valorar las políticas públicas que intentan contrarrestarlo y para abordar los desafíos de la construcción política en este tiempo histórico, más de cuatro décadas después de esa etapa execrable.

Pero no se trata solo de especialistas, como si fueran asépticos observadores de una realidad ajena, sino que cada uno y cada una de ellos y ellas interviene activamente para transformar la realidad. Se trata, entonces, de compañeros y compañeras que dedican sus horas, sus días –su vida– a la construcción de un mundo mejor, como lo soñaron y lo pusieron en marcha las y los 30.000.

El propósito de este libro apunta en esa dirección: a brindar herramientas para el análisis y la acción política, a partir de aquellas configuraciones de la Dictadura cívico-militar que aún persisten y necesitamos transformar. Es decir que, aunque ponga su mirada en el pasado, aborda debates del presente e, incluso, aunque parezca imposible, se atreve a narrar hechos del futuro.

Porque, así como en sentido inverso a la lógica, las Madres sostienen que fueron sus hijos quienes las parieron a ellas, también podemos afirmar que del futuro no sabemos nada: si mañana los inviernos seguirán siendo fríos; si habrá o no nuevas pandemias; si los diarios en papel seguirán existiendo, pero con certeza, sí podremos decir que un jueves cualquiera, a las 15:30 horas, habrá alguien en Plaza de Mayo junto con los pañuelos blancos y los/as 30.000 para decir todo lo que eso nos permite decir: que no nos han vencido.

Luis Zarranz

Buenos Aires, marzo de 2021

No nos han vencido

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